miércoles, 14 de noviembre de 2018

Capítulo 43: La demonio sin recuerdos


Cuando Reima abrió los ojos, se encontró con el techo de piedra de la habitación que compartía con el resto de sus compañeros. Hacía cuatro días desde que se enfrentaron para decidir al líder de grupo. Tras ello, les explicaron que los componentes de cada uno de ellos descansarían en la misma habitación, de esa manera, estrecharían sus lazos. Aunque el chico pensaba que también sería debido a que era imposible que hubiese dormitorios individuales para veinte personas.

Fuere como fuere, el caso es que allí se encontraba, sentado sobre su cama, con el torso desnudo y unos pantalones de tela gris que sujetaba con un cinturón marrón, ya que le venía ancho de cintura y piernas, sobrepasando por unos centímetros de longitud sus tobillos.

Tras un ligero bostezo, observó la habitación más detenidamente, haciendo tiempo para que su cuerpo fuese despertando. Además de la cama en la que descansaba, había dos literas. En una de ellas dormían Cain y Abel, mientras que en la otra, Álex y Lori, aunque el primero parecía haber salido. Y eso que Reima se consideraba madrugador.

Ese hombre había llamado su atención desde que le venció en la arena. Las habilidades que le mostró entonces superaban de largo las suyas. Por desgracia, no había tenido la oportunidad de pedirle otro enfrentamiento, ahora que tenía el hombro recuperado.

Por otro lado, también había que decir que, por el poco contacto que había tenido con él en esos cuatro días, se trataba de un tipo bastante amable. Pues era capaz de dejarle al espadachín la cama individual, supuestamente reservada para el líder del grupo, poniendo como excusa que le gustaban más las literas, cuando sabía bien que lo había hecho a fin de que su hombro se recuperase mejor.

Una vez en pie, el chico se puso su uniforme de trabajo y, sin hacer ruido, salió del dormitorio. Mientras bajaba las escaleras que llevaban a la puerta principal de sus aposentos, recordó la primera misión que se le había encomendado a la guardia. Al parecer, Hana y Thyra tenían la intención de viajar hacia el Ducado de Nápoles, donde todavía se permitía la esclavitud de los demonios. El duque Marinus I, estaba interesado en unirse a la iniciativa de paz, y quería saber qué ventajas se obtendrían a cambio de ello. Además de ofrecerle información al duque, la demonio y el ángel femenino tenían pensado empezar a concienciar a las gentes de Nápoles. Para todo ello, evidentemente, necesitarían estar acompañadas de los Pacificadores.

Reima no se había terminado de hacer al nombre, no como que le pareciese mal, pero le sonaba un poco extraño. Con todo ello, el uniforme era bastante cómodo, de color blanco, con adornos azules en hombros y cintura, y con un diseño parecido a la ropa que siempre había llevado. Esto último a petición suya.

Colgada de un cinto, se encontraba su espada. Recogida por el General Dante, una vez se hubo controlado el ataque de los demonios, y llevada a su habitación posteriormente. Cuando fue a darle las gracias, el hombre le aconsejó que cuidase bien de ella, pues parecía ser un objeto importante.

El chico no supo qué contestar. Si bien el arma había pertenecido a su maestro, no es como si sintiese un apego especial a ella. Se sentía seguro blandiéndola, pero pensaba que era simplemente por el tiempo que llevaba haciéndolo.

Así pues, salió al exterior, donde fue recibido por un camino de piedra que continuaba hacia el frente, rodeado de verde hierba hasta que, medio kilómetro más adelante, se introducía en la ciudad, llenándose el escenario de humanos recorriendo las calles y casas de estructura parecida.

Por lo general, Reima no solía interactuar mucho con ellos, pese a que el hechizo, o lo que fuese aquello que Thyra les lanzó el primer día, era de larga duración, y le permitía entender su idioma sin ninguna dificultad. No obstante, disfrutaba más paseando a su ritmo y sin interrupciones. De esa forma, incluso podía mantenerse alerta en caso de que ocurriese algún incidente.

El joven reparó en varias mujeres, hablando animadamente entre ellas mientras llevaban un cesto con ropa sujeto con ambas manos. Entre ellas también las había cuyo aspecto revelaba su descendencia demoníaca, aunque su número era menor comparado al de mujeres humanas.

Por lo que podía ver, se estaban integrando bastante bien. Nadie habría dicho que había problemas de discriminación. Supuso que lo que le habían dicho sobre el progreso de la relación entre humanos y demonios era verdad.

Pese a ello, notó algo diferente al toparse con un grupo de adolescentes. Debían de ser unos cinco, sin embargo había uno de ellos que no tocaba la pelota con la que jugaban. En un principio pensó que quizás no estaba jugando o que simplemente no le habían visto, pero el joven miraba impacientemente el objeto rodante e incluso levantaba la mano para pedir que se la pasaran.
Fue entonces cuando se fijó en la cola que sobresalía de su espalda. Se trataba de otro demonio.

Esta situación continuó durante un rato hasta que el joven demonio pareció rendirse y, cabizbajo, se dispuso a marcharse.

Pensando que, incluso si se trataba de una pequeña disputa entre amigos, alguien debía intervenir, Reima se dispuso a dar el primer paso. No obstante alguien se le adelantó, dando un pequeño golpe con los dedos sobre el hombro del demonio para llamar su atención y haciéndole un gesto con la cabeza para que le siguiese.
Entonces, de un salto, consiguió robarle la pelota al grupo mientras estaba en el aire.
-¡Mía! –exclamó Hana, casi resbalándose en el aterrizaje, pero logrando mantener el equilibrio. Entonces, se dio la vuelta para encararse a los cinco jóvenes, quienes la miraban estupefactos- ¡¿A que no sois capaces de quitármela?! –les retó de repente.
Tras mirarse, los jóvenes sonrieron con complicidad y corrieron detrás de ella, quien ya les llevaba unos segundos de ventaja.

Al principio, el demonio se quedó en el sitio, sin saber bien qué hacer.
-¡Tú también! ¡Intenta quitármela! –gritó Hana, mientras evitaba por los pelos que lo hiciese uno de los otros.

Todavía no muy convencido, se unió a los demás, pero, conforme pasaron los minutos, Reima percibió una sonrisa en su rostro. Se estaba divirtiendo.
-¡Jajaja! ¡Sois malísimos! –se burló Hana.
-¡Agh! ¡Es más rápida de lo que pensaba! –dijo uno de los chico, deteniéndose para recuperar el aliento. Los demás hicieron lo mismo.
-Si seguimos así no creo que lo consigamos –dijo otro.
-Yo... –empezó a decir el demonio, tímidamente- Yo tengo una idea...
Los chicos le miraron con el ceño fruncido, como preguntándose qué hacía allí. Sin embargo, tras pensarlo un rato, todos asintieron.
-¿De qué se trata?

-¡Me estoy aburriendo! –exclamó Hana, jugueteando con la pelota entre sus manos- ¡Si seguís así voy a terminar llevándomela a casa!
En ese momento, observó a los niños yendo hacia ella. Dos por un lado y dos por otro, rodeándola.
-¡Je! Así que os habéis decantado por otra táctica.
Pero, ¿qué había pasado con el quinto?

Desde ambos flancos, los jóvenes se lanzaron a por la demonio, quien les esquivó con facilidad. Creyendo haberse salido con la suya, no se percató de que el demonio se había situado detrás de ella, placándola contra el suelo. Tras esto, los demás le ayudaron a sujetarla y quitarle la pelota.
-¡Sí! ¡Lo hemos conseguido! –exclamó el grupo, levantando los brazos en señal de victoria. El demonio, un poco más alejado, sonrió, contento por haber podido ayudar.
Entonces uno de los del grupo se acercó a él, seguido de los demás, y le tendió la mano.
-¡Buen trabajo!
El demonio observó la mano del chico con  sorpresa, para, poco después chocársela.
Después de esto, los cinco se fueron para seguir jugando, sólo que esta vez, el demonio sí que recibía la pelota, quizás incluso más veces que nadie.

Por su parte, Reima se situó al lado de Hana, quien seguía tendida en el suelo, con el pelo desordenado y expresión de cansancio.
-Buen trabajo a ti también –dijo el espadachín.
-¡Jeje! –contestó ella, haciendo una señal de victoria, gesto que provocó una sensación agradable en el joven japonés.

Sentados sobre la hierba, observaron el juego de los chicos.
-Como has visto, incluso aquí, donde las relaciones entre humanos y demonios han mejorado, puedes encontrarte casos así –comentó Hana, abrazando sus piernas- Son  pequeños detalles que, a veces, pasan desapercibidos, y nos recuerdan que aún nos queda mucho por hacer.

Reima, la observó de reojo. Contrariando la expresión que había mostrado antes, ahora estaba más seria, dando lugar a una escena algo melancólica al mecerse su pelo por el viento.
-Mi maestro siempre decía “Cuando se trata de convencer a los demás, no existe el camino rápido”. Es normal que pasen estas cosas.
-Aun así, me gustaría creer que algún día desaparecerá la discriminación hacia los demonios. Si nos proponemos un objetivo más grande, será más sencillo llegar al máximo de gente posible, ¿no crees?
-Supongo...que tienes razón... –respondió Reima, mientras la demonio se levantaba-. Viendo vuestros esfuerzos, creo que podréis conseguirlo.
-Gracias.

Tras esto, echó a andar.
-Ven conmigo. Hay alguien a quien quiero presentarte.
-¿Otra eminencia como el Papa? –preguntó el espadachín, medio en broma.
-No exactamente, aunque también es amiga.
Intrigado, la siguió.

Estuvieron caminando por las calles de la ciudad durante una media hora hasta que llegaron a una pequeña casa, algo apartada de las demás. Las paredes blancas reflejaban la luz del Sol, cegándolos ligeramente, y un jardín con dos grandes árboles a cada lado los recibió en la entrada, que consistía en un arco de piedra.

Una vez en el jardín, del interior de la casa salió una mujer, por sus ropas, una criada. Dos pequeñas y puntiagudas orejas que sobresalían de entre su pelo y un cuerno recto sobre la frente, que se alzaba varios centímetros, delataban su procedencia. Situándose frente a ellos, hizo una reverencia.
-No hace falta que seas tan formal conmigo, Luna –dijo Hana.
-Es una persona importante, y como tal, así es como debo tratarla –insistió la criada-. ¿Puedo preguntar quién es el joven? No acostumbra a traer humanos aquí.
-¡Ah! Se llama Reima, es uno de los miembros de mi guardia.
-Mm... –la demonio, que iba vestida con delantal blanco, una camiseta negra y una falda del mismo color que llegaba hasta los tobillos, miró de arriba abajo al japonés, dibujándosele una sonrisa pícara-. ¿Seguro que sólo es tu guardián?
-¡Vamos, Luna! ¡No seas así! –contestó Hana, quitándole importancia, aunque al chico le pareció ver algo de rubor en sus mejillas-. ¿Qué tal está? –preguntó.
-Bien. Aunque sigue sin recordar mucho sobre su pasado, ha empezado a controlar mejor sus poderes.
-Me alegra oírlo. ¿Podemos verla? Me gustaría presentársela a Reima.
-Claro, estará encantada de recibirte –realizando otra reverencia, la criada les dio la espalda, dirigiéndoles hacia la puerta de la casa.

Una vez dentro, Reima comprobó que el interior no era nada ostentoso pese a lo que uno podría pensar, dado la presencia de una criada. Eso sí, los frutos de su trabajo podían verse en el orden y la limpieza que gobernaban las habitaciones.

De esta forma, llegaron a una densa puerta de madera que Luna golpeó levemente un par de veces.
-Ha venido la señorita Hana, junto a su joven guardián. Dice que no es su novio, pero yo creo que miente.
-¡Luna! –esta vez, Hana se alteró más que la anterior, mostrándole una sonrisa irónica a Reima, quien la miró sorprendido.
-Luna, no te metas con nuestros invitados.
-Sí, señora. A partir de ahora sólo me meteré con usted.
-Eso me gusta más. ¡No, espera! ¡Eso tampoco está bien! –exclamó la voz femenina al otro lado de la puerta, provocando la risa contenida de Luna-. Ejem...en cualquier caso, podéis pasar.

Al abrir la puerta se encontraron con una chica de pelo largo y de varios colores, algo que le daba cierta excentricidad. Sentada sobre su cama, vestía un pijama blanco y llevaba un libro abierto sobre sus piernas.
-Hola, Hana, ¿cómo estás? –preguntó.
-Muy bien –respondió la aludida mientras la abrazaba cariñosamente-, ¿y tú?
-No me puedo quejar.
-¡Oh! Por supuesto que puede... –le susurró Luna a Reima.
-¡Te he oído!
-¡Vaya, que tonta de mí! –dijo con marcado sarcasmo.
-Ah... –tras un largo suspiro, la mujer de pelo multicolor desvió la mirada hacia el espadachín- ¿Y tú eres...?
-¡Ah, sí! ¡Perdona! –se disculpó Hana- Él es Reima. Como ha dicho Luna, es uno de mis guardias.
-Encantado –dijo el chico, bajando la cabeza en señal de respeto.
-No hace falta que seas tan formal conmigo. No es como que sea alguien rica o importante. Encantada yo también, Reima. Mi nombre es Leviathan. Puedes llamarme Levi para abreviar.
-Así lo haré –aunque no dijo nada en ese momento, Reima recordaba haber leído o escuchado sobre ese nombre en alguna parte. No obstante, no le dio más importancia.
-Me ha dicho Luna que sigues sin recuperar tus recuerdos.
-Sí. Por ahora, lo mismo de siempre. Sueños en los que me enfrento a un ser monstruoso junto con otros de mi especie. Por alguna razón, termino sintiéndome nostálgica y triste a la vez. Últimamente también he tenido otro en el que mueren dos personas. Sus caras están borrosas pero siento un profundo dolor cada vez que pasa.
-Hay veces que despierta gritando y tengo que entrar en su habitación para calmarla –añadió Luna, su tono era más serio comparado con el de antes.
-Debe de ser muy duro –dijo Hana, apenada-. Si puedo hacer algo para ayudarte...
-Tranquila. Es algo a lo que debo enfrentarme yo sola. Además, tengo a Luna. Ella siempre está a mi lado. A veces temo por su salud.
-Yo también. Un día va a matarme –declaró la criada, cruzándose de brazos.
-Más importante –continuó Levi- Tienes que contarme cómo van las cosas con vuestro plan.
-¡Ah, sí! Eh, ¿podemos sentarnos en algún sitio? –preguntó Hana.
-Claro. Luna, ¿podrías traer dos sillas y algo de comer para nuestros invitados?
-Como gustéis, señora.
-Yo te ayudo –se ofreció Reima.
-No, no. De eso nada –interrumpió la criada- Eres nuestro invitado, así que quédate quietecito y espera a que yo traiga las cosas.
Y, acto seguido, salió de la habitación, escuchándose sus pasos alejarse por el pasillo.

-El duque Marinus I, ¿eh? –dijo Levi- Durante mi viaje hacia aquí escuché sobe él. Dicen que se trata de una persona caprichosa y egocéntrica. Tened cuidado.
-Lo tendré en cuenta –respondió Hana.
-Aunque, probablemente, deberías tener más cuidado con el caso de los demonios que atacaron a tu guardia.
-¿Te refieres a Behemoth?
-¿Has hablado con él?
-No sé ni si quiero hacerlo –contestó Hana, resoplando.
-Quizás le esté dando demasiadas vueltas pero...no creo que la idea de atacar a tu guardia fuese cosa suya.
-¿Quiere decir que alguien les instigó a hacerlo? –interrumpió Reima.
-Puedo creerme que Behemoth haga algo así por su cuenta, ¿qué te hace pensar que no es así? –preguntó Hana.
-Sólo me estoy basando en una intuición, pero tengo la sensación de que ya he visto algo parecido antes. Unos manipulando a otros para hacer las cosas a su conveniencia, aprovechándose de sus sentimientos... –la expresión de Levi se volvió triste durante un momento-. Por eso creo que deberías hablar con él. Siendo tú, quizás puedas sonsacarle información que los soldados no.
-Mm... –la joven demonio volvió a mostrar rechazo hacia la idea, sin embargo, y tras pensarlo detenidamente, asintió-. Aunque no estoy segura de que vaya a funcionar...
-Podría ir con su novio –propuso Luna, repartiendo una taza con algo para beber a cada uno de los presentes-. La ira tiende a sacar aquello que guardamos en lo más profundo de nosotros. Ya sabe a lo que me refiero...
-¡¿Huh?! ¡Espera! ¡¿Estás insinuando que Behemoth siente algo por mí?! –se sorprendió Hana, quien ya había aprendido a ignorar el que tratase de emparejarla con Reima.
-¡Claro que sí! Me extraña que no se haya dado cuenta antes –continuó Luna.
-Pensaba que únicamente se trataba de un sentimiento de admiración.
-A veces van de la mano.
-No sé, no sé.
-Usted decide, yo sólo le estoy aconsejando.
-Tus consejos dan miedo, Luna –dejó caer Levi.
-Aguafiestas... –murmuró la criada.
-¡Ugh! ¡Cállate! –se quejó Levi.

La conversación continuó sin mayores contratiempos, desviándose a otros temas. Finalmente, Hana la dio por terminada y decidió que ya era hora que ella y el espadachín se marchasen.
-Si voy a tener que hablar con Behemoth, antes tendré que mentalizarme bien.
-¿Hasta que punto le odia? –preguntó Luna, frunciendo el ceño.
-No es que le odie, pero es un pesado, hasta el punto de considerarse un acosador.

Siguiendo a la gobernanta, el joven japonés se levantó de su silla y se dispuso a salir del dormitorio.
-Espera, Reima –le detuvo Levi-. ¿Te importa si hablo un momento a solas contigo?
El chico se giró hacia Hana.
-No tienes por qué pedirme permiso –rió la demonio-. Te espero fuera.
Asintiendo, volvió a sentarse mientras Luna y Hana cerraban la puerta tras de sí.

-¿De qué quiere hablar, Levi?
-Tutéame, hazme el favor. Me siento rara si no lo haces –dijo afablemente la demonio-. ¿Puedo hacerte una pregunta algo personal?
-Sí... supongo.
-¿Por qué decidiste unirte a Los Pacificadores? Contéstame con sinceridad.
Aquella pregunta le pilló desprevenido, cuestionándose también por qué querría ella saber algo así. No obstante, decidió meditar la contestación, llevándole varios segundos el hacerlo.
-La verdad es que... no lo sé –dijo Reima, sintiendo de repente que hasta ese momento no lo había pensado en serio-. Creo que simplemente pensé que tenía que... hacer algo. Y cuando me lo ofrecieron, acepté. Quisiera pensar que fue porque quería ayudar o incluso por el dinero pero, la verdad es que no lo sé.
-Me lo imaginaba –extrañado, se fijó en que Levi ya esperaba una respuesta así-. Dime, ¿había alguien en tu vida a quien estuvieses muy apegado? Alguien a quien respetases más que a ti mismo.
-Mi maestro...
-Pero él murió, ¿no es así?
Reima se limitó a asentir.
-No es de extrañar entonces que no comprendas por qué elegiste venir aquí. Has perdido tu objetivo, y ahora simplemente vas dando tumbos por la vida buscando algo por lo que vivir o por lo que morir.
-¿Por qué me dices esto? –preguntó, sintiéndose algo molesto.
-Porque tienes la misma mirada que yo cuando perdí mis recuerdos. No saber quién eres es como perder de vista tu objetivo, ¿sabes? Caminas buscando algo que no conoces, sin estar segura de si algún día lo encontrarás, hasta que llegas a un punto en el que incluso prefieres la muerte a vivir de esa manera. Lo que quiero decirte con esto, es que no sigas por esa senda o acabarás muerto. En mi caso, tuve suerte. Encontré un objetivo y, lo más importante, alguien que sigue ayudándome en mi camino para conseguirlo.
-¿Te refieres a Luna?
-A esa chica la salvé cuando todavía era una niña. Sólo fue un acto de caridad. Nada importante desde mi punto de vista. Sin embargo, para ella significó todo. Hasta el punto de que hoy en día todavía sigue cuidando de mí. Sin pedir nada a cambio, sólo porque así lo desea. Es realmente increíble –dijo, sonriendo con ternura, como recordando una gran experiencia-. No te rindas, Reima. No busques morir en el campo de batalla, porque algún día encontrarás algo por lo que quieras vivir. No te dejes morir. Ese es el consejo que quería darte.

Intentó decir algo en contestación, pero le fallaron las palabras. Por ello, únicamente asintió y se marchó.

Una vez en el jardín, Hana y él se dispusieron a despedirse de Luna. Reima se quedó durante un momento plantado, mirando fijamente a la criada.
-¿Huh? ¿Qué te pasa? –preguntó ella- No me digas que ya te has cansado de Hana y ahora quieres ir a por mí.
No contestó. Se mantuvo en silencio, ante el desconcierto de la mirada de las dos.
-¿Crees que sois felices? –de repente, Reima rompió el silencio, dirigiéndose a Luna.
-¿Quiénes?
-Tú y Levi.
En un principio la demonio se dispuso a hacer una broma sobre ello pero, al ver la expresión seria del joven, decidió dejarlo para otro día.
-No sabría decirte. Para mí, la felicidad es algo muy complejo. Pero estamos bien. Por ahora, eso me basta.

De vuelta, Hana observó al chico japonés con preocupación.
-¿De qué habéis estado hablando Levi y tú? Si hay algo que te preocupe con respecto a lo que te haya dicho, puedes contármelo.
-No...es sólo que, me he dado cuenta de que aún hay muchas cosas que no comprendo. Mi maestro era lo único que tenía. Mis conocimientos, mi vida, todo giraba en torno a él. Pero, cuando murió... y cuando vengué su muerte... lo único en lo que pensé fue en seguir blandiendo la espada. Creí que así volvería a sentir algo...
-Si necesitas a alguien que te muestre el camino, cuenta conmigo. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte.
-Gracias, Hana.
La voz tan sincera con la que pronunció aquellas palabras pillaron desprevenida a la demonio, quien desvió la mirada.
-N-no hay de qué... –respondió apuradamente, con una mano en el pecho y la cara sonrojada.

-¿De qué han estado hablando? –preguntó Luna a Levi- Ese chico me ha hecho una pregunta muy rara.
-¿Qué opinas de él, Luna?
-Mm. Parece una buena persona, pero me da la sensación de que se siente un poco... ¿perdido sería la palabra?
Levi cerró el libro y se levantó de la cama.
-¿Eh? –se extrañó la criada, al verla sonreír.
-Tengo la impresión de que, tarde o temprano, eso cambiará...