sábado, 23 de septiembre de 2017

Capítulo 37: Thaddaeus, el vagabundo



-Tú eres... –Asari se mantuvo pensativa durante unos instantes- ¡Ah! ¡Ya me acuerdo! ¡Eres aquel chico! ¡El que atacó el instituto, junto con los “Dying Walkers”, la otra vez!
-Mi nombre es Simon. Me alegra que te acuerdes de mí, aunque sea poco antes de tu muerte.
-Vaya. Qué seguro de ti mismo –rió la profesora-. Así que tú también eres uno de los apóstoles. Eres bastante joven.
-El más joven, al menos, actualmente –declaró Simon, mostrándose orgulloso.
-Una pena ver que chicos como tú se conviertan en ovejas descarriadas.
-¡Silencio, pecadora! ¡No eres quién para hablar!
-¿Podríais dejar esta conversación o como queráis llamarlo? –se quejó Ahren sacando sus armas- No hemos venido aquí para que ninguno de los dos deis sermones.
-Qué violento, Onii-chan –comentó Serah.
-Calla... –respondió su hermano.
-De todas formas, ¿qué le pasa a ése? –preguntó la joven, señalando al compañero de Simon, quien se había quedado durmiendo de pie, apoyado en su remo, y roncando sonoramente.
-Thaddaeus, ¡¿cuántas veces te tengo que decir que no debes dormirte de pie?! ¡Y menos en mitad de un combate! –exclamó Simon.
-Lo cierto es que el combate ni siquiera ha empezado... –comentó Asari, frunciendo el ceño.

Tras un ronquido aún más profundo que los anteriores, el hombre abrió los ojos poco a poco.
-¿Ya está lista la cena? –fue lo primero que dijo, con un tono más grave del que aparentaba tener.
-¡No es hora de cenar! ¡Un día de éstos vas a acabar con mi paciencia!
-Si no es hora de cenar, ¿por qué has traído invitados? –preguntó señalando con un gesto de la cabeza a los demás.
-¡Son nuestros enemigos!
-¿Y por qué iban a venir enemigos a interrumpir nuestra cena? Que sepas que no pienso compartir mi comida. Por cierto, ¿queda vino?
-¡No hay vino! ¡No hay comida! ¡Hemos venido a luchar contra los demonios! ¡Si tanto quieres comer, terminemos esto cuanto antes!
-De alguna manera... le compadezco... -dijo Ahren mientras, tanto él como las dos chicas a su lado, observaban a Thaddaeus sacarse un moco de la nariz y llevárselo a la boca- Es asqueroso...
-De repente, siento un escalofrío... –indicó Serah.
-¡Si no le dais vosotros, le doy yo! –gritó de repente Asari, apuntando con su rifle y disparando una bala de fuego con rapidez hacia la cabeza del vagabundo. Sin embargo, éste cogió el remo y, con un leve movimiento, desvió la bala hacia un lado, haciendo que penetrase una de las paredes laterales, sorprendiendo así a la profesora.
-Los mosquitos vienen muy agresivos este año. Deberías ponerte repelente, Simon –dijo el apóstol, sin señales de sentirse alterado por lo sucedido.
-No son mosquitos de lo que estamos hablando... –Simon parecía cada vez más cansado de intentar entablar conversación con él.
-Esto no me gusta... –murmuró Ahren, apuntando con sus pistolas-. Será mejor que nos centremos en derrotar a Thaddaeus. Ese tipo, es fuerte...
Asintiendo, las chicas también se pusieron en guardia, dando Serah el siguiente paso de manera que, en décimas de segundo, ya se hallaba a poca distancia de sus dos contrincantes. Entonces, desplazó su mano derecha hacia atrás y, con la palma abierta, se dispuso a golpear a ambos. Por su parte, Thaddaeus reaccionó apartando de un empujón a Simon y agachándose justo en el momento en que una onda expansiva salía despedida en línea recta y destruía una de las casas que tenía detrás.

Incorporándose, el apóstol observó el destrozo mientras se rascaba la nuca y emitía un silbido de impresión.
-Las noticias no habían dicho nada de un tifón. Mucho menos de uno con forma humana.
La chica intentó realizar otro golpe con la mano contraria, moviéndola desde su cintura hacia la espalda de Thaddaeus, no obstante, él, sin darse la vuelta, dirigió el extremo delgado del remo hacia su muñeca, desviando el golpe hacia arriba. Acto seguido, giró el objeto y se dispuso a golpear el costado de ella con el extremo más ancho, teniendo que detener su ataque para desviar un gran número de balas procedentes de las pistolas de Ahren.
-¡Asari! ¡Tú encárgate de Simon! ¡Nosotros iremos a por el vagabundo!
-¡Entendido! –contestó la chica mientras cambiaba de objetivo.
-Ya has oído, Simon. Esos dos prefieren charlar conmigo. Creo que todavía conservo mi carisma.
-¡Cállate! ¡Más te vale que hagas bien tu trabajo! –dijo el chico rubio, activando el mecanismo de su vara que hacía aparecer un filo en uno de sus extremos, y lanzándose en carrera hacia la profesora.

-Me sorprende que hayas podido golpearme. –dijo Serah dando unos pasos hacia atrás para crear distancia entre ella y Thaddaeus-. No hay muchos que sean capaces de ello.
-Es cuestión de mentalidad, querida –respondió el hombre metiéndose el dedo en el oído, haciendo una pelota con la cera sacada y lanzándola al suelo-. ¡Oh! ¡Ahora sí que puedo oír bien! ¡Qué alivio!
-No sé si lo hace aposta o es así de verdad... –comentó la chica, dejando caer los hombros.
Una serie de balas fueron lanzadas de nuevo contra el apóstol, quien, ésta vez, las esquivó, demostrando unos reflejos fuera de lo normal.
-¡Serah! –exclamó Ahren, a lo que la chica contestó asintiendo con la cabeza.
Acto seguido, se lanzó de nuevo a por el vagabundo, alzando su mano abierta a media altura, obligando al apóstol a saltar en el aire ya que, poco después de ello, se produjo una distorsión en el espacio que había estado ocupando. Entonces, Ahren apuntó con sus ocho pistolas y, como si fuesen ametralladoras, disparó numerosas ráfagas de bolas de fuego que estallaron nada más entrar en contacto con su adversario.

Pese a haber acertado en su objetivo, ninguno de los hermanos apartó la mirada de la pantalla de humo que habían generado las explosiones. Sin embargo, tanta precaución no pudo evitar que el remo saliese despedido a gran velocidad de entre la humareda, impactando en el abdomen de Serah. Al tiempo que la chica se retorcía de dolor, Thaddaeus siguió el mismo camino que su arma, cogiéndola en el aire y realizando un golpe en diagonal hacia el hombro de la joven.
Por suerte, ella logró reaccionar haciéndose a un lado para esquivarlo, girando sobre sí misma y contraatacando con un golpe de sus nudillos dirigidos a su mejilla, sin llegar a tomar contacto con su objetivo.
-Descargas una inmensa cantidad de tu Setten concentrándolo en un punto concreto. Sin duda, un golpe mortal si logra alcanzar a la víctima –indicó el vagabundo, creando algo de distancia entre los dos-. Y esos movimientos... deduzco que sabes artes marciales.
Justo al acabar la frase, una serie de brazos hechos de fuego, procedentes de los cañones de las pistolas de Ahren, se abalanzaron sobre él. Como respuesta, el apóstol hizo girar su remo a velocidad exorbitante, como si se tratase de un ventilador, apagando sus llamas.
-Tus golpes, por el contrario, son más numerosos, y tus armas te permiten una mayor versatilidad en cuanto a técnicas, pero son débiles. En resumidas cuentas, una buena táctica de vanguardia y retaguardia. Y por si fuera poco, la utilizáis bien gracias a vuestra buena coordinación. No obstante, una vez conoces como funciona... –rápidamente, el hombre se situó delante de Ahren, golpeando con su arma una de las muñecas del chico, que no pudo evitar dejar caer cuatro de sus pistolas. Sin darle tiempo a recuperarse, hizo desaparecer el remo y se posicionó detrás de él, atacando la parte de atrás de su rodilla y logrando que perdiese el equilibrio. Posteriormente, desplazó el brazo izquierdo por delante de su hombro mientras con el derecho rodeaba su cuello, inmovilizándolo-...sabes qué hacer: atacar e inmovilizar a la retaguardia y utilizarlo de rehén para acercarte a la vanguardia.

Aquel movimiento había desestabilizado fácilmente su formación. Cualquier ataque de Serah podía matar a su hermano si no lo hacía con suma precisión.
En ese momento, Ahren se preguntó si todos los apóstoles estaban a ese nivel o si él era un caso especial. Al principio, no había notado nada fuera de lo común. Pese a que, tanto su hermana como él, eran bastante sensibles al Setten y Retten, ninguno de los dos había sentido un poder descomunal en ese vagabundo. Sin embargo, nada más desviar el disparo de Asari, su instinto le había dicho que no estaban ante alguien normal. ¿Acaso había reducido su Retten a voluntad? Eso sólo tendría sentido si no hubiese querido ser detectado pero, en mitad de un combate, ¿qué necesidad tendría de hacerlo? ¿Quizás buscaba que le subestimasen? No. Ninguno de los dos lo había hecho durante el tiempo que llevaban de combate.
-Déjame adivinar. Estás intentando conocer el secreto de mi fuerza. Podrías invitarme a algo y te lo diría. La verdad es que no es nada del otro mundo.
-Entonces, ¿me lo dirás?
-¿Así? ¿Gratis? ¿En serio no me vas a invitar a nada?
-Quizás cuando te haya matado lo haga.
-¡Entonces no podré saborear nada! Por cierto, ¿has probado las colas de lagartija? Son un manjar.
El chico prefirió no contestar a esa pregunta.
-En resumidas cuentas, que no me vas a invitar a nada, ¿no? –continuó el apóstol- De acuerdo, te lo diré, pero porque sois mis invitados. Que conste que soy un buen anfitrión. Aunque hay mosquitos y ahora mismo refresca.
-¿Cómo es que alguien como tú sigue vivo?
-Bueno, como iba diciendo –dijo Thaddaeus, ignorando al joven-, lo cierto es que soy el que tiene el Retten más bajo dentro de los apóstoles. Si algo me caracteriza es que tengo mucha experiencia en combate.
-¡¿Qué?! –gritó Serah, quien también había estado escuchándoles- ¡¿Sólo eso?!
-Sólo eso.
Eso no les daba ninguna información. Era como decir que sabes cocinar porque has aprendido. Lo obvio. Pero, si lo que decía era verdad, ¿cuanta experiencia habría acumulado en combate como para no haber podido llegar a provocarle ni un rasguño?
-En cualquier caso, ¿qué piensas hacer, jovencita? Un paso en falso y él morirá.
-¡Cálmate, Serah! ¡Si te verdad pretende utilizarme como rehén no me matará!
Contrariando sus palabras, el hombre apretó el cuello de Ahren, a quien, poco a poco, empezó a faltarle el aire. En un intento de librarse, el joven intentó golpear con su brazo libre pero se encontraba en una mala posición como para que su acción tuviese algún efecto.
-No soy tan amable.
-¡Onii-chan! –gritó Serah, impotente y desesperada debido a su indecisión- ¡No! ¡Onii-chan!

Fue entonces cuando Thaddaeus observó al chico gesticular con los labios. Si había leído bien, acababa de articular dos palabras que le hicieron entender que algo iba mal: “Un... error...”.

En ese momento, apareció un círculo de luz alrededor de Serah, acumulándose un gran poder en su interior al mismo tiempo que pequeñas porciones de la superficie del suelo se levantaban lentamente en el aire. Segundos después, alas de ángel surgieron de su espalda y una energía de colores blanco y amarillo comenzó a concentrarse en su mano, con la que apuntó al vagabundo.
-Esto no me gusta –dijo el apóstol, esbozando una sonrisa irónica mientras aflojaba su agarre y liberaba a Ahren.
El joven, quien se sentía un poco mareado, estuvo a punto de perder el equilibrio, pero sabía bien que no era momento para algo así. Si no se daba prisa, todo quedaría reducido a cenizas.

Así pues, actuó con rapidez, lanzando sus pistolas restantes al suelo y corriendo hacia su hermana. Al entrar en el círculo de luz, éste le infligió heridas en varias partes de su cuerpo, sin embargo, no detuvo su avance.
Al final, justo cuando ya había acumulado suficiente energía para disparar, el chico la abrazó, logrando que reaccionase.
-Cálmate –dijo Ahren con tono suave-. Estoy bien. No pasa nada. Todo va a salir bien. Estoy aquí, Serah.

La energía en su mano desapareció a la vez que lo hicieron sus alas y el círculo de luz que la rodeaba. Una vez calmada la situación, ambos hermanos quedaron abrazados durante un tiempo ante la seria mirada de Thaddaeus, quien se agachó a recoger las pistolas.
-Gracias, Onii-chan. Ya estoy mejor.
-Ah... –suspiró Ahren, separándose de ella- Prometiste que no volverías a descontrolarte en una situación desesperada. Estoy seguro de que, si hubieses disparado, te habrías cargado la realidad alternativa de Mammon. ¿Qué diría ese “tío” si te viese así?
-Se enfadaría conmigo por romper mi promesa. No se lo cuentes, ¿vale?
-Tranquila. Sabía que no te sería tan fácil, y estoy acostumbrado a ser quien te calme, aunque últimamente haya dejado ese papel –sonrió.

Cuando se giró para encarar a Thaddaeus, se encontró con sus pistolas siendo lanzadas hacia él, cogiéndolas por acto reflejo.
-¿Por qué me las devuelves? –preguntó Ahren, sin entender el gesto.
-No lo sé. ¿”Soy honrado” te vale?
-Antes, cuando has visto el estado de Serah, has aflojado el agarre y me has liberado. Desde un principio, no pretendías matarnos, ¿verdad?
-Empezaba a hacer un poco de calor. No soy bueno con las temperaturas altas, así que he dejado que corra el aire entre tú y yo, ya sabes.
-Ésa es otra. Te haces el loco pero una vez entras en combate, tu personalidad cambia. ¿Quién diablos eres?
Haciendo aparecer de nuevo el remo, el apóstol le dio un par de giros y lo posó sobre su hombro.
-Si quieres saberlo, antes tendrás que vencerme...

Mientras tanto, más alejados, la lucha entre Asari y Simon continuaba, con la primera manteniendo las distancias mientras disparaba cada vez que veía oportunidad.
-¡¿Es que no sabes hacer otra cosa que huir?! –se quejó Simon, esquivando los ataques de la profesora.

Aquella táctica le permitía conocer mejor los movimientos de su contrincante. Era la manera más conveniente de luchar contra un enemigo del que sabía bastante poco. Esa era una de las bases que le había enseñado su maestro.
“Por lo que he podido observar, sus movimientos son rápidos pero no parece muy experimentado en combate. Aun así, no debería subestimarlo.”, pensó Asari a la vez que seguía retrocediendo, “Probaré a atacarle por sorpresa”.

Con esto en mente, disparó al suelo, fundiéndose con las llamas y teletransportándose detrás de su adversario. Posteriormente, apuntó a su espalda y lanzó una bala de fuego que se dividió en varias, golpeando diversas partes de su objetivo, que cayó al suelo, dejando de moverse. Con su arma todavía en alto, inspeccionó el cuerpo de su enemigo, buscando alguna señal de ataque, sin embargo no vio nada que supusiese un peligro.
-Será mejor que me asegure –dijo, disponiéndose a realizar otro disparo para rematar a su oponente.

De repente, el filo de una lanza atravesó su vientre por la espalda, provocando que la joven girase la cabeza hacia atrás, encontrándose con Simon.
-¿Cómo...? –preguntó, dándose cuenta, acto seguido, que el cuerpo del apóstol continuaba en el mismo lugar.
-Es complicado –respondió el joven, sacando la lanza de la espalda de la profesora, que se desplomó sobre el hormigón, dejando un charco de sangre debajo-, pero como bien dicen: un mago nunca revela sus trucos.

Tras esto, el apóstol se encaminó hacia su otro cuerpo, agachándose junto a él y tocándolo con una de sus manos. Inmediatamente después, ambos se unieron formando un único individuo, el cual, tras unos segundos, se levantó despacio, como si le doliesen los músculos del cuerpo.
-Ugh... ¿qué ha pasado? –fue lo primero que se le escuchó decir ante la atónita mirada de Asari.
Una vez incorporado, se dio la vuelta para encararla, extrañándose al principio por encontrarse a la chica herida. No obstante, su expresión no tardó mucho en volverse más serena, dejando escapar un suspiro.
-Ya veo. He perdido el conocimiento y ha vuelto a salir.
La profesora intentó también ponerse en pie, pero la sangre que había perdido la había debilitado considerablemente, consiguiendo alzar solamente el torso.
-¿A quien... te refieres...?
Manteniéndose en silencio, Simon se limitó a caminar hacia ella, lanza en mano.
-Alguien a quien no le tengo demasiado aprecio pero que, por desgracia, es mejor que yo en combate.
No entendía nada. ¿Una persona clavada a él que aparecía cuando perdía el conocimiento? ¿Se trataba de una proyección astral o algo así?
-No me gusta ganar por estos métodos pero no pienso desaprovechar esta oportunidad. Cumpliré mi misión y te mataré para dar un paso más hacia el reinado de mi señor Chronos. Adiós.
El filo de su lanza se precipitó sobre Asari, a quien, como una serie de diapositivas, se le pasaron por la mente recuerdos de cuando todavía vivía su maestro. Los momentos más felices de su vida. Con todo ello, lo que con más intensidad se le presentó fue una frase que le repetía cada vez que se metía en problemas: “Conserva la vida que te he dado”...

Había empezado a llover. Una niña de entre once y doce años andaba atropelladamente sobre una llanura, con ropa andrajosa y pelo estropeado. Llevaba días sin comer nada y el agua que había bebido procedía de un charco sucio y lleno de insectos, algo que le había dado igual debido a la sed que había acumulado. Se sentía muy débil, apenas podía levantar sus huesudos brazos y sólo dar un paso llevaba gran parte de su energía vital. Sus padres no le habían enseñado a sobrevivir en mitad de la nada. En una ciudad habría podido robar algo para comer pero allí sólo había hierba mojada y árboles sin frutos comestibles. Incluso si ahora los encontrase, ni siquiera podría trepar para llegar hasta ellos.

Finalmente, no pudo más y cayó sobre el barro. No tenía fuerzas para llorar. Lo único que deseaba era dormir pero sabía bien que si lo hacía, no volvería a despertar. Pese a ello, sus párpados pesaban muchísimo y su cuerpo ya no le respondía. “Quiero vivir”, pensó, tratando de darse valor, “Quiero vivir”, repitió una y otra vez hasta que su mente se quedó en blanco y terminó cerrando los ojos, durmiendo por última vez.

Todo era oscuro, y no sentía nada. Justo como lo había imaginado. Pero hubo algo con lo que no contaba en aquel lugar vacío. Una voz. Una voz que la llamaba.
No reconocía esa voz pero era agradable. Quizás fuese Dios, que había venido a por ella. Nunca había sido religiosa. No había tenido tiempo de pensar en ello a lo largo de su corta vida pero si, como decían los mayores, existía, entonces debía de ser su voz.

Queriendo llegar hasta él, el sonido se hizo cada vez más y más fuerte hasta que, antes de poder darse cuenta, la oscuridad fue sustituida por una luz muy brillante que le hizo abrir los ojos.

De repente, ya no estaba en ese lugar oscuro, sino frente a frente con un techo de madera.
Extrañada, levantó la cabeza y miró a su alrededor, encontrándose con una pequeña habitación con una mesita de noche artesanal hecha del mismo material que el techo, y una cama sobre la que se hallaba acostada. Además, había varias velas distribuidas por todo el cuarto, iluminándolo.
-¿Dónde estoy...? –fue lo primero que alcanzó a decir, sorprendiéndose a sí misma con su propia voz.

Quizás, aquella fuese la casa de Dios o su habitación en el cielo. Nunca había escuchado como era el cielo, así que no tenía ni idea de que esperar en él. Puede que si salía por la puerta, encontrase a Dios esperándole para enseñárselo.
Con esta idea en mente, la chica se encaminó hacia ella y, justo cuando estaba a punto de abrirla, alguien lo hizo desde el otro lado.
-¡Oh! Parece que ya has despertado.
La voz que le habló era la misma que había escuchado en la oscuridad. Iba encapuchado de arriba abajo, viéndose únicamente unos dedos anormalmente largos y de color verde que provocaron que la niña diese varios pasos hacia atrás.
-Tranquila. No te asustes. Mi nombre es Baal, ¿cuál es el tuyo pequeña?
Dudó en decírselo. No le sonaba de nada el nombre de Baal. Quizás fuese un amigo de Dios pero tenía un aspecto muy extraño, y su madre siempre le había dicho que no confiase en desconocidos.
-Mm... Supongo que necesitas más tiempo... Volveré más tarde. ¿O prefieres que te enseñe la casa? –propuso Baal, haciéndose a un lado para que pasase la pequeña.
Ella, tímidamente aceptó, saliendo de la habitación pero manteniendo una distancia prudente con el encapuchado.

Lo que vio conforme fue avanzando no era diferente de una vivienda de madera antigua: una cocina con una pila para fregar la vajilla, un horno de metal en cuyo interior se acumulaban brillantes brasas y una mesa en el centro junto a la que se encontraba una solitaria silla; además de un aseo en el que se utilizaba un barreño para lavarse las manos, con una bañera de madera y un urinario donde las deposiciones iban a parar a un profundo hoyo situado debajo de la residencia. Ambas habitaciones, así como los pasillos, con ventanas en las paredes. Cuando por éstas no entraba luz que iluminase el interior, se encargaban de ello varias velas colgadas del techo o distribuidas por algunas zonas de las habitaciones, algo muy conveniente en el dormitorio, teniendo en cuenta que en éste no había ventanas.
-Siento que no sea gran cosa. Siempre he vivido aquí solo así que... –se disculpó Baal mientras observaba la expresión de la pequeña, a quien no parecía importarle lo más mínimo.
-¿De dónde sacas el agua para lavarte?
-¡Ah! ¡Cierto! ¡Ven conmigo! Te lo mostraré.

Dicho esto, los dos se encaminaron hacia una puerta que llevaba al exterior. Al salir, les recibió un pequeño jardín en el claro de un bosque. Flores y plantas de distintos tipos y colores se organizaban en parcelas de tierra separadas por un estrecho sendero, lo suficiente como para dejar pasar a una persona.
Al llegar a cierto punto del sendero, Baal señaló a lo lejos con uno de sus largos dedos.
-¿Ves ese río de allí?
Girando la cabeza hacia el lugar indicado, la pequeña vislumbró entre los árboles una corriente de agua que cruzaba el bosque. Debía de situarse a unos doscientos metros de la casa.
-Observa –dijo el encapuchado mientras juntaba sus manos y, pocos segundos después, las abría para dejar ver una acumulación de agua flotando en el aire como por arte de magia. Tras esto, se acercó a una de las parcelas con flores y dejó caer el líquido lentamente.
-¡¿Cómo has hecho eso?! –preguntó la niña, sorprendida.
-Puedo teletransportar cualquier cosa siempre y cuando no supere un límite de tamaño y peso, y no se encuentre a mucha distancia.
-¡¿Me puedes enseñar?! –su rostro emanaba curiosidad por todos sus poros.
-Bu-bueno, no será fácil... pero creo que podrás aprenderlo...
-¿Me lo prometes?
-Sí, te prometo que te enseñaré.
-¡Bien! –exclamó ella, dando saltos de alegría. Sin embargo, una vez se dio cuenta de algo, detuvo su euforia-. Dime, ¿estoy muerta?
-¡¿Qué?! ¡No! –se extrañó Baal.
-Entonces, ¿esto no es el cielo?
-¿El cielo? ¡Ja! ¡Más quisiera el cielo!
La niña inclinó la cabeza, confusa.
-Ejem... Quiero decir que no, no es el cielo. Es cierto que cuando te encontré moriste pero... bueno, como sea, te salvé y te traje hasta aquí... –dijo el encapuchado sin saber qué palabras usar para que lo entendiese.
-Ya veo. Entonces... estoy viva... –como si no terminara de creérselo, observó sus huesudas manos y piernas, tocándose la cara varias veces para sentir el tacto de sus dedos y mejillas. Posteriormente, alzó la cabeza hacia Baal y sonrió-. Gracias por salvarme.
Él se quedó unos instantes sin saber que contestar. Aquella sonrisa había sido algo inesperado que le había desarmado por completo.
-N-no hay de qué...
-Por cierto, tengo hambre –cambió de tema la niña.
-¡S-sí! ¡Por Satán, ¿cómo se me puede haber olvidado algo así?! ¡Vamos dentro, te prepararé algo!
-¡Vale!
De repente, ella le cogió la mano, algo que hizo que Baal no supiese cómo reaccionar.
-Me llamo Izumi, Asari Izumi."

viernes, 15 de septiembre de 2017

A New World: Capítulo 8

Escondiéndose detrás de los pilares, Sarah logró evitar los disparos de Duobus. Había conseguido deshacerse del cañón con un tiro directo a su boca, sin embargo, el arsenal de armas de la descendiente parecía ilimitado, y nada le aseguraba que no invocase otra más potente.

 

Ahora mismo, el combate se había reducido a un enfrentamiento a distancia entre las dos, y era su adversaria quien llevaba la ventaja por ser más rápida.

 

“Necesito distraerla de alguna forma”, pensó, observando cada uno de sus movimientos, así como de los cuatro rifles que ahora flotaban a su alrededor. Mientras lo hacía, su mirada se posó sobre el área del techo que se encontraba justo encima de ella. Fue entonces cuando se le ocurrió algo.

-Espero que funcione –murmuró para sí misma, poco antes de salir de su escondite y preparar una de sus flechas- ¡Sword Target: Destroy! –gritó, al mismo tiempo que la enviaba hacia su objetivo, provocaba que una multitud de escombros se precipitase sobre Duobus.

 

La nigromante no tuvo más remedio que hacer uso de dos de sus rifles para destruir el concreto, mientras dejaba que los restantes se encargasen de Sarah. Aunque este pequeño detalle permitió mayor libertad a la guerrera. La suficiente como para preparar un nuevo ataque con otras dos flechas, que disparo hacia los rifles, y una tercera dirigida a su abdomen.

 

De esa forma, pese a que las dos primeras no hicieron diana debido a la rápida intervención de sus armas, la última se hundió de lleno en su estómago, haciéndola retorcerse ligeramente por el dolor.

 

Aun así, intentó contraatacar, pero, para entonces, Sarah ya había corrido a refugiarse detrás de uno de los pilares.

 

Sin el menor de los cuidados, Duobus retiró la flecha de su vientre, pudiendo observarse una herida bastante profunda. Este hecho, aunque no daba la sensación de ser muy significativo, puesto que la descendiente no parecía haber bajado el ritmo, para la joven peliazul había supuesto reducir la distancia que las separaba. Con todo, debía tener en cuenta que la estrategia de romper el techo no funcionaría una segunda vez, por lo que necesitaba pensar en otra cosa.

 

El combate continuó con la descendiente desplazándose a un sitio desde el que pudiese ver mejor a su contrincante. Allí, descargó sobre ella una ráfaga de balas, obligándola a rodear el pilar para, de nuevo, situarse en un ángulo donde no pudiese alcanzarla.

 

Pero su ataque no acabó ahí. Dos cuchillos aparecieron a un metro sobre su cabeza, cayendo hacia abajo en línea recta.

 

Sus reflejos la hicieron reaccionar al peligro, desviando la trayectoria de una de las armas con un movimiento de su arco, mientras que la otra acabó en el suelo, a varios centímetros delante de donde estaba, sin tocarla siquiera.

 

Había algo en lo que la chica se había fijado durante su combate contra Duobus. Las invocaciones seguían las órdenes de los nigromantes que las habían contratado. Por tanto, la posibilidad de que dependiesen de su percepción para poder atacar era bastante alta.

 

El hecho de que uno de los cuchillos ni la hubiese rozado, le hizo pensar que a Duobus le estaba costando calcular la distancia que las separaba, al estar detrás del pilar. Así pues, pese a la habilidad de sus invocaciones para aparecer y moverse con total libertad por aquella sala, sin la dirección de su maestra, eran tan útiles como cualquier arma convencional.

 

De esa forma, a Sarah se le ocurrió una idea. Era más arriesgada que la anterior, ya que requería exponerse más tiempo al enemigo, pero, si salía bien, podría girar las tornas a su favor.

 

Así pues, colocó dos flechas sobre su arco y esperó a que Duobus detuviese su ataque para correr hacia el lado contrario.

-¡Sword Target: Destroy! –exclamó a la vez que disparaba a la zona del suelo más cercana a su contrincante, rompiendo parte de él y obligándola a hacerse atrás mientras trataba de contraatacar.

 

Tras esconderse de nuevo, volvió a sacar otro par de flechas y llevo a cabo el mismo proceso, ésta vez, desplazándose hasta el pilar adyacente. Por desgracia, aun lográndolo, uno de los disparos de la descendiente alcanzó su pierna derecha.

-¡Mierda! –se quejó, observando de reojo como la sangre caía por su tobillo y manchaba su calzado.

 

Por otro lado, los resultados de su pequeña incursión habían dejado la superficie de la sala llena de grietas, polvo y escombros. Si no fuese porque Duobus era una mujer precavida, hubiese pensado que la puntería de Sarah dejaba mucho que desear.

 

-¡Sword Target: Sacatter! –gritó de repente la chica peliazul, haciendo que otro flechazo impactase en el área destruida y levantase una gran nube de polvo y escombros, lo que cegó a la descendiente, quien tuvo que cubrirse los ojos mientras sus rifles disparaban en varias direcciones, a modo de defensa. Hecho al que se unió la aparición de varias armas blancas de diferentes tipos, que flotaron a su alrededor formando en una especie barrera, y que acabaron precipitarse al suelo con fuerza.

 

Justo entonces, un disparo de Sarah surcó el espacio que las separaba hasta atravesar el pecho de Duobus, seguida de otro que penetró su costado. De no ser por la intervención de sus rifles, mediante fuego de dispersión, una tercera habría acabado el trabajo.

-Así que esto era lo que pretendías –dijo Duobus, de rodillas en el suelo.

 

Con el fin de reducir su visibilidad, había estado apuntando intencionadamente al suelo, utilizando el polvo y los escombros como pantalla de humo, evitando así que supiese de dónde venía el ataca.

 

Por más que Duobus intentase ahora dar con ella, era imposible encontrarla. Lo único que podía hacer era conjeturar detrás de cuál de los cuatro pilares a su espalda podía estar, lo que le dejaba con dos opciones: golpear al azar uno de ellos, contando con que tendría un 25% de probabilidad de acertar; o atacar un área mucho más grande, con el problema de que tendría que reducir la potencia para evitar un destrozo excesivo. Algo para lo que tan sólo podría usar armas pequeñas y que le requeriría una gran concentración. Por eso mismo, prefería no tener que recurrir a ella, pero, dado el caso, era la opción menos arriesgada.

 

Lo que estaba claro es que Sarah no iba a ser quien tomase la iniciativa. Estaba esperando el momento en que Duobus hiciese su movimiento y fallase para salir de su escondite y sentenciar el combate. Por supuesto, también había tenido en cuenta que la descendiente encontrase la forma de desbaratar su plan, no dejándole otro remedio que improvisar, de ser ése el caso.

 

En resumen, las cartas estaban echadas sobre la mesa.

 

Mientras tanto, los semidioses que luchaban contra los ejércitos del imperio y “Comhairle”, continuaban con su espectáculo de viento y fuego, impidiendo el avance de las tropas.

 

Se había intentado acabar con ellos con un ataque aéreo, pero pronto fueron neutralizados por fuertes corrientes de aire generadas por uno de ellos (el chico), provocando que los aviones chocasen entre sí.

 

Al mismo tiempo, la superficie terrestre estaba cubierta por un muro de fuego que impedía el paso a la mayoría de los regimientos, siendo incinerados aquellos que lograban pasar (todos ellos usuarios de Radiar) por grandes llamaradas surgidas de las manos de otra de las hermanas.

 

Lo que no esperaba ninguno era la presencia del arma más poderosa que tenía en la actualidad el imperio. Una cuya fuerza había hecho retrasar su uso hasta que no hubiese otro remedio.

 

Cuál fue su sorpresa cuando, atravesando las llamas, un rayo de energía hizo contacto con el cuerpo de la semidiosa, desintegrándolo al instante, sin dejar rastro.

 

Con la muerte de la chica, las llamas fueron desapareciendo poco a poco, dejando entrever a seis Erasers manejados a voluntad por aparatos en manos de algunos de los soldados, quienes, pese a ello, se mantenían una distancia prudente de ellos.

 

El compañero de la chica ni se inmutó por su muerte. Simplemente, reconociendo el peligro delante de él, guió el viento en su dirección, tratando de eliminarlo.

 

No obstante, su acción llegó demasiado tarde, ya que otro de los Erasers, que había estado concentrando la misma energía en su boca, disparó con igual precisión que los anteriores, ocupando tal rango de alcance que fue imposible de esquivar para él.

 

No sintió ningún dolor. No tuvo tiempo de ello. Simplemente desapareció, igual que la joven.

-¡Avanzad! –exclamó el comandante al mando, dejando que las bestias tomasen la delantera.

 

Por mucho que el número de Erasers liberados fuese lo suficientemente pequeño como para que el ejército contrario se encargase de ellos, sin duda, causarían muchas bajas.

 

Si querían cumplir con las órdenes del emperador y no dar lugar a una masacre que impidiese el choque de fuerzas entre usuarios de Radiar, debían mantenerlos a raya el mayor tiempo posible sin dejar de aprovecharse de la ventaja que les proporcionaba.

 

En el lado contrario, May intentó levantarse. Gracias a su poder, había conseguido reblandecer la tierra sobre la que habían acabado. Eso y la formación de dos bloques de tierra, que había ayudado a frenar la caída, les había salvado la vida.

 

Como consecuencia, era incapaz de mover su cuerpo más que unos centímetros. Probablemente, si intentase volver a usar sus poderes, perdería toda la movilidad.

 

Su hermana, viendo el estado en que se encontraba, se acercó a ella arrastrando su pierna herida. Una vez a su lado, hizo fuerza con sus brazos para levantarle la parte superior del cuerpo y apoyarla sobre sus hombros, quedando así sentadas frente a frente con el muro de tierra que se había formado tras la caída del golem.

-Me has salvado la vida -dijo.

 

May también estaba confusa. Hasta ese momento, sus hermanas habían sido más una ayuda para sobrevivir que personas por las que sintiese afecto. Siempre tenido buena sincronización a la hora conseguir alimento o enfrentarse a algún peligro, pero nada más.

 

Lo de hace un momento, había sido diferente. Había sentido la necesidad de protegerla. Era una sensación nueva, pero no le desagradaba.

-Creo que a esto se refería –respondió May.

 

De repente, el muro de tierra empezó a romperse, dejando ver unos láseres de color rojo que se movían continuamente en círculos, a la vez que acercaban y alejaban del punto central que rodeaban.

 

Poco a poco, abrieron un boquete, el cual fue agrandándose hasta permitirles el paso a las tropas lideradas por Ceron.

 

El sistema L-Drill. Una tecnología en forma de aparato, que debía medir la mitad que el golem creado por May. Se desplazaba por medio de tracción de oruga (igual que un tanque), avanzando con lentitud pero llevándose por delante cualquier obstáculo.

 

Con el ejército enemigo, liderado por aquella monstruosa maquinaria, dirigiéndose hacia ellas, la situación parecía perdida.

-Ahora es mi turno de salvarte a ti –le dijo su hermana, dejando a May en el suelo con suavidad y levantándose, no sin dificultades, para enfrentarse a ellos.

-No. No lo hagas. Si lo haces, morirás. Si tú mueres, ¿de qué habrá servido? –replicó May, haciendo esfuerzos vanos tanto por gritar como por impedírselo.

-Yo también quiero protegerte. Quiero luchar por ti. Sentirme viva –sentenció, uniendo sus dedos, dispuesta a utilizar su poder.

 

Durante unos segundos que para May se hicieron eternos, mantuvo esa misma posición mientras veía a la infantería acercarse.

-¡No! –exclamó, finalmente, May, justo cuando su hermana hacía explotar desde dentro el sistema L-Drill, dando lugar a una onda expansiva que exterminó a un considerable número de soldados y desperdigó los trozos de la maquinaria por todo el campo de batalla.

 

Poco después, cayó al suelo.

 

-¡¿Qué ha sido eso?! –preguntó Ceron tras ser lanzado contra el suelo.

-¡Han destruido el sistema L-Drill, señor!

-¡¿Qué?! ¡¿Quién?! ¡¿Cómo?!

-¡Los semidioses, señor! ¡Siguen vivos!

-¡Maldita sea! ¡Matadlos! ¡Los quiero fuera de mi camino enseguida! –exclamó Ceron-. ¡Y que el equipo médico atienda a los heridos! Si llegan a destruirlo antes de atravesar el muro, no sé lo que habría sido de nosotros. Y aun así, no tenerlo nos dará problemas frente al imperio y sus aliados.

-¡Señor! ¡El ejército del imperio se acerca! ¡Y viene con esas criaturas que nos atacaron la otra vez!

-¡Joder! ¡Una desgracia detrás de otra! –se quejó el gobernador-. ¡Preparaos!

 

Cuando May por fin pudo mover un brazo, intentó alcanzar el cuerpo de su hermana, pero éste estaba demasiado lejos para ello.

 

Aun así, no se rindió. Apretó con fuerza sus dientes e hizo uso de toda su voluntad para llegar hasta ella. Por desgracia, siguió siendo en vano.

 

Tan sólo podía observar, impotente, su cuerpo inerte, mientras se le emborronaba la vista al formarme lágrimas en sus ojos.

-¿Por qué? –se preguntó, al mismo tiempo que una profunda tristeza la inundaba, hasta el punto de ni siquiera escuchar el avance del ejército imperial-. Ahora que por fin había empezado a entender lo que significa amar.

 

De repente, alguien las cogió, escapado del allí antes de ser aplastadas por los Erasers. De reojo, la chica consiguió ver a Valer.

-¿Valer?

-Runya me lo pidió. Dijo que ambas tenéis algo por lo que vivir.

-Pero ella ya...

-Sigue viva.

-¿Qué?

-Tu hermana, sigue viva. Soy ciego, pero puedo sentirlo.

 

Aquellas palabras le dejaron un nudo en la garganta, como si una cascada de emociones se hubiese agolpado en ese punto.

-Gracias –respondió finalmente.

 

Mientras tanto, en Genese, Ivel, todavía mareada, se puso en pie usando de apoyo la pata de una mesa volcada.

 

Llevándose una mano a la frente, miró a su alrededor, donde descubrió su lanza clavada en la pared, así como el cristal roto por donde había entrado.

 

Un fuerte ruido la alarmó, como si se hubiese producido una explosión cerca. Debía de ser Tribus, destruyendo de forma indiscriminada las casas circundantes con el fin de dar con ella.

 

Si no quería acabar convertida en carne picada para Sead, debía ponerse en movimiento cuanto antes. Motivo por el que decidió sacar su arma y disponerse a buscar una habitación lo más alejada posible del ruido, desde la que poder escapar.

 

Sin embargo, el Inferno no parecía tener planes de darle tregua, pues uno de sus tentáculos atravesó el techo y aplastó varios muebles al intentar cogerla.

-¡Maldita sea! –se quejó, dirigiéndose rápidamente a la habitación contigua, un dormitorio desde cuya ventana pudo observar la casa adyacente. Entonces, usando su lanza como pértiga, atravesó el cristal de un saltó, haciendo lo mismo con la siguiente ventana que encontró, sin dejar de correr, mientras la criatura le pisaban los talones.

 

Lo que vino a continuación fue como una odisea, debiendo saltar por encima obstáculos, o incluso deslizarse por debajo de ellos, para ganar la mayor distancia posible. Recorriendo de esa forma toda la vivienda hasta llegar al límite que la separaba de otra, teniendo que atravesar de nuevo la ventana más cercana para seguir adelante y que no la pillasen.

 

Este proceso se repitió varias veces hasta que uno de los tentáculos consiguió golpear una zona muy cerca de donde estaba, empujándola hacia una de las habitaciones de la última casa a la que había ido a parar.

 

Fue allí donde vio algo que llamó su atención. Algo que, si usaba correctamente, podía ayudarla a cambiar las tornas del combate.

 

Después de que otro golpe de Sead destruyese ese sitio, el Inferno se detuvo, dando tiempo a que la nómada recuperase un poco el aliento mientras se ocultaba de la mirada de Tribus.

 

La descendiente estaba algo irritada, pues si bien sabía por qué zona se encontraba Ivel, desconocía la localización exacta. Era por eso que la mayoría de sus ataques habían sido al azar.

 

Así pues, se mantuvo alerta ante cualquier movimiento de la joven. Y no fue para menos, ya que su lanza apareció desde su punto ciego, penetrando el aire hasta clavarse en su costado, dejando escapar un grito dolor.

 

Para su desgracia, el ataque no terminó ahí. Tribus se dio cuenta de que había una cuerda atada al mango del arma, por lo que, al tirar de ella, Ivel hizo que regresase a sus manos, arrojándola de nuevo contra su espalda.

-¡Sead! –con un movimiento rápido, el Inferno agarró a su invocadora, justo a tiempo para evitar ser ensartada. El objeto volvió de nuevo a su propietaria, quien giró varias veces sobre sí misma para reducir su velocidad y así poder cogerlo.

 

Finalmente en tierra, la descendiente se llevó una mano a la herida, manchándosela de sangre.

-Buen golpe –la halagó, sin poder reprimir una mueca.

-Si no puedo acercarme a ti. Te atacaré desde lejos.

-¿Crees que el mismo truco volverá a servirte?

-Ponme a prueba –respondió, burlona.

-Me encanta eso de ti –declaró la nigromante, esbozando una sonrisa-. Tan valiente. Tan fuerte. Me parece injusto que estemos en bandos contrarios.

-Lo sé. Pero hay una diferencia muy importante que nos separa.

 

Sin nada más que decir, la chica pelirroja arrojó otra vez la lanza, obligando a su adversaria, ahora más preparada, a llamar a uno de sus esqueletos para protegerla, de forma que la lanza acabase clavada en el escudo que portaba.

 

Sin embargo, eso no hizo desistir a Ivel, quien utilizó el otro extremo de la cuerda, al que había atado uno de los escombros de las casas (lo suficientemente pesado y grueso para tener el efecto deseado, pero no tanto como para disminuir su maniobrabilidad), para lanzarla a los pies de Tribus, logrando enrollarla en sus tobillos a fin de usarla para atraerla hacia ella.

 

No obstante, otro de los tentáculos de Sead volvió a actuar en su defensa, aumentado de tamaño y golpeando a la joven nómada, que salió despedida por los aires junto con el esqueleto, cuyo escudo seguía enganchado al arma.

 

Mientras ascendía, consiguió empujar al escudero contra una pared cercana, destruyéndolo. Entonces, tras recuperar su lanza, clavó su filo en otra pared y se impulsó hacia delante hasta apoyar los pies en ella, ayudándose de la misma para escalar hasta el techo.

 

Allí ya le esperaban más tentáculos, que cada vez más grandes, con tal de ocupar más espacio e impedirle cualquier vía de escape.

 

Lo bueno es que tenían una desventaja. Su lentitud. Lo que le permitió usarlos como medios para columpiarse, con la cuerda a modo de liana, hasta llegar a una zona donde no pudiese llegar la criatura, justo en la se encontraba Tribus.

 

Nada más aterrizar, a pocos metros de la descendiente, tuvo que defenderse de los esqueletos que actuaban como sus guardaespaldas, realizando un ataque horizontal que los derribó.

-¡Aaaah! –exclamó, girando por su espalda para acabar golpeando con el talón la barbilla de Tribus, tirándola contra el suelo y apuntándole al corazón con el filo de su arma.

-¡Ja ja ja! –rió la nigromante- ¡Parece que esta vez me has ganado! ¡Enhorabuena!

 

Pese a su victoria, las manos le temblaban, todavía jadeando tras haber agotado todas sus fuerzas.

-Yo... –su expresión se ensombreció, haciéndose notar la rabia que había estado reprimiendo durante todo el combate- ¡Maldita sea! ¡¿Por qué tenías que ser tú?! ¡¿Por qué tenía que ser alguien a quien quiero?! ¡¿Por qué alguien que nos ha ayudado tanto?! ¡¿Por qué alguien que ha sido amable con nosotros y que nos enseñó tantas cosas?! ¡¿Por qué Gaia tuvo que fijarse en ti?! ¡¿Por qué tuviste que enamorarte de él?! ¡¿Por qué?! –después de soltar todo lo que tenía dentro, Ivel respiró profundamente-. ¿Por qué no me das un motivo para que sea más fácil matarte?

-Las cosas no siempre son como queremos, Ivel. Eso es algo que ya he aprendido a aceptar y ahora te toca aprenderlo a ti. Parte de mí desearía haber pasado más tiempo con vosotros. Desearía haberte apoyado como líder. Haberte visto crecer, charlando con Argo sobre tu futuro. Una parte de mí se arrepiente de ser quien es. Pero otra parte no puede dejar atrás todo eso, impidiéndome ser esa persona. Ésa es la diferencia entre tú y yo, Ivel. Tú todavía tienes la posibilidad de cambiar, pero mi destino estuvo decidido desde el momento en que Gaia me habló. No... puede que desde el momento en que conociese a Emil.

 

>>Por favor, no culpes a Gaia por esto. Fui yo la que se dejó convencer aun sabiendo las consecuencias.

-¡No te mereces esto!

-Eso no importa. Esta guerra se ha cobrado muchas vidas. Demasiadas. Vidas que tampoco se lo merecían. Al final, sólo nos queda aceptar lo que está por llegar.

-¡Si el mundo es así! ¡Entonces lo cambiaré!

-Lo sé. Confío en ti. –contestó, desplazando la mirada hacia el cielo-. Y ahora, acaba conmigo. Hay personas que me están esperando al otro lado. No quisiera hacerlas esperar.

-No puedo...

-Pero tienes que hacerlo –dijo, invocando a varios esqueletos alrededor de la joven, dispuestos a atravesarla con sus espadas al mismo tiempo que los tentáculos de Sead se abalanzaban sobre ella.

 

Sin embargo, justo cuando estaban a punto acabar con ella, todas desaparecieron junto con la vida de Tribus.

 

Al sacar la lanza de su corazón, Ivel no pudo soportarlo más. Cansada, tanto física como mentalmente, cayó de rodillas al suelo, su vista clavada en el cadáver de la que, aun después de todo lo ocurrido, seguía considerando su amiga.

 

“Vive tu propia vida, Ivel”, fueron las últimas palabras que le oyó decir, antes de asesinarla.

-Si volvemos a encontrarnos, espero que por fin seas libre –susurró la chica.

 

Finalmente, Kareth y Kai llegaron hasta la cámara donde los esperaban Unum y Detz.

-Llegáis tarde –declaró el científico, con arrogancia.