miércoles, 14 de noviembre de 2018

Capítulo 43: La demonio sin recuerdos


Cuando Reima abrió los ojos, se encontró con el techo de piedra de la habitación que compartía con el resto de sus compañeros. Hacía cuatro días desde que se enfrentaron para decidir al líder de grupo. Tras ello, les explicaron que los componentes de cada uno de ellos descansarían en la misma habitación, de esa manera, estrecharían sus lazos. Aunque el chico pensaba que también sería debido a que era imposible que hubiese dormitorios individuales para veinte personas.

Fuere como fuere, el caso es que allí se encontraba, sentado sobre su cama, con el torso desnudo y unos pantalones de tela gris que sujetaba con un cinturón marrón, ya que le venía ancho de cintura y piernas, sobrepasando por unos centímetros de longitud sus tobillos.

Tras un ligero bostezo, observó la habitación más detenidamente, haciendo tiempo para que su cuerpo fuese despertando. Además de la cama en la que descansaba, había dos literas. En una de ellas dormían Cain y Abel, mientras que en la otra, Álex y Lori, aunque el primero parecía haber salido. Y eso que Reima se consideraba madrugador.

Ese hombre había llamado su atención desde que le venció en la arena. Las habilidades que le mostró entonces superaban de largo las suyas. Por desgracia, no había tenido la oportunidad de pedirle otro enfrentamiento, ahora que tenía el hombro recuperado.

Por otro lado, también había que decir que, por el poco contacto que había tenido con él en esos cuatro días, se trataba de un tipo bastante amable. Pues era capaz de dejarle al espadachín la cama individual, supuestamente reservada para el líder del grupo, poniendo como excusa que le gustaban más las literas, cuando sabía bien que lo había hecho a fin de que su hombro se recuperase mejor.

Una vez en pie, el chico se puso su uniforme de trabajo y, sin hacer ruido, salió del dormitorio. Mientras bajaba las escaleras que llevaban a la puerta principal de sus aposentos, recordó la primera misión que se le había encomendado a la guardia. Al parecer, Hana y Thyra tenían la intención de viajar hacia el Ducado de Nápoles, donde todavía se permitía la esclavitud de los demonios. El duque Marinus I, estaba interesado en unirse a la iniciativa de paz, y quería saber qué ventajas se obtendrían a cambio de ello. Además de ofrecerle información al duque, la demonio y el ángel femenino tenían pensado empezar a concienciar a las gentes de Nápoles. Para todo ello, evidentemente, necesitarían estar acompañadas de los Pacificadores.

Reima no se había terminado de hacer al nombre, no como que le pareciese mal, pero le sonaba un poco extraño. Con todo ello, el uniforme era bastante cómodo, de color blanco, con adornos azules en hombros y cintura, y con un diseño parecido a la ropa que siempre había llevado. Esto último a petición suya.

Colgada de un cinto, se encontraba su espada. Recogida por el General Dante, una vez se hubo controlado el ataque de los demonios, y llevada a su habitación posteriormente. Cuando fue a darle las gracias, el hombre le aconsejó que cuidase bien de ella, pues parecía ser un objeto importante.

El chico no supo qué contestar. Si bien el arma había pertenecido a su maestro, no es como si sintiese un apego especial a ella. Se sentía seguro blandiéndola, pero pensaba que era simplemente por el tiempo que llevaba haciéndolo.

Así pues, salió al exterior, donde fue recibido por un camino de piedra que continuaba hacia el frente, rodeado de verde hierba hasta que, medio kilómetro más adelante, se introducía en la ciudad, llenándose el escenario de humanos recorriendo las calles y casas de estructura parecida.

Por lo general, Reima no solía interactuar mucho con ellos, pese a que el hechizo, o lo que fuese aquello que Thyra les lanzó el primer día, era de larga duración, y le permitía entender su idioma sin ninguna dificultad. No obstante, disfrutaba más paseando a su ritmo y sin interrupciones. De esa forma, incluso podía mantenerse alerta en caso de que ocurriese algún incidente.

El joven reparó en varias mujeres, hablando animadamente entre ellas mientras llevaban un cesto con ropa sujeto con ambas manos. Entre ellas también las había cuyo aspecto revelaba su descendencia demoníaca, aunque su número era menor comparado al de mujeres humanas.

Por lo que podía ver, se estaban integrando bastante bien. Nadie habría dicho que había problemas de discriminación. Supuso que lo que le habían dicho sobre el progreso de la relación entre humanos y demonios era verdad.

Pese a ello, notó algo diferente al toparse con un grupo de adolescentes. Debían de ser unos cinco, sin embargo había uno de ellos que no tocaba la pelota con la que jugaban. En un principio pensó que quizás no estaba jugando o que simplemente no le habían visto, pero el joven miraba impacientemente el objeto rodante e incluso levantaba la mano para pedir que se la pasaran.
Fue entonces cuando se fijó en la cola que sobresalía de su espalda. Se trataba de otro demonio.

Esta situación continuó durante un rato hasta que el joven demonio pareció rendirse y, cabizbajo, se dispuso a marcharse.

Pensando que, incluso si se trataba de una pequeña disputa entre amigos, alguien debía intervenir, Reima se dispuso a dar el primer paso. No obstante alguien se le adelantó, dando un pequeño golpe con los dedos sobre el hombro del demonio para llamar su atención y haciéndole un gesto con la cabeza para que le siguiese.
Entonces, de un salto, consiguió robarle la pelota al grupo mientras estaba en el aire.
-¡Mía! –exclamó Hana, casi resbalándose en el aterrizaje, pero logrando mantener el equilibrio. Entonces, se dio la vuelta para encararse a los cinco jóvenes, quienes la miraban estupefactos- ¡¿A que no sois capaces de quitármela?! –les retó de repente.
Tras mirarse, los jóvenes sonrieron con complicidad y corrieron detrás de ella, quien ya les llevaba unos segundos de ventaja.

Al principio, el demonio se quedó en el sitio, sin saber bien qué hacer.
-¡Tú también! ¡Intenta quitármela! –gritó Hana, mientras evitaba por los pelos que lo hiciese uno de los otros.

Todavía no muy convencido, se unió a los demás, pero, conforme pasaron los minutos, Reima percibió una sonrisa en su rostro. Se estaba divirtiendo.
-¡Jajaja! ¡Sois malísimos! –se burló Hana.
-¡Agh! ¡Es más rápida de lo que pensaba! –dijo uno de los chico, deteniéndose para recuperar el aliento. Los demás hicieron lo mismo.
-Si seguimos así no creo que lo consigamos –dijo otro.
-Yo... –empezó a decir el demonio, tímidamente- Yo tengo una idea...
Los chicos le miraron con el ceño fruncido, como preguntándose qué hacía allí. Sin embargo, tras pensarlo un rato, todos asintieron.
-¿De qué se trata?

-¡Me estoy aburriendo! –exclamó Hana, jugueteando con la pelota entre sus manos- ¡Si seguís así voy a terminar llevándomela a casa!
En ese momento, observó a los niños yendo hacia ella. Dos por un lado y dos por otro, rodeándola.
-¡Je! Así que os habéis decantado por otra táctica.
Pero, ¿qué había pasado con el quinto?

Desde ambos flancos, los jóvenes se lanzaron a por la demonio, quien les esquivó con facilidad. Creyendo haberse salido con la suya, no se percató de que el demonio se había situado detrás de ella, placándola contra el suelo. Tras esto, los demás le ayudaron a sujetarla y quitarle la pelota.
-¡Sí! ¡Lo hemos conseguido! –exclamó el grupo, levantando los brazos en señal de victoria. El demonio, un poco más alejado, sonrió, contento por haber podido ayudar.
Entonces uno de los del grupo se acercó a él, seguido de los demás, y le tendió la mano.
-¡Buen trabajo!
El demonio observó la mano del chico con  sorpresa, para, poco después chocársela.
Después de esto, los cinco se fueron para seguir jugando, sólo que esta vez, el demonio sí que recibía la pelota, quizás incluso más veces que nadie.

Por su parte, Reima se situó al lado de Hana, quien seguía tendida en el suelo, con el pelo desordenado y expresión de cansancio.
-Buen trabajo a ti también –dijo el espadachín.
-¡Jeje! –contestó ella, haciendo una señal de victoria, gesto que provocó una sensación agradable en el joven japonés.

Sentados sobre la hierba, observaron el juego de los chicos.
-Como has visto, incluso aquí, donde las relaciones entre humanos y demonios han mejorado, puedes encontrarte casos así –comentó Hana, abrazando sus piernas- Son  pequeños detalles que, a veces, pasan desapercibidos, y nos recuerdan que aún nos queda mucho por hacer.

Reima, la observó de reojo. Contrariando la expresión que había mostrado antes, ahora estaba más seria, dando lugar a una escena algo melancólica al mecerse su pelo por el viento.
-Mi maestro siempre decía “Cuando se trata de convencer a los demás, no existe el camino rápido”. Es normal que pasen estas cosas.
-Aun así, me gustaría creer que algún día desaparecerá la discriminación hacia los demonios. Si nos proponemos un objetivo más grande, será más sencillo llegar al máximo de gente posible, ¿no crees?
-Supongo...que tienes razón... –respondió Reima, mientras la demonio se levantaba-. Viendo vuestros esfuerzos, creo que podréis conseguirlo.
-Gracias.

Tras esto, echó a andar.
-Ven conmigo. Hay alguien a quien quiero presentarte.
-¿Otra eminencia como el Papa? –preguntó el espadachín, medio en broma.
-No exactamente, aunque también es amiga.
Intrigado, la siguió.

Estuvieron caminando por las calles de la ciudad durante una media hora hasta que llegaron a una pequeña casa, algo apartada de las demás. Las paredes blancas reflejaban la luz del Sol, cegándolos ligeramente, y un jardín con dos grandes árboles a cada lado los recibió en la entrada, que consistía en un arco de piedra.

Una vez en el jardín, del interior de la casa salió una mujer, por sus ropas, una criada. Dos pequeñas y puntiagudas orejas que sobresalían de entre su pelo y un cuerno recto sobre la frente, que se alzaba varios centímetros, delataban su procedencia. Situándose frente a ellos, hizo una reverencia.
-No hace falta que seas tan formal conmigo, Luna –dijo Hana.
-Es una persona importante, y como tal, así es como debo tratarla –insistió la criada-. ¿Puedo preguntar quién es el joven? No acostumbra a traer humanos aquí.
-¡Ah! Se llama Reima, es uno de los miembros de mi guardia.
-Mm... –la demonio, que iba vestida con delantal blanco, una camiseta negra y una falda del mismo color que llegaba hasta los tobillos, miró de arriba abajo al japonés, dibujándosele una sonrisa pícara-. ¿Seguro que sólo es tu guardián?
-¡Vamos, Luna! ¡No seas así! –contestó Hana, quitándole importancia, aunque al chico le pareció ver algo de rubor en sus mejillas-. ¿Qué tal está? –preguntó.
-Bien. Aunque sigue sin recordar mucho sobre su pasado, ha empezado a controlar mejor sus poderes.
-Me alegra oírlo. ¿Podemos verla? Me gustaría presentársela a Reima.
-Claro, estará encantada de recibirte –realizando otra reverencia, la criada les dio la espalda, dirigiéndoles hacia la puerta de la casa.

Una vez dentro, Reima comprobó que el interior no era nada ostentoso pese a lo que uno podría pensar, dado la presencia de una criada. Eso sí, los frutos de su trabajo podían verse en el orden y la limpieza que gobernaban las habitaciones.

De esta forma, llegaron a una densa puerta de madera que Luna golpeó levemente un par de veces.
-Ha venido la señorita Hana, junto a su joven guardián. Dice que no es su novio, pero yo creo que miente.
-¡Luna! –esta vez, Hana se alteró más que la anterior, mostrándole una sonrisa irónica a Reima, quien la miró sorprendido.
-Luna, no te metas con nuestros invitados.
-Sí, señora. A partir de ahora sólo me meteré con usted.
-Eso me gusta más. ¡No, espera! ¡Eso tampoco está bien! –exclamó la voz femenina al otro lado de la puerta, provocando la risa contenida de Luna-. Ejem...en cualquier caso, podéis pasar.

Al abrir la puerta se encontraron con una chica de pelo largo y de varios colores, algo que le daba cierta excentricidad. Sentada sobre su cama, vestía un pijama blanco y llevaba un libro abierto sobre sus piernas.
-Hola, Hana, ¿cómo estás? –preguntó.
-Muy bien –respondió la aludida mientras la abrazaba cariñosamente-, ¿y tú?
-No me puedo quejar.
-¡Oh! Por supuesto que puede... –le susurró Luna a Reima.
-¡Te he oído!
-¡Vaya, que tonta de mí! –dijo con marcado sarcasmo.
-Ah... –tras un largo suspiro, la mujer de pelo multicolor desvió la mirada hacia el espadachín- ¿Y tú eres...?
-¡Ah, sí! ¡Perdona! –se disculpó Hana- Él es Reima. Como ha dicho Luna, es uno de mis guardias.
-Encantado –dijo el chico, bajando la cabeza en señal de respeto.
-No hace falta que seas tan formal conmigo. No es como que sea alguien rica o importante. Encantada yo también, Reima. Mi nombre es Leviathan. Puedes llamarme Levi para abreviar.
-Así lo haré –aunque no dijo nada en ese momento, Reima recordaba haber leído o escuchado sobre ese nombre en alguna parte. No obstante, no le dio más importancia.
-Me ha dicho Luna que sigues sin recuperar tus recuerdos.
-Sí. Por ahora, lo mismo de siempre. Sueños en los que me enfrento a un ser monstruoso junto con otros de mi especie. Por alguna razón, termino sintiéndome nostálgica y triste a la vez. Últimamente también he tenido otro en el que mueren dos personas. Sus caras están borrosas pero siento un profundo dolor cada vez que pasa.
-Hay veces que despierta gritando y tengo que entrar en su habitación para calmarla –añadió Luna, su tono era más serio comparado con el de antes.
-Debe de ser muy duro –dijo Hana, apenada-. Si puedo hacer algo para ayudarte...
-Tranquila. Es algo a lo que debo enfrentarme yo sola. Además, tengo a Luna. Ella siempre está a mi lado. A veces temo por su salud.
-Yo también. Un día va a matarme –declaró la criada, cruzándose de brazos.
-Más importante –continuó Levi- Tienes que contarme cómo van las cosas con vuestro plan.
-¡Ah, sí! Eh, ¿podemos sentarnos en algún sitio? –preguntó Hana.
-Claro. Luna, ¿podrías traer dos sillas y algo de comer para nuestros invitados?
-Como gustéis, señora.
-Yo te ayudo –se ofreció Reima.
-No, no. De eso nada –interrumpió la criada- Eres nuestro invitado, así que quédate quietecito y espera a que yo traiga las cosas.
Y, acto seguido, salió de la habitación, escuchándose sus pasos alejarse por el pasillo.

-El duque Marinus I, ¿eh? –dijo Levi- Durante mi viaje hacia aquí escuché sobe él. Dicen que se trata de una persona caprichosa y egocéntrica. Tened cuidado.
-Lo tendré en cuenta –respondió Hana.
-Aunque, probablemente, deberías tener más cuidado con el caso de los demonios que atacaron a tu guardia.
-¿Te refieres a Behemoth?
-¿Has hablado con él?
-No sé ni si quiero hacerlo –contestó Hana, resoplando.
-Quizás le esté dando demasiadas vueltas pero...no creo que la idea de atacar a tu guardia fuese cosa suya.
-¿Quiere decir que alguien les instigó a hacerlo? –interrumpió Reima.
-Puedo creerme que Behemoth haga algo así por su cuenta, ¿qué te hace pensar que no es así? –preguntó Hana.
-Sólo me estoy basando en una intuición, pero tengo la sensación de que ya he visto algo parecido antes. Unos manipulando a otros para hacer las cosas a su conveniencia, aprovechándose de sus sentimientos... –la expresión de Levi se volvió triste durante un momento-. Por eso creo que deberías hablar con él. Siendo tú, quizás puedas sonsacarle información que los soldados no.
-Mm... –la joven demonio volvió a mostrar rechazo hacia la idea, sin embargo, y tras pensarlo detenidamente, asintió-. Aunque no estoy segura de que vaya a funcionar...
-Podría ir con su novio –propuso Luna, repartiendo una taza con algo para beber a cada uno de los presentes-. La ira tiende a sacar aquello que guardamos en lo más profundo de nosotros. Ya sabe a lo que me refiero...
-¡¿Huh?! ¡Espera! ¡¿Estás insinuando que Behemoth siente algo por mí?! –se sorprendió Hana, quien ya había aprendido a ignorar el que tratase de emparejarla con Reima.
-¡Claro que sí! Me extraña que no se haya dado cuenta antes –continuó Luna.
-Pensaba que únicamente se trataba de un sentimiento de admiración.
-A veces van de la mano.
-No sé, no sé.
-Usted decide, yo sólo le estoy aconsejando.
-Tus consejos dan miedo, Luna –dejó caer Levi.
-Aguafiestas... –murmuró la criada.
-¡Ugh! ¡Cállate! –se quejó Levi.

La conversación continuó sin mayores contratiempos, desviándose a otros temas. Finalmente, Hana la dio por terminada y decidió que ya era hora que ella y el espadachín se marchasen.
-Si voy a tener que hablar con Behemoth, antes tendré que mentalizarme bien.
-¿Hasta que punto le odia? –preguntó Luna, frunciendo el ceño.
-No es que le odie, pero es un pesado, hasta el punto de considerarse un acosador.

Siguiendo a la gobernanta, el joven japonés se levantó de su silla y se dispuso a salir del dormitorio.
-Espera, Reima –le detuvo Levi-. ¿Te importa si hablo un momento a solas contigo?
El chico se giró hacia Hana.
-No tienes por qué pedirme permiso –rió la demonio-. Te espero fuera.
Asintiendo, volvió a sentarse mientras Luna y Hana cerraban la puerta tras de sí.

-¿De qué quiere hablar, Levi?
-Tutéame, hazme el favor. Me siento rara si no lo haces –dijo afablemente la demonio-. ¿Puedo hacerte una pregunta algo personal?
-Sí... supongo.
-¿Por qué decidiste unirte a Los Pacificadores? Contéstame con sinceridad.
Aquella pregunta le pilló desprevenido, cuestionándose también por qué querría ella saber algo así. No obstante, decidió meditar la contestación, llevándole varios segundos el hacerlo.
-La verdad es que... no lo sé –dijo Reima, sintiendo de repente que hasta ese momento no lo había pensado en serio-. Creo que simplemente pensé que tenía que... hacer algo. Y cuando me lo ofrecieron, acepté. Quisiera pensar que fue porque quería ayudar o incluso por el dinero pero, la verdad es que no lo sé.
-Me lo imaginaba –extrañado, se fijó en que Levi ya esperaba una respuesta así-. Dime, ¿había alguien en tu vida a quien estuvieses muy apegado? Alguien a quien respetases más que a ti mismo.
-Mi maestro...
-Pero él murió, ¿no es así?
Reima se limitó a asentir.
-No es de extrañar entonces que no comprendas por qué elegiste venir aquí. Has perdido tu objetivo, y ahora simplemente vas dando tumbos por la vida buscando algo por lo que vivir o por lo que morir.
-¿Por qué me dices esto? –preguntó, sintiéndose algo molesto.
-Porque tienes la misma mirada que yo cuando perdí mis recuerdos. No saber quién eres es como perder de vista tu objetivo, ¿sabes? Caminas buscando algo que no conoces, sin estar segura de si algún día lo encontrarás, hasta que llegas a un punto en el que incluso prefieres la muerte a vivir de esa manera. Lo que quiero decirte con esto, es que no sigas por esa senda o acabarás muerto. En mi caso, tuve suerte. Encontré un objetivo y, lo más importante, alguien que sigue ayudándome en mi camino para conseguirlo.
-¿Te refieres a Luna?
-A esa chica la salvé cuando todavía era una niña. Sólo fue un acto de caridad. Nada importante desde mi punto de vista. Sin embargo, para ella significó todo. Hasta el punto de que hoy en día todavía sigue cuidando de mí. Sin pedir nada a cambio, sólo porque así lo desea. Es realmente increíble –dijo, sonriendo con ternura, como recordando una gran experiencia-. No te rindas, Reima. No busques morir en el campo de batalla, porque algún día encontrarás algo por lo que quieras vivir. No te dejes morir. Ese es el consejo que quería darte.

Intentó decir algo en contestación, pero le fallaron las palabras. Por ello, únicamente asintió y se marchó.

Una vez en el jardín, Hana y él se dispusieron a despedirse de Luna. Reima se quedó durante un momento plantado, mirando fijamente a la criada.
-¿Huh? ¿Qué te pasa? –preguntó ella- No me digas que ya te has cansado de Hana y ahora quieres ir a por mí.
No contestó. Se mantuvo en silencio, ante el desconcierto de la mirada de las dos.
-¿Crees que sois felices? –de repente, Reima rompió el silencio, dirigiéndose a Luna.
-¿Quiénes?
-Tú y Levi.
En un principio la demonio se dispuso a hacer una broma sobre ello pero, al ver la expresión seria del joven, decidió dejarlo para otro día.
-No sabría decirte. Para mí, la felicidad es algo muy complejo. Pero estamos bien. Por ahora, eso me basta.

De vuelta, Hana observó al chico japonés con preocupación.
-¿De qué habéis estado hablando Levi y tú? Si hay algo que te preocupe con respecto a lo que te haya dicho, puedes contármelo.
-No...es sólo que, me he dado cuenta de que aún hay muchas cosas que no comprendo. Mi maestro era lo único que tenía. Mis conocimientos, mi vida, todo giraba en torno a él. Pero, cuando murió... y cuando vengué su muerte... lo único en lo que pensé fue en seguir blandiendo la espada. Creí que así volvería a sentir algo...
-Si necesitas a alguien que te muestre el camino, cuenta conmigo. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte.
-Gracias, Hana.
La voz tan sincera con la que pronunció aquellas palabras pillaron desprevenida a la demonio, quien desvió la mirada.
-N-no hay de qué... –respondió apuradamente, con una mano en el pecho y la cara sonrojada.

-¿De qué han estado hablando? –preguntó Luna a Levi- Ese chico me ha hecho una pregunta muy rara.
-¿Qué opinas de él, Luna?
-Mm. Parece una buena persona, pero me da la sensación de que se siente un poco... ¿perdido sería la palabra?
Levi cerró el libro y se levantó de la cama.
-¿Eh? –se extrañó la criada, al verla sonreír.
-Tengo la impresión de que, tarde o temprano, eso cambiará...

viernes, 13 de julio de 2018

Investigation II (+18)

-Aquí es –indicó Chris, mirando la hoja donde el joven Adam había escrito la dirección. El sitio parecía un edificio residencial de seis plantas, un poco desgastado, probablemente ideado para personas con bajos recursos económicos. De hecho, ambos ya habían estado allí por ciertos rumores sobre trapicheos con drogas.

La mujer desvió la mirada hacia su compañero, quien se encontraba pensativo. Con la mirada en la acera y su mano derecha sobre la barbilla.
-¿Sigues dándole vueltas a lo de esa chica? Leenah se suicidó después de matar a su familia y compañeros de clase. El hecho de que se llame igual que ella es mera coincidencia.
-Lo sé, pero, no sé, tuve una extraña sensación, ¿sabes? Como si ya la hubiese visto antes...
-No le des más vueltas y sigamos a lo nuestro.
-Sí, será lo mejor –asintiendo, el inspector reemprendió su camino, seguido de cerca por Chris.

El piso que buscaban era el nº 3 de la quinta planta. No había ascensor, por lo que tuvieron que subir por las escaleras.
-Que todavía existan edificios sin ascensor... ¿es que quieren matar a sus visitantes? –se quejó Harris.
-La gente que vive aquí no tiene mucho dinero. Supongo que prefieren ejercitar un poco las piernas en lugar de pagar más por un ascensor. Además, no creo que esto te venga mal. Últimamente estás engordando.
-¡Oh, venga! ¡¿Hablas en serio?!
-Desayunar bollería industrial no es lo más indicado para mantener la línea.
-¡No como tanta!
­-Díselo a tu barriga.
-¡Calla!

Finalmente, llegaron hasta el piso que buscaban. Frente a ellos, se encontraba una puerta de madera maciza con múltiples ralladuras y, justo encima, una placa de hierro oxidado que formaba el número tres.

Harris pegó la oreja a la entrada, acostumbrado como estaba a entrar en pisos cuyos inquilinos no le recibían agradablemente. Tras asegurarse de no escuchar nada extraño, dio un par de golpes con los nudillos.

Pasó como medio minuto sin que hubiese respuesta alguna.
-¿Crees que habrá salido? –preguntó su compañera, a lo que el hombre respondió golpeando la puerta de nuevo, esta vez, un poco más fuerte.

Posteriormente, se oyeron pasos rápidos acercándose, seguidos de un tenue chirrido metálico correspondiente al mecanismo de la mirilla. Pocos segundos después, alguien abrió, dejando una rendija de varios centímetros, debido a que el pestillo estaba echado.
-¿Qu-quien... es? –preguntó tímidamente una voz pausada y de tono bajo.
-Venimos de parte de Adam. Estamos interesados en saber más sobre los templos que había en esta ciudad durante el siglo XIX. Aquellos relacionados con la adoración a Kral. Él nos dijo que tú nos darías más información sobre dónde se ubicaban.

La persona al otro lado se mantuvo en silencio durante un rato. Luego cerró la puerta, quitó el pestillo y les abrió. Se trataba de un hombre de unos treinta o treinta y pocos, barba de varios días, pelo cano y hasta el cuello, desordenado, con expresión triste y poco cuidado en su higiene personal. Además, vestía una especie de bata de laboratorio y unas zapatillas de andar por casa. Sin embargo, eso no fue lo que sorprendió a Harris.
-¿Bryan? –dijo, de repente, provocando que su compañera frunciese el ceño, como si acabase de escuchar la mayor tontería de su vida-. ¿Cómo es posible? Tú... moriste...
-No... no sé... de lo que... me habla –se asustó el hombre, dando un paso hacia atrás que le hizo tropezarse y caer al suelo.
-Harris, ¿qué estás diciendo? –preguntó Chris, poniendo una mano sobre el hombro del inspector.
-Él... él es Bryan. Es mi hijo.
--¿De qué estás hablando? –Chris observó el rostro del susodicho, quien había gateado hasta refugiarse detrás de una mesa- Harris, mírale bien, él no es Bryan. Ni siquiera se le parece.
-No... es él. ¡Sé que es él! ¡¿Cómo es posible?! ¡Dime, ¿cómo es que sigues vivo?! –al mismo tiempo que le interrogaba, se acercó rápidamente a él, a lo que el hombre respondió emitiendo un grito de desesperación y desplazándose de nuevo, esta vez detrás de un sofá.
-¡Harris! ¡Cálmate! ¡Le estás asustando! ¡Y si queremos información, así no la vamos a conseguir!
-¡Pero...!
-¡Harris! ¡Por favor!
El hombre se quedó en silencio.
-Te prometo que también resolveremos esto –prosiguió Chris, con voz más relajada-, pero, por ahora, centrémonos en encontrar la ubicación del resto de templos.

Tras un tiempo, Harris asintió, respirando hondo y dejando que la mujer se encargase de hablar.
-Dime, ¿cómo te llamas?
Al principio, el interrogado escondió la cabeza detrás del mueble, pero, al percatarse de que no le estaban presionando, se atrevió a ponerse en pie. Pese a ello, era incapaz de mirar a Chris a los ojos.
-M-m-me lla-llamo... Bryan... p-pero... n-n-no t-t-tengo... p-pa-padres... yo...
-Tranquilo, Bryan. Mi compañero lo ha pasado mal durante estos últimos diez años. Perdona que te haya asustado.
-N-no... p-pa-pasa... –comenzó a decir, aceptando las disculpas, pero sin ser capaz de acabar la frase.
-Verás. Como hemos dicho antes, estamos buscando la ubicación de unos templos que fueron quemados hace muchos años. En ellos se adoraba a un demonio denominado Kral. Adam nos dijo que quizás tú pudieses ayudarnos.
Cabizbajo, el hombre jugueteó con los dedos de sus manos. De repente, respondió.
-S-sí-sígue-sígueme...
Acto seguido, se encaminó, a paso ligero, hacia una puerta situada en el lado contrario de aquella por la que habían accedido al piso.

Los tres llegaron a un dormitorio bastante desordenado, con montones de folios dispersos por el suelo y sobre un pequeño escritorio; una estantería llena de libros, algunos de ellos medio rotos o sin cubierta; y varios bolígrafos, lápices de colores y rotuladores esparcidos sin ningún tipo de control, algunos de ellos sin capucha, dejando pequeñas manchas sobre papeles y suelo.

No obstante, lo que más sorprendió a los oficiales no fue aquel desastre. Sobre una de las paredes de aquella habitación, con un trazo realizado con pintura negra, se hallaba dibujada una chica. Llevaba un vestido negro y una melena del mismo color, la cual cubría su rostro. La tonalidad de sus brazos era de un extraño color verdoso y tanto éstos como sus piernas se doblaban de forma anormal.

Ni Harris ni Chris dijeron nada al respecto, pese a que supusieron a qué hacía referencia aquel dibujo. Por su parte, Bryan inspeccionó los montones de folios que había en el suelo hasta dar con lo que parecía un mapa de la ciudad. En él se podían observar algunas marcas y anotaciones.

Tras cogerlo, se dirigió hacia el escritorio y llamó la atención de sus acompañantes. Entonces, señaló cuatro círculos, todos ellos rodeando un área concreta. Dichos círculos estaban conectados por una línea que, a su vez, también se conectaba con el templo que ya conocían, dibujándose así un polígono.
-¿Qué significa esto? –preguntó Chris.
-¿No lo recuerdas? Ya lo vimos una vez, hace diez años. Es el símbolo que llevaban tatuado los sectarios a los que capturamos.
-¿Y por qué está dibujado en este mapa? –volvió a preguntar la mujer.
-C-ca-cada... área... ha-ha-hay un t-t-tem-templo...
-¿Dices que en las zonas rodeadas por los círculos hay un templo?
-C-c-cre-creo. E-estas d-d-dos s-se sa-sa-sabían... –dijo, señalando los dos círculos más alejados del único templo activo.
-A ver si lo he entendido bien... Los templos se construyeron siguiendo el símbolo de la secta, y la ubicación de cada uno de ellos se cree que corresponde a los vértices del polígono. Por desgracia, no es seguro que así sea, por lo que los círculos definen el área en la que deben de estar. Las dos áreas que nos has señalado ya se conocían anteriormente, sin embargo, las otras dos restantes son suposiciones tuyas siguiendo el trazado del símbolo. ¿Voy bien encaminado? –explicó Harris.
Bryan asintió nerviosamente. Una sonrisa se dibujó en su rostro, como si acabase de obtener un gran logro.
-Ya veo, entonces nuestro objetivo está claro. Tenemos que ir a estos dos –el inspector señaló los dos vértices indicados anteriormente por Bryan-. El que se conociese antes la zona en la que están quizás signifique que se les ha dado mayor importancia.
-No pretenderás que vayamos solos –dijo Chris.
-No nos queda más remedio. Actualmente estamos suspendidos. Además, incluso si no lo estuviésemos, tendríamos que convencer a los de arriba de nuestras sospechas. Y eso nos va a llevar tiempo, si es que, para empezar, lo conseguimos.
-Dirás tus sospechas...
-Chris. Tú misma lo estás viendo. Es mucha coincidencia que se llame como mi hijo y esté relacionado con aquello por lo que el murió. Y ese color de pelo... esa chica, Leenah, y Adam... lo tienen del mismo color. Por no hablar de lo sucedido con Roger. Están pasando demasiadas cosas extrañas y quiero llegar de una vez al fondo de todo este asunto. De lo que está ocurriendo ahora y de lo que ocurrió hace diez años. Quién sabe lo que podría pasar si no lo hacemos...

Su compañera le observó si saber qué decir. Ella también sospechaba que algo raro estaba pasando, pero le estaba pidiendo meterse en la boca del lobo. Introducirse en un lugar desconocido donde podía haber más de esos asesinos sectarios escondidos.
-Si no me acompañas, lo entenderé. No voy a exponerte a este peligro –dijo Harris, leyendo sus pensamientos- No obstante, yo voy a hacerlo... es lo único que me queda...
-Tengo un mal presentimiento...
-Entonces, lo mejor es que te mantengas al margen –dijo el inspector al ver su expresión-. Me llevo esto, Bryan –acto seguido, y pese al nerviosismo de su dueño, cogió el mapa y se marcho de allí.

Así pues, siguiendo las indicaciones en el papel, Harris se plantó frente a un edificio abandonado de unos dos pisos aproximadamente. Se encontraba ligeramente apartado de los demás, rodeados, tanto éste como el descampado a su alrededor, por una valla metálica sobre la que podía observarse un cartel que indicaba la casi inminente realización de obras.

Desde el punto de vista del hombre, aquello decía “sospechoso” a gritos. No obstante, era de esperar, teniendo en cuenta que, si hubiese sido en un lugar habitado, habría resultado mucho más difícil esconderlo.

Tras mirar la fachada del edificio de arriba abajo, saltó la valla como mejor pudo y se adentró en él por la puerta principal, algo que resultó mucho más fácil, ya que carecía de puerta.

Llevaba una pistola encima. En la práctica, le habían quitado la que él utilizaba como policía, sin embargo, siempre guardaba una en su casa, la cual había llevado escondida durante todo el trayecto.

Ya dentro, buscó algo que le pudiese guiar hacia un sótano o zona subterránea. Ni se había molestado en plantearse la idea de que pudiese haber algo relacionado con el templo en el segundo piso. Las losas que cubrían el suelo estaban medio rotas, así como los azulejos de las paredes y los cristales de las ventanas. Tampoco había rastro de muebles, al menos en la primera sala a la que entró, quizás utilizada anteriormente para recibir a los visitantes.

Continuando con su investigación, pistola en mano, se adentró en un pasillo situado a la izquierda. Éste giraba a la derecha hacia otro más largo donde, a uno de los laterales, podían observarse varias habitaciones, tan vacías como la primera, y una puerta en el extremo, la única que había visto en lo que llevaba de recorrido.

Tomándoselo como una señal, avanzó hasta ella, vigilando a cada lado y a su espalda, pendiente de cualquier peligro. Entonces, posó su mano sobre el pomo y contó hasta tres, abriendo de golpe y apuntando con su arma al frente.

Por desgracia, sus expectativas se vieron reducidas cuando descubrió otra sala vacía. Lo único que la diferenciaba de las demás era su menor tamaño y su forma totalmente cuadrada. Pese a que la inspeccionó detenidamente, no encontró nada destacable. Por ello, se dispuso a dar media vuelta y buscar por otro lado.

Fue al girarse cuando escuchó un extraño sonido procedente de una de las habitaciones que había visto antes. Con la pistola al frente, camino a rápido pero silencioso hacia la más cercana. Entonces, irrumpió en ella, encontrándosela tan vacía como la primera vez.
Al volver atrás, se dio de bruces contra un encapuchado, quien le noqueó, dando lugar a la oscuridad absoluta.

“¿Qué ha pasado?”, pensó Harris mientras seguía sin ver nada pese a haber recuperado la consciencia. “Estaba en aquella habitación y entonces... Maldita sea. He sido descuidado.”
-Puedes quitarle la venda –dijo una voz que ya había escuchado antes.

Al recuperar la vista, lo primero que se encontró fue una sala, en apariencia bastante grande, similar a la que había en la planta baja del templo de las afueras, incluido el altar de mármol blanco, sólo que en este caso no existía segundo piso.
Sus manos y sus pies estaban atados, y a pocos metros frente a él, situado a un lado del altar, se encontraba Adam, el chico que les había dado la ubicación de Bryan.

Éste no estaba sólo, dos encapuchados, quienes le sacaban un par de cabezas al chico, también participaban. Uno de ellos también se encontraba junto al altar, mientras que el otro se mantenía cerca del inspector, vigilando que no hiciese ningún movimiento extraño pese a sus dificultades para ello. Además, también había una chica acostada encima del mármol blanco, durmiendo plácidamente. Se trataba de Leenah.
-Bienvenido, señor Shepherd, aunque sé bien que ése no es su verdadero apellido, inspector. ¿No ha venido su secuaz con usted?
-Le he dado el día libre.
-¿En serio? Pues ha tenido suerte...
-¡¿Qué es lo que pretendes?!
-Cumplir con sus deseos, inspector.
-¡¿Sus deseos?! ¡¿Te refieres al Kral?!
-Mejor... Permítame que le ilustre.

En ese momento, Harris empezó a sentirse mareado, el mundo a su alrededor se volvió borroso y, cuando quiso darse cuenta, se encontraba en la misma sala, rodeado de gente encapuchada, dispuesta en varias filas y arrodillada frente al altar, junto al que se encontraban una mujer y una joven, la primera con los brazos alzados, hablándole al resto.
-¡Hoy es un gran día, hermanos! ¡Pues mi querida hija, Janeth, ha cumplido la edad necesaria para emprender “el proceso de unión”!
-¡Oh! –aclamaron todos, algunos abrazándose a sí mismos y llorando.
-¡Los preparativos están casi terminados! ¡Mañana, la boca de mi pequeña será cosida, y su cuerpo atado y encerrado en este altar hasta que su alma sea una sola con Kral, dando lugar al nacimiento del ser que traerá la destrucción a este mundo!
-¡Alabado sea! –gritaron todos.
-¡Todos los sacrificios que hemos realizado! ¡Todo por lo que hemos luchado! ¡Por fin se cumplirá! ¡Ahora, volved a casa, descansad, y bañaos en sangre! ¡Pues sólo aquellos que lo hagan podrán presenciar el proceso!

Mi madre perdió a mi padre durante la guerra”. Harris escuchó una voz en su cabeza. Parecía la de una chica joven.

Después de aquello, su rencor y sus ansias de venganza la llevaron a unirse a la secta. No le importaba nada ni nadie más. Ni siquiera su propia hija. Lo único que hacía era aferrarse a la idea de que el demonio se lo llevaría todo por delante.

La fe que demostró fue admirable, y llegó a ganarse el respeto de los sectarios, ascendiendo posiciones. Finalmente, llegó a ofrecerme a mí para unir mi alma con la del demonio.

Yo sabía que lo que hacíamos estaba mal, pero quería hacerla feliz.

Mientras le contaba aquella historia, ante él aparecieron la mujer y su hija en una habitación, a solas.
-¡Bien hecho, hija mía! ¡Con esto, por fin se cumplirá nuestro deseo y todos pagarán por lo que le hicieron a tu padre! –exclamó a la vez que la abrazaba. Su expresión era eufórica, dejando entrever matices de locura.
-Sí, mamá... –Janeth le devolvió el abrazo, sin embargo su expresión era todo lo contrario. Como si guardara en su interior una pesada carga que estaba a punto de alcanzar su límite.

Más de una vez pensé en quitarme la vida. Pero no pude hacerlo. Sentía que si lo hacía, estaría huyendo. Por desgracia, tampoco tenía el valor para detenerla.

De nuevo, volvió a encontrarse rodeado de gente. Esta vez, dos personas ayudaban a la madre de Janeth a atar a su hija mediante alambres de pinchos. Uno alrededor de ambas muñecas, otro alrededor de ambos tobillos, y un tercero que giraba en torno a todo su cuerpo, siguiendo una espiral. Además, llevaba la boca cosida, mostrando una expresión de desesperación y dejando escapar lágrimas de dolor. Tanto a partir de sus labios como de sus extremidades caían gotas de sangre.

Entre los dos sectarios la cogieron mientras su madre destapaba el altar, dejando ver un hueco en su interior. Allí la depositaron y volvió a poner la tapa.

En ese momento, sentí odio hacia ellos, hacia mi madre, por haberme hecho algo así. Sin embargo, sabía que en parte era culpa mía.

-¡Hermanos! ¡Pronto se cumplirá nuestro objetivo! ¡Pronto llegará el final! ¡Dejemos que la unión se produzca!
El inspector se fijo en que había numerosas velas dispuestas por toda la sala, además de un barreño lleno de sangre situado cerca del altar.
-¡Verted la sangre! –exclamó la mujer mientras los dos ayudante dejaban caer el líquido sobre el mármol blanco, tiñéndolo de color carmesí.

Me dejaron ahí sola durante días. Sin comida. Sin bebida. Mientras perdía sangre poco a poco y era expuesta a infecciones a través de mis heridas.

Durante ese tiempo, escuché una voz. Era grave y maliciosa, pero, por algún motivo, calmó mi desesperación. Fue entonces cuando lo vi, delante de mí y, a la vez, sólo en mi imaginación. Era el demonio.

Me dio las gracias. Había conseguido saciar su hambre y ahora quería cumplir con su parte del trato. Cumplir con mi deseo.
-¿Tu deseo? –preguntó Harris, sin tener claro si ella podía escucharle a él- ¿Y cual era tu deseo?
No lo sé. Pues una parte de mí quería hacer feliz a mi madre, pero otra quería acabar con todo.
-Entonces, ¿tenías dos deseos?
Así es.
-¿Y cuál se cumplió?
Escuché una voz fuera del altar. Pensé que era parte de mi locura, o, simplemente, sonidos del más allá, en el que creía encontrarme. No obstante, seguía viva. Aunque, quizás  no fuese la palabra adecuada.

Esta vez, vio cómo un grupo de personas con antorchas en las manos avanzó por el templo de forma apresurada.
-Debemos quemar este sitio antes de que sigan cometiendo atrocidades. Dios santo, mirad, está todo lleno de sangre.
-Parece que es de hace varios días.
-No os entretengáis y esparcid el fuego de una vez.
Entonces, algo golpeó la tapa del altar, provocando que ésta saliese volando hasta romperse en pedazos contra el suelo. Esto alteró a los presentes, quienes se giraron, poniendo la antorcha por delante.

Acto seguido, del interior del altar aparecieron brazos cuya piel se hallaba descompuesta, seguidos por una cabeza de larga melena negra que conjuntaba con un vestido del mismo color, el cual había vestido Janeth antes de ser depositada dentro. Un grito de horror se produjo en el grupo cuando el resto del cuerpo hizo acto de presencia, pues el ente que tenían ante ellos se movía a cuatro patas, con las articulaciones dobladas de forma anormal y la cadera girada 180º con respecto al torso. Asimismo, las manos estaban vueltas hacia la cabeza y apoyaba en el suelo la parte de atrás de las rodillas.

Antes de que pudiesen pedir ayuda, el monstruo aceleró el paso y fue cortando sus cabezas una por una, desgarrando la musculatura de sus cuellos mientra las sangre brotaba de sus arterias como una fuente de agua.

En poco tiempo, ya no quedaba nadie vivo. Tan sólo ese ser, engendrado por la unión de la chica con el demonio. Al mismo tiempo, las antorchas cayeron a tierra y prendieron la madera que constituía buena parte del templo. Entre el fuego y el calor, Janeth agarró una de las antorchas.

Mi cuerpo se movió solo. No quería dejar que esa gente quemase el templo al que mi madre se había aferrado. E, irónicamente, fue por mi culpa que acabase devorado por las llamas. Supongo que eso también formaba parte de mi otro deseo.

Su madre entró en el templo y observó horrorizada cómo el fuego se extendía por toda la construcción. Acto seguido, sus ojos se posaron sobre su hija, pero no se mostró para nada asustada, sino más bien al contrario. Su expresión rebosaba júbilo.
-¡Alabado sea! ¡La unión se ha completado! ¡Kral está con nosotros! ¡No! ¡Ahora ése no es tu nombre, ¿verdad?! ¡Ahora eres KoRrAL! ¡El nacimiento a partir del pecado y la carne!

El monstruo se acercó lentamente a ella. A pocos pasos de la mujer, alargó la mano que no sostenía la antorcha y acarició sus mejillas suavemente mientras lágrimas caían desde sus ojos.
-Ahora, por favor, deja que se haga tu voluntad –continuó la mujer-. Acaba con este mundo cruel.

Sin embargo, contrariando sus expectativas, el ser se acercó la antorcha a sí mismo y ardió casi instantáneamente. No hubo gritos de dolor.
-¡No! ¡¿Qué estás haciendo?! –exclamó la madre, buscando algo con lo que sofocar las llamas.
Fue entonces cuando KoRrAL la acogió entre sus brazos. Un tierno abrazo a la vez que mortal, pues el fuego también envolvió a la mujer.

No intentó huir y, pese al sufrimiento por las quemaduras, una extraña y pacífica sonrisa se dibujó en su rostro.

Finalmente el templo fue consumido, al igual que, poco después, le ocurriría a los demás.
Creo que mi deseo de acabar con toda aquella locura fue más fuerte, pero, por desgracia, no significó el fin.

Mi intención de destruir el mundo continuó en manos del demonio, quien no dudó en aprovecharse de los restos de la secta para realizarlo. Por suerte, la primera vez conseguisteis detenerle.
-¿Detenerle? ¿Cómo?
Para traer al demonio se necesitaron sacrificios y una persona con la que unir su alma. Para traer a la unión entre mi alma y la suya, KoRrAL, se requiere un proceso similar, sólo que la persona que contenga a dicha entidad debe ser alguien que haya muerto con la mayor cantidad de sentimientos negativos posibles dentro de su mente. Es decir, alguien que se haya suicidado. Una vez haya ocurrido esto, dicha persona volverá a la vida para ser el último sacrificio ofrecido en uno de los altares del templo.
-Eso significa que mi hijo...
Él iba a ser utilizado como último sacrificio, sin embargo, detuvisteis el proceso antes de que se hiciesen los suficientes. Ahora, se ha completado. Tan sólo queda matar a Leenah encima del altar.
-¿Por qué me cuentas todo esto? ¿No se supone que formas parte de él?
No quiero que cumpla ese deseo. Tengo parte de culpa en su nacimiento, y quiero enmendar mi error. Por desgracia, ahora mismo es él quien domina. Necesito más tiempo para cambiar las tornas y hacer que desaparezcamos por completo. No debes dejar que la secta consiga su objetivo...
La voz de la joven fue atenuándose cada vez más hasta que desapareció por completo, dejando al hombre un poco desconcertado. Sin embargo, no tardó en saber a qué se debía, ya que, tras una breve oscuridad, volvió a tener delante de él a Adam y la imagen del templo.

-Veo que ya has vuelto de tu viaje, ¿qué te ha parecido? –preguntó el joven de pelo cano con una sonrisa de superioridad.
-Bastante... revelador... –contestó el inspector, todavía un poco mareado por la experiencia-. Pero, ¿cómo...?
-¿...he hecho eso? –Adam se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño frasco de plástico. Dentro había un líquido transparente- Es un tipo de droga. Tarda un poco en hacer efecto pero causa un estado de trance a aquellos a los que se les inyecta. Ella me dijo que quería hablar contigo, así que te lo administramos antes de que despertases.
-¿Ella te lo dijo?
-Tengo la “habilidad” de hablar con KoRrAL. Es lo que me ha permitido ascender a lo más alto en los restos de la secta. Gracias a ello he comprendido su gracia y su poder, siguiendo sus órdenes como su humilde siervo, sin hacer preguntas. Y ahora, me dispongo a realizar su última tarea –dijo mientras el sectario que tenía más cerca le entregaba un puñal-. Mataré a Leenah y haré lo que mis antecesores no pudieron.
-¡No! –exclamó Harris mientras el joven agarraba con ambas manos la empuñadura y se disponía a hundirla en el pecho de la chica.
-¡Alto! –gritó otra voz situada detrás de él. Se trataba de Chris, quien apuntaba con una pistola a la espalda de Adam, haciendo que girase la cabeza lentamente.
-¡¿Chris?! –preguntó el inspector, sorprendido-. ¡¿Qué haces aquí?!
-¡¿Tú qué crees?! ¡Salvarte el culo, imbécil!
-¡Pero, ¿cómo has encontrado este sitio?!
-Le pedí a Bryan que me llevase hasta aquí. Te sorprendería lo participativo que puede ser si lo tratas amablemente.
-Tsk, ese imbécil –murmuró Adam-. No pensé que tuviese el valor de salir de su “cueva”. Mucho menos para guiarla a esa mujer.
-¡Deja de cuchichear y suelta el arma!
-Jaja... Lo siento, pero ahora que estoy a un paso de conseguir mi objetivo. ¡No voy a permitir que me lo impidas! –dicho esto, hizo descender su arma, no obstante, el disparo de Chris fue más rápido y certero, penetrando en su hombro derecho, de manera que soltase el puñal y acabase en el suelo.

Entonces, el sectario situado al lado de Harris sacó otra pistola, aquella que había pertenecido al inspector, y apuntó a la mujer.
-¡Cuidado! –gritó el hombre, rodando por el suelo hasta chocar contra una de las piernas del sectario, logrando que este perdiese el equilibrio y cayese al suelo.

Mientras tanto, su compañero agarró el puñal e intentó penetrar el corazón de Leenah, recibiendo, por parte de Chris, un disparo cercano a su posición, lo que le obligó a refugiarse detrás del altar.
Al mismo tiempo, la mujer avanzó hacia el que estaba junto a Harris, propinándole una patada en la cabeza y desatando a su compañero.
-¡No sé cuántas te debo ya! –agradeció el inspector mientras corría hacia el sectario en posesión del puñal, lanzándose sobre él y logrando que éste acabase otra vez en el suelo.

Por su parte, el sectario de la pistola incorporó la parte superior de su cuerpo y levantó el arma hacia Chris, quien le disparó a la cabeza sin andarse con rodeos. Por desgracia, antes de eso, recibió un balazo en el vientre, dejándola incapacitada.

Mientras Harris forcejeaba con su adversario, Adam recogió el arma blanca y se levantó, utilizando el altar como apoyo.
-Se... acabó, inspector.
-¡Mierda!
Sacando fuerzas de donde pudo, Harris empujó a un lado al sectario y se lanzó a por Leenah apartándola en el último momento y recibiendo él una puñalada en la espalda.
-¡Agh! –gritó de dolor a la vez que Adam, preso de la ira, se disponía a apuñalarle por segunda vez.

Lo único que recordó haber escuchado en ese momento fue el sonido de un disparo, pues su mirada se volvió borrosa y su cuerpo empezó a debilitarse. Cuando quiso darse cuenta, quedó inconsciente.

Al despertar, lo primero que observó fue una habitación de paredes blancas y una cama, con sábanas del mismo color, sobre la que se hallaba acostado. Tenía una mascarilla de oxígeno puesta y estaba conectado a varias máquinas y vías.
Una enfermera, al verle, salió de la habitación. Acto seguido, Harris volvió a cerrar los ojos.

-Has tenido suerte –dijo su superior después de volver en sí por segunda vez-. Tanto tú como Christina habéis recibido heridas graves, pero sobreviviréis –declaró.
-¿Qué... ha... sido de... la chica? –preguntó el inspector. Le costaba bastante hablar.
-Si te refieres a Leenah, está bien. Christina llamó a la policía antes de entrar a rescatarte, mintió sobre los sucesos para hacer la situación más creíble, aunque ello os costase el puesto.

Harris miró por la única ventana que había en la habitación. A esas alturas, no le importaban las consecuencias. Si eso significaba haber acabado con lo que empezó hacía más de un siglo y vengar la muerte de su hijo, estaba conforme.
-Un... momento... –comenzó a decir Harris, al darse cuenta de algo-. ¿Dónde... está... ese... chico... Bryan...?
-¿Bryan? –su superior levantó levemente la cabeza, haciendo memoria-. ¡Ah, sí! De momento lo tenemos bajo arresto provisional, queremos que testifique para el caso. Lo mismo va para ti y Christina. Los dos testificaréis una vez os hayáis recuperado.
-... –no había nada más que decir. Al final, todo se había solucionado y el caso se había reabierto. Con el tiempo, investigarían los templos y buscarían a los sectarios restantes. Si es que quedaban más. Todo había salido bien.
-Ahora descanse, Harris –dijo el superior, marchándose de allí.
-Eso... haré...
Tras diez largos años, por fin podría descansar...

Después de la recuperación y la testificación en el caso, Nathan Harris recibió una prejubilación forzada. Era una manera de despedirle, pero manteniendo su imagen, ya que, al fin y al cabo, había contribuido en la resolución del caso.

Por otro lado, Christina Campbell, gracias a las declaraciones de Harris a su favor, sólo recibió una prolongación de su suspensión.

Leenah y Bryan, recibieron atención psiquiátrica, viviendo ambos en un centro especializado. Ambos habían estado al cuidado de la secta, por lo que vivir por sí mismos dentro de la sociedad, dado su estado, era algo que iba a requerir tiempo.
Harris iba a visitarlos todos los días, ahora que tenía tiempo. Hablaba con Bryan, intentando que le recordase. Tanto a él como a su mujer. A sus padres. Sin embargo, como le dijo Janeth, Bryan murió, o al menos, el Bryan que él conocía.

Tanto Adam como los sectarios, perecieron aquel día en el templo. Se realizaron investigaciones y se encontraron los templos que quedaban, encarcelando a otros sectarios refugiados en ellos. Más tarde, se realizó un informe para decidir qué hacer posteriormente con esos lugares pero, mientras se tomaba una decisión, se mantendrían bajo vigilancia y cerrados al público.

-Gracias por todo –dijo Harris antes de salir del centro psiquiátrico y encaminarse hacia su casa. Todavía se movía con cierta dificultad, por lo que llevaba un bastón que le ayudaba en el proceso.

El hombre no se había rendido con su hijo. Sabía que, probablemente, nunca le recordase, pero, aun así, quería empezar una nueva relación. Empezar desde el principio. Para él, verle vivo y mejorando poco a poco, era lo más importante. Se preguntaba si su exmujer le creería o si simplemente pensaría que estaba loco, pero quería pensar que algún día, las cosas se estabilizarían. De alguna manera, todo volvería a la normalidad.

Perdido en sus pensamientos, cuando quiso darse cuenta, se encontraba en mitad de una calle vacía. Era totalmente recta, sin bifurcaciones ni curvas. Los edificios, cuya fachada era de color gris oscuro, parecían abandonados, y no se observaba ningún negocio abierto. Las farolas que la iluminaban tenían la bombilla rota y la luz se encendía y apagaba con frecuencia, y pese a que todo estaba en silencio, a veces podía escucharse el susurro del viento, seguido del movimiento de papeles o bolsas de plástico.
-¿Dónde estoy? –preguntó el hombre.

Fue entonces cuando sintió sobre sus hombros un par de manos, agarrándole con suavidad. Al mismo tiempo, una cabeza apareció por su lado derecho, dando lugar a que girase el cuello lentamente, temblando y respirando con agitación.

En ese instante, la vio. A escasos centímetros de su cara. Un monstruo con la boca cosida y las cuencas de sus ojos vacías. Su piel era escasa y putrefacta, y su melena, larga y negra, caía sobre ambas mejillas.
-¿Janeth...? –logró preguntar el inspector, pese a que el horror y la sorpresa se reflejaban en su rostro.
-Esto no ha acabado... –respondió el ente, con voz grave, poco antes de que su boca se abriese ante los gritos del hombre.

Al día siguiente, se anunció la desaparición de Nathan Harris...