lunes, 5 de marzo de 2018

Capítulo 41: Diplomacia, guardián y espadachín


-¿Falta mucho, Cain?
-¡Cállate, Abel! ¡Has preguntado lo mismo hace media hora!
-Es que estoy cansado.
El hombre, de nombre Cain, le golpeó en la nuca.
-¡Lo que hay que oír! ¡¿Cómo puedes estar cansado?! ¡Sólo llevamos tres semanas de viaje desde que llegamos al Sagrado Imperio Romano! Además, ¡¿no ves que, con lo que nos paguen de este trabajo, podremos retirarnos y vivir sin tener que mover un dedo?! ¡¿No has pensado en eso, pedazo de alcornoque?!
El carro en el que se encontraba dio un pequeño tumbo, como acentuando su irritación.
-¡Vale! ¡Vale! ¡Lo siento, hermano! ¡Pero no vuelvas a pegarme! ¡Duele!
-¡Y más que te va a doler la próxima vez que te dé!

El viaje comenzó cuando le dijeron que estaban reclutando poderosos guerreros de todo el mundo con el objetivo de formar un escuadrón encargado de proteger a “unos importantes diplomáticos” o algo así, no lo había escuchado muy bien, pues había ido directamente a la parte que más le importaba del contrato: el dinero. En cuanto le dijeron el pago, ni él ni su hermano, mercenarios de profesión, dudaron en embarcarse hacia la aventura. Ni siquiera cuando les metieron en una especie de círculo con extraños símbolos que les llevó fuera de tierras japonesas.

Con ellos había venido un joven, por su aspecto, originario del país desde el que habían partido. Tenía el cabello largo y negro, recogido en una coleta, era de complexión delgada y vestía ropa tradicional. Por otro lado, a Cain le parecía más alto que otros japoneses que había visto, aunque no podía compararse con él y con su hermano, cuyos morenos y tonificados cuerpos tenían aspecto de estar más acostumbrados a las inclemencias del tiempo y las duras condiciones del combate.

Desde el comienzo del viaje, lo único que le había visto hacer era permanecer sentado de rodillas y con los ojos cerrados, aparentemente, meditando. Las pocas veces que le había visto hacer otra cosa había sido durante las detenciones para descansar y comer. No había tenido mucho interés en mantener una conversación con él pero estaba harto de hablar con su hermano y tampoco tenía nada mejor que hacer.
-Oye, chico, ¿tú sabes de qué iba ese rollo de los círculos con símbolos? Cuando nos teletransportaron hasta aquí a mi hermano y a mí por poco nos da algo. Aunque, mientras nos paguen, tampoco me importa qué clase de magia negra usen.
-Pues a mí sí que me importa...
-¡¿No te he dicho que te calles?!
-Lo siento...
Al ver que no obtenía respuesta de él, volvió a intentarlo.
-¡Oye! –esta vez elevó el tono pero de poco sirvió.
Tras suspirar y rascarse la cabeza, decidió probar una tercera vez.
-¿Sabes hablar mi idioma? No, supongo que no. Yo aprendí algo de japonés durante el tiempo en que estuvimos allí. Lo suficiente como para mantener una pequeña conversación. Aprendí en una aldea rural. Sus habitantes eran buena gente. Nos trataban bien pese a saber que éramos mercenarios. Ya sabes, la gente suele echar a correr al escuchar esa palabra... –al darse cuenta de que hablaba solo, el hombre negó con la cabeza y se calló.
-A mí me enseñó mi maestro –dijo el chico, sorprendiéndole-. También me enseñó a hablar otros idiomas.
-¿Tu maestro?
-Sí. Vivíamos en una de esas aldeas rurales. Aunque él no trabajaba en el campo, pagaba a gente a cambio de hacerlo y luego vendía la cosecha. Debido a ello, tuvo tiempo para enseñarme todo lo que sé, incluso a manejar la espada.
-Así que sabes manejar un arma. No pretendo ofenderte pero pareces bastante debilucho para ser un guerrero.
-No es la primera vez que lo escucho. Si lo deseas, podemos batirnos en duelo. Entonces, podrás comprobar de lo que soy capaz...
-Oh, vamos, chico. No quisiera matarte siendo tan joven.
-Yo tampoco. Por eso, lo propio sería combatir bajo algunas reglas. Por supuesto, las armas están prohibidas.
El mercenario desplazó la vista hacia su hermano, quien le devolvió la mirada con expresión bobalicona. Tras unos segundos incrédulo, sonrió.
-¿Qué te parece en el próximo descanso? Quien pierda se queda la porción de comida del otro.
-No creo que sea conveniente apostar...
-¿Es que tienes miedo?
El joven suspiró.
-Como quieras...

Así pues, cuando se detuvieron, salieron de su carruaje y se alejaron del pedregoso camino, situándose en mitad de una verde pradera, bajo la atenta mirada del resto de viajeros.
-¿Qué hacen esos? –preguntó uno de ellos, ataviado con una armadura ligera que llevaba una cruz blanca dibujada en el pecho, mientras se bajaba de su caballo. Llevaba el pelo corto y castaño, complexión fuerte y perfil de tipo duro. Además, presentaba una cicatriz en su ojo derecho.
-Creo que van a combatir para ver quien es el mejor de los dos –respondió otro con el mismo atuendo. Éste, sin embargo, presentaba cabello largo y rubio hasta el cuello, ojos azules y complexión media. Al contrario que su compañero, sonreía despreocupadamente.
-¡¿Hablas en serio, Gian?! ¡Hay que detenerles!
-Déjales, Dante. Han estado aburridos durante todo el trayecto. ¿Por qué no les dejamos divertirse un poco? Además, los demás soldados están expectantes. Hasta podríamos hacer apuestas.
-¡¿Acaso te parece un juego?!
-Eres tú quien no sabe divertirse...

Mientras tanto, Cain y el otro joven se situaban uno enfrente del otro. Abel se encontraba ligeramente alejado de ellos, sentado sobre la hierba mientras devoraba su porción y guardaba la de los otros dos. Las armas de los dos guerreros habían sido dejadas en el interior del carruaje.
-Bien, cuando mi hermano dé la señal, comenzará el combate. La derrota será para el que se rinda o quede inmovilizado en el suelo durante más de cinco segundos. Se vale agarrar y golpear en cualquier parte salvo en carra y partes bajas. No creo que quieras acabar encogido como una oruga y con las mejillas inflamadas.
-Me alegra ver que eres honorable.
-No suelo, pero digo las cosas a la cara, y una vez prometo algo, lo cumplo independientemente de las consecuencias. Es una mala manía mía.
-¿En serio? Pienso que es una virtud.
-Depende de por donde se mire. En cualquier caso, ¿estás conforme con las reglas?
-Sí.
-¡Comenzad! –exclamó Abel.

El primero en atacar fue el mercenario, avanzando rápidamente hacia su rival y lanzando un fuerte puñetazo a su estómago. Éste lo esquivó haciéndose a un lado y contraatacando con una patada al costado, la cual fue recibida sin problemas por Cain, cuya musculatura absorbió la mayor parte del daño. Entonces, agarró la pierna de su adversario en un intento de lanzarlo contra el suelo, no obstante, éste consiguió separarse levantando la otra, y empujándolo hacia atrás.

Apoyando sus manos en tierra, el chico se impulsó para ponerse en pie y encaró al hombre, quien había emprendido de nuevo su acometida con ambos brazos por delante para cogerlo de los hombros.
Viéndolo venir, se introdujo en su rango de ataque, agarrando con su mano izquierda la muñeca del brazo derecho de su adversario y situando la otra sobre su abdomen. Posteriormente, se agachó ligeramente, dejando que la propia inercia que llevaba Cain lo elevase por el aire, cayendo de espaldas sobre la hierba. No obstante, el mercenario logró incorporarse antes de ser inmovilizado.
-He de admitir que ese movimiento ha sido bastante bueno –declaró Cain.
-Gracias, tú tampoco te mueves mal. Pensaba que, por tu musculatura, serías más lento.
-Aún no te he mostrado todo lo que soy capaz de hacer –indicó, sonriendo.

Tras esto, Cain se lanzó hacia él de la misma forma que antes, sin embargo, se trataba de una finta, cambiando la dirección hacia las piernas y provocando su caída. Acto seguido, se situó encima e inmovilizó sus brazos.
-¡Jajaja! ¡Se acabó! –exclamó, orgulloso.
-¡Uno! ¡Dos! ¡Tres...! – dijo Abel, comenzando la cuenta de los cinco segundos.

Pese al contratiempo, el chico se mostró tranquilo y, aprovechando que sus piernas habían quedado libres, golpeó con la rodilla la espalda del mercenario, quien la arqueó debido al dolor. Entonces, giró su cuerpo hacia un lado, logrando que su rival hiciese lo mismo y cambiando así las tornas. Rápidamente, agarró su brazo derecho y lo situó entre sus piernas, traccionando hacia atrás mientras doblaba su muñeca.
-¡Agh! –se quejó Cain.
-¡¿Te rindes?! –preguntó el joven, aplicando más fuerza- ¡De lo contrario, te acabaré rompiendo el brazo!
-¡Maldito niñato!
-¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro...!
El mercenario intentó alcanzarle con su otro brazo pero, justo cuando parecía que iba a poder hacer algo, el tiempo se acabó.

Los dos se levantaron. En el caso de Cain, mientras se acariciaba el brazo.
-¿Dónde has aprendido eso? –preguntó el hombre.
-También me lo enseñó mi maestro.
-Tu maestro debía de saber de todo. Bien jugado –dijo mientras extendía la mano perteneciente a la extremidad sana, siendo estrechada por el joven- Lo prometido es deuda. Quédate con mi porción.
-No la necesito. Ya dije desde el principio que no quería apostar...
-Y yo te dije que no me hecho atrás en mis promesas. No me hagas repetirme. Disfrútalo, anda. A mi salud.
El joven se encogió de hombros.
-Como quieras... –acercándose a Abel, se dispuso a coger las dos raciones. Sin embargo, se dio cuenta de que habían desaparecido- ¿Dónde est...?
En ese momento, se dio cuenta de que el hombre se las había comido, pues no sólo había restos de comida en sus ropas sino que sus mofletes estaban tan hinchados como los de un castor.
-Vaya, vaya, hermano... –dijo Cain al darse cuenta de lo ocurrido, levantando el puño con claro enfado.

El mercenario de expresión bobalicona, negó con manos y cabeza, intentando apaciguar inútilmente la ira de su hermano. Incluso intentó pedir ayuda al joven, quien tras pensárselo un momento, dejó pasó a Cain para que hiciese su trabajo.
-Gracias –agradeció el mercenario- ¡Hermano! ¡Aprieta los dientes!

Desde la distancia, el resto de soldados se reían con aquella escena.
-¿Ves? Ha acabado bien... casi... –indicó Gian a su compañero.
-Diles que nos ponemos en marcha... –respondió Dante, aguantándose las ganas de matar.

De vuelta al carruaje, continuaron la marcha.
-Lo siento... –declaró Abel, con la cara hinchada, esta vez por otro motivo- Es que tenía mucha hambre.
-Te quedarás sin raciones durante lo que queda de viaje.
-¡¿Qué?! ¡Pero moriré de hambre!
-¡Haberlo pensado antes de comerte nuestra comida!
-Sois una pareja curiosa –dijo el chico japonés- ¿Siempre habéis estado juntos?
-Desde pequeños. ¿Tú no tienes hermanos?
-No. La primera persona a la que recuerdo en mi vida es a mi maestro. Él es la única familia que he tenido.
-¿Qué le ocurrió? Hablas de él en pasado.
-Hace cuatro años, unos bandidos atacaron nuestra aldea. Mi maestro murió defendiendo a una familia de trabajadores.
-Ya veo. Un buen hombre.
-Sí. Aquella también fue la primera vez que maté...
-Supongo que a su asesino...
-Así es...
-A mí me pasó algo parecido. Mi padre era un bastardo alcohólico y ladrón. Un día llegó borracho y mató a mi madre. Agarró su cuello y lo apretó con tanta fuerza que, en poco tiempo, dejó de respirar. Si no hubiese sido porque me las apañé para atravesar su corazón con un cuchillo de cocina, habría hecho lo mismo con mi hermano y conmigo.
-Vaya... –se sorprendió el chico.
-No es una bonita historia, ¿eh?
-Siento que las cosas saliesen así.
-Tonterías. Hace mucho tiempo ya de aquello. A todo esto, todavía no nos hemos presentado, ¿verdad? Mi nombre es Cain, y este estúpido bobo que tengo por hermano se llama Abel.
-Encantado... –dijo Abel.
-Lo mismo digo. Mi nombre es...

De repente, se escuchó el ruido de una explosión procedente del exterior, lo que provocó que los carruajes se detuviesen de inmediato.
-¿Qué ha sido eso? –preguntó Cain.
-No lo sé pero no creo que sea buena idea quedarse aquí –indicó el joven mientras cogía su espada.

Al salir, observaron que, delante de la caballería en vanguardia, había un grupo de seres antropomórficos a los que ninguno había visto. Eran de distintos tamaños y presentaban cuernos, cola y/o pezuñas en lugar de pies.
-¿Q-qué son? –preguntó Abel, alterado.
-Demonios... –dijo, de repente, el chico.
-¿Demonios? –preguntó Cain.
-Mi maestro me habló de ellos. Me dijo que entabló relación con uno. Aunque parecen más amenazantes de lo que me contó.
-En serio, ¿seguro que tu maestro era una persona normal?
-Parece que están hablando de algo. Vayamos a ver...

Una vez se acercaron, pudieron observar mejor a los demonios. Se trataba de un grupo de ocho, dos del sexo femenino y seis del masculino. Uno de ellos, en apariencia el líder, mantenía una conversación con Dante. Tenía dos grandes cuernos curvados hacia atrás y una cola parecida a la de un felino. Por lo demás, presentaba las mismas características que un humano, sólo que con extremidades más fuertes que la media.
-¡Te repito que no necesitamos que humanos defiendan a nuestra señorita! –exclamó el demonio.
-No dudo de vuestra eficacia pero órdenes son órdenes. Forma parte de la integración de especies. Un grupo humano de protección para las señoritas Hana y Thyra, y un grupo de demonios dentro de los dirigentes de las defensas de la Inquisicón.
-¡Me da igual lo que digan las órdenes! ¡No confío en los humanos para llevar a cabo una tarea tan importante!
-¡¿Te das cuenta de que hacer esto podría suponer una vuelta atrás en los trámites hacia la paz?! ¡Sé que es difícil confiar los unos en los otros pero, con esfuerzo, podremos vivir en paz!
-¡Por vuestra culpa, el número de demonios es hoy la mitad de lo que era en el pasado! ¡¿Por qué tendríamos que esforzarnos en comprenderos?! ¡Lo único que queremos es que os vayáis y nos dejéis este trabajo a nosotros!
-Lo siento pero no puedo hacerlo, de lo contrario, los esfuerzos de las señoritas Hana y Thyra, así como los del papa John X, habrán sido en vano.
-¡Pues si no se hace por las buenas, se hará por las malas!

En ese instante, el demonio realizó una señal y los demás concentraron bolas de fuego, lanzándolos contra Dante y dos de los carruajes que había detrás de él.
-¡Cuidado! –exclamó Gian, abalanzándose sobre su compañero y desplazándolo fuera de su rango de ataque.

Por otro lado, varios soldados recibieron el impacto, volando por los aires y quedando inconscientes en el suelo.
-¡Maldita sea! –se quejó Gian mientras veía arder los carruajes- ¡Si no fuera por la mejora de las armaduras, habrían acabado igual!
-Sin los “Dying Walker” y las armas especiales, lo tenemos difícil contra ellos. Pide refuerzos, debemos de estar cerca de Roma, los entretendremos hasta que lleguen –ordenó Dante.
-¡Bien! –respondió Gian.
-¡Ah! ¡Y procura hacerlo de manera que no llegue a oídos de la población!
-¡Sí, lo sé!
-¡Soldados, atacad! –mientras su compañero se retiraba, Dante reunió al resto de sus tropas, quienes, a grito de guerra, acometieron contra los demonios.
-¡Nosotros también deberíamos ayudarles! –dijo el joven espadachín.
-¡¿Estás loco?! –replicó Cain- ¿¡Has visto lo que acaban de hacer!? ¡Si vamos ahí, moriremos!
-¡No podemos dejarles a su suerte! ¡Además, si les demostramos lo que valemos, puede que nos suban la paga! –exclamó, intentando convencer al mercenario.
-Mm...
-¡Yo voy! –dicho esto, el chico se unió a los soldados en la batalla.
-¡Oh! ¡Maldito crío! ¡Vamos, Abel! –se quejó Cain mientras cogía su arma, una gran hacha, y corría detrás arrastrando a su hermano.

Dante se hallaba enfrentándose al líder de los demonios, a quien conseguía mantener más o menos a raya pese a la diferencia de poder.
-Tu espada... –comenzó a decir el demonio mientras esquivaba los ataques del hombre- ¡Está hecha para dañar demonios, ¿no es así?! ¿¡Y vosotros sois los que decís apoyar la paz!?
-¡Si no fuera por radicales como vosotros no tendríamos que llevarlas!
-¡Cállate! –concentrando fuego en sus brazos, el líder de los demonios golpeó la armadura del hombre por la parte del abdomen. Físicamente no se observaron daños sobre ésta, pero el guerrero salió despedido hasta chocar de espaldas contra uno de los árboles del bosque cercano al camino por el que transitaban- ¡Al final, eso es todo lo que podéis hacer contra nosotros! ¡No sois dignos de proteger a la señorita Hana!

Entonces, el espadachín apareció por uno de sus laterales, sorprendiendo al demonio.
-¡¿Quién eres tú?!
-¡No tengo por qué decirle mi nombre a alguien que no me ha dado el suyo! –respondió el joven, realizando un corte vertical, el cual fue bloqueado por los brazos llameantes de su contrincante.
-¡No pienso perder el tiempo contigo!

Dicho esto, el líder de los demonios separó el arma de sus extremidades y concentró fuego en una de sus manos, disponiéndose a disparar a su enemigo. Sin embargo, éste no le dio tiempo, dando un paso hacia delante y atacando horizontalmente con su espada, logrando hacerle un pequeño corte en el abdomen. Acto seguido, y aprovechando el impulso tomado, giró sobre sí mismo y realizó un corte vertical dirigido a su bíceps.
-¡Agh! ¡Maldita rata! –molesto, su adversario golpeó con su puño el hombro del chico, enviándolo al suelo.

Viéndose en la obligación de rodar por el suelo para evitar un pisotón dirigido hacia su pecho, el espadachín japonés se incorporó lo más rápido que pudo. Por desgracia, sólo podía mover uno de sus brazos, el otro tardaría un tiempo en volver a la normalidad. Pese a ello, no mostró indicios de rendirse, girando la espada y situándola con el filo hacia atrás.

De esta forma, avanzó a la vez que el demonio volvía a concentrar fuego y esperó a que realizase otro disparo. Entonces, lo evadió mediante una voltereta hacia delante y hundió el arma en su pierna.
-¡Agh! –se quejó el demonio, provocando que el chico soltase la empuñadura para evadir su próximo ataque, quedándose así desarmado- ¡Se acabó! –exclamó, sacando la espada y lanzándola lejos de él- ¡Esta vez, me aseguraré de acertar! –dijo mientras generaba una bola de fuego considerablemente más grande que las anteriores.
-¡Ya es suficiente!

Una voz se erigió por encima del griterío, logrando un momentáneo silencio. Buscando su origen, el espadachín observó a dos individuos con alas de plumaje blanco aterrizar cerca de donde se encontraba. Ambos vestían una túnica color blanco y azul celeste con una capucha que cubría sus rostros, los cuales no tardaron en mostrar.
-¡S-señora Thyra! –se sorprendió Dante, quien había conseguido levantarse y caminaba hacia ellos.

La denominada Thyra era un ángel femenino de pelo dorado y largo, recogido en una trenza. Sus ojos verdes inspeccionaban el terreno con expresión seria, arrugando levemente sus finos labios rosados. En sus manos portaba una vara del mismo color que su cabello, siendo ésta más alta que su propia usuaria.

A su lado estaba un hombre de cabello color trigo, pobre en la zona de la frente, la cual se presentaba arrugada, lo que le hacía aparentar tener una considerable edad. Sus ojos estaban cerrados y su expresión era apacible y relajada.
-¡¿Se puede saber por qué estáis peleando?! –exclamó Thyra con voz fuerte y severa que logró hacer bajar las armas a todos los presentes. El joven japonés, a su lado, quedó impresionado por su imponente presencia.
-¡S-señorita! –respondió el líder de los demonios, aunque se pudo observar un atisbo de duda en sus movimientos- ¡No aceptamos que un grupo de humanos se encargue de la... de vuestra protección! ¡Nosotros somos los más indicados para dicha tarea!
-¡La decisión ya ha sido tomada! ¡No se harán cambios de ningún tipo, independientemente de cualquier objeción! ¡Fue lo que se votó por mayoría a fin de allanar el camino hacia la paz entre humanos y demonios!
-¡Pero...!
-¡No hay peros que valgan! ¡No me digas que habéis empezado esta batalla por un motivo tan estúpido!
-¿¡E-estúpido!? –alterado, el demonio avanzó hacia ella con intenciones poco amistosas.

Viendo su reacción, el chico japonés corrió a interponerse entre los dos justo cuando el ángel golpeaba el suelo con su vara. En ese momento, sintió cómo una gran fuerza invisible elevaba por los aires tanto a él como al líder de los demonios, llevándose la peor parte al salir despedido más allá de los primeros árboles del bosque.
-¿Huh? ¿Quién era ése? –preguntó Thyra, confusa.
-Uno de vuestros guardaespaldas, señora... –contestó Dante, llevándose una mano a la frente.

-¡Uaaaaaah!
Separado de los demás por una considerable distancia, finalmente aterrizó en un pequeño lago, en mitad de un claro. Hundiéndose unos metros, consiguió hacer fuerza con su brazo sano para salir a la superficie.
-¡¿Qué clase de habilidad ha sido esa?! –gritó- ¡Si no llega a ser por el lago habría muerto!
-Esto... ¿Estás bien? –preguntó alguien detrás de él.
Al darse la vuelta divisó cerca de él la cabeza de una joven nadadora pelirroja, quien poseía un par de pequeños cuernos asomando sobre su cabeza, y ojos grandes y rojos que lo miraban con curiosidad.
-Sí... Em... Perdona si te he interrumpido...
-No, por favor. Debe haber sido un aterrizaje duro. ¿Qué estabas haciendo para haber acabado así?
El chico caviló durante unos instantes.
-Intentar salvar a alguien, creo. Sólo que he sido enviado aquí por aquella a la que pretendía salvar.
-¿Huh? ¡Jajaja! ¿¡En serio?!
-Lo sé... Lo normal es que te lo agradezcan. En cualquier caso, si... no te importa, me gustaría salir de aquí –dijo mientras comenzaba a nadar con su brazo bueno.
-¡Ah! ¡¿Estás herido?! ¡Deja que te ayude!
-No es necesario.
-¡Claro que lo es! ¡Vamos! ¡Yo te llevaré!
Entonces se acercó a él y lo agarró de la cintura, impulsándolo poco a poco hasta la orilla. El espadachín notó algo blando en su espalda, seguido de una extraña sensación que prefirió guardarse en su interior por temor a revelarlo.

Fue salir del lago y poder confirmarlo.
-¿E-estás desnuda? –preguntó, apartando instintivamente la vista.
-¿Qué? Pues claro. Normalmente hay que bañarse sin ropa. Bueno, en tu caso no has tenido más remedio. ¡Jajaja! –rió animadamente mientras comenzaba a vestirse- ¿Es que te da vergüenza?
-No estoy acostumbrado...
-Um... yo pensé que te sorprenderías más de que sea una demonio.
-Bueno... supongo que ya he tenido contacto con los tuyos...
-Mm... Ya veo. Puedes darte la vuelta.

Una vez lo hizo se topó con que no se había puesto la parte de arriba, mostrándole su torso desnudo.
-¡Uaah! –exclamó el chico, volviendo la vista de nuevo.
-¡Jajaja! ¡Me encanta tu expresión! –respondió mientras acababa de ponerse la ropa- ¡Me caes bien! Mi nombre es Hana, ¿cómo te llamas?

El chico levantó la cabeza, ella estaba de cuclillas, con expresión sonriente. El Sol iluminaba su pelo rojo, brillante por el agua. Por alguna razón, en ese instante, le pareció uno de los seres más maravillosos del planeta.

Ese encuentro con las dos, Thyra y Hana, marcaría un antes y un después en su vida. El principio de una historia que terminaría con el nacimiento de una leyenda.
-Mi nombre es Hioni Reima.

La historia de un pasado muy lejano...

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