lunes, 30 de enero de 2012

Cuidaré de nuestros recuerdos

Llevamos tanto tiempo juntos y, a pesar de ello, todavía recuerdo el día en el que nos conocimos. Recuerdo que en ese momento estaba llorando. Mi padre había muerto por una puñalada propiciada por un drogadicto. El cuchillo se hundió sin resistencia en su corazón, asesinándolo en el acto. Mi madre dijo que lo hizo con el fin de defenderla a ella:
“No debió interponerse”, murmuraba tristemente mientras sollozaba.
Recuerdo que aquel día, una persona se me acercó, era un chico de pelo negro, ojos verdes los cuales me miraban comprensivos. Nunca lo había visto, no sabía siquiera por qué estaba allí, sin embargo, supe la importancia que tendría aquella persona para mí. Él me abrazó, calmadamente, como si pretendiera que toda aquella tristeza que ocupaba mi corazón fuera exhalada al exterior. Así fue como nos enamoramos…

El tiempo pasó muy rápido para mí, siempre que estaba cerca de él me sentía muy feliz, totalmente envuelta en recuerdos que conservaría: paseos por el centro de la ciudad, visitas a la playa, lloros al ver una película, sentir su cabeza recostada sobre mis piernas mientras observaba su rostro durmiente, apacible…mi primera vez… Todo era maravilloso, y pensé que duraría para siempre, pero sé muy bien que la vida no es nada justa.
Era un día frío, muy frío, yo me acurrucaba en él para sentir su calor, eso me reconfortaba. Entonces, sin percatarnos, apareció un hombre escondiéndose entre las sombras de la noche. Su cabeza, oculta tras la capucha de su chaqueta, mostraba unos ojos brillantes como los de una fiera en plena caza. Asustada, le abracé fuertemente, sin embargo, él no pareció inmutarse, más bien es como si hubiera esperado esto. Tranquilizándome con una sonrisa en su rostro, se alejó de mí y se encaró con aquel encapuchado. Fue demasiado rápido, tan rápido como se me había hecho el tiempo que pasamos juntos, aquel encapuchado se impulsó con el pie derecho hacia él, y, a una velocidad impresionante, le golpeó en la cabeza, lanzándolo hacia el suelo y dejándolo inconsciente. Acto seguido, con las manos introducidas en sus bolsillos y marcha pausada, pasó por mi lado:
-Es el destino de ciertas personas el nunca ser felices-dijo mientras se alejaba. Yo no pude hacer otra cosa más que quedarme de pie en aquel lugar…

Pasaron los días durante los cuales él no despertaba. Sentía mucho miedo, miedo a perderlo a él también, perder a aquella persona que me importaba tantísimo. Entonces, un día despertó, pero, lejos de ser algo positivo, lo que ocurrió fue peor que si él hubiese muerto:
“¿Quién eres?”, fue la pregunta que hizo que todo mi ser se sumiera en lágrimas.
El médico me dijo que el golpe le había provocado serios trastornos psicológicos, de manera que, durante el resto de su vida, perdería la memoria en constantes ocasiones, cada día no recordaría nada del anterior.

Salimos del hospital; yo cogía su mano mientras él me observaba confuso, no me reconocía, no recordaba todos aquellos momentos que habíamos pasado juntos, todos aquellos instantes que me habían hecho tan feliz.
“No me importa”, pensé mientras gotas amargas caían sobre mis mejillas, “no importa que no tenga consigo esos recuerdos, no importa que no sepa sobre mí, y que, por más que le explicara de nuevo lo que significaba para mí, él no lo recordara. No me importa…”, giré mi cabeza hacía él, quien continuaba observándome de manera indiferente. Dibujando la mejor sonrisa que pude en mi rostro le dije:
-Yo…cuidaré de esos recuerdos felices que tuvimos…

Como dijo aquel hombre, es el destino de ciertas personas el nunca ser felices…

Historia de dos hermanos

Hace ya algún tiempo existían dos hermanos pertenecientes a una familia de médiums, un chico y una chica. En esta familia las mujeres estaban destinadas a vivir en soledad dentro de la mansión familiar acallando las voces de los espíritus de los difuntos.

Estos dos hermanos tenían una relación muy profunda, siempre se les veía juntos, yendo a todas partes, haciendo cualquier actividad. Sin embargo, al cumplir cierta edad llegó el momento de que la hermana cumpliera su cometido. Para ello, ambos, junto a su padre, tuvieron que asistir a una reunión que iban a realizarse en la propia mansión familiar. Y en ese momento, la vida de los dos hermanos cambió. La chica, que apenas superaba los diez años, había sido obligada a abandonar a su familia para quedarse en aquel oscuro lugar, lleno de fantasmas y espíritus que vagaban maldiciendo su propia existencia. Era un destino cruel pero la decisión ya estaba tomada. En cuanto se produjo este hecho, los dos hermanos, de edad cercana, fueron a abrazarse, a quienes estuvieran a su alrededor les habría sido imposible describir el amor que esos dos hermanos se transmitían, y, mientras esto sucedía, el hermano acercó sus labios al oído de su hermana y le susurró:
-No te preocupes, pase el tiempo que pase volveré aquí, volveré y conseguiré sacarte de este sitio. Por favor, espérame.
La niña asintió y entre lágrimas fue llevada por los jefes de la familia hacia el que sería su hogar: un lugar oscuro, solitario, algunos podrían haberlo definido como el propio infierno…
El niño observó como su hermana se perdía en la distancia, y, tras ver desparecida su figura, se dio la vuelta y fijó la vista hacia delante, dispuesto a cumplir la promesa que le había hecho a su hermana.

Pasó mucho tiempo, mucho tiempo hasta el varón de los hermanos pudo conseguir su objetivo. Utilizando medios legales, consiguió que se suprimieran ese tipo de confinamiento. Por fin…por fin podría ver a su hermana y sacarla de aquel lugar.
Abrió la puerta principal y entró en aquella mansión, la puerta hizo un sonido chirriante, estremecedor, el joven se sentía aterrorizado de lo que estaba viendo, sin embargo, no podía permitirse la retirada.
Continuando con sus ideales, se acercó a unas escaleras que subían al segundo piso. Conforme se internaba más en aquel sitio, mejor se escuchaban las voces de los cientos de espíritus que habitaban aquel lugar. De repente, creyó ver una sombra frente a él, se encontraba a cierta distancia pero aún así se podía distinguir la silueta de una mujer. Poco a poco, el joven fue acortando terreno hacia aquella sombra, la cual, lejos de tomar forma, seguía conservando su color oscuro.
Demasiado tarde se dio cuenta aquel joven de lo que sucedía. Aquello que se situaba frente a él no era otra figura que la de su hermana. En apariencia, los espíritus que habitaban la mansión habían tomado su cuerpo como recipiente y éste estaba siendo poseído, desvaneciéndose entre las sombras.
El chico cayó de rodilla al suelo y observó fijamente la escena. Lo que parecía la cabeza de su hermano realizó un ligero levantamiento, probablemente intentaba mirarle a los ojos. El joven la rodeó con sus brazos y la abrazó fuertemente.
-¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho?
-Me sentía tan sola que no pude evitar que me poseyeran…
Tras escuchar la frase de su hermana, miles de espíritus se arremolinaron alrededor del chico. Poco después, quedó la oscuridad para ambos…

Snow

“Nieva…”
Desde el escritorio de una pequeña habitación, Yure observaba las calles de su ciudad natal. Éstas estaban repletas de árboles de Navidad y otros referentes de la época: maniquíes con bufandas, muñecos de nieve…y uno de los más característicos, los copos de lluvia helada que caían y cubrían carreteras y aceras, dejando un precioso manto blanco sobre el suelo.
“Así que la Navidad se acerca…”
Esta fiesta, alegría y festejo para algunos, resultaba una mala época para Yure. Aquello no era más que una forma de hacer que recordara la muerte de la persona más importante para él. Por ello, prefería quedarse encerrado en la habitación del piso en el cual se ubicaba y donde no había ningún adorno u otro utensilio que delatara la llegada de dicha festividad.

Yure cerró la ventana y corrió las cortinas. Lo que menos necesitaba era seguir viendo aquella escena, no sabía ni siquiera por qué se había molestado en intentarlo.
Tras pensar esto decidió ver la televisión, no obstante, al encenderla, lo primero que se plantó frente a él fue un anuncio de juguetes, recordándole aún más la pesadilla de aquel día.
“¡Papá! ¡Oye papá yo también quiero uno!”, la voz de una niña retumbaba en su cabeza, taladrando su cerebro y desmoralizándole aún más.
Apagó el televisor y se acercó al cajón de una mesita cercana. De allí sacó un pequeño bote de pastillas, el cual se hallaba vacío.
“Mierda…ya no me quedan…”, pensó mientras mantenía su mano sobre la frente.
Acto seguido echó un vistazo hacia la ventana. Al parecer le tocaría tener que ir a comprar más. Esta vez dirigió la vista hacia la puerta de aquella habitación.
“No tengo otro remedio…”
Poniéndose una chaqueta que combinaba con su aspecto desaliñado y empobrecido se dispuso a salir a la calle.
“Sólo será  un momento…no creo que pase nada…”

Las imágenes de lo que ocurrió aquel día aparecían continuamente en su cerebro, imágenes que le mostraban a él junto a una niña, ambos cogidos de la mano y caminando sonrientes por las calles de la ciudad:
“- Papá, me has prometido que me ibas a comprar uno.
- De acuerdo, de acuerdo, lo haré.
- Bien porque como no lo hagas me enfadaré mucho-la niña sonreía a su padre y éste devolvía el gesto sabiendo que ese día sería una Navidad feliz como otra cualquiera, sin embargo, debido a la época invernal y que los suelos se hallaban cubiertos de nieve, uno de los coches que transitaban la carretera se salió de su ruta, dirigiéndose peligrosamente hacia padre e hija. El choque fue muy duro, consiguiendo sobrevivir el padre de milagro, no obstante, la hija no corrió la misma suerte…”

Yure abrió la puerta que daba a la salida del edificio. Comenzó a caminar por las calles en dirección a una farmacia cercana.
“Esto es un desastre…soy incapaz de levantar cabeza…maldita sea…”
De repente, mientras caminaba, observó de reojo algo que llamó su atención. En un principio continuó andando, sin embargo, no puedo evitar pararse en seco pocos pasos después.
Apostada en un rincón, se encontraba una niña. Sus ropajes estaban desgarrados, su pelo y cuerpo sucios y temblaba terriblemente a causa del frío. Probablemente nadie había caído en la cuenta de que se encontraba en ese sitio.
Yure la miró durante unos instantes y la niña a él. Los ojos de ella se encontraban vacíos, indiferentes, fríos. Era como si no hubiese conocido ningún tipo de sentimiento durante sus cortos años de vida. Sin embargo, Yure no era quien estaba en estado de enseñarle esos sentimientos. De hecho aquella situación le irritaba e incrementaba su dolor de cabeza, por lo que, egoístamente, decidió seguir su camino, pensando que ya se encargaría de la niña alguien cuya vida no hubiese sido arruinada…

No tardó demasiado tiempo en realizar el recado y dirigirse de nuevo a su casa, el suficiente, no obstante, para descubrir que era de los pocos que quedaban fuera de sus casas.
Llevado por la curiosidad y puesto que le pillaba de camino, volvió a mirar en el lugar donde se situaba aquella niña, descubriendo que ésta no se encontraba ahí.
“Probablemente habrá encontrado un hogar…mucho mejor para ella…”, pensó dispuesto a seguir la ruta hacia su casa, sin éxito, pues frente a él podía ver a la pequeña, quien llevaba unos cuantos cartones pretendiendo usarlos de manta. Acto seguido volvió al lugar en el cual había estado antes y se quedó allí, adoptando la misma posición que la primera vez, sólo que cubierta con aquellos cartones que acababa de traer.
La niña parecía mirar a la nada, y aquello irritaba demasiado a Yure.
“Nadie. Incluso siendo la época que es, nadie se ha molestado en mirarla…” o quizás, simplemente el resto de personas habían hecho como él, dejarlo estar y que otro se encargara de su cuidado.
Yure suspiró.
- Oye, pequeña. No deberías estar aquí, ¿hace mucho frío, sabes? Si continuas así te va a dar hipotermia o algo peor.
Ella no contestaba, no se movía. Sólo miraba al frente.
Yure suspiró de nuevo. Decidido y llevado por la situación, cogió a la niña y se la cargó al hombro. Ésta, por primera vez en todo este tiempo, se sorprendió de aquel hecho.
- Por el momento será mejor que te lleve a mi casa esta noche. Como mínimo no pasarás frío - comentó sabiendo que su casa tampoco era un campo de rosas.

No tardaron en llegar al hogar de Yure. Éste parecía si cabe más oscuro que cuando había salido de allí. Ambos entraron a la habitación en la que el dueño solía pasar la mayor parte de su tiempo libre, el lugar donde mejor se sentía, encerrado y sin contacto con aquello que le pudiera hacer recordar el pasado.
Hecho esto, Yure dejó a la niña con delicadeza sobre el suelo de la sala.
-Como puedes comprobar, no es lo mejor de lo mejor, pero es preferible a estar en la calle, ¿no crees?
La niña curioseó su alrededor, observando cada detalle como si fuese la primera vez que veía una casa.
De repente su estómago rugió con fuerza. La pequeña calló de rodillas al suelo.
“Debe estar realmente hambrienta, me pregunto lo débil que se encontrará”
-Tranquila, te daré algo de comer.
Yure se dirigió a la cocina seguido de aquella niña.
-No hace falta que me sigas. Quédate allí que ya te lo traeré yo.
Ella negó efusivamente.
-Bien, de acuerdo. Entonces siéntate en una silla y mira cómo cocino.
La niña hizo caso de la petición del chico y se sentó en una que había cerca.

Tras un espacio de tiempo relativamente corto Yure terminó con sus quehaceres y presentó delante de la niña un buen plato de comida. Ella lo miró con ojos brillantes y sin esperar a nada se puso a devorarlo con avidez.
Después de esto ambos volvieron a aquella habitación. El chico se tomó la pastilla y encendió la televisión. Aquella niña se sentó a su lado.
De nuevo un anuncio en el que se observaban referentes navideños. Yure realizó un pequeño chasquido con la lengua mostrando su disconformidad y se dispuso a cambiar de canal, sin embargo, se fijó en que la pequeña miraba con suma atención lo que aparecía en la pantalla.
Incómodo, aunque complaciente, Yure decidió dejarlo estar.
- Por cierto, será mejor que te pongas algo de ropa nueva, no creo que sea bueno para ti vestir eso - indicó señalando la vestimenta de la niña, quien aparentaba estar confusa.
Yure salió de la habitación y al poco rato volvió con un pijama de talla cercana a la de ella. Era algo que todavía conservaba de su hija…
-¿Puedes vestirte por ti misma o tengo que ayudarte? - preguntó.
Ella lo intentó, sin embargo no parecía estar muy acostumbrada a hacerlo.
-Será mejor que te ayude. Aunque ahora que lo pienso, también deberías darte un baño…

Después de un rato, Yure ya había preparado sendas camas para cada uno.
-Aquí están las mantas y todo lo que necesitas. Si quieres algo más sólo tienes que pedírmelo. Buenas noches, pequeña.
Dicho esto Yure entró en su cama y se dispuso a dormir, por el contrario, un bulto que entró repentinamente en el lecho impidió que pudiera conciliar el sueño. Al dirigir su mirada hacia ese bulto descubrió que se trataba de ella,  quien, acurrucada en su espalda, lo utilizaba como almohada.
Yure se extrañó en un principio pero dejó que se quedará y la cubrió bien con la manta, procurando que se mantuviese caliente.
Yure despertó. Tenía la vaga sensación de que todo había sido un sueño y nadie excepto él se encontraba en aquella casa. Su teoría pareció confirmarse cuando comprobó que ella no estaba sujeta a su espalda.
Se levantó rápidamente y miró a su alrededor. La cama que había preparado para la niña seguía allí, ¿acaso se había marchado?
Con esta idea en mente, Yure caminó hasta la cocina, y cual fue su sorpresa al encontrársela intentando hacer el desayuno, imitando el arte culinario que pudo observar de él la noche anterior.
- ¡Espera! ¡Te vas a quemar! - exclamó el chico corriendo hasta ella y evitando por los pelos que la pobre acabara incendiada como un árbol.
- No debes hacer estas cosas. Podrías hacerte mucho daño - sin darse cuenta, Yure estaba actuando como un padre, procurando por la salud de aquella niña.
En ese momento escuchó algo que llamó mucho su atención. La pequeña a la que estaba sujetando reía ante la situación que acababa de ocurrir. Inocentemente, se tomaba aquello como un juego. Esta reacción por su parte causó que comenzaran a brotar lágrimas a partir de los ojos del chico y que, estallando en terribles sollozos, Yure la abrazara con todas sus fuerzas. Ella, después de la primera sorpresa, devolvió aquel abrazo…
Tras un tiempo, llegó el día 25. Los dos caminaban cerca de algunas tiendas. Pese a la festividad, varías de ellas se mantenían abiertas hasta cierta hora. Yure tenía en mente comprar un regalo para ella. Fue entonces cuando observó el que hubo querido su hija antes de morir.
Se plantó frente a él. Su cabeza todavía tenía grabadas las imágenes del accidente, de hecho tanto lo estaban que creyó que se trataba de una de ellas el hecho de que en el escaparate de la tienda se reflejara un coche yendo hacia donde se encontraban los dos. Reaccionando a destiempo, Yure se dio cuenta de que era uno de verdad en el momento en que estaba a punto de alcanzarlos. En ese instante el chico pensó:
“¡No, otra vez no! ¡No quiero que vuelva a suceder!” y, haciendo caso a un acto reflejo, empujó a la niña fuera del alcance del coche, con lo que éste le golpeó a él únicamente, tiñéndose su vista de color negro.
En el momento en que abrió los ojos se encontraba en un mundo rodeado completamente de nieve. No podía verse nada más.
Ante él apareció una niña pequeña y sonriente. Era su hija.
- Papá, no deberías estar aquí. Tú aún tienes algo por lo que vivir. Alguien a quien cuidar. Por favor, olvídame, olvida aquel día y vuelve a ser feliz - Yure sollozaba - . Hazlo por mí y por la niña de la que estás cuidando.
- Yo…te quiero… - dijo el chico antes de que todo se tornara oscuro de nuevo.
Cuando su vista volvió, estaba acostado en el suelo. Una niña situada a su lado parecía estar terriblemente preocupada por su estado, pues se aferraba fuertemente a sus ropas implorando que despertara.
-Por favor, papá…
Yure se levantó. Milagrosamente se encontraba ileso, quizás aún no había llegado su hora…
Aquella niña, al verlo de vuelta, lo abrazó fuertemente. Yure se limitó a acariciar su cabello e intentar tranquilizarla. El hecho de que le hubiese llamado papá le había dado fuerzas…
- No te preocupes. Ya estoy de vuelta…
Tras una pequeña estancia en el hospital, durante la cual le hicieron algunas pruebas para comprobar su estado, Yure salió de allí con la niña a su lado.
- Al final no he podido comprarte un regalo de Navidad - se quejó el chico.
Sin embargo ella negó con la cabeza.
- Muchas gracias por el regalo, papá - respondió cogiendo su mano.
El chico sonrió.
- Ahora que lo pienso, todavía no tienes un nombre, ¿cierto? He pensado en uno que sería perfecto para ti: Snow…
El regalo de una nueva vida comenzaba para ambos.

domingo, 29 de enero de 2012

Por qué luchar...

El hombre caminaba hacia un bosque que había cerca de la ciudad. Llevaba un ramo de flores con él, flores rojas...
Detrás de él iban dos niños pequeños, preguntándose cómo sería el lugar al que iban.
- Es un lugar muy especial – les dijo. Ellos sonrieron al escuchar tal respuesta.

Tras llegar al bosque, encontraron un pequeño claro al poco tiempo de internarse en él. Allí se podía observar un majestuoso espectáculo de flores silvestres, un lugar perfecto para descansar un poco después de la caminata.

Los tres se situaron justo en medio de aquel claro. El hombre cerró los ojos y respiró profundamente. La cálida brisa del atardecer adormecía su cuerpo. Se sentía tan bien...
- Oye, papá – de repente uno de los niños le habló.
- ¿Sí?
- ¿Por qué no nos cuentas una historia?
- ¿Una historia?
- ¡Sí! Cuéntanos una historia que conozcas.
- Mmm...se me ocurre una.
- ¿Sí? ¿De qué trata?
- Trata sobre una persona que nunca se rindió...una persona que luchó por ayudar a todo aquel que lo necesitaba...
- ¿Una persona que nunca se rindió?
- Sí, la historia de alguien increíble...

Un chico caminaba por la ciudad con las manos en los bolsillos. No buscaba un lugar en especial al que ir, simplemente quería relajarse y pensar.
Aquel chico llevaba un moratón en el ojo derecho, probablemente debido a alguna pelea, sin embargo no parecía importarle mucho lo que pensara la gente que pasaba a su lado y lo miraba como si fuese un espécimen.

Sin vigilar hacia donde lo dirigían sus propios pasos, el chico se terminó internando en un bosque que había cerca de la zona. Nunca había estado allí así que no tardó en darse cuenta de que acababa de perderse.
- Mierda...me pregunto cómo me las arreglaré para volver a casa ahora...

Continuando hacia delante, el chico llegó a un lugar donde los árboles permitían que la luz del Sol atravesara sus hojas, dejando ver un pequeño claro.
En un principio el chico no percibió nada que llamase su atención hasta que pudo distinguir la figura de alguien conocido en el centro.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó el chico.
La otra persona giró lentamente su cabeza hasta que sus ojos tomaron contacto con los de él. Tras esto se levantó y se quitó la suciedad de sus ropas. Se trataba de una chica de pelo castaño y que llevaba una pequeña flor encima de la cabeza, la cual actuaba de adorno.
- Me gusta este lugar, siempre vengo aquí cuando me siento mal. Enseguida mejora mi ánimo. ¿Y tú?
El chico desvió la mirada, avergonzado.
- M-me he perdido.
Ella sonrió.
- Jajaja...
- ¡N-no te rías!
- Nunca has tenido buen sentido de la orientación, ¿verdad?
De repente, la chica se fijó en su ojo.
- ¡Ah! ¡¿Qué diablos ha pasado?! – sin ningún reparo se acercó a él y le acarició la mejilla. Parecía preocupada.
- N-no es nada – respondió el joven apartando la mano de ella.
- ¡¿Cómo puedes decir que no es nada?! Volvamos a casa, te curaré eso.
- En serio...no es nada...
- ¡¿Qué te acabo de decir?!
- D-de acuerdo...
Sin más quejas, el chico la siguió para que lo llevara fuera del bosque y volviesen a su hogar.

Al cabo de un rato llegaron hasta una pequeña casucha en la que vivían los dos. Huérfanos desde hacía varios años, ambos se las habían apañado para sobrevivir desde entonces.
- Oh, vaya, parece que la luz ha sido cortada de nuevo. Supongo que tendré que hacer horas extras para poder pagar los recibos...
- Podrías dejarme trabajar y así podría ayudarte a pagar los gastos de la casa...
- ¿Estás de broma? No pienso dejar que mi hermano haga este tipo de cosas. Tú debes estudiar y así llegar más lejos que nadie.
- Estudiar no es lo mío...además odio a esa gente...todos se burlan de mí por cómo vivimos.
- A palabras necias, oídos sordos. No debes dejar que esas cosas hagan que te sientas  mal.
La chica buscaba algo dentro de un armario de madera roído.
- Mmm...quizás debería de comprar un nuevo armario también...pero entonces deberíamos recortar gastos por otro sitio...
- ¿Lo ves? Deberías dejarme trabajar, te lo he dicho...
- Y yo te he dicho que no permitiré que lo hagas. ¡Ah! ¡Aquí está el botiquín! ¡Oh! Quizás debería comprar algunos medicamentos también...eso es más importante...
El chico suspiró.

- Has vuelto a pelearte con tus compañeros de instituto, ¿verdad? – preguntó la joven mientras pasaba un algodón por la zona amoratada.
- ¡Ay! – se quejó el chico.
- L-lo siento...
- No importa...y te agradecería que los dejaras de llamar compañeros. Gente como ella no la puedo considerar así...
- Sabes que peleando no solucionas nada.
- Sí...pero hablar con ellos no sirve...además...si me hubiesen insultado a mí habría pasado, pero no pude permitir que te insultaran a ti...
- Pese a ello sigo diciendo que no deberías pelear. Un día podrías acabar en el hospital...
- Tranquila son tan débiles que dudo que lo consigan. Esto sólo fue un golpe de suerte – él intentó hacerse el valiente.
- No suenas muy convincente...
- ¡Lo digo en serio!
- Ya, ya, pero estate quieto.
- ¡Ay!
- ¿Lo ves?

- Ah, desde luego. ¿Por qué diablos tiene que ser así?
El chico caminaba por la calle de nuevo mientras recordaba las palabras de su hermana.
- ...si pudiese ayudar con los gastos todo sería mejor...
- Quizás pueda ayudarte.
Sorprendido por la repentina voz que acababa de hablarle, el chico giró su cabeza hasta dar con una persona sentada sobre un banco. Éste llevaba una boina en la cabeza y lo observaba con ojos astutos.
- ¿A qué te refieres?
- Si quieres trabajo puedo dártelo.
- ...lo siento pero no te conozco así que prefiero pasar...
- ¿No quieres ayudar a tu hermana?
El chico se paró de repente.
- ¿Cómo es que...?
- No soy el único en la ciudad que conoce vuestra situación...
- ...
- Puedo darte trabajo si es lo que deseas. No es nada raro. Sólo tienes que transportar un par de cosas hasta cierto lugar.
El chico no parecía muy convencido por la propuesta, sin embargo, necesitaba el dinero...
“Bueno, supongo que por una vez no creo que pase nada. Será mejor que no se lo diga a ella.”
- Bien, dime donde tengo que ir...

Era de noche, sin que su hermana se diese cuenta, el joven dejó la casa haciendo el mínimo ruido posible. En el lugar que había acordado con el chico de la boina había dos maletines y una nota. En ella se hallaba escrito el sitio al que tenía que llevar dichos maletines. Además de ello había un fajo de billetes: el pago por sus servicios...

Cogiendo los dos maletines, se dirigió hacia una pequeña casa en las afueras de la ciudad. Esta era una diez veces más grande que la suya, cosa que le impresionó muchísimo teniendo en cuenta el estado de su propio hogar. En cualquier caso, debía finalizar el trabajo y salir de allí.

Sin más preámbulos, tocó el timbre de aquella gran casa. La puerta principal se abrió como por arte de magia, seguramente debido a algún tipo de tecnología. Todo aquello le parecía tan...moderno...
Atravesó el jardín y llegó hasta la entrada, donde lo recibió un mayordomo.
- ¿Eres tú quien viene a traernos la mercancía? – preguntó amablemente el hombre.
- Sí – el chico enseñó los maletines -, aquí tien...
Sin esperar a que terminara la frase el mayordomo cogió al chico y, aplicándole una llave de defensa personal, lo dejó tumbado en el suelo.
- ¿Qué? ¿Qué diablos significa esto?
- Soy policía, quedas detenido por contrabando de drogas.
- ¿De qué diablos estás hablando?
- ¿Por qué no lo compruebas tú mismo?
Dos policías más, saliendo desde detrás del mayordomo que acababa de tumbarlo, cogieron los maletines, dejados en el suelo tras el agarre, y los abrieron, mostrando numerosos saquitos llenos de algún tipo de polvo color verdoso.
- Te llevaremos a comisaría y allí te interrogaremos.

A la mañana siguiente el chico se encontraba entre rejas. Sentado en el suelo mientras esperaba la sentencia policial.
- ¡Eh! ¡Chico! Tienes visita.
Levantando la cabeza pudo ver la figura de su hermana al otro lado de los barrotes.
- Me he enterado de lo ocurrido. ¿Por qué hiciste algo así?
- ¡¿Acaso no es obvio?! No podía dejar que cargaras con todo tú sola...quería conseguir trabajo, algo de dinero con lo que poder ayudar. Ya que no querías que lo hiciese pensé en guardarlo en secreto y este terminó siendo el resultado. Parece que ese chico de la boina no era más que un contrabandista, y a mí me pillaron en medio de la redada. No me creen cuando les digo que fue un error...
- Te dije que no lo hicieses...
- ¿Pretendías que me quedara quieto sin hacer nada? Me da igual lo que me digas, no pienso aceptar algo así. ¿Por qué diablos tienes que ser tan cabezota?
- Escúchame. Hay veces en las que una persona es capaz de hacer lo que sea por conseguir lo que quiere.
- ¿Lo que quiere?
- Así es. Cuando tienes algo que es importante para ti, más importante que tu propia vida, te das cuenta de que debes hacer lo que sea por ello. Los humanos podemos llegar a ser unos grandes idiotas. Dedicar toda nuestra vida a algo sin saber siquiera si lo conseguiremos, sin saber siquiera si llegaremos hasta nuestro objetivo, sacrificándonos segundo tras segundo...
- Si lo pones así entonces no merece la pena continuar, ¿no es así?
- Precisamente porque somos idiotas podemos ver que merece la pena continuar.
- No entiendo lo que quieres decir.
- Algún día tendrás algo por lo que luchar, entonces entenderás lo que te quiero decir.
La chica se marchó de allí.
- ¿Dónde vas? ¡Hermana!

- Él es inocente. Lo engañaron – la chica hablaba con la policía sobre la situación de su hermano.
- Lo siento, pero si no existen pruebas de lo que dices tal cosa no se puede demostrar.
- ...bien, entonces se las traeré...demostraré que mi hermano es inocente...

De nuevo la noche volvía a alzarse en aquella ciudad. Una chica solitaria se encaminaba hacia el puerto. Había hablado con gente cercana a ese sitio y, gracias a ella, se había enterado de que allí se habían observado actividades sospechosas desde hacía algún tiempo. La policía ya lo había investigado y había tendido una emboscada a los contrabandistas al conocer su siguiente negocio. Ella sabía bien que se habían equivocado con el objetivo...

 Al llegar allí descubrió a un grupo de gente hablando.
Escondiéndose en un lugar seguro, fisgó la conversación, dándose cuenta de que parecía tratarse de negocios.
Entre ellos podía divisar al chico de la boina, quien parecía observar divertido la conversación. Esto confirmaba que ellos eran los contrabandistas, tal y como le había dicho su hermano.

Decidida a solucionar todo aquello, la chica pretendió marcharse de allí, sin embargo sintió un golpe que la noqueó, perdiendo el conocimiento casi al instante.

Cuando despertó, se dio cuenta de que estaba atada de pies y manos. Sentada de rodillas sobre el suelo de algún tipo de habitación. En el centro de esta había una pequeña lamparita que iluminaba tenuemente la sala, dejando ver varias cajas, probablemente mercancía.
- Así que ya te has despertado.
Delante de ella se encontraba el chico del que le había hablado su hermano. A su lado había varios hombres. Probablemente subordinados.
- Dale las gracias a tu hermano de mi parte. Debido a él conseguimos librarnos de una buena.
El resto de sus colegas rieron la gracia mientras la ira de la chica aumentaba.

Aquella era la peor situación. Seguramente harían lo que quisieran con ella y después la matarían. Moriría sin haber podido demostrar que su hermano no era el culpable.
- Bueno, mis chicos están algo “entregados” esta noche así que lamento no poder evitar proporcionarles algo de diversión. Espero que lo entiendas.
Dicho esto se dirigió a sus secuaces.
- Acabad rápido. Tenemos que seguir con el trabajo.
Dicho esto se marchó de allí, dejando a la chica sola con aquellos bastardos, quienes se acercaban cada vez más a ella.
“Tengo que hacer algo...pero, ¿qué?”
De repente le vino la imagen de aquél a quien quería salvar. Desde que sus padres murieron se había esforzado por que él pudiese tener el futuro que deseara. Quería que pudiese vivir de una manera mucho mejor que aquella y que algún día encontrara el camino que quisiese seguir. Por él, ella tendría la voluntad de hacer todo lo que estuviese en su mano...

Haciendo un esfuerzo casi inhumano se lanzó contra la lámpara de aquella habitación. Ésta cayó al suelo rompiéndose y sumiendo la sala en la oscuridad absoluta, lo que confundió a aquellos hombres.
- ¿Pero qué coño haces?
- ¿Dónde diablos está?
- No puede andar muy lejos. Está atada de pies y manos.
Se escuchó un ruido procedente de la puerta, al parecer alguien había salido. Aquellos hombres no sabían que la chica ya estaba bastante acostumbrada a valerse en la oscuridad por lo que le fue fácil memorizar la salida y conseguir escapar de la habitación.

Valiéndose de pequeños saltos para moverse consiguió esconderse en otra de las habitaciones de aquel lugar, logrando despistar a sus perseguidores. Observando a su alrededor, un poco más iluminado debido a la luz de la Luna que entraba por una de las ventanas, descubrió unas tijeras encima de una pequeña mesa, probablemente usadas para desempaquetar o empaquetar las mercancías.
La joven se acercó a ellas y, cogiéndolas como pudo, consiguió introducirlas entre el nudo de la cuerda que ataba sus dos manos, disminuyendo la fuerza de éste y liberándose. Acto seguido desató el nudo de la cuerda que ataba sus pies y se levantó.
- Bien, ahora ya puedo moverme como es debido...
Dicho esto observó la habitación más detenidamente.
- Necesito informar a la policía sobre este edificio. Imagino que esa será prueba suficiente para que lo liberen.


Vigilando que no hubiese nadie en el pasillo la chica salió de allí y se dirigió a la parte de fuera.
- Parece que no hay nadie...
- Vaya, vaya.
Al escuchar una voz cerca de ella se asustó. Allí estaba el chico de la boina.
- Tú debes de ser el líder, ¿me equivoco?
- Líder no sería la palabra que me definiría exactamente pero se podría decir que soy el cerebro que se encarga del contrabando en esta zona.
- ...
- Está claro que mis hombres son bastante descuidados como para haberte dejado escapar estando como estabas. Supongo que entonces tendré que encargarme yo mismo de este asunto.
Sacando una pistola desde su cintura, apuntó a la joven.
- ... – la respiración de ella se volvió algo más rápida al ver el arma.
- Bien, si quieres dedicar unas últimas palabras, estaré encantado de dártelas.
Ella todavía llevaba las tijeras en la mano, cosa de la que el chico parecía no haberse dado cuenta.
- No aquí... – murmuró.
- ¿Qué?
- Que no te daré el placer de morir aquí.
Lanzando el objeto hacia el chico éste se clavó en su hombro, momento que aprovechó para salir corriendo de allí.
- ¡Voy a matarte! ¡¿Te enteras?! ¡Voy a matarte!
La chica corrió todo lo que sus pies le permitían. Escuchaba pasos a su espalda pero no le importaba en absoluto. Debía llegar a la comisaría y terminar con todo aquello. Sólo de esa manera todo volvería a la normalidad y podría estar de nuevo conviviendo con su hermano. Aquello sólo se quedaría en un mal sueño...
Un disparo alcanzó la pierna de la joven, provocando que cayera al suelo.
- ¡Aaah! – gritaba de dolor pues esta había atravesado su tobillo.
Los pasos que la perseguían se situaron a su lado. Aquel chico, ahora con una expresión de ira en su cara apuntó al pecho de la chica.
- Se acabó para ti.
Acto seguido apretó el gatillo, incrustándose una bala en el cuerpo de la joven.
- Tsk...mierda, será mejor que me largue cuanto antes...
Dejándola moribunda, se marchó de allí sin que nadie pudiese dar cuenta de su presencia.

La sangre fluía a partir del orificio provocado por la bala. Su vista comenzaba a emborronarse y cada vez sentía más y más frío, no obstante, en su mente, ella se seguía diciendo a sí misma que no debía rendirse...
Levantándose con sus últimas fuerzas, y haciendo uso de la pared como método para apoyarse, la chica comenzó a caminar de nuevo.

¿Adonde había ido? ¿Por qué estaba tan preocupado? El chico daba vueltas sin parar en aquella celda. Tenía un mal presentimiento de todo aquello. Intentando calmarse se sentó sobre uno de los bancos. Por la ventana de aquella celda también entraba la luz de la Luna...

Al cabo de un tiempo la policía liberó al chico. Le contaron que gracias a la ayuda de su hermana habían conseguido atrapar a los contrabandistas y habían encontrado pruebas que demostraban que él no estaba relacionado con ellos, sin embargo, cuando él preguntó por el paradero de su hermana, los guardias desviaron la mirada tristemente. Cuentan que antes de morir les dio las gracias por todo y les pidió que le dijeran una sola cosa: “Vive, vive con fuerza y encuentra aquello por lo que quieras vivir...”


El hombre terminó de contar la historia. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ambos niños se habían dormido. Sonriendo, cogió el ramo y se levantó. Volvió a internarse en el bosque hasta que llegó a otro claro situado un poco más adelante. Allí se podía observar la lápida de alguien que había muerto hacía mucho tiempo.
- Hola – empezó el hombre -. Te he traído algo. Sé que te gustaban las flores, así que pensé que este sería el mejor lugar para ti, junto a ellas.
He tenido otro hijo. Mi mujer dice que no le importaría otro más y bueno, la verdad es que a mí tampoco. Me gustaría que los vieses. Han crecido tanto...el mayor siempre está protegiendo al pequeño, siempre cuida de él, debe de ser la herencia familiar. Seguro que te sentirías orgullosa al verlos...
Hizo una pequeña pausa antes de continuar.
- Quiero darte las gracias otra vez. Porque me enseñaras el valor de lo que queremos y estuvieses a mi lado en todo momento. Recuerdo que en aquel momento no entendí lo que querías decirme con tener algo por lo que luchar... – el chico echó un vistazo hacia atrás -. Supongo que ahora lo entiendo...en verdad el ser humano es idiota...pero me alegro de que fueses alguien así...
Tras esto se dio la vuelta y se marchó de allí.
- Gracias por todo, hermana...

El viento hizo que los pétalos se meciesen como suaves olas, dejando entrever el nombre de la mujer enterrada allí...

- Decidme, ¿cómo murió? – preguntó el chico.
- Estaba sonriendo...era como si supiera que a partir de entonces todo iría bien....

jueves, 26 de enero de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 1

Sue se dispuso a descansar tras un duro trabajo. Llevaba varios días sin parar, siguiendo las órdenes de ese estúpido hombre que se hacía llamar líder. Sedientos, hambrientos, cansados, mugrientos... todos ellos trabajando sin descanso para conseguirle todo lo que pidiese. Y al final, a ellos, a los que se esforzaban día a día, tan sólo les quedaban las migajas. Pero aquella era la única manera de sobrevivir que conocía, que había conocido desde pequeña.

Sucesivas batallas habían deteriorado el mundo en el que vivía, por lo que su pueblo no era una excepción a la pobreza y el sufrimiento a la que había llevado la guerra, quedando sometidos por aquellos con mayor poder, que se aprovechaban de las necesidades de la gente para crear su pequeño paraíso.

Era demencial. Estaba cansada de siempre lo mismo. Pero, por más que intentaba convencer a los suyos de rebelarse contra aquella opresión, ninguno tenía el valor suficiente para hacerla frente. Por otro lado, escapar sólo supondría un destino aún peor.

Con esto en mente, suspiró. No le quedaba mucho para terminar el descanso y coger de nuevo su herramienta para ponerse a cavar, buscando algún rastro de agua que aprovechar o algún terreno fértil en el que poder cultivar.

Al mirar a su alrededor, se fijó en él. Acababa de llegar al pueblo. Un personaje algo extraño que vestía una capa con la que ocultaba su rostro.

Nada más llegar, les enseñó una foto donde se podía ver la imagen de un hombre. Alguien a quien estaba buscando. Al no obtener respuesta por su parte, pidió quedarse allí un tiempo, antes de continuar su viaje.
-No perderé la esperanza de encontrarlo –dijo. Así que cogió una herramienta y se puso a trabajar al igual que todos.

Aunque no hablaba mucho, no parecía mala persona, pero, pora alguna razón, le rodeaba un halo de misterio.

Finalmente, se dio la señal del cambio de turno y de nuevo, tuvo que volver al trabajo. Le dolían las manos y las piernas se le encorvaban de vez en cuando, debido al peso del cansancio. Pero no podía permitirse parar.

-Ya estoy en casa –dijo Sue al entrar-. Si es que a esto se le puede llamar casa.

Su hogar, al igual que el del resto de pueblerinos, estaba hecho de escombros y otros materiales viejos que un día pertenecieron a una próspera ciudad. Por desgracia, aquello era lo único que pudieron construir sus abuelos. Y la única herencia que les quedó de ellos.
-¿Qué tal te ha ido? –preguntó una mujer de aspecto joven y muy parecida a ella.
-Igual que siempre mamá. Un asco –se quejó Sue, desviando la mirada. Había días en los que la sonrisa de su madre conseguía relajarla. Pero, en ese momento, no estaba de humor.
-No te preocupes. Creo que nos queda algo de las sobras de ayer –intentó animarla la mujer, pues sabía distinguir muy bien cuando su hija estaba contenta y cuando no. Incluso cuando trataba de ocultarlo.
-Mamá, eso debe de estar ya podrido. Será mejor que lo tires –respondió ella.

Las leyes de subsistencia del pueblo se regían de la siguiente manera: los pueblerinos trabajaban sin descanso con el fin de buscar alimentos u otras cosas de valor. La mayor parte de éstas eran entregadas al líder, y lo que sobraba se lo quedaban quienes lo habían encontrado. Si no encontrabas nada, muy probablemente terminarías muriendo de hambre y/o deshidratación. Todo dependía de tu buena racha, y últimamente, su familia no la tenía.

Sue era hija única. Vivía con su padre y su madre, sólo que esta última estaba demasiado débil como para dedicarse a la excavación. Había veces que ni siquiera podía encargarse de las tareas del hogar, necesitando de su ayuda o la de su padre. Algo que la hacía sentirse muy inútil pese a que intentase camuflarlo con aquella sonrisa que siempre les apoyaba. Uno de los motivos que hacía que Sue siguiese aguantando todo aquello.
-¿Y papá? -preguntó
-Creo que ahora vendrá. Quizás él haya tenido más suerte –dijo su madre mientras tiraba las sobras, que emitía un hedor putrefacto.

Su padre era un hombre trabajador y con una gran responsabilidad a sus espaldas. Al igual que su madre, siempre intentaba que no decayesen sus ánimos, haciendo lo que podía con lo poco que tenía. Era de él de quien había sacado sus ideales de rebelión.

Después de un tiempo, llegó él. Por desgracia, tampoco había conseguido nada.
-Vaya día –dijo el padre de Sue, sentándose sobre una pequeña tabla de madera que pretendía ser una silla-. Pude conseguir alimento pero me lo quitaron todo. Decían que era para una fiesta especial del líder.
-¡Malditos sean! –exclamó Sue.
-Vamos, vamos, Sue. No deberías decir esas cosas.
-Pero eso es lo que son y lo sabes.
-Sí, pero insultarles no ayudará a que nuestra vida mejore. De hecho, probablemente sea al contrario.
Al escucharle decir aquello, la joven permaneció en silencio, algo desilusionada.
-Me parece que tendremos que pasar hambre esta noche. En fin, quizás mañana podamos conseguir algo –les tranquilizó su madre.
-Si los del pueblo tuviese la valentía para enfrentarse al líder, estoy segura de que todo acabaría –dijo Sue.
-Estoy de acuerdo –continuó su padre-. Pero, empiezo a pensar que no importa cuantas veces lo intentes, no lo entenderán.
-¡Pero papá, no podemos rendirnos! ¡Puede que lo consigamos sin pensamos otra forma de hacerlo!
-No lo sé, Sue. No lo sé.

Sorprendida, observó el rostro de su padre. Parecía tan cansado. Cansado de que nada cambiase pese a intentarlo tantas veces. Era como si estuviese aceptando su derrota.

Sin poder contemplar aquella escena durante más tiempo, salió corriendo de allí.
-¡Sue! –gritó su madre, disponiéndose a ir tras ella.
-Déjala, querida.
-Pero...
-Tiene todo el derecho del mundo a estar enfadada –sentenció el padre, tristemente.

¿Por qué? ¿Por qué no terminaba ya aquella locura? ¿Por qué tenían que dejarse someter?

Corriendo con todas sus fuerzas, sin rumbo fijo, no se fijo en uno de los secuaces al servicio del líder, chocando contra él y cayendo ambos al suelo.
-Ah, l-lo siento –se disculpó Sue, si saber todavía de quien se trataba.
-¡Maldita sea, ¿se puede saber que haces, niñata?! ¡Mira por donde vas! ¡¿Es que la escoria como tú sólo sabe coger una pala y cavar?! ¡Apártate de mi vista antes de que decida matarte!
-¡¿P-pero de qué vas?! ¡Ya me he disculpado! –replicó ella, sin poder aguantarse más las ganas.
-¡¿Pero qué...?! ¡¿Te atreves a contestarme?!
El soldado la miró como si fuese un insecto. Fue entonces cuando Sue se dio cuenta de lo que acababa de hacer.
-¡Quizás debería usarte de ejemplo para enseñarles al resto lo que pasa cuando te rebelas contra nosotros!

Dicho esto, cogió a la chica del cuello y la levantó del suelo. Mientras notaba cómo se ahogaba, ella golpeó sus brazos, intentando que la soltase, pero por desgracia, el hombre tenía más fuerza que ella.
-¡Vamos! ¡Vuelve a contestarme! –gritó el hombre con una sonrisa en su rostro y sintiéndose superior ante ella.

Aunque mirase a los de su alrededor, suplicando por ayuda, nadie movía un dedo, sólo observaban, con miedo, cómo pataleaba y luchaba por respirar.

Tristeza y rabia se unieron al que creía iba a ser su último pensamiento: la imagen de sus padres.

De repente, algo golpeó al hombre, lo suficientemente fuerte como para que la soltase.

Por su parte, la joven cayó de culo contra el suelo, tosiendo fuertemente mientras se acariciaba la garganta, emitiendo pequeños pitidos al tomar aire.

Al levantar la mirada, pudo ver a su agresor girándose enfadado hacia la figura de un encapuchado que Sue reconoció como el recién llegado.
-¡¿Has sido tú quien me ha golpeado?! –preguntó el soldado, mostrando desprecio y arrogancia en su voz.

Por su parte, el encapuchado se mantuvo en silencio.
-¡Te estoy hablando a ti, imbécil! –continuó mientras se acercaba a él, quien seguía sin moverse de su sitio.
-¡¿Qué te pasa?! ¡¿Pensabas que no iba a darme cuenta y ahora estás cagado de miedo o qué?! ¡¿Eh?! ¡¿Eh?!
- ¿Te importaría apartarte? No es que me importe el olor a muerto, pero el tuyo supera mis límites –dijo el encapuchado dejando sin palabras al hombre

El comentario, por otro lado, provocó una carcajada en Sue, seguida de la de otros pueblerinos. Evidentemente, todos sabían las consecuencias que les podía traer, pero, quizás por la tensión acumulada por la situación, ninguno fue capaz de evitarlo.

Por supuesto, aquello no hizo más que aumentar la ira del hombre.
-¡Te voy a matar! –exclamó a la vez que sacaba su espada, junto a su cintura, y se disponía a cortarle la cabeza.

Sin embargo, el encapuchado esquivó su movimiento sin demasiado esfuerzo, dejando que su adversario continuase con sus vanos intentos de clavar el filo de su arma en su cuerpo.
-¡Estate quieto! –dijo, tratando de embestirle, y acabando en el suelo, cubierto de tierra, debido a la zancadilla que le acababa de poner, cosa que dio lugar a más carcajadas- ¡Mierda! –levantándose del suelo, intentó atacarle de nuevo. Esta vez, con un movimiento rápido, el encapuchado logró robarle el arma, apuntándole al cuello con ella.
-E-e-espera... –suplicó asustado.
-Qué curioso. Ya no pareces tan arrogante –respondió el encapuchado.
-Y-yo...
-Lárgate de aquí ¡Ahora!
-¡S-sí!

Corriendo como alma que lleva el diablo, e incluso tropezándose a mitad de camino, el hombre desapareció de su vista.
-Ni siquiera ha esperado a que le devolviese el arma –comentó el encapuchado, encogiéndose de hombros y lanzando la espada al suelo.

Una vez esfumado el peligro, los pueblerinos aplaudieron. Por su parte, el encapuchado se acercó a Sue y le tendió su mano para ayudarla a levantarse.
-G-gracias –dijo ella, sintiendo en ese momento un dolor agudo en su trasero.
-No hay de qué. Será mejor que vuelvas con tu familia. No es buena idea estar aquí después de lo ocurrido.
-C-claro –asintió la chica.
-¡Vamos! ¡Señores! ¡Se acabó el espectáculo! ¡Gracias por los aplausos pero será mejor que vuelvan a sus casas! –sugirió el encapuchado mientras hacia gestos con las manos para que se marchasen- En fin, un placer, pequeña –dijo, disponiéndose, él también a abandonar aquel sitio.
-¡E-espera! –exclamó Sue-. ¡¿Cómo te...?! –el rugido de sus tripas interrumpió la pregunta, haciéndola sentir avergonzada.
-¿Tienes hambre?
-Un poco –contestó ella casi en un susurro.
-Ven conmigo, te daré algo de comer.


Asintiendo, la joven fue detrás de él hasta llegar a sus aposentos.

El lugar en el que se refugiaba estaba formado por una tela sujeta por varias varas metálicas, tomando la apariencia de una tienda de campaña. Dentro había varias hierbas de distintos colores, una caja vieja y un pañuelo anudado que tapaba algunos bultos.

Ya dentro de su hogar, el encapuchado se sentó sobre la caja y cogió el pañuelo, desanudándolo y descubriendo lo que había dentro. Entonces, la chica pudo observar algunas verduras, hortalizas y algo de agua en un pequeño bote.
-¿De dónde has sacado todo eso? –preguntó ella, sorprendida.
-Tengo mis métodos.

Tras esto, compartió su comida con ella, quien la observó con algo de reparo.
-No tengas miedo. No está envenenada.
Tras probar un poco, los ojos de Sue se iluminaron, comenzando a devorarla con avidez.
-Come con calma. Te vas a atragantar.
-E-es que hacía un día que no comía nada. ¡Está muy bueno!
-Por supuesto que lo está.

De repente, Sue dejó de comer. Observando el alimento en sus manos, sus ojos se llenaron de lágrimas.
-¿Qué ocurre? –preguntó el encapuchado.
-Últimamente es difícil encontrar algo de terreno en el que cultivar. Los alimentos y el agua comienzan a escasear, y encima el líder nos quita parte de lo que conseguimos, a veces dejándonos sin nada. A este paso, será un milagro que sobrevivamos.
-Pero ese tal líder también lo pasará mal si os morís de hambre y no trabajáis para él –comentó el encapuchado.
-He intentado convencer a los demás de que debemos rebelarnos contra él, pero tienen miedo. A este paso, cuando ya no quede nada, nos robará las pocas reservas que tengamos y se marchará a otro sitio a buscar otra gente a la que explotar.
-Incluso si ese líder no estuviese este pueblo está condenado, ¿eh?

No era fácil de admitir, pero no podía ser de otra forma. La guerra había dejado la tierra prácticamente inhabitable. Sólo en algunos lugares podía existir un abastecimiento ilimitado.
-Desde luego, es una situación complicada –observó el encapuchado.
Sue se mantuvo cabizbaja mientras se secaba las lágrimas con sus muñecas.
-Aún así todavía hay solución.
-¿Eh? –se sorprendió Sue al escucharle, levantando la vista hacia él.
-Si logras convencer al resto de que luche, deberías de poder echar a ese líder de aquí. Entonces podréis centraros en buscar alimento y agua sólo para vosotros.
-P-pero, ellos...
-No. Si tú misma te pones peros, no conseguirás nada. Debes demostrarles el valor de luchar todos juntos. Yo te ayudaré.
-¿T-tú?
Él asintió.
-¿Qu-quien eres?
-Mi nombre es Kai -entonces se quitó la capucha, dejando ver el rostro de un apuesto joven de unos veinticinco años- ¿Y el tuyo?
-Yo me llamo Sue.
-Sue, ¿qué edad tienes?
-Catorce.
-Suficiente para levantar las armas y enfrentarse a ellos. Hagamos realidad tus deseos, Sue.

War College: Capítulo 17

El panel de mandos que controlaba las naves había sido golpeado por Rokudo, observándose pequeñas descargas eléctricas entre los pedazos de hierro y cables que sobresalían. Pese a todo, aún parecía usable.

Por otro lado, aquel era el menor de sus problemas, dado que el propio perpetrador de aquel acto, se encontraba delante de ellos, con sus gafas de sol y su desagradable sonrisa.
-¿Qué haces tú aquí? – preguntó Kareth, haciendo esfuerzos para ver bien lo que ocurría a través del cristal.
-¿Qué hago aquí? ¿No es obvio? Sabía que derrotarías a ese idiota. De hecho, me habrías decepcionado de no haberlo hecho –dijo, encogiéndose de hombros- Así que he venido a terminar el trabajo.
-¿Pretendes enfrentarte a nosotros tú sólo? –preguntó Remi, incrédulo.
-¿Ves a alguien más? –se burló Rokudo, mirando a su alrededor con fingida sorpresa.
-Pero…
-“Los miembros de Comhairle son personas normales”, ¿no es así? –interrumpió Rokudo- Qué ilusos.
-Sabía que no estaba equivocado. Tú fuiste quien mató a Darker. –le acusó Kareth.
-No me digas ¿Tan evidente era? –ironizó Rokudo, parecía que nunca hubiese pretendido esconderlo-. Así es. Yo le maté. E hice que la culparan por ello –continuó, señalando a Sarah- Incluso el que viniese aquí estaba dentro de mis planes. ¿Quién crees que dejó aquella nota allí, Kareth?

El chico recordó entonces la nota de Darker.
-Entonces, ¿tú la escribiste?
-No exactamente. Verás, Darker ya se veía venir que iban a matarlo, pero no sabía ni quién, ni cómo, ni cuando –incluso su manera de contar con los dedos provocaba irritación- Intentó utilizar el viaje a Yohei Gakko como una forma de resguardarse y ganar tiempo, y así, informar a aquellos de confianza de lo que sabía sobre quienes intentaban matarlo. Una de esas personas resultó ser esa chica y parece ser que escribió la nota por si no lograba decírselo él mismo en persona. Muy precavido. Por suerte para mí, encontré esa nota y la usé a mi favor, aunque no esperaba que hubiese ocultado otro mensaje. Muy listo. Aun así, supe hacer uso de mi posición para engañar a ese idiota de Karma y hacer pensar a todos que estabais locos.
-¿Y para qué querrías tú que descubriese la nota? –continuó interrogando Kareth.
-Nada en especial. Tan sólo que hicieses lo mismo que has estado haciendo hasta ahora. Es decir, que intentases rescatar a la chica y vinieses a este sitio ¡Y lo has hecho! ¡Buen trabajo! –exclamó con alegría fingida, aplaudiendo.
-¿Por qué? ¿Con qué propósito?
-Para probarte y mejorarte.
-¿Qué? –Kareth no podía dar crédito a lo que acababa de decir- No lo entiendo.
-Ya lo entenderás. Ahora que he visto lo bueno que puedes llegar a ser, tan sólo tengo que “convencerte” para que me prestes tu ayuda.
-¿Eres idiota? ¡Ni aunque fueses la última persona en este planeta!
-Nunca dije que te lo pediría amablemente.
-¿Todo era para capturarme a mí?
-¡Oh, no! Era por más que eso. Por ejemplo, también me venía bien matar a Darker y ejercer influencia como miembro de Comhairle. Con esto he matado dos pájaros de un tiro.
-¡Bastardo! ¡Pienso cortarte esa sucia cabeza! –gritó Sarah, golpeando fuertemente el cristal con sus puños mientras derramaba lágrimas de rabia.
-Oh, la gatita se enfada. Vamos, fue divertido. Ver su sangre caer entre tus dedos y tu espada. Matarlo con tus propias manos –pese a que las gafas de sol cubrían sus ojos, los gestos de su boca, hacían notar que estaba poniendo una expresión triste. Claramente, burlándose de ella.
-¡Cállate! – exclamó Sarah, sacando su arma, y golpeando el cristal para intentar romperlo, sin éxito. Al contrario que el del ventanal por el que había caído Lethos, éste estaba mucho más reforzado. A ello había que añadirle que la fuerza de Sarah se había visto considerablemente mermada debido al cansancio.
-Ver ante ti como la vida de una persona tan querida se desvanece –continuó Rokudo, poniendo un tono de voz dramático.
-¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! –gritó ella, dejando caer su arma y tapándose los oído para intentar alejar su voz.
-Vamos, ¿dónde ha quedado tu sentido del humor, señora A-S-E-S-I-N-A?
-¡Nooooooooooooo! –un lamento desgarrador surgió de la garganta de Sarah, con un tono agudo impensable hasta ese momento en ella, seguido de sollozos e inicios de un ataque de ansiedad.
-¡Eres lo peor! -exclamó Remi, su expresión desencajada por la ira.
-¡Por favor, tantos halagos me van a sacar los colores! –por su lado, el disfrute de Rokudo no hacía más que aumentar.
-¡¿Qué es lo que pretendes Rokudo?! ¡¿Para qué quieres capturarme?! ¡¿Para qué quieres entrar en Comhairle?!
-Todo a su debido tiempo, Kareth. Digamos que hay un proyecto entre manos, y tú perteneces a ese proyecto.
-¿Un proyecto? -Kareth recordó la nota de Darker, en ella le decía a Sarah que detuviese el proyecto, ¿se refería a eso?
-¿Qué clase de proyecto? –preguntó el chico.
-El proyecto Gaia.
-¿Proyecto Gaia?
-Cuando dicho proyecto se convierta en realidad, todos vamos a ser muy felices.
-¿De qué estás hablando?
-Hay cosas que están mejor muertas –Rokudo sonrió. Sólo el renacimiento puede traernos la paz.
-¡Habla claro! ¡Maldita sea!
-Como he dicho, ya lo entenderás -Rokudo se quitó las gafas dejando ver unos ojos pequeños y entrecerrados, de aspecto malicioso y astuto-. Ah, por cierto. Ya es hora de que dejéis de llamarme Rokudo. Me aburre ese nombre, y ya conocéis la verdad. Mi verdadero nombre es Unum. Y ahora, los que no sois Kareth, hacedme el favor de morir.
-¡Tú si que estás muerto! –declaró Remi, levantando sus dos pistolas.
-No pasarás de donde estás –añadió Seigari.
-¡Remi! ¡Seigari! –exclamó Kareth.
-Déjanos esto a nosotros, Kar. No dejaremos que se acerque a ti.
-En fin. Que esas sean vuestras últimas palabras...

De repente, justo debajo de ellos, parte del suelo se extendió hacía arriba formando una figura cónica muy delgada, parecida al filo de una lanza, atravesando el corazón de Seigari.
-¡Agh! –al recibir el impacto, el hombre escupió sangre, quedándose totalmente inmóvil.
-¡¡Tío!!

Su sobrina gritó horrorizada mientras Seigari, una vez la figura volvió a su lugar de origen, caía al suelo, todavía sin asimilar lo que acababa de pasar.
-Nara... –logró decir con un hilo de voz- Lo siento...
-¡¡Tío, no!!
-Demasiado fácil -añadió Unum, con tono de aburrimiento.

Al instante, una mayor cantidad de esos filos surgieron del mismo lugar, penetrando el cuerpo del hombre por cada uno de sus órganos y tejidos, dejándolo en un estado irreconocible, y formándose un pequeño charco con su sangre.

Tras contemplar aquella escena, Nara cayó de rodillas al suelo. Sus ojos desorbitados y su expresión desencajada. El silencio se adueñó de todo, hasta el punto de que lo ocurrido no parecía real. Como sacado de un mal sueño. Sus cerebros eran incapaces de procesarlo.

Fue entonces cuando el lamento de Nara rompió con aquella pesadilla y la hizo realidad.
-¡¡AAAAAAAAAAH!!

Fue estremecedor. El sonido de la melancolía. De una persona que había perdido a la única familia que le quedaba y que había cuidado de ella hasta entonces, como sin de su hija se tratase. Y, por supuesto, el causante de aquel dolor, no iba a dejar pasar su oportunidad de mancillar su recuerdo.
-Ups, espero no haberme pasado –dijo Unum, llevándose una mano a la boca, en un gesto con el que pretendía humillarles aún más.
-¡¡Cabrón!! –dejándose llevar por sus sentimientos, Remi no pudo mantener la compostura y se lanzó contra él.

En respuesta, Unum contraatacó con más de aquellas extensiones cónicas, algo para lo que el chico ya estaba preparado, y supo esquivar hábilmente. Sin embargo, cuando se disponía a dispararle, descubrió que su enemigo ya no estaba ahí.
-¡Remi! ¡Detrás de ti! –le avisó Kareth.

Reaccionando demasiado tarde, Remi no pudo evitar que la mano de su adversario le agarrase de la cabeza y lo alzase como una marioneta.

Cualquier resistencia fue fútil dado que sus armas le fueron arrebatadas y lanzadas fuera de su alcance.
-¡Remi! –volvió a gritar Kareth sintiendo dolor por las heridas de su combate contra Lethos.
-¿Qué os parece si os doy unas clases de química? Pese a los cambios en la atmósfera, sigue habiendo un gran porcentaje de nitrógeno en su composición. ¿Qué pasaría si utilizase ese nitrógeno, lo transformase en estado líquido y lo utilizase contra cualquier ser vivo?

La expresión de Remi se transformó en una de sorpresa, a la vez que intentaba liberarse de su agresor.
-¡Exacto! ¡Parece que lo has adivinado! –continuó Unum mientras concentraba un fluido a varios centímetros de la palma de su mano.
-¡No! ¡Espera! ¡Por fav...! –intentó gritar Kareth, deteniéndose a mitad debido a la falta de fuerzas.
-¡Kar! –gritó Remi, intentando girar la cabeza hacia él- ¡No dejes que te capture!
-¡Remi!

Cuando el líquido hizo contacto con su cuerpo, éste se congeló casi al instante, entre gestos y chillidos de dolor, quedando como resultado una estatua criogenizada, inerte y fría.
-Ha sido menos divertido de lo que esperaba –dijo Unum, lanzando a Remi por el ventanal roto.
-Remi –murmuró Kareth, observando a quien una vez fue su amigo perdiéndose de vista en la caída.

Mientras tanto, y siguiendo con su particular caza, el miembro de Comhairle avanzó hasta Nara.
-¡No! ¡Para! ¡Déjala en paz! ¡Por favor! ¡Maldita sea! –Kareth intentó levantarse para romper el cristal, pero fue inútil. Su herida, todavía abierta, le impedía llegar siquiera llegar hasta su objetivo- ¡Nara! ¡Huye!

Por su parte, Sarah, la única que quizás pudiese haber hecho algo, se encontraba prácticamente hecha un ovillo. En un estado mental casi peor que las heridas física de él.

“¡¿Por qué tiene que pasar esto?!”, pensó el joven, apretando los dientes, impotente ante la idea del asesinato de Nara.

Al mismo tiempo, la joven levantó la cabeza, lentamente, observando al asesino de sus seres queridos, sin apenas fuerzas para levantarse y huir.
-¿Algunas últimas palabras, chica? –preguntó Unum, el único divirtiéndose con aquella situación, y a quien le pareció oportuno alargar unos segundos más la existencia de su próxima víctima.

Pero ésta se hallaba en estado de shock. Mirando a su alrededor u no viendo nada. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar esto?

Habían creído que su lucha tendría un final feliz. Que mientras hiciesen lo correcto serían recompensados con la victoria. Pero todo había sido un sueño. Un intento vano. Una forma de eludir la cruda realidad.

Ya no quedaba esperanza.

A su lado, descubrió una de las pistolas de Remi. Por alguna razón, las imágenes de él y de Kareth aparecieron en su mente. Entonces, como una muerta en vida, cogió el arma y apuntó con ella a Unum. Sus manos temblaban.
-¿Planeas enfrentarte a mí? –preguntó Unum, sonriendo.

En ese instante, una lágrima descendió sobre su mejilla, y sin saber cómo, obtuvo fuerzas para responder.
-No –susurró.
-¿Mm? –se extrañó el miembro de Comhairle.
-Yo salvaré a Kareth –continuó ella.
-¿Estás delirando? ¿Qué piensas hacer? Estás sola y ni siquiera puedes tenerte en pie –se burló Unum.
-¡Nara! ¡No digas tonterías! ¡Escapa! ¡Corre! –gritó Kareth.
-No, no lo haré.
-¡Nara!
-Kar… -dijo, giró la cabeza para mirar al chico- Te quiero.

Tras esto, cambió la dirección en la que apuntaba su pistola y disparó al panel de control de la nave, activando así el despegue de la misma.
-¡No! –exclamó Unum, cuya arrogancia había jugado en su contra
-¡No! –mientras el cuerpo de la chica se iba haciendo más y más pequeño en la distancia, Kareth continuó gritando su nombre- ¡Nara! ¡Nara!

De esa forma, ambos desaparecieron, yéndose en la nave de evacuación.

Instantáneamente, Unum noqueó a la chica, tras lo cual observó la nave alejándose de Yohei Gakko, a demasiada distancia como para alcanzarles incluso con sus habilidades.
-Parece que la he subestimado –dijo con expresión seria, antes de volver a ponerse sus gafas de sol.

Entonces, se dispuso a rematarla, cuando, sin previo aviso, alguien apareció detrás de él.
-Vaya, ¿qué haces aquí, Duobus?
Una chica de pelo rubio y corto hasta el cuello, dio un paso hacia él.
-Me han enviado para comprobar cómo llevas tu trabajo, Unum.
-Bien, como cabía esperar.
-Entonces, ¿dónde está el chico? –preguntó ella, mirando a su alrededor.
-Ha habido ciertas... complicaciones.
-No creo que esto le guste mucho a él, Unum –pese a que aquella frase podría haberse tomado como una regañina, el tono indiferente de voz de la chica le quitaba cualquier significado.
-Bah, cállate, ya me encargaré de eso.
-¿Y ella? –preguntó Duobus, señalando a Nara.
-Parece que es alguien importante para Kareth. Iba a matarla.

Bajando la mirada, Duobus estuvo meditando algo durante unos instantes.
-Mm, quizás podría servirnos –dijo, llevándose una mano a la barbilla.
-¿A qué te refieres? –preguntó Unum.
-Has dicho que es importante para Kareth, ¿cierto? Podríamos usarla para atraerle hasta nosotros.
-Ah, no es mala idea. Aunque nada divertida.
-Lo que a ti te divierta, me trae sin cuidado. Además, podría servirnos de experimento.
-¿Vas a usarla a ella? –preguntó Unum, frunciendo el ceño.
-Necesitaremos a alguien a quien transferirla. Ya sabes. Un contenedor.
-Pero, ¿crees que este cuerpo lo aguantará?
-Es por eso que digo que es un experimento.
-Entiendo. Llévatela.

Tras esto, se hizo a un lado para dejar que su compañera recogiese el cuerpo de Nara y la cargase sobre sus hombros.
-Yo me quedaré aquí. Tengo que hacer una llamada –dijo Unum, a lo que Duobus asintió, marchándose tal y como había venido.

Tras apretar un par de botones en su aparato comunicador, éste sonó un par de veces hasta que alguien lo descolgó.
-¿Sí? ¿Quién es? –una voz aguda contestó al otro lado.
-Hola.
-¡Ah! ¡Unum! ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? ¿Qué tal va todo?
-¿Está Detz por ahí?
-¡Ah! ¡Qué maleducado! ¿¡Es que no quieres hablar conmigo!? ¡Vamos! ¡Unum!
-No tengo tiempo para juegos. Hazme el favor de ponerme con él.
-¡Vaaale! ¡Antipático!

Pasó un corto periodo de tiempo hasta que otra persona tomó el relevo.
-¿Sí?
-Detz. Soy Unum.
-Unum. Ya veo. Dime, ¿tienes al chico?
-No he conseguido capturarlo.
-Creí haberte dejado claro que no quería fallos.
-Tranquilo. Duobus ha tenido una idea genial para atraparle.
-Pues espero que funcione. En cualquier caso, continúa en tu posición y ocúpate de convencer a Comhairle de entrar en guerra abierta. Ah, y si vuelves a toparte con él, no vuelvas a dejarle escapar. Este proyecto requiere un 100% de éxito.
-Claro, dalo por hecho –dijo Unum, sonriente.
-¿Algo más?
-Sí, una cosa más. Seguramente Darker haya informado a más gente sobre el proyecto Gaia, sugiero buscar a esa gente y eliminarla. No creo que convenga que se extienda.
-Inicia una investigación. Aprovéchate de la influencia que tienes ahora.
-De acuerdo.
-Sí podemos reunir a todos los descendientes de Gaia estaremos un paso más cerca de nuestro objetivo.
Así pues, la llamada finalizó, provocando un suspiro por parte de Unum. Después de mirar quedarse mirando el aparato durante un tiempo, se marchó de la sala.

En otro lugar del planeta. Una tierra árida se extendía más allá del horizonte. Ni una sola planta, animal o signo de vida. Lo único que se divisaba eran los restos de una especie de nave utilizada para evacuar personas.

Dentro de ella, se encontraban dos personas inconscientes. A primera vista, sus heridas físicas podían tratarse fácilmente. Más difíciles de olvidar serían aquellas que afectaban sus mentes.

Paso un tiempo hasta que una persona se acercó a ellos. Llevaba una capa algo roída a su espalda, sin que revelase su identidad.

Tras observar el estado de los dos jóvenes en el interior de la nave, se alejó corriendo de allí para, más tarde, volver con un compañero. Entre los dos cargaron a esas personas y se marcharon de allí.

Mucho más alejado de aquella zona, un hombre encapuchado aparcó su moto en las afueras de un pueblo. Haciéndose servir de una gran roca cercana, escondió su vehículo e inició su camino hacia allí.

En sus manos llevaba una foto, en ella se podía observar el rostro de una persona sonriendo a la cámara.

De esa forma, se situó frente a la entrada, respiró profundamente y continuó.