martes, 7 de noviembre de 2023

Capítulo 54: Remiel

-¿Qué significa esto, Michael? –preguntó Remiel, con el puñal de luz todavía clavado en el costado.

-Esa pregunta la debería hacer yo, Remiel. ¿Qué es lo que le has hecho a Sariel?

 

Sorprendido, el aludido observó a su alrededor, donde el pánico se había transformado en confusión y expectación, con todos los presentes devolviéndole la mirada.

-¿Qué está pasando? –dijo Thyra, su mano todavía agarrada por la de Reima.

 

-No sé de qué me estás hablando. ¡Y espero que tengas una buena base para acusarme de lo que sea por lo que lo estás haciendo! ¡De lo contrario será considerado alta traición!

-Entiendo. Así que prefieres seguir jugando a ese juego –contestó el arcángel, visiblemente decepcionado-. Si es así, entonces expondré cómo sé que mataste a Claude, que le lavaste el cerebro a Sariel y que planeabas utilizarle para matar a Thyra.

 

Aquella confesión provocó los murmullos de algunos de los Pacificadores.

-¡¿Que él mató a Claude?! –repitieron, mirándose los unos a los otros.

Reima hizo lo mismo con Thyra, ya que la notó temblar, presa del nerviosismo y la ansiedad al conocer las declaraciones del arcángel.

-Mis sospechas empezaron hace tiempo. Antes incluso de que creasen a los Pacificadores. Por entonces actuabas de forma extraña. Te marchabas poniendo excusas no todo lo razonables que deberían haber sido si planeabas engañarme. Diría que me subestimaste, viejo amigo –aquel comentario provocó una mueca de desagrado en Remiel que no pasó por alto, pero decidió ignorarla para proseguir con su discurso- Por desgracia, no tenía ninguna prueba, así que me limité observarte. Fue entonces cuando llegó el segundo hecho que hizo aumentar mis sospechas. Y es que comenzases a cuestionar las acciones de Thyra.

-¿Qué esta...? –la arcángel no pudo acabar la frase. Siempre había pensado que la acción de relevarla de sus funciones había sido idea de Michael.

-Me pareció muy extraño, pues siempre la habías apoyado frente a mí, pero, de nuevo, no tenía nada para culparte. Además, si lo hubiese hecho en ese momento, habría vuelto la situación en contra de mí. Así que tomé una difícil decisión: seguirte el juego hasta que llegase el momento en que pudiese revelar tus intenciones. Sin embargo, para que ese momento llegase tuvo que morir ese chico –continuó Michael, refiriéndose a Claude-. Fue Uriel la que lo encontró, justo antes de fallecer, pero a tiempo de que le dijese quién había sido su asesino. Exacto. Tú, Remiel.

-Eso es absurdo. Ese chico ni siquiera me conocía. Ni yo a él.

-Por supuesto que no te conocía. Pero Uriel sí. Bastó con describirte para que ella supiese de quién hablaba.

-Pudo haberme inculpado adrede.

-¿Por qué motivo? Tú lo has dicho, ¿no? No te conocía.

 

Sin duda, aquello era difícil de justificar. Decir que Claude lo había planeado carecía de sentido, teniendo en cuenta que no había habido ningún contacto entre ellos, algo que el propio arcángel acababa de confirmar.

-Je. Ya sé lo que está pasando aquí –replicó Remiel, revolviéndose de Michael para obligarle a deshacer el puñal de luz- ¡En realidad tú y Uriel habíais planeado esto desde el principio! ¡Los dos os habéis compinchado para eliminar a Thyra y echarme la culpa a mí! –exclamó ante los demás, con un tono mucho menos calmado del que le había caracterizado hasta entonces.

-Ya veo –contestó Michael, cerrando los ojos y profirió un suspiro lleno de paciencia. Era como si, pese a todo, esperase a que Remiel se disculpase o admitiese su crimen antes de llegar más lejos, pero, en ese punto de la conversación, no le quedaba más remedio que jugar su última carta-. Lo cierto es que, si lo hubiese revelado esta información antes de este día, me habría sido difícil responder. Sin embargo, gracias a la actuación de Uriel tengo las pruebas suficientes para demostrar que no soy yo.

 

Desconcertado, el otro arcángel miró a su alrededor. Quizás esperase a que alguien saliese en su defensa. En ello, sus ojos se posaron sobre los de Thyra, pero en ellos ya no divisó la confianza que otras veces le había depositado. En su lugar había tristeza y decepción.

 

-Gracias al combate de hoy he comprendido qué técnica has usado para controlar a Sariel: el Ojo del Querubín. Una técnica muy compleja que sólo podría ser realizada por un arcángel. Sin embargo requiere de tres condiciones: la primera es que quien la realice debe ser más poderoso que a quien controle, la segunda es que debe haber permanecido cerca de su víctima durante al menos doce horas previas a su uso y la tercera es que si mientras la está utilizando recibe un dolor agudo, la técnica será interrumpida. Según los escritos antiguos, esta técnica les fue prohibida a los arcángeles justo después de la guerra.

-Si esa técnica, como tú dices, sólo puede ser utilizada por un arcángel, entonces nada impide que la hayas utilizado tú –le recriminó Remiel, sonriendo levemente.

-Claro, viejo amigo –afirmó Michael-. Pero eso sería si Thyra y yo estuviésemos en plenas facultades.

 

De repente, a Thyra le dio un pequeño vuelco el corazón, pues acababa de entender a qué se refería. Ella todavía conservaba la Marca de Seraphim grabada en su pecho, desprendiéndola de toda característica que se le atribuyese a un ángel. Y la situación de Michael no era mucho mejor. Haber utilizado esa técnica contra ella le debía de haber requerido mucho Setten, dejándolo al mismo nivel que un ángel. Y dudaba que hubiese pasado el tiempo suficiente como para haberlo recuperado.

 

Así pues, eso sólo dejaba una posibilidad...

-Exacto, Remiel –continuó Michael, observando como la expresión de su compañero también cambiaba al comprender la situación-. El único arcángel con la capacidad suficiente para utilizar esa técnica actualmente eres tú.

 

Aquellas últimas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre Remiel, quien desvió la vista hacia un Sariel que se la devolvió llena de ira. Por desgracia para él, el resto también parecía haber entendido quién había sido el culpable de todo.

-¿Y bien, Remiel? ¿Tienes algo que decir? –preguntó Michael, con seriedad.

-Supongo que no me queda otro opción –respondió él, mirándole fijamente a los ojos.

 

Entonces, se lanzó volando hacia Thyra. Su velocidad fue tal que atravesó el campo de un extremo a otro sin que a nadie le diese tiempo a actuar. O al menos a casi nadie, pues Uriel consiguió interponerse a tiempo entre la mano de Remiel y el cuello de su amiga, impidiendo un golpe fatal, y desviando su trayectoria hacia el cielo

 

Sariel y Michael reaccionaron justo después, dirigiéndose el primero a ayudar a su Uriel mientras el segundo se desplazaba hasta llegar donde Thyra.

-¡¿Estás bien?! –le preguntó el arcángel, aunque al ver su cara no le hizo falta escuchar su respuesta- ¡Escúchame, Thyra! ¡No tenemos mucho tiempo! ¡Uriel y Sariel no aguantarán mucho contra él y menos después de su combate! ¡Necesitamos devolverte tu poder para que puedas derrotarle!

-¡Pero, ¿cómo...?! –logró articular ella, todavía en shock- ¡¿T-tienes el poder para hacerlo?!

-Me temo que todavía no.

-¡¿Entonces cómo pretendes que...?!

 

A mitad de pregunta, se dio cuenta de lo que pretendía. Sólo había dos formas de deshacer la Marca de Seraphim. La primera era que quien la hubiese puesto la deshiciese. La segunda, que éste muriese.

-¡No! ¡No puedes estar hablando en serio! –declaró la joven, negando con la cabeza.

-¡No hay otra opción, Thyra!

-¡No pienso dejarte morir!

-¡No tenemos tiempo!

-¡No! ¡No! ¡No!

-¡Escúchame! –la detuvo Michael, cogiéndola de los hombros y zarandeándola-. ¡Remiel es un arcángel! ¡Uno de los seres más poderosos que existen actualmente en este mundo! ¡Y los únicos que podrían detenerle somos tú y yo! ¡Pero ahora mismo nos tiene donde él quiere, y si nos mata a ambos, dispondrá de total libertad para cumplir sus ambiciones! ¡Fui yo quien decidió seguirle el juego para que al menos uno de los dos sobreviviese, y debo cargar con las consecuencias! ¡¿Lo entiendes?!

-Yo...

-¡Es lo único que podemos hacer, Thyra! ¡Si tengo que morir para que uno de los dos viva, entonces que así sea! –sentenció él, separándose y mirándola con firmeza mientras generaba un puñal de luz y se apuntaba al cuello- Prométeme que le vencerás.

 

El arcángel femenino asintió, impotente, y apretó con fuerza la mano de Reima, que había estado agarrando durante todo ese tiempo. Lágrimas caían sobre sus mejillas.

-Bien –fue lo único que dijo Michael antes de proceder a cortarse la aorta.

 

Sin embargo, una mano detuvo al arcángel.

-¡¿De verdad creías que te iba a dejar?! –gritó Remiel, empujando a su excompañero e inmovilizándolo contra la pared con una especie de grilletes de luz- ¡Mejor estate quieto hasta que llegue tu turno! –continuó, dirigiéndose posteriormente a Thyra.

 

Al momento, Reima y Alex se pusieron delante de ella, enarbolando sus armas y atacándole de frente. No obstante, sus esfuerzos fueron en vano, pues el arcángel les detuvo sin apenas esfuerzo golpeándoles en el estómago, casi dejándoles sin aire, y lanzándoles hacia atrás para quitárselos de encima.

 

Segundos después, agarró a Thyra del cuello y la elevó en el aire.

-Fíjate. La niña prodigio aquí presente, a mi merced.

-¡¿Qué has hecho con Uriel y Sariel?! –preguntó ella, incapaz de soltarse de su agarre por mucho que lo intentase.

-Tranquila. Por ahora sólo están “durmiendo”. Me encargaré de ellos una vez haya acabado contigo.

- ¡¿Por qué...?! –logró decir pese a que empezaba a notar la falta de aire.

-¿De qué serviría decírtelo si vas a morir igualmente? –contestó Remiel.

 

Al mismo tiempo, Reima hacía un esfuerzo sobrehumano para ponerse en pie e intentar no vomitar por el impacto que había recibido. Agarrando a duras penas su espada, la utilizó como apoyo para lograr su objetivo.

 

Durante un instante, su mirada y la de Michael se cruzaron. Fueron unos segundos, pero el joven comprendió lo que le pedía. Entonces, alzó su arma y se preparó para asestarle un golpe mortal, no sin antes mirar de reojo a Thyra.

-Lo siento... –murmuró, dibujando una estela horizontal que sesgó la cabeza del arcángel.

 

Como si de alguna forma lo hubiese intuido, Remiel se dio la vuelta justo cuando la cabeza del arcángel tocaba el suelo.

-¡No! –exclamó, lanzando a Thyra contra tierra y formando una lanza de luz en su mano con la que atravesó el pecho de Reima.

-¡Reima! –gritaron tanto la arcángel como Hana, quien acababa de llegar allí acompañada del resto de Pacificadores.

-¡Malditas moscas! ¡Apartaos de mi camino! –continuó Remiel, arrojando más de esas lanzas contra ellos, lo que provocó que tuviesen que agacharse para esquivarlas.

 

Entre aquel caos, Thyra notó cómo su pecho ardía y, al mirar hacia abajo, descubrió que la marca había desaparecido. Sin pensárselo dos veces, desplegó sus recién recuperadas alas y acometió contra Remiel, llevándoselo lejos del campo de entrenamiento, hacia una llanura a las afueras de la ciudad, contra la que chocaron los dos.

 

Mientras tanto, Hana se acercó al cuerpo inerte de Reima. Tenía una herida mortal en el pecho y no respiraba.

-¡No! ¡Por favor, no! –exclamó.

-No puede ser... –dijo Julius a su lado.

 

Alex, que también acababa incorporarse, se encontró con aquella escena, lo que le hizo golpear el suelo con el puño, maldiciéndose por no haber podido hacer nada por él.

-¡Joder! –gritó, quedándose sentado con las piernas cruzadas mientras se agarraba el pelo, visiblemente enfadado.

 

La demonio no se lo podía creer. Desesperada, intentó en vano reanimarlo, pero si quedaba algo de vida en el cuerpo del espadachín, ésta no tardaría en esfumarse. Así pues, sin saber qué más hacer, dejó caer su frente sobre el pecho del joven, sollozando desconsolada a la vez que recordaba el tiempo que habían pasado juntos y, en concreto, la vez en que trató de animarla tras lo ocurrido en Nápoles.

 

“No es algo que tengas que cargar tú sola... confía más en mí...”. Aquella frase, pese a su simpleza, había logrado, en parte, liberar la maraña de sentimientos que la consumían por entonces.

 

“Quiero que me des ese tiempo para confiar en ti. Quiero estar contigo”, fue lo que pensó al ver su rostro. Y pese a sorprenderse a sí misma al hacerlo, sabía que desde ese momento, o quizás incluso antes, una sensación nunca antes experimentada había estado creciendo dentro de ella. Y creía entender adonde se dirigía.

 

Fue ahí cuando entendió lo que debía hacer.

 

Era la primera vez en su vida que intentaba algo así, por lo que no sabía cuál sería el resultado. De hecho, la metodología utilizada para ello sólo la conocía porque había sido traspasada durante generaciones entre familias de ángeles y demonios, incluido el hecho de que sólo podía realizarse una vez en la vida.

 

Así pues, se acercó a Reima y puso sus manos sobre la frente del joven. Entonces, empezó a canalizar su Setten hacia él, sintiendo como su mente se sumergía dentro de la suya.

 

Al abrir los ojos, descubrió un campo lleno de arroz ante un atardecer. Un paisaje rural bello que la dejó sin habla. Sin embargo, también la inundó una sensación de soledad.

 

Al caminar por uno de los senderos que rodeaban los cultivos, descubrió una gran casa de madera al final de éste, y allí, junto a la puerta, un niño frente a un hombre adulto, el cual acariciaba la mejilla del pequeño mientras éste le sonreía, feliz. Sin embargo, segundos más tarde, ambos se desvanecieron en el aire.

-¿Qué haces aquí? –preguntó una voz distorsionada justo detrás de ella, haciendo que se girase para descubrir de nuevo al niño, pero esta vez con una katana en su mano y bañado en sangre.

-¿Eres Reima?

-¿A qué has venido? –volvió a preguntar.

-A sacarte de aquí.

-Será mejor que no lo hagas.

-¿Por qué?

-Porque este es mi lugar. Un lugar donde no volveré a fracasar.

-¿Crees que has fracasado?

-No pude protegerle. No pude salvarle. Alguien como yo no sirve para manejar una espada por el bien de los demás.

-¡Te equivocas! ¡¿Sabes a cuantas personas has salvado hasta ahora?! ¡Yo he sido una de ellas!

-¿Entonces por qué no consigo llenar este vacío? ¿Por qué siento que todo se derrumbará a mi alrededor sin que pueda hacer nada por evitarlo?

-Eso es porque no eres capaz de aceptarte a ti mismo. Y hasta que no lo hagas, seguirás sintiéndote vacío.

-¿Y qué puedo hacer?

-No lo sé. Esa respuesta la tendrás que encontrar tú mismo, como todos nosotros. Pero hay algo que sí sé, y es que para mí no eres un inútil ni un fracasado. Eres alguien increíble. Eres amable, capaz de ayudar a quien sea y luchar por aquello que crees correcto ¡Eres un héroe, Reima! –exclamó Hana mientras se acercaba a él, quien durante la conversación había crecido hasta adoptar su estatura actual- Y si tú no lo crees, entonces yo estaré ahí para recordártelo.

-Al final, tú también te marcharás.

-Nunca. Siempre estaré a tu lado. Sea de la manera que sea. Siempre estaré contigo.

-¿Lo prometes?

-Lo prometo –contestó mientras alcanzaba a tocar el cuerpo del joven.

 

En ese instante, sintió que volvía a la realidad. De nuevo, ante el cuerpo inerte de Reima, mientras todos la miraban si entender lo que estaba haciendo.

 

Así pues, se acercó al rostro del chico. Sabía cuál era el siguiente paso y, precisamente por eso, no pudo evitar sentirse algo avergonzada. Más teniendo en cuenta el público que la rodeaba. No obstante, aquello era un pequeño precio a pagar por devolverle la vida.

 

De esa manera, y finalmente, lo besó. Un beso que la hizo sentirse extrañamente cálida, notando como una pequeña corriente le recorría el cuerpo y de alguna forma la confortaba. Era una sensación algo extraña, pero le resultó agradable.

 

Al separarse de él, y ante la atónita mirada de los demás, observó cómo la herida del espadachín se regeneraba como por arte de magia, volviendo a respirar casi al instante. Por desgracia, también pudieron ver cómo aparecía una quemadura recorriendo su mejilla izquierda. Un efecto secundario producido por la maldición que la demonio acababa de aplicar sobre él.

 

Mientras tanto, en la llanura sobre la que habían aterrizado Thyra y Remiel, ambos se levantaron y se miraron fijamente, como dos guerreros que están a punto de batirse en duelo.

-¡Se acabó, Remiel! ¡Ríndete!

-¡Esto no se acabará hasta que uno de los dos haya muerto!

-¡No puedes ganarme!

-¡Porque tú lo digas! –respondió él, arrojándole varias lanzas de luz que fueron esquivadas por la arcángel, quien, a su vez, concentró varios puntos de Setten detrás de ella, desde los cuales surgieron rayos blancos que se dirigieron hacia Remiel como láseres.

 

Alzando el vuelo, éste los esquivó casi todos, no sin esfuerzo, desviando los que sí le alcanzaron mediante un movimiento de su mano, rodeada de un aura etérea. Por desgracia para él, no pudo evitar que esto le causara algunas quemaduras.

 

Profiriendo un chasquido de lengua con el que mostró su desagrado, juntó ambas palmas en posición de rezo, haciendo aparecer cuatro brazos gigantes y translúcidos desde su espalda, a partir de cuyos dedos se concentró una gran cantidad de Setten que salió disparado en forma de rayos de energía lumínica.

 

El poder de aquellos fue tal, que al esquivar uno, Thyra vio cómo se producía un gran cráter en la hierba que cubría la llanura, obligándola a seguir moviéndose entre las trayectorias de sus siguientes ataques y que continuaron impactando sobre tierra con la consecuente modificación del terreno.

-¡¿Por qué haces esto?! ¡¿Acaso no ves que estás atacando a los de tu propia especie?!

-¡No lo estaría haciendo si Michael y tú no fueseis tan necios!

 

Aquella respuesta la descolocó, contraatacando pese a ello, esta vez cuerpo a cuerpo.

-¡Esa escoria a la que defendéis, también mató a los nuestros! ¡¿Y ahora pretendéis que todo el daño que hicieron quede en el olvido?!

-¡No podemos dejar que lo que sucedió hace tantos años persista a día de hoy, Remiel! ¡De lo contrario, nunca seremos capaces de avanzar!

-¡Aceptando a los demonios entre nosotros será cuando dejemos de avanzar, ¿es que no lo ves?! ¡La gente no cambia, Thyra, y una vez recuperen su poder, volverán a buscar la supremacía como especie! ¡Por eso me uní a ellos!

-¡¿Ellos?!

-¡Ellos sí tienen las ideas claras! ¡Extinguir a los demonios de la faz del planeta y crear un dominio únicamente de ángeles y humanos! ¡Sólo entonces nuestra especie tendrá futuro!

-¡¿Estás loco?! ¡No sé cómo te has podido dejar manipular de esa forma!

-¡¿Y tú qué sabrás, nadie de tu familia murió por culpa de esos demonios?!

-¡¿Qué?!

-¡Mi abuelo murió a manos de uno durante la guerra! ¡Desde ese momento el rencor de mi familia hacia ellos no ha hecho más que crecer! ¡Y ese odio ha sido relegado en mí para destruirlos de una vez por todas!

 

Tras un rápido intercambio de golpes, volvieron a separarse, quedándose como al principio del combate.

-Ya veo. Supongo que entonces no hay salvación para ti –declaró Thyra, apenada.

-¡Je! ¡Así que te has decidido a matarme! ¡Adelante! ¡Inténtalo si te atreves!

 

Fue en ese instante cuando la arcángel hizo aparecer su vara delante de ella, transformándola en una lanza luminiscente con la que apuntó a Remiel.

-¡Eso es...! –se sorprendió el arcángel.

-Deberías haberlo supuesto, Remiel. La lanza de Kodesh sólo puede ser utilizada por un arcángel que considere su causa justa. Un arma capaz de exterminar todo aquello que toca –explicó-. Me preguntaba por qué, tras dejarnos a Michael y a mí tan debilitados, decidiste usar a Sariel en lugar de acabar tú mismo con nosotros. Era por miedo. Tenías miedo de que algún día nuestras muertes se volviesen en tu contra.

-Cállate

-Por eso no podías utilizar la lanza. Por eso tampoco puedes ahora. Y también por eso, morirás.

-¡Cállate! –gritó Remiel, lanzándose de frente e impulsivamente hacia ella.

-Adiós, Remiel –dijo, arrojándole el arma, que por mucho que su adversario intentó evadir, impactó sobre su objetivo.

-¡Aaaaagh! –chilló mientras ésta lo desintegraba, no dejando ni una célula de él una vez hubo terminado.

 

Solitaria en el campo de batalla, la joven aterrizó sobre uno de los cráteres que había dejado aquel combate. Tuvo que sujetarse una de sus manos debido a los temblores que la sacudían.

 

Estaba nerviosa, ansiosa, confusa, dolorida, triste... una amalgama de sentimientos sin vía de escape por la que salir. Tuvo que respirar hondo para controlarse. Sin embargo, hubo una palabra que se le quedó grabada a fuego en la mente: Ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario