domingo, 1 de febrero de 2015

The three global powers: Capítulo 10

Tras saber que habían encontrado una manera de entrar en el recinto de gobierno, tanto Kareth como Kai habían esperado algún tipo de pasadizo subterráneo, pero aquel cañón los dejó perplejos.

-¿De dónde lo habéis sacado? –preguntó Kai.

-Lo encontré hace ya tiempo, tirado en las afueras –explicó Garth-. En su día, perteneció a la facción. Probablemente se deshicieran de él porque ya no funcionaba –continuó mientras acariciaba la superficie del arma.

-¿Y cómo se supone que vamos a usarlo entonces?

-A eso puedo responderte yo –dijo la voz de Razer, atravesando la entrada al almacén de donde habían sacado el cañón. Detrás de él había un hombre de aproximadamente la misma edad que Garth, barba blanca, algo espesa; y barriga ancha, incluso más que la  del revolucionario, de quien era amigo. Además de ello, también era dueño del almacén-. Resulta que tenemos a tres personas en nuestro equipo a quienes se les da bastante bien arreglar cosas.

-¿Te refieres a Zen, Sen y Len? –preguntó Kareth, a lo que el líder de los Rebeldes asintió.

-Les he preguntado si podrían arreglarlo para mañana y han sido bastante positivos al respecto. Las posibilidades de Miruru consiga convencerles son bajas. Por eso, debemos darnos prisa. Con suerte, puede que no la maten si descubren que está con los Rebeldes.

-Pero es imposible que se hayan enterado –replicó Kareth.

-¿Quién sabe? Si la mantienen vigilada o la torturan, puede que incluso consigan información sobre el paradero de la villa.

-Miruru no dirá nada –contestó secamente Kai.

-Te creo, pero la seguridad de los míos está por encima de mi confianza en vosotros. Por eso, es mejor que nos demos prisa en sacarla de allí. Con cuidado de que no nos capturen a ninguno.

-Tengo otra pregunta –interrumpió Kareth-. ¿Cómo pensáis transportar eso? El almacén está como a media hora del recinto.

-Este cañón es de larga distancia –comentó el amigo de Garth, hablando por primera vez en lo que llevaban de conversación-. No hará falta que esté cerca del recinto para dispararlo. Bastará con encontrar un sitio adecuado desde donde apuntar. De todas formas, soy transportista, de ahí el almacén; y tengo un camión donde cabrá perfectamente.

-Aun así, si nos movemos por calles estrechas, el camión no podrá pasar –replicó Kareth.

-No te preocupes –contestó Razer- Ya se encargará Quattuor de moverlo si llega a ese punto.

 

Al escucharle, al chico se le vino la imagen del hombre cargando a cuestas el vehículo, por lo que no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica.

-Y si tenemos que esconderlo, podemos recurrir a las habilidades de Kai, ¿no? –continuó Razer, mirando al susodicho, quien asintió.

-Bien. Aclaradas vuestras dudas, os explicaré lo que vamos a hacer.

 

Mientras tanto, Miruru se desplazaba de un lado a otro en aquella habitación.

-¡Maldita harpía! –exclamó, enfadada, refiriéndose a Quinque- ¡Cómo me gustaría darle de su propia medicina!

 

Finalmente, se sentó sobre la cama, llevándose las uñas a la boca, intentando calmar los nervios.

 

¿Qué sería de ella ahora? ¿La dejarían allí encerrada hasta decidir matarla o hasta que lograse escapar, si es que lo conseguía? ¿La torturarían antes o sería una muerte rápida? ¿Cómo se había enterado Quinque de que estaba con los Rebeldes? No. Puede que fuese una trampa para eliminarla del mapa cuanto antes.

-¡Maldita sea!

Chasqueando la lengua, se acostó en la cama. Podía intentar salir de allí por sus propios medios, pero Quinque la tenía en el punto de mira. Y ese extraño artilugio que llevaba consigo... Si se descuidaba, la dejaría por los suelos en cuestión de segundos.

 

Por si fuera poco, tenía la sensación de que si escapaba ahora todo lo que había hecho carecería de sentido y no podría volver a entrar. ¿Significaba eso que su única opción era esperar a que alguien la rescatase?

-Kai... –murmuró al recordar al joven. La última vez que había hablado con él había sido en aquella discusión tras la que habían acabado peleados. Quería volver a verlo, aclarar las cosas y disipar aquella sensación en su pecho que le impedía conformarse con la tensión que se había formado entre los dos.

 

Inconscientemente, se mordió el labio inferior. Su deseo de estar con él se hacía cada vez más grande.

-Parece que no lo estás pasando bien.

 

De repente, una voz la sacó de sus pensamientos. Entonces, cuando volvió la vista hacia la puerta, descubrió al gobernador de la unión al otro lado de los barrotes.

-¿Q-Qué haces aquí? –preguntó Miruru, confusa.

-Simple curiosidad. ¿No puede una persona visitar a los presos de vez en cuando?

 

Inquieta, la chica se dio cuenta de que al lado del soberano sólo estaba aquel hombre pelirrojo del extraño martillo. Quinque no se encontraba junto a ellos.

-En realidad, hay algo que quería preguntarte –dijo dirigente del norte.

-¿Eh? ¿Sobre qué?

-Tú, ¿estuviste en los territorios de la unión hace un tiempo, verdad?

-¿P-por qué lo preguntas? –respondió la semidiosa, poniéndose a la defensiva.

-Contesta, por favor.

-No tengo por qué hacerlo y mucho menos si no sé el porqué.

 

El gobernador se mantuvo en silencio durante unos instantes, decidiendo si contestar o no.

-Hace un tiempo se me dijo que dos personas pertenecientes a “Comhairle” se habían colado en mis territorios. Mientras los perseguían, consiguieron escapar gracias a la intervención de algo que cayó desde arriba y que rompió el asfalto de las calles. Una de las descripciones de los dos individuos concuerda contigo. Además, tampoco puedo evitar preguntarme si tenéis algo que ver con lo que sucedió en el torneo.

-Yo... Nosotros... No tenemos nada que ver con ese torneo... Todo fue culpa de ella...

-¿Ella?

-Esa chica que está contigo. No es de fiar, lo único que quiere es alimentar la guerra. No debéis seguirle el juego.

 

El gobernador la miró fijamente. Luego sonrió y dio media vuelta.

-Parece que esta discusión no va a llegar a nada. Siendo así, no nos quedará más remedio que usar otros métodos. En fin, que te sea leve hasta entonces.

-¡Espera! ¡Te estoy diciendo la verdad! ¡Eh! –exclamó la chica, alzando su mano en dirección al gobernador, quien, seguido de su súbdito, desapareció de su vista.

 

Llena de rabia e impotencia, golpeó el suelo con el pie, haciéndose daño en los dedos, por lo que se agachó y lo agarró y acarició, sintiéndose aún más estúpida por haberse dejado llevar.

 

Tras un profundo suspiro, se acercó a la ventana, desde donde pudo observar el resto de casas de la zona.

-Me pregunto qué estarán haciendo los demás –dijo, apoyando ambos brazos sobre el borde, cabizbaja-. Empiezo a preguntarme si de verdad he hecho lo correcto...

 

-Pásame esa llave –dijo uno de los hermanos.

-Es mejor que utilices otra cosa. Podrías romper algo –respondió otro.

-¡Siempre estás igual! ¡Que si ten cuidado con esto! ¡Que si es mejor aquello! ¡En esta vida hay que arriesgarse más!

-Si te arriesgas demasiado puedes acabar muy mal, y ya no habrá vuelta atrás.

-Y si eres tan precavido, como tú, terminarás por no hacer nada y tardarás mucho en acabar el trabajo.

-Lo que sí sé es que como sigáis discutiendo no vamos a terminar ni para dentro de un mes, así que dejaos de tonterías y poneos a trabajar –se quejó el tercer hermano, sentenciando la conversación.

 

A cierta distancia de allí, Kai les escuchaba. Todos a excepción de Nara, quien estaba haciéndole compañía a Eirin en la base, esperaban junto al almacén a que el cañón estuviese listo para ser usado en el plan.

 

En su mente, el nigromante repasó lo ocurrido.

 

-Básicamente, la estrategia será parecida a la del primer plan. Sólo que esta vez utilizaremos el cañón como señuelo –explicó Razer-. Una parte de nosotros estará en una zona lo más alejada posible del recinto, desde donde lo dispararán y atraerán la atención de los soldados. Dudo que envíen una gran cantidad de ellos, pero eso nos servirá para infiltrarnos por la puerta principal y, ya que estamos, reducir su número en el interior.

-¿Tenemos balas para eso? –preguntó Kareth.

-No, pero creo que tengo algo en el almacén que podremos usar –respondió el amigo de Garth.

-¿Estás seguro de desperdiciar materiales así como asís? ¿No afectará eso a tu trabajo?

-Creo que, ahora mismo, esto es más importante.

-Bien. Una vez dentro del recinto, deberemos pasar lo más desapercibido posible. Por ello, será mejor que llevemos a cabo el plan cuando sea de noche. Entonces, tendremos que obtener información sobre los paraderos de Miruru y de los gobernantes. Esos serán nuestros principales objetivos –dijo Razer.

-¿Y que hará mientras tanto el otro equipo? –preguntó Kai.

-Después de disparar unas cuantas veces, deberán escapar de allí. Los soldados intentarán dar con ellos, así que deberán entretenerlos lo suficiente para dar tiempo al resto a alcanzar el objetivo.

-El problema principal será los descendientes de Gaia –dijo Kareth.

-No sé si podremos evitar enfrentarnos a ellos, pero en caso de que nos los encontremos, mejor que sea en un uno contra uno o que llevemos la ventaja numérica. Lo tendremos difícil si les acompañan soldados. En cualquier caso, deberemos hacerlo lo mejor que podamos.

 

Pensativo, Kai juntó sus manos por debajo de la barbilla.

-Aguanta un poco más Miruru. –murmuró.

 

Mientras tanto, en la pequeña casa que hacía de base para el grupo, Nara se mantenía ocupada poniendo en orden lo poco que había allí, a la vez que buscaba algo útil que poder usar para el plan de infiltración.

-¿Tú también vas a ir? –preguntó Eirin, quien ya se sentía algo mejor y la ayudaba con la tarea, sin forzar mucho su cuerpo.

-Por supuesto. Odiaría tener que quedarme aquí sin hacer nada –respondió la joven sin desviar la vista de sus quehaceres.

 

Al no escuchar respuesta, Nara se giró hacia ella, encontrándola cabizbaja. Entonces se acercó a la chica y le cogió ambas manos.

-¿Estás preocupada por Miruru? –le preguntó, a lo que Eirin se limitó a asentir.

-Vamos a sacarla de allí. Puedes estar segura. Todos mis compañeros son fuertes y buenas personas. B-bueno, quizás Quattuor sea un poco... a su manera, pero aun así no es malo. Y sé que Miruru también es una chica fuerte. Volverá con nosotros y conseguiremos que las cosas cambien aquí.

-Sí. Gracias. –contestó Eirin, esbozando una leve sonrisa- La verdad es que, no sé por qué, pero, hay algo en Miruru que me trae recuerdos de mi hermana.

-¿A qué te refieres?

-No estoy seguro, pero tengo la sensación de que se conocen.

 

Al día siguiente, la puerta de la habitación de Miruru se abrió.

Sobresaltada, la chica se puso en guardia, observando a un par de soldados entrar allí y dar paso a Quinque, quien iba seguida de otra persona cuya cabeza estaba escondida bajo un saco de color negro, algo roído y que no dejaba ver su rostro.

 

Pese a ello, la joven pudo identificarlo como hombre debido a su complexión física.

 

En sus manos llevaba una especie de maletín del mismo color que el saco que cubría su cabeza, dándole, en su conjunto, un aspecto temible.

-¿Cómo estás, Miruru? –preguntó Quinque, con tono burlón. Ella se mantuvo en silencio, esperando a que continuase hablando-. Puede que te preguntes por qué estoy aquí hoy. Verás, la información que tenemos sobre ti es bastante incierta. Ya sabes que existe la posibilidad de que tengas relación con los Rebeldes. Y eso es algo que les preocupa a ambos gobernadores.

-Si está preocupados es por tu culpa. Fuiste tú quien habló sobre ello. Lo único que querías era dar un motivo para que me ejecutasen, ¿no es así?

-En absoluto. ¿Cómo puedes pensar algo así de mí? –respondió, mostrándose claramente sarcástica-. En cualquier caso, no es algo de lo que podamos estar completamente seguros, ¿no crees? Y puesto que ayer no lograron sonsacarte nada, pedí permiso para encargarme yo misma de obtener la información.

 

Viéndose venir lo que estaba a punto de suceder, Miruru levantó los brazos, dispuesta a usar su poder, sin embargo, su adversaria sacó de nuevo aquel extraño artilugio, provocándole otra vez aquella sensación de mareo y debilidad.

-¿Qué... es...? –intentó preguntar, apenas encontrando las palabras.

-¿Qué te estoy haciendo? –la interrumpió Quinque, señalando el aparato- Se llama Sonar. No sé exactamente cómo funciona, pero parece ser que produce alteraciones en el Radiar en un radio específico. Es bastante efectivo.

-Pero... tú... –aunque trató de replicarle, su visión se volvió borrosa, y ya no tenía claro ni con quién hablaba.

 

En ese momento, Quinque guardó el Sonar y se arrodilló junto a ella.

-Si te refieres a por qué no me afecta, eso es porque tengo algo conmigo que impide que lo haga –respondió, dirigiendo su mirada, posteriormente, hacia el hombre encapuchado-. Átala.

 

Obedeciendo la orden, aquel individuo cogió a Miruru de ambas muñecas y la postró sobre la cama. Tras esto, abrió el maletín y agarró varias sogas con las que la ató de pies y manos al mueble, impidiéndole moverse. Después, del mismo sitio, cogió un cilindro de plástico en cuyo extremo había dos pequeñas varas de hierro que se doblaban formando un arco. Al accionar un botón situado en la base del cilindro, las varas comenzaron a calentarse tomando un color cada vez más rojizo.

 

A causa de esto, la semidiosa empezó a respirar agitadamente. Incluso sin llegar a saber bien lo que le estaba pasando su cerebro la preparaba para lo peor.

-Espero que te guste el dolor –sonrió Quinque a la vez que le hacía un gesto al hombre. Éste acercó el objeto hasta el costado de Miruru, de manera que las varas hicieron contacto con su piel, abrasándola.

-¡AAAAAAAH! –chilló la joven.

-Primera pregunta: ¿es cierto que perteneces a los Rebeldes? –preguntó Quinque, sin inmutarse por el sufrimiento de Miruru.

-Ah... ah... –jadeó la chica, tratando de resistir el dolor mientras lloraba desconsoladamente-. No... ¡AAAAAAAH!

 

Al negarse a contestar, el hombre volvió hizo lo mismo, esta vez en el otro costado.

-Mala respuesta. Lo preguntaré otra vez. ¿Perteneces a los Rebeldes?

-¡No!

-Una lástima.

-¡AAAAAAAH!

 

Durante unos segundos, el hombre se detuvo. Miruru seguía haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para soportar el dolor, pero si seguía así, acabaría por desmayarse.

-No... te saldrás... con la tuya... –le dijo la joven.

-¡Jajaja! Te diré algo. Puede que el gobernador me haya dicho que no te mate, pero, durante una tortura, a veces ocurren accidentes. Estoy segura de que lo comprenderá –declaró Quinque, haciéndole otro gesto al encapuchado.

-¡AAAAAAAAAAH! –chilló de nuevo Miruru.

 

Por otro lado, después de llevar el camión cerca de la zona acordada, Quattuor y Kai, situados en la parte de atrás, donde había sido cargado el cañón, salieron. Tras esto, el hombre preparó el arma mientras el nigromante se disponía a invocar a uno de sus espíritus.

-¡Cuarto espíritu: Lein!

 

Al instante, una serie de ondas produjeron una distorsión sobre el espacio ocupado por el cañón, de manera que el objeto tomó la apariencia de una caja de madera.

 

Cuando Lein producía ilusiones sobre otros objetos, en lugar de crearlas de la nada como cuando él y Miruru entraron en los territorios del norte, modificaba su aspecto físico dentro de unos límites, aunque no podía hacer lo mismo con su peso. Aun así, eso no supuso un problema para Quattuor, quien fue capaz de llevar aquella caja de varias toneladas de peso como si se tratase de una pluma.

-Vamos –indicó Quattuor, caminando ambos por uno de los callejones que iban desde allí hasta una zona casi deshabitada, donde Kai empezó a ponerse nervioso, preocupado por el estado de Miruru.

 

Allí encontraron a Zen, Len, Sen, Sdren y Garth, quienes serían el equipo encargado de disparar el arma.

 

Entonces, una vez descargado el cañón, Kai deshizo la ilusión, devolviéndolo a su apariencia original.

-¡Oh! –se sorprendieron Sen y Len.

-Bien. Nosotros nos encargaremos del resto –dijo Zen- Id con los demás.

-Buena suerte –les deseó Kai.

-Creo que vosotros la necesitaréis más –señaló Garth.

 

Con la ayuda del dueño del almacén, quien conducía el camión, no tardaron en reunirse con el resto, quienes esperaban, cerca del recinto de gobierno, a que comenzase el plan.

-Ya está todo listo –dijo Razer-. Ahora sólo queda esperar.

 

Situados a la derecha de la entrada, agazapados entre los tejados de las casas adyacentes, se encontraban Quattuor, Sarah y Razer. En el lado contrario: Kai, Kareth y Nara.

 

Desde su posición, Kai pudo observar luces en algunas de las ventanas del edificio, destacando bajo el cielo nocturno. En ese instante, una idea se le pasó por la cabeza.

 

-¡Cambio de guardia! –exclamó el jefe de pelotón de los soldados de la facción, encargados de vigilar el patio delantero.

 

Pese a que la unión tenía su propia guardia, ésta había optado por quedarse en el interior. Según ellos, así les sería más sencillo proteger de cerca a su señor.

 

Desde el punto de vista de los soldados de la nación anfitriona, quienes se consideraban a sí mismos mejor organizados para la guerra y el combate, sólo eran unos cobardes y debiluchos. Así pues, como una forma de exaltar su orgullo, eran ellos quienes se encargaban de salvaguardar todas las áreas que conformaban el exterior del recinto, cambiando su tuno cada cierto tiempo.

 

Aun así, y pese a toda su preparación, ninguno esperó el cañonazo que impactó contra el lugar que vigilaban, provocando una pequeña explosión que destruyó parte del hormigón que constituía el sendero hacia la puerta principal del edificio central.

 

-¡¿Qué ha sido eso?! –exclamó un soldado.

Reunidos ambos gobernadores en la misma sala donde habían discutido el “Tratado Meilan”, el soberano de la facción se levantó de su silla y se acercó a la ventana. Su invitado, de forma más calmada, hizo lo mismo.

 

Los dos se encontraban con sus respectivos acompañantes. Uno de ellos Sextus, y el otro, el hombre pelirrojo, que seguía a su señor a todas partes.

 

Pasaron escasos minutos hasta que otro soldado de la unión irrumpió en la cámara.

-¡Nos están atacando a cañonazos, señor!

-¡¿Es esto cosa tuya?! –inquirió el líder anfitrión, dirigiéndose a su invitado.

-¿De verdad crees que haría algo tan poco inteligente? –contestó éste- Si no confías en mí, estoy dispuesto a enviar un pelotón de mis soldados junto a los tuyos para investigar lo ocurrido.

 

Tras esto, uno de los soldados de la facción se situó al lado del recién llegado, esperando órdenes.

-¡Enviad a la ciudad una patrulla e investigad todos los rincones desde los que penséis que hayan podido disparar! ¡Si tenéis que interrogar a los civiles, hacedlo! ¡Deprisa!

-¡Sí, señor!

 

Inmediatamente después de aceptar sus órdenes, el soldado se marchó, seguido por el otro una vez hubo recibido la misma orden de su respectivo líder. Acto seguido, el gobernador del norte hizo un gesto al hombre pelirrojo, quien asintió y se marchó detrás de los soldados.

 

Unos quince o veinte minutos después del primer disparo, el equipo de los Rebeldes vio cómo se abría la puerta principal para dejar paso a un pelotón de soldados dispuestos a adentrarse en la ciudad.

-Llegó la hora –murmuró Razer.

 

Al instante, un par de flechas volaron en dirección a los dos guardias encargados de cerrar de nuevo la entrada, cayendo éstos en el acto. Alarmados, un pequeño grupo de soldados que había visto lo ocurrido se acercó a ellos para socorrerlos.

-¡Cuarto espíritu: Sázam! –exclamó Kai, desplazándose a gran velocidad hacia ellos y golpeando sus abdómenes con la suficiente fuerza como para que quedasen inconscientes.

 

Tras esto, el resto del grupo le siguió.

-¿Qu-qué hacemos con ellos? –preguntó Nara.

-Permíteme –la apartó Quattuor, cargando a todos ellos y lanzándolos fuera del recinto, antes de cerrar la puerta- Así no los verán desde dentro.

-¡¿Y qué hay de los de fuera?! –preguntó Sarah, molesta por la actitud del hombre.

-Tardarán en volver. Y para entonces, ya habremos acabado –respondió él, recibiendo como respuesta un suspiro por parte de la joven- ¿Qué? –se quejó Quattuor.

-Sigamos –dijo Razer, cambiando de tema, mientras se dirigía al edificio central, seguido de los demás.

-Nara –dijo Kai, de repente, cogiendo a la joven del antebrazo- Voy a necesitar tu ayuda.