domingo, 16 de noviembre de 2014

Capítulo 20: Ataque a la basílica



-¡Reima! ¡Por aquí!
Tras atravesar a uno de los “Dying Walkers” con la hoja de su espada, el chico corrió hacia la puerta y cerró antes de que más de ellos lo alcanzasen.

Más tranquilos y seguros, Reima golpeó en la nuca al hombre que tenía al lado.
-¡Ay! Oye, eso no era necesario...
-¡Si me hubieses dejado usar todo mi poder esto se habría acabado en cuestión de segundos!
-Sí, y entonces la basílica también se destruiría en cuestión de segundos. ¿Tú sabes la conmoción mediática que causaría?
-Tonterías.
Vestido con una túnica blanca, el hombre que lo acompañaba resopló mientras negaba con la cabeza.
-Como sea, ¿cómo hemos podido llegar a esto...?

Hacía varios días que Reima había llegado a Italia con la intención de saber qué relación tenía la Inquisición con la aparición de los “Dying Walkers” en Japón, sin embargo, una vez hubo llegado a la plaza que rodeaba la basílica se encontró con un cúmulo de personas en ella observando el emplazamiento y cuchicheando entre ellos.
-¿Qué ocurre? –preguntó amablemente.
-¿No lo sabes, joven? –le contestó una anciana de pelo canoso y mirada algo opaca- Hace unos días que el nuevo papa entró en la basílica pero todavía no se ha sabido nada de él. Algunos piensan que quizás le haya ocurrido algo pero hay obispos apostados en la puerta que no dejan entrar ni siquiera a la policía...estoy preocupada por el estado de ese chico...

El papa al que se referían, Reima lo conocía bien. Había sido elegido joven y desde entonces había desarrollado bien su cargo, tomando una actitud carismática y cercana a los demás. Por otra parte había que señalar que de puertas para dentro era uno de las personas más vagas que había conocido, por lo que no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica al pensar que todo aquel barullo podría haberse formado por simple pereza de ver a sus seguidores. Aunque, también era cierto que, si así fuese, no habría entrado en la basílica y hubiese preferido quedarse en sus aposentos.

El profesor movió la cabeza de un lado a otro intentando olvidarse de ello y, después de dar las gracias a la anciana, se dirigió a la puerta donde policías y obispos estaban discutiendo.
-No creo que los mandase mantener a raya a los civiles y a la policía sólo para poder echarse una siesta, ¿no? Algo serio debe de estar pasando... –murmuró para sí mismo a la vez que se acercaba a uno de los obispos más alejados de la situación- ¡Oye! –llamando su atención, éste lo reconoció y se acercó a él.
-¿Qué haces aquí?
-Tenía que hacer una investigación relacionada con los “Dying Walkers” pero cuando intenté hablar con Ettore para avisarle de lo ocurrido no me contestó...
-Probablemente por entonces ya había ocurrido...
-¿A qué te refieres?
-Un grupo de “Dying Walkers”, por influencia de alguien que desconocemos, han perdido el control y han comenzado a atacarnos. El papa y el resto de obispos están intentando controlar la situación para que no salgan de la basílica. No podemos dejar que nadie se vea envuelto.
-Ya veo...bien, entonces déjame pasar, veré si puedo ayudarle.
-B-bien...acompáñame, te llevaré dentro.
-No pensará mal la policía de esto.
-Creo que nos vendrá bien. El que no entre ni salga nadie del recinto es lo que les lleva a pensar que algo malo puede estar ocurriendo. Quizás de esta manera les ayudemos a pensar que simplemente se trata de algún evento realizado por el propio papa.

Tras entrar, los dos se dirigieron hacia el centro de la construcción, donde se encontraba la tumba de uno de los héroes que lucharon contra los demonios: Saint Peter.

Sin pensárselo dos veces, el obispo se acercó a la tumba y la empujó levemente hacia delante hasta que sonó el “clic” de un mecanismo entrando en funcionamiento y, posterior a esto, el giro de varios ejes hasta dar lugar a que el sepulcro se inclinase hacia el lado contrario, dejando ver una entrada con escaleras que bajaban.
-Mira que no es la primera vez que vengo pero no recuerdo haber visto nunca esta entrada.
-Procuramos mantenerla lo más en secreto posible de manera que sólo lo conozcan aquellos que pertenecen o han pertenecido a este lugar.
-...
Observando el fondo negro al que llevaban las escaleras, Reima comenzó a internarse en el subterráneo.
-Suerte.
-Claro...gracias... –comentó escuchando cómo los ejes volvían a girar hasta que la tumba regresó a su lugar de origen, envolviendo todo en oscuridad.

Tras un buen rato bajando escaleras, el chico por fin llegó a un punto en el que la luz volvía a iluminar el ambiente. Habiéndose acostumbrado de nuevo la vista, divisó un largo pasillo con paredes, techo y suelo de piedra que continuaba hacia delante hasta llegar a una puerta de bronce de mediano tamaño.

Siguiendo las luces que llevaban hasta dicha puerta, la abrió, topándose con una sala de considerable altura y forma circular que presentaba cuatro pilares a los extremos de la misma, los cuales sujetaban el techo, todo de color perla.

Otros tres pasillos se extendían a derecha, izquierda y justo enfrente de él.
-Supongo que he de elegir uno...es en estos momentos cuando preferiría que él estuviese aquí...como haya que luchar voy a tener problemas...espero que no falte mucho para que anochezca.
Dicho esto decidió ir por el corredor que tenía delante, avanzando cuidadosamente.

Por el momento no había visto ni escuchado ni un alma desde que había entrado en la basílica, si exceptuaba a aquel obispo, claro. Esto le hacía permanecer alerta ante cualquier cosa.
-Éstas deben de ser las grutas de la basílica. Me pregunto si es en este lugar donde tienen a los “Dying Walkers” –se dijo mientras recorría los pedregosos suelos de la estructura. En las paredes se podían observar algunos trabajos artísticos, posiblemente pertenecientes a internos de la Inquisición. Quizás regalos para el papa u ofrendas para el dios que veneraban.
De esta forma, podía divisar cuadros, monumentos...incluso la arquitectura dejaba entrever el arte de épocas pasadas.

Le llamaban la atención especialmente aquellos retratos en los que se reflejaba la guerra entre demonios y humanos. Fue entonces cuando su mirada se posó en uno en el que aparecían tres personas situadas frente a una multitud. Dos de ellas parecían estar firmando una especie de pergamino mientras la otra observaba apaciblemente dicha acción. Sus párpados se abrieron al ver aquella escena y, sin darse cuenta, comenzó a andar hacia ese cuadro mientras alzaba inconscientemente su mano. Su mirada parecía anhelar algo que  estaba en ese retrato.

El sonido de algo rompiéndose lo despertó de su ensimismamiento, haciéndole girar la cabeza hacia el fondo del corredor. Echándole un último vistazo al trabajo comenzó a correr hasta llegar a otra puerta. Al abrirla se encontró con una batalla campal.

Varios “Dying Walkers” se enfrentaban a un grupo de obispos, quienes, pese a hacerles frente lo mejor que podían eran reducidos poco a poco y obligados a replegarse.

A Reima no le resultaba extraño todo aquello. Habiendo confiado en la fuerza de los “Dying Walkers” durante tanto tiempo, existían pocas personas en la Inquisición que fuesen capaces de hacer frente a sus propias creaciones. ¿Por qué no harían un mecanismo de emergencia por si se daban este tipo de situaciones? Al fin y al cabo eran biomáquinas, ¿no? Si los vivos podían llegar a volverse locos nada les aseguraba que los robots no hiciesen lo mismo. O quizás era la parte viva de los “Dying Walkers” lo que impedía esto.

Mientras cavilaba, el espadachín observó cómo más de aquellos trajeados de pelo blanco aparecían por un gran arco situado a la izquierda de la cámara, el cual daba a otro pasillo.
-Tal y como estoy ahora no puedo hacer nada... –maldiciéndose, escuchó el sonido de algo rompiendo el aire. En ese momento apareció volando la figura de un hombre, la cual chocó contra una de las paredes de las grutas para posteriormente caer al suelo entre polvo y escombros.

Anonadado, el profesor esperó a que se disipara la polvareda para ver de quién se trataba. Instantes después apareció el rostro de Ettore, quien se acariciaba la cabeza por el dolor del golpe.
-¡Hah! –al apodado “Darkblade” se le escapó un pequeño grito.
-¡Oh, Reima! –exclamó el papa al percatarse de su presencia- Cuánto tiempo.
-¡¿Cómo que cuánto tiempo?!
-Esto...ahora mismo estoy un poco ocupado. Hablamos luego.
Ignorándolo, el máximo mandatario de la Inquisición se lanzó a por algunos “Dying Walkers” que se disponían a atacar a otros obispos, golpeándoles con sus puños, o quizás sería más correcto decir con sus guantes de metal.

Con un peso mayor del que se podría esperar en un principio, aquellos guantes, denominados Assamone, eran el arma principal de Ettore, los cuales, utilizados por las manos adecuadas, eran capaces de reducir fácilmente a un demonio.

Así pues, no tardó en acabar con otro par de adversarios propinándoles sendos puñetazos en el estómago, provocando que salieran despedidos y chocasen contra el resto como si de bolos se tratasen.
-Parece que lo llevas bien... –dijo Reima.
-El problema más grande no son estos tipos sino...
De repente, dos águilas de mediano tamaño entraron en la sala a partir del pasillo desde el que había aparecido el papa, sobrevolando la sala para acto seguido caer en picado y lanzar por los aires a los obispos.
-...ése....
-¿De dónde diablos han salido esos bichos?
-A mí también me gustaría saberlo.
Aprovechando la oportunidad, el líder de la Inquisición se lanzó contra uno de los animales, agarrándose a sus patas. Como respuesta, éste emitió un gruñido y aumentó la velocidad de vuelo con el fin de quitárselo de encima.

Por su parte, Reima dejó abierta la puerta por la que había accedido a ese lugar y comenzó a refugiar heridos y rezagados, intentando alejarlos de los “Dying Walkers” y aquellas misteriosas águilas.

En ese momento comenzó a sentir un dolor intenso por todo el cuerpo. Su semblante cambió y se dibujó una pequeña sonrisa. Aquello no era la primera vez que le ocurría. De hecho hacía años que estaba acostumbrado. Y el hecho de que aquello estuviese pasando era una muy buena señal, sobre todo dada la situación. Era la señal de que su otra mitad aparecería.

Una quemadura surgió en la mejilla izquierda, extendiéndose hasta su frente, y una espada brotó justo delante de él, la cual cogió y utilizó para cortar por la mitad a uno de aquellos individuos trajeados.
-¡Ahora es mi turno!
Dicho esto, perforó el suelo con la hoja del arma y numerosos remolinos de fuego salieron del suelo, quemando selectivamente a los “Dying Walkers”.

Mientras tanto, Ettore consiguió golpear el tórax del águila cayendo y chocándose ambos contra el suelo. Al levantarse, animal y hombre se encararon el uno al otro, y, unos instantes después, el primero tomaba la iniciativa volando con las garras al frente, ataque que fue evadido por el otro, quien, mediante un salto, consiguió acercarse a su adversario y asestarle un nuevo golpe en el mismo sitio que antes.

Las patas del águila se doblaron, siendo afectada por el fuerte impacto producido por el papa, sin embargo no se dio por vencida, utilizando sus alas para revolverse y evitar un segundo ataque de su contrincante, quien tuvo que cubrirse con los brazos. Este momento fue aprovechado por la aparición del segundo águila, embistiéndole y lanzándolo de nuevo, no obstante, la continuación del ataque fue detenido por otro remolino de fuego esporádico que impidió su paso, dando lugar a la llegada de Reima.

-Ya estás aquí.
-Sí...a veces odio lo que tarda en hacerse oscuro ahí fuera, en serio...
-Bueno... –comentó Ettore mientras se levantaba- Lo importante no es lo que se tarde, sino que se llegue a tiempo.
Por su parte, los obispos restantes habían aprovechado la reducción en número de las biomáquinas para refugiarse detrás de la puerta y tratar con urgencia a los miembros en peor estado.
-Esto pinta bastante mal. Os han ganado mucho terreno.
-Esas águilas no son normales, y no me refiero sólo a su tamaño.
-¡Oh, venga! ¡No te quejes tanto! Lo que pasa es que eres un debilucho. O eso, o te produce demasiada pereza pelear en serio.
-O lo dos...
-¿Hablas en serio?
-Era broma, pero no te confíes, Reima. Me huelo algo mucho peor que estos bichos.
-¡Y haces bien en tener ese presentimiento!
Una voz resonó por toda la sala. Acto seguido, las águilas se alejaron de ellos y volaron hasta situarse cerca del gran arco, por donde apareció la figura de un hombre de aspecto joven y rasgos femeninos, de pelo negro y largo hasta la cintura, y llevando un libro consigo.
-¿Quién diablos eres tú, maldito andrógino? –preguntó el profesor con voz molesta.
-Vaya humos... –rió el chico-. A estas alturas no creo que haga falta ocultar mi nombre. Soy John.
-...
-...
El ambiente se quedó totalmente enmudecido.
-¿Tú conoces a alguien que se llame así?
-Ni idea. ¿Alguien con quien salí de copas?
-Oye...eso no debería decirlo un papa... –comentó Reima al escuchar la respuesta de Ettore.
-Entonces, ¿alguien con quien saliste tú?
-No me tomes por los de tu especie, pedazo de inútil. Yo estoy mucho más evolucionado.
-Ejem... –llamando la atención de los dos, John carraspeó a la vez que parecía estar conteniendo una creciente ira-. Quizás no me he expresado con la claridad que debía. Soy John, uno de los héroes que luchó contra los demonios en el pasado.
-...
-...
-A mí me sigue sin sonar –declaró Ettore mirando a Reima.
-Maldita sea, ahora es cuando desearía que se hiciese de día. Seguro que el otro sabría dar la respuesta adecuada.
-Eso me recuerda, ¿cómo llevas lo del cambio de personalidad?
-Difícil pero ya sabes, son muchos años.
-Tiene que ser complicado tener otra identidad además de la tuya.
-En realidad la mía se perdió hace mucho tiempo, ahora sólo tengo estas dos...
-¡Queréis dejar de ignorarme, malditos imbéciles! ¡Voy a mataros y a reducir vuestro esqueleto a meras cenizas que luego serán devoradas por mis águilas, engendros del averno!
Respirando como si acabase de correr la maratón de su vida, John tardó unos segundos en recuperar la compostura, entretanto, los otros dos parecían sorprendidos por la pérdida de calma que acababa de tener.
-Ejem...lo siento, ha sido un lapsus.
-Como sea, Jason –dijo Ettore.
-¡Es John!
-Eso... ¿qué haces aquí y para qué quieres robar a los “Dying Walkers”?
-Je... ¿robarlos? Estos pequeños siempre han sido nuestros. No los estamos robando simplemente queremos que vuelvan a su función original y que obedezcan las órdenes de su amo original. Tú, líder de la Inquisición, que te has rebajado a continuar la paz con esos seres llamados demonios, ya no mereces la posición de mandar sobre estas creaciones. Tú y tus súbditos también seréis aniquilados. Una nueva guerra...comenzará...
-¿Una guerra? ¿Provocada por quién?
-Por aquel que reinará en el mundo humano y sobre ellos. La exterminación de los demonios y todo aquel que se alíe con ellos ha de cumplirse...
-Ooh...ahora sí te has expresado con claridad. Lástima que no me guste cómo lo haces...
-Puede que tenga que usar otros métodos que sean más de tú agrado...

Detrás de él comenzó a salir otro gran número de biomáquinas trajeadas, las cuales se lanzaron a atacar a los dos compañeros.
-¡Tú por la derecha y yo por la izquierda! –exclamó Reima mientras cortaba a un par de sus adversarios por la mitad.
-Menudo desperdicio de maquinaria y recursos –se quejó el papa a la vez que destruía a otro par.
Pese a que los “Dying Walkers” seguían saliendo, a ninguno de los dos parecía suponerle un problema encargarse de ellos. Los problemas empezaron cuando las águilas volvieron a iniciar su ataque.
-Maldita sea...

Fue entonces cuando fueron alcanzadas por una lluvia de flechas y disparos. Al mirar hacia atrás, descubrieron a los seguidores de Ettore, quienes cargados con armas de todo tipo y habiendo aprovechado el tiempo dado por ellos dos, se lanzaron a la batalla para cubrirlos.
-Tienes buenos súbditos.
-Lo sé.

Por el contrario, esto no molestó a John, quien alzó uno de sus brazos mientras el otro seguía agarrando su libro.
-Toda esperanza es vana. Los “Dying Walkers” vendrán conmigo, y vosotros pereceréis.
Un cáliz de un par de metros de longitud se erigió en mitad del aire, surgiendo como un fantasma.
-Las almas más débiles serán las primeras en caer.

De repente los obispos comenzaron a caer al suelo mientras sus espíritus salían del interior de sus cuerpos y se reunían en el interior de aquel cáliz. Una por una, sus vidas iban apagándose de manera casi instantánea.
-¿Qué diablos es eso?
-Se está llevando su vida. Dándoselas en sacrificio a Dios.
-Mierda. Como si lo fuese a permitir.
Encendiendo una llama en su espada, ésta comenzó a hacerse más y más grande.
-¡No, Reima! ¡Detente! –gritó Ettore–. Si haces eso destruirás la basílica entera y moriremos todos.
-¡¿Y qué sugieres?!
-Retirémonos por el momento.
-No puedes estar hablando en serio.
-Esa técnica sólo está afectando a los más débiles y sólo a los que se encuentran dentro de esta sala. Llevemos a los que quedan fuera de aquí antes de que sea aún peor.
-Chst...
Molesto, el espadachín decidió hacerle caso, ayudando a los obispos a escapar...

-Llevamos un buen rato en que lo único que hemos hecho ha sido huir.
-Mira cómo están, Reima –dijo el papa señalando a sus seguidores, de los cuales no quedaban muchos-. Casi no pueden luchar, y ese tipo, John...es muy poderoso...probablemente esté a tu nivel.
-¿Sabes quien es? Parecías conocer muy bien la técnica del cáliz...
-Fue al ver eso cuando llegué a la conclusión. Uno de los héroes que luchó contra los demonios: los Doce Apóstoles. Mi mente no quería creerlo porque supuestamente murieron hace mucho tiempo pero...
-No lo entiendo. Se supone que en aquella época los humanos lucharon contra los demonios para defenderse de su ataque. Quiero decir...porque ahora ser ellos quienes empiecen una guerra...
-No lo sé. Probablemente hay algo que se nos escapa...
-En cualquier caso, ¿cómo funciona ese cáliz?
-No estoy seguro pero, creo que en él puede entrar lo que desee.
-Pero si es así, ¿por qué no nos ha introducido a nosotros directamente? De esa forma ya habría ganado.
-Es posible que haya una serie de reglas. Ya sabes, como el poder de tus maldiciones...
-Ya veo...me temo que entonces sólo nos queda hacer una cosa.
Ettore sabía bien a lo que se refería Reima, y era algo en lo que no podía estar de acuerdo. Sin embargo, si quería salvar a los súbditos que quedaban y desbaratar los planes de John sólo podía recurrir a esa solución.
-Bien, hazlo...yo le entretendré...
-De acuerdo, sólo necesitaré un par de minutos...

Saliendo de su escondite, se encontraron con más biomáquinas. A estas alturas probablemente ocupaban gran parte del subterráneo ya que se había hecho con todos aquellos que la Inquisición había guardado.

Avanzando hacia el frente, se iban deshaciendo de los que se aparecían ante ellos, sin siquiera darles tiempo a reaccionar. La espada de Reima danzaba una y otra vez cortando en pedazos a los trajeados a la vez que el papa destruía sus cuerpos. Por detrás, los obispos los cubrían como mejor sabían utilizando una serie de armas que el profesor todavía se preguntaba de dónde diablos las habrían sacado.

Finalmente se detuvieron cerca de la sala en la que se encontraba la puerta que llevaba a la superficie. Allí les esperaba el apóstol junto con otro gran grupo de su recién controlado ejército.
-Cuando haga la señal corred hacia la salida y escapad –dijo el espadachín a los obispos- Ahora todo queda en tus manos –esta vez se dirigió a Ettore, quien asintió antes de encaminarse hacia su oponente.

-Así que has venido solo –indicó John al observar al papa frente a él.
-Es a mí a quien querías, ¿verdad? Si es así me gustaría defender mi vida en un combate justo.
-¿Un combate justo? ¿Acaso crees que tienes alguna posibilidad de ganar? Qué interesante...
El hombre se acercó hasta situarse a pocos metros del líder de la Inquisición, mirándolo con sonrisa triunfal.
-Sin embargo, ¿cómo sé que esto no se trata de alguna jugarreta para engañarme?
-Soy el líder de la Inquisición, no puedo permitirme poner en peligro la vida de mis súbditos intentando tenderte una trampa.
-Ooh, esa es una de las cosas que precisamente te han llevado a la decadencia. Compadecerte de la vida de aquellos que no son útiles.
-Ni tú ni yo somos quienes decidimos quien o qué merece vivir. Lo mismo ocurre con los demonios.
-Que palabras tan bellas, pero no olvides que hablamos de seres que van en contra de la humanidad y el dios que la representa.
-Es posible que a veces los humanos y hasta nuestro dios tengan que aprender algunas cosas.
-¡Blasfemia! ¡¿Cómo te atreves?!
De repente comenzó a escucharse un sonido parecido al del metal cuando es golpeado, resonando con el eco en todo el subterráneo.
-¿Qué es eso? –preguntó John mirando hacia todas partes.

En ese momento los obispos hicieron su entrada en la sala, dirigiéndose a la mayor velocidad que le permitían sus piernas en dirección a la puerta que llevaba a las escaleras hacia la superficie.
-¡¿Qué es lo que estáis haciendo?! ¡Cogedlos!
Gritando a su ejército, el apóstol cayó en la cuenta de que todos se habían detenido.
-¿Por qué no se mueven? –intentando desplazarse él en lugar de las biomáquinas, notó una presión en su cuerpo que lo mantuvo en el sitio. Ettore lo tenía agarrado y no parecía dispuesto a dejarle ir.

Al volver la vista al frente divisó la figura de Reima, un poco más alejada de lo que había estado la del papa. Tenía una postura erguida y mantenía su espada a medio envainar. El eco seguía resonando en el ambiente.
-Creía que no ibas a poner la vida de tus súbditos en peligro –declaró el apóstol intentando escabullirse sin éxito ante el fortísimo agarre de su oponente.
-Sí, pero también es cierto que tú me dijiste que no servía para liderar la Inquisición. Supongo que ahora los obispos estarán cabreados conmigo...
-¡Bastardo!
-Sé acabó para ti...
Ettore hundió los pies en la piedra aumentando aún más la fuerza de su agarre. Al mismo tiempo, Reima envainó su espada, terminando con el ruido metálico.

Instantes después las paredes de las grutas comenzaron a presentar una fina línea de la que empezaron a surgir grietas. De forma parecida, el cuerpo de los “Dying Walkers” fue separándose poco a poco por la mitad.
-No puede ser... –se sorprendió John.
Reima corrió hacia la puerta de salida y escapó de allí mientras Ettore seguía impidiendo el movimiento de su adversario. La estructura de la construcción estaba destruyéndose poco a poco.
-Sólo él sería capaz de cortar un edificio entero como si nada –sonrió Ettore.
-¡Pero si continúas así, tú también morirás!
-Es un pequeño precio a pagar por llevarte conmigo a la tumba.
-¡Maldito seas!
Quejándose y forcejeando en vano, el hombre no pudo más que ver cómo techo y paredes se agrietaban y hundían...

Fuera de la basílica, los seguidores, la policía y los obispos de la superficie corrían para tratar de evitar que la construcción les cayese encima. A su vez, Reima y el resto de obispos conseguían ponerse a salvo por los pelos.

Al cabo de un rato, el hundimiento de la zona subterránea había dado lugar a múltiples escombros que antes había sido uno de los edificios más simbólicos del mundo. Sin duda, aquello daría de qué hablar en las noticias.

El espadachín miró a su alrededor. Se mostraba algo nervioso, esperando ver algo o a alguien que todavía no había aparecido. Instantes después una mano tocó su hombro. Se trataba de Ettore.
-Creía que no salía de ésta. No me puedo creer que haya tenido que usar la bendición para algo así. Como no haya servido para nada, te mataré.

La bendición. Se trataba de un amuleto pasado de un papa a otro y que se decía que contenía el mismísimo poder de Dios. Pudiendo ser usado una única vez en cada herencia, podía salvar la vida de aquella persona que lo tuviese fuese la situación que fuese.
-Me alegro de verte en forma.
-Ahórrate los sarcasmos, ¿quieres? –se quejó Ettore-. No eres tú a quien le tocará encarar a la prensa...
-No. Mi misión es otra ahora mismo.
-¿Qué piensas hacer?
-He de llamar a los pecados capitales. Esto cada vez se está poniendo peor y probablemente ellos sepan de qué se trata –dicho esto sacó el móvil y empezó a marcar un número- Hemos de evitar una nueva guerra...