lunes, 14 de febrero de 2022

Capítulo 50: Los arcángeles

Aquel día, Reima se levantó en la habitación que compartía con sus compañeros de equipo. Hacía pocos días desde que habían vuelto de Nápoles, después de que la ayuda procedente de Roma llegase y la situación se hubiese calmado un poco.

 

Se encontraba cansado, ya no sólo por el viaje, sino también por el tiempo que había pasado recogiendo bienes bajo los escombros de las casas quemadas, o transportando heridos en pleno tratamiento.

 

Debido a ello, los últimos días había dormido más de lo que solía, lo que le había pasado factura, al haber quedado esa misma mañana con Thyra para ir a la biblioteca a buscar información sobre Chronos. Así pues, se apresuró a vestirse y salir corriendo hacia allí.

 

Al entrar, se encontró una sala amplia de dos pisos y numerosos pasillos llenos de estanterías a cada lado, en las que había libros encuadernados de todos los colores.

 

Podías encontrar de todo, desde estudios relacionados con los demonios hasta recetas de cocina.

 

Le costó bastante encontrar a la arcángel, quien estaba sentada junto a una mesa, situada en una sección dedicada al estudio, al final de uno de los pasillos.

 

Al verla tan concentrada en la lectura de uno de los libros que había en la pila frente a ella, no pudo evitar maravillarse, quedándose de pie, admirándola, sin darse cuenta de que el tiempo pasaba y ella ya se había dado cuenta de su presencia.

-¿Se puede saber qué haces? –preguntó, sacándolo de su ensimismamiento.

-¡Ah! ¡Perdón!

-Llegas tarde –le recriminó, intentando no alzar la voz, pero haciendo notar su enfado.

-Lo siento. Últimamente he estado tan cansado que no he podido evitar quedarme dormido –se excusó, recibiendo una mirada fulminante mientras levantaba una ceja y tamborileaba ligeramente con los dedos sobre el libro.

-En fin, te lo perdonaré por esta vez, pero más te vale que no vuelvas a hacerme esperar.

 

Tal y como insinuaba ella, nada aseguraba que fuese a terminar en un sólo día. Aquella biblioteca era muy grande, y no tenían ninguna pista de quién era ese tal Chronos del que había hablado Darío.

 

Por eso, decidieron acortar la búsqueda a dos categorías donde consideraron que podía haber más información: historia y demonología.

-De momento, he encontrado unos diez libros de demonología y otros ocho de historia que nos pueden ayudar, aunque, sinceramente, no estoy muy segura de ello. Me da rabia tener tan pocas referencias –se quejó ella.

-En mi opinión, que hayas recopilado dieciocho libros en una mañana ya me parece impresionante.

-Halagarme no va a hacer que se me quite el enfado, ¿sabes?

-Creí que me habías perdonado –respondió el chico, a lo que Thyra replicó sacándole la lengua, un gesto infantil, aunque adorable, que demostraba la confianza que había ahora entre ellos. Y es que, desde el rescate de Hana, su trato con ella había dado un giro de 180 grados.

-Bueno, ¿a qué esperas para coger uno y ponerte a leer? –preguntó, aunque el espadachín lo interpretó más como una orden.

 

De esa forma, pasaron la mañana. Buscando entre aquellos libros algún indicio de Chronos. Y mientras las horas pasaban, llegó el mediodía, y con ello, la hora de comer.

-¡Hola! –dijo una voz, apareciendo a su lado, asustándoles e interrumpiendo su trabajo.

 

Se trataba de Hana, quien, alegre y sonriente, llevaba consigo una cesta de mimbre cubierta por un pañuelo de tela azul y rosada de diseño abstracto.

-¡¿Qué haces aquí?! –se quejó Thyra, todavía con una mano en el pecho, tratando de calmarse.

-He venido a traeros la comida –respondió la demonio, como si nada, acercándose a la mesa y dejando la cesta encima.

-¡No se puede comer aquí dentro! –continuó la arcángel, quien ya se había olvidado de su propia regla de no armar escándalo.

-¿Qué más da? Seguro que no se dan cuenta. Y si se dan, también les invitaremos.

-Estás como una cabra –sonrió Reima.

-¡Esto no es una broma!

-Relájate –le dijo Hana a su amiga-. No pasará nada. Tengo permiso. Además, seguro que tienes hambre.

-¡Yo no ten...! –justo a mitad de frase, se escuchó el rugir de estómagos de Reima y Thyra, obligando a ésta última a rendirse a la evidencia- Está bien, pero haz el favor de sentarte.

 

Tiempo después, los tres disfrutaban de unos bocadillos hechos por la demonio, así como una ensalada de frutas y verduras procedentes de algunas de las huertas romanas, obsequio de sus gentes a la gobernadora.

-¡Esto está buenísimo! –dijo Reima.

-¡Gracias! –agradeció la joven, terminando su parte-. ¿Y bien? ¿Habéis encontrado algo?

-Nada de nada –contestó la arcángel, limpiándose la boca con otro pañuelo-. Pensé que si se trataba de alguien que luchó contra los demonios durante la guerra, vendría algo en alguno de estos libros, pero no se le nombra en ninguna página. Ni una –remarcó.

-Bueno, todavía os queda mucho por mirar. Quizá acabéis encontrando algo –les animó Hana.

-Es posible, pero resulta extraño que no haya ni un sólo indicio. Quiero decir, ninguna de las personas a las que hemos preguntado han escuchado hablar de ese nombre –comentó Reima.

-Ni siquiera el papa –añadió la arcángel.

-¿Qué hay de los otros dos arcángeles? –preguntó Hana.

-Todavía no les he preguntado, aunque me reúno con ellos esta tarde. Parece que Michael quiere hablar conmigo sobre algo importante. Y quiere que Remiel también esté presente.

-¿Ha pasado algo? –volvió a preguntar la demonio, preocupada.

-No lo sé, pero seguramente tenga que ver con lo sucedido en Nápoles.

-¿Cómo te ha ido a ti? –preguntó Reima a Hana.

-Regular es la palabra –definió la demonio-. Que Marinus haya decidido abolir la esclavitud ha hecho que más ciudades estén interesadas en hablar con nosotros. Eso demuestra la influencia del duque. Por otro lado, en aquellas ciudades que ya estaban de acuerdo con la abolición, han empezado a surgir grupos de humanos en contra.

-¡¿Qué?! ¡Creía que en esas zonas ya se habían erradicado comportamientos así! –se sorprendió Thyra- ¡Después de ver los buenos resultados, me cuesta creer que todavía haya gente en contra!

-Tras lo ocurrido en Nápoles, los hay que tienen miedo a que ocurra lo mismo en sus hogares.

-Pero también había humanos entre ellos –replicó Reima.

-Sí. Pero, para bien o para mal, no es algo que se haya hecho público todavía.

-¿Por qué?

-Si se hiciese, probablemente los demonios actuarían de igual forma. Piénsalo. Humanos intentando endosarles un ataque terrorista a los demonios. Sin conocer todo el trasfondo, no es raro que empiecen a desconfiar. Tarde o temprano habrá que decirlo, pero será mejor hacerlo con cuidado.

-Entiendo... Es todo tan complicado –se entristeció Reima-. Tan sólo ha bastado un ataque así para generar la duda entre ellos.

-Eso sólo demuestra la poca confianza que todavía se tienen, y el trabajo que aún nos queda por hacer –indicó Hana-. Incluso cuando lo consigamos, deberemos seguir trabajando para mantener esa unión.

 

Después de comer, los tres continuaron buscando información en los libros que Thyra había elegido, aunque Hana no tardó en marcharse para seguir con su propio trabajo. A media tarde, Thyra decidió dar por concluida la sesión.

-Será mejor que lo dejemos por hoy. Además, dentro de poco va a empezar la reunión con los demás arcángeles y, siendo como es Michael, más me vale ser puntual –dijo la arcángel, cerrando con fuerza el libro que tenía entre sus manos.

-Pues si ese tal Michael es más estricto que tú, prefiero no imaginarme cómo será.

-¡¿Qué insinúas?!

-Nada. Ya me contarás mañana qué tal te ha ido –sentenció el espadachín, tras lo que ambos se levantaron de sus sillas y devolvieron los libros a sus estantes.

 

Más tarde, la arcángel voló hasta una llanura, separada de la parte urbana de la ciudad, donde existía un templo, lugar en el que había quedado con sus congéneres.

 

Se trataba de una torre de piedra situada sobre una de las pocas colinas que había allí. Una edificación de unos treinta metros de altura, a la que sólo tenían acceso los arcángeles, y algunos ángeles directamente seleccionados por ellos.

 

Al llegar frente a la pared, de un blanco casi puro, cerró los ojos y colocó la palma de su mano sobre ella. En ese momento, la superficie se iluminó, dando forma a un portón, por el que entró.

 

Dentro, observó una sala de cuyo suelo, adornado con diseños geométricos, se erigían unas diez columnas, principales sustentos de la estructura, formando un círculo alrededor de un joven ángel de cabello corto, ondulado y color castaño, con las alas desplegadas y los ojos cerrados. No había nada ni nadie más aparte de él, que reaccionó a la presencia de la arcángel mediante una reverencia.

-Bienvenida, Thyra –dijo el joven, con voz serena, vestido con un traje de color negro, en contraste con el propio templo.

-Hacía tiempo que no te veía, Jofiel. ¿Cómo va todo?

-Muy tranquilo... hasta hoy.

-No me digas que Michael está enfadado.

-No sé si enfadado sería la palabra. Decepcionado, puede.

-¿Sabes qué ha pasado?

-Me temo que no –contestó el ángel, negando con la cabeza- Y aunque me lo hubiesen dicho, no podría responder.

-Lo sé –contestó ella, molesta-. En fin, llévame con ellos.

-Como desees –dijo Jofiel, poniendo los brazos en cruz, con las palmas de sus manos mirando hacia arriba, y abriendo los ojos, que emitieron una luz muy parecida a la del portón al tomar forma, y que rodeó toda la sala hasta que ésta se hubo convertido en otra totalmente diferente.

-Por fin viene, Thyra –dijo otro ángel, sentado sobre una silla de madera, situada junto a una mesa grande del mismo material, y con adornos de alas en los vértices.

 

Su aspecto era el de un hombre por encima de los cuarenta, de pelo negro y largo, cara alargada, nariz ligeramente prominente y expresión poco amigable. Vestía una toga de color marrón y llevaba un brazalete dorado en su muñeca derecha.

-Yo también me alegro de verte, Michael –le respondió Thyra, con una sonrisa irónica, mientras caminaba hacia sus dos compañeros.

 

Al otro lado de la mesa estaba Remiel, quien ya participó junto con la arcángel en detener la revuelta de los demonios a la llegada de los Pacificadores. Un hombre de cabello color trigo, frente desnuda y arrugada, expresión tranquila y ojos rasgados que, al igual que Jofiel, solía mantener cerrados.

 

Si hubiese podido elegir con quién de ellos mantener una conversación, sin duda, habría elegido al segundo. Michael era demasiado estricto con las tradiciones y protocolos, y no era raro verle regañar a otros ángeles por cualquier pequeño fallo. Todos sabían que era el arcángel de mayor edad, y único superviviente de los que participaron en la guerra, a pesar de haber perdido parte de su memoria. Todos le respetaban, pero eso no le daba derecho a ser tan duro con los demás, e incluso ser la causa principal de uno de los mayores quebraderos de cabeza de Thyra.

 

Después de sentarse, la arcángel les miró. Ellos hicieron lo mismo entre sí, asintiendo.

-Iré al grano –empezó Michael- Hemos decidido relevarte de tu misión, por lo que nombraremos otro ángel que se encargue de acompañar a Hana –declaró Michael.

-¡¿Qué?! –exclamó Thyra, levantándose de la mesa.

-Siéntate, por favor.

-¡Será una broma! ¡¿A qué viene esto?! –respondió ella, haciendo caso omiso a la petición del arcángel.

-Tras lo sucedido en Nápoles. Nos ha quedado claro que no estás capacitada para protegerla.

-¡Pero si la rescaté!

-Después de que la secuestraran.

-¡Eso estaba planeado!

-Irrelevante –contestó Michael, manteniendo su postura pese a los argumentos de ella-. Si hubieses actuado como es debido, le habrías impedido ponerse en peligro.

-¡Excusas! ¡Esto no tiene nada que ver con Hana, ¿verdad?! –dijo, de repente, Thyra-¡La verdad es que sigues molesto porque haya un ángel femenino entre los tres arcángeles!

 

Tras escuchar su queja, Michael cerró los ojos y resopló. Luego de volver a abrirlos, la miró con severidad y contestó.

-No tiene nada que ver con eso, pero, ya que has sacado el tema, sí, sigo sin estar de acuerdo en que seas arcángel. Los ángeles femeninos no están capacitados para ello.

-¡Lo sabía! ¡Tú y tus estúpidas tradiciones discriminatorias!

-Thyra, muestra más respeto –intervino Remiel, con tono calmado.

-¡Cuando él me lo muestre a mí! ¡Mira, Michael, no pienso apartarme de Hana, y si quieres que lo haga, tendrás que obligarme! –respondió ella, disponiéndose a marcharse.

-Que así sea –sentenció Michael, justo cuando una jaula se precipitaba sobre Thyra, quien la esquivó en el último segundo e hizo aparecer su vara delante de ella, lanzándola de frente y a toda velocidad contra él, obligándole a apartarse para evitar salir despedido.

-¡Jofiel, sácame de aquí! –exclamó ella.

-Lo siento, Thyra.

-¡Maldita sea! –se quejó la arcángel, agarrando de nuevo su arma y logrando poner una barrera de luz poco antes de que un rayo fuese lanzado contra ella- ¡¿Tú también, Remiel?!

 

El autor del ataque continuó con una sucesiva de más rayos a la que se unió su compañero, debilitando la barrera de luz de Thyra y obligándola a arrojarla contra ellos, destruyendo la sala y haciendo que los otros dos tuviesen que poner sus propias barreras para defenderse.

 

Entonces, la arcángel desplegó sus alas y puso sus ojos en blanco, generándose un vendaval blanquecino a su alrededor que la elevó unos centímetros del suelo mientras su cabello era mecido suavemente. Tras esto, transformó su vara en una lanza luminiscente y se dispuso a arrojarla contra ellos, lo que hizo perder la calma a Remiel.

-¡Detente, Thyra! ¡Si haces eso destruirás toda la torre! –advirtió.

-¡Entonces decidle a Jofiel que me deje salir! –contraatacó ella, cada vez más dispuesta a cumplir sus amenazas.

-¡No me dejas más remedio! –dijo Michael, uniendo sus manos en posición de rezo y haciendo que alrededor de ella apareciesen seis muros transparentes que formaban un cubo.

-¡No serás capaz! –se sorprendió ella.

-¡Lo siento!

 

Apretando fuertemente entre ellas las palmas de sus manos, Michael comprimió el cubo, que atravesó el cuerpo de la arcángel y se concentró en su pecho, donde quedó tatuado.

 

En respuesta, Thyra cayó al suelo inconsciente. Al mismo tiempo, su lanza, alas y vendaval desaparecieron.

-Lo siento, Thyra –repitió Michael.

 

Tiempo después, despertó acostada encima de un colchón un colchón. En el interior de una habitación casi vacía y con paredes del mismo color y material que las de la torre.

 

No había puertas ni ventanas, pero eso no fue lo que más la preocupó.

 

Al recordar el combate contra sus congéneres, se apresuró a mirarse el pecho, descubriendo el cubo grabado en su piel, cerca del esternón. Entonces, temblorosa, se dejó caer de nuevo sobre la cama.

 

La Marca de Seraphim. Una técnica de sellado que sólo conocía Michael. E incluso a él le había costado muchísimos años aprenderla y perfeccionarla.

Mientras tuviese esa marca en su cuerpo, sería incapaz de utilizar cualquiera de sus propiedades como ángel, convirtiéndola en una existencia muy parecida al ser humano. El único capaz de quitársela era el propio Michael.

 

-¿No crees que te has pasado un poco? –preguntó Remiel.

-Haber usado esa técnica contra uno de mis congéneres me resulta tan poco gratificante como a ti, Remiel. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo puedo usarla contra un individuo y el Setten que requiere es inmenso. Me costará volver a recuperar el suficiente como para quitársela en caso de que recapacite –respondió Michael.

-Lo sé, pero aun así...

-Sabes tan bien como yo lo poderosa que puede llegar a ser. Y tan desesperada como estaba, dudo que no hubiese utilizado la Lanza de Kodesh contra nosotros. Sólo espero que no siga siendo tan cabezota. Nunca dije que no fuese necesaria, pero es demasiado joven para la tarea de proteger a alguien.

 

Mientras tanto, Thyra seguía en aquella habitación hecha para mantenerla presa. No sabía cuanto tiempo llevaba ahí. Días, horas, puede que tan sólo unos minutos.

 

Le hacía preguntarse si Hana y Reima se darían cuenta de su desaparición. Sobre todo Reima, con quien había quedado para seguir con la búsqueda de información sobre Chronos.

 

En ese momento, escuchó un ruido extraño que la hizo incorporarse, topándose con una luz en mitad de la sala, la cual fue haciéndose cada vez más y más grande hasta convertirse en una trampilla, por donde apareció la cabeza de una chica.

-¡Thyra! ¡Aaaah! –exclamó, dándose de cabeza contra el suelo al mismo tiempo que desaparecía la trampilla detrás de ella- Ugh...

-¡¿Estás bien, Uriel?! –se preocupó la arcángel, levantándose para socorrerla.

 

Poco después, Uriel se encontraba abrazándola fuertemente, llorando lágrimas de alegría.

 

Era otro ángel femenino a la que conocía desde hacía mucho y que siempre la había tratado con mucho respeto, cercano a la adoración. Tenía el pelo corto hasta el cuello y del color del atardecer, sus facciones eran delicadas y su rostro pálido como el de una muñeca de porcelana, dándole un aspecto algo infantil pese a su edad y altura. Eso, combinado con su personalidad despistada y patosa, le generaba cierta ternura, llegando a considerarla como una hermana pequeña.

 

Pese a todo, debido a lo ocupada que había estado con su misión, llevaba muchos años sin verla, aunque en términos de edad para los ángeles, no fuese tanto tiempo.

-¿Qué haces aquí? –preguntó Thyra, sorprendida de verla.

-¡He venido a sacarte de aquí! –respondió Uriel, sin soltarla.

-¡¿Qué dices?! ¡Si lo haces, Michael te castigará!

-¡Pero no es justo que te hayan encerrado! ¡Además, me da igual que me castiguen, yo siempre estaré de tu parte!

 

Viendo lo decidida que estaba, Thyra suspiró profundamente.

-¿Y cómo piensas hacerlo?

-Igual que como he entrado. Recuerda que también se les permite la entrada al templo a los ángeles elegidos por otros arcángeles.

-Pero ese privilegio debería habérsete quitado después de encarcelarme.

-¡Y no tardarán en hacerlo! ¡Por eso debemos darnos prisa, antes de que le den la orden a Jofiel! –explicó Uriel, abriendo una nueva vía de escape justo cuando otro ángel entraba en la sala.

-Lo siento, Uriel. Pero me han ordenado que... –empezó Jofiel, poco antes de ver a las dos atravesando la trampilla- ¡¿Qué...?!

-¡Lo siento, Jofiel! ¡Te lo compensaré! –se disculpó Uriel, terminado de atravesar el portal y cerrándolo antes de que pudiesen seguirlas.

-Ah... –suspiró el ángel- Ahora las cosas se pondrán peor.

 

Tiempo antes de lo ocurrido en el templo, Reima se había reunido con Hana en la biblioteca. Estaba preocupado porque Thyra no había aparecido en toda la mañana y quería saber si la demonio sabía algo sobre ella.

-Yo tampoco la he visto –contestó la joven, también preocupada- ¿Crees que pasó algo en la reunión de ayer?

-No tengo ni idea, pero teniendo en cuenta lo puntual que suele ser, dudo que no haya sido por algo importante.

-Será mejor que nos dividamos y preguntemos a más gente antes de sacar conclusiones. Puede que haya tenido que hacer otro recado.

-¿Sin avisarnos antes? No parece algo propio de ella.

-Lo sé, pero si tenemos que ir a hablar con el resto de arcángeles, me gustaría asegurarme antes.

-De acuerdo.

 

Así pues, ambos recorrieron toda la ciudad buscando gente que la pudiese haber visto. En esto que Reima se encontró con Cain, quien bebía una jarra de cerveza en una de las tabernas cercanas a los aposentos de los Pacificadores.

-¿Thyra? –preguntó, confuso- Ni idea. Deberías preguntarle a Alex o a Tathya. Como líderes de grupo, han tenido que ir al castillo para presentar informes por escrito de lo sucedido en Nápoles.

-Gracias –respondió Reima, quien, a toda prisa, corrió hacia allí, encontrándose a Tathya junto con Julius, bajando por el camino en dirección a la ciudad.

 

Debía señalar que, desde que habían vuelto de Nápoles, se les veía más unidos. Por lo que había escuchado, que hubiese humanos entre los terroristas, así como el testimonio de Zagan, el demonio al que derrotaron, y en el que afirmaba haber sido manipulado; cambiaron la mentalidad de Julius. Hasta ese momento, él siempre había creído que los humanos tenían razón al esclavizar a los demonios, ya que ellos fueron quienes empezaron la guerra, pero empezó a dudar si realmente debía ser así.

 

Fue por eso que decidió ayudar en la recogida de firmas que los ciudadanos hicieron para presentárselas a Marinus. Según él, quería intentar creer en ellos.

 

Este cambio había sido bien recibido por Tathya y Sarhin, sus compañeros, quienes empatizaban con los demonios debido a que en el pasado también habían sido esclavizados.

 

-¿Pasa algo, Reima? –preguntó Julius, extrañado, al verle correr hacia ellos.

-¡¿Habéis visto a Thyra?! –contestó con otra pregunta.

-No. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? – dijo con seriedad, esta vez, la líder del primer grupo.

-Llevamos un tiempo sin saber nada de ella. He venido por si alguno la había visto entrar o salir del castillo.

-He estado allí prácticamente toda la mañana, y puedo asegurarte que no. Pero, si quieres, podemos ayudarte a buscarla.

-Me haríais un gran favor. Gracias.

 

Finalmente, los tres pacificadores se reunieron con Hana en el interior del castillo después de haber estado un buen rato buscando. Hacía poco que se había hecho de noche.

-¿Qué hacéis vosotros aquí? –preguntó la gobernadora, sorprendida, refiriéndose a Julius y Tathya.

-Me han estado echando una mano –contestó Reima.

-Cuando nos dijo que Thyra había desaparecido, pensamos que, siendo más, acapararíamos más terreno –añadió Tathya-. De hecho, le hemos pedido ayuda a más pacificadores –comentó, poco antes de que apareciesen Sarhin y Enam, quienes negaron con la cabeza en señal de que tampoco habían encontrado a la arcángel.

-Visto lo visto, no me quedará más remedio que hablar con los arcángeles –decidió Hana.

 

En ese momento, una luz les cegó, formándose a partir de ella una trampilla desde donde salieron disparadas dos jóvenes, que acabaron por chocarse contra la pobre demonio.

-¡Tienes que aprender a dominar el aterrizaje, Uriel! –se quejó Thyra, levantándose tan pronto como pudo, para darse cuenta de que debajo de ella estaba su amiga- ¡¿Hana?! ¡¿Qué haces aquí?!

-¡Eso mismo debería preguntarte yo a ti!

-¿Dónde estamos? –preguntó la propia Uriel, percatándose de la mirada del resto de pacificadores- Uuuh... –nerviosa, corrió a esconderse detrás de la arcángel.

-No te preocupes. Son amigos míos –declaró ella-. En fin, por lo menos estamos en territorio conocido.

-¡¿Pero qué ha pasado?! –preguntó Hana.

-¡Ahora os cuento! ¡De momento, vayámonos de aquí!