martes, 26 de febrero de 2013

Gaia project: Capítulo 2

Tras su reproche a Jaryl, la joven bajó de la cabeza del monstruo. La mano que sostenía su lanza la entregó a la del tercer brazo situado a su espalda, que, a su vez, la guardó en un cinto de cuero que rodeaba su cuerpo, formando una línea diagonal desde el hombro hasta la cintura y viceversa.

 

Por su parte, Kareth se había quedado quieto, en la misma posición que cuando había intentado salvar a Jaryl.

-¡¿Qué estás mirando?! -preguntó ella, en tono despectivo.

-N-nada –respondió el chico, todavía sorprendido.

 

Ignorándole, la chica se dirigió hacia Jaryl y le tendió su mano para ayudarle a levantarse.

-Estás horrible –le dijo.

-No te cortas un pelo, ¿eh? -rió el cazador.

-Tienes que mejorar tu técnica, de lo contrario, jamás serás un buen líder. Un monstruo como éste no debería suponerte ningún esfuerzo.

-Gracias, jefa –respondió Jaryl, con tono jocoso.

-¡No me llames así! –contestó ella, golpeándole en la nuca.

-¡Ah! ¡Vale! ¡Vale! Gracias, Ivel.

 

Asintiendo con orgullo, Ivel se giró y fue a ver al resto de cazadores.

-¡Os digo lo mismo a vosotros! ¡Si seguís así, no conseguiréis proteger a nuestras familias! ¡Tenéis que haceros más fuertes! ¡En cuanto os hayáis recuperado, comenzaremos un entrenamiento intensivo! –declaró, sonriente y golpeándose el pecho con el puño.

-Esto... –interrumpió Kareth, dando un paso al frente, y moviéndose de su sitio por primera vez- ¿No crees que estás siendo un poco dura? Han estado a punto de perder la vida. Creo que al menos un “¡Buen trabajo!” no estaría de más.

-¿Quién eres tú? –preguntó Ivel, molesta por la intervención del chico.

-¡Ah, es verdad! ¡Dejad que os presente! –dijo Jaryl, interponiéndose entre los dos y carraspeando ligeramente antes de continuar- Él es Kareth, lo encontramos junto a otra chica inconscientes, en medio de los yermos.

-Puedes llamarme Kar, si quieres –añadió el guerrero, intentando ayudar a romper el hielo. Entonces, levantó su mano en señal de saludo, sin embargo, tras una mirada fría por parte de Ivel decidió devolverla adonde estaba.

 

Después de unos segundos de incómodo silencio, Jaryl volvió a carraspear para intentar quitar algo de tensión.

-Kareth, te presento a Ivel. Podríamos decir que es la máxima encargada de nuestra protección. Además de la más fuerte de entre los cazadores...

-¿Qué hace él aquí? –preguntó Ivel, sin tapujos.

-Ya te lo he dicho, lo encontramos inconsciente en mitad de los yermos. No podíamos dejarle allí.

-¡¿Sois idiotas?! ¡No sabemos quién es ni de dónde viene! ¡Tampoco sabemos por qué estaba allí, inconsciente! ¡¿Y si nos roba o intenta asesinarnos?!

-¡Eh! ¡Eh! ¡Tranquila! ¡Ni Sarah ni yo somos capaces de hacer algo así! –se defendió Kareth.

-¡¿Y cómo puedo confiar en ti?! ¡No te conozco! –replicó Ivel, mirándole como si acabase de decir una estupidez.

-¡Si hubiese querido asesinaros, ¿no crees que ya lo habría hecho?! –contraataco Kareth.

-¡Eso no me vale como excusa! ¡Quizás sólo estés esperando el momento adecuado para hacerlo!

-¡Eso es ridículo!

-¡¿Ridículo?! ¡¿Crees que no hay gente capaz de algo así?! ¡¿De intentar manipular a los demás a su antojo y tratarlos como a objetos?!

-Ivel, cálmate, Kareth no es un mal tipo... –intervino de nuevo Jaryl, intentando poner paz.

-Eres demasiado confiado Jaryl –le reprochó Ivel.

-Quizás deberías aprender de él –comentó Kareth.

-¡Repite eso si te atreves! –le desafió la joven, quien cogió su lanza con una de sus manos delanteras, dispuesta a enfrentarse a Kareth.

-¡Ivel, por favor! –exclamó, esta vez, Jaryl, interponiéndose entre los dos, a lo que Ivel respondió desviando la vista, primero a su congénere y luego al guerrero.

-¡Tienes suerte! Por ahora, te librado. Aunque él confíe en ti, a mí no me engañas. Más te vale andarte con ojo porque pienso vigilarte –declaró antes de marcharse.

-¡¿Qué mosca le ha picado?! –se quejó Kareth.

-Te pido perdón. Ella sólo quiere lo mejor para nosotros. Por eso, tiende exigir demasiado a los demás e incluso a ella misma.

 

Tras un largo y profundo suspiro con el fin de calmarse, el chico inmortal situó una mano sobre el hombro del nómada.

-No te preocupes, me las he visto con gente peor. Podrías considerarla sólo una pequeña charla entre amigos.

 

Poco después, llevaron a los heridos a una de las tiendas de campaña más grandes, habilitada para ellos. Allí, también encontraron a Sarah.

-¡Kareth! –la chica corrió hacia ellos- ¡¿Qué ha pasado?!

-Pues que la naturaleza es temible.

-¿Eh? –respondió ella, levantando las cejas y sin entender su comentario.

-Una criatura de los yermos. Grandes depredadores que aparecen de vez en cuando en esta zona –explicó Jaryl

-Entonces, todos ellos... –dijo Sarah, refiriéndose a los cazadores.

-Fueron heridos durante la batalla contra el monstruo. Pero no te preocupes, están acostumbrados a pelear, así que no tardarán en recuperarse.

-En cualquier caso, será mejor que les echemos una mano –propuso Kareth, dejando a uno de los heridos sobre una manta acolchada, procurando que estuviese lo más cómodo posible-. Cuantos más seamos, mejor.

 

-Dime, ¿cómo fue por tu lado cuando apareció el monstruo? –le preguntó Kareth a Sarah mientras ayudaban a tratar las heridas de uno de los cazadores.

-Al principio, no entendí qué ocurría, pero cuando vi a todos correr y refugiarse en las tiendas, comprendí que algo peligroso se acercaba. Así que decidí ayudar a los rezagados a llegar hasta el refugio y me escondí con ellos.

-Eres una chica muy responsable –la halagó Kareth, logrando que se sonrojara.

-Tengo que serlo. Al fin y al cabo, trabajé como guardaespaldas.

 

Mientras seguían charlando, trasladaron a un hombre que se había quedado inconsciente.

-¿Y tú? –preguntó ella.

-Bueno. Seguí al grupo de cazadores hasta la ubicación del monstruo y estuve a punto de entrar en combate hasta que apareció una persona... algo problemática... –respondió Kareth, desplazando la mirada hacia arriba, como si buscase la palabra exacta para describir a Ivel.

-¿Problemática? –se extrañó Sarah.

-Más tarde te contaré los detalles, pero digamos que no le caemos demasiado bien.

 

Habiendo terminado lo que estaban haciendo, dejaron el resto del trabajo en manos de los nómadas y salieron de la tienda. En ese momento, encontraron a un grupo de ellos observando algo con gran admiración.

 

Llevados por la curiosidad, decidieron unirse, descubriendo que lo que había llamado su atención era Ivel, quien mostraba con orgullo una gran cantidad de piezas de carne.

-Con esto no tendremos que preocuparnos de la comida durante unas tres semanas. Eso sí, habrá que conservarla bien. Ya sabéis que este tipo de carne se pone mala fácilmente.

 

Los nómadas se miraron entre ellos, emocionados, e incluso algunos levantaron los brazos, celebrando la buena nueva. Poco después, la cargaron y depositaron en otra tienda habilitada para almacenar alimento. Por supuesto, Ivel también ayudó.

 

“Así que eso es lo que había estado haciendo antes de derrotar a la bestia”, pensó Kareth.

 

Tenía que reconocer que, pese su juventud, pues aparentaba ser menor que él, Ivel poseía una gran fuerza y capacidad de liderazgo; y que quizás ese carácter le hubiese llevado a que sus semejantes la respetasen y confiasen en ella.

 

En ese momento, recordó las palabras de Jaryl sobre la existencia de alguien encargado de organizar su sociedad y guiarles. ¿Se referiría a aquella chica?

 

-¡Padre! ¡Ya he vuelto!

-¡Ivel!

 

Un hombre de avanzada edad salió de su tienda para recibir a la joven.

-¿Qué tal ha ido todo?

-¡Genial! ¡He conseguido una buena presa! ¡Todos están encantados! –respondió ella con una amplia sonrisa mientras abrazaba a su padre. Éste le devolvió el gesto acariciando tiernamente su pelo.

-Estoy orgulloso de ti. Estoy seguro de que serás capaz de guiarles cuando yo ya no esté.

-Para eso aún falta mucho, padre –le reprochó ella, visiblemente molesta.

-Me hago mayor. Y mi cabeza no está tan bien como debería. Probablemente deba dejarlo antes de tiempo. Estoy seguro de que te necesitan más que a mí –sentenció él, con algo de tristeza en sus palabras.

 

-Oye, Jaryl. Hay una pregunta que me gustaría hacerte –dijo Kareth.

-Adelante.

-He visto que todos lleváis un abrigo que os tapa la cabeza. ¿Es algún tipo de costumbre?

-Oye, Kar, no creo que debas preguntar algo así. Puede que le incomodes –comentó Sarah.

-No, no te preocupes. Supongo que es normal preguntárselo. Verás en realidad hay más de una razón por la que vestimos así. La primera es debido al clima de por aquí. Como imagino que sabrás, desde que empezó la guerra, tanto el clima como el cielo han cambiado. El Sol suele estar cubierto por nubes, las estrellas apenas se ven, y tanto la temperatura como las lluvias varían con frecuencia. En los yermos, ese tipo de variaciones suelen ser más notables, y los abrigos nos ayudan a protegernos. Además... bueno... supongo que sabrás que no somos personas... digamos... normales.

-Bueno... sí, pero tampoco es algo... –intentó explicarse Kareth.

-A veces, necesitamos realizar trueques en algunas poblaciones, y... bueno... digamos que es mejor mantener las apariencias –indicó el nómada.

-Pero esa chica, Ivel, no he visto que se ocultase –se extrañó Kareth.

-¡Ja ja ja! –rió Jaryl- Ella y su padre son un poco especiales en ese sentido. Al ser tan respetados entre los nómadas, no ocultarse hace que los demás no se sientan discriminados. Ya te lo dije, es posible que sea temperamental, pero probablemente esa chica sea la que más se preocupa por nosotros –sentenció Jaryl, asintiendo al ver que Kareth no tenía nada más que añadir, y volviendo al interior de la tienda en la que se encontraban sus compañeros heridos.

 

Aquella noche, Kareth se despertó sobresaltado. Había tenido la misma pesadilla en la que sus amigos eran asesinados.

-Parece que por más que lo intente no puedo olvidarlo –resignado, suspiró, levantándose y saliendo de la tienda en la que dormía.

 

Fuera, todo estaba oscuro, y no veía a nadie además de él.

 

“Quizás si me da un poco el aire pueda relajarme y coger algo de sueño”, pensó mientras echaba a andar.

 

Al poco rato, decidió sentarse junto a una de las tiendas. Entonces, rebuscó en su bolsillo y sacó su colgante, con el que jugueteó mientras lo observaba, aunque sin prestarle mucha atención, ya que se encontraba perdido en sus pensamientos.

 

Entonces, escuchó el sonido de unos pasos cercanos, situándose una figura enfrente de él.

-Así que eras tú –dijo una voz femenina, a lo que el chico levantó la cabeza, distinguiendo entre la oscuridad la silueta de Ivel.

-¿Qué haces aquí? –preguntó ella. Su voz denotaba una fuerte desconfianza hacia él.

-No puedo dormir. ¿Acaso eso es ilegal? –respondió Kareth con sarcasmo.

-No tientes a tu suerte –replicó Ivel.

-No lo haré. Sólo quiero despejarme un poco. Eso es todo.

 

Ambos se mantuvieron en silencio hasta que el chico decidió romperlo.

-¿Tú también estás aquí por lo mismo?

-Como si fuese a decírtelo.

-Vale –dijo Kareth, dibujándose una media sonrisa en su rostro, como si ya hubiese previsto una respuesta parecida.

-En cualquier caso, no hagas ninguna tontería, porque pienso estar por aquí, vigilándote.

-Me lo figuraba. Oye. Ya te dije que no pretendo haceros nada malo ni a ti ni a tu gente. Entiendo que no te fíes de mí, pero si pudieses bajar un poco la guardia me harías sentir menos incómodo.

-Eso es precisamente lo que quiero. Es mi responsabilidad velar por su seguridad, y, puede que dentro de poco, la única capacitada para ello... –dijo con un tono de voz que a Kareth le pareció melancólico.

-¿Lo dices por tu padre? –preguntó el joven, lo que causó una reacción exagerada en la chica, quien se giró amenazante hacia él.

-¡¿Qué sabes tú sobre mi padre?!

-Sólo lo poco que me ha contado Jaryl –se explicó Kareth.

-Ese chico no debería ir contando cosas de los demás. Y mucho menos a extraños.

“Tampoco es como si me haya revelado tus mayores secretos”, pensó Kareth.

-¿Y bien? ¿Qué te dijo? –preguntó Ivel.

-Nada importante. Que tu padre y tú parecéis ser una buena influencia para el resto –contestó el guerrero, encogiéndose de hombros

 

Por su parte, y con los brazos cruzados, dando a entender que seguía a la defensiva; Ivel se sentó al lado de Kareth, aunque a una distancia prudente-. Todos necesitamos algo en lo que creer cuando no sentimos perdidos. Si puedo convertirme ese pilar para que mi gente pueda seguir adelante, entonces habré hecho bien mi trabajo.

-Es un buen objetivo. He de admitirlo.

-No creas que por decir eso me vas a caer mejor.

-¡Venga ya! –se quejó Kareth, negando con la cabeza-. ¡Ah! Ahora que me acuerdo, Jaryl dijo que vuestra sociedad no tenía un líder. Sin embargo, si hay alguien a quien consideran algo así como su guía. Alguien sabio. ¿Se refería a tu padre?

-Sí. Aunque me temo que ya no se considera capaz de seguir siéndolo.

-¿Estás preocupada por él?

-¡¿Qué?!

-No hace falta verte para darme cuenta.

-¡Idiota!

-¡Oye! ¡No iba con mala intención! ¡No hace falta ponerse así! –replicó Kareth.

 

El ambiente volvió a tensarse, haciéndose de nuevo el silencio.

-Por supuesto que me preocupo por él. Es la única familia que me queda. Tú también lo harías con el tuyo –dijo Ivel.

-¿Quién sabe? Si mis padres siguen vivos, ni siquiera recuerdo sus rostros –contestó el chico, quien siguió jugueteando con su colgante.

-¡Ah! –se sorprendió Ivel, quien no supo bien qué decir- L-lo siento. –susurró finalmente.

-¿Mm? ¿Has dicho algo?

-¡N-no! ¡Nada!

 

Al escucharla, Kareth sonrió. Debido al Radiar, su capacidad auditiva estaba más desarrollada que la de una persona corriente, por lo que la había entendido perfectamente.

-Es bueno tener a alguien que se preocupe por ti –comentó Kareth.

-Tú, ¿no tienes a nadie? –preguntó Ivel, quien parecía haber bajado un poco la guardia.

-Bueno, ahora mismo sólo estamos Sarah y yo. Ambos nos preocupamos el uno por el otro, así que se podría decir que tengo a alguien. Por cierto, todavía no os habéis conocido.

-¿Qué? –preguntó la nómada, algo confusa por el repentino cambio de tema del joven.

-No es justo que yo sea el único al que vigilas –bromeó.

 

Entonces, la chica se levantó rápidamente de su sitio, de nuevo, enfadada.

-¡No recuerdo haber hecho algo para que te tomes esas confianzas conmigo! ¡Mucho menos para presentarme a nadie! ¡Además, sepa quién es o no, estaré pendiente de lo que haga!

-No puedes estar pendiente de alguien a quien nunca has visto.

-¡Cállate!

-Vale, vale –respondió Kareth, levantando las manos en señal de paz.

-¡Me voy! ¡Y será mejor que hagas lo mismo! ¡No me gusta nada verte por aquí fuera! –declaró Ivel antes de irse, dejando al joven con expresión de cansancio.

 

“Desde luego, sí tiene carácter”, pensó, “Aunque debo reconocer que, por alguna razón, me siento mejor después de haber hablado con ella”.

 

Así pues, siguió las indicaciones de la nómada y volvió a la tienda, esperando poder recuperar el sueño.

 

A la mañana siguiente, Jaryl, junto a otro compañero, entró en la tienda con un mensaje. Sarah también se encontraba allí.

-Os reclaman. Venid conmigo –dijo el nómada, haciéndoles señas para que lo acompañasen.

Los dos amigos se miraron, entre confusos y preocupados, tras lo que decidieron ir detrás de él.

 

-Por cierto, ayer no tuve tiempo de presentaros. Él es Will. Fue quien me ayudó a llevaros hasta aquí –dijo Jaryl con tono animado, refiriéndose a su compañero.

-Encantado –dijo Kareth.

-Gracias por ayudarnos –añadió Sarah.

-No hay de qué –respondió Will de forma tajante.

-Will es alguien de pocas palabras así que no esperéis mucho más de él –murmuró Jaryl al oído de ambos, llevándose una mano a la boca para que Will no le escuchase.

 

Finalmente, se plantaron frente a otra de las tiendas, sin nada en especial que la diferenciase del resto.

-Esperad aquí un momento –les pidió Jaryl, entrando él primero.

 

Al poco tiempo, la tela que cubría la entrada se hizo a un lado y fueron invitados a pasar.

 

Había mucha gente reunida en el interior, aunque, puesto que casi todos vestían de la misma forma, era difícil saber si ya los conocía o incluso si el que estuviesen allí tenía importancia.

 

En ese instante, vieron a Ivel, quien estaba sentada al lado de un hombre mayor con un parche que cubría uno de sus ojos. Cuando quisieron darse cuenta, habían sido rodeados.

-Así que vosotros sois los extranjeros –dijo el hombre del parche, a lo que Kareth y Sarah asintieron- Mi hija y Jaryl me han hablado de vosotros –continuó, dando a entender que con “hija” se refería a Ivel.

-Mi nombre es Argo y me gustaría preguntaros qué os ha traído hasta aquí.

martes, 12 de febrero de 2013

Gaia Project: Capítulo 1

Atrapado e impotente, observó a las dos personas situadas más allá de la plataforma que los separaba. Intentó por todos los medios llegar hasta ellas, pero, por más que lo intentase, era como si algo sujetase sus pies, con tal fuerza, que no podía creer que aquello fuese real.

-¡Nara! ¡Remi! –exclamó, sin que nadie le hiciese caso.

 

Sus gritos no sirvieron. En el fondo, sabía que nadie lo iba a escuchar. Estaba totalmente aislado.

 

Entonces, una sombra emergió de la nada, situándose a lado de Nara y Remi. No podía distinguir quién era, pero sí pudo observar su sonrisa sádica.

-¡No! ¡Déjalos en paz! ¡No les hagas daño! –intentó gritar de nuevo, sin lograr nada excepto que aquella sombra levantase uno de sus brazos- ¡No! ¡Espera!

 

Cuando esa figura bajó el brazo, sus dos amigos se desvanecieron como polvo en el aire.

-¡¡No!!

 

Kareth despertó, sudando y jadeando. Su propio grito le había despertado de aquella pesadilla en la que Remi y Nara eran asesinados. Y aunque en su sueño, no había podido ver al autor del homicidio, sabía bien de quién se trataba.

 

Algo mareado, miró a su alrededor. Pese a su visión un poco borrosa, alcanzó a distinguir varias mantas y telas atadas a un largo poste central.

 

Una vez sus ojos enfocaron bien el sitio, descubrió que éste era el interior de una gran tienda de campaña.

 

Estaba acostado sobre un grueso mantel acolchado y con el torso al descubierto, motivo que le llevó a sentirse confuso, y a llevarse una mano a la cabeza con el fin de intentar recordar lo sucedido antes de quedarse inconsciente, ahora que tenía la mente más despejada.

 

Recordó todo lo sucedido en Yohei Gakko: la liberación de Sarah, la huida hacia las naves de evacuación, la lucha contra Lethos, Unum, las muertes de Seigari y Remi, e incluso lo sucedido con Nara. Esto último, provocándole tal ataque de ira, que golpeó con fuerza su pierna, profiriendo un grito de dolor.

 

Al quitarse de encima la manta que le cubría de cadera para abajo, se percató de que su rodilla había sido vendada.

 

“Esto debe de ser por la herida que me hizo Lethos con su cuchillo”, pensó.

 

Pese a su inmortalidad, lo que le permitía regenerar cualquier herida, ese cuchillo había logrado infligirle una lesión más duradera, puede que incluso permanente.

 

El recuerdo de Unum, a quien consideraba el causante de todo, le hizo sentir una rabia indescriptible, nublando su mente y provocándole la sensación de que su cuerpo empezaba a cambiar.

 

Sin embargo, en ese momento, cayó en la cuenta de que no había sido el único que había conseguido escapar echando un vistazo rápido al interior de la tienda para comprobar si ella también había acabado allí. Por desgracia, no la encontró.

 

¿Acaso le había ocurrido algo mientras había estado inconsciente? Para empezar, ¿cómo había ido a parar allí?

 

Intentando aclarar sus pensamientos, se dispuso a ponerse en pie, pero cayó al suelo en su primer intento. Sus piernas no respondían bien, ya que seguían dormidas, lo que le hizo cuestionarse cuánto tiempo llevaba inconsciente.

 

En ese instante, dos telas dispuestas a modo de entrada dieron paso a la luz del exterior, cegándole durante unos segundos. Entonces, una persona caminó hasta él y lo ayudó a volver a su cama. Tras esto, lo abrazó.

-Menos mal que estás bien. Me tenías preocupada –dijo la voz de Sarah.

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? –preguntó Kareth, quien sentía una mezcla de alegría e incomprensión.

-Tranquilo, lo primero es que bebas y comas algo. Llevas inconsciente varios días –dijo poco antes de abandonar la tienda y volver segundos después con un cuenco y una diminuta figura humana caminando a su lado, quien llevaba otro igual.

-Toma.

 

La chica le dio uno de los cuencos, lleno de agua. Al verlo, le inundó una terrible sensación de sed, bebiendo con extrema avidez y haciendo que parte del líquido salpicase su cuerpo.

-¡Eh! ¡Eh! ¡Bebe con más cuidado o te vas a atragantar! -le regañó la joven.

-Ah... ah... –jadeó Kareth, dejando sobre el suelo el cuenco, ya vacío-. Gracias... lo necesitaba...

 

Entonces, el otro individuo, del tamaño de un niño de unos cinco o seis años, dejó el otro cuenco a su lado. En su interior había lo que creía que eran pequeños trozos de pan, mezclados con algún tipo de fruta.

 

Kareth observó al curioso personaje, cubierto como estaba, de forma que sólo se podían ver sus diminutas manos sobresaliendo de las mangas de un abrigo color marrón, cuya capucha sólo permitía distinguir nariz y boca bajo la sombra que proporcionaba.

-¿Quién es? -preguntó Kareth, extrañado.

-¿Por qué no te presentas? -preguntó Sarah, alegremente.

 

El pequeño individuo negó con la cabeza y se escondió detrás de la chica. Algo sorprendido, Kareth cogió el cuenco de comida.

-Gracias -dijo, comiendo del mismo, esta vez, con más calma.

 

-Bueno, ahora que ya tengo el estómago lleno, ¿por qué no me cuentas qué ha pasado? –preguntó Kareth mientras depositaba el cuenco, ya vacío, encima del otro.

 

Estaba sentado frente a su compañera, quien, a su vez, llevaba sobre su regazo al pequeño individuo, todavía oculto bajo su abrigo.

-A ver... –comenzó Sarah, mirando hacia arriba, intentando recordar- Desperté en otra tienda de campaña, no muy lejos de aquí. Había dos personas, vestidas como ella, cuidándome.

-¿Ella? –se extrañó el joven, a lo que Sarah respondió señalando a quien estaba sobre su regazo.

-Cuando les pregunté por qué estaba allí, me dijeron que nos habían encontrado dentro de la nave de evacuación. Probablemente, nos dimos un golpe al aterrizar y la puerta se abrió. El caso es que dos de ellos consiguieron traernos hasta aquí y cuidaron de nosotros.

-¿Quiénes son?

-Nómadas... mutantes...

-¡¿Mutantes?!

-¡Chsst! -lo calló Sarah-. No lo digas tan alto. No estoy segura que les guste llamarles así, pero tampoco se me ocurre otra manera de hacerlo.

-Vale, vale, pero ¿por qué los llamas así?

-Son humanos en los que la guerra ha afectado a su genética, por lo que han adquirido rasgos físicos diferentes del resto de humanos.

-¿Como los fenrir?

-Algo así.

-Entiendo –dijo el chico mientras dirigía la mirada hacia la pequeña que tenía enfrente, quien parecía haberse dormido.

 

En ese momento, se dio cuenta de algo, girándose hacia la manta sobre la que había dormido y revolviéndola de arriba abajo.

-¿Qué buscas? -preguntó Sarah con curiosidad.

-¡Mi colgante! ¡¿Dónde se ha metido?! –dijo, preocupado.

-¡Ah! –exclamó ella, a la vez que inspeccionaba entre sus ropas y sacaba el codiciado objeto-. Toma. Lo cogí para que no se perdiese. Pensé que, hasta que despertases, estaría más seguro conmigo.

-¡Gracias! –respondió él, soltando un suspiró de alivio, y extendiendo su mano para recogerlo y guardarlo en su bolsillo.

 

Al mismo tiempo, Sarah lo observó mientras acariciaba el suyo, totalmente idéntico al de él.

 

Tras esto, Kareth desvió la mirada, con aire ausente.

-¿Ocurre algo? –preguntó su compañera.

-¿Eh? ¡Oh! Lo siento. Es que acabo de tener una pesadilla.

-¿Sobre qué?

-Sobre Remi y Nara siendo asesinados por Unum.

 

Al escucharle, la chica también cambió su expresión.

-No es bueno que te castigues, no había nada que pudiésemos hacer –dijo ella.

-Lo sé, pero podría haber sido de otra manera. Si sólo no me hubiesen ayudado...

-Si ese fuese el caso, nosotros no estaríamos aquí. Fue gracias a ellos que conseguimos escapar.

 

Kareth se mantuvo en silencio, si saber qué contestar.

-Fueron ellos los que tomaron esa decisión. Aun sabiendo las consecuencias. Además, si hay que culpar a alguien, entonces yo...

-¡No! Ya le oíste. Quería probarme, todo era para...

-Kareth –le interrumpió Sarah, poniendo sus manos sobre sus hombros, logrando así que la mirase a la cara.

-Por mucho que te culpes, eso no hará que mejore nuestra situación. Y tampoco la de ellos. Yo no quería que nadie me ayudase. Me consideraba la causa de todo. Y aun así, tomasteis la decisión de hacerlo. Gracias a vosotros, aprendí a confiar en los demás, y lo más importante, a quererme a mí misma. Pensé que no debía rendirme tan fácilmente. Y ahora, es el momento en que tú también lo pienses. No te culpes más. Confía en ti mismo. Confía en mí. Juntos solucionaremos esto.

 

Pese a sus palabras, Kareth no contestó, provocando un suspiro por parte de su compañera.

-Te dejaré tranquilo para que medites. Te recomiendo que eches un vistazo por el campamento. Parecen buenas personas.

 

Tras esto, cogió a la pequeña en brazos y se levantó. Después de echar un último vistazo atrás, se marchó de la tienda.

 

Más tarde, Kareth decidió hacerle caso y salió a tomar el aire.

 

Fuera, pudo observar numerosas tiendas como la suya, algunas más grandes y otras más pequeñas.

 

El suelo sobre el que se asentaban estaba casi totalmente hecho de arena. Y aunque, por lo general, la luz del Sol no abundaba, allí iluminaba más de lo que estaba acostumbrado.

 

Como había dicho Sarah, las vestimentas de los nómadas consistían en la misma prenda que llevaba la niña. La mayor diferencia podía ser el color y el tamaño, dependiendo del individuo. Le hacía preguntarse si las capuchas las llevaban para ocultar sus rostros o, simplemente, para protegerse del clima.

 

Había muchas familias. Algunos niños correteaban, jugando a pillarse entre ellos. Y, junto a los pequeños, podían verse algunos animales que, a su manera, también participaban.

 

Puesto que no conocía mucho sobre la fauna de aquella zona, lo único que pudo reconocer fue un par de fenrirs, aunque el que más llamó su atención fue uno de la misma altura que una persona adulta, con la columna ligeramente encorvada, dos colas, cuatro patas, y un lomo cubierto de espeso pelaje de donde salía un corto cuello terminado en la cabeza de un lobo.

 

“¿Qué es eso?”, se preguntó mientras acercaba una mano al animal, al que no pareció importarle mucho el contacto humano.

-Los llamamos indras –dijo una voz detrás de él.

 

Al darse la vuelta, se topó uno de los nómadas, quien, al contrario que sus congéneres, iba vestido con una capa roída, cubriéndole ésta también la zona de la cabeza. Debía de medir aproximadamente lo mismo que él, puede que un poco menos, por lo que supuso que también tendría la misma edad.

-¿Indras? –preguntó.

-Sí.

-Nunca había escuchado ese nombre.

-Se lo pusimos los nómadas, hace ya muchos años. Son dóciles y excelentes monturas. Eso sí, no te recomiendo probar su carne. Sabe fatal.

-Lo tendré en cuenta. Gracias.

-Por cierto, me llamo Jaryl –dijo el nómada, poniendo una mano sobre su pecho.

-Yo Kareth. Aunque puedes llamarme Kar, no me importa.

-¿Eres uno de esos extranjeros que recogimos?

-Supongo. A no ser que haya más como nosotros.

-Me alegro de que estéis bien. Cuando os encontré en mitad de los yermos, me preocupé. Sobre todo por tu rodilla. Esa herida no pintaba bien –añadió Jaryl, señalando su pierna.

-¡Ah, esto! Tuve una... pequeña pelea de la que salí un poco malparado –explicó Kareth, sin entrar en detalles. Pese a que no parecían malas personas, prefería evitar dar más información de la necesaria.

-Tranquilo, no soy del tipo de persona al que le gusta meterse en la vida de los demás –contestó el nómada, provocando una leve sonrisa en Kareth, quien se sentía como si le hubiesen leído la mente.

-Entonces, ¿fuiste tú quien nos recogió en las tierras desérticas? Gracias por sacarnos de allí. Si no lo hubieses hecho, no sé que hubiese sido de nosotros.

-No son necesarias. Va en contra de mis principios dejar a dos personas inconscientes a su suerte.

-Aun así, gracias –insistió el guerrero, a quien Jaryl asintió en señal de que las aceptaba.

-Si quieres, ya que pareces estar mejor, puedo enseñarte el campamento –se ofreció el nómada.

-Claro. Me gustaría conoceros mejor –aceptó Kareth.

-Sígueme. De paso, te presentaré a mi compañero. Él también ayudó a traeros hasta aquí.

 

Por el camino, continuaron charlando sobre la vida y costumbres de los nómadas.

-¿De dónde obtenéis alimento? -preguntó Kareth, interesado-. No he visto cultivos ni ganado.

-Bueno, aunque a primera vista no lo parezca, hay muchas criaturas subterráneas, así como agua. Por otro lado, siempre intentamos buscar lugares en los que abunden plantas y árboles, donde recogemos frutas e incluso, si el clima de la zona nos ayuda, plantamos algunos cultivos.

-Suena a bastante trabajo –dijo Kareth.

-Por supuesto, pero sabemos repartir nuestras tareas y coordinarnos a la perfección. De esa forma, el trabajo es más fácil y nosotros, más productivos.

-¿Y tenéis a alguien que haga de líder? Ya sabes, una jerarquía.

-Hay alguien que se encarga de proponer unas normas para estar bien organizados, pero más que considerarlo un líder, es algo así como un guía. Un sabio.

-Entiendo.

-Dentro de nuestro grupo, también destacamos los cazadores.

-¿Destacamos?

-Sí, yo mismo soy un cazador. Cuando vemos una criatura que puede servirnos alimento o simplemente quiere atacarnos, nosotros somos los encargados de luchar contra ella.

-Debes de ser un gran guerrero –le halagó Kareth.

-¡¿Quieres comprobarlo?! –propuso Jaryl, con un tono que parecía esconder una sonrisa desafiante.

-Jajaja, mejor no. No estoy en mi mejor momento -rechazó Kareth.

 

Finalmente, llegaron hasta una tienda de campaña más pequeña que aquella en la que Kareth había despertado. Sin embargo, la tela de la que estaba formada era más gruesa.

-Aquí es donde está mi compañero. Espera aquí, entraré yo primero y lo llamaré para que salga –propuso Jaryl.

-De acuerdo.

 

Después de que su acompañante desapareciese, el joven guerrero decidió sentarse a esperar. Desde allí, pudo ver a Sarah, quien ayudaba a algunos de los nómadas a transportar telas y cajas a diversas tiendas o cargarlas en carros llevados por indras.

 

Tanto su cultura como su forma de vida le estaban resultando interesantes. Era un mundo diferente al que estaba acostumbrado en Yohei Gakko. Por alguna razón, puede que relacionada con la confianza que se tenían los unos a los otros, no se sentía en peligro.

 

Entonces, escuchó un fuerte ruido que hizo temblar el suelo, provocando que se levantase rápidamente e intentase buscar, confuso, el origen.

 

Parte de los nómadas corrieron a refugiarse. Por el contrario, Jaryl, quien no tardó en salir de la tienda, acompañado de su congénere, avanzó hacia Kareth con la cabeza en dirección al foco de aquel temblor.

-¡¿Qué ocurre?! -preguntó el guerrero a los nómadas.

-¡Es una criatura de los yermos! –explicó Jaryl.

-¿Una criatura de los yermos?

-¡Tenemos que luchar! -gritó poco antes de empezar a correr, seguido de su compañero, quien iba vestido con el mismo abrigo que los demás, así como de Kareth, que todavía no entendía el peligro que representaban aquellas criaturas, pero que estaba dispuesto a ayudar en lo que hiciese falta.

 

Cuando llegaron a la zona del origen, encontraron a dos nómadas acorralados por un gran monstruo que había salido desde las profanidades de la tierra, ya que parte de su cuerpo, similar al de una serpiente gigante, se hundía en la superficie.

 

Poseía una enorme mandíbula, con colmillos capaces de partir el cemento en dos sin dificultad. Y no hacía falta decir lo que podía hacer con uno de esos nómadas.

 

A Jaryl y su compañero, se unieron otros congéneres, que Kareth supuso, se trataban de cazadores, para ayudarles en la batalla.

-¡Formación de ataque! –exclamó Jaryl mientras los nueve cazadores que habían sido reunidos, sacaban de sus abrigos sendos rifles y apuntaban con ellos a la bestia.

 

“¡¿De dónde los han sacado?!”, pensó Kareth al observar sus armas.

-¡Disparad!

 

Con rapidez y coordinación, los nómadas dispararon a su objetivo, logrando llamar su atención.

 

Aquellos rifles no le habían hecho ni un rasguño, pero esa no parecía ser su intención, permitiendo a sus compañeros acorralados salir de allí y buscar refugio.

-¡Cambio de formación! –volvió a gritar Jaryl.

 

En ese instante, los demás guardaron sus armas y rodearon a la bestia, que movía la cabeza de un lado a otro enseñando los dientes, amenazante. Entonces se lanzó al ataque, dirigiéndose primero a por aquellos situados a su derecha. Por desgracia para ella, los nómadas esquivaron su acometida mientras se disponían según las órdenes de Jaryl.

-¡Cambiad vuestras armas! –exclamó, momentos antes de que cada integrante desenvainase dos espadas desde el área de la cintura.

 

Tanto por tamaño como por forma de la hoja, dichas espadas eran similares a una cimitarra. No obstante, por lo que Kareth pudo observar, la empuñadura de una de ellas llevaba un mecanismo parecido al gatillo de una pistola.

-¡Atacad!

 

Al unísono, avanzaron hacia su objetivo, el cual les atacó de frente, buscando devorar a la mayor cantidad posible de ellos.

 

En ese momento, apuntando hacia abajo con la espada que llevaba el gatillo, y apretando el mismo, lograron que la hoja del arma penetrase el suelo y alargase varias veces su longitud hasta ser impulsados hacia arriba. Entonces, una vez en el aire, volvieron a apretarlo, recogiendo la hoja y aprovechando la caída para infligir un corte vertical con ambas espadas, en esta ocasión hiriéndola.

-¡Impresionante! -exclamó Kareth.

 

Pese a ese despliegue de técnica y compenetración, la criatura consiguió mantenerse en pie. Es más, parecía estar muy enfadada.

-¡Cuidado! –gritó de nuevo Jaryl.

 

Con una velocidad mucho mayor que la que había mostrado antes, el monstruo reptó en persecución de sus atacantes, consiguiendo que algunos de ellos fuesen golpeados al intentar apartarse.

 

Se habían cambiado las tornas. Ahora eran los nómadas quienes tenían dificultades para contraatacar, esquivando a duras penas la embestida de la criatura. Algunos de los cazadores incluso habían sido heridos, obligados retirarse de la vanguardia, por lo que el grupo no tardó en ver reducido su número.

-¡Tengo que hacer algo! –exclamó Kareth, buscando su teletransportador, que, por suerte, seguía en su muñeca, y ajustándolo para hacerse con un arma. Cual fue su sorpresa al ver que no aparecía nada.

 

-¡¿Qué?! –extrañado, probó varias veces a pulsar el aparato, sin conseguir resultados- ¡¿Qué pasa?!

 

Mientras tanto, el monstruo había conseguido acorralar a uno de los cazadores, disponiéndose a devorarlo.

 

Fue Jaryl quien, impulsándose con su espada, se lanzó a su cabeza, hincando ambos filos en la piel de la mandíbula superior, y permitiendo así que su compañero escapase.

 

Por desgracia, la respuesta de la bestia no se hizo esperar, sacudiéndose para quitarse de encima al nómada, quien, en uno de esos movimientos, salió despedido y chocó contra el suelo.

 

Habiendo perdido sus espadas, que seguían clavadas en la bestia, tras la caída; Jaryl se incorporó poco a poco, tambaleándose debido al mareo producido por el golpe, indefenso y a merced de del monstruo.

-¡Mierda! –gritó Kareth, corriendo hacia uno de los nómadas heridos y cogiendo las espadas de éste-¡Te lo cojo prestado!

 

Sin detenerse, el joven recorrió la distancia que le separaba de su objetivo, sin la certeza de si llegaría a tiempo.

 

Por suerte para ellos, su intervención no fue necesaria, ya que algo que cayó del cielo, golpeó fuertemente la cabeza de la criatura, noqueándola contra el suelo y levantando una nube de arena.

 

Una vez su campo de visión se hubo aclarado, descubrió una figura humana. Estaba de pie, sobre el cadáver de la bestia, sosteniendo con una de sus manos la lanza con la que le había puesto fin.

-¡No se os puede dejar solos! ¡Jaryl! –exclamó la voz de una joven pelirroja, de porte orgulloso e imponente, vestida con una capa similar a la del nómada.

-¡Sí! –respondió el aludido, poniéndose firme.

-¡Te dejé a cargo porque esperaba más de ti!

-¡L-lo siento!

 

Pese a todo, lo que más sorprendió a Kareth no fue la conversación entre ambos, sino el tercer brazo que, como si fuese de lo más natural, se originaba en la espalda de la chica.