domingo, 9 de junio de 2013

Gaia Project: Capítulo 9

En mitad de su combate contra Argo, Kareth lanzó una patada a su mejilla, siendo bloqueada por el nómada, quien agarró su pierna y lo arrojó a un lado.

Mientras tanto, Ivel aprovechó para placarlo por el costado, sin embargo, fue esquivada en el último segundo.

 

Tras esto, Argo alzó su brazo derecho y golpeó la espalda de la chica pelirroja con la palma de su mano, empujándola contra el suelo; momento en el que Kareth fue por detrás de él para intentar sorprenderle, pero falló al ver su brazo luxado tras su espalda y recibir un rodillazo que lo mandó de cabeza contra Ivel, chocando ambos y volviendo al suelo.

-Es más duro de lo que pensaba –se quejó el chico.

-No sé que esperabas –le reprochó Ivel- Fue él quien me enseñó. Conoce muchas técnicas de combate e incluso es capaz de defender su punto ciego –señaló mientras se tocaba el ojo que le faltaba a su padre.

-¿Qué sugieres entonces? –preguntó Kareth.

-La única manera de pararlo, sin llegar a las armas, sería un golpe fuerte en la cabeza. Y, para ello, necesitamos que alguien lo distraiga mientras otro le ataca desde arriba.

-Suena fácil, pero, hasta ahora, cualquier intento de distracción ha servido de bien poco.

-¡Ya lo sé, estoy intentando pensar! –se quejó la joven- Por cierto, ¿dónde están Tribus y Sarah?

-No están persiguiendo los “Geads”, así que han decidido encargarse de que no se acerquen aquí. No me extrañaría que ahora mismo también estuviesen luchando.

 

Mientras conversaban, Argo corrió hacia ellos, disponiéndose a golpearles con sus puños. Esquivando el ataque a tiempo, los dos jóvenes vieron  cómo el impacto en el suelo daba lugar a un pequeño cráter.

-¡Oh, dios! ¡Si eso nos hubiese dado estaríamos muertos! –advirtió Kareth.

-¡Padre, por favor! ¡Reacciona! –gritó Ivel, en vano, pues lo único que logró fue llamar la atención del hombre, quien avanzó hacia ella con intención de atacarla.

-¡Ivel! –gritó Kareth, poco antes de que padre e hija se enzarzasen en un forcejeo con las manos. Una batalla de fuerza en la que ella tenía las de perder.

 

En ese momento, su compañero intentó ayudarla, pero Argo sólo tuvo que hacer uso de una de sus manos para golpearle en el costado y arrojarlo contra unos barriles cercanos. Por suerte, consiguió que la presión sobre su hija se redujese, de manera que, girando sobre sí misma, le atacó con su tercer brazo, logrando zafarse y ganar distancia.

-Padre –dijo la nómada, observando la expresión de rabia y dolor del hombre.

-Tus ojos. Son como los de ella –murmuró, provocando que Ivel se mordiese el labio inferior, intentando no perder la compostura.

 

Por otro lado, Kareth intentó incorporarse. Todavía entre barriles, algunos de ellos rotos, se sacudió la cabeza para despejarse y fijó la mirada en Argo e Ivel.

“Si esto sigue así, perderemos. Si hubiese alguna manera de romper su defensa”, pensó mientras apoyaba una mano sobre el suelo.

 

Entonces, tocó algo llamó su atención.

-Esto es...

 

Mientras tanto, Sarah y Tribus seguían lidiando con los “Geads”, distrayendo su atención.

-¿Cuánto crees que tardarán? –preguntó la joven de pelo azul.

-Si han llegado a las manos, más de lo que nos gustaría –respondió Tribus, escondiéndose tras las paredes de una casa.

-Podrías usar a esos “amigos” tuyos para quitárnoslos de encima, ¿no?

-Eso llamaría demasiado la atención, ¿no crees?

-Por cierto, ahora que sacamos ese tema. ¿Eres de Yohei Gakko? –preguntó Sarah.

-Hace tiempo estuve, pero un día recibí la llamada de quien más me necesitaba.

-¿Qué? –se extrañó la guerrera.

-Dime, Sarah, ¿alguna vez te has preguntado sobre tu pasado?

 

-Padre, si durante tanto tiempo guardaste el recuerdo de su muerte, ¿por qué no me dijiste nada? Se supone que mi deber es sucederte como guía de los nómadas. Tendrías que haber confiado en mí -el hombre se llevó una mano a la cabeza, sintiendo un dolor punzante con cada palabra de ella- Todavía estás a tiempo de olvidar. Todavía estás a tiempo de remediar esto. Yo estoy contigo, padre. No voy a despegarme de tu lado. Así que, por favor, te lo suplico, vuelve en ti.

 

Argo profirió un desgarrador grito y se lanzó al ataque de nuevo, placándola contra el suelo. Acto seguido, la cogió del cuello y la levantó sobre su cabeza, tras lo que volvió a sacar el cuchillo con el que había intentado asesinarla y apuntó a su pecho.

-¡Ugh! –se quejó la cazadora, intentando deshacerse de su agarre.

-¡Eh, tú!

 

De repente, una voz hizo que el hombre se girara, recibiendo un barril en la cabeza, que se rompió con el impacto. En ese instante, un líquido cayó sobre él, logrando que soltase a su hija.

-¡Tranquilo! ¡Sólo es agua! ¡Aunque esto te gustará más! –exclamó Kareth, lanzando un polvo de color rojo a su ojo sano.

 

Instantes después, el hombre se encontraba luchando por despegarse de la órbita lo que parecía una masa pegajosa.

-Lo que te acabo de lanzar es una especia llamada nizreal. Molida, tiene la misma consistencia que la harina, pero cuando se mezcla con agua... –dijo mientras lanzaba otro barril con una gran cantidad de dicha especia, logrando que brazos y piernas se adhiriesen al cuerpo, inmovilizándolo- ...se convierte en una sustancia tremendamente pegajosa.

 

Mientras intentaba, sin éxito, deshacerse de la masa rojiza que cubría su cuerpo, Ivel se levantó del suelo.

-¡Ahora! –gritó Kareth, momento en que ella saltó y, girando en el aire, golpeó con el talón la cabeza de su padre, consiguiendo que éste cayese al suelo, medio inconsciente.

 

-¿Cómo sabías lo de esa especia? –preguntó Ivel, una vez se hubo calmado la situación.

-Recordé algo que me dijeron hace tiempo...

 

-Oye, Nara, ¿qué es esto? –preguntó Remi.

-¡Ah! ¡No lo toques! –exclamó la chica, apartándole de las manos un bol que contenía una especie de harina color rojo-. Es peligroso manipularla sin saber cómo.

-¿Qué es? ¿Algún tipo de polvo explosivo? –bromeó Remi.

-¡¿Qué te hace pensar que íbamos a tener polvo explosivo aquí?! ¡¿Estás loco?!

-Vamos, vamos, sólo era una broma –dijo el chico, mientras ella dejaba escapar un suspiro.

-Se llama nizreal. Suele echarse a comidas saladas o con poca cantidad de agua. Da un sabor fuerte y es bastante nutritivo, pero en contacto con el líquido se vuelve muy pegajoso. Por eso, debes tener cuidado.

-Oh, es cierto que está bueno –comentó Kareth  llevándose un dedo a la boca sin que ella lo notase.

-¡¿Qué haces, idiota?! –exclamó Nara.

-¡Mm! –se quejó Kareth, pues no podía abrir la boca.

-¡Remi, corre a por algo para secarle los labios! ¡Sólo así se despegará! –tras esto volvió la cabeza hacia Kareth- ¡¿A quien se le ocurre comérselo tal cual?!

-Tranquila. Sólo he hecho como que me lo llevaba a la boca –respondió Kareth, riéndose.

-¡Tú! –gritó Nara, poniéndose colorada y con expresión de enfado- ¡IMBÉCIL!

 

-Después de eso, estuvo cabreada conmigo durante una semana entera –murmuró Kareth mientras recordaba.

-¿Decías algo? –preguntó Ivel, tratando de incorporar a su padre, procurando no tocar las áreas embadurnadas con nizreal, tarea difícil, ya que se extendía por casi todo el cuerpo del hombre.

-No, nada. Olvídalo.

-Padre. Padre despierta –dijo ella, volviéndose hacia Argo. La patada había sido lo bastante fuerte como para detenerlo, pero, por suerte, seguía consciente.

-Ivel... –respondió, con una voz tenue.

-¡Padre! –se alegró la joven, quien, si no fuese porque estaba cubierto de aquella mezcla, ya lo habría abrazado- ¿Estás bien?

-Dentro de lo que cabe esperar.

-Perdona por la patada. No me dejaste otra opción –señaló Ivel.

-No te preocupes. Tenías razón. No debería haberle delatado. Sólo quería seguridad para todos. Que no se repitiese lo que le pasó a tu madre. Lo siento –se disculpó, desviando la mirada hacia Kareth.

-No puedo decir que no esté enfadado, pero entiendo que la muerte de un ser querido es muy dolorosa. Si de verdad quieres lo mejor para todos, antes tienes que querer lo mejor para ti. Uno no puede ayudar a nadie si no se ayuda primero a sí mismo –contestó el chico.

 

De repente, Ivel lo abrazó con fuerza.

-Gracias, Kareth –susurró la nómada, con una bella sonrisa en sus labios.

-¿Ivel? –se sorprendió Kareth, sonrojándose ligeramente.

 

Llevada por la emoción del momento, la joven tardó unos segundos en darse cuenta de lo que acababa de hacer, apartándose rápidamente.

-¡Ejem! –carraspeó-. P-padre, ahora que has entrado en razón, ¿crees que podrías pedirles a los “Geads” que los dejen en paz?

-Me encantaría, pero, una vez empezado el trabajo, más si lo consideran rentable, no los dejarán marchar así como así.

-¡Maldita sea! –se quejó Kareth.

-Es todo culpa mía –se disculpó Argo, por segunda vez.

-Ahora no importa. Tendremos que buscar una forma de huir de la ciudad sin que nos descubran.

-Quizás pueda echaros una mano –dijo la voz de Tribus, quien acababa de aparecer junto con Sarah.

-Kar, hasta ahora hemos conseguido distraerlos, pero no sé cuánto podremos seguir así –dijo Sarah.

-En mi casa hay una trampilla que lleva a una zona subterránea, allí podréis refugiaros y escapar –sugirió Tribus- Ya que querías visitar la casa, esta es una buena oportunidad de hacerlo –indicó Tribus, sonriendo, a lo que Kareth asintió.

-Supongo que esto es una despedida –dijo Ivel.

-Quitando esto último, lo hemos pasado bien con vosotros –bromeó Kareth.

-¿Volveremos a vernos? –preguntó Sarah.

-Por supuesto. Y la próxima vez, haremos otra fiesta en vuestro honor –respondió la nómada.

-Más os vale.

 

-Es una lástima que no podamos despedirnos de Jaryl y Will –dijo Kareth mientras eran guiados por Tribus, escondiéndose de la vigilancia de los “Geads”.

-A no ser que queráis que os capturen y os maten, no lo recomiendo –dijo Tribus.

-Bueno, eso no sería un problema para mí –murmuró el chico.

-Sabes que algunos no somos inmortales, ¿verdad? –replicó Sarah-. Además, ya viste lo que ocurrió con Lethos, siendo Unum, encontrará una forma de matarte

 

Finalmente llegaron a la casa, sólo que en lugar de utilizar la entrada principal, se introdujeron por otra más recóndita, evitando ser vistos.

-Bueno, por ahora podemos relajarnos un poco –dijo Tribus.

 

Ambos echaron vistazo al interior. No había nada que destacase. Un hogar normal con un pequeño salón donde había varias sillas de madera rodeando una mesa, hecha del mismo material, en el centro. Una cocina con los típicos utensilios que cabía esperar. Un recibidor que conectaba con un largo pasillo que, a su vez, comunicaba con el resto de habitaciones.

 

En resumen, no entendía que podía tener de especial como para haber llamado tanto su atención. De hecho, incluso era más antigua que cualquiera otra casa que hubiese visto en Yohei Gakko.

 

Pese a todo, seguía teniendo aquella misma sensación que cuando la viese por primera vez.

-Oye, Kar.

-¿Qué ocurre, Sarah?

-¿No notas nada extraño en este sitio?

-¡¿Tú también?! –se sorprendió el chico, viendo asentir a su compañera.

-Tomad, os he traído algo para beber –dijo Tribus, apareciendo desde la cocina con una bandeja y tres tazas de té- ¡Vamos, sentaos!

-¿No sería mejor marcharnos cuanto antes? –dijo Sarah.

-Como ya he dicho, no entrarán aquí, así que podemos relajarnos un rato. Ya os iréis mañana.

 

Pese a que ambos estaban un poco nerviosos por todo lo ocurrido decidieron hacer caso a sus consejos y se sentaron. Bebiendo pequeños sorbos del té que les habían servido.

-¿Y bien, Kareth? ¿Qué te parece la casa? –preguntó la chica rubia, señalando la casa.

-Pues la decoración es bonita –dijo Kareth, llevado más por romper el hielo que porque tuviese una opinión clara sobre ello-, pero no hay nada que me haga entender por qué me llama tanto la atención.

-Vaya. Es una pena. Siento no haberte sido de ayuda.

-¡No te preocupes! Serán cosas mías.

-¿Desde cuanto hace que tienes esta casa? –preguntó Sarah.

-Pues la verdad es que ni me acuerdo. Sé que era una niña cuando empecé a vivir aquí, así que supongo que hace casi veinte años.

-¡¿Qué edad tienes?! –se sorprendió Kareth.

-Oye, oye, ¿no crees que es un poco grosero preguntar eso así sin más? –bromeó Tribus- Probablemente más de los que piensas. Esta casa me la regaló una persona tan importante para mí como los nómadas. Así que es mi deber cuidar muy bien de ella.

-¿Es la misma persona que dices que te pidió ayuda? –preguntó Sarah, haciendo que su compañero la mirase extrañado.

-Oh... –dejó escapar Tribus, poniendo una expresión de curiosidad.

-¡Perdona! Es que, lo que dijiste aquella vez... –dijo Sarah, recordando las palabras de Tribus.

 

-¿Mi pasado?-preguntó la chica de pelo azul.

-El Radiar nos hace olvidar nuestro pasado, ¿verdad? ¿No te has preguntado quién eres en realidad?

-Nunca he tenido intención de hacerlo.

-Mm... Supongo que la ignorancia es la felicidad.

 

Con ese recuerdo en mente, Tribus sonrió mientras miraba a la nada.

-Supongo que ya es la hora –dijo, de repente.

-¿La hora? –preguntó Sarah.

-¿De qué estás hablando? –le siguió Kareth, quien estaba empezando a sentirse raro.

-He de reconocer que no he sido del todo sincera. Aunque tampoco es que os haya mentido. En cualquier caso, no soy la más indicada para contaros la verdad. Sobre todo, en tu caso –añadió, observando al chico.

 

Entonces, el cuerpo de ambos se hizo más pesado, costándoles cada vez más mantener los ojos abiertos.

-¿Qué...? –intento decir Kareth.

-¿...os he hecho? Tan sólo le he añadido al té una droga que os hará dormir profundamente. Es la mejor forma de que no os resistáis.

Sin poder mantenerse más tiempo erguidos, los dos cayeron de sus sillas.

-Dulces sueños –sentenció Tribus.

 

Al abrir los ojos, Sarah se sintió mareada. Estaba tendida en el suelo, duro como la piedra, con la espalda dolorida y habiendo perdido la noción del tiempo.

 

Una vez se encontró algo mejor, descubrió que se hallaba en un pasillo oscuro perteneciente a unos calabozos, aunque paredes y techo tenían mejor aspecto del que habría esperado en un sitio así. Instantes después, se dio cuenta de que estaba sola.

-¿Dónde estoy? –preguntó, levantándose lentamente, confusa. Había perdido las armas que le habían dado los nómadas, o quizás, se las habían arrebatado.

 

Si bien era cierto que todavía llevaba el teletransportador, si la teoría de Kareth era cierta, de nada le iba a servir. Seguramente los inutilizaron tras convertirse en fugitivos.

 

Así pues, decidió aprender más sobre aquel lugar, por lo que comenzó por recorrer el pasillo en el que se encontraba. Pese a la oscuridad, pudo observar varias celdas a cada lado, lo que le llevó a preguntarse por qué no la habían encerrado en lugar de dejarla ahí en medio. Fue en ese momento, cuando encontró la respuesta.

 

Delante de ella, había una puerta metálica de unos dos metros de altura y un metro de ancha. Parecía muy bien cerrada, pero eso no iba a evitar que intentase abrirla.

-Nada –dijo, tras probar a empujarla.

 

Acto seguido, decidió golpearla. El eco del primer golpe pudo escucharse por toda la sala, creando un ambiente tétrico que le provocó un escalofrío. Para colmo de males, la puerta ni se había inmutado, por lo que decidió volver a intentarlo. Sin embargo, por más que la golpease, ésta no cedía.

-Es inútil –se quejó.

-¡Oye, tú! ¡La chica de ahí!

 

Una voz a su lado la asustó, girando la cabeza a un lado y a otro, con los puños en alto.

-¡¿Adónde miras?! ¡Estoy aquí!

 

Finalmente, la joven se fijó en una celda que había a su lado. Los barrotes eran diferentes a los del resto. Tenían un doble vallado, y en su interior, podía distinguirse la figura de una persona.

-¡Menos mal! ¡Pensaba que no te ibas dar cuenta! ¡Eres un poco cortita, ¿no?! En fin, una cosita, ¿podrías dejar de hacer ruido con eso de los portazos? Estoy intentando echar una siesta y es bastante difícil con este jaleo.

-¡Sólo estoy buscando una forma de salir! ¡Si te molesta, lo siento, pero no voy a dejar de hacer sólo porque me lo pidas tú!

-¡Mira, chica! –exclamó aquel individuo, quien se levantó del suelo y se acercó a ella, haciéndose más visible. Se trataba de un hombre unos dos metros de altura, puede que más, y bastante imponente, lo que provocó que incluso Sarah diese un paso atrás- ¡Odio cuando me tocan las narices! ¡Y con ese ruidito de los hue...! –de repente, se detuvo a mitad de frase, momento en que la chica pudo fijarse mejor el su cara, la cual poseía una barba de varios días y mostraba una expresión arrogante. Además de ello, era ligeramente moreno de piel y tenía una melena larga de color negro- Yo a ti te he visto antes –continuó.

-Yo creo que no –contestó Sarah, frunciendo el ceño.

-¡Oye, peliazul! ¡¿Cómo te llamas?!

-¡¿Y por qué no me lo dices tú primero?!

-¡Porque no me apetece! ¡¿Me lo dices ya o quieres que nos pasemos todo el rato discutiendo por un nombre?!

“¡Será imbécil!”, pensó la chica, visiblemente irritada.

-¡Sarah! ¡Me llamo Sarah!

-Sarah, ¿eh? No me suena.

 

Dejando a la joven con las ganas de ahorcarlo, volvió a sentarse donde estaba, profiriendo un largo suspiro.

-Yo soy Quattuor. Encantado, Sarah.

 

-¿Dónde estoy? –se preguntó Kareth al despertar en una gran sala de paredes cubiertas de cables y circuitos eléctricos. La mayoría de ellos se unían a maquinaria situada en el centro, enfrente de una estructura tubular que se extendía desde el suelo hasta el techo y que estaba cubierta por una pared de metal. A la derecha de la maquinaria había unas escaleras que daban acceso a un segundo piso, donde habías dispuestas más de esas máquinas y un puente que conectaba con el tubo.

-¿Ya has despertado? Pensaba que no lo ibas a hacer nunca, Kareth –dijo un hombre, vestido con bata blanca y unas gafas que le daban aire inteligente. Mientras hablaba, empezó a bajar las escaleras hasta ponerse al  lado de la máquina que había en el centro.

-¿Qu-quién eres? –preguntó el joven, recuperándose todavía del mareo que le había producido la droga en el té.

 

En ese momento, el hombre se quitó las gafas y las guardó en uno de sus bolsillos.

-Me llamo Detz, y quiero darte la bienvenida al lugar de tu nacimiento.

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