martes, 18 de junio de 2013

Gaia Project: Capítulo 10

-¡Haaah! –gritó Sarah al golpear la puerta de salida.

-No. ¿Por qué no pruebas un poco más a la izquierda? Ahora en salto. No, así no.

-¡¿Quieres callarte?! –se quejó, cansada de los comentarios de Quattuor, quien la observaba desde su celda.

-Sólo intentaba ayudar –se defendió el hombre, poco antes de bostezar.

-¡Pues ahórratelo! –respondió ella. La estaba poniendo de los nervios-. ¡Además, no estoy intentando forzar la puerta! ¡Tan sólo analizo su estructura!

-¿Eh? –se extrañó Quattuor.

 

Tras ello, Sarah respiró hondo y se posicionó a pocos metros de su objetivo.

-¡Sword Target: Object! -dijo para si misma, momento en que dio un rápido paso al frente y golpeó el centro de la puerta con los dos dedos de su brazo derecho. A partir del punto de contacto surgió una grieta que fue extendiéndose arriba y abajo hasta dividir la puerta en dos mitades, permitiéndole el paso.

-¡Oh! –se sorprendió Quattuor- ¡Eres buena!

 

Ante las palabras de halago, la chica se mostró orgullosa, su pecho henchido y sus dos manos sobre la cintura. Por desgracia, su momento de gloria no duró mucho, pues una compuerta mecanizada y mucho más gruesa que la anterior fue activada, volviendo a cerrar su vía de escape.

-¡Ah! Mala suerte. Parece que se ha activado el sistema de emergencia. Ya imaginaba yo que Detz no sería tan estúpido –señaló Quattuor. Mientras tanto, la guerrera había caído de rodillas al suelo, cabizbaja por la decepción- Una pena, peliazul. Aunque esa técnica que has usado es de lo más interesante –continuó, apoyando su espalda sobre la pared y sus dos manos detrás de la nuca a fin de acomodarse.

-A todo esto, ¿qué es este sitio? –preguntó Sarah, decidiendo sentarse para descansar un poco tras su fallido intento de huida- Quiero decir, sé que son unos calabozos, ¿pero dónde están exactamente?

-Está dentro de lo que podría llamar cuartel general, centro de investigación, escondite secreto, centro de mando... No es como que se le haya dado un nombre específico –aclaró Quattuor.

-¿Y por qué te han encerrado?

-Eso mismo podría preguntarte yo.

-Pues si te soy sincera, no lo sé. Aunque puedo asegurarte que no ha sido por propio voluntad.

-Supongo. En mi caso, digamos que no han visto bien que piense de manera a ellos.

-Así que te rebelaste contra tus superiores.

-Por favor, preferiría que no los llamases así. En fin, sí, me he rebelado.

-¿Por qué?

-Veo que te gusta preguntar, ¿eh?

-Acabo de llegar de forma desconocida a un lugar desconocido y mi amigo también está en paradero desconocido. ¿No debería? –preguntó Sarah, con clara ironía.

-¡Ja ja ja! Sí, supongo que sí. Hagamos un trato. A mí también me gustaría salir de aquí. Tengo algunos asuntillos que resolver con ese “jefe” como le llamas tú, pero, como puedes ver, estoy atrapado en esta celda hecha especialmente para mí. Mi propuesta es simple. Tú me ayudas a salir de aquí y yo te cuento todo lo que sepa sobre este sitio, ¿trato hecho?

-¿Y como sé que puedo confiar en ti?

-No puedes, pero soy el único que puede ayudarte a salir de aquí. Aunque también puedes esperar a que alguien abra la compuerta desde fuera. Mientras tanto, a saber qué será de ese amigo tuyo.

-Eres bueno negociando, ¿eh?

-Me gusta salirme con la mía.

 

Sarah observó a Quattuor, quien le devolvió la miranda, esbozando una sonrisa traviesa.

-De acuerdo. Acepto. Pero más te vale no engañarme o me encargaré de hacértelo pagar.

-¡Ja ja ja! Eso me encantaría verlo –respondió, con arrogancia, provocando que la chica frunciese el ceño, extrañada.

-¿Y bien? ¿Qué tengo que hacer? ¿Destruir esos barrotes?

-No, no creo que puedas. Esta celda es mucho más dura que esa compuerta –explicó el hombre, señalando la salida-, pero al contrario que ésa, los controles que la abren están dentro de este mismo calabozo. Por lo que tu tarea consistirá en ir hasta esos controles y sacarme de aquí.

-No parece difícil.

-Bueno, si no cuentas la vigilancia, es pan comido. Aunque incluso con vigilancia, sería un paseo para mí, de no estar encerrado –presumió Quattuor.

-¿Vigilancia?

-Protegiendo la entrada a la sala hay dos amiguitos huesudos que quizás te resulten un poquito molestos.

-¿Amiguitos huesudos? Suenan como los que invocaba Tribus -dijo Sarah.

-¿Tribus? –se sorprendió Quattuor, poniendo una expresión más seria.

-Sí, eso he dicho.

-Ya veo. Así que la has conocido.

-De hecho, lo último que recuerdo, antes de despertarme aquí, fue a ella drogándonos a mi amigo y a mí. Por lo poco que entendí antes de dormirme, dijo algo de que no era la indicada para contarnos la verdad.

-¡No puede ser! ¡Entonces vosotros sois...! ¡¿Era él?! –exclamó el hombre, levantándose del suelo y yendo hacia las barras.

-¡¿Eh?! ¡¿De qué hablas?! –respondió la chica, alarmada por su repentina reacción.

-¡Yo que tú me daría prisa en sacarme! ¡No estoy seguro al 100% de si sois quien yo creo, pero si es así más vale que corramos! ¡Sigue por este pasillo! ¡Al fondo encontrarás una bifurcación! ¡Gira a la derecha y más adelante encontrarás la sala de la que te he hablado! ¡Ten cuidado con los esqueletos e intenta que no te vean, de lo contrario tendrás serios problemas! –soltó Quattuor, cuya cantidad de información, en tan poco tiempo, desconcertó a Sarah, haciéndola dudar por unos instantes.

-¡Vamos, deprisa!

-¡S-sí! –respondió ella, corriendo en la dirección que le habían señalado.

 

-¿Mi lugar de nacimiento? –preguntó Kareth, frente al hombre que se hacía llamar Detz.

-Así es.

-N-no entiendo nada.

-Bueno, es lógico. Por culpa de ciertos sucesos, tus recuerdos han quedado alterados. Pero para eso estoy yo. Para ayudarte a conocer la verdad de este mundo y de ti mismo.

 

Tratando de asimilar lo que estaba pasando, el joven no supo qué decir ni pensar. Lo último que recordaba era estar en casa de Tribus cuando, de repente, ella confesó que habían sido drogados. Nada más despertar, se encontraba en un lugar totalmente distinto, con Sarah en paradero desconocido y un hombre al que no había visto jamás diciéndole algo que escapaba a su comprensión.

-¿C-cómo es que me conoces? ¿Por qué me habéis traído aquí? –preguntó.

-Paso a paso. Antes de nada, ¿te apetece tomar algo?

-¡No te rías de mí! –se enfadó Kareth.

-Tranquilo. No pretendía burlarme, tan sólo quería que te sintieses más cómodo. Eres una pieza importante en este rompecabezas y no me gustaría empezar con mal pie.

-Pues me parece que no has hecho un buen trabajo.

-¿Lo dices por Tribus? Vamos, ella lo hizo con la mejor de sus intenciones, ¿no es así? –dijo el científico, o al menos por cómo vestía, eso parecía; quien se giró hacia su izquierda, donde, apareciendo desde detrás de la maquinaria conectada a la estructura tubular, saludó la chica de pelo rubio. Ésta tenía la misma sonrisa despreocupada de siempre.

-Lo siento, Kareth. Sé que no ha sido la mejor forma de traeros, pero no tenía más remedio –se disculpó, sin sonar muy convincente dada su expresión.

 

El joven la observó durante unos instantes, tratando de contener su ira. Acto seguido, desvió la mirada de nuevo hacia Detz.

-Dime una cosa, Kareth. ¿Nunca te has preguntado sobre ti mismo? –prosiguió el hombre.

-¿De qué hablas?

-Hablo de tu inmortalidad, por ejemplo. ¿Nunca te has preguntado por qué la tienes?

-¿Eh? ¿Mi inmortalidad? Es sólo una reacción excepcional al inyectárseme el Radiar, ¿no? Una regeneración mucho más rápida que la de otros usuarios.

-Así que ésa ha sido tu conclusión. Bastante razonable, pero no del todo cierta.

-¿No del todo?

-Permíteme que te lo demuestre. Tribus, si eres tan amable.

-¿Eh? ¿Yo? Pero... –intentó replicar ella, algo sorprendida.

-Sé que es doloroso pero tranquila. Haré que sea rápido. –respondió Detz, mostrándose serio mientras la chica, sonrojándose ligeramente, asintió.

 

Entonces, se desvistió la zona del torso, incluyendo ropa interior, y cubriéndose la zona del pecho.

-No me gustaría mancharme –indicó Tribus.

“¡¿Qué están haciendo?!”, pensó Kareth, sin entender aquella situación.

-Bien. Estoy lista –dijo, respirando hondo y cerrando los ojos.

 

En ese instante, Detz asintió y sacó una pistola con la que disparó a Tribus en la cabeza. Ella cayó al suelo fulminada, salpicándolo de sangre.

-¡¿Qué?! –exclamó Kareth, en shock por presenciar la muerte de la chica a manos de su supuesto aliado. El disparo había atravesado de parte a parte su cráneo, sin dejar opción a tratamiento o reanimación. Pero lo más sorprendente no fue aquello, sino el hecho de que, segundos después, Tribus se levantó del suelo como si no hubiese pasado nada, mientras el agujero en su cabeza se regeneraba.

-Así es, Kareth. No eres el único –dijo Detz antes de que el chico pudiese articular palabra.

Mientras tanto, Tribus volvió a vestirse.

-¿Qué significa esto? –preguntó Kareth, logrando recuperar un poco la compostura.

-Empezaré desde el principio –explicó Detz, empezando a caminar hacia la maquinaria- Hace tiempo recibí una llamada, una llamada de alguien muy especial. Aunque puede que llamarla “alguien especial” no sea del todo correcta. Su nombre era Gaia.

-¿Gaia?

-Exacto. Así se llama el núcleo de nuestro planeta. Una deidad, por clasificarla de alguna forma, que creó este mundo y los seres que habitan en él, encargándose del destino y la evolución de los mismos.

-¿Entonces, nuestro planeta está controlado por una diosa?

-No exactamente. Al fin y al cabo, ella es un ser vivo como tú y yo, pero con un poder inimaginable, capaz de generar todo lo que hay a nuestro alrededor –dijo mientras extendía los brazos- Sin embargo, a lo largo de su trabajo, hubo algo que no pudo predecir. Sin su intervención, se produjo la evolución de una de sus creaciones hasta que esto llevó al nacimiento del ser humano. Al principio, dudó. Que algo escapase a su poder la incomodaba, pero ella amaba la vida, así que decidió vigilar a esa nueva especie y ver hasta donde era capaz de llegar.

Pronto, quedó maravillada. El ser humano continuó desarrollándose a una velocidad que superó sus expectativas, utilizando sabiamente los recursos que le ofrecía el planeta y manteniendo un equilibrio entre ellos y el resto del mundo. Eran inteligentes y hábiles, lo que hizo que, en su interior, ardiese en deseos de ver lo que su desarrollo podía ofrecer.

Fue entonces cuando cometió su mayor error. Un día, Gaia decidió entregar a los humanos una parte de sí misma. Quería que consiguiesen el poder para romper sus límites y evolucionar más allá de lo imaginable. Pero ser humano cambió, traicionando su confianza.

Llevado por la codicia, quiso aprovechar ese poder para imponerse sobre los demás, incluidos ellos mismos, comenzándose así la guerra –continuó mientras en sus ojos se podía ver el brillo del odio-. Cuando los humanos se adueñaron de lo que Gaia les había dado, perdió gran parte de su poder, quedando confinada en lo más profundo del planeta, su forma original; incapaz de hacer otra cosa excepto ver cómo todo se sumía en el caos y la desesperación. Contaminándose las plantas, secándose las tierras, muriendo los animales. El mundo se redujo a cenizas... –al terminar, levantó la mirada hacia Kareth- Supongo que te imaginarás qué fue lo que Gaia les entregó.

-El Radiar.

-Correcto. Tras lo ocurrido, se dijo una y otra vez que no podía permitir todo acabase así, pero era incapaz de hacer nada en su estado. Tomó una decisión. Sí el ser humano había provocado esto, lo mejor era que no existiese desde un principio. Así pues, crearía el mundo desde cero, rehaciéndolo desde el principio, pero evitando a toda costa el nacimiento y evolución del ser humano.

Entonces, con una pequeña parte del poco poder que pudo reunir, contactó conmigo y me pidió ayuda. Me explicó su objetivo, pero, para lograrlo, necesitaba volver a la superficie. En ese momento, se dio lugar al proyecto Gaia.

 

Cuando Kareth escucho el nombre de “proyecto Gaia”, recordó haberlo oído en boca de Unum. Así que él también tomaba parte en todo.

-Reuní a un equipo de personas que apoyaban la causa y comenzamos a preparar lo necesario para que Gaia pudiese volver a la superficie –explicó Detz.

-¿Lo necesario?

-Sí. Según Gaia, había tres factores importantes para conseguirlo. El primero era el choque de fuerzas entre un gran número de usuarios de Radiar. Se necesitaba una gran fuente de energía residual generada por ella, y puesto que el Radiar forma parte de su cuerpo y esta energía se exterioriza al usar las habilidades que proporciona, la mejor manera de conseguirla era mediante una batalla a gran escala.

El segundo factor consistía en reunir los llamados Núcleos de Jade, que concentrarían la energía liberada. Como dije antes, una pequeña parte del poder de Gaia fue utilizada para contactar conmigo, mientras que otra pequeña parte fue dividida en siete materiales, correspondientes a estos núcleos, que despertarían en el interior de siete humanos cuya identidad, al fusionarse con el núcleo, sufriría un cambio por el que acudirían a la llamada de Gaia.

Los núcleos tienen tal cantidad de poder que pueden dar lugar a una regeneración exageradamente rápida, consiguiéndose algo parecido a la inmortalidad.

-No puede ser.

-A los portadores de los núcleos se les llama Descendientes de Gaia, a los que Tribus y tú pertenecéis. Y supongo que también habrás conocido a Unum.

 

Incapaz de asimilar toda aquella información, Kareth cayó de rodillas al suelo. ¿Eso quería decir que era parte de un plan para exterminar al ser humano?

-Sé que es difícil de aceptar, pero ya has visto el poder que tanto Tribus como tú tenéis –dijo Detz, al ver su reacción. Dados los acontecimientos, era poco probable que estuviese equivocado, pero aun así era demasiado repentino como para aceptarlo sin más.

-Dime una cosa, Kareth. ¿Crees que el ser humano merece la salvación? –preguntó el hombre, subiendo las escaleras que llevaban al segundo piso mientras que Tribus permanecía en el primero- ¿Que después de todo el daño que ha hecho debe continuar con su hegemonía?

 

El joven meditó la pregunta, pero no supo contestarla. Entre lo que había descubierto, y que parte de ello se entremezclaba con su propia opinión, decir sí o no había sido mentirse a sí mismo. Su mente estaba confusa.

-Tendrías que haberla escuchado, Kareth. Su dolor. Es imperdonable todo el daño que se ha hecho. No hay otra opción, y contigo, estaremos a un paso más de lograrlo. Únete al proyecto Gaia, Kareth. Por favor.

 

La pelota estaba en su tejado. Detz esperaba una respuesta y, al mirarle a los ojos, pudo saber que su petición era sincera, así que respiró hondo y se tranquilizó. Una vez en calma, sus ideas se aclararon y tuvo claro lo que quería, lo que consideraba lo más correcto.

-Dime una cosa, Detz, ¿de verdad es esa la única opción? Es posible que no conozca todo sobre este mundo, pero si hubo un día en que el ser humano estuvo en equilibrio con él, quizás aún haya esperanza.

Detz, sonrió al escucharle.

-Eres demasiado optimista. El ser humano es egoísta y ambicioso por naturaleza. Por mucho que quieras negarla, ésa es la verdad –respondió el hombre, de manera que Kareth se quedó en silencio- Viéndote ahora, me recuerdas a otras personas que también tuvieron esos mismos ideales. Me dieron muchos problemas.

-¿Qué? –preguntó Kareth, extrañado.

-Supongo que entonces tu respuesta es no.

Aunque lo consideró por segunda vez, y pese a su inexperiencia e inseguridad, obtuvo la misma respuesta que al principio.

-Lo siento, pero así es.

-Bueno, ya me lo imaginaba.

-¿Eh? –se sorprendió el chico. ¿Entonces por qué se había molestado en preguntarle?

-Aun así, cabía la posibilidad de que hubieses cambiado de opinión o que la voz de Gaia te hubiese alcanzado. No ha habido suerte.

-¿Qué cambiase de opinión? – preguntó Kareth. ¿Acaso no era la primera vez que le contaba la historia de Gaia?

 

Ignorándole, Detz acercó a la maquinaria que había en el segundo piso.

-Antes te estaba contado los tres factores que se necesitaban para cumplir con nuestro objetivo. Pues bien, el tercero era que Gaia necesitaba un cuerpo donde tomar forma en la superficie. Una carcasa que le sirviese, de manera provisional, para contener su poder. El cuerpo de una mujer –explicó el hombre mientras tocaba una serie de botones sobre un panel de control-. Esta tarea resultó ser, quizás, la más complicada, ya que debía ser capaz de sincronizarse con el Gaia. Pero, por suerte, pudimos encontrar a alguien compatible.

 

Al terminar de pulsar los botones, la pared de metal que cubría la estructura tubular comenzó a desplazarse, dejando ver otra pared de cristal a través de la cual se podía observar el cuerpo de una joven.

 

Al verla, Kareth apretó los dientes, dibujándose en su rostro una expresión ira.

-¡¿Qué le has hecho?! ¡¡Maldito bastardo!! –gritó con todo su ser mientras el cuerpo de Nara, conectado a una gran cantidad de cables, permanecía flotando en el líquido que contenía el tubo.

domingo, 9 de junio de 2013

Gaia Project: Capítulo 9

En mitad de su combate contra Argo, Kareth lanzó una patada a su mejilla, siendo bloqueada por el nómada, quien agarró su pierna y lo arrojó a un lado.

Mientras tanto, Ivel aprovechó para placarlo por el costado, sin embargo, fue esquivada en el último segundo.

 

Tras esto, Argo alzó su brazo derecho y golpeó la espalda de la chica pelirroja con la palma de su mano, empujándola contra el suelo; momento en el que Kareth fue por detrás de él para intentar sorprenderle, pero falló al ver su brazo luxado tras su espalda y recibir un rodillazo que lo mandó de cabeza contra Ivel, chocando ambos y volviendo al suelo.

-Es más duro de lo que pensaba –se quejó el chico.

-No sé que esperabas –le reprochó Ivel- Fue él quien me enseñó. Conoce muchas técnicas de combate e incluso es capaz de defender su punto ciego –señaló mientras se tocaba el ojo que le faltaba a su padre.

-¿Qué sugieres entonces? –preguntó Kareth.

-La única manera de pararlo, sin llegar a las armas, sería un golpe fuerte en la cabeza. Y, para ello, necesitamos que alguien lo distraiga mientras otro le ataca desde arriba.

-Suena fácil, pero, hasta ahora, cualquier intento de distracción ha servido de bien poco.

-¡Ya lo sé, estoy intentando pensar! –se quejó la joven- Por cierto, ¿dónde están Tribus y Sarah?

-No están persiguiendo los “Geads”, así que han decidido encargarse de que no se acerquen aquí. No me extrañaría que ahora mismo también estuviesen luchando.

 

Mientras conversaban, Argo corrió hacia ellos, disponiéndose a golpearles con sus puños. Esquivando el ataque a tiempo, los dos jóvenes vieron  cómo el impacto en el suelo daba lugar a un pequeño cráter.

-¡Oh, dios! ¡Si eso nos hubiese dado estaríamos muertos! –advirtió Kareth.

-¡Padre, por favor! ¡Reacciona! –gritó Ivel, en vano, pues lo único que logró fue llamar la atención del hombre, quien avanzó hacia ella con intención de atacarla.

-¡Ivel! –gritó Kareth, poco antes de que padre e hija se enzarzasen en un forcejeo con las manos. Una batalla de fuerza en la que ella tenía las de perder.

 

En ese momento, su compañero intentó ayudarla, pero Argo sólo tuvo que hacer uso de una de sus manos para golpearle en el costado y arrojarlo contra unos barriles cercanos. Por suerte, consiguió que la presión sobre su hija se redujese, de manera que, girando sobre sí misma, le atacó con su tercer brazo, logrando zafarse y ganar distancia.

-Padre –dijo la nómada, observando la expresión de rabia y dolor del hombre.

-Tus ojos. Son como los de ella –murmuró, provocando que Ivel se mordiese el labio inferior, intentando no perder la compostura.

 

Por otro lado, Kareth intentó incorporarse. Todavía entre barriles, algunos de ellos rotos, se sacudió la cabeza para despejarse y fijó la mirada en Argo e Ivel.

“Si esto sigue así, perderemos. Si hubiese alguna manera de romper su defensa”, pensó mientras apoyaba una mano sobre el suelo.

 

Entonces, tocó algo llamó su atención.

-Esto es...

 

Mientras tanto, Sarah y Tribus seguían lidiando con los “Geads”, distrayendo su atención.

-¿Cuánto crees que tardarán? –preguntó la joven de pelo azul.

-Si han llegado a las manos, más de lo que nos gustaría –respondió Tribus, escondiéndose tras las paredes de una casa.

-Podrías usar a esos “amigos” tuyos para quitárnoslos de encima, ¿no?

-Eso llamaría demasiado la atención, ¿no crees?

-Por cierto, ahora que sacamos ese tema. ¿Eres de Yohei Gakko? –preguntó Sarah.

-Hace tiempo estuve, pero un día recibí la llamada de quien más me necesitaba.

-¿Qué? –se extrañó la guerrera.

-Dime, Sarah, ¿alguna vez te has preguntado sobre tu pasado?

 

-Padre, si durante tanto tiempo guardaste el recuerdo de su muerte, ¿por qué no me dijiste nada? Se supone que mi deber es sucederte como guía de los nómadas. Tendrías que haber confiado en mí -el hombre se llevó una mano a la cabeza, sintiendo un dolor punzante con cada palabra de ella- Todavía estás a tiempo de olvidar. Todavía estás a tiempo de remediar esto. Yo estoy contigo, padre. No voy a despegarme de tu lado. Así que, por favor, te lo suplico, vuelve en ti.

 

Argo profirió un desgarrador grito y se lanzó al ataque de nuevo, placándola contra el suelo. Acto seguido, la cogió del cuello y la levantó sobre su cabeza, tras lo que volvió a sacar el cuchillo con el que había intentado asesinarla y apuntó a su pecho.

-¡Ugh! –se quejó la cazadora, intentando deshacerse de su agarre.

-¡Eh, tú!

 

De repente, una voz hizo que el hombre se girara, recibiendo un barril en la cabeza, que se rompió con el impacto. En ese instante, un líquido cayó sobre él, logrando que soltase a su hija.

-¡Tranquilo! ¡Sólo es agua! ¡Aunque esto te gustará más! –exclamó Kareth, lanzando un polvo de color rojo a su ojo sano.

 

Instantes después, el hombre se encontraba luchando por despegarse de la órbita lo que parecía una masa pegajosa.

-Lo que te acabo de lanzar es una especia llamada nizreal. Molida, tiene la misma consistencia que la harina, pero cuando se mezcla con agua... –dijo mientras lanzaba otro barril con una gran cantidad de dicha especia, logrando que brazos y piernas se adhiriesen al cuerpo, inmovilizándolo- ...se convierte en una sustancia tremendamente pegajosa.

 

Mientras intentaba, sin éxito, deshacerse de la masa rojiza que cubría su cuerpo, Ivel se levantó del suelo.

-¡Ahora! –gritó Kareth, momento en que ella saltó y, girando en el aire, golpeó con el talón la cabeza de su padre, consiguiendo que éste cayese al suelo, medio inconsciente.

 

-¿Cómo sabías lo de esa especia? –preguntó Ivel, una vez se hubo calmado la situación.

-Recordé algo que me dijeron hace tiempo...

 

-Oye, Nara, ¿qué es esto? –preguntó Remi.

-¡Ah! ¡No lo toques! –exclamó la chica, apartándole de las manos un bol que contenía una especie de harina color rojo-. Es peligroso manipularla sin saber cómo.

-¿Qué es? ¿Algún tipo de polvo explosivo? –bromeó Remi.

-¡¿Qué te hace pensar que íbamos a tener polvo explosivo aquí?! ¡¿Estás loco?!

-Vamos, vamos, sólo era una broma –dijo el chico, mientras ella dejaba escapar un suspiro.

-Se llama nizreal. Suele echarse a comidas saladas o con poca cantidad de agua. Da un sabor fuerte y es bastante nutritivo, pero en contacto con el líquido se vuelve muy pegajoso. Por eso, debes tener cuidado.

-Oh, es cierto que está bueno –comentó Kareth  llevándose un dedo a la boca sin que ella lo notase.

-¡¿Qué haces, idiota?! –exclamó Nara.

-¡Mm! –se quejó Kareth, pues no podía abrir la boca.

-¡Remi, corre a por algo para secarle los labios! ¡Sólo así se despegará! –tras esto volvió la cabeza hacia Kareth- ¡¿A quien se le ocurre comérselo tal cual?!

-Tranquila. Sólo he hecho como que me lo llevaba a la boca –respondió Kareth, riéndose.

-¡Tú! –gritó Nara, poniéndose colorada y con expresión de enfado- ¡IMBÉCIL!

 

-Después de eso, estuvo cabreada conmigo durante una semana entera –murmuró Kareth mientras recordaba.

-¿Decías algo? –preguntó Ivel, tratando de incorporar a su padre, procurando no tocar las áreas embadurnadas con nizreal, tarea difícil, ya que se extendía por casi todo el cuerpo del hombre.

-No, nada. Olvídalo.

-Padre. Padre despierta –dijo ella, volviéndose hacia Argo. La patada había sido lo bastante fuerte como para detenerlo, pero, por suerte, seguía consciente.

-Ivel... –respondió, con una voz tenue.

-¡Padre! –se alegró la joven, quien, si no fuese porque estaba cubierto de aquella mezcla, ya lo habría abrazado- ¿Estás bien?

-Dentro de lo que cabe esperar.

-Perdona por la patada. No me dejaste otra opción –señaló Ivel.

-No te preocupes. Tenías razón. No debería haberle delatado. Sólo quería seguridad para todos. Que no se repitiese lo que le pasó a tu madre. Lo siento –se disculpó, desviando la mirada hacia Kareth.

-No puedo decir que no esté enfadado, pero entiendo que la muerte de un ser querido es muy dolorosa. Si de verdad quieres lo mejor para todos, antes tienes que querer lo mejor para ti. Uno no puede ayudar a nadie si no se ayuda primero a sí mismo –contestó el chico.

 

De repente, Ivel lo abrazó con fuerza.

-Gracias, Kareth –susurró la nómada, con una bella sonrisa en sus labios.

-¿Ivel? –se sorprendió Kareth, sonrojándose ligeramente.

 

Llevada por la emoción del momento, la joven tardó unos segundos en darse cuenta de lo que acababa de hacer, apartándose rápidamente.

-¡Ejem! –carraspeó-. P-padre, ahora que has entrado en razón, ¿crees que podrías pedirles a los “Geads” que los dejen en paz?

-Me encantaría, pero, una vez empezado el trabajo, más si lo consideran rentable, no los dejarán marchar así como así.

-¡Maldita sea! –se quejó Kareth.

-Es todo culpa mía –se disculpó Argo, por segunda vez.

-Ahora no importa. Tendremos que buscar una forma de huir de la ciudad sin que nos descubran.

-Quizás pueda echaros una mano –dijo la voz de Tribus, quien acababa de aparecer junto con Sarah.

-Kar, hasta ahora hemos conseguido distraerlos, pero no sé cuánto podremos seguir así –dijo Sarah.

-En mi casa hay una trampilla que lleva a una zona subterránea, allí podréis refugiaros y escapar –sugirió Tribus- Ya que querías visitar la casa, esta es una buena oportunidad de hacerlo –indicó Tribus, sonriendo, a lo que Kareth asintió.

-Supongo que esto es una despedida –dijo Ivel.

-Quitando esto último, lo hemos pasado bien con vosotros –bromeó Kareth.

-¿Volveremos a vernos? –preguntó Sarah.

-Por supuesto. Y la próxima vez, haremos otra fiesta en vuestro honor –respondió la nómada.

-Más os vale.

 

-Es una lástima que no podamos despedirnos de Jaryl y Will –dijo Kareth mientras eran guiados por Tribus, escondiéndose de la vigilancia de los “Geads”.

-A no ser que queráis que os capturen y os maten, no lo recomiendo –dijo Tribus.

-Bueno, eso no sería un problema para mí –murmuró el chico.

-Sabes que algunos no somos inmortales, ¿verdad? –replicó Sarah-. Además, ya viste lo que ocurrió con Lethos, siendo Unum, encontrará una forma de matarte

 

Finalmente llegaron a la casa, sólo que en lugar de utilizar la entrada principal, se introdujeron por otra más recóndita, evitando ser vistos.

-Bueno, por ahora podemos relajarnos un poco –dijo Tribus.

 

Ambos echaron vistazo al interior. No había nada que destacase. Un hogar normal con un pequeño salón donde había varias sillas de madera rodeando una mesa, hecha del mismo material, en el centro. Una cocina con los típicos utensilios que cabía esperar. Un recibidor que conectaba con un largo pasillo que, a su vez, comunicaba con el resto de habitaciones.

 

En resumen, no entendía que podía tener de especial como para haber llamado tanto su atención. De hecho, incluso era más antigua que cualquiera otra casa que hubiese visto en Yohei Gakko.

 

Pese a todo, seguía teniendo aquella misma sensación que cuando la viese por primera vez.

-Oye, Kar.

-¿Qué ocurre, Sarah?

-¿No notas nada extraño en este sitio?

-¡¿Tú también?! –se sorprendió el chico, viendo asentir a su compañera.

-Tomad, os he traído algo para beber –dijo Tribus, apareciendo desde la cocina con una bandeja y tres tazas de té- ¡Vamos, sentaos!

-¿No sería mejor marcharnos cuanto antes? –dijo Sarah.

-Como ya he dicho, no entrarán aquí, así que podemos relajarnos un rato. Ya os iréis mañana.

 

Pese a que ambos estaban un poco nerviosos por todo lo ocurrido decidieron hacer caso a sus consejos y se sentaron. Bebiendo pequeños sorbos del té que les habían servido.

-¿Y bien, Kareth? ¿Qué te parece la casa? –preguntó la chica rubia, señalando la casa.

-Pues la decoración es bonita –dijo Kareth, llevado más por romper el hielo que porque tuviese una opinión clara sobre ello-, pero no hay nada que me haga entender por qué me llama tanto la atención.

-Vaya. Es una pena. Siento no haberte sido de ayuda.

-¡No te preocupes! Serán cosas mías.

-¿Desde cuanto hace que tienes esta casa? –preguntó Sarah.

-Pues la verdad es que ni me acuerdo. Sé que era una niña cuando empecé a vivir aquí, así que supongo que hace casi veinte años.

-¡¿Qué edad tienes?! –se sorprendió Kareth.

-Oye, oye, ¿no crees que es un poco grosero preguntar eso así sin más? –bromeó Tribus- Probablemente más de los que piensas. Esta casa me la regaló una persona tan importante para mí como los nómadas. Así que es mi deber cuidar muy bien de ella.

-¿Es la misma persona que dices que te pidió ayuda? –preguntó Sarah, haciendo que su compañero la mirase extrañado.

-Oh... –dejó escapar Tribus, poniendo una expresión de curiosidad.

-¡Perdona! Es que, lo que dijiste aquella vez... –dijo Sarah, recordando las palabras de Tribus.

 

-¿Mi pasado?-preguntó la chica de pelo azul.

-El Radiar nos hace olvidar nuestro pasado, ¿verdad? ¿No te has preguntado quién eres en realidad?

-Nunca he tenido intención de hacerlo.

-Mm... Supongo que la ignorancia es la felicidad.

 

Con ese recuerdo en mente, Tribus sonrió mientras miraba a la nada.

-Supongo que ya es la hora –dijo, de repente.

-¿La hora? –preguntó Sarah.

-¿De qué estás hablando? –le siguió Kareth, quien estaba empezando a sentirse raro.

-He de reconocer que no he sido del todo sincera. Aunque tampoco es que os haya mentido. En cualquier caso, no soy la más indicada para contaros la verdad. Sobre todo, en tu caso –añadió, observando al chico.

 

Entonces, el cuerpo de ambos se hizo más pesado, costándoles cada vez más mantener los ojos abiertos.

-¿Qué...? –intento decir Kareth.

-¿...os he hecho? Tan sólo le he añadido al té una droga que os hará dormir profundamente. Es la mejor forma de que no os resistáis.

Sin poder mantenerse más tiempo erguidos, los dos cayeron de sus sillas.

-Dulces sueños –sentenció Tribus.

 

Al abrir los ojos, Sarah se sintió mareada. Estaba tendida en el suelo, duro como la piedra, con la espalda dolorida y habiendo perdido la noción del tiempo.

 

Una vez se encontró algo mejor, descubrió que se hallaba en un pasillo oscuro perteneciente a unos calabozos, aunque paredes y techo tenían mejor aspecto del que habría esperado en un sitio así. Instantes después, se dio cuenta de que estaba sola.

-¿Dónde estoy? –preguntó, levantándose lentamente, confusa. Había perdido las armas que le habían dado los nómadas, o quizás, se las habían arrebatado.

 

Si bien era cierto que todavía llevaba el teletransportador, si la teoría de Kareth era cierta, de nada le iba a servir. Seguramente los inutilizaron tras convertirse en fugitivos.

 

Así pues, decidió aprender más sobre aquel lugar, por lo que comenzó por recorrer el pasillo en el que se encontraba. Pese a la oscuridad, pudo observar varias celdas a cada lado, lo que le llevó a preguntarse por qué no la habían encerrado en lugar de dejarla ahí en medio. Fue en ese momento, cuando encontró la respuesta.

 

Delante de ella, había una puerta metálica de unos dos metros de altura y un metro de ancha. Parecía muy bien cerrada, pero eso no iba a evitar que intentase abrirla.

-Nada –dijo, tras probar a empujarla.

 

Acto seguido, decidió golpearla. El eco del primer golpe pudo escucharse por toda la sala, creando un ambiente tétrico que le provocó un escalofrío. Para colmo de males, la puerta ni se había inmutado, por lo que decidió volver a intentarlo. Sin embargo, por más que la golpease, ésta no cedía.

-Es inútil –se quejó.

-¡Oye, tú! ¡La chica de ahí!

 

Una voz a su lado la asustó, girando la cabeza a un lado y a otro, con los puños en alto.

-¡¿Adónde miras?! ¡Estoy aquí!

 

Finalmente, la joven se fijó en una celda que había a su lado. Los barrotes eran diferentes a los del resto. Tenían un doble vallado, y en su interior, podía distinguirse la figura de una persona.

-¡Menos mal! ¡Pensaba que no te ibas dar cuenta! ¡Eres un poco cortita, ¿no?! En fin, una cosita, ¿podrías dejar de hacer ruido con eso de los portazos? Estoy intentando echar una siesta y es bastante difícil con este jaleo.

-¡Sólo estoy buscando una forma de salir! ¡Si te molesta, lo siento, pero no voy a dejar de hacer sólo porque me lo pidas tú!

-¡Mira, chica! –exclamó aquel individuo, quien se levantó del suelo y se acercó a ella, haciéndose más visible. Se trataba de un hombre unos dos metros de altura, puede que más, y bastante imponente, lo que provocó que incluso Sarah diese un paso atrás- ¡Odio cuando me tocan las narices! ¡Y con ese ruidito de los hue...! –de repente, se detuvo a mitad de frase, momento en que la chica pudo fijarse mejor el su cara, la cual poseía una barba de varios días y mostraba una expresión arrogante. Además de ello, era ligeramente moreno de piel y tenía una melena larga de color negro- Yo a ti te he visto antes –continuó.

-Yo creo que no –contestó Sarah, frunciendo el ceño.

-¡Oye, peliazul! ¡¿Cómo te llamas?!

-¡¿Y por qué no me lo dices tú primero?!

-¡Porque no me apetece! ¡¿Me lo dices ya o quieres que nos pasemos todo el rato discutiendo por un nombre?!

“¡Será imbécil!”, pensó la chica, visiblemente irritada.

-¡Sarah! ¡Me llamo Sarah!

-Sarah, ¿eh? No me suena.

 

Dejando a la joven con las ganas de ahorcarlo, volvió a sentarse donde estaba, profiriendo un largo suspiro.

-Yo soy Quattuor. Encantado, Sarah.

 

-¿Dónde estoy? –se preguntó Kareth al despertar en una gran sala de paredes cubiertas de cables y circuitos eléctricos. La mayoría de ellos se unían a maquinaria situada en el centro, enfrente de una estructura tubular que se extendía desde el suelo hasta el techo y que estaba cubierta por una pared de metal. A la derecha de la maquinaria había unas escaleras que daban acceso a un segundo piso, donde habías dispuestas más de esas máquinas y un puente que conectaba con el tubo.

-¿Ya has despertado? Pensaba que no lo ibas a hacer nunca, Kareth –dijo un hombre, vestido con bata blanca y unas gafas que le daban aire inteligente. Mientras hablaba, empezó a bajar las escaleras hasta ponerse al  lado de la máquina que había en el centro.

-¿Qu-quién eres? –preguntó el joven, recuperándose todavía del mareo que le había producido la droga en el té.

 

En ese momento, el hombre se quitó las gafas y las guardó en uno de sus bolsillos.

-Me llamo Detz, y quiero darte la bienvenida al lugar de tu nacimiento.