martes, 11 de mayo de 2021

Capítulo 48: Zagan

 Tras varios minutos observando a los guardas, Thyra comenzó a desesperarse. Sabía que lo mejor era ir con calma y encontrar el mejor momento para colarse sin armar revuelo, pero también, que Hana seguía secuestrada sin conocerse qué sería de ella.

 

Había seis vigilantes en total. Uno a cada lado de la entrada, y otros cuatro, más avanzados, observando los alrededores.

 

Si abandonaban su escondite, sería fácil que los que estaban al frente les viesen. E incluso si conseguían evitarlos, todavía les quedaría lidiar con los otros dos sin que se enterasen sus compañeros. Si alguno de ellos daba la voz de alarma, estaban perdidos.

 

Siendo esas las circunstancias, a Reima sólo se le ocurrían dos ideas. La primera consistía en crear una distracción para la avanzadilla, dejando solos a los de detrás. De esa forma, podrían deshacerse de ellos sin que sus compañeros se diesen cuenta. Sin embargo, la distracción debía hacerse sin revelar su posición, y también corrían el riesgo de que, una vez volviese la avanzadilla, echasen en falta a los otros dos, dando la voz de alarma. Lo mismo podía suceder si se deshacían de la avanzadilla primero, ya que si tardaban demasiado en volver, alteraría a los dos junto a la entrada.

 

En ese aspecto, la segunda opción era mejor, pues consistía en deshacerse de los seis a la vez, pero, en este caso, el riesgo estaba en si no conseguían hacerlo lo suficientemente rápido como para que ninguno de ellos avisase a los de dentro. Y aunque imaginaba que Thyra era capaz de utilizar su poder para derribarlos, un ataque de área podía ser lo suficientemente destructivo como para llamar la atención, motivo por el que había tenido que detenerla antes.

 

Por otro lado, no habían detectado ninguna técnica que les permitiese dar la alarma instantáneamente, lo que suponía una ventaja para ellos. Lo único que necesitaban era encontrar la forma de noquear rápidamente a los que estaban junto a la entrada. Así se desharían de los que estaban más cerca de dar el aviso y ganarían tiempo para eliminar a la avanzadilla.

-Creo que ya lo tengo –dijo Reima, observando el terreno cercano a la cueva- Tendremos que emboscarles.

-¿Emboscarles? ¿Cómo? –preguntó Thyra.

 

Hasta la altura a la que se encontraban, la pendiente de aquella montaña no había sido muy escarpada, lo que facilitaba el crecimiento de árboles y arbustos donde esconderse. Sin embargo, eso cambiaba si querían emboscarlos, ya que no tendrían más remedio que atravesar un desnivel mucho más inclinado y asaltarlos desde arriba, cayendo sobre ellos.

 

-Quiero que me catapultes hasta allí –pidió Reima, señalando el área situada encima de la cueva- Entonces me abalanzaré sobre los dos junto a la entrada mientras tú te encargas de los otros cuatro.

-¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿No sería más fácil que yo volase hasta allí?! –preguntó la arcángel, incrédula.

-Si comparamos tu fuerza con la mía, las probabilidades de que esto salga bien son mayores si lo hacemos así. Confío en ti para deshacerte de esos cuatro antes de que pidan refuerzos.

-¡Pero si no apunto bien, podrías salir herido! ¡Además, nos van a descubrir! –replicó ella.

-Si lo hacemos en el momento justo, no. Ya me ocupo yo del aterrizaje. Tan sólo no te pases de fuerza.

-¡Ahí es donde está el problema, imbécil! –se quejó Thyra, echándose una mano a la cabeza- En fin, no se me ocurre ahora mismo un plan mejor, así que lo haremos a tu manera. Pero esto no me gusta nada.

 

Asintiendo, ambos se acercaron todo lo que pudieron a la pendiente, siempre procurando mantenerse escondidos. Tendrían que buscar un momento en que ninguno de los guardias mirase para que ella lo lanzase, por lo que se prepararon de antemano para que todo fuese más rápido.

 

Reima pudo sentir la mano de Thyra agarrando su ropa. Pese a que su presencia le había impuesto desde que la conociese, en ese instante pudo notar en ella el mismo nerviosismo que tenía él. Aquella sensación le hizo sentir una mayor conexión entre ellos.

-¿Estás listo? –preguntó Thyra.

-Cuando tú lo estés –respondió el espadachín, situando una mano sobre la empuñadura de su arma.

 

Thyra observó a los encapuchados, esperando el momento justo en que no vigilasen. Fueron sólo unos segundos, pero el suficiente tiempo como para lanzarlo por encima de la pendiente.

 

Tal y como había predicho Reima, la fuerza con la que había sido arrojado había sido mayor de la necesaria para alcanzar su objetivo. Sin embargo, no tanta como para poner su vida en peligro, por lo que logró controlar el aterrizar al clavar su espada en una pared de tierra.

 

Una vez hubo tocado suelo, le hizo una señal a Thyra para que tomara posición y se dirigió al área situada justo encima de los guardias.

 

Al acercarse, sabía que debía ir con cuidado, pues cualquier ruido podía revelar su presencia, por no hablar de la posibilidad de caerse. Así pues, y lentamente, llegó hasta el borde de la pendiente y, tras asegurarse de que su compañera estaba preparada, se abalanzó sobre los dos guardias.

 

Sus movimientos fueron rápidos, noqueando al primero de ellos nada más caer, e inmovilizando al segundo mediante dos golpes con el revés de su espada.

-¡¿Pero qué...?! –exclamó uno de los cuatro restantes mientras concentraba una bola de fuego en su mano, que se apagó tras recibir un golpe seco en la cabeza por parte de una vara dorada.

 

Instantes después, dicha vara se desplazó flotando como por arte de magia, y a velocidad casi imperceptible, de un encapuchado a otro, emitiendo una luz tan brillante que todos ellos tuvieron que protegerse los ojos. Incluso el propio Reima apartó la mirada para evitar quedarse ciego.

 

Cuando quiso darse cuenta, delante de él sólo quedaba Thyra, ahora con la vara en sus manos y porte solemne, mientras se quitaba de encima la tierra que había quedado pegada a su ropa.

-Parece que ha ido bastante bien –dijo ella, caminando hacia el joven.

-Sí –contestó él con una media sonrisa, girándose hacia la entrada de la cueva- Vamos –declaró antes de introducirse dentro.

 

Por otro lado, Alex, Tathya y quienes les acompañaban, se encontraban ideando un plan para detener a Zagan. Teniendo en cuenta que el demonio estaba allí en contra de su voluntad, su mejor plan era eliminar a su jinete. De esa forma, quizás fuese más fácil hacerlo entrar en razón.

 

Así pues, su estrategia consistía en que un grupo distrajese al demonio, mientras los demás aprovechaban para subirse encima de él, desde un sitio lo suficientemente alto, y noquear a su jinete.

-¿Un sitio alto? ¿Cómo cual? –preguntó Julius.

-Recuerdo que Reima, Lori, mi hermano y yo fuimos a comer a un sitio cerca de una iglesia. Su campanario era muy alto –sugirió Cain.

-Bien –contestó Alex-. Nos servirá. Sólo espero que no lo hayan destruido –continuó, tras lo que se dirigió al demonio que habían secuestrado- Me gustaría que me contases una cosa más, ¿sabes si Zagan puede volar con esas alas?

-Creo que sí –respondió el joven, sin entender muy bien la pregunta.

-Eso complica las cosas. Si se eleva fuera de nuestro alcance, no podremos llegar hasta su jinete –comentó el líder del segundo grupo-. Tenemos que evitar a toda costa que lo haga.

-¿Sugieres que inutilicemos sus alas? –preguntó Tathya.

-Preferiría no herirle, pero si llega el caso, mejor eso a que nos mate a todos. Sólo queda decidir quienes le distraerán y quiénes subirán al campanario.

-Creo que lo mejor será que Sarhin y yo le distraigamos. Somos más ágiles y podemos movernos mejor entre los escombros –sugirió Tathya.

-En ese caso, yo también iré con vosotros –declaró Julius.

-No. Tú irás con ellos –ordenó la chica.

-¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! –se sorprendió el joven.

-Tu fuerza será más útil con ellos.

-¡Pero...!

-Si vienes con nosotros, sólo nos retrasarás. Cada persona debe saber qué se le da mejor y usarlo por el bien del equipo –interrumpió Tathya, con expresión seria.

-De acuerdo –cedió Julius pese a no estar muy convencido.

-Bien, entonces, Cain, Julius y yo subiremos al campanario y saltaremos sobre Zagan una vez Sarhin y Tathya le hayan llevado hasta allí. Tened mucho cuidado –dijo Alex, dirigiéndose a los dos que iban a hacer de cebo.

-¿Eh? ¿Y qué pasa conmigo? –preguntó el demonio.

-Lo siento –sentenció el líder del segundo grupo, golpeándole en el cuello con el canto de su mano y dejándolo inconsciente de nuevo- ¡Vamos! –ordenó a los demás.

 

Así pues, mientras Cain, Alex y Julius corrían hacia el campanario (dirigidos por el primero), Sarhin y Tathya siguieron a Zagan hasta situarse a una distancia prudente de él.

 

Desde ahí, Sarhin arrojó su lanza, acertando en una de sus patas, y provocando que el demonio mugiese de dolor y se alzase sobre sus patas traseras, dando media vuelta para encarar a sus atacantes.

 

Entonces, ambos echaron a correr, escuchando detrás de ellos las pisadas del demonio, que hacían retumbar el suelo. Su intención era la de coger la ruta con menos casas para evitar causar el caos. Para ello, se les había ocurrido llevarlo al área más alejada del centro de la ciudad y, desde allí, coger el carril que llevaba directamente al castillo y que pasaba a escasa distancia del campanario.

 

Gracias a su agilidad y velocidad, ambos lograron mantener la distancia que les separaba del demonio pese a que un paso de él equivalía a varios suyos. Por otro lado, el choque constante de su gran cuerpo contra las paredes de las casas, enlentecía su paso, ventaja que supieron aprovechar.

 

Al llegar a hasta el carril que buscaban, la situación se complicó. Quizás por tener mejor visibilidad o por haberse cansado de perseguirlos sin éxito, el demonio comenzó a concentrar Setten en su boca.

-¡No puede ser! –exclamó Tathya, viéndose venir un proyectil igual al lanzado por algunos de sus congéneres, temiéndose que, procediendo de un demonio de ese tamaño, el alcance fuese mayor.

-¡Si eso nos da, se acabó! –añadió Sarhin- ¡¿Alguna idea?!

-¡Una! ¡Pero sólo podré usarla una vez y no sé si funcionará! –respondió la chica.

-¡Es mejor que nada!

 

Mientras seguían corriendo, la joven desenvainó su espada y mantuvo la vista puesta en Zagan. Si quería que su estrategia funcionase, debía esperar hasta el último segundo, justo cuando fuese a lanzar el proyectil. Algo tremendamente difícil mientras se movían. Por suerte, allí estaba Sarhin, ayudándola a mantener la dirección mientras se concentraba en el demonio.

 

A la señal del jinete, Zagan se dispuso a disparar. Fue en ese instante cuando Tathya lanzó su espada, apuntando a su paladar. Si bien era cierto que no parecía que fuese a afectarle mucho, había tenido en cuenta que las armas de los Pacificadores estaban hechas para enfrentarse también a demonios. Por ello, aunque quizás sólo infligiese una herida leve, estaba casi segura de que sentiría dolor.

 

Y así fue. Cuando el demonio sintió el filo de la espada clavándose en su paladar, sacudió la cabeza y, sin poder detener el proyectil, éste impactó sobre la parte del carril que tenía justo delante, haciendo que se levantase una gran cantidad de polvo y deteniendo así su movimiento.

 

Al ver el resultado, Sarhin y Tathya se detuvieron. No estaban seguros de si seguir adelante o comprobar cómo estaba el demonio, sobre todo teniendo en cuenta que si se alejaban demasiado, no podría seguirles.

-Buen disparo, por cierto –comentó Sarhin.

-Ha salido mejor de lo que esperaba –se sinceró la chica, agudizando la vista para tratar de discernir algo.

 

De repente, Zagan apareció de entre la polvareda y corrió hacia ellos, obligándoles a continuar su camino.

 

Por otro lado, Cain, Alex y Julius acababan de llegar a la iglesia, encontrándose con que la puerta estaba cerrada.

-¡Mierda! –se quejó Cain, apartándose para intentar buscar otra entrada.

-¡Déjame a mí! –exclamó Julius, embistiendo la puerta con su hombro, sin éxito.

-¡Te ayudaré! –dijo Alex, golpeándola al mismo tiempo y de la misma forma que el chico, sin lograr tampoco que cediese.

 

En ese instante, escucharon voces desde el interior.

-¡Hay gente! –exclamó Julius- ¡Eh! ¡Necesitamos llegar hasta el campanario! ¡Dejadnos pasar!

-¡Largaos de aquí, demonios! –les respondió una voz masculina- ¡Nunca os dejaremos pasar!

-¡No somos demonios! ¡Somos humanos! –replicó el joven.

-¡No vais a engañarnos con vuestros trucos!

-¡¿Es que sois idiotas?! ¡Si no nos dejáis pasar, acabaréis hechos cenizas! –replicó Cain, visiblemente irritado.

-¡Nunca! ¡Jamás! ¡Dios nos protegerá! –gritaron un coro de voces.

-¡La madre que me par...! –se quejó Cain, llevándose una mano a la frente.

 

Mientras discutían, Alex echó un vistazo a la parte superior de la fachada de aquel edificio. Allí, encontró un ventanal formado por cristales de colores que creaban un bello mosaico.

-¡Julius! –exclamó el líder del segundo grupo, deteniendo al joven antes de lanzarse de nuevo contra la puerta- ¡¿Crees que podrías impulsarme hasta ahí?!

 

Cogido por sorpresa, Julius tardó un poco en comprender la situación, pero, segundos después, ya estaba haciendo una estimación de la distancia que había entre el suelo y el ventanal.

-Sí, eso creo –respondió el joven

-¡Bien! ¡Una vez dentro, os abriré la puerta! ¡Seguramente se arme jaleo, pero apenas tenemos tiempo! ¡Estad preparados!

-¡Sí! –respondieron sus compañeros al unísono.

 

Entonces, Julius se situó al lado de Alex y esperó a su señal mientras Cain vigilaba los alrededores por si aparecían enemigos.

 

A la orden del líder del segundo grupo, el joven de pelo rubio giró sobre sí mismo, enarbolando su espada. Al mismo tiempo, Alex saltó y apoyó sus pies en la zona central de la hoja, impulsándose hasta llegar al ventanal, que rompió de una patada ante los gritos de quienes estaban dentro, asustados por la repentina lluvia de cristales.

 

Tras aterrizar en un soporte de madera, a escasos metros por debajo del ventanal, utilizó otros adornos para bajar de forma segura hasta tocar suelo.

 

Allí, miró a su alrededor. Le preocupaba que hubiese heridos, pero, por suerte, todos parecían estar bien. Eso sí, no pudo evitar las expresiones de miedo y sorpresa en sus caras, que pronto se transformaron en odio, algunos acabando por gritarle.

-¡Lárgate de aquí!

-¡Dios te castigará!

-¡¿Es que estás loco?!

 

Ignorándolos, pues no vio que ninguno de ellos se atreviese a acercase, abrió la puerta y dejó entrar a sus compañeros, quienes al poner un pie en la iglesia, no pudieron evitar suspirar por las reacciones de los creyentes.

-Mientras no intenten atacarnos, todo irá bien. Por ahora, busquemos la entrada al campanario –les dijo Alex, apresurando el paso.

 

Mientras tanto, Tathya y Sarhin estaban cada vez más cerca de la iglesia.

 

Desde que Zagan intentase lanzarles ese proyectil de fuego, no habían tenido más problemas con él. No sabían si por miedo a que contraatacasen o por algún otro motivo, no lo había intentado una segunda vez. En cualquier caso, eso les convenía.

 

Otra cosa que habían podido observar, era que el jinete se había limitado única y exclusivamente a conducir al demonio. En ningún momento les había atacado por su cuenta.

 

Por tanto, habían logrado ganar distancia, saliendo del carril en el que se encontraban y entrando de nuevo a las calles de la ciudad. Y era gracias a esa pequeña ventaja que también habían podido avisar del peligro a las pocas personas que todavía no habían encontrado refugio.

 

Finalmente, avistaron el campanario, pese a que no vieron a nadie allí.

-¡Espero que lo consigan a tiempo! –exclamó Tathya, deteniéndose minutos después, junto con Sarhin, frente a la iglesia, desde donde plantaron cara a Zagan. Alex, Cain y Julius acababan de subir las escaleras y ya veían la salida, asomando las cabezas por ella.

 

Una vez fuera, observaron a sus otros dos compañeros a escasos metros del demonio. Por desgracia, ellos todavía estaban demasiado lejos para saltar sobre él.

-¡Tathya! ¡Sarhin! –exclamó Alex, atrayendo su atención y haciéndoles señas para que lo acercasen más.

-Eso no será difícil –dijo la líder del primer grupo mientras el demonio corría hacia ella para embestirla, obligándola a correr hacia la iglesia; momento que dos de sus tres compañeros aprovecharon para saltar sobre él, pues Cain, no encontró el momento y acabó quedándose en el tejado.

 

Justo cuando Alex y Julius lograron poner un pie sobre el lomo del toro, éste se revolvió, forzándoles a agarrarse a su pelaje para evitar caerse, tras lo que el jinete forzó a Zagan a emprender el vuelo.

-¡Maldita sea! –exclamó Cain, quien, esta vez, si logró saltar y agarrarse a una de las alas justo cuando despegaba- ¡Oh, no! –se quejó, sujetándose a duras penas con sus dos manos- ¡Aaaah!

 

Así pues, el demonio ascendió junto a su jinete y los tres Pacificadores, cayendo la lanza de Sarhin, que, hasta entonces, había permanecido clavada en su pata.

 

Haciendo acopio de toda la fuerza que le permitieron sus brazos, Alex, logró mantener el equilibrio sobre sus dos pies y se acercó lo más rápido que pudo al encapuchado.

 

Por desgracia, éste no se lo iba a poner tan fácil, haciendo que Zagan maniobrara hacia un lado, de manera que no tuviese más remedio que volver a agarrarse al pelo.

-¡Tenemos que hacer que baje! –exclamó Alex.

-¡¿Alguna sugerencia?! –preguntó Cain, quien peor lo estaba pasando debido al batir de las alas.

-¡Habrá que inutilizarle las alas!

-¡Es más fácil decirlo que hacerlo!

 

Ya era una hazaña para el hombre no caerse, como para encima tratar de golpear con su hacha el ala en la que se encontraba. Mientras tanto, Julius también estaba teniendo problemas, pues con el último movimiento, había acabado sobre una de las patas delanteras y, si bien estaba más seguro que los otros dos, no veía forma humana de volver.

 

Por otro lado, desde abajo, Sarhin y Tathya observaban la escena con preocupación, siguiendo los movimientos del demonio.

-¡Tenemos que ayudarles! –dijo Sarhin.

-¡¿Puedes llegar con tu lanza a una de sus alas?! –preguntó la chica.

-¡Está demasiado alto!

-¡Si es así se me ocurre una forma de impulsarte! –respondió ella, intercambiando una mirada de complicidad con su compañero.

 

En esto, se subió al tejado de una casa, seguido de Sarhin y, a su señal, el hombre fue impulsado en el aire por la fuerza de una de sus piernas. Desde ahí arrojó su lanza hacia el ala contraria a la que estaba Caín, atravesándola de parte a parte y produciendo un mugido por parte del demonio, que tuvo que estabilizar el vuelo para no caerse, de forma que Alex, libre para ponerse en pie, se acercó al encapuchado y lo noqueó. Por desgracia, al hacerlo, las cadenas con las que guiaba a Zagan quedaron colgando por debajo de su cuello y, por tanto, fuera de su alcance. Además, al haberse quedado sin jinete, el demonio sufrió un repentino descontrol, aumentando más la distancia entre él y el suelo y preparándose para lanzar otra bola de fuego, esta vez dirigida a la ciudad.

-¡Julius, ¿puedes saltar hacia las cadenas?! ¡Si conseguimos poner suficiente peso en el cuello, puede que consigamos conducirlo hasta el suelo! –exclamó Alex.

-¡Lo intentaré! –contestó Julius, quien, tras encontrar el momento oportuno, saltó hasta engancharse a una de las cadenas, clavando su espada entre los agujeros de éstas para asegurar su agarre.

 

Aunque esto logró desviar ligeramente la trayectoria de vuelo, no fue suficiente para hacerlo caer a tierra, por lo que Alex decidió hacer lo mismo que su compañero, bajando por la parte de la cadena sujeta al cuello.

 

Por desgracia, el demonio ya había concentrado el suficiente Setten en su boca y se disponía a descargarlo sobre la ciudad.

-¡No voy a llegar a tiempo! –gritó Alex.

 

Fue en ese momento cuando Cain consiguió asir con firmeza su hacha y, con toda la fuerza que le fue posible, clavó su hoja en el ala a la que se sujetaba, consiguiendo unos segundos de más para el lanzamiento del proyectil, que permitieron a Alex agarrarse a una de las cadenas colgantes y realizar un movimiento brusco con el que hizo que la bola de fuego fuese arrojada hacia la montaña.

 

Entonces, aplicando todo su peso, sumado al de Julius, logró que Zagan se dirigiese a las afueras de la ciudad.

-¡Cuando yo te diga, salta! –avisó Alex a Julius, viendo que el demonio iba de frente contra una colina situada a escasos kilómetros de Nápoles.

 

Así fue como, justo cuando quedaban unos metros para estrellarse, ambos se lanzaron a tierra, alejándose rodando de la zona contra la que chocó Zagan, emitiendo un fuerte ruido que hizo retumbar los alrededores.

 

Cuando pudieron levantarse y ver lo ocurrido, descubrieron a Cain cerca del boquete que había dejado el demonio al impactar contra el suelo. Estaba inconsciente, pero seguía vivo. Probablemente, también había saltado antes, pero no había tenido tanta suerte en el aterrizaje.

 

Por otro lado, en el lugar donde debería estar el toro alado, ahora yacía el cuerpo de un demonio con forma humana y cuernos con la misma forma que los de dicho animal. A simple vista, dedujeron que se trataba del propio Zagan, que incluso sin transformarse imponía, presentando un tamaño y musculatura superiores a la media humana.

-No veo al encapuchado –dijo Julius.

-Es posible que haya caído al noquearlo. Si es así, dudo que siga vivo –comentó Alex-. Coge a Cain. Yo inmovilizaré a Zagan y te seguiré.

-¿Podrás con él? Parece bastante pesado.

-No te preocupes. Me las arreglaré.

 

-¡Jajaja! –rió uno de los guardias frente a la celda en la que se encontraba Hana- ¡¿Lo dices en serio?!

-¡Tal y como lo oyes! ¡Desde ese día, cada vez que ve uno, le entran náuseas! –explicó ella, animadamente.

 

Ambos encapuchados escuchaban a la demonio mientras ella les contaba anécdotas de su vida. La distancia entre ellos parecía haberse evaporado, de no ser porque los barrotes de metal todavía les mantenía separados.

-¿Tú no tienes alguna anécdota interesante, Asher? –preguntó Hana a uno de sus oyentes, quien negó con la cabeza- ¿Y tú, Lainer?

-Pues recuerdo una vez, cuando...

-¡¿Qué estáis haciendo?! –preguntó una voz detrás de los guardias, interrumpiendo su conversación e instigándoles a levantarse apresuradamente.

 

Poco después, apareció Egil, con expresión de ira, que pronto dirigió hacia Hana, en lugar de a sus compañeros.

-¡Así que esto es lo que haces, ¿verdad?! ¡Convencer con tus artimañas a los demás para que cambien de bando! ¡Pues no pienso permitírtelo! –exclamó.

-Sólo hablaba con ellos. Aunque no pueda saber todo de cada uno de los demonios que existen. Es mi deber intentarlo, si quiero cambiar su situación –explicó la joven, quien, en contraste con él, parecía más calmada.

-¡Entonces te presentaré a alguien a quien también deberías conocer! –dijo Egil mientras se apartaba para dejar paso a un individuo vestido con una túnica blanca y una capucha que le cubría la cabeza.

 

Presos de un repentino pánico, Asher y Lainer también se apartaron, bajando la cabeza, humillados, al presentir que habían hecho algo que no debían.

 

Una vez frente a la demonio, aquel individuo levantó la cabeza de forma que ella sólo alcanzó distinguir una maliciosa sonrisa en su cara, lo que le hizo fruncir el ceño y ponerse a la defensiva.

-Mi nombre es Darío Ju Ascetis. Encantado de conocerla -se presentó.

sábado, 20 de febrero de 2021

Capítulo 47: Los grupos tres y cuatro

 Marinus I se encontraba en el comedor, revisando una serie de documentos mientras tomaba un ligero aperitivo recién traído por sus sirvientes.

 

En la misma sala, le acompañaban sus soldados así como los dos grupos de Pacificadores que se habían quedado en el castillo. Era un hecho que todavía desconfiaba de sus intenciones, por lo que ni Claude ni Enam, líderes de los allí presentes guerreros al servicio de Hana y Thyra, se extrañaron de las miradas que, de vez en cuando, les dedicaban el resto de guardas.

 

En ese momento, uno de ellos irrumpió en la sala dando un portazo.

-¡Nos atacan! –exclamó, deteniéndose unos segundos para coger aliento, al mismo tiempo que sus compañeros se ponían tensos y el duque derramaba, debido al susto, parte de su bebida sobre los documentos- ¡Nos atacan! –repitió.

-¡¿Cómo?! –se escandalizó Marinus, levantándose de su silla- ¡¿Qué ha pasado?!

-¡No estoy seguro, señor! ¡Ha habido una explosión cerca de la plaza, en la zona centro de la ciudad! ¡Después de eso, también se ha visto humo en otras áreas! –explicó el soldado.

-¡¿Sabéis quién ha sido?! –preguntó el duque.

-No, señor, pero... –sin llegar a terminar la frase, el recién llegado miró a los Pacificadores, dando a entender lo que pensaba.

-Demonios... –dejó escapar Marinus, bajando la mirada-. Así que han llegado al límite –murmuró, recordando la reunión que tuvo con Hana y Thyra.

-¡¿Cuáles son sus órdenes, señor?! ¡Es posible que sólo con los soldados de la ciudad no podamos vencerles! –indicó el soldado.

-Dudo que se limiten a la ciudad –intervino Leonardo, quien había estado todo el tiempo al lado del gobernante, escuchando la conversación-. Estoy seguro de que vendrán hacia aquí. No podemos dejar el castillo desprotegido.

-Si me lo permitís –dijo, de repente, Claude, atrayendo las miradas de todos-, os recuerdo que nosotros también podemos luchar. Nos encargaremos de los que vengan mientras sus soldados ayudan en la ciudad.

-¡¿Vosotros?! ¡Sólo sois diez! ¡Y odio admitirlo, pero sin esos grilletes son más poderosos que nuestras tropas! ¡Aunque tengamos armas para enfrentarnos a ellos, necesitamos ventaja numérica! –aclaró Marinus.

-Puede que seamos pocos, pero le aseguro que necesitaría al menos a veinte de sus hombres para vencer a uno de nosotros –aseguró Claude, sonriendo con arrogancia, lo que despertó la ira del resto de soldados- Así pues, lo que usted ordene –sentenció, dejando en manos del dirigente el cómo proceder.

 

De esa forma, el grupo del que Claude era líder se dirigió a la entrada principal, mientras los soldados del castillo tomaban la salida de emergencia, ideada para evacuar al duque en caso de asedio, hasta llegar a un bosque cercano, a partir de donde irían a la ciudad.

 

Por otro lado, el grupo liderado por Enam había decidido quedarse junto a Marinus y el resto de sirvientes no combatientes, como última línea de defensa.

 

Así pues, frente a los demonios que pretendían atravesar el portón del castillo, Claude y sus cuatro compañeros hicieron gala de sus habilidades, noqueando a algunos de ellos y deteniendo su avance.

-¡¿Y bien?! ¡¿A qué esperáis?! –preguntó el líder de grupo con tono burlón y provocativo- ¡El duque está dentro, sólo tenéis que matarnos para llegar hasta él!

 

Sin intención de consentir la actitud del joven, varios encapuchados prepararon bolas de fuego con intención de lanzarlas contra él. En ese instante, Claude sacó del interior de dos pequeños carcajes atados a su cintura, una serie de agujas finas y alargadas que lanzó con precisión milimétrica a sus cuellos, dejándolos inconscientes en el acto.

 

Otros tres, situados justo detrás de los recién caídos, sí que llegaron a formar proyectiles en sus manos, arrojándoselos sin vacilar.

-¡Lys! ¡Maik! –exclamó Claude poco antes de que un hombre de unos treinta y pocos, pelo negro y corto, alto, musculoso, de labios grandes, barbilla prominente y expresión fría; y una mujer de poco más de veinte, pelo negro y largo hasta los hombros, estatura media, musculosa, frente ancha y piel pálida; se interpusiesen en la trayectoria del fuego, enarbolando grandes escudos.

 

Sus movimientos estaban muy coordinados, como si no fuese la primera vez que luchaban juntos. De hecho, por lo que se sabía de ellos, ya habían estado al servicio del ejército francés, destacando por sus hazañas y su manera de combatir, en la que empleaban artes marciales combinándolas con la defensa de sus escudos.

 

Avanzando hacia los encapuchados, Lys y Maik recibieron otra oleada de bolas de fuego, esta vez directamente hacia ellos. Sin embargo, la barrera que habían formado, situándose uno al lado del otro, no permitió el paso de las llamas.

 

Entonces, girando sus escudos en sentido horizontal, golpearon las piernas de los demonios, derribándolos, y noqueándolos una vez en el suelo.

 

Tras esto, el grupo liderado por Claude continuó su avance hasta reunirse con el resto de soldados, quienes continuaban su lucha contra los demonios, teniendo la derrota casi asimilada.

 

Allí, Claude ordenó a Einar, un joven arquero norteño, de barba prominente y una trenza como única cabellera; que le ayudase a cubrir, desde la retaguardia, a Bera, una chica rubia, con marcas azules en sus mejillas que, girando sus dos hachas de mano, se movió con rapidez hacia el enemigo y comenzó a reducir su número.

 

Al mismo tiempo, Lys y Maik buscaron y utilizaron varios de los escombros y trozos de metal que habían quedado esparcidos por el suelo tras la explosión del portón, para intentar tapar la entrada, o al menos dificultar el paso lo máximo posible.

 

Continuando con aquella táctica, el número de encapuchados fue disminuyendo poco a poco ante la rabia e impotencia de éstos.

-¡¿De dónde han salido esos?! –preguntó uno de los encapuchados.

-¡Debe de ser la guardia de Hana! –respondió otro- ¡Nos avisaron de que tuviésemos cuidado con ellos!

-¡A este paso, no lo conseguiremos!

-¡No te preocupes, mientras no descubran al otro grupo, todo irá bien!

 

Por otro lado, cerca de la salida de emergencia por la que los soldados de Nápoles acababan de abandonar el castillo, un grupo de demonios, oculto entre los árboles, se mantuvo a la espera hasta quedarse solo.

 

Tras esto, salieron de su escondite y se acercaron al portón de entrada, donde situaron unos papeles, iguales a los que ya habían utilizado sus compañeros en la entrada principal, para hacer estallar el grueso metal y colarse dentro.

 

Allí, atravesaron un pasillo subterráneo de paredes y techo de piedra, hasta llegar a unas escaleras que les llevarían directamente a los aposentos del duque. Si todo iba según sus planes, Marinus se encontraría desprotegido, quizá acompañado de algunos guardias y sirvientes, pero nada a lo que no pudiesen hacer frente.

 

Así pues, levantaron una trampilla hecha de cadenas y roca, y se introdujeron en la habitación, ligeramente iluminada por la luz que entraba por la ventana, en parte cubierta por las cortinas.

 

Uno de los demonios, el que iba al frente, fue el primero en entrar, vigilar sus alrededores y dar luz verde para que el resto hiciese lo mismo. Sin embargo, todos se extrañaron al encontrarse la habitación vacía, por lo que, cautelosamente, decidieron salir a explorar.

 

El castillo era gigantesco, así que optaron por separarse para cubrir más terreno. Por desgracia para ellos, fue una vez tomada esa decisión cuando cayeron en las garras del enemigo. El grupo era ya pequeño de por sí, por lo que al dividirse redujeron aún más su número, pero ese no era el único problema, ya que, pese a que tenían información sobre el castillo, no lo conocían tan bien como quienes llevaban viviendo allí desde siempre.

 

Fue así como uno de los equipos, compuesto por unos cinco encapuchados, llegaron hasta el comedor, vacío. En ningún momento se habían topado con nadie, ni un alma, lo que les pareció imposible, pues se habían asegurado de que sólo los soldados utilizasen la salida de emergencia.

 

Entonces, escucharon un ruido de pasos, obligándoles a alzar la guardia y generar bolas de fuego en sus manos para lanzárselas al primer enemigo que se les cruzase, pero cuando se giraron hacia el foco del sonido, no vieron a nadie.

 

Lo siguiente que escucharon fue el grito de uno de ellos, percatándose instantes después que éste había desaparecido.

-¡¿Qué está pasando?! –exclamó uno de los encapuchados, con voz temblorosa, mirando de un lado a otro.

-¡Mantened la calma! ¡Es una emboscada, pero mientras nos cubramos las espaldas, podremos contraatacar! –declaró otro, mostrándose optimista.

 

En ese momento, una pelota de color negro y aspecto pesado, botó en su dirección, como surgida de la nada, deteniéndose junto a sus pies. Cuando quisieron darse cuenta, ya era tarde. El humo de lo que había resultado ser una bomba, les nubló la vista e irritó sus vías respiratorias, incapacitándoles durante el tiempo justo para que dos de los Pacificadores se acercasen a ellos y los dejasen inconscientes.

 

Una vez disipada la humareda, tan sólo quedaron en pie Mei, una joven asiática de pelo negro y recogido en una coleta, complexión delgada y menuda, ojos rasgados con pequeñas marcas rojas a los lados y cuerpo flexible; y Xareni, una mujer unos años mayor que la primera, de piel morena y cabello del mismo color (a excepción de algunos mechones plateados), alta, de ojos pequeños y pómulos ligeramente anchos, ahora apenas visibles, debido a que estaban cubiertos por un pañuelo que le permitía moverse entre el humo sin respirarlo.

 

Las dos llevaban atadas a la cintura todo tipo de utensilios como navajas, bombas de humo y botecitos de madera, con tapones de corcho, en cuyo interior había diversas mezclas químicas.

-Atémosles y encerrémosles en un lugar seguro –señaló Xareni mientras agarraba de los hombros a uno de ellos y comenzaba a arrastrarlo-. Espero que a los demás les vaya bien.

-¡Seguro! –respondió Mei, alegremente, imitando los movimientos de su compañera- ¡Tienen a Enam con ellos! ¡Dudo mucho que algo salga mal!

 

Al mismo tiempo, el segundo grupo de demonios acababa de llegar a una gran cocina con varias mesas de cerámica, piedra y madera, dispuesta en el centro y laterales de la sala. Sobre estas últimas, había varios armarios, colgados de las paredes, en los que se guardaban grandes cacerolas y sartenes, además de la cubertería. Y en un rincón, ocupando gran parte del mismo, un gran horno de leña.

 

Allí, por primera vez en el rato que llevaban caminando, se toparon con una persona. Un hombre corpulento, cubierto con una tela color violeta, a excepción de sus ojos, negros como el carbón, que los observaba desde el centro de la cocina, impasible.

-¡¿Quién eres?! –preguntó inmediatamente uno de los encapuchados mientras se acercaba poco a poco a él, seguido de sus compañeros.

-Me llamo Enam. ¿Puedo preguntar para qué habéis venido? –dijo con voz fría y grave, lo que les transmitió una sensación de incomodidad.

-¡Eso no te incumbe! ¡Dinos dónde está el duque o morirás aquí mismo! –amenazó el demonio, deteniéndose a un par de metros de él, tras considerarla una distancia lo suficientemente segura.

-¿Para qué le buscáis? –volvió a preguntar el hombre.

-¡Oye! ¡No tengo tiempo para tonterías! ¡Dínoslo ya! –advirtió por segunda vez el encapuchado, habiendo llegado al límite de su paciencia.

-Lo siento, pero sin saber qué queréis de él, no puedo decíroslo –contestó Enam, calmadamente.

-¡Entonces, muere! –exclamó el demonio mientras tanto él como algunos de sus compañeros, le lanzaban proyectiles.

 

Éste, apoyando su espalda sobre la mesa central, la saltó por encima hasta esconderse detrás, esquivando así el ataque.

-¡Rodeadle! –ordenó el demonio, persiguiéndole mientras sus compañeros iban en sentido contrario para emboscarle por el otro lado.

 

En ese instante, el hombre se quitó parte de la tela y desveló una cacerola en su mano izquierda y un cucharón de metal en la derecha. Acto seguido, se lanzó contra el demonio solitario, manteniéndose agachado para dificultar el contraataque, y lo derribó. Una vez encima de él, enarboló el cucharón con intención de golpearle.

-¡¿Crees que vas a hacerme algo con eso?! –se burló el demonio justo antes de que, para su sorpresa, quedase inconsciente por culpa del utensilio de cocina.

 

El resto de encapuchados lanzaron proyectiles de fuego en su dirección, pero Enam los esquivó rodando por el suelo, tras lo cual se levantó y abrió uno de los armarios. De ahí, cogió varios cubiertos, que arrojó con precisión contra sus adversarios, quienes los esquivaron, perdiéndolo de vista.

 

Durante unos instantes, el grupo se mantuvo en silencio, cubriéndose los puntos ciegos para evitar verse sorprendidos y vigilando su alrededor.

 

Entonces, varios utensilios de cocina volaron desde detrás de la mesa central, describiendo una parábola hacia ellos y haciéndoles reaccionar exageradamente, de forma que hicieron estallar la mesa en llamas al disparar bolas de fuego en su dirección.

 

Entre el fuego y el humo, emergió la figura de Enam, noqueando a dos de ellos con una sartén y agachándose poco después para evitar el ataque de otros dos. Acto seguido, soltó la sartén y agarró de los tobillos de cada uno de los que todavía quedaban en pie, desequilibrándolos y logrando que cayesen al suelo.

 

Atontados, no pudieron evitar que el Pacificador les dejase inconscientes con un sartenazo en la cabeza.

 

Así pues, una vez se hubo librado del enemigo, el hombre fue a por unos cubos de agua con los que apagar las llamas, momento en el que se dio cuenta que todavía quedaban dos encapuchados en pie, quienes, escondidos durante el combate, saltaron sobre él.

 

Sin embargo, el líder de grupo ya había pensado en esa posibilidad, habiendo dispuesto a dos miembros de su equipo para cubrirle la retaguardia.

 

Por tanto, ni se inmutó cuando el asalto quedó interrumpido por Diara y Lian, quienes los noquearon con sus mazas.

-Ayudadme a apagar el fuego –les pidió Enam, una vez se hubieron asegurado de que estaban inconscientes.

 

Apagadas las llamas, el duque Marinus I y sus sirvientes salieron de su escondite. Un almacén adyacente a la cocina, utilizado para guardar la comida del castillo, y donde podrían haber cabido perfectamente todos sus residentes.

-¿Están muertos? –preguntó, temeroso, el duque.

-No, sólo inconscientes –respondió, secamente, Enam.

-¡¿Qué?! ¡Tenéis que matarlos! ¡¿Y si despiertan?! –se escandalizó al escuchar las palabras del líder del cuarto grupo de Pacificadores.

-Pues los dejaremos K.O. de nuevo –contestó esta vez Diara, una mujer procedente del sur, de ojos grandes y marrones, pelo largo y negro recogido en un moño y brazos fuertes con los que cargaba su maza de una sola mano.

-¡¿Estás loca?! –se quejó Marinus mientras, Enam, ignorándolo, se agachaba para ver de cerca uno de los cuerpos, quitándole la capucha.

-Es... –se sorprendió el hombre, al ver el rostro de su enemigo, sin acabar la frase. Este hecho llamó la atención de los demás, quienes dirigieron la mirada al mismo punto, mostrando, la mayoría, la misma reacción que él.

-No puede ser –dijo Leonardo, llevándose las manos a la cabeza.

-¡¿Qué significa esto?! –preguntó Marinus, exaltado.

 

Lo que acababan de descubrir era el cuerpo inconsciente de un ser humano normal y corriente, sin los cuernos ni cualquier otra característica de los demonios.

 

Intrigado, Lian, le quitó la capucha a otro de ellos, sin embargo, sobre la cabeza de éste si que pudieron ver un par de pequeños cuernos.

-¿Hay humanos entre ellos? –se extrañó el joven de cabeza rapada y perilla, cuya complexión delgada generaba dudas sobre cómo era capaz de manejar la misma arma que su compañera.

-Debemos informar de esto. ¡Lian! ¡Avisa a Mei y Xareni! Mientras tanto, Diara y yo les inmovilizaremos –ordenó Enam, a lo que el joven asintió, dirigiéndose a la puerta que llevaba a los pasillos.

 

-Humanos...

Por otro lado, Claude había tenido la misma idea, descubriendo que entre las tropas que habían atacado la entrada principal, también había humanos.

 

El enemigo había sido reducido finalmente, trayendo como consecuencia las bajas de numerosos soldados. Así pues, con la intención de que la ira sus aliados no le impidiese interrogar a sus adversarios, el joven líder del tercer grupo, junto con sus compañeros, había llevado a algunos de ellos a un lugar apartado.

-¿Por qué iban unos humanos a ayudar a los demonios a atacar a otros humanos? –preguntó Einar.

-Buena pregunta, Einar. Ahí es donde probablemente se encuentre el origen de todo esto –meditó Claude.

-¿Eso creéis? –dijo una voz, de repente, provocando que todos se girasen, alzando sus armas- ¡Eh! ¡Tranquilos! Aunque quisieseis matarme no podríais.

 

Delante de ellos se encontraba un individuo vestido con una túnica blanca de forma que, al igual que a los que acababan de derrotar, le cubría la cara.

-¿Quién eres? –preguntó Claude.

-Alguien que odia a los demonios –declaró la figura, encogiéndose de hombros- Aunque he de admitir que los humanos tampoco me caen muy bien.

-¿Eres tú quien ha planeado esto?

-Para nada. Esto fue planeado por alguien mucho más poderoso. Hace ya mucho tiempo. Yo tan sólo me encargo de llevarlo a cabo.

-¿Por qué lo haces?

-Es obvio. En este mundo sólo puede haber un dios. Y ese dios sólo puede dominar a una especie.

-Así que quieres que los humanos dominen el mundo.

-No. Los humanos no. Lo humanos me dan completamente igual. Pero, si hablamos de su creador, eso ya es otra historia.

-¿Y quién es ese creador del que hablas?

-¡Oh! Todo a su debido tiempo. Quizás llegues a conocerlo muy pronto. ¿Quién sabe? Todo depende de que la encontremos.

-¿Encontrar? ¿A quién?

-A quien despertará al creador.

 

A cada palabra que decía, Claude se sentía más confuso. Lo que tenía claro, es que, fuese quien fuese, era un enemigo.

-¿Y por qué me lo cuentas? ¿Acaso no es peor para ti? –preguntó el chico.

-Que te lo cuente no cambiará el resultado. Además, será divertido ver lo que hagáis a partir de ahora –respondió aquel individuo-. De todas formas, eso ha sido todo por ahora. En otra ocasión, os contaré más. Aunque eso será si volvemos a vernos –continuó, con tono burlón-. Nos os desearé suerte, pero la necesitaréis. Hasta más ver.

-¡Eh! ¡¿Adónde crees que vas?! –gritó Einar, quien le disparó una flecha con su arco, atravesando ésta su cuerpo como si fuese aire. Tras esto, se desvaneció.

-¡¿Qué?! ¡¿Cómo ha hecho eso?!? –se preguntó el joven arquero, atónito.

-Una ilusión. O puede que una proyección –dedujo Claude.

-Claude, esto no me gusta nada –dijo Bera, a lo que el líder del grupo respondió mientras observaba cómo, a lo lejos, los disturbios de la ciudad continuaban.

-A mí tampoco...

 

Mientras tanto, en Nápoles, los grupos liderados por Alex y Thathya, o, al menos, parte de ellos, estaban escondidos detrás de la fachada de una de las casas, mientras la bestia con forma de toro trotaba por los alrededores, destruyendo lo que se ponía a su paso a la vez que les buscaba.

-¡Tenemos que hacer algo con esa cosa o va a cargarse la ciudad! –exclamó Cain.

-¡Oye, tú! –dijo Alex, golpeando en la cara a uno de los encapuchados a los que se habían enfrentado, para tratar de despertarlo. Pensando en que podría ser útil para obtener información sobre el enemigo, el hombre de pelo plateado lo había traído consigo.

 

Se trataba de un joven demonio, con un par de pequeños cuernos que apenas sobresalían de sus sienes, y que fue poco a poco recuperando la consciencia.

 

Al ver el arma que Alex había puesto en su cuello para evitar que escapase, se asustó y miró a su alrededor. Viéndose rodeado por enemigos, decidió mantenerse quieto y en silencio.

-¡Me alegra que te hayas despertado! Ahora deja que te pregunte algo. ¿Cómo podemos detener a ese demonio de ahí? –prosiguió, mientras señalaba al toro.

 

El demonio miró en la dirección señalada. Entonces, su expresión pareció encogerse por el asombro.

-¡¿Zagan?! ¡¿Qué está haciendo aquí?!

 

Su reacción también sorprendió a Alex, quien miró a sus compañeros, esperando alguna respuesta. Por desgracia, ellos estaban igual de perdidos.

-¿Qué quieres decir? –preguntó el líder del segundo grupo de los Pacificadores. El joven demonio mostró dudas de si contestar, pero, finalmente, decidió hacerlo.

-Zagan dijo que no quería participar en el ataque a Nápoles. Que los demonios esclavos podían verse envueltos. Pero el maestro Darío dijo que no había suficiente tiempo ni medios para evacuarlos y que eran un sacrificio necesario para nuestro objetivo.

-Y aun así ha acabado participando –dijo Julius-. Puede que, después de todo, no le importasen tanto los esclavos.

-No. Ese tal Zagan, lleva una cadena atada al cuello. No creo que lo esté haciendo por propia voluntad –indicó Alex.

-¡¿Insinúas que le han obligado?! ¡El maestro Darío nunca haría una cosa así! –replicó el demonio.

-¿Quién es ese tal maestro Darío del que hablas? –preguntó Alex.

-Darío Ju Ascetis. Es el líder de nuestra organización. Quien empezó todo esto.

 

Alejados de allí, Thyra y Reima, aterrizaron cerca de una cueva custodiada por varios encapuchados. Pese a que al arcángel le gustaba la idea de atacar de frente, el espadachín le recordó que, si lo hacían, podían poner en peligro la vida de Hana, en caso de que diesen la voz de alarma.

-¡Ugh! ¡Qué rabia! –se quejó ella, pese a saber que Reima tenía razón- ¿Qué sugieres entonces?

-Tendremos que buscar una manera de infiltrarnos sin que nos vean.

-Pues no sé cómo piensas hacerlo. No parece que haya otra entrada. Y son demasiados como para pasar desapercibidos entre ellos.

-Por el momento, observémoslos. Una vez sepamos cómo se comportan, podremos idear un plan.

-Sabes mucho de esto.

-He tenido que aprender a la fuerza. Por cierto –dijo mientras la miraba de arriba abajo-, ¿crees que con esa ropa podrás moverte bien?

-¡Oh! No te preocupes –contestó el ángel femenino mientras desgarraba parte de la tela, haciendo un nudo, poco después, para dejar el área de sus piernas, de rodilla para abajo, al desnudo. Al mismo tiempo, se quitó el calzado- ¿Mejor así?

 

Al instante, Reima se llevó una mano a la boca para tapar una carcajada.

-¡Eh! –se quejó ella, sonrojándose.

-Lo siento. Es que me has sorprendido un poco. Aunque tengo que reconocer que me gusta este lado tuyo. Menos... serio.

-¡¿Por quién me has tomado?! –declaró la joven.

-Te pido perdón de nuevo –dijo Reima, desplazando la mirada hacia los guardas de la entrada-. Bien. Sígueme.

jueves, 21 de enero de 2021

Capítulo 46: Ataque a Nápoles

Nadie estaba seguro de dónde procedía exactamente la explosión, aunque, por la distancia, debía de ser cerca de la plaza que habían visitado el día anterior.

 

Los únicos que no habían girado la cabeza eran Hana, Thyra y Reima; quienes observaron cómo Egil, aprovechando esas décimas de segundo de distracción, se abalanzaba sobre Hana.

 

Entonces, Reima se llevó la mano a su espada, dispuesto a intervenir, sin embargo, notó la mano de Thyra sobre la empuñadura, evitando así que desenvainase, poco antes de que el esclavo abrazase a la demonio y, juntos, se desvaneciesen en el aire como absorbidos por éste.

-¡Mierda! ¡¿Adónde han ido?! –preguntó Cain, quien, al igual que los demás, había devuelto su atención a la ahora ya finalizada conversación, percatándose de la desaparición de ambos.

 

Por otro lado, Reima se enfrentó a Thyra, molesto.

-¡¿Por qué no me has dejado desenvainar mi espada?! –exclamó el joven.

-Porque Hana me lo pidió –contestó tranquilamente el arcángel, aunque su expresión denotaba preocupación.

-¡¿Que te lo pidió?! ¡No lo entiendo! –se sorprendió Reima, llamando la atención del resto de Pacificadores, todos ellos ahora centrados en su discusión.

-Ya nos imaginábamos que algo así sucedería, pero Hana pensó que, si la secuestraban, sería capaz de llegar hasta su líder y hablar con él –confesó Thyra.

-¡¿Su líder?! ¡¿De qué estáis hablando?! –preguntó Cain, representando, sin ser consciente, a todos aquellos que no entendía de qué iba la situación.

-¿Os acordáis de lo que ocurrió de camino a Roma? ¿Cuándo nos atacaron esos demonios? –explicó Reima- Hay sospechas de que alguien podría haberles incitado a hacerlo. Y es posible que ahora hayan hecho lo mismo.

-¡¿Y por qué no nos lo dijisteis?! ¡Si lo hubieseis hecho, habríamos estado más preparados! –se quejó Cain.

-Primero, porque Hana no quería que intervinieseis; segundo, porque sólo son sospechas, nada confirmado; y tercero –Thyra hizo una pequeña pausa antes de continuar, dejando escapar un profundo suspiro, como si lo que fuese a decir también supusiese un inconveniente para ella-, porque tiene la mala costumbre de solucionar las cosas ella sola, siempre intenta no inmiscuir al mayor número de personas posible.

 

Aquel hecho provocaba que Reima también se sintiese frustrado. Pese a saber que él también conocía la situación, no le había contado nada sobre sus intenciones, y ahora se hallaba sola en terreno enemigo, si saber de lo que eran capaces.

-¡¿Entonces para qué estamos nosotros?! –replicó Cain.

-Déjalo, Cain –se interpuso Alex, con tono calmado- Recuerda que no sólo somos guardianes, sino que también formamos parte de un intercambio entre humanos y demonios para establecer la paz. Además, creía que a ti sólo te importaba que te pagasen –le recordó el líder de escuadrón.

-Ya, pero... –habiéndose quedado sin argumentos, el mercenario se tranquilizó poco a poco.

-En cualquier caso, tienes un plan, ¿no? De lo contrario, no la habrías dejado ir –continuó Alex, esta vez dirigiéndose al arcángel.

-Por supuesto. Anoche, Hana transmitió parte de su Setten, la energía que utilizan demonios y ángeles, a la joya que hay en mi tiara –contestó Thyra, señalando el adorno que había sobre su cabeza-. Gracias a esto podré localizar dónde está siempre y cuando se mantenga con vida.

-¿Incluso si le ponen uno de esos grilletes? –preguntó Lori.

-Esos grilletes reducen el Setten de quien los lleva, pero no lo eliminan por completo. No habrá problema. Por ahora, id a ver qué ha ocurrido en la ciudad y ayudad a los ciudadanos, yo me encargaré de seguirla y vigilar que no le pase nada.

-¡Voy contigo! –declaró Reima, llevándose una mirada fulminante por parte del ángel.

-¡No! ¡Tú acompañarás a los demás a la ciudad!

-¡Si vas tú sola las posibilidades de salvarla se reducirán! ¡Será mejor si vamos los dos!

-¡¿Insinúas que no sé defenderme por si misma?!

-¡Por supuesto que no! ¡Pero, aparte de ti, me atrevería a decir que soy quien más la conoce! ¡Además, no hay que olvidar que no somos sólo sus guardianes sino también los tuyos! ¡Imagínate el escándalo que se formaría si en Roma se enterasen de que os hemos dejado a las dos solas frente al peligro!

 

Aunque sabía que sus argumentos no eran muy convincentes, Reima los lanzó uno detrás de otro casi a la desesperada. Quería ir. Quería ayudarla. Pero cuando se preguntaba a sí mismo el porqué,  una marea de confusión le inundaba. ¿Acaso lo único que quería era reprocharle no haberle contado su plan? ¿Lo hacía sólo porque era su deber? ¿O era por algo más?

 

Fuese cual fuese la razón, no pensaba irse de allí hasta que Thyra no le permitiese acompañarla. Y por lo que pudo comprobar poco después, sus argumentos hicieron más efecto de lo que jamás hubiese creído.

-De acuerdo. Puedes venir –contestó el arcángel a regañadientes-. Sería un engorro excusarme ante el papa por no haberos dejado hacer vuestro trabajo.

-En ese caso, ¿no sería mejor que fuésemos al menos un grupo entero? –propuso Julius.

-Si vamos muchos, llamaríamos demasiado la atención. Y no sabemos qué son capaces de hacerle a Hana si la situación se va de las manos. En parte, por eso quería ir yo sola, pero un entrometido no me lo va a permitir –añadió Thyra, dirigiendo de nuevo una mirada asesina a Reima, quien cada vez veía más complicado amistarse con ella.

-Entendido. Reima, te dejo a cargo de su seguridad. Demuéstrame lo que vales y quizás tengamos ese combate que tanto deseas –dijo Alex, esbozando una sonrisa pícara- ¡Los demás, seguidme! ¡No hay tiempo que perder! –exclamó, dirigiéndose a su equipo.

 

Tathya, por su parte, realizó un gesto con la cabeza, invitando a los de su grupo a que también se moviesen.

 

Una vez se hubieron quedado solos, el ángel femenino observó a Reima.

-Hana ya me avisó de que harías algo así. Me dijo que si intentabas acompañarme te detuviese, pero, para ser sincera, tengo curiosidad por ver de qué eres capaz.

-Creía que me dejabas acompañarte para evitar dar explicaciones al papa –se extrañó el espadachín.

-No me malinterpretes. Eso me sigue pareciendo un engorro, pero si quisiese negarme en rotundo a que vinieses, algo así no me habría detenido –contestó ella.

-Ya decía yo que me parecía una mala excusa.

-No tientes a tu suerte, que todavía te quedas aquí –comentó Thyra, enfadada.

-Perdón.

 

Tras este pequeño intercambio de palabras, el arcángel observó el conjunto de montañas a lo lejos.

-¿Es allí donde se encuentra? –preguntó Reima, siguiendo su línea de visión.

-Sí.

-¿Y cómo vamos a llegar?

 

En ese instante, Thyra agarró el brazo del chico y lo acercó a su cuerpo. Al examinar su expresión, el espadachín japonés se dio cuenta de la maliciosa sonrisa que dibujaban sus labios.

-¡Agárrate fuerte! –gritó, momentos antes de emprender el vuelo, a velocidad pasmosa, en dirección a la cordillera. Durante el trayecto, Reima pudo ver las alas desplegadas del arcángel: grandes, portentosas y bellas. Una visión que se grabaría en su mente durante el resto de su vida.

 

Mientras tanto, en el interior de una celda de paredes rocosas, a excepción de las barras metálicas que constituían la entrada, aparecieron Egil y Hana, justo sobre otra serie de símbolos totalmente iguales a los que habían sido tatuados en la espalda del esclavo la noche anterior.

 

Tal y como antes de ser transportados allí, el esclavo estaba abrazado a la gobernante, pero no tardó en separarse para permitir que un par de encapuchados, posicionados cerca de los símbolos en el suelo, pusiesen un grillete en el cuello de ella, quien palpó, con ambas manos y aire ausente, el material del que estaba formado.

-Buen trabajo, Egil –dijo uno de los encapuchados. Sin embargo, el esclavo no parecía muy contento.

-Has dudado –dijo, de repente, Hana, atrayendo la atención de los tres que, además de ella, había en esa sala- Antes de abalanzarte sobre mí. Has dudado.

-¡Tonterías! –se excusó Egil, algo irritado por la actitud calmada de ella-. Sólo estaba buscando el momento oportuno –tras esto, abrió la puerta de la celda y se marchó dejando atrás a los otros dos, quienes se quedaron haciendo guardia.

 

La joven no se movió de donde había aparecido. Sentada de rodillas, examinó su alrededor, en el que no había nada además de la roca y el metal que la mantenían presa.

 

Debido a la desigualdad de suelo, paredes y techo, dedujo que debía de encontrarse en algún tipo de subterráneo o cueva. La cuestión era si estaba lejos o cerca de Nápoles.

 

Con ello en mente, investigó la simbología de la técnica que habían utilizado para traerla allí. Por lo que pudo deducir, era muy parecida a la utilizada para teletransportar a los Pacificadores desde sus países de origen, sólo que más débil y de un solo uso. En parte por esto, dedujo que no se encontraba a mucha distancia de la ciudad. No obstante, había algo que necesitaba confirmar. Asimismo, eso le serviría para continuar con su plan.

-¡Perdonad! –dijo, llamando la atención de los dos guardas, que hicieron como que no la escuchaban- ¿Podéis quitarme el grillete? No tengo intención de escapar –explicó, sin obtener respuesta alguna-. Al menos podríais traer un orinal o algo, como pretendéis que haga... bueno, ya me entendéis. Además, con vosotros delante no voy a tener nada de privacidad.

 

Ante aquellas palabras, sí que obtuvo reacción. Uno de ellos se llevó una mano a la boca, como pretendiendo aguantarse una carcajada, mientras que el otro ladeó ligeramente la cabeza y movió las piernas, mostrando cierto nerviosismo e incomodidad.

 

“Algo es algo”, pensó Hana, algo más motivada por su reacción.

-No sois muy habladores, por lo que veo. ¿Tenéis un nombre? Yo soy Hana, aunque es posible que, si estoy aquí, sea porque ya me conozcáis. Francamente, si me habéis secuestrado para pedir una recompensa, dudo mucho que os sirva de algo. No soy tan importante como para que negocien por mí.

-¡¿Es una broma?! –soltó uno de los guardias- ¡Actualmente, puede que seas la demonio más influyente del planeta!

-¡¿Qué haces?! –le gritó el otro a su compañero- ¡Nos han dicho que no hablemos con ella!

-¡No soporto que se haga la humilde cuando no ha pasado por lo mismo que nosotros!

-Je je je... –rió la demonio mientras se rascaba la nuca. Por el tono de su voz, parecía más una risa triste y de disculpa que el hecho de que aquella queja le hiciese gracia- Es cierto que no conozco vuestra situación, pero os equivocáis si pensáis que no me han discriminado por ser demonio. De hecho, pienso que todos nosotros hemos pasado por algo así, independientemente de que ahora tengamos diferente estatus –explicó Hana. Ahora estaba segura de que los guardias también eran demonios-. Pero precisamente eso es lo que me gustaría cambiar. Si habéis sufrido discriminación. Si todavía la seguís sufriendo. Me gustaría que hablaseis conmigo. Conoceros. Utilizar todos lo medios que me sean posibles para solucionar vuestros problemas.

 

Los guardias se miraron, dubitativos. Parecían querer decir algo, pero tenían miedo a equivocarse.

-Vuestros nombres son suficientes para empezar –continuó Hana-. Eso es algo que nos define a todos por igual.

 

Mientras tanto, en Nápoles, los Pacificadores acababan de llegar al área de la explosión, donde encontraron tanto a humanos como demonios en el suelo, víctimas de la onda expansiva y los escombros de varias de las casas que habían sufrido el ataque. Fue allí también donde observaron a algunos de los soldados de la ciudad tratando de enfrentarse, en inferioridad tanto de poder como numérica, a unos encapuchados, quienes lanzaban bolas de fuego a diestro y siniestro, haciendo arder todo lo que tocaban.

-¡Es horrible! –exclamó Lori, observando el cadáver de una mujer que había sido aplastada por uno de los escombros.

-¡Bien! ¡Dividámonos! –propuso Alex- ¡Cain, tú vendrás conmigo! ¡Abel! ¡Lori! ¡Quiero que vosotros ayudéis a evacuar a los ciudadanos!

-¡Entendido! –dijo al unísono su equipo, poco antes de obedecer sus órdenes.

-¡Sarhin! ¡Julius! ¡Vosotros vendréis conmigo! ¡Helder y Lianor! ¡Id con Abel y Lori! –ordenó Tathya.

-¡Sí! –contestó su grupo, organizándose tal y como lo había especificado la líder.

 

Así pues, Alex y Tathya, con sus respectivos acompañantes, se lanzaron al combate contra aquellos encapuchados, quienes respondieron con bolas de fuego en su dirección. No obstante, y para desgracia de los atacantes, los Pacificadores no eran como el resto de soldados.

 

El primero en contraatacar fue Alex, quien, a velocidad casi imperceptible, esquivó la llama que iba dirigida hacia él y se situó frente al encapuchado que la había lanzado, antes de que pudiese generar una segunda, golpeándole fuertemente en el estómago y dejándolo inconsciente casi al instante.

 

Tathya tampoco se hizo esperar, e impulsándose con sus potentes piernas, dio un salto casi kilométrico por encima del fuego, aterrizado sobre la cabeza de su atacante y noqueándolo.

-¡Procurad no matarlos! –exclamó la chica- ¡Es posible que tengamos que interrogarlos después!

-¡A la orden! –exclamó Julius, quien fue de frente contra una de las bolas de fuego. Entonces, agarró su espada con fuerza y realizó un mandoble horizontal de 180º, logrando que la intensidad del movimiento debilitase la llama hasta el punto en que, al llegar hasta él, tan sólo le produjo una ligera sensación de calor. Acto seguido, dio un paso largo adelante con su pierna izquierda y giró sobres sí mismo. El movimiento no era rápido, comparado con los dos líderes, pero debido a la longitud de su arma y a la fuerza con la que la blandía, logró alcanzar el costado de su oponente, dejándolo con un brazo inutilizado al golpeárselo con la parte plana de su espada.

 

Al mismo tiempo, Cain y Sarhin también acababan de encargarse de sus respectivos contrincantes.

-¡Rápido, salid de aquí! –ordenó Cain a un par de ciudadanos a los que había salvado de los demonios, quienes, sin siquiera dar las gracias, huyeron despavoridos.

 

-¿Estás bien? –preguntó Alex a un soldado de Nápoles, al que ayudó a levantarse.

-Sí, gracias –contestó el hombre, cuya tela que cubría su torso estaba medio quemada, dejando ver la cota de malla que había debajo, así como algunas quemaduras leves en su brazo. Desde el punto de vista de Alex, había salido bastante bien parado.

-¿Sabes cuántos son? –preguntó el líder del segundo grupo.

-Creo que he llegado a contar unos quince –explicó el soldado, intentando recuperar el aliento y apretando los dientes de vez en cuando debido al dolor-. Han aparecido de repente, como salidos de la nada, y han empezado a atacarnos.

-De la nada... Si es así, lo más probable es que hayan entrado teletransportándose para evitar la guardia de las fronteras –dedujo Alex.

-O eso, o ya estaban dentro de la ciudad –sugirió Julius-. Podrían ser los propios esclavos.

-No lo creo –le interrumpió Tathya, poniendo una expresión que denotaba cierto enfado por las palabras del joven-. Recuerda que los esclavos llevan esos grilletes que los debilitan.

-Es cierto, pero es evidente que alguien les ha ayudado desde dentro. Puede que el mismo que ha secuestrado a la señorita Hana –replicó Julius, confrontado a su líder.

-Sea como sea, los encontraremos a todos y los detendremos –dijo Alex, cambiando de tema-. ¿Algo más que nos pueda ayudar? –preguntó al soldado.

-Es posible que haya más en otras zonas. Además... –de repente, se quedó en silencio, como si dudase de lo que pensaba decir a continuación.

-¡¿Además qué?! –preguntó Cain, quien no era muy dado a tener paciencia.

-Puede que parezca una locura, pero me ha parecido escuchar un mugido –añadió el soldado, mostrando temor en sus ojos.

-¿Qué quieres decir con un mugido? –se extrañó Alex, segundos antes de que el eco de lo que parecía el lamento de un bóvido llegase a sus oídos.

 

En ese momento, un toro de unos cuatro metros de altura y alas en el dorso apareció frente a ellos, llevándose por delante una de las casas, cuyos escombros cayeron sobre ellos y el resto de ciudadanos como una lluvia letal.

-¡Cuidado! –gritó Alex, apartando al soldado de Nápoles justo antes de que un trozo de pared les aplastase.

-¡¿Qué es eso?! –gritó Cain mientras se levantaba del suelo, tras haberse puesto a cubierto.

 

El supuesto animal, mugió por segunda vez, levantando la cabeza hacia el cielo y mostrando su cuello, donde se podía observar una cadena de pinchos que se clavaban en su piel. Atada a dicha cadena, surgían otras dos más pequeñas, cuyos extremos terminaban en las manos de otro encapuchado, montado sobre la bestia.

-Un demonio maltratando a otro demonio... –murmuró Alex, sin apartar los ojos de la escena- No, aquí hay algo que no encaja.

-¡No es momento para ponerse a pensar! ¡Salgamos de aquí! –gritó Cain al ver que la bestia volvía a ponerse en marcha e intentaba embestirles.

 

Por otro lado, Lori, Abel, Helder y Lianor; trataban de llevar a un grupo de ciudadanos por el camino que consideraban más seguro hasta el castillo del duque, donde la seguridad era mayor.

 

Estaban siendo perseguidos por otros cuatro demonios, quienes les lanzaban proyectiles de fuego cada vez que veían oportunidad. Por suerte, no conseguían acertar sus ataques gracias a que los Pacificadores sabían utilizar las fachadas de las casas como cobertura.

 

Sin embargo, aquella estrategia estaba destinada a no durar mucho tiempo, por lo que era clave pensar en otro plan para despistarlos o deshacerse de ellos.

 

-¡Por aquí! –dijo una voz de repente, agarrando a Lori de la muñeca en introduciéndola en un cuarto similar a un almacén de alimentos. El resto del grupo fue detrás de ella, siendo el último en entrar Abel, quien cerró la puerta tras de sí.

 

Desde dentro, pudieron escuchar los pasos de sus perseguidores, pasando de largo. Una vez se hubieron alejado, pudieron respirar tranquilos.

-Gracias por ayudarnos –agradeció Lori, todavía sin conocer a su salvador.

 

Delante de ella se encontraba la mujer que había empujado a una esclava la primera vez que llegaron a la plaza de Nápoles. De unos cuarenta años, rechoncha de vientre y cara, y bien vestida, con el pelo corto y rizado y, al contrario de lo que había dado a entender la última vez, expresión afable.

-¿Ocurre algo? –preguntó la mujer al sentirse observada por Lori, quien se debatía entre la necesidad de discutir con ella sus acciones del otro día y callarse para no llamar la atención de los demonios.

-Nada. No pasa nada –dijo finalmente la chica, echando un vistazo a su alrededor. Al hacerlo, se dio cuenta de que no era la única que se había refugiado allí antes que ellos. También pudo observar a la demonio que fue empujada por ella, sentada en un rincón con aire ausente, como si no quisiese que nadie le prestase atención; y a Renzo, el dueño de Egil, que no dejaba de murmurar quejas sobre algo que no alcanzaba a entender.

 

El almacén era bastante grande, lo suficiente como para que cupiesen todos los allí presentes e incluso puede que alguien más. Además, había bastante comida para aguantar durante una buena temporada por lo que, en ese sentido, suponía un buen refugio. Al menos, de momento.

 

Ninguno de los Pacificadores podía asegurar que los demonios no fuesen a volver, así que debían prepararse para defenderse si decidían entrar o echar el establecimiento abajo.

-Decidme, ¿queréis comer algo? –preguntó amablemente la mujer.

-No, no hace... –intentó rechazar Lori.

-¡Sí, por favor! ¡Me muero de hambre! –exclamó Abel, ante la atónita mirada de sus otros tres compañeros, logrando que Lori se muriese de la vergüenza.

-Será un placer. ¡Tú, escoria! ¡Muévete y tráeles algo de comer! ¡Y date prisa! –le ordenó a la demonio, aunque con un tono no demasiado alto para evitar ser descubiertos.

 

Al escucharla, la esclava emitió un pequeño chillido y se levantó al instante, golpeándose el codo contra una estantería de madera y cayendo un par de manzanas sobre su cabeza.

-¡Pero mira que eres inútil! –se quejó la mujer.

 

Entre el lamentable aspecto de la demonio y las palabras de quien aparentaba ser su dueña, Lori tuvo que cerrar fuertemente las manos, hasta llegar incluso a hincarse las uñas en la piel, para no rebanarle el pescuezo con su alabarda.

 

Finalmente, fue sacada de su particular trance cuando la esclava le dio unos pequeños golpecitos en el hombro para llamar su atención, ofreciéndole, cabizbaja, un cesto lleno de frutas.

-Gracias –murmuró Lori, intentando sonreír pese a lo que le costaba en ese momento.

-¡Vosotros sois los que ibais con esa gobernante y el arcángel, ¿verdad?! –exclamó de repente Renzo, enfadado.

-¿Hay algún problema? –preguntó Lori, entregándole el cesto de frutas a Abel, quien se dispuso a devorarlas como si fuese la primera vez que comía en mucho tiempo.

-¡Increíble! ¡Una demonio haciéndose la importante! ¡Y encima dicen que ha venido a abolir la esclavitud en Nápoles! ¡¿Te lo puedes creer?! –se quejó a la otra mujer, quien se limitó a negar con la cabeza-. ¡Será mejor que le enseñéis cuál es su lugar antes de que se le suba más a la cabeza! ¡Si no, acabará como los que nos han atacado! ¡Escoria que se cree con derechos! –gritó el hombre, subiendo peligrosamente el volumen de su voz.

-Por favor, señor, le pido que se calme –rogó Lori, cuya paciencia estaba rozando el límite, y quien empezaba a ver cómo Helder y Lianor pegaban la oreja a la puerta del almacén, como si acabasen de oír algo.

-¡¿Calmarme?! ¡¿Quién te has creído que eres?! ¡¿Es que estás a favor de esa chusma?! ¡¿Tú también vas a matarnos?!

 

Entonces con un movimiento rápido de su alabarda, Lori apuntó a su cuello, dejando el filo a escasos centímetros de éste, de manera que incluso llegó a verse un hilo de sangre originándose en la punta y perderse entre las ropas de Renzo, mudo por el asombro y el miedo.

 

Justo entonces, se escucharon fuera las voces de los encapuchados, volviendo tenso el ambiente, en parte por miedo al arma de la joven, y por otro lado, por la sensación de que si alguien hacía un movimiento en falso, todos morirían. El único a quien no parecía importarle la situación era a Abel, quien seguía comiendo como si nada.

 

Las voces de los encapuchados se acercaron cada vez más a la puerta, hasta quedarse en silencio. Los dos hermanos ya habían sacado sus espadas y se preparaban para lo peor, mientras Lori no quitaba ojo de la entrada, pensando cuál sería su siguiente movimiento en caso de que entrasen.

 

No ocurrió nada. Aun así, todos se mantuvieron en silencio hasta asegurarse de que el peligro había pasado. Todos excepto una persona.

-¡Malditos demonios! –exclamó Renzo de repente.

 

Mientras los presentes le lanzaban una mirada asesina, se escuchó un fuerte ruido en la puerta, viniéndose abajo, e irrumpiendo cuatro encapuchados en el almacén.

 

La respuesta de los Pacificadores no se hizo esperar, y los hermanos se abalanzaron sobre dos de ellos, tratando de inmovilizarlos, y dejando que Abel y Lori se ocupasen de los otros dos. Por desgracia, el pánico se apoderó de los civiles, quienes intentaron huir hacia la parte más alejada, pisándose y golpeándose, y tapando el campo de visión de Lori.

 

Así pues, mientras que Abel sí logró impedir el ataque de uno de los encapuchados, el otro quedó libre para actuar, generando una bola de fuego con la que apuntó y disparó a Renzo.

 

Sin embargo, el proyectil no llegó a impactar en el hombre, pues, para sorpresa de todos, la esclava de la mujer se interpuso en la trayectoria, golpeándose contra la pared del almacén como resultado y quedando su cuerpo inmóvil en el suelo.

-¡No! –gritó Lori, quien, iracunda, encontró el hueco para contraatacar y hundir el filo de su alabarda en el encapuchado, acabando con su vida.

 

Mientras tanto, los otros tres Pacificadores acababan de noquear a sus respectivos adversarios, disponiéndose, inmediatamente después, a ayudar a su compañera. Pero ya era tarde. Ella se encontraba de rodillas en el suelo, junto al cuerpo de la demonio, a quien todavía le quedaba un resquicio de vida.

-¿Por qué? –fueron las únicas palabras que pronunciaron los labios de Lori.

-Así no... –contestó la demonio, antes de expirar su último aliento.

 

Fuese por la sorpresa o por la pena, ninguno se atrevió a romper el silencio que se había formado. Aunque no todos lo habían visto, sí eran conscientes de lo sucedido. Y es que, pese a todos los maltratos que había sufrido durante quién sabe cuántos años, pese a quizás haber perdido a su familia a manos de los humanos, pese a que casi nadie de los presentes sabía siquiera su nombre; aquella demonio acababa de dar su vida por Renzo. Incluso su dueña todavía estaba conmocionada, como si no terminara de creerse lo que habían visto sus ojos.

-¡Se lo merecía! ¡Esa basura! –dijo Renzo, escupiendo sobre el cadáver.

 

En ese momento, algo en Lori se rompió. Cogió de la camiseta al hombre y le propinó un puñetazo en la nariz, rompiéndosela de la potencia del golpe. Tras esto, continuó golpeándole en la cara ante la atónita mirada de todos y los gritos de dolor del hombre hasta que, finalmente, Helder y Lianor la sujetaron cada uno de un brazo.

-¡Para, Lori! ¡Vas a matarlo! –gritó Lianor, que pese a estar haciendo uso de toda su fuerza y ser dos contra una, tenían problemas para contenerla.

-¡Ella se sacrificó por ti! –exclamó Lori, descontrolada- ¡¿Y aun así la llamas basura?! ¡Ha sido por tu culpa que hayan entrado! ¡Ha sido por gente como tú que nos estén atacando! ¡¿Y encima de que ha muerto por salvarte la vida, la llamas basura?! ¡Tú sí que eres basura! –logrando soltarse de sus compañeros, la chica salió fuera del almacén y gritó, deshaciéndose de toda la ira que había estado conteniendo desde el primer día, dejándose caer sobre el frío suelo de las calles de Nápoles y llorando desconsolada.

 

Toda la culpa por no haber podido ayudarla, por haberse dejado llevar por la rabia y haber matado al encapuchado, e incluso por haberle pegado a Renzo, algo que muchos considerarían impropio de ella; salió al exterior, desbordándose en lágrimas y en llanto que fue incapaz de detener.

 

Puede que los demonios tuviesen razón. Puede que los humanos mereciesen esto. Y ese pensamiento sólo le producía una mayor angustia, sintiéndose mal consigo misma.

 

De esa forma, siguió llorando, incluso cuando Lianor la abrazó por detrás para intentar calmarla.

 

Mientras tanto, apostados en la entrada al castillo del duque, varios solados observaban la ciudad con preocupación. Habían enviado a uno de ellos como mensajero al interior para avisar a Marinus I de lo que estaba sucediendo, pero ninguno podía moverse de allí hasta que él no les diese la orden, pues era su trabajo salvaguardar la seguridad del duque, por muy preocupados que pudiesen estar de sus respectivas familias y amigos.

 

Aprovechándose de esa distracción, un grupo de demonios realizó un ataque sorpresa frontal, derribando a varios de los soldados y consumiéndolos en llamas.

-¡Contraatacad! –ordenó uno de los guardas, levantando su espada para animar a las tropas.

 

Por desgracia, aunque el número de soldados en esa zona era mayor que el grupo de demonios, estos últimos seguían siendo más poderosos, y su ira les proporcionaba una mayor ventaja moral frente a la de los soldados, mermada por la falta de concentración.

 

Así pues, no pudieron evitar que varios de los encapuchados atravesasen la barrera humana que protegía la entrada, llegando hasta el portón que daba acceso a los jardines. Allí, sacaron unos trozos de papel con símbolos dibujados y los pegaron sobre la estructura, alejándose unos segundos y haciéndolos estallar.

 

Una vez destruida la segunda barrera que les separaba de su objetivo, atravesaron el humo resultante de la explosión. Sin embargo, los más adelantados cayeron al suelo, inconscientes.

-¡¿Qué ha pasado?! –se sorprendió uno de los demonios, mirando hacia el frente y descubriendo a cinco sombras cuya figura se relevó conforme fue disipándose la humareda.

 

Haciendo frente a aquel pequeño asedio, se encontraba el tercer grupo de los Pacificadores, liderado por Claude, quien, debido a su juventud, su pequeña estatura y su expresión sonriente, generaba una sensación de mofa que sólo hizo aumentar la rabia de los demonios.

-Vuestra suerte se ha acabado en el momento en que os habéis topado conmigo –declaró con arrogancia el chico de pelo castaño y ojos azules.