domingo, 21 de julio de 2013

Gaia Project: Capítulo 11

Sarah corrió por el pasillo en la dirección que le había indicado Quattuor. El camino se le estaba haciendo más largo de lo que esperaba.

-¡¿Cuánto tengo que corre hasta llegar a esa dichosa bifurcación?! –se quejó.

 

Finalmente, dio con lo que buscaba, extendiéndose ante ella otros dos pasillos, uno hacia la derecha y otro que continuaba al frente.

 

Continuando por el de la derecha, no tardó en detenerse y correr a esconderse detrás de un pilar pegado a la pared.

-¡¿”Más adelante”?! ¡Un poco más y me descubren! –murmuró, enfadada con Quattuor, pues a pocos metros de coger el camino de la derecha, había encontrado a dos esqueletos a cada lado de un acceso, cuyo tamaño superaba la puerta de salida- Me pregunto si quien construyó esto tenía un fetiche con las grandes estructuras.

 

Al observar el resto del pasillo, cayó en la cuenta de que éste se ensanchaba justo antes de llegar al acceso, dando lugar a un área en forma triangular. Distribuidas aleatoriamente por dicho espacio, había numerosas cajas cuyo contenido no alcanzó a ver, y que le hizo preguntarse si se trataría de comida para los presos.

-¿Se supone que tengo que evitar que me vean? El terreno no me lo está poniendo fácil.

 

La mejor forma de pasar desapercibida era yendo por el techo, ya que dudaba de poder usar una distracción desde donde estaba. Por otro lado, pese a que no había tenido la oportunidad de comprobar la fuerza de esos esqueletos, tampoco le parecía buena idea hacerlo ahora.

 

Por suerte, se percató de unos pequeños salientes que recorrían los laterales del techo, unos centímetros por debajo de éste, y que llegaban hasta la zona situada justo encima de su objetivo. Si se agarraba a ellos, puede que lograse entrar sin que se diesen cuenta.

 

Así pues, primero calculó la altura a la que estaba, a fin de cerciorarse de que podría llegar de un salto. Tras esto, se hizo ligeramente hacia atrás para coger impulso, dio unos pasos hacia la pared, flexionó las piernas y saltó. Entonces, una vez en el aire, apoyó los pies sobre el muro para elevarse aún más alto, hasta finalmente quedar colgada del saliente.

-Ahora sólo queda moverse –se dijo a sí misma.

 

Sujetándose al borde con ambas manos, se introdujo en el espacio triangular, apoyando los pies sobre la pared para facilitar el desplazamiento. Debía ir con mucho cuidado, pues cualquier paso en falso podía suponer ser descubierta.

 

Minutos después, había logrado recorrer la mitad del camino, pudiendo observar mejor tanto la entrada como las cajas.

 

De esta forma, confirmó que sólo había dos esqueletos protegiendo la sala a la que llevaba el acceso, y que éste no disponía de puerta. Además, las cajas estaban apiladas unas encimas de otras, lo que suponía un escondite perfecto.

 

Dejándose caer, sin hacer ruido, detrás de uno de esos montones, vigiló a los esqueletos antes de echar un vistazo en el interior de una de las cajas, utilizando sus propios dedos, a modo de palanca, para abrirla. En un principio le costó un poco, pero finalmente logró romper la parte de arriba, lo suficiente como para que su mano cupiese dentro.

-¿Mm? Hay algo afilado –susurró, tanteándolo un poco más hasta que se decantó por cogerlo.

-¿Un cuchillo? Parece haber más de uno. ¿Por qué guardan armas aquí?

 

Aprovechándose del cuchillo, abrió otra de las cajas, sacando de ella algo que la dejó sorprendida.

-¿Un teletransportador?

 

Efectivamente, delante de ella se encontraba el aparato utilizado por estudiantes y guerreros de Yohei Gakko para teletransportar sus armas. ¿Qué hacían allí todos esos objetos?

 

De repente, algo golpeó las cajas desde su punto ciego, haciendo que ésta se precipitase sobre ella.

 

Logrando esquivarlas, haciendo uso de sus buenos reflejos, dirigió la vista hacia lo que había provocado incidente, topándose con uno de los esqueletos.

-¡Mierda! ¡Me han pillado! –gritó, poco antes de que el humanoide se lanzó a por ella, quien ayudándose de la pared volvió a subir hacia el saliente.

 

Por desgracia, el esqueleto no se detuvo ahí, y la mitad de su cuerpo salió despedida, cual misil, en su dirección.

-¡¿Es una broma?! –se quejó Sarah, apoyando el pie sobre el muro y dándose impulso para evadir el ataque, el cual dejó un pequeño boquete en la pared.

 

Al poco de aterrizar, intentó ganar distancia, pero el segundo esqueleto ya la había rodeado, golpeándola fuertemente en el estómago y enviándola rodando por el suelo varios metros.

-¡Agh! –gritó, magullada y dolorida, mientras hacía uso de fuerza de voluntad para levantarse.

 

Delante de ella, ambos esqueletos caminaban, lentamente, en su dirección. Detrás estaba la entrada, pero si intentaba correr hacia ella, no tardarían en impedirle el paso. Necesitaba pensar en algo.

-Veamos si les gusta jugar al escondite –dijo, poco antes de echar a correr hasta ponerse detrás de otro montón de cajas. Entonces las golpeó fuertemente y las arrojó contra ellos, los cuales no parecían tener problemas en esquivarla o romperlas según llegaban, esparciendo su contenido por el suelo.

 

Al llegar hasta Sarah, golpearon la barricada tras la que se había cubierto, sin embargo, ella ya había aprovechado esos segundos de distracción para esconderse tras otro montón.

 

“Creo que ya sé cómo librarme de ellos”, pensó mientras, protegida tras su nueva barricada, repitió la misma táctica que antes.

 

En ese momento, los esqueletos decidieron cambiar de estratagema y, al divisar parte de su ropa detrás de lo que parecía ser el último montón, se dividieron para atacar por ambos lados, a fin de emboscarla. No obstante, descubrieron que tan sólo se trataba de su camiseta sujeta mediante un cuchillo; y que ella había aprovechado la distracción, así como el desastre de objetos esparcidos por el suelo, para zafarse hasta la sala.

 

-Tengo que encontrar rápido la forma de abrir esa celda –murmuró mientras echaba un vistazo a su alrededor.

 

Junto a la esquina inferior izquierda de aquella cámara, pegada a la pared situada frente a ella, había un entramado de engranajes formando a un sistema de polea, mediante el que, o al menos eso pensaba, se elevaban los barrotes de las celdas. Al lado del mecanismo, se encontraba un centro de mandos con varios interruptores, y números dispuestos encima de ellos.

 

Sin pensárselo dos veces, corrió hacia allí y buscó el interruptor que correspondía a la celda de Quattuor. Sin embargo, se dio cuenta de que no sabía a cuál correspondía cada uno, así que optó por lo más sencillo: apretarlos todos.

 

En ese instante, uno de los esqueletos la alcanzó y la golpeó en el costado, haciendo que, del impulso, chocase contra la pared más cercana.

 

Una sensación de falta de aire recorrió sus pulmones, provocándole una repentina tos, sin embargo, no podía detenerse ahí, por lo que trató de incorporarse. Por desgracia, el otro esqueleto, que acababa de llegar, la agarró del cuello y la estampó contra la pared.

 

Forcejeó para liberarse, pero no sirvió de nada. Mientras tanto, su compañero empezó a golpearla en estómago y mejillas, haciéndola escupir sangre.

-¡Agh! –se quejaba Sarah cada vez que uno de sus puñetazos alcanzaba una parte de su cuerpo. Era como si quisiesen dejarla inconsciente- ¡Así que me mantendréis con vida! ¡Ja! ¡No va a ser tan fácil! –logró gritarles antes de que

Es esqueleto que la tenía sujeta la arrojasen contra el suelo, dejándola, entre gritos de dolor, casi sin respiración.

-¿Eso... es todo? –preguntó, todavía con una sonrisa en su rostro, pese a que se sentía mareada y luchaba con todas sus fuerzas para que sus ojos no se cerrasen.

 

Pese a mostrarse dispuestos a continuar con aquella tortura, los esqueletos se detuvieron al escuchar el sonido de pisadas sobre el contenido de las cajas.

 

De repente, un hombre de unos dos metros de altura se asomó por la entrada, crujiéndose los huesos de las manos y masajeándose el cuello para liberar tensiones.

-Buff, hacía tiempo que no me sentía tan bien. Has hecho un gran trabajo, peliazul.

-Así que has venido –respondió la joven, con una voz más débil que la que solía usar.

-Un trato es un trato. Además, dejarte sola contra esos engendros no entra dentro de mis principios.

-¿Acaso los tienes? –rió ella.

 

Por su parte, los esqueletos giraron sus cabezas hacia el centro de mandos, donde los interruptores habían sido pulsados a tiempo, justo antes de que la detuviesen.

-Bien –continuó Quattuor, acercándose a ellos- ¡Es la hora del show!

 

Como si de una señal se tratase, tras el grito del hombre, uno de los humanoides se lanzó contra él e intentó atravesarle el pecho con su mano, no obstante, sus dedos no fueron capaces de atravesar su piel.

-¿De verdad creías que eso iba a funcionar conmigo? –se burló Quattuor, levantando su brazo derecho y dejándolo caer, como un martillo, sobre el cráneo de su adversario, aplastándolo contra el suelo y reduciéndolo a pequeños trozos.

-¡Uno menos!

 

En ese momento, el segundo esqueleto le atacó con la mano abierta en dirección a su cuello, con intención de cortárselo, pero la reacción del hombre no se hizo esperar y, tras detener el ataque sin mucho esfuerzo, agarró su brazo y lo lanzó contra la pared. El impacto provocó que el cuerpo del ser quedase dividido en huesos.

-¡Y otro fuera! –rió Quattuor, quien parecía estar disfrutando como un niño pequeño.

 

“¿Qué clase de fuerza tiene?”, se preguntó Sarah, sin todavía poder moverse.

 

Ella no había podido hacer frente al poder de esos monstruos y, por el contrario, ese hombre se había desecho de ellos como simples insectos.

-Estos engendros no morirán tan fácilmente. Acabarán regenerándose tarde o temprano. Pero tal y como los he dejado, para cuando lo hayan hecho nosotros ya nos habremos ido –indicó Quattuor.

-Así que también eres un usuario de Radiar –dijo Sarah.

-Nadie construiría una celda así para alguien normal, ¿no crees? Por cierto, tienes un aspecto penoso.

-¿Podrías ser más amable de callarte y echarme una mano? –le ignoró la chica, quien no llevaba ni un minuto hablando con él y ya tenía ganas de golpearle.

-Mm... No. No me apetece. En cualquier caso, será mejor que nos movamos. Y deberías ponerte algo encima, no sé qué haces con el torso medio desnudo. Vas a coger frío.

-¡Tuve que hacerlo para sacarte de ahí! ¡Ay! –se quejó Sarah, quien apenas podía moverse por todos los golpes que había recibido, y que cada vez que lo hacía sentía pinchazos por todo el cuerpo.

 

Tras un hondo suspiró, el hombre se quitó la camiseta y se la puso por encima. Entonces, la cogió en brazos y la llevó sobre su espalda.

-¡O-oye! –replicó la joven, sintiéndose incómoda en esa posición.

-¿Prefieres que te deje aquí? –preguntó Quattuor.

-No –dijo ella, visiblemente molesta.

-Me lo imaginaba. Salgamos de aquí.

 

-¡¿Cómo habéis podido hacerle esto?! –preguntó Kareth, furioso. Por un lado, saber que Nara seguía viva le emocionaba hasta el punto de querer llorar, pero verla de esa manera suprimió cualquier sentimiento que no fuese rabia y dolor.

 

La chica estaba conectada a cables en espalda y costados. Respiraba por medio de una mascarilla y había una joya color esmeralda incrustada en su frente.

-Estuvimos discutiendo sobre si sólo usarla para negociar contigo, pero al final decidimos experimentar con ella para convertirla en contenedor de Gaia. Y fíjate cómo son las cosas. El resultado fue impresionante. Un 100% de sincronización con ella. Quien iba a decirnos que conseguiríamos semejante porcentaje.

-¡Soltadla ahora mismo! –le ignoró Kareth.

-Me temo que no va a ser posible. Aunque podríamos llegar a un acuerdo. Si encuentras a alguien que tenga el mismo porcentaje de sincronización que ella, te la devolveré.

-¡¿Qué dices?!

-Sólo tienes que encontrar a otra mujer que corra el mismo destino que los anteriores experimentos. A simple vista, es sencillo, ¿no?

-¡Estás loco!

-¿Tú crees? ¿Loco por intentar detener una guerra? ¿Por intentar darle un futuro al planeta? Te diré una cosa, Kareth, ¿sabes quiénes son los locos aquí? Aquellos que mientras hablamos, luchan y luchan dejándose llevar por sus ansias de poder. Juntos podríamos acabar con ellos y salvar el mundo. Todavía estás a tiempo de reconsiderar mi oferta.

 

Durante unos instantes, el chico fijó la mirada en Detz para luego desplazarla hacia Nara.

-No quiero repetirme, Detz –sentenció Kareth.

-Entiendo –respondió el hombre, aparentemente decepcionado- En fin, no importa, así tendré la oportunidad de probar mi nueva creación.

 

Tras apretar algunos botones del panel de mandos que tenía delante, desde el suelo, se elevó una plataforma con un hueco en el centro, en el que había una pequeña espada y una extraña empuñadura, casi más larga que el propio filo, y que presentaba dos cables conectados al mismo.

-¿Qué es eso?

-La llamo “Errantia” –contestó Detz- Y me permitirá sacar el núcleo de tu interior. Una verdadera pena tener que hacerlo por la fuerza, pero el proyecto Gaia debe seguir adelante. Contigo o sin ti.

-¿Crees que te lo voy a poner fácil? –le desafió Kareth.

-Ni siquiera me va a hacer falta tocarte –se burló el hombre.

 

En ese instante, Kareth recibió un fuerte golpe en la mejilla, seguido de otro en el costado que lo lanzó rodando por el suelo.

 

Al incorporarse, dolorido, alzó la vista, encontrando delante de él a Tribus.

-Lo siento –se disculpó ella.

 

Levantando los puños, pues carecía de armas, el joven encaró a la chica.

-Te noto nervioso. Así que ya no te fías de mí, ¿eh?

-Sé que tienes las habilidades de un nigromante. Podrías usar alguno de tus trucos para inmovilizarme, así que no puedo permitirme dar un paso en falso.

-Una actitud inteligente, pero no te servirá de nada –dijo ella, sonriendo.

-Si no lo intento, no lo sabré.

-Entonces, te haré entender que todo intento es inútil.

 

Al poco de acabar la frase, Tribus cerró los ojos y movió los labios, pronunciando una serie de palabras que no llegó a captar. Temiéndose lo peor, el chico avanzó con rapidez hacia ella, con intención de detenerla. Sin embargo, cuando creía que iba a alcanzarla, dejó de sentir el suelo bajo sus pies, pues acababa de ser arrojado por los aires como una pelota, aterrizando de espaldas contra el suelo.

 

Levantando la mitad superior de su cuerpo, no sin dificultades, observó aquello que lo había lanzado hasta allí, encontrándose con cuatro grandes tentáculos de un color rojo intenso que surgían del suelo a partir de agujeros negros y que se tambaleaban mientras ascendían hasta casi tocar el techo.

-¡¿Qué es eso?! –preguntó Kareth, sorprendido.

-Te presento a Sead. Uno de los Infernos, y cuya particularidad es su capacidad de modificar del tamaño y número de partes de su cuerpo –explicó Tribus a la vez que Sead hacía aparecer cuatro tentáculos más- Ya te lo he dicho. Por mucho que lo intentes, no te servirá de nada –continuó, al ver la expresión del joven.

 

Segundos después, dos de esos tentáculos se abalanzaron contra Kareth, quien, pese a su gran tamaño, logró esquivarlos. Por desgracia, otro de ellos lo alcanzó en el aire, haciendo que el joven saliese despedido hasta chocar contra una pared, provocando que parte de ésta quedase casi totalmente destruida.

 

Tras quedar ligeramente incrustado en el hormigón, su cuerpo se dejó llevar por la gravedad, deslizándose hacia abajo. Entonces, quedó sujeto de nuevo al muro mediante otros dos tentáculos, que aparecieron a cada lado de la pared, situándolo a la altura del suelo.

-¡Ugh! –se quejó Kareth, inmovilizado.

-Se acabó –dijo Detz, caminando lentamente hacia él-. Con tu núcleo en mis manos, estaremos un paso más cerca de crear un nuevo comienzo. Un mundo donde vivirán todas las especies salvo la humana.

 

En ese momento, Kareth no pudo evitar preguntarse qué habría sido de Sarah, así como tampoco pudo dejar de pensar en el destino de la chica que dormía, conectada a múltiples cables, en el interior de aquella estructura cilíndrica.

-Enorgullécete de ser el primero en probar los resultados de mi creación –indicó Detz, ya frente a él, con aquella extraña espada en sus manos-. No es nada personal –sentenció mientras hundía el filo en el estómago del joven.

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