lunes, 22 de julio de 2019

Capítulo 44: El castillo del duque


-Me pregunto si falta mucho –dijo Cain, mirando por la ventana del carruaje que les llevaba hacia el Ducado de Nápoles.
-Debe de quedar al menos una hora para llegar. Relájate y disfruta de la vista –sugirió Alex, apoyado en la pared mientras tallaba algo en un trozo de madera, ayudado por su daga.
-Desde que llegamos a Roma hemos estado bastante relajados. Me interesa un poco de acción –respondió el mercenario, volviendo a su sitio.
-Tu hermano, por el contrario, parece pensar diferente –señaló Reima, realizando con la cabeza un gesto dirigido hacia Abel, quien roncaba y salivaba, con la mejilla apoyada sobre una lona que cubría parte del equipaje.
-¡Despierta, mendrugo! ¡Ya has dormido bastante! –exclamó Cain, golpeándole en la nuca.
-¡¿Eh?! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Nos atacan?! –preguntó Abel, alterado.
-¡Si nos hubiesen atacado te habría dejado tirado! ¡A ver si te cortaban esa cabeza de chorlito que tienes!
Reima suspiró, desviando la vista hacia Lori, quien mostraba una expresión de preocupación.
-¿Va todo bien? –preguntó el espadachín japonés.
-Sí... es sólo que... Tú también has escuchado sobre el duque, ¿verdad? Dicen que no es una persona de fiar. Me preocupan las intenciones que pueda tener.

Aunque hacía poco que conocía a la chica, Reima podía decir que Lori era de los guerreros que más se había concienciado con la libertad de los demonios. A veces se la podía observar hablando con individuos de esa especie como si fuese una más. Y de hecho, ya los había que habían cogido bastante confianza con ella.

Por ello, no era de extrañar que no se sintiese cómoda ante un líder cuyo territorio seguía esclavizándolos. El propio Reima también tenía la guardia alta, más después de lo que le había contado Levi.

-Intente lo que intente, para eso estamos nosotros. Concentrémonos en nuestro trabajo y todo saldrá bien –dijo Alex.

Finalmente, llegaron a su objetivo. Nápoles era ligeramente diferente al lugar del que habían partido. Si bien la estructura de las casas y calles era similar, se podían vislumbrar diversos adornos sobre puertas y cornisas que daban una sensación de mayor prosperidad y riqueza. Lo mismo ocurría con los ropajes de sus habitantes, aparentemente cosidos con telas de aspecto suave y resistente.

Una vez dentro de los muros del castillo, continuaron hasta llegar a un jardín con un espacio pavimentado exclusivamente para vehículos.
-¡Ah! Por fin puedo estirar las piernas. –dijo Cain, saliendo del carruaje, levantando los brazos y crujiéndose los dedos.
En total eran cinco los vehículos, cuatro en los que se repartían los distintos grupos de los Pacificadores y uno en el que se encontraban Hana y Thyra.

Una vez fuera, esperaron a que saliesen las dos líderes, quienes vestían de manera más formal de cara a su reunión con el duque. En el caso de Thyra, su ropa no distaba mucho de la que solía llevar normalmente, ya que era la protocolaria para los arcángeles, sin embargo, a la espalda de su túnica, y del mismo azul celeste, se hallaba cosido el dibujo de un par de alas de ángel.

Reima no sabía mucho sobre su simbolismo, pero imaginó que sería una forma de representación de los arcángeles.

Por otro lado, Hana, llevaba un vestido rojo que llegaba hasta un poco por encima de las espinillas. Aunque no era un rojo fuerte, la hacía contrastar con los demás, aunque combinaba con el color de su pelo.

Además de sus ropajes, Thyra también llevaba una pequeña tiara blanquecina con una pequeña joya dorada en el centro.

Tras juntarse todos, se acercó un hombre, junto con dos guardias, y saludaron, posando una mano sobre sus pechos y agachando las cabezas.
-Es un honor recibir su visita, Arcángel Thyra y Gobernadora Hana. Mi nombre es Leonardo, sirviente y asesor del duque Marinus I. A su disposición.

Vestido con una túnica violeta, adornada con bordes plateados y un casquete blanco sobre su cabeza, aparentaba ser mayor, con pelo canoso y algunas arrugas en su cara. De párpados y labios ligeramente caídos, resultaba difícil saber lo que se le pasaba por la cabeza.
-Agradecemos su recibimiento, Leonardo –contestó Thyra-. Nosotras también nos sentimos honradas de que el duque haya accedido a vernos.
-Os está esperando dentro. Por favor, síganme.

Asintiendo, Leonardo les guió por el interior del castillo.

Los pasillos por los que caminaron eran anchos y altos, casi laberínticos, con grandes ventanales y numerosos cuadros con pinturas de la ciudad. Resultaban un poco imponentes, al igual que la habitación en la que les esperaba Marinus I: un gran comedor en cuyas paredes colgaban las banderas del ducado. En el centro podía observarse una gran mesa alargada y con forma ovalada, presidida por un hombre vestido con ropajes oscuros salvo por el cuello de lana blanca, perteneciente a la capa que caía sobre su espalda. Presentaba bigote y perilla negros. Iguales que su pelo, corto y bien peinado.

Sus brazos estaban posados encima de la mesa y sonreía de manera arrogante.
-Sentaos, por favor. Aunque antes me gustaría pediros algo –dijo al ver entrar a sus invitados-. No veo con malos ojos que hayáis traído a vuestra guardia. Es lo más seguro sin duda, pero no me siento cómodo con todos ellos en esta sala. Creo que con unos pocos será suficiente, ¿no creéis?
Thyra y Hana se miraron, tras lo que asintieron mutuamente.
-Por supuesto, no hay inconveniente –respondió la arcángel, dirigiéndose posteriormente a los Pacificadores-. El grupo uno y el grupo dos se quedarán aquí. Que el tres y el cuatro se queden fuera y hagan guardia en la puerta –ordenó.

Haciendo caso a la arcángel, los grupos liderados por Alex y Tathya se sentaron en la mesa junto con su dos protegidas. Una vez todos estuvieron en su sitio, el duque dio comienzo a la reunión.
-Supongo que sobran las presentaciones. Vosotras sabéis quién soy yo y yo sé quienes sois vosotras. Así pues, comencemos con el asunto a tratar –tras una pequeña pausa, durante la cual examinó a todos los presentes, Marinus I continuó-. Desde hace años, en mi territorio, se ha tratado a los demonios como esclavos. Jamás hemos dudado de que nuestro trato sea inmoral, pues seguimos las enseñanzas de la Biblia, en la que se relata cómo ellos intentaron destruirnos. Habiendo sido así, no veo por qué motivo nosotros tenemos que mostrar simpatía hacia ellos. Es lo justo.

Reima observó cómo sus guardas les observaban casi sin parpadear. Tensos, como si no se fiasen de ellos.
-No obstante –continuó Marinus I-, he visto que últimamente eso ha cambiado en Roma y que tanto el papa como el emperador han accedido a acabar con la esclavitud y comenzar un tratado de paz. Y todo ello por vuestra propuesta. Por tanto, es lógico que eso haya llamado mi atención –sonrió el duque-. Dicho esto, estoy dispuesto, en mi benevolencia y misericordia, a perdonar a los crueles y despiadados demonios y retirar poco a poco la esclavitud de mis dominios. Pero si lo hago, me gustaría saber qué podría obtener con ello. Pues no creo que el emperador haya accedido sin darle algo a cambio, ¿me equivoco?

La visión de Marinus I era simple: “Tengo derecho a esclavizarlos. Y si dejo de hacerlo, quiero algo de igual valor”. Convencerle no iba a ser un atarea sencilla, o al menos asó lo veía Reima.
-Sí me permite, ¿qué trabajos suelen realizar los demonios esclavizados? –preguntó Hana.
-De todo un poco. Tareas del hogar, agricultura, ganadería, entretenimiento... Actualmente no se desarrolla ningún conflicto, pero también han sido utilizados como vanguardia en guerras.
-¿Y cree que lo que hacen, no podrían hacerlo sin ser esclavos?
-Por supuesto. Pero lo harían para ellos mismos, no para los humanos. Es más, al verse libres, atacarían a los humanos.
-Es decir, que piensa que los demonios no quieren relacionarse con los humanos y que tan sólo buscan matarlos. Por lo que si fuesen libres, recuperarían sus fuerzas y su ducado se vería en peligro.
-¿A dónde quieres ir a parar? –Marinus I levantó la ceja, confuso.
-Lo primero, decir que, si los demonios fuesen por naturaleza como dice, yo misma habría atacado nada más atravesar la puerta...
-¡Jajaja! –rió el duque, interrumpiendo a Hana-. No es por ofender, pero tengo esta sala rodeada de mis mejores soldados. No crea que no voy preparado. Si intentases algo, os reducirían en segundos.
-¿Usted cree? –preguntó Hana, y chasqueó los dedos.

En eses instante, se produjo el silencio en la sala. Fueron muchos los que miraron a Hana, esperando algún suceso extraño. Fue entonces cuando se escucharon los quejidos de los guardas dispuestos en aquella sala.

El espadachín japonés, que había estado observándolos, fue de los primeros en entender lo que ocurría. Y es que, al ver a la demonio chasquear los dedos, la primera reacción de los soldados había sido la de llevar la mano hacia sus armas y dar un paso adelante, encontrándose con el hecho de que moverse les resultaba imposible. Una fuerza invisible los mantenía atados.

Al darse cuenta, Marinus miró a derecha e izquierda, entre sorprendido y asustado. Al igual que Leonardo, quien había estado durante toda la conversación en pie, detrás del duque.
-¡¿Qué es lo que has hecho?! –exclamó Marinus.
-Sólo utilizar una pequeña parte de mi poder para inmovilizar a sus guardias. Como ve, no me ha resultado muy difícil –dijo la demonio, relajada y sin bajar el brazo con el que había chasqueado los dedos-. No obstante –instantes después, volvió a realizar el mismo gesto, liberándolos -, no busco el conflicto, pese a ser demonio –sentenció con un ligero tono sarcástico.
-¡Dime por qué no debería echaros ahora mismo de mis dominios! –exclamó enfurecido el duque.
-Me ha preguntado qué podría obtener a cambio de unirse al tratado de paz, y yo le acabo de demostrar el poder que tiene un demonio. Imagínese si dicho poder se combinase con las herramientas que tiene actualmente el ser humano. La respuesta es obvia: desarrollo. Con el poder de los demonios, las cosechas se conseguirían mucho más rápido y el ganado estaría mucho más protegido. El transporte sería mucho más fácil y podría llegar mucho más lejos, lo que mejoraría el comercio. Por no hablar de lo sencilla que sería la construcción, creándose casas más seguras, caminos más viables y un sinfín de instrumentos que podrían facilitar su vida y la de sus ciudadanos. Y tan sólo estoy hablando de lo que podría ser una pequeña parte... –Hana dibujaba pequeños círculos en el aire con el dedo índice mientras hablaba, haciendo énfasis en sus argumentos. Por su expresión al hablar, Reima podía notar la emoción y convencimiento que ponía en sus palabras- Todo ello, sería posible si los demonios recuperasen su fuerza y vitalidad. Algo que la esclavitud les ha arrebatado. Si sigue como hasta ahora, con demonios debilitados y furiosos, no sólo no habrá progreso, sino que seguirá acumulando más y más rencor, hasta que lleguen a un punto en el que la posibilidad de entablar la paz no exista, y que los demonios que actualmente son libres, os ataquen.
-Podremos contra ellos –dijo el duque, con arrogancia.
-No lo dudo. Pero a costa de cuantas vidas.
-...
-Usted decide: progreso o decadencia.

La demonio fue clara al “ofrecerle” una decisión al mandatario, quien no supo que responder de inmediato. En vista de ello, Thyra optó por tomar la palabra.
-Le pido que tenga en cuenta que al aceptar unirse al tratado de paz, no sólo se une a los demonios, sino también a aquellas regiones que lo apoyan, así como a aquellos ángeles que se encuentra de su lado. Bajo mi protección y la de otro de los arcángeles, su ducado encontrará seguridad. Y mediante su relación con Roma, encontrará aliados. Creo que gana más de lo que pierde, duque.

Al rato, Hana y Thyra salieron de la sala junto con los grupos 1 y 2 de los Pacificadores, uniéndose así a los que esperaban fuera. Marinus I, incapaz de tomar una decisión, había pedido que se le diesen unos días para meditar su respuesta, ofreciendo aposentos a sus invitados mientras tanto.

-Eso ha sido arriesgado, ¿no crees? –le comentó Reima a la demonio.
-Lo sé, pero, por experiencia, también sé que con este tipo de personas hay que ser agresiva, de lo contrario serán ellos quienes dominen la conversación.
-¿Y crees que ha funcionado? –continuó el joven.
-Habrá que esperar –sentenció Thyra.

De esta forma, tanto el ángel como la demonio, así como su guardia personal, se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Si bien era cierto que no se esperaba la presencia de los Pacificadores, al tratarse de un gran castillo no existía ningún problema con el número de camas. Eso sí, al contrario que en los aposentos de Roma, la repartición no se haría por grupos, tocándole en la misma habitación únicamente con Alex.
-Parece que nos ha tocado en un dormitorio de dos camas –sonrió el capitán de escuadrón mientras desataba el cinto donde descansaba su arma y lo dejaba encima de uno de los lechos, sentándose él también.
-Así podré aprovechar que estamos solos para pedirte algo que llevo queriendo desde la primera vez que nos enfrentamos –declaró Reima.
-Una revancha, ¿eh? Puede que otro día. No tengo muchas ganas ahora.
-Vamos, mi hombro está recuperado. Seguro que podré darte un mejor combate que la última vez.
Alex lo miró con su ojo sano, todavía con una sonrisa en la cara.
-Lo siento. Mejor en otra ocasión.
-De acuerdo. Como quieras –el espadachín japonés se encogió de hombros y también se sentó.
-En vez de eso, podríamos aprovechar para conocernos mejor –propuso Alex.
-Me parece bien. ¿Te importa si empiezo yo?
El hombre de pelo plateado realizó un gesto con su mano, dejándole tomar la iniciativa.
-¿Cómo es que eres tan fuerte?
-¡Jaja! Veo que estás más interesado en mi capacidad de combate que en mí mismo. Aunque, realmente, una cosa tiene que ver un poco con la otra. Verás, yo nací en una aldea guerrera, al norte de aquí. A los cinco años te daban un cuchillo y te enseñaban a cazar pequeños animales y practicar combate contra miembros de la misma tribu. Y a los diez, te incluían en las filas que enviaban a combatir para conquistar otras aldeas. Así que, en parte podrías decir que llevo entrenando mente y cuerpo desde muy pequeño.
-Diez años. Y yo que pensaba que había empezado mi aprendizaje demasiado joven. ¿No estoy seguro de que sea eficiente enviar niños a una batalla?
-No había muchas opciones. Mi región es conocida por el frío y la nieve. Para sobrevivir tienes que buscar alimento, y cuando ese alimento lo encuentras en el territorio de otro, el más fuerte se queda con él. Así pues quien conquistase al resto de aldeas optaría a un mayor territorio donde cazar.
-Ya veo. Deduzco que si estás aquí todo salió bien.
-En realidad, no. Fui el único superviviente de los que enviaron, perdiendo mi ojo en el proceso –dijo, señalando su ojo derecho cubierto por el parche-. Pero aquello no fue lo peor de todo. Otra aldea vecina aprovechó nuestra salida para atacar a mi gente. Todos fueron masacrados, incluida mi familia. Así que, herido y sin poder volver a mi hogar, puse rumbo hacia ninguna parte, sólo pensando en sobrevivir. Y eso sí puedo decirte que, hasta la fecha, lo he conseguido –rió ante un chiste que sólo comprendía él mismo-. Desde aquel día, he conocido a muchas personas. A algunas las he asesinado, de otras he aprendido técnicas y he pulido mis habilidades, y luego están aquéllas de las que he aprendido a buscar otros objetivos en mi vida.
-Y de esos objetivos, ¿cuál fue el que te llevó a estar aquí?
-Diría que son varios, pero si he de poner uno por encima del resto, ese sería “entender a los demonios”.
-¿Entenderlos?
-Así es. Durante mi viaje, conocí a una familia de ellos. Eran diferentes a mí y, sin embargo, su manera de actuar no. Igual de “humanos” que nosotros, se podría decir. En ese momento pensé que debía conocerlos mejor, entender qué les hacía diferentes. Por supuesto, hablo de algo más que de los rasgos físicos.
-¿Y no pudiste hacerlo entonces?
-No. Nos separamos tras ayudarles a huir de sus perseguidores. A día de hoy me pregunto que habrá sido de ellos.
-Es curioso. Para proceder de una aldea guerrera. Pareces bastante pacífico.
-Para bien o para mal, la vida te enseña muchas cosas. Supongo que aquellos con los que me crucé en mi camino cambiaron mi forma de pensar.

De repente, Alex recordó algo.
-¿No te pedí que me enseñases el movimiento de pies que utilizaste durante nuestro combate?
-Ah... Es cierto –el espadachín, concentrado como estaba en la historia de su compañero, lo había olvidado. Ahora que se lo había recordado, quizás pudiese tomar ventaja de ello- Entonces no podrás negarte a un combate contra mí.
-Cómo te aprovechas. No te preocupes. Te aseguro que tendrás tu combate. –rió Alex- Bueno, ahora es tu turno...

-Debió de ser una persona muy sabia –concluyó el hombre al escuchar una versión resumida de la historia de Reima.
-Lo fue. A veces todavía me pregunto por qué decidió enseñarme.
-¿No está claro? Porque vio futuro en ti.
-Futuro, ¿eh? –el joven se mostró dubitativo-. Hace varios días, alguien me dijo que había perdido mi objetivo. Quizás el futuro no esté tan claro como lo veía él.
-El futuro siempre puede ser cambiado, Reima. Fíjate en mí. Cuando era joven sólo pensaba en sobrevivir, pero ahora es diferente. Intento aprender más de los que me rodean.
-¿Es por eso por lo que me has propuesto conocernos mejor?
-En parte sí –declaró el hombre mientras se levantaba de la cama- Por otro lado, necesito saber más sobre mi escuadrón si quiero liderarlo como es debido –dicho esto, abrió la puerta de la habitación.
-¿Adónde vas? –preguntó Reima.
-A echar un vistazo por la zona. Además, me vendrá bien estirar las piernas.

Poco tiempo pasó hasta que el chico decidiese hacer lo mismo. Se aburría allí solo y tampoco le gustaba estar encerrado mucho tiempo en el mismo sitio.

En un principio se le ocurrió visitar la habitación de Cain y Abel, pero no sabía cual era, y prefería no arriesgarse a tocar en la equivocada.

Así pues, caminó sin rumbo fijo por los extensos pasillos del castillo, buscando alguna salida al exterior o al menos, algún balcón desde el que poder tomar un poco el aire.

Fue entonces cuando se encontró de frente con Hana, quien se detuvo de golpe al darse cuenta de su presencia.
-¡Oh! ¡Reima! ¿Qué haces aquí? –preguntó, curiosa.
-Nada en especial, tan sólo quería despejarme un poco. Me gustaría encontrar algún sitio donde tomar el aire, pero tanto pasillo está logrando que me pierda.
-Sí, te comprendo. Deberían poner indicaciones en castillos tan grandes como éste –contestó.

Al bajar la mirada, el joven se dio cuenta de que Hana llevaba un par de toallas en los brazos.
-Ah, ¿esto? –preguntó ella siguiendo la dirección de sus ojos-. Estaba pensando en tomarme un baño –de repente, pareció tener una idea- ¡Ya sé! ¡¿Y si te vienes conmigo?! Seguro que un buen baño te despeja más –propuso, con expresión maliciosa.
-No estoy tan seguro de ello...
-Tranquilo, era una broma. En fin, si buscas un balcón, sigue recto por este pasillo y gira a la derecha. Cuando lleves unos pocos pasos, verás una entrada a la izquierda. He pasado antes por ahí y he visto unas escaleras. Probablemente lleven al exterior.
-Gracias.
-No hay de qué.

Dicho esto, continuó su camino hacia los baños.
-Ah... –la interrumpió Reima-. Quería preguntarte si hablaste al final con Behemoth.
-Ah, sí... –su cambio de expresión provocó una sensación de arrepentimiento en el chico por haber sacado el tema-. Insistió en que todo había sido idea suya, aunque, por la tensión de su cuerpo y la manera de reaccionar, me hace pensar que mintió o, al menos, que no dijo toda la verdad.
-¿Quieres decir que Levi tenía razón?
-Las probabilidades de que alguien le haya influenciado y de que ese alguien vuelva a actuar son bastante altas, sí. Debemos estar alerta.
-En ese caso, me temo que no voy a poder dejar que vayas sola al baño.
Hana se sobresaltó un poco, agarrando con fuerza las toallas.
-Ah... ya te he dicho que era una broma.
-Tranquila. Me quedaré fuera haciendo guardia.
-En cualquier caso, te preocupas demasiado. –sonrió la demonio.

En ese momento, se escuchó la voz de alguien, lo que provocó que Reima desenvainase su espada y alzase su brazo izquierdo para proteger a Hana, quien también se mantuvo en guardia.
-No te separes de mí. Voy a ver de qué se trata –sugirió el espadachín.
-De acuerdo.

Siguiendo el sonido, que cada vez se iba discerniendo mejor, llegaron hasta las escaleras de las que había hablado la demonio.

En ese punto, Reima podía decir que el origen de la voz era un hombre discutiendo sobre algo. Si lo hacía con alguien o consigo mismo estaba por ver, ya que no escuchaba a nadie más.

Una vez arriba, observaron una puerta abierta que daba a un balcón rectangular cercado por una barandilla de piedra.

Sentada sobre ella, se encontraba una chica, que reconocieron como Tathya, la líder del primer grupo, quien mantenía los ojos cerrados mientras oía a un joven apuesto, de pelo corto y claro, y ojos azules, además de alto, al que Reima conocía por el nombre de Julius.

Junto a los dos se encontraba también Sarhin. Ambos pertenecían al escuadrón de Tathya.

-¡...es por eso por lo que creo que no merecen la libertad! –sentenció Julius con convicción.
Debido a que había cogido la discusión a mitad, no podían asegurarlo, pero, dadas las circunstancias, el tema de conversación debía de ser los demonios. Probablemente, Julius opinase que los demonios no merecían ser libres por los crímenes que habían cometido en el pasado.
-¿Quieres decir entonces que incluso aquellos demonios que no han hecho nada, tampoco merecen ser libres? –preguntó Sarhin, hablando por fin.
-Es posible que no merezcan ser esclavos –prosiguió Julius, más calmado-, pero nada asegura que no tomarán las armas y atacarán de nuevo a la humanidad si no los mantenemos controlados.
-¿Qué sugieres entonces? –preguntó su compañero, frunciendo el ceño y cruzando los brazos.
-Que se les mantenga en libertad controlada, con límites y bajo vigilancia.
-No son animales, Julius.
-No sería lo mismo. Vivirían como humanos pero con reglas más estrictas.
Sarhin suspiró, negando con la cabeza.
-Sabía que algunos de vosotros pensarían así –susurró Hana justo detrás de Reima, su voz tan sólo audible para éste-. Que no todos apoyarían a los demonios tras conocer su historia.
-Dime, Julius –esta vez la que habló fue Tathya. Sarhin no era muy hablador, pero alguna vez había tomado parte en alguna conversación de grupo o había mostrado un mínimo interés por algo, al contrario de lo que pudiese aparentar por su aire de seriedad. Sin embargo, oír a la líder del primer grupo hablar fue algo inesperado para Reima, quien, desde que la conocía, apenas la había visto junto a otras personas que no fuesen Sarhin, con quien, al parecer, tenía algo en común-, ¿sabías que Sarhin y yo fuimos esclavos?
Este hecho sorprendió al chico de ojos azules. Por su mirada, podía sentir su respeto y admiración por ella.
-No...
-La esclavitud no sólo significa no tener libertad, sino que ni tu propio cuerpo te pertenece. Te roban la dignidad y la vida, y sienten cómo cada vez tienen más poder sobre ti, exigiéndote más y más conforme van ganando confianza en sí mismos –Tathya hizo un pequeño silencio, durante el cual abrió los ojos y los fijó en su compañero-. ¿Y sabías también quiénes fueron aquellos que nos esclavizaron? Los propios humanos. Nuestra propia especie. La libertad controlada de la que hablas no durará –tras esto, desvió la mirada hacia la puerta-. ¡¿No opináis igual?!

“Maldita sea, debí haber predicho que alguien como ella nos descubriría”, pensó Reima mientras Hana salía de su escondite ante la incredulidad de los presentes.
-¡Señorita Hana! ¡No sabía que estaba aquí! –exclamó Julius, saludando con una reverencia, una mano en el pecho y la otra junto a la cintura.
-Por favor, Julius, incorpórate –dijo la gobernante, tras lo que él obedeció-. Quiero que seas sincero, ¿de verdad piensas que los demonios no merecen la libertad?
Al principio, dudó en responder, pero la expresión de la demonio no indicaban enfado o decepción, sino decisión y esperanza. Ello le impulsó a ser sincero.
-Así es. No comprendo que, habiendo cometido tantos crímenes, se les dé otra oportunidad.
-En ese caso, yo te lo enseñaré. Tantas veces como necesites. Te mostraré por qué merecen ser libres tanto como el resto de seres vivos.

Ante su respuesta, Reima sonrió, admirando la fuerza de voluntad que ponía en sus convicciones...

Mientras tanto, Marinus I se hallaba sentado sobre un sillón de terciopelo marrón y reposabrazos dorado, situado en el interior de sus aposentos. Con la mejilla sobre una mano, pasaba las páginas de un libro con la otra sin realmente leerlo, pues estaba distraído debido a la conversación mantenida aquella misma mañana.

En ese momento, se escucharon unos pequeños golpes en la puerta, seguido de un “¿Puedo pasar, señor?”. Se trataba de Leonardo.
-Adelante –respondió el duque.

El sirviente vino con una bandeja plateada en sus manos, sobre ella, una copa con un líquido rojo.
-Gracias, Leonardo. Puedes retirarte.
-¿Le preocupa algo, señor? ¿Se trata de la conversación de esta mañana con las dos señoritas?
-¡¿Qué diablos se han creído?! ¡Tratarme a mí de esa forma! –exclamó mientras cerraba  el libro con un golpe seco y cogía la copa.
-Estoy de acuerdo, señor. Por muy ciertos que hayan podido ser sus argumentos, dirían que han sonado más como una amenaza que como una oferta.
-¡¿Verdad?! Sin embargo, tampoco puedo ignorar las ventajas de las que ha hablado. Si podemos acelerar el progreso de nuestras armas y herramientas, dispondremos de una supremacía que nos diferenciará de otros reinos y ducados. Además, mejorará nuestra relación con Roma. Por otro lado, no sé cómo reaccionará la gente al liberar a los demonios, y tampoco me fío de lo que harán ellos.
-Si me permite opinar, señor. Creo que vuestra gente lo entenderá siempre que le expliquéis las ventajas que obtendrán. Lo más difícil será la cooperación de los demonios que liberéis. Aunque, supongo que para ello podéis contar con la ayuda de las señoritas y del papa.
-Mm... En fin, ya pensaré en ello mañana. Gracias por tu consejo, Leonardo.
-Un placer como siempre, señor –contestó el sirviente, quien realizó una reverencia antes de marcharse.

En el interior de un bosque situado a las afueras del castillo, al sur del mismo, un grupo de demonios se había reunido.
-¿Habéis conseguido obtener información sobre la conversación con el duque? –preguntó uno de ellos. Todos llevaban una capa de color parecido al de los troncos de los árboles, para así camuflarse mejor. Las capuchas de sus vestimentas ocultaban los rasgos más visibles de su especie.
-No. Lo siento. Si hubiese sido sólo la guardia de Nápoles podríamos habernos infiltrado, pero esos “Pacificadores”, o como se llamen, son buenos.
-No pasa nada. Hubiese sido conveniente tener esa información, pero dudo mucho que afecte al plan. Continuaremos tal y como lo teníamos previsto. Nuestro objetivo: secuestrar a Hana.