sábado, 24 de marzo de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 6


Estudiantes de Yohei Gakko del manejo del medio. También llamados semidioses.

Nacidos del efecto del Radiar, su capacidad cerebral había sido llevada más allá de lo normal, incluso para lo esperado en un usuario de dicho elemento. Eran pocos los casos, pero, debido a su poder, se había considerado necesario establecer una única Yohei Gakko para ellos.

Dentro del grupo de los semidioses, existían diversos factores que los caracterizaban: uno de ellos era la adquisición de un gran poder, capaz de controlar el medio ambiente. Acercándose así al poder de una deidad, y motivo por el que se les había dado ese nombre. Otro de ellos era que su esperanza de vida se vía reducida más allá de lo que dictaba  el estándar en los otros usuarios, llegando a situarse en unos quince años de media.

El control de sus poderes resultaba muy complejo, pudiendo perderse estabilidad mental y destruir todo a su paso. Además, si se abusaba de su habilidad, podían incluso morir.

No era difícil preguntarse por qué, pese a estos efectos secundarios, mucha gente se arriesgaba a someterse a las inyecciones de Radiar, pero tal era la determinación de los que lo hacían. Quinientos años en guerra habían sido demasiados para muchas generaciones y linajes, que buscaban acabar con ella sin importar las consecuencias.

Delante de Kai se encontraba una de ellos. Una semidiosa.
-¿Fue destruida? –repitió Kai, en forma de pregunta, a lo que la chica asintió.
-No sé bien qué pasó. Aquel día me descontrolé y destruí algunas instalaciones. No era lo habitual, pero podían darse casos así. Motivo por el que nos tenían bastante controlados. Aquel día fue la primera vez para mí, así que me puse un poco nerviosa.

Al día siguiente, me hicieron un escáner cerebral. Querían comprobar si todo iba bien. Fue entonces cuando pasó. Fuera del edificio en el que me examinaban, se escuchó un fuerte ruido, como si algo muy grande se estuviese cayendo. Rayos, fuego... cuando salimos nos encontramos con un verdadero caos. Y ahí estaban ellos. Parecían demonios, fuera de sí, todos mis compañeros habían perdido el control. Todos y cada uno de ellos.

Intenté ayudar a que se calmaran, pero no sirvió de nada. No podía hacer nada por ellos. No pude hacer nada.

Entonces, uno de los trabajadores me cogió de la mano y echó a correr. Lo conocía. Había hablado muchas veces con él. Era sociable, simpático y siempre llevaba a su lado un lobo como mascota. Un poco extraño, ¿no?

Me dijo que me llevaría a un lugar seguro. Yo no dejaba de gritarle que no podía abandonarles, qué sería de él y del resto de científicos. Pero no me hizo caso. Dijo que ya habían tomado una decisión, que me ayudaría a escapar.

Me empujó a una de las naves de evacuación y a su lobo conmigo. Me aseguró que él cuidaría de mí. Que no me dejaría sola. Y, sonriente, se despidió.

Lo último que recuerdo es mi hogar envuelto en llamas y, a las afueras de allí, la figura de una mujer.
-¿Una mujer? –preguntó Kai.
-Sí.
-¿Recuerdas cómo era?
La chica negó con la cabeza.
-Ahora entiendo por qué has acabado aquí. Siento lo ocurrido –dijo el joven.
-No importa...

Tras esto, se mantuvo pensativo unos instantes.
-Oye –dijo, dirigiéndose de nuevo a Miruru, quien levantó la cabeza en señal de respuesta- ¿Quieres acompañarme?
-¿C-cómo?
-Me sabría mal dejarte aquí sola. La soledad es una carga muy pesada –dijo con expresión triste, mientras bajaba la mirada- ¿Qué me dices?

Al principio, Miruru no supo qué responder. Kai pensó que era comprensible, al fin y al cabo acababan de conocerse.
-Lo cierto es que me gustaría, pero ¿de verdad no te molesta? Ya sabes, no soy una persona normal
-Bueno, yo tampoco.
-¿Eh?
-¡Ah! No lo sabías. Soy exmiembro de Yohei Gakko. Un nigromante. Creía que te habías dado cuenta al saber que eres una semidiosa.
-Oh... –fue la única expresión que llegó a pronunciar.
-Por lo que veo, no lo aparento –afirmó el joven, con una sonrisa irónica.
En respuesta, ella rió.
-¿Qué te hace tanta gracia?
-Nada. No es nada –comentó-. Gracias. Creo que aceptaré tu oferta.

Dicho esto, se subió detrás de él.
-Por cierto, ¿qué es esto? –preguntó señalando la moto-. Nunca lo había visto antes.
-¡Pues recomiendo que te agarres con fuerza! –exclamó mientras la arrancaba.
-¡Ah! –gritó la chica, a punto de caerse.
De esa forma, ambos emprendieron camino hacia su siguiente destino.

En otro lugar, una chica caminaba alegremente por los oscuros pasillos de un subterráneo, dando saltitos mientras tatareaba una canción.

Al final, llegó a la sala en la que Detz estaba trabajando.
-¡Hola! –saludó.

El hombre situado frente a ella ni se inmutó, aunque debido a la escasez de luz, tampoco pudo discernirlo bien.
-¿Qué ocurre? –preguntó, finalmente, aquel individuo.
-¡¿Por qué eres tan frío?! Deberías relajarte de vez en cuando. Vas a acabar estresado –aconsejó ella, hinchando los mofletes como un niño pequeño.
-Quizás en otro momento –fue su respuesta.

La joven suspiró, negando con la cabeza.
-No importa. Traigo noticias.
-¿De qué se trata?
-Unum ha convencido al resto de miembros de “Comhairle” de que Yohei Gakko entre en guerra abierta, dejando de lado la vía diplomática. Ha sido nombrado jefe de la operación, como habíamos previsto, por lo que se encargará de organizar las tropas de estudiantes.
-Bien.
-No creo que tarde en informar de esto al resto del planeta. Con ello, conseguiremos que un nuevo bando se una a la Guerra Eterna.
-Todo va según lo planeado –dijo Detz- Ahora que ha sido completamente aceptado en “Comhairle”, tenemos el dominio absoluto sobre las escuelas. ¿Qué tal va Duobus en el Imperio Salve?
-Parece que su influencia sigue creciendo.
-Bien, que cada cual continúe con su plan asignado. Tú encárgate de vigilar el proceso de transformación de la chica y de que él no salga de su celda.
-Esa celda es demasiado fuerte incluso para alguien como él –dijo ella, encogiéndose de hombros.
-Puede, pero no debemos subestimarlo.
-Sí, sí, yo me encargo.
-Bien. Puedes retirarte –le dijo mientras ella se disponía a marcharse.
-¡Ah! Una cosa más.
-¿Qué?
-Buen trabajo.
Aquellas palabras produjeron un rubor en sus mejillas, logrando que, durante unos instantes, se quedase bloqueada.
-¡No digas eso tan de repente! –exclamó, mostrando irritación pese a que, en el fondo, se sentía eufórica.
Finalmente, abandonó la sala, dejando a Detz con sus ocupaciones.

Recorriendo de nuevo aquellos pasillos, Tribus se situó frente a una celda. Ésta, al contrario que otras, estaba fortificada con barrotes de un material muy duro. Casi imposible de romper. No sólo eso, disponía de una segunda valla, pegada a la primera, y de la misma dureza, que ocupaba buena parte de los espacios que dejaba ésta.
-¿Tienes hambre? – preguntó Tribus, despreocupadamente.
Al fondo de la celda se escuchó una voz ronca.
-Un poco. Aunque el servicio no es gran cosa.
-No te quejes. Es lo que hay –por alguna razón, la voz de ella sonaba algo melancólica.
-Supongo que sí –respondió aquella voz.

Por su parte, Kai y Miruru continuaban su viaje, atravesando los yermos, cuando, de repente, divisaron algo en el horizonte. Se trataba de grandes edificaciones, aparentemente, en buen estado.
-Mm...
-¿Ocurre algo, Kai? –preguntó la semidiosa, agarrada fuertemente a su cintura. Después de su primer contacto con la moto, no se había soltado ni para rascarse.
-Creo que estamos llegando a los territorios del norte –explicó Kai.
-¿Territorios del norte? ¿Qué quieres decir?
-Pues que estamos en territorio de una de las tres grandes potencias. En concreto, la Unión Imber.

Tal y como se observaba, existía una gran diferencia de riqueza con los pueblos de los yermos, disponiendo de mayores recursos que éstos.
-¿Nos dejarán pasar? –preguntó Miruru.
-Técnicamente, las fronteras son bastante exigentes a la hora de dejar entrar a extranjeros. Pero no te preocupes, creo que podremos pasar sin problemas.

Dicho esto, continuaron hasta que llegar al puesto fronterizo, donde varios guardias detuvieron la moto.

Detrás de ellos, pudieron discernir una gran fortificación que se extendía más allá de donde alcanzaba la vista, probablemente, rodeando todo el territorio.
-¿Quiénes sois? –preguntó, sin miramientos, uno de los guardias.
-Mi nombre es Kai, y ella es Miruru. Venimos de parte de “Comhairle”, somos mensajeros.
-¿Lleváis alguna identificación que lo demuestre?
-Claro, un momento –Kai hizo como que buscaba algo en la bolsa de sus provisiones. Entonces, murmuró- Cuarto espíritu: Lein –al instante, aparecieron ante él dos pequeñas tarjetas.
-Aquí están –dijo, girándose para encarar al guardia. Al ver las tarjetas, tanto este último como Miruru se mostraron sorprendidos. Probablemente, el hombre no le había creído al decir que iban con “Comhairle”.

Dubitativo, cogió las tarjetas y las inspeccionó.
-Pa-parecen de verdad. De acuerdo, podéis pasar. ¡Abrid las puertas! –exclamó a sus compañeros.

Así pues, se abrió el portón de la entrada, permitiéndoles el paso.
-Gracias –dijo Kai, con una sonrisa. A lo que el guardia se limitó a asentir, dando un paso atrás para dejarles espacio.

-¿Qué es los que has hecho? –preguntó Miruru, una vez lo suficientemente alejados.
-He invocado a Lein, el espíritu de la ilusión, quien ha recreado dos identificaciones. Aunque, por desgracia, esas ilusiones tienen un límite de tiempo.
-¿Espíritu? –se extraño la chica.
-Sí.
-¡Guau! ¡Eso es genial!
-Para mí es algo común.
-Oooh... –se impresionó la chica, respondiéndole él con una sonrisa.
-En fin, bienvenida a los territorios del norte.

Ante ellos había carreteras, grandes edificios e incluso lugares de ocio. Cosas que no podrías encontrar en una ciudad pobre.
-Me recuerda a Yohei Gakko –comentó Miruru.
-Bueno, no se puede decir que Yohei Gakko ande falta de recursos.
-¿Has estado ya aquí antes?
-Llevo años recorriendo el mundo. Durante ese tiempo he visitado muchos lugares. Aun así, estos territorios son muy grandes, por lo que es difícil visitar todas y cada una de sus zonas. En cualquier caso, no te preocupes, la estructura de la ciudad es parecida a todos sitios, así que será fácil encontrar un sitio donde dormir.
-¡Bien! Pero, ¿tienes dinero?
-No.
-¡¿Entonces con qué piensas pagar?!
-Supongo que podríamos trabajar a cambio de una habitación. Ya sabes, un trueque. Al fin y al cabo son algo común en este mundo. Y que en esta zona se utilice dinero no significa que no acepten un trueque.

Viendo la confianza que tenía el joven, Miruru suspiró.
-Tendrías que avisar de estas cosas antes.
-Vamos, nos seas quisquillosa.
-Me pregunto como puedes considerarme quisquillosa teniendo en cuenta que he estado viviendo una semana entre escombros.

Mientras tanto, en aquella ciudad, un tendero limpiaba su pequeño local. Hacía tiempo que apenas vendía algo, por lo que sus beneficios estaban descendiendo vertiginosamente. Actualmente, los grandes comercios destacaban mucho más, ya fuese por lo que vendían como por sus campañas publicitarias.

Tristemente, se disponía a cerrar por hoy cuando el ruido de un motor se detuvo detrás de él.

Al girarse, observó a un chico y una chica de aspecto poco común, a lo que se sumaba su vehículo.

Hablando entre ellos, ella señaló su tienda, dándole indicaciones a su acompañante.

“¿Qu-qué quieren? ¿Vienen a llevarse la tienda? ¡Por encima de mi cadáver!”, pensó el hombre mientras agarraba con fuerza su escoba, esperando con nerviosismo a que se acercasen.
-Disculpe –dijo el chico.
-¡¿Qué es lo que queréis?! –debido a lo tenso que estaba, no pudo esconder su malestar.
-¡Ah! -se sobresaltó Kai, quien no se esperaba aquella reacción- Verá, estamos buscando un lugar donde hospedarnos, pero no tenemos dinero, así que nos preguntábamos si nos prestaría una habitación donde dormir a cambio de trabajar para usted.

Al escuchar su propuesta, el hombre, quien se había preparado para golpearles en la cabeza con el palo de madera de su escoba, se quedó sin habla, perdiendo toda la tensión que se había acumulado en sus músculos.
-Quizás no te haya escuchado -indicó Miruru, quien dio un paso adelante y movió su mano frente a la cara del tendero.
-¡Disculpe! ¡¿Me oye bien?! –gritó el nigromante.

Finalmente, despertó de su trance, aclarándose la garganta.
-E-esperad un momento a que me aclare. A ver si lo he entendido bien. No os conozco de nada, no requiero empleados y ni siquiera sé cuáles son vuestras intenciones. ¡¿Cómo sois capaces de pedirme  algo así?! –estalló el tendero, aunque no parecía cabreado sino, más bien, exageradamente sorprendido.

En repuesta, ambos se encogieron de hombros, provocando la risa del hombre.
-Increíble, es de las cosas más surrealistas que me han pasado –dijo mientras sujetaba su vientre.

Una vez se hubo tranquilizado, continuó.
-Siento deciros que a esta tienda no le queda mucho. Así que no voy a poder daros trabajo.
-¿Va a quebrar? –preguntó Miruru, con expresión triste.
-Todavía no, pero me temo que dentro de poco tendré que hacerlo.
-¿Qué es lo que vende? -preguntó Kai, de manera casual.
-De todo un poco. Comida, telas, utensilios... eso sí, todo materias primas o artesanales.
-¿Y cómo es que no vende?
-Porque la mayoría de mis clientes se los han llevado los grandes comercios. Ya sabes, precios más baratos, mayor cantidad de productos, más publicidad....
-¿Me permite ver sus productos?
-Claro. Todavía no he cerrado.

Así pues, el nigromante inspeccionó el puesto, toqueteando distintas telas y metales y probando la comida expuesta.
-Mm... son de buena calidad.
-Lo sé. Son muy difíciles de encontrar estos días.
-Debe de tener un buen proveedor.
-En realidad, ese proveedor soy yo mismo.
-¿Usted?
-Sí. Yo mismo salgo a buscar nuevo material para la tienda.
-Ya veo.
-En cualquier caso ya no va a hacer falta –dijo el hombre, con expresión melancólica.
-¿Qué le parece si le ayudamos a atraer clientes? –propuso Miruru, provocando que los dos se girasen hacia ella- ¿Qué? Él necesita clientes y nosotros donde dormir. Si le ayudamos, no habrá problema en que nos quedemos, ¿verdad?
-Bueno, supongo que sí, pero ¿cómo piensas hacerlo?
-Podríamos hacer una actuación.
-¿Acaso sois artistas ambulantes o algo así? –preguntó el tendero, frunciendo el ceño.
-No exactamente, pero tenemos habilidades que pueden ayudarnos.

Dicho esto, Miruru realizó un ligero movimiento hacia arriba con su mano derecha, levantando algunas de las cajas, en las que se encontraba parte del producto, en el aire. Acto seguido, cruzó los brazos, dibujando una X, de manera que, como por arte de magia, parte de la comida que había en su interior, fuese cortada por la mitad, volviendo a su sitio posteriormente.
-¿Cómo has hecho eso? –preguntó el hombre.
-Podemos hacer más cosas, si quieres –comentó la joven, orgullosa, dejándole sin palabras.
-¿Cómo os llamáis?
-Mi nombre es Kai.
-Yo soy Miruru.
-Kai, Miruru, mi nombre es Roland. Hablemos de negocios.

sábado, 10 de marzo de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 5

Mientras recorría las tierras yermas, lo único que le hacía compañía a Kai era el sonido del motor de su vehículo. Si bien la flora y la fauna no eran inexistentes, ya que parte de ésta había conseguido adaptarse a las consecuencias de la guerra, era común la escasa presencia de otros seres vivos. Por otro lado, aquella situación le proporcionaba cierta tranquilidad durante su viaje, evitándole enfrentamientos contra depredadores u otras preocupaciones similares.

Hacía tiempo desde que Kai abandonase Yohei Gakko emprendiendo su particular búsqueda, hospedándose en pueblos y villas que sobrevivían como mejor podían a las catástrofes de la guerra. Uno de ellos había sido el pueblo en el que había estado hacía varios días. Una experiencia inspiradora que le había motivado a continuar con su propósito: comprender lo que sucedió cinco años atrás y que le llevó al comienzo de su viaje.

Tras varias horas sin dar con signos de vida ni civilización, Kai logró divisar un lugar, no muy alejado de allí, donde poder hospedarse y pasar la noche.

Aparcando su moto en las afueras, y ocultándola en sitio seguro, se introdujo en lo que parecía las ruinas de una ciudad.

Aquella moto era diferente a los vehículos convencionales. Estaba diseñada para utilizarse por medio de la habilidad sobrenatural que proporcionaba el Radiar. No conocía del todo los detalles, pero al parecer, aprovechaba una energía residual que exteriorizaba el cuerpo humano con el uso del elemento. Por desgracia, aunque esto evitaba la necesidad de combustible, agotaba poco a poco las fuerzas del conductor.

Así pues, una vez se hubo ocupado de su medio de transporte, empezó a investigar más a fondo las ruinas. Por la cantidad de escombros, cabía la posibilidad de que tiempo atrás hubiese sido próspera, estando dotada de edificios altos y construcciones consistentes, puede que incluso no hiciese muchas décadas desde su completo abandono. Sin embargo, en la actualidad no había un alma.
-Servirá –confirmó el chico.

No era la primera vez que le tocaba dormir al raso, y dado el tiempo que llevaba viajando, tampoco sería la última. Así que estaba acostumbrado a ello.

Con ello en mente, se acercó a un cúmulo de escombros que formaban un círculo, un tanto deformado, y se situó en el centro. Si bien no disponía de techo, algunos de los escombros eran lo suficientemente grandes como para hacer de pared, lo que le sirvió de apoyo para sus pertenencias. Entre ellas, todavía había comida obtenida durante su estancia en el pueblo, gracias a la ayuda de los espíritus.

Y es que en eso se basaba su habilidad. El Radiar había desarrollado, en algunas personas, ciertas capacidades extrasensoriales, diferentes de las físicas. De esta manera, sus mentes podían conectarse con otras dimensiones, permitiéndoles hablar con los espíritus de los muertos o seres totalmente desconocidos. Dichas personas era llamadas nigromantes.

Su poder, podría decirse, era opuesto al de los guerreros armados, en quienes el Radiar había desarrollado sus habilidades físicas.

Una vez hubo colocado todo, se sentó a un lado, observando un cielo en el que no había estrellas mientras jugueteaba con una pequeña pelota vieja. Un recuerdo muy querido perteneciente a tiempos pasados que no deseaba olvidar.

Finalmente, terminó quedándose dormido.

A la mañana siguiente, el sonido de escombros chocando contra el suelo, seguido del grito de alguien, lo despertaron.

Alterado, abrió los ojos rápidamente y cogió la bolsa con sus provisiones. Tras esto, se acercó a la pared que había frente a él y levantó la cabeza hasta que pudo ver por encima de ésta. Pese a ello, la polvareda era tal, que no tuvo más remedio que acercarse al foco para descubrir lo ocurrido.

Así pues, intentó moverse mediante pasos rápidos y silenciosos, buscando esconder su presencia entre ladrillos y bloques de cemento. Nada le aseguraba que lo que había causado ese pequeño desastre no fuese peligroso.

Cuando se hubo situado a escasos centímetros de los escombros, y una vez despejada la polvareda, observó una figura humana atrapada debajo de éstos.

Fuese quien fuese, estaba de cara al suelo. Gimiendo de esfuerzo al intentar, vanamente, deshacerse del peso que le impedía levantarse.

En ese momento, algo llamó la atención de Kai. Se trataba de una extensión delgada y alargada cuyo nacimiento se encontraba al final de la columna vertebral, ligeramente por encima del trasero
-¡¿Una cola?! –exclamó Kai, sorprendido, dándose cuenta, tarde, de que acababa de descubrirse.

Entonces, aquella cola, que hasta ese instante había estado moviéndose rápidamente de un lado a otro, se detuvo, lo que dio lugar a que el joven alzase la guardia, esperando algún posible ataque.

No obstante, tras un silencio incómodo y tenso, la cola inició de nuevo su peculiar movimiento, cual péndulo, a mayor velocidad que antes, como si el individuo al que pertenecía se hubiese puesto nervioso.

“¿Qué hago?”, se preguntó Kai, mentalmente.

Después de pensárselo un buen rato, decidió liberarlo de los escombros, apartándolos uno a uno hasta que pudo levantarse, logrando de ese modo verle de cuerpo completo.

Se trataba de una joven de cabello rubio y largo, con un lazo que recogía parte del mismo. Vestía ropa ligera, mostrando un cuerpo esbelto y de estatura media.

Como dato destacable, allí estaba su cola, que terminaba en punta de flecha.
-¿Estás bien? –preguntó Kai, un poco confuso.
-¡Uaaah! –gritó la chica, al darse la vuelta y encontrarse de cara con él, cayendo al suelo.

El joven frunció el ceño, extrañado, mientras ella volvía a incorporarse, acariciando la parte que acababa de golpearse.
-M-me ha asustado –tartamudeó.
-Creía que ya sabías que estaba aquí. ¿Cómo crees que has salido de ahí si no?
-¡Ya sabía que estabas aquí! Me he asustado de todas formas... –declaró la joven, un poco avergonzada.
-No es la mejor de las explicaciones, pero tampoco es que importe.

Desde su punto de vista, parecía un poco excéntrica, haciéndole preguntarse si había hecho bien en ayudarla.
-Gracias por ayudarme –agradeció ella.
-No hay de qué. Me llamo Kai, ¿y tú?
-Miruru.
“Qué nombre tan curioso”, pensó Kai.
-¿Puedo preguntarte que haces aquí? –continuó el chico.
-¿Qué hago aquí? Vivo aquí.
Tras aquella respuesta, tuvo lugar otro silencio incómodo, provocando el carraspeo de Kai.
-Entiendo –respondió finalmente él.

Había visto lugares empobrecidos por la guerra, pero era la primera vez que conocía a alguien que viviese en unas ruinas.

-En ese caso, ¿qué ha pasado para que hayas acabado así?
Miruru hizo ademán de meditar su respuesta.
-Recuerdo estar buscando algo que había perdido y cuando pasé junto a esos escombros, de repente se me cayeron encima.
-¿Así sin más? –se extrañó Kai, mientras ella se limitó a asentir- Bueno, si tú lo dices, te creeré. Al menos, de momento.
-Gracias... supongo.
-En fin, debo irme. Casi está amaneciendo y he de continuar mi viaje.
-¡Espera! –exclamó Miruru.
-¿Qué?
-Me gustaría agradecértelo como es debido. Ya sabes, devolverte el favor por haberme ayudado a salir de ahí.
-Oye, en serio, no importa. No ha sido nada.
-¡Insisto!

Por su expresión, parecía decidida a no zanjar aquello hasta que no hiciese algo por él. Puesto que no quería complicaciones, decidió aceptar propuesta.

Fue entonces cuando se escuchó el rugido de su estómago.
-Ah, lo siento, acabo de levantarme y todavía no he comido nada –dijo el chico. A ello había que sumarle el ejercicio que había supuesto quitarle los escombros de encima.
-¡Oh! ¡Entonces ya sé cómo puedo ayudarte! –dijo ella alegremente.

Al final, acabó siguiéndola hasta donde se refugiaba. Una casa de paredes agrietadas, las que todavía se mantenían en pie, y un techo al que le faltaba una parte, cubierta por una placa de metal, probablemente, puesta allí por Miruru. Pese a ello, había que reconocer que se las apañaba bastante bien. El interior era lo suficientemente amplio para que cupiesen cuatro o cinco personas, y al estar entre otras dos construcciones ligeramente más grandes, no habría excesivos problemas de corriente.
-Dime, ¿llevas mucho tiempo viviendo aquí?
-Una semana.
-Poco entonces –comentó el chico mientras seguía observando el refugio-. No está mal.
-¡Gracias! –dijo orgullosa- Espera aquí, enseguida te preparo algo –continuó, señalándole algunos bloques de cemento en el centro que servían para sentarse.
-No deberías molestarte, en serio –respondió Kai. Pero ya era demasiado tarde. Mientras él hablaba, la joven había desaparecido de su vista, introduciéndose a una pequeña habitación contigua.

Tiempo después, volvió con sendos cuencos en sus manos, entregándole uno a Kai y quedándose ella el otro.

El chico olió el contenido. Un mejunje pastoso y de color marrón, con algunos trocitos de verde y naranja.
-Oh, parece comestible –dijo, algo más aliviado.
-¡Oye! ¡Soy buena cocinera! ¡Te puedes fiar de mí! –se quejó Miruru, mientras se señalaba a sí misma con el pulgar.

Sin nada más que añadir, el joven probó la comida.
-¡Está bueno!
-¡¿Lo ves?! –ella también empezó a comer, agitándose su cola al hacerlo.
-Esa cola... –empezó a decir Kai, señalándola.
-¿Eh? –la joven miró a su espalda- Ah, esto. Es un efecto secundario. Ya sabes, una mutación.
-¿Una mutación? ¿Tu familia también la tenía?
-Bueno, la verdad es que no lo sé. No recuerdo nada sobre mi familia.

Al escucharla, Kai dejó por un instante lo que estaba haciendo y la miró fijamente.
-¿Te inyectaste Radiar?

Tras un corto silencio, un ruido de vehículos fue escuchándose cada vez más y más cerca de donde se encontraban, a lo que ambos respondieron alzando la cabeza en su dirección. Segundos después, Kai se dirigió a la entrada para comprobar de qué se trataba.

Mientras tanto, Miruru se puso detrás de él, sujetando aún el cuenco con una mano.
-¿Qué pasa? – preguntó ella.
-Parecen “Spheres”
-¿”Sphequé”? –contestó sin entender a lo que se refería.
-Traficantes, mercaderes... suelen dedicarse al comercio ilegal. Creo que muchos de ellos incluso sirven a las tres potencias mundiales. Son fríos y crueles. No dudarían en vender a sus madres si eso les proporcionase beneficios. Me pregunto por qué estarán aquí.
-¿Has visto a esa chica? –preguntó uno de ellos.
-No. Pero te aseguro que lamentará lo que le hizo a nuestro compañero.

Al escucharles, el nigromante miró de reojo a Miruru, quien había dejado de comer y les observaba con expresión seria.
-¡Espera! ¡¿No era esa la casucha en la que vive?! ¡Recuerdo que estaba por aquí! –informó uno de ellos.
-¡Sí! ¡Es esa! ¡La recuerdo! Quizás deberíamos hacerle una visita –propuso otro, terminando la frase con una risita.
-Esto no me gusta –susurró Kai-. Si vienen hacia aquí no tendré más remedio que enfrentarme a ellos. Al menos mientras sigas aq...

En ese momento, Miruru salió de su refugio, descubriéndose.
-¡¿Pero qué...?! –sorprendido, el joven fue tras ella.
-¡Mira tú por donde! ¡Pero si ha salido a recibirnos! –se burló un “Sphere”.

Debían de ser unos diez. Todos ellos armados. No había duda de que habían venido expresamente a por ella. Pero, ¿realmente necesitaban tantas armas?
-¡Y esta vez trae a otro compañero!

Extrañada por lo que acababa de decir el traficante, Miruru se giró para encontrarse con Kai mientras éste se acercaba a ella.
-¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Es que quieres que te maten?! –preguntó el nigromante, sin obtener respuesta.
-¡¿Quieres que también lo matemos como hicimos con tu anterior amiguito?!
-¿”Amiguito”? –se extrañó Kai.
-¡Largaos de aquí antes de que os destroce en pedazos! –gritó ella, sin molestarse en esconder su ira.
-¡Oye, niña! ¡Lo de antes fue un golpe de suerte! Aunque, si quieres, podemos hacer un trato. Tú vienes con nosotros y, a cambio, a él le dejamos vivir.

“¿Me están utilizando para chantajearla?”, se preguntó Kai.
-¡Qué os den! –respondió la chica, tajante.
-¡Oh! ¡La gatita saca las uñas! ¡Muy bien! ¡Si queréis morir, no os haremos esperar!
-¡¿Y a mí por qué me metéis?! –se quejó Kai mientras veía los “Spheres” les apuntaban con sus armas y les disparaban sin miramientos.

Entonces, justo cuando se disponía a invocar a Kagami, observó a Miruru realizar un movimiento con su mano que hizo, o al menos eso le pareció, que las balas se desviasen a un lado, penetrando en una construcción cercana.
-¡¿Qué...?! –se sorprendió el chico, así como los “Spheres” ya que, al contrario que con su espíritu, el cambio de trayectoria había sido más anormal, dibujando una línea recta hacia cada uno de los laterales. Como si, en vez de toparse con una barrera, algo las hubiese movido a voluntad.

-¡Seguid disparando! –exclamó uno de los “Spheres”.

Sin embargo, sus intentos fueron interrumpidos cuando varios escombros se desplazaron en su dirección, chocando con algunos de ellos. A éstos les siguieron otros.
- ¡¿Cómo está haciendo eso?! –preguntó uno, mientras se agachaba y se cubría la cabeza con las manos.

Entonces, la chica levantó las manos, provocando que el suelo se agrietase y se formasen rocas a partir de él, con las que continuó atacando.
-¡Espera! ¡Lo sentimos, ¿vale?! ¡Déjanos y no volveremos a molestarte! –suplicó un “Sphere”.

Pero ya era demasiado tarde. Las rocas les rodearon, enjaulándolos lentamente mientras los traficantes les disparaban desesperadamente.
-¡Para, por favor! –exclamó otro, con lágrimas en los ojos.

Justo cuando parecía que sus cuerpos iban a terminar sepultados, Kai se lanzó contra la joven, interrumpiendo su concentración, de manera que las rocas cayeron al suelo por su propio peso.
-¡Y está bien! –dijo el nigromante, agarrándola del brazo.

Debido al miedo, el grupo de “Spheres” se había desmayado.
-¡¿Por qué me has parado?! –preguntó Miruru, molesta.
-¡¿Que por qué?! ¡Has estado a punto de matarlos!
-¡Se lo merecían!
En ese momento, Kai la cogió de los hombros.
-¡Eso no es decisión tuya! ¡¿Acaso te gustaría que alguien jugase a ser dios contigo?! ¡Cómo morir es algo que deberíamos decidir nosotros mismos!

Sorprendida ante sus palabras, la joven desvió la mirada. Seguía enfadada, pero un poco más calmada.
-L-lo siento. Supongo que he perdido el control.
Profiriendo un suspiro de alivio, la soltó.
-Ya me encargo yo de ellos. Tú relájate un poco –dijo mientras se alejaba de ella, sin quitarle ojo de encima.

Al rato, el chico entró en el refugio, donde ella esperaba sentada en uno de los bloques. Utilizando los vehículos de los “Spheres”, los había llevado a un lugar alejado, donde los había dejado atados.
-¿Estás mejor? –preguntó.
-Sí... ¿Qué has hecho con ellos?
-Los he dejado lejos de aquí. Supongo que sus camaradas los echarán de menos e irán a rescatarlos.

Ella se limitó a asentir mientras miraba a la nada. Su expresión era triste.
-Oye, eso que dijeron de tu amigo...
-No creo le des mucha importancia. Al fin y al cabo, no era más que un lobo.
-¿Un lobo?
-Sí. Llevaba ya un tiempo viajando conmigo. Era mi única compañía. Mi único amigo. Cuando quise darme cuenta, estaba en el suelo, cubierto de sangre. Sólo por el simple capricho de esos mal nacidos. Porque para ellos no significaba nada.
-Lo siento.
-Estaba buscando algo que poner en su tumba cuando quedé atrapada bajo los escombros.
-Ya veo... –dijo Kai, sin saber qué decir.

El ambiente se quedó en silencio durante unos instantes hasta que a Kai se le ocurrió algo.
-Quizás esto pueda servir –sugirió, sacando su vieja pelota.
-¿Qué es eso? –preguntó Miruru.
-Una pelota.
-¡Eso ya lo veo! Lo que quiero decir es... ¿por qué dices que eso puede servir?
-He pensado que podríamos dejarlo sobre la tumba de tu amigo.
-Pero es tuyo, ¿no?
-No importa. Verás. Hace tiempo yo también perdí a alguien y esta pelota le pertenecía, así que, digamos que dejarla sobre su tumba será una forma de conmemorarla. Al fin y al cabo, no pude despedirme como es debido.

Al oírle, la expresión de Miruru mostró cierta empatía hacia él.
-Considéralo una forma de homenajearlos a ambos. De no olvidarlos.

Tras observar unos segundos la pelota, la joven sonrió un poco y la cogió.
-Gracias.
-No hay de qué.

Delante de una pequeña porción de tierra removida, sobre la que descansaba un trozo de hormigón que hacía de lápida, Miruru dejó la pelota y arrodillándose junto con Kai como forma de presentar sus respetos.
-Gracias por cuidar de mí. Fuiste un gran amigo. Me hubiese gustado pasar más tiempo contigo, pero esos desgraciados te alejaron de mí. Quiero que sepas que gracias a ti nunca me sentí sola, y que hiciste que los momentos tristes fuesen más alegres. Estés donde estés, no te olvidaré jamás. Muchas gracias.

Así pues, ambos se levantaron y se marcharon. Antes de dejar la tumba atrás, Kai observó la pelota una vez más con expresión melancólica.

-Bueno, he de continuar mi viaje –dijo Kai mientras destapaba la moto y se subía a ella- ¿Puedo preguntarte algo?
-¿Eh? Ah, claro –la chica se mostró algo desconcertada.
-Tú eres de Yohei Gakko, ¿verdad?
Sorprendida por su pregunta, al principio desvió la mirada hacia un lado, pero luego esbozó una pequeña sonrisa, como si la hubiesen descubierto gastando una broma.
-Me has pillado.
-Por alguna razón, me has recordado a mí. Pero, esas habilidades...
-Imagino que te haces una idea.
-Lo suponía. Es la segunda vez que veo a alguien como tú.
-No es algo de lo que me sienta orgullosa –dijo ella, hincándose las uñas en el brazo.
-¿Y cómo has acabado aquí?
-Pues... lo cierto es que... –comenzó a decir ella, a lo que Kai frunció el ceño- Yohei Gakko fue destruida...

viernes, 2 de marzo de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 4

-¿Yohei Gakko? -preguntó el líder, perplejo- ¿De qué estás hablando?
-¡Ah! ¡Es verdad! Se supone que su existencia es un secreto. Bueno, da igual –dijo Kai.

Todos los ojos se posaron sobre él, aunque aquello no parecía incomodarlo en absoluto.
-¡Kai! ¡¿Has venido a ayudarnos?! –preguntó Sue, esperanzada.
-Por supuesto. Ya me habéis enseñado lo que quería ver, así que es hora de acabar con esto –contestó el chico.
-Pero, ¿cómo piensas luchar contra tantos?
-Confía en mí. Sé lo que hago.
-¡No os acobardéis! ¡Matadlo! –exclamó el líder.

A su orden, esta vez, las balas fueron dirigidas directamente hacia Kai.
-¡Primer espíritu: Kagami!

Con estas palabras, la trayectoria de los objetos se desvió fuera de peligro.
-¡¿Por qué no te afectan?! –gritó el líder, desesperado.
-Ya te lo he dicho. Tengo la ayuda de los espíritus. En eso consiste mi poder –contestó Kai-. ¡Tercer espíritu: Etheria!

De repente, las armas del enemigo se desmontaron, convirtiéndose en piezas inservibles. Éstos, viéndose contra las cuerdas, sacaron sus espadas y se lanzaron contra él, pero, al momento, se dieron cuenta de qué éstas se estaban deshaciendo, transformándose en hierro fundido, descomponiéndose.
-¡¿Y ahora qué?! –exclamaron varios de los secuaces.
-Etheria, espíritu de la degradación. En su presencia, los materiales inorgánicos vuelven a su estado original.

Fue entonces cuando, acobardados e impotentes ante el poder de Kai, decidieron huir, soltando al padre de Sue, quien cayó de rodillas contra el suelo.
-¡Octavo espíritu: Sázam! –invocó Kai, cuya velocidad aumentó de manera exorbitante, noqueando, en escasos segundos, a cada uno de los hombres, a excepción del líder, quien se cubrió con uno de sus secuaces, y el padre de Sue, a quien cogió y llevó de vuelta con su familia, llevado de vuelta junto a su familia.
-Y ahora, ha sido el turno de Sázam, espíritu de la velocidad. ¿Y bien? ¿Qué piensas hacer ahora? –preguntó el joven, acercándose al líder.

Éste chasqueó la lengua en señal de desagrado. Por su actitud, no parecía haberse rendido. En ese momento, de uno de sus bolsillos, sacó una jeringuilla con un contenido verdoso. Aquello sorprendió a Kai.
-¡No me digas que eso es...! –empezó a decir el chico.
-¡Exacto! –respondió el líder, con una sonrisa en su rostro- ¡Radiar! ¡Como des un paso más me lo inyectaré!
-¡No seas inconsciente! ¡Eso no es para jugar!
-¡¿Tú que sabrás?!
-¡Lo bastante como para pedirte que lo dejes! ¡Vamos, dame esa jeringuilla y prometo que te dejaré marchar!
-¿¡Te crees que soy idiota!? ¡Me matarás en cuanto me gire!
-¡No lo haré! ¡Te lo prometo! ¡Pero, por favor, dame eso!
-¡No! ¡Ja! ¡Tienes miedo, ¿verdad?! ¡Sabes que si me lo inyecto, te venceré! ¡Pues te vas a enterar! –sin dudarlo un segundo, se inyectó el elemento en su brazo.
-¡No! –gritó el chico, demasiado tarde en evitar que lo hiciese, logrando apartar únicamente una jeringuilla vacía.
-Mierda... –se quejó Kai.

Al principio, no ocurrió nada. De hecho, el líder se levantó, desafiante, como si las tornas hubiesen cambiando. Sin embargo, al poco tiempo de ponerse en pie, su cuerpo comenzó a convulsionar.
-¡¿Qué?! ¡¿Qué está...?!

Rápidamente, los brazos del líder se hicieron cada vez más grandes, transformándose en extremidades fuertes y musculosas de tonalidad negra, con grandes garras a partir de sus dedos, como los de una bestia. Sus piernas crecieron de la misma forma, así como el resto de su cuerpo. Su rostro se alargó hacia delante, formando un gran hocico con dientes fieros y afilados, y ojos rojos como la sangre.

Aquello no era humano. Medía más de tres metros de altura y su aspecto no se parecía al de ninguna otra criatura de ese planeta. Se había convertido en un monstruo.
-A-ayúdame... m-me duele... –dijo lo poco que quedaba de su humanidad.
-¡K-Kai, ¿qué demonios es eso?! –exclamó Sue, tan aterrorizada como el resto de los pueblerinos.
-Te lo advertí –dijo el chico, cerrando los ojos, como queriendo apartar la mirada de su propio fracaso- Todavía hay efectos del Radiar que se desconocen, incluso tras quinientos años desde que empezó la guerra. Si no se maneja como es debido, éstas pueden ser las consecuencias.
-A-yúdame...
-No te preocupes. Lo haré. Te mataré mientras todavía te quede algo de humanidad. Décimo espíritu: May.

Como por arte de magia, una chica bella y de aspecto afable, hizo su aparición frente a Kai. De todos los espíritus que había nombrado, ella era la única visible al ojo humano.
-¿Crees que podrás ayudarle? –preguntó el chico al espíritu.

Ella lo miró con tristeza. Sentía pena por la bestia, aunque sabía bien que no había vuelta atrás.
-Siento que tengas que cargar con esto, May.

El espíritu negó con la cabeza, sonriéndole para tranquilizarlo.

En ese momento, la bestia hizo un gruñido estridente y melancólico.
-Seguramente no le quede mucho para dejar de ser él mismo. Debemos acabar con esto cuanto antes.

Tras asentir, la joven se acercó a la bestia y posó una de sus manos sobre su pierna.

Entonces, comenzó a calmarse. Como si todo su dolor hubiese desaparecido. Cesando sus gritos de auxilio y sufrimiento. Como si se hubiese quedado dormida.

En silencio, llevado por una ligera brisa, se deshizo en polvo, uno envuelto en pequeños puntos de luz, diminutas estrellas que se iban apagando con el tiempo.

De aquella manera, el monstruo quedó reducido a la nada. Escuchándose palabras de agradecimiento en el aire.

-Gracias, May  -dijo Kai.
Al ver al espíritu girarse hacia él, Sue pudo sentir el cariño que le tenía al joven. Instantes después, desapareció al igual que la bestia.
-Gracias por todo –repitió el chico.

Mientras tanto, los pueblerinos se acercaron a él.
-Nos has salvado –dijo uno de ellos.
-¿Cómo podemos agradecértelo?
-No me lo agradezcáis a mí. Fue su valor quien os hizo cambiar, ¿no es así, Sue?

Notando la mirada de todos puesta en ella, la chica se ruborizó. Fue entonces cuando la puerta del comedor se abrió, dando paso a los pueblerinos del otro grupo, quienes se extrañaron al observar los cuerpos de los súbditos del líder.
-¿Qué ha pasado aquí? –preguntaron.
-Todo ha acabado, amigo. Hemos ganado –respondió el padre de Sue.

A la mañana siguiente, los pueblerinos trabajaron para poner todo en orden.

Tras ocupar el emplazamiento del antiguo líder y sus súbditos, investigaron cada rincón, recuperando cada uno de los objetos que les habían sido robados y estableciendo un nuevo lugar donde hospedarse.

El resto de secuaces habían sido reducidos. Superados en número, habían sido incapaces de utilizar su armamento, demostrándose de esa forma que, cuando el pueblo estaba unido, no había nadie que les detuviese.

A un lado del sendero, Kai les observaba trasladar pertenencias desde sus casas y organizar su nuevo territorio. Los líderes de ambos grupos, el padre de Sue y el hombre que en principio había permitido la captura de Sue, fueron designados como gobernadores temporales, al menos hasta establecer uno elegido democráticamente.

Las cosas seguirían siendo difíciles hasta que volviese a reinar el orden, pero podía notarse la felicidad en los rostros de los pueblerinos, liberados por fin de la opresión.

Por otro lado, Sue se encontraba devorando su plato ávidamente. Después de la situación que había vivido, no deseaba otra cosa que llenar su estómago y descansar. Junto a ella, se encontraba su madre, limpiando la pequeña choza en la que vivían.

Entonces, se escuchó un ruido fuera. Como si alguien estuviese llamando. Por lo que la madre fue a ver de qué se trataba, volviendo a entrar al poco tiempo.
-Sue –dijo ella.
-¿Fué? –contestó la chica, con la boca llena.
-Es ese chico, Kai. Dice que ha venido a despedirse.

Casi atragantándose, se levantó a toda prisa, arreglándose un poco la ropa y, algo sonrojada, preguntándole a su madre cómo estaba. Entre risas, ella levantó el pulgar, y, acto seguido, Sue ya se encontraba saliendo.

Una vez fuera, descubrió a Kai, con su capa de viaje cubriéndolo de pies a cabeza.
-Vaya, que rápido has salido –se sorprendió él.
-¿Ya te vas? –preguntó la chica.
-Sí. Debo continuar mi búsqueda.
-¿La persona de la foto?
En respuesta, Kai asintió.
-Pero... te necesitamos ¿Qué haremos si alguien vuelve a atacar este pueblo?
-Estoy seguro de que sabréis defenderos. Sois más valientes de lo que pensáis. Probablemente incluso más que yo.
Triste por su respuesta, Sue bajó la cabeza.
-No te preocupes –continuó Kai-, seguro que algún día volveremos a vernos. Al fin y al cabo, no hago más que viajar de aquí para allá –bromeó.
-Kai, ¿puedo hacerte una pregunta?
-Claro.
-Lo que se inyectó ese hombre... los mayores me hablaron de ello. Dicen que fue lo que empezó la guerra.
-Algo así...
-¿Qué es exactamente?
-Buena pregunta. La verdad es que no sé responderte. Lo que sí puedo asegurarte es que no es algo por lo que merezca la pena luchar. Lo que tienes aquí, en este lugar... me parece mucho más importante. Tu familia y todos los habitantes de este pueblo... eso sí es algo que debes conservar. Así que no le des más vueltas.
-Es que... parecía tan doloroso
-Lo es. Un poder puede llevarnos a la locura. Una locura con el nombre de “guerra”. Y nos ha quitado algo tan importante como la libertad... –hubo un momento de silencio- Sin embargo, personas como vosotras ya habéis dado el primer paso hacia ella. Y estoy seguro de que serás capaz de enseñársela a las nuevas generaciones.
-Gracias por todo, Kai.
-No me las des. Yo sólo estaba de paso –bromeó de nuevo-. Espero volver a verte pronto. Y que, para entonces, este sitio se haya convertido en un hogar próspero y feliz.
-Tienes mi palabra –dijo ella, asintiendo- ¡Ah! ¡Por cierto, Kai! –le llamó antes de que se marchase.
-¿Sí?
-Lo que hizo crecer tanto aquellas verduras y hortalizas fue un espíritu, ¿verdad?
El chico sonrió. Tras ello, desapareció en la lejanía.

Sue comprendió que, probablemente, el poder de Kai procedía de ese elemento.
-Libertad, ¿eh? Me pregunto si él es libre –murmuró antes de entrar de nuevo en la choza.