domingo, 15 de abril de 2012

Diario de dos vidas


- Tal y como están las cosas me temo que como mucho sólo te podemos dar un mes más de vida.
Cuando el doctor reveló el diagnóstico el mundo de Marth se detuvo en seco. Hacía tres años que combatía su enfermedad recibiendo tratamiento en aquel hospital, sin embargo, parecía que todo había sido inútil. Finalmente su cuerpo no había podido soportarlo más, y había decidido sucumbir poco a poco.
Marth respiró profundamente.
- Lo entiendo – dijo mientras contenía el temblor que recorría su espina dorsal.
- Sentimos no poder hacer más.
Marth negó con la cabeza.
- No. Habéis hecho todo lo que habéis podido...
- Como recomendación, es mejor que te quedes en este hospital hasta que llegue la hora. Los últimos arrebatos de la enfermedad seguramente causen serios dolores en tu cuerpo, por lo que, para evitar cualquier sufrimiento antes de tu muerte, será mejor proceder a una administración de sedantes con el fin de que no haya problemas. Si por el contrario no estás de acuerdo puedes decírnoslo.
- No, tranquilo. No es como si tuviese una última voluntad o algo parecido...
El doctor observaba con seriedad el estado del chico. Era bastante notable el impacto que había sufrido al recibir una noticia de tal calibre.
- Bueno, si no le importa, me marcho – declaró Marth mientras se levantaba de la silla en la que se hallaba sentado.
- Claro, chico. Ven a verme si tienes cualquier problema.
Tras esto, Marth se dirigió hacia la puerta del despacho del doctor y la abrió para, acto seguido, dejar aquel lugar.

- Lo siento – al lado del chico caminaba una enfermera joven, de cabello castaño y largo y ojos que expresaban amabilidad. Ella era la enfermera que lo había estado cuidando durante el transcurso de aquellos tres años. Para Marth era una persona de confianza y una gran amistad dentro de aquel hospital.
- No hace falta que tú también te disculpes – pese a que todavía no conseguía liberar su mente de todo aquello que le había dicho el doctor, el joven se sentía un poco más relajado, casi como si se hubiese quitado un peso de encima -. Creo que de alguna manera me lo veía venir.
- ¿Qué vas a hacer a partir de ahora? ¿No hay nada que quieras cumplir fuera de este hospital?
- Para ser sincero, no. No es que como si tuviese una familia que vaya a esperarme de vuelta o algún lugar mágico que quisiese visitar. Creo que me relajaré más si me quedo en este lugar.
La enfermera desvió la mirada. No podía evitar sentirse melancólica al observar a aquel chico.
- Bueno, creo que iré a comer algo – declaró Marth.
- ¿Cómo es que tienes hambre en un momento así? – preguntó la enfermera un poco confundida.
- Bueno, quizás me sienta mejor después de ello – el joven sonrió con expresión algo irónica.
Ella suspiró.
- Si necesitas algo no dudes en buscarme, ¿de acuerdo?
- Claro.
Con estás palabras, la chica tomó uno de los pasillos en los que se dividía el cruce al que habían llegado y se perdió de vista al girar hacia la derecha.

Marth continuaba su andadura por los pasillos del hospital de camino a la cafetería del hospital. Pese a que generalmente se alimentaba de la comida que le traía su enfermera, siempre le dejaban tomar algo en aquella cafetería. Para Marth aquello era una bendición, teniendo en cuenta lo sosos que eran los platos que le servían.
Situándose frente a la barra, no tardó en ser atendido por un hombre ya entrado en los cuarenta y con cara de aburrido. El chico llegaba a preguntarse en ocasiones si los trabajadores de aquella cafetería odiaban con tanto ahínco sus quehaceres.
- ¿Qué es lo que quieres? – preguntó denotando cierto mal humor.
- Ponme un café y media tostada con aceite.
El hombre asintió y desapareció de la vista de Marth, quien decidió buscar una mesa para sentarse.
No tardó mucho en encontrar una mesa vacía donde decidió esperar por su comida. Al lado de su mesa había otra en la que se sentaba una chica. Ésta se hallaba escribiendo algo sobre lo que parecía un cuaderno. Por lo que pudo comprobar Marth, parecía tratarse de alguien de su edad. Llevaba el pelo largo y negro con una pequeña horquilla enganchada cerca del flequillo, sus ojos eran pequeños y de color verde y su cuerpo parecía frágil, cubierto con un camisón para protegerla del frío.
La chica parecía ensimismada con su escritura, y sonreía alegremente sin darse cuenta de que Marth la estaba observando.
Fue entonces cuando pareció sentir los ojos del chico puestos en ella, girando la cabeza hacia él.
- Ah, lo siento, yo, sólo estaba... – intentó excusarse Marth, algo nervioso por temor a que ella pudiese sentirse acosada o algo parecido.
La chica parecía un poco extrañada por su repentino nerviosismo, y ladeó un poco la cabeza algo confusa.
- ¿Qué ocurre? – preguntó inocentemente.
- ¿Eh? No, nada, nada – respondió él todavía nervioso.
Ella rió.
- Eres una persona curiosa.
- B-bueno, puede que un poco...
- ¿Cómo te llamas?
- Marth.
- Mi nombre es Karen.
- Encantado, Karen.
-Lo mismo digo, Marth.
Durante unos instantes los dos se mantuvieron en silencio. Ella continuaba con su escritura mientras que el chico intentaba recuperarse del repentino ataque de nervios que le había entrado.
- ¿Puedo preguntarte una cosa?
- ¿Eh? – la chica levantó la cabeza para dirigirse de nuevo a él.
- ¿Qué es lo que escribes?
Karen volvió a mirar hacia su cuaderno. Parecía estar dudando de algo.
- Si no quieres decírmelo no hace falta que lo hagas.
- No, tranquilo, no me importa. Escribo todos mis recuerdos en este cuaderno.
- ¿Tus recuerdos?
- Así es. Me gustaría dejar constancia de todo aquello que he vivido. Aunque, lo cierto es que he pasado la mayor parte del tiempo encerrada en este hospital. Por lo que una buena parte de ellos habla sobre mi estancia aquí – indicó Karen mostrando una sonrisa en su rostro.
- Entonces, ¿es una especie de diario?
- Algo así.
- ¿Y por qué lo escribes en este momento? Quiero decir, normalmente una persona escribe en su diario a lo largo de su vida.
Ella volvió a sonreírle.
- Verás, la verdad es que no me queda mucho tiempo. Pensé que escribiendo mis recuerdos en este cuaderno, una parte de mí misma podría permanecer aquí, y sentir que aunque muera, mi vida continúa. No es como que haya tenido muchos recuerdos felices, o que haya hecho cosas impresionantes a lo largo de mi vida, pero me gustaría tener la sensación de que sigo adelante para poder volar más allá de este hospital.
Marth no tardó en darse cuenta de que aquella chica llevaba allí más tiempo que él, probablemente muchísimo tiempo. Y no dejaba de admirarla por la voluntad que mostraba. El querer mantenerse viva y luchar contra aquella muerte inevitable.
- ¿No has salido de este lugar?
Ella negó.
- Hace mucho que no voy más allá de los terrenos del hospital. En mi estado, eso sería imposible...
Marth se quedó un rato pensativo. Fue entonces cuando tomó una decisión.
- Bien, entonces te mostraré aquellas cosas que quieras ver.
- ¿Qué? ¿A qué te refieres? – Karen parecía confusa por las palabras del joven.
- Si tú no puedes moverte para alcanzar todas esas cosas que no has podido experimentar, yo me encargaré de traerlas para ti.
- Pero, ¿cómo?
- Tú déjame a mí, yo me encargaré de ello.

Después de aquella conversación el chico se dirigió al despacho del doctor para pedirle que le dejara salir del hospital. Había decidido que tenía algo que hacer.
Durante los siguientes días, el chico se encargó de traer una gran cantidad de cosas de toda clase: libros, marionetas, dibujos, fotografías, etc. Cada día visitaba la habitación de la chica y le contaba diversas historias, cada cual más impresionante que la anterior. Había veces que se las ingeniaba para realizar actuaciones para la chica o divertirla contándole chistes, e incluso tocando música. Ella por su parte reía con sus chistes, disfrutaba con sus historias y escuchaba la música que el traía o tocaba.

- Dime, ¿por qué haces esto? – preguntó Karen uno de los días en los que Marth vino a visitarla.
El chico se mantuvo pensativo durante unos instantes. A decir verdad, cuando tomó la decisión de hacer lo que hacía, se dejó guiar por su instinto. De alguno forma, sintió que debía ayudarla, sintió que quería hacer que en ese cuaderno pudiese escribir algo que pudiese ser recordado, pero no de cualquier manera. Recuerdos felices, recuerdos que permitieran que ella se sintiese viva, más allá de lo que cualquiera pudiese imaginar, y que si en algún instante alguien llegaba a leer aquel cuaderno que siempre llevaba consigo, pudiese sonreír con su historia.
Durante todo ese tiempo que llevaba junto a ella se había dado cuenta de la belleza de su sonrisa, de cómo escuchaba atentamente sus historias y de cómo, a su vez, ella contaba las suyas propias. Se había dado cuenta de cómo lloraba por aquellas cosas que le resultaban tristes y como se emocionaba al experimentar pequeñas simplezas.
- No sabría expresar exactamente por qué lo hago. Supongo que es algo diferente de aquello por lo que en un principio lo decidí. Pero sí puedo decirte que me gustaría que fueses feliz hasta el final...
La mirada de Karen era tierna y tranquilizadora en ese instante.
- ¿Y tú, Marth? ¿Eres feliz?
El chico abrió mucho los ojos al darse cuenta del significado más allá de sus palabras. Por supuesto que lo era. Era muy feliz. El hecho de por qué seguía haciéndolo era que pasar el resto de sus días con ella lo hacían inmensamente feliz. Sin darse cuenta, había comenzado a sentir algo por Karen, un sentimiento muy profundo.
La joven alargó la mano y agarró fuertemente la de Marth. Se podía distinguir el ligero rubor en las mejillas de ella.
- Para mí estos momentos han sido los recuerdos más increíbles de mi vida – dijo Karen sin expresar ningún tipo de duda.
Entonces Marth se acercó a su rostro y la rozó con sus labios, transformándose en un eterno beso que pareció durar hasta finalizar el atardecer.

El tiempo continuó su curso y finalmente llegó el momento en el que las enfermedades de ambos comenzaron a mostrar sus efectos.
No les quedaba mucho. Ambos sabían que sus días ya tocaban a su fin.
- ¿Puedo pedirte un favor? – preguntó Marth a la enfermera desde la camilla de su habitación.
- Por supuesto.
- Quisiera estar a su lado.

Haciendo caso al pedido del chico, decidieron poner las dos camillas una al lado de la otra.
- He terminado el cuaderno – dijo la chica enseñándoselo.
Él se acercó como pudo y se situó a su lado.
- Mira, aquí es cuando hiciste aquel chiste tan malo, ¿te acuerdas?
- Sí, tú fuiste la única que se rió. Ni a la enfermera ni al doctor pareció hacerles mucha gracia.
- Es que era bastante penoso.
- Pues bien que te reíste.
- M-me pillaste en un mal momento.
Ambos se miraron y estallaron en carcajadas tras esto.
- Todos los momentos maravillosos que he vivido contigo están aquí.
- Puedo decir que también son los míos – señaló Marth.

Finalmente llegó el día. Ambos unieron sus manos mientras los médicos hacían su trabajo. Parecía obra del destino. Los dos habían decidido dejar aquel mundo al mismo tiempo, como presos de algún tipo de magia que lo permitiera. Y en medio de los dos, el cuaderno en el se habían escrito los días que pasaron juntos en aquel hospital.
- Marth.
- ¿Sí?
- Gracias por todo. Hasta hoy he seguido escribiendo página tras página ese cuaderno. Quería ser recordada, sentirme viva. Pero realmente, el momento en el que más viva me he sentido es estando a tu lado – Karen lloraba -. Me hubiese gustado compartir más momentos contigo. Haber podido envejecer juntos y vivir una gran vida donde forjar más recuerdos de los dos.
- Lo sé.
- Te quiero, Marth
- Y yo a ti.
Sin nada más que decir, sus ojos comenzaron a cerrarse...

-¡¿Qué ha ocurrido?! ¡Es imposible!
Sorprendido, el doctor discutía con sus enfermeros sobre lo acontecido. De alguna manera los dos habían sobrevivido.
- Es casi como un milagro. Seguramente la voluntad de vivir de ambos ha podido con sus enfermedades.
- Pero eso es...
- Hay cosas que no lograremos entender doctor, creo que el amor que sentían el uno por el otro, el saber que siempre se recordarían pasase lo que pasase y que siempre estarían juntos, les dio esa voluntad para que ocurriese lo inexplicable – dijo la enfermera.
- Pero...
- Doctor, ahora ellos tienen toda una vida por delante. Y esa es la mejor conclusión que podríamos sacar...

Marth y Karen se encontraban en las afueras del hospital, sentados sobre un pequeño banco.
- ¿Qué te ocurre? – preguntó el chico.
- Nada – contestó ella cerrando los ojos lentamente -. Es sólo que hacía mucho que no salía del hospital.
La chica sacó aquel cuaderno.
- ¿Crees que debería seguir escribiendo?
- Por supuesto – respondió Marth -. Porque ahora podremos reunir muchísimos más recuerdos felices. Tantos como desees. Y entonces llegará el momento en el que nuestras vidas serán inolvidables.
Ella sonrió y apoyó la cabeza en el hombro del joven. Acto seguido abrió el cuaderno por donde se había quedado la última vez y escribió en él las siguientes palabras:
“Hoy comienza nuestra nueva vida...”

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