martes, 28 de enero de 2020

Capítulo 45: El esclavo


Era por la mañana mientras Reima esperaba en las puertas del castillo junto a su grupo y el de Tathya. El motivo tenía que ver con que Hana y Thyra iban a dar una vuelta por la ciudad, y ellos habían sido elegidos para protegerlas. Por otro lado, Hana le había dicho que aquello también ayudaría a que Julius cambiase de parecer.

Mientras esperaban a que llegasen las dos gobernantes, el chico echó un vistazo al resto de sus compañeros. Desde los más serios, como Tathya o Sarhin, a los menos, como Cain y Abel, el último de los dos bostezando cada diez segundos.
-¡Si has dormido como diez horas! ¡¿Cómo es posible que sigas teniendo sueño?! –se quejó Cain mientras le pellizcaba la barriga a su hermano.

El pequeño de los dos soltó un grito de dolor, acariciándose la parte afectada.
-Es que no estoy acostumbrado a madrugar tanto. Y me afecta, aunque haya dormido mucho –respondió con voz adormilada y bostezando de nuevo.
-¡Eso no tiene sentido! –exclamó su hermano.
-¿Tú estás bien? –mientras Reima observaba aquella escena, Alex se acercó a él.
-Sí, estoy acostumbrado a levantarme temprano. Me gusta aprovechar el tiempo –contestó el espadachín.
-Bien, un guerrero despierto es un guerrero capaz –dijo Alex, poniendo una de sus manos sobre la cintura.
-Lástima que no puedas decir lo mismo de ellos dos, ¿eh? –bromeó a la vez que señalaba, con un gesto de la cabeza, a los dos hermanos.
-Bueno, quizás no sean muy... como es la palabra, ¿ortodoxos? El caso es que eso no quita que no sean capaces. Cada persona tiene su manera de llevarlo.
-¿Qué opinas del otro grupo, entonces? –preguntó Reima, refiriéndose a Tathya y los demás.
-No creo que haya problemas entre Helder y Lianor –empezó a explicar Alex, señalando primero a un chico y una chica de pelo negro y corto. Reima recordaba haberles visto cuando lucharon por el liderazgo de los grupos. Por entonces, ambos llevaban la misma armadura.
-¿Son pareja? –preguntó Reima.
-Hermanos. Al igual que Cain y Abel –contestó Alex-. Aunque parecen llevarse mejor que esos dos.
-Ya. ¿Qué hay de los otros? –continuó Reima con los que, de hecho, más habían captado su interés.
-Diría que entre Tathya y Sarhin hay buena conexión. A su manera, claro. Pero no da la sensación de que se lleven muy bien con Julius.

Pese a que no había estado en la conversación de la noche anterior, el líder había dado en el clavo, aunque no se detuvo ahí.
-Pero, creo que en cuanto solucionen ese problema, su relación será más fuerte que la de los demás.
-¿A qué te refieres? –preguntó el espadachín japonés.
-No sabría exactamente cómo explicarlo, pero supongo que cuando alguien se enfrenta a una situación difícil junto a otra persona, eso termina uniéndoles. Y una vez se ha producido, es un lazo muy difícil de romper.

Si bien no acababa de comprender las palabras de Alex, el joven pensó que, teniendo más experiencia, sabía de lo que hablaba.

En ese instante aparecieron Hana y Thyra, indicándoles que se subiesen a los carros, por lo que decidieron dejar la conversación y ponerse a trabajar.

Tras un corto viaje a la ciudad, los dos grupos de Pacificadores, así como las gobernantes, se bajaron de sus vehículos, situados a un lateral de una de las grandes plazas de la ciudad, poco frecuentada a esas horas.

En el centro, se podía observar la figura de un hombre, probablemente uno de los duques anteriores a Marinus, ya que no se parecía mucho a éste; quizás fundador de la ciudad. Formando un círculo perfecto alrededor del monumento, había varios establecimientos, fuesen de textiles, alimentación u otros útiles.

Existían cuatro entradas a dicha plaza, cada una de ellas situada en las regiones norte, sur, este y oeste; y en todas ellas se erigía un arco de piedra.

Por el aspecto de ese sitio, Reima dedujo que se trataba de algún mercado importante para la actividad económica de la ciudad.

-¿No ha venido nadie del castillo a haceros de guía? –preguntó el espadachín a Hana.
-Lo hemos preferido así. Además, Marinus tiene que quedarse para meditar nuestra proposición, y querrá tener a todos sus sirvientes para cumplir sus necesidades –dijo ella encogiéndose de hombros, gesto tras el cual ambos rieron.

En ese momento, Reima se fijó en que Thyra le estaba mirando de reojo, con aspecto de estar disgustada. Lo que le hizo sospechar que su estrecha relación con Hana no le hacía mucha gracia.

Para empezar, tras su primer contacto, en el que ella le había enviado a volar, apenas habían mantenido conversación, y una de las pocas veces en que lo habían hecho, las palabras del joven no le sentaron especialmente bien. En base a esto y lo anterior, su reacción no le sorprendió mucho, haciéndole pensar que sería una buena idea intentar hablar con ella.

No pasó mucho tiempo hasta que los establecimientos comenzaron a abrirse, apareciendo tanto los dueños como los demonios esclavizados que servían de mano de obra.

Las diferencias entre Roma y Nápoles se hicieron claras. Y es que, en Nápoles, los demonios llevaban grilletes en su cuello, ropajes harapientos, y expresiones de tristeza u odio por la situación en la que vivían. Había incluso casos en los que sus dueños, viendo que no trabajaban como querían, les golpeaban.

Resultaba una imagen aterradora y desesperanzadora, pero para los habitantes de Nápoles, era lo normal.

-No me puedo creer que los traten así –comentó Lori.
-Y no has llegado a ver lo peor. Hubieron tiempos en los que, en lugar de esclavizarnos, nos torturaban, descuartizaban, violaban y otro tipo de actos que, por suerte, hoy en día son mucho más difíciles de ver.
-¿Quieres decir que todavía se siguen haciendo? –preguntó Lori, estupefacta.
-Por desgracia, hay sitios en los que sí. Este tipo de imágenes son las que queremos cambiar –dijo Hana.

En ese momento, justo delante de ellos, una mujer empujó a una demonio, lanzándola contra el suelo. La demonio, cuyo aspecto era como el de una mujer de treinta y pocos, emitió un pequeño grito, sorprendida y asustada al mismo tiempo. Apoyada sobre sus cuatro extremidades, les miró con una expresión que pedía ayuda y aun así, probablemente, no esperaba recibirla.

Su pelo, despeinado y sucio, caía sobre sus mejillas, ligeramente húmedas por las lágrimas, y tanto manos como pies, desnudos, estaban llenos de rasguños y magulladuras.

Viendo aquella escena, Lori dio un paso adelante, con intención de ayudarla. Sin embargo, Hana la detuvo, negando con la cabeza ante la confusión de la guerrera.
-Yo también me siento igual, pero si intervenimos, nos pondremos en una posición que afectará a nuestras negociaciones. Por ahora, no debemos llamar la atención –dijo ella.
-¿Por qué los demonios no contraatacan? ¿Acaso no son más fuertes? –preguntó Cain, frunciendo el ceño.
-Hay muchas razones, pero la que les da mayor seguridad a los humanos son esos grilletes que llevan en el cuello. Disminuyen su poder a un nivel incluso inferior que el de las personas –explicó Thyra.

En ese momento, un demonio, de aspecto más joven que su semejante, vino a socorrerla, ayudándola a levantarse.
-¡Bastardos! ¡Ella no ha hecho nada! –exclamó él- ¡Ya lo veréis! ¡Algún día los demonios nos vengaremos de vosotros! –prosiguió, lo que dio lugar a las risotadas de los demás, a excepción del grupo recién llegado.
-¡¿Y qué vais hacer?! ¡No tenéis ningún poder! –se burló uno.
-¡Anda, Renzo, controla a tu esclavo! –añadió otro.

Al escuchar su nombre, un hombre rechoncho y corpulento, se acercó al demonio y le asestó un puñetazo en la mejilla, logrando que perdiese el equilibrio y cayese al suelo. Después, continuó dándole patadas en el estómago, una detrás de otra, mientras recibía los vítores del resto.
-¡Cuantas veces te tengo que decir que te calles, ¿eh?! ¡No haces más que dejarme en ridículo delante de los demás con tus estúpidas ideas! –exclamó, tras lo que le agarró del pelo y le levantó- ¡Como vuelvas a rebelarte contra alguien, te mato! ¡Pues anda que no hay demonios como tú en el mercado de esclavos! –acto seguido, lo volvió a lanzar contra el suelo- ¡Y vuelve al trabajo, que hay mucho por hacer!
-¡Sois... escoria...! –replicó el demonio, cabreando aún más a su dueño, quien, a punto de darse media vuelta, caminó hasta él con intención de seguir golpeándole.

De repente, su cabeza se desvió hacia la derecha de manera forzada, como si se hubiese llevado un golpe. Confuso y acariciándose la mejilla, Renzo miró a su alrededor, intentando encontrar al culpable, pero no había rastro de nadie sospechoso, tan sólo miradas extrañadas por su comportamiento.

Habiendo perdido las ganas de seguir castigando a su esclavo, le dirigió una última mirada de odio antes de volver a su establecimiento.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Cain, sin entender por qué el hombre había actuado así.
-Hana ordenó que no intervinieseis –indicó Thyra.
-Mis disculpas –dijo Alex-, pero no podía quedarme de brazos cruzados. De todas maneras, el problema estaba en que nos viesen hacerlo, ¿verdad? –sentenció sonriendo.

Muy pocos habían conseguido verlo, pero había sido el líder del segundo grupo quien, a una velocidad asombrosa, había golpeado a Renzo, evitando que continuase aquella situación.
-En fin –suspiró Thyra-, continuemos con la visita. Sólo espero que no volvamos a toparnos con un incidente así.

La mañana se sucedió sin mayores problemas. Quitando el trato que se les daba a los demonios, la ciudad era un paisaje de la civilización digno de admirar. Puentes de piedra, iglesias de gran belleza arquitectónica, gran presencia del medio natural... Además, se había progresado mucho en cuanto a la situación social de las personas que vivían allí, ya que no se observaba pobreza en las calles o falta de alimento en las casas. Todo ello, a costa de los derechos de las razas no humanas.

Finalmente, a partir de la propuesta de Hana, se decidió dejar algo de tiempo libre para los Pacificadores, ahora que conocían mejor la ciudad. O más bien, para todos los miembros exceptuando a los líderes de ambos grupos, quienes decidieron quedarse junto con las gobernantes para que estuviesen protegidas en todo momento.

Puesto que era hora de comer, Reima y su grupo fueron a un establecimiento cerca de una de las iglesias, cuyo campanario se caracterizaba por ser el más alto de la ciudad, llegando a considerarse una estructura representativa de la ciudad.

Así pues, entraron en el local y se sentaron junto a una de las mesas que había libres. Allí, un joven demonio les atendió, tratando de sonreír lo mejor que pudo, para no cabrear a su dueño, pese a que lo único que deseaba era escapar.

Ninguno se sentía especialmente cómodo con aquella situación, aunque Caín y Abel, debido a sus personalidades, parecían mostrar menos empatía. En cualquier caso, y obedeciendo las órdenes de Hana, decidieron dejarlo de lado y hacer sus pedidos como cualquier otro cliente.

No pasó mucho tiempo hasta que observaron a otro demonio entrar en el local. Se trataba del esclavo de Renzo, aquel a quien habían visto en la plaza ayudar a un congénere.

Éste se acercó a la barra, donde se encontraba el dueño, todo ello ante la atenta mirada y los cuchicheos del resto de clientes.
-He venido a traer el pedido de mi amo –dijo, sin pretender ocultar su irritación, dirigiendo una mirada asesina al humano que tenía enfrente.
-¿Otra vez con esa cara? Voy a decirle a Renzo que te discipline más. Se te están subiendo los humos a la cabeza, demonio.
Él se mantuvo en silencio, procurando aguantarse las ganas de contestarle. Pese a ello, no apartó la mirada, mostrando una actitud desafiante.
-En fin, descárgalo en el almacén. Le diré a Freira que te ayude –ordenó el dueño, llamando poco después a una demonio que estaba detrás de la barra, quien, nerviosa, hizo varias reverencias antes de ir trotando detrás del otro esclavo.

Antes de salir por la puerta, Reima se fijó en que el demonio masculino les miraba de reojo. ¿Les había reconocido de lo ocurrido en la plaza?

No pasó mucho tiempo hasta que sus dudas se resolvieron, pues poco después de terminar de descargar el pedido, se colocó frente a su mesa.
-Vosotros sois los que estabais junto a la gobernante Hana, ¿verdad?
Los Pacificadores se miraron entre sí.
-¿Por qué lo dices? –preguntó Cain.
-Quiero hablar con ella.
-¿Sobre qué?
El demonio desvió la mirada hacia el mercenario, claramente molesto.
-¿De qué conoces a Hana? –interrumpió Reima.
-Hace nueve años, antes de ser esclavizado, la vi en los territorios del este. Por entonces propagaba los ideales de que los demonios, los ángeles y los humanos son iguales. Supongo que a día de hoy sigue haciéndolo –explicó el demonio.
-Así es.
-Lo único que quiero es entender esos ideales. Odio a los humanos. Son arrogantes pese a ser más débiles e ignorantes. Y no dudan en avasallar a otras especies para satisfacer su ego. Por eso, quiero entender por qué dice que se puede convivir con ellos. Me gustaría saber lo que ve ella.

Todos se mantuvieron en silencio durante unos segundos, hasta que el dueño del establecimiento irrumpió en la conversación.
-¡Disculpad! ¿¡Os está molestado ese idiota!? –gritó desde la barra.
-¡No! ¡Sólo estábamos hablando con él! –respondió Lori, descontenta con su actitud.
-¡Ah! ¡Vale! –sin entender muy bien cómo alguien querría mantener una conversación con un demonio, el dueño del establecimiento volvió al trabajo.
-Dime, ¿cómo te llamas? –preguntó Reima.
-Me llamo Egil.
-Siéntate con nosotros, Egil –dijo el espadachín mientras le ofrecía un asiento a su lado.
-¿Estás seguro de esto, Reima? –preguntó Cain.
-Tampoco perdemos nada por hablar con él.
-Mm... supongo que no –dijo el mercenario mientras bebía un sorbo de la jarra que le habían servido.
-Egil, yo soy Reima, y estos son mis compañeros: Cain, Abel y Lori -dijo mientras les señalaba conforme decía sus nombres, a lo que cada uno fue asintiendo en señal de confirmación. Bueno, salvo Abel, quien estaba más concentrado en comer que en cualquier otra cosa, algo por lo que su hermano se echó una mano a la frente.

-Siento decir que, sin el permiso de la gobernante no podemos dejarte verla, y que, en caso de que lo hagas, tendrás que permanecer bajo nuestra vigilancia –explicó Reima.
-¿Sois su guardia? –preguntó Egil.
-La de ella y la del arcángel Thyra.
-La he visto. Al igual que Hana, es famosa, y también muy poderosa. Pero, ¿por qué estáis aquí exactamente?
-Eso es algo que no podemos decir sin el permiso de ellas dos.
-Pues si se trata de convencer a los humanos para que convivan con los demonios, será mejor que os rindáis. Ni siquiera los demonios están interesados –rió Egil.
-¿Acaso no les conviene? –se extrañó Lori.
-Muchos demonios odian a los humanos con toda su alma. Preferirían estar muertos antes que amistarse con ellos. Algunos incluso planean una revolución.
-Si estallase una guerra, no creo que los demonios saliesen bien parados, sobre todo teniendo en cuenta que su número es menor que el de los humanos –declaró Cain.
-Aun así. Si existe un detonante lo suficientemente fuerte, no les importarán las consecuencias.
-Antes, en la plaza, te he escuchado decir que algún día los demonios se vengarán, ¿significa que eres de los que están a favor de esa revolución? –preguntó Reima.
-Aunque lo estuviese, ¿crees que podría hacer algo con esto? –preguntó señalando los grilletes en su cuello.
-Pero, ¿qué me dices de los humanos buenos? También los hay que quieren entablar la paz con los demonios y que dejen de ser esclavos –dijo Lori.
-Muy pocos en comparación con los que nos esclavizan. Y algunos de ellos, unos hipócritas.
-Visto lo visto, me temo que no vamos a poder dejarte ver a Hana –dijo Cain.
-Eso lo decidirá ella –replicó Reima.
-¿Estás loco? Aun teniendo esos grilletes este tío es un radical. Dudo que se muestre muy comprensivo.
-Puede ser. Pero, y creo que Hana estará de acuerdo conmigo, si nos negamos a hablar con los más radicales, estaremos demostrando que no somos capaces de cambiar las cosas. Además, ya hemos dicho que no le quitaremos el ojo de encima.
-Aun así, me parece arriesgado. Y no quiero que mi fuente de dinero se acabe, ¿sabes?
-Tú, como siempre, pensando en lo mismo, ¿eh? –dijo Lori, a lo que su compañero se encogió de hombros.
-Qué puedo decir, soy fiel a mí mismo –sentenció Cain.
-He de irme –interrumpió de repente Egil-. De lo contrario, mi dueño me pegará otra paliza. Aunque algún palo me llevaré de todas formas -el espadachín japonés se fijó que en ambos brazos llevaba cardenales y cicatrices de cortes- Avisadme si decide reunirse conmigo –dijo antes de cruzar la puerta del establecimiento.

-Claro, no hay problema –dijo Hana, una vez el grupo le hubo contado lo ocurrido con Egil-. Si nos negamos a hablar con los más radicales, estaremos demostrando que no somos capaces de cambiar las cosas.
-Asusta que haya dicho exactamente lo mismo que tú –indicó Cain, dirigiéndose a Reima.
-En eso estoy de acuerdo contigo, Hana. Pero estoy segura de que ese demonio esconde algo –replicó Thyra.
-En cuanto a eso, más tarde hablaré contigo, Thyra –dijo Hana, adoptando un tono de voz más serio- Por el momento, volveremos al castillo. Decidle que mañana por la mañana hablaré con él.
-De acuerdo –sentenció Reima.

Aquella misma noche, uno de los esclavos se encontraba junto a uno de los pozos situados cerca del centro de la ciudad, al que había ido con la excusa de recoger agua. A los pocos minutos, una figura encapuchada se acercó a él, hecho que no pareció sospechoso, continuando con su trabajo mientras el desconocido, con un cubo en mano, fingía esperar a que terminase.
-Mañana por la mañana me reuniré con la gobernante –dijo el esclavo-. Su guardia personal sospecha de mí.
-Es obvio. No eres alguien a quien se le dé bien mentir, Egil. Pero no importa. Dado que tienes los grilletes, no se lo esperarán –dijo mientras sacaba un trozo de papel de tonalidad amarillenta con una serie de símbolos dibujados en él-. Date la vuelta. Te lo pondré en la espalda.

Tras esto, el esclavo dejó su espalda al desnudo y esperó hasta que el encapuchado pusiese el papel sobre ella. Nada más entrar en contacto con su piel, los símbolos comenzaron a brillar con un tono de color violeta. Poco después, tras apartarlo, dichos símbolos quedaron grabados, impresos en tinta, sobre su espalda. El documento se desintegró casi instantáneamente.
-Bastará con abrazarla para que funcione, y, como ocurre con las técnicas que utilizamos para localizaros, al ser externa y no haberla generado tú, tus grilletes no influirán estorbarán. No obstante, debes tener en cuenta una cosa –explicó el encapuchado-. Esta técnica sólo puede ser utilizada una vez. El portal se cerrará una vez alguien haya entrado por él, de modo que no te equivoques de objetivo, ¿queda claro?
-Como el agua –asintió el demonio volviendo a ponerse la ropa.
-Por supuesto, no dejes que nadie lo vea. Aunque eso ya lo sabes –dijo el encapuchado antes irse-. Buena suerte. Contamos contigo.

Entonces, se alejó y desapareció entre la oscuridad de la noche. Al fin y al cabo, no podía permanecer mucho tiempo allí, de lo contrario los guardia le descubrirían y se formaría un gran revuelo.

Por otro lado, Egil decidió hacer lo mismo, si tardaba demasiado, su dueño daría el aviso de su desaparición, y si se diese ese caso y se le ocurriese volver, no dudaría en propinarle otra paliza. Así pues, cogió el par de cubos que había llenado y deshizo los pasos que le habían llevado hasta el pozo.

Al día siguiente, tanto los Pacificadores como las dos gobernantes fueron informados de que Marinus continuaría meditando su propuesta, algo que no sorprendió a la mayoría.

Se trataba de una decisión que iba a afectar al funcionamiento de su territorio, por lo que era de esperar que pensase detenidamente todos los pros y los contras. De todas maneras, Leonardo les recordó que seguían teniendo vía libre para desplazarse por Nápoles, siempre y cuando no alterasen el orden de la ciudad, y que sus habitaciones seguirían disponibles para ellos.

Así pues, se dirigieron de nuevo a la ciudad para que Hana se reuniese con Egil. No únicamente Hana, por supuesto, ya que la demonio iría acompañada por los mismos escuadrones de Pacificadores que el día anterior así como Thyra, cuya expresión era más seria de lo normal, lo que le hizo preguntarse a Reima si tendría relación con lo que ella y Hana hablaron en secreto.

El joven también recordó la reacción del esclavo cuando le hubo dado la confirmación de su reunión con la gobernante, una mezcla de alegría y melancolía. Hecho que le resultó extraño.

El lugar seleccionado se encontraba ligeramente a las afueras, en una especie de mirador, parcialmente rodeado por un muro de piedra a media altura y bancos y mesas del mismo material. Los habitantes de Nápoles lo utilizaban como merendero, disfrutando de las vistas del bosque y de la única cordillera que lo rodeaba.

Por suerte, a esa hora no había nadie, por lo que se podría charlar en privado sin que les molestasen, algo de lo que también se ocuparían los Pacificadores.

Cuando llegó Egil, éste pasó entre todos los presentes sin sentirse intimidado, sentándose sobre un banco situado justo enfrente de Hana.
-Me disculpo si esto puede parecer un poco exagerado –bromeó la demonio, refiriéndose a toda la seguridad que había a su alrededor.
-Fui avisado de ello, así que no te preocupes –respondió Egil con simpleza.
-De acuerdo, entonces vayamos a lo importante. Me dijeron que querías hablar conmigo, pero no parece que sea para pedirme algo. Dime, ¿para qué es entonces? –preguntó ella.
Egil echó un vistazo a su alrededor antes de comenzar a hablar.
-Como les dije a tus guardaespaldas, hace nueve años te conocí en los territorios del este. Por entonces, predicabas que los demonios, ángeles y humanos debían coexistir en paz y armonía. Cuando te escuché hablar, creí en esas palabras, me emocionaba saber que existía alguien capaz de luchar contra lo imposible, y pensé que ése era el ejemplo que debía seguir. Pero esa creencia se hizo añicos el día en que lo perdí todo.
Recuerdo que era por la tarde y me encontraba con mis padres y mis dos hermanos pequeños en nuestra solitaria casa, en mitad del valle, donde apenas existían otras especies salvo animales y plantas. A mis padres no les gustaba llamar la atención, y preferían pasar desapercibidos en un lugar lo más alejado posible de la ciudad. Me encantaba ese sitio.
Recuerdo que mis hermanos todavía eran demasiado pequeños para valerse por sí mismos, y mis padres demasiado mayores para poder hacer todo el trabajo que requería cuidar de ellos, por lo que se apoyaban bastante en mí para enseñarles lo necesario en cuanto a caza y supervivencia. Una vez aprendiesen, tenía pensado viajar al oeste y ayudar a otros como tú a intentar cambiar las cosas y mejorar la relación entre humanos y demonios.

Sin embargo, mi deseo se rompió en pedazos cuando, al llegar mis hermanos y yo de cazar en el valle, encontramos a mis padres recibiendo una paliza por parte de un grupo de humanos. Por lo que luego me enteré, habían recibido información de que allí vivían demonios que podrían secuestrar y vender en el mercado de esclavos, así que exploraron la zona y así fue como llegaron hasta nuestra casa, sorprendiendo a mis padres, y utilizando armas contra demonios para reducirlos y capturarlos.

Aunque intentamos defenderlos, no fuimos capaces, por lo que terminamos siendo capturados junto con ellos. Esa fue la última vez que vi a mi familia.

Tiempo después, supe que mis padres no tuvieron tanta suerte como yo, lo que ya es decir, teniendo en cuenta lo que significa ser esclavo. Pero, en su caso, su dueño los utilizó para divertirse torturándolos o haciéndoles pelear contra otros demonios. Al final, no pudieron aguantar más, y murieron. Prefiero pensar que se quitaron la vida, antes que morir a manos de ese engendro.

De mis hermanos, aún no sé nada. Ni si están vivos o muertos. Ni siquiera en que país o ciudad viven.

Llevo nueve años cultivando mi odio contra los humanos, hasta el punto en que la mayor parte de mí mismo sólo piensa en vengarse. Sin embargo, hay una parte, una minúscula parte, que todavía tiene esperanza. Y eso, se debe al recuerdo de lo que tú dijiste aquel día.

Convénceme. Dime por qué, después de todo lo que he pasado, todavía merece la pena amistarse con ellos. Libérame de mi odio, tú que todavía crees que hay una manera de hacerlo –sentenció Egil, dando lugar a un silencio tan sólo interrumpido por el canto de las aves del bosque.
-Yo tengo una pregunta para ti, Egil –dijo Hana con tono sereno- ¿Crees que si te digo que merece la pena, tu odio desaparecerá?
La pregunta sorprendió no sólo al esclavo sino también a los Pacificadores. Algunos se giraron hacia ella.

Tras recuperarse de su reacción, Egil meditó su respuesta durante un momento.
-No –contestó, tajante.
-Entonces es imposible para mí aliviar tu dolor. Y tampoco creo que sea capaz de convencerte con palabras, ya que no confiarás en ellos a no ser que veas con tus propios ojos de lo que son capaces.
-Entonces, ¿la única manera que tengo de volver a creer en los humanos es experimentándolo por mí mismo? –una sonrisa burlona se dibujó en el rostro del demonio- Si es así, la conversación ha terminado. En casi nueve años que llevo conviviendo con ellos, lo único que he observado ha sido crueldad.
-Ningún ser en este mundo nació para odiar ni ser odiado, Egil –dijo Hana, de repente.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Odias a los humanos porque tienes motivos para odiarlos. Y ellos odian a los demonios porque también tienen motivos para ello. Pero si no existen motivos, tampoco existirá odio. El odio se aprende, no se tiene.
-¿Insinúas que a los humanos se les puede enseñar a no odiar?
-No sólo a los humanos. A todos. Todos somos capaces de crecer sin odio. En eso, los humanos, los demonios y los ángeles no somos distintos.
-Pero lo que tú dices sólo funcionará con aquéllos que todavía no hayan conocido el odio. Es imposible que los humanos, que ahora nos menosprecian, cambien de parecer.
-A no ser que sus motivos para amarlos sean más fuertes.
Ante aquella respuesta, Egil no supo qué responder.
-Existen humanos que han aprendido a amar a los demonios. Y aquellos que estarían dispuestos a dar su vida por defenderlos. Algunos incluso están ahora mismo con nosotros –señaló mientras observaba a los Pacificadores- El amor enseña a amar a otros, por el contrario, el odio sólo genera más odio. Dime, ¿qué camino eliges?

Egil se dispuso a responder cuando, de repente, se produjo una explosión en la ciudad que atrajo las miradas de todos, a excepción de tres de ellos
-¡¿Qué ha sido eso?! –preguntó Lori.

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