jueves, 26 de enero de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 1

Sue se dispuso a descansar tras un duro trabajo. Llevaba varios días sin parar, siguiendo las órdenes de ese estúpido hombre que se hacía llamar líder. Sedientos, hambrientos, cansados, mugrientos... todos ellos trabajando sin descanso para conseguirle todo lo que pidiese. Y al final, a ellos, a los que se esforzaban día a día, tan sólo les quedaban las migajas. Pero aquella era la única manera de sobrevivir que conocía, que había conocido desde pequeña.

Sucesivas batallas habían deteriorado el mundo en el que vivía, por lo que su pueblo no era una excepción a la pobreza y el sufrimiento a la que había llevado la guerra, quedando sometidos por aquellos con mayor poder, que se aprovechaban de las necesidades de la gente para crear su pequeño paraíso.

Era demencial. Estaba cansada de siempre lo mismo. Pero, por más que intentaba convencer a los suyos de rebelarse contra aquella opresión, ninguno tenía el valor suficiente para hacerla frente. Por otro lado, escapar sólo supondría un destino aún peor.

Con esto en mente, suspiró. No le quedaba mucho para terminar el descanso y coger de nuevo su herramienta para ponerse a cavar, buscando algún rastro de agua que aprovechar o algún terreno fértil en el que poder cultivar.

Al mirar a su alrededor, se fijó en él. Acababa de llegar al pueblo. Un personaje algo extraño que vestía una capa con la que ocultaba su rostro.

Nada más llegar, les enseñó una foto donde se podía ver la imagen de un hombre. Alguien a quien estaba buscando. Al no obtener respuesta por su parte, pidió quedarse allí un tiempo, antes de continuar su viaje.
-No perderé la esperanza de encontrarlo –dijo. Así que cogió una herramienta y se puso a trabajar al igual que todos.

Aunque no hablaba mucho, no parecía mala persona, pero, pora alguna razón, le rodeaba un halo de misterio.

Finalmente, se dio la señal del cambio de turno y de nuevo, tuvo que volver al trabajo. Le dolían las manos y las piernas se le encorvaban de vez en cuando, debido al peso del cansancio. Pero no podía permitirse parar.

-Ya estoy en casa –dijo Sue al entrar-. Si es que a esto se le puede llamar casa.

Su hogar, al igual que el del resto de pueblerinos, estaba hecho de escombros y otros materiales viejos que un día pertenecieron a una próspera ciudad. Por desgracia, aquello era lo único que pudieron construir sus abuelos. Y la única herencia que les quedó de ellos.
-¿Qué tal te ha ido? –preguntó una mujer de aspecto joven y muy parecida a ella.
-Igual que siempre mamá. Un asco –se quejó Sue, desviando la mirada. Había días en los que la sonrisa de su madre conseguía relajarla. Pero, en ese momento, no estaba de humor.
-No te preocupes. Creo que nos queda algo de las sobras de ayer –intentó animarla la mujer, pues sabía distinguir muy bien cuando su hija estaba contenta y cuando no. Incluso cuando trataba de ocultarlo.
-Mamá, eso debe de estar ya podrido. Será mejor que lo tires –respondió ella.

Las leyes de subsistencia del pueblo se regían de la siguiente manera: los pueblerinos trabajaban sin descanso con el fin de buscar alimentos u otras cosas de valor. La mayor parte de éstas eran entregadas al líder, y lo que sobraba se lo quedaban quienes lo habían encontrado. Si no encontrabas nada, muy probablemente terminarías muriendo de hambre y/o deshidratación. Todo dependía de tu buena racha, y últimamente, su familia no la tenía.

Sue era hija única. Vivía con su padre y su madre, sólo que esta última estaba demasiado débil como para dedicarse a la excavación. Había veces que ni siquiera podía encargarse de las tareas del hogar, necesitando de su ayuda o la de su padre. Algo que la hacía sentirse muy inútil pese a que intentase camuflarlo con aquella sonrisa que siempre les apoyaba. Uno de los motivos que hacía que Sue siguiese aguantando todo aquello.
-¿Y papá? -preguntó
-Creo que ahora vendrá. Quizás él haya tenido más suerte –dijo su madre mientras tiraba las sobras, que emitía un hedor putrefacto.

Su padre era un hombre trabajador y con una gran responsabilidad a sus espaldas. Al igual que su madre, siempre intentaba que no decayesen sus ánimos, haciendo lo que podía con lo poco que tenía. Era de él de quien había sacado sus ideales de rebelión.

Después de un tiempo, llegó él. Por desgracia, tampoco había conseguido nada.
-Vaya día –dijo el padre de Sue, sentándose sobre una pequeña tabla de madera que pretendía ser una silla-. Pude conseguir alimento pero me lo quitaron todo. Decían que era para una fiesta especial del líder.
-¡Malditos sean! –exclamó Sue.
-Vamos, vamos, Sue. No deberías decir esas cosas.
-Pero eso es lo que son y lo sabes.
-Sí, pero insultarles no ayudará a que nuestra vida mejore. De hecho, probablemente sea al contrario.
Al escucharle decir aquello, la joven permaneció en silencio, algo desilusionada.
-Me parece que tendremos que pasar hambre esta noche. En fin, quizás mañana podamos conseguir algo –les tranquilizó su madre.
-Si los del pueblo tuviese la valentía para enfrentarse al líder, estoy segura de que todo acabaría –dijo Sue.
-Estoy de acuerdo –continuó su padre-. Pero, empiezo a pensar que no importa cuantas veces lo intentes, no lo entenderán.
-¡Pero papá, no podemos rendirnos! ¡Puede que lo consigamos sin pensamos otra forma de hacerlo!
-No lo sé, Sue. No lo sé.

Sorprendida, observó el rostro de su padre. Parecía tan cansado. Cansado de que nada cambiase pese a intentarlo tantas veces. Era como si estuviese aceptando su derrota.

Sin poder contemplar aquella escena durante más tiempo, salió corriendo de allí.
-¡Sue! –gritó su madre, disponiéndose a ir tras ella.
-Déjala, querida.
-Pero...
-Tiene todo el derecho del mundo a estar enfadada –sentenció el padre, tristemente.

¿Por qué? ¿Por qué no terminaba ya aquella locura? ¿Por qué tenían que dejarse someter?

Corriendo con todas sus fuerzas, sin rumbo fijo, no se fijo en uno de los secuaces al servicio del líder, chocando contra él y cayendo ambos al suelo.
-Ah, l-lo siento –se disculpó Sue, si saber todavía de quien se trataba.
-¡Maldita sea, ¿se puede saber que haces, niñata?! ¡Mira por donde vas! ¡¿Es que la escoria como tú sólo sabe coger una pala y cavar?! ¡Apártate de mi vista antes de que decida matarte!
-¡¿P-pero de qué vas?! ¡Ya me he disculpado! –replicó ella, sin poder aguantarse más las ganas.
-¡¿Pero qué...?! ¡¿Te atreves a contestarme?!
El soldado la miró como si fuese un insecto. Fue entonces cuando Sue se dio cuenta de lo que acababa de hacer.
-¡Quizás debería usarte de ejemplo para enseñarles al resto lo que pasa cuando te rebelas contra nosotros!

Dicho esto, cogió a la chica del cuello y la levantó del suelo. Mientras notaba cómo se ahogaba, ella golpeó sus brazos, intentando que la soltase, pero por desgracia, el hombre tenía más fuerza que ella.
-¡Vamos! ¡Vuelve a contestarme! –gritó el hombre con una sonrisa en su rostro y sintiéndose superior ante ella.

Aunque mirase a los de su alrededor, suplicando por ayuda, nadie movía un dedo, sólo observaban, con miedo, cómo pataleaba y luchaba por respirar.

Tristeza y rabia se unieron al que creía iba a ser su último pensamiento: la imagen de sus padres.

De repente, algo golpeó al hombre, lo suficientemente fuerte como para que la soltase.

Por su parte, la joven cayó de culo contra el suelo, tosiendo fuertemente mientras se acariciaba la garganta, emitiendo pequeños pitidos al tomar aire.

Al levantar la mirada, pudo ver a su agresor girándose enfadado hacia la figura de un encapuchado que Sue reconoció como el recién llegado.
-¡¿Has sido tú quien me ha golpeado?! –preguntó el soldado, mostrando desprecio y arrogancia en su voz.

Por su parte, el encapuchado se mantuvo en silencio.
-¡Te estoy hablando a ti, imbécil! –continuó mientras se acercaba a él, quien seguía sin moverse de su sitio.
-¡¿Qué te pasa?! ¡¿Pensabas que no iba a darme cuenta y ahora estás cagado de miedo o qué?! ¡¿Eh?! ¡¿Eh?!
- ¿Te importaría apartarte? No es que me importe el olor a muerto, pero el tuyo supera mis límites –dijo el encapuchado dejando sin palabras al hombre

El comentario, por otro lado, provocó una carcajada en Sue, seguida de la de otros pueblerinos. Evidentemente, todos sabían las consecuencias que les podía traer, pero, quizás por la tensión acumulada por la situación, ninguno fue capaz de evitarlo.

Por supuesto, aquello no hizo más que aumentar la ira del hombre.
-¡Te voy a matar! –exclamó a la vez que sacaba su espada, junto a su cintura, y se disponía a cortarle la cabeza.

Sin embargo, el encapuchado esquivó su movimiento sin demasiado esfuerzo, dejando que su adversario continuase con sus vanos intentos de clavar el filo de su arma en su cuerpo.
-¡Estate quieto! –dijo, tratando de embestirle, y acabando en el suelo, cubierto de tierra, debido a la zancadilla que le acababa de poner, cosa que dio lugar a más carcajadas- ¡Mierda! –levantándose del suelo, intentó atacarle de nuevo. Esta vez, con un movimiento rápido, el encapuchado logró robarle el arma, apuntándole al cuello con ella.
-E-e-espera... –suplicó asustado.
-Qué curioso. Ya no pareces tan arrogante –respondió el encapuchado.
-Y-yo...
-Lárgate de aquí ¡Ahora!
-¡S-sí!

Corriendo como alma que lleva el diablo, e incluso tropezándose a mitad de camino, el hombre desapareció de su vista.
-Ni siquiera ha esperado a que le devolviese el arma –comentó el encapuchado, encogiéndose de hombros y lanzando la espada al suelo.

Una vez esfumado el peligro, los pueblerinos aplaudieron. Por su parte, el encapuchado se acercó a Sue y le tendió su mano para ayudarla a levantarse.
-G-gracias –dijo ella, sintiendo en ese momento un dolor agudo en su trasero.
-No hay de qué. Será mejor que vuelvas con tu familia. No es buena idea estar aquí después de lo ocurrido.
-C-claro –asintió la chica.
-¡Vamos! ¡Señores! ¡Se acabó el espectáculo! ¡Gracias por los aplausos pero será mejor que vuelvan a sus casas! –sugirió el encapuchado mientras hacia gestos con las manos para que se marchasen- En fin, un placer, pequeña –dijo, disponiéndose, él también a abandonar aquel sitio.
-¡E-espera! –exclamó Sue-. ¡¿Cómo te...?! –el rugido de sus tripas interrumpió la pregunta, haciéndola sentir avergonzada.
-¿Tienes hambre?
-Un poco –contestó ella casi en un susurro.
-Ven conmigo, te daré algo de comer.


Asintiendo, la joven fue detrás de él hasta llegar a sus aposentos.

El lugar en el que se refugiaba estaba formado por una tela sujeta por varias varas metálicas, tomando la apariencia de una tienda de campaña. Dentro había varias hierbas de distintos colores, una caja vieja y un pañuelo anudado que tapaba algunos bultos.

Ya dentro de su hogar, el encapuchado se sentó sobre la caja y cogió el pañuelo, desanudándolo y descubriendo lo que había dentro. Entonces, la chica pudo observar algunas verduras, hortalizas y algo de agua en un pequeño bote.
-¿De dónde has sacado todo eso? –preguntó ella, sorprendida.
-Tengo mis métodos.

Tras esto, compartió su comida con ella, quien la observó con algo de reparo.
-No tengas miedo. No está envenenada.
Tras probar un poco, los ojos de Sue se iluminaron, comenzando a devorarla con avidez.
-Come con calma. Te vas a atragantar.
-E-es que hacía un día que no comía nada. ¡Está muy bueno!
-Por supuesto que lo está.

De repente, Sue dejó de comer. Observando el alimento en sus manos, sus ojos se llenaron de lágrimas.
-¿Qué ocurre? –preguntó el encapuchado.
-Últimamente es difícil encontrar algo de terreno en el que cultivar. Los alimentos y el agua comienzan a escasear, y encima el líder nos quita parte de lo que conseguimos, a veces dejándonos sin nada. A este paso, será un milagro que sobrevivamos.
-Pero ese tal líder también lo pasará mal si os morís de hambre y no trabajáis para él –comentó el encapuchado.
-He intentado convencer a los demás de que debemos rebelarnos contra él, pero tienen miedo. A este paso, cuando ya no quede nada, nos robará las pocas reservas que tengamos y se marchará a otro sitio a buscar otra gente a la que explotar.
-Incluso si ese líder no estuviese este pueblo está condenado, ¿eh?

No era fácil de admitir, pero no podía ser de otra forma. La guerra había dejado la tierra prácticamente inhabitable. Sólo en algunos lugares podía existir un abastecimiento ilimitado.
-Desde luego, es una situación complicada –observó el encapuchado.
Sue se mantuvo cabizbaja mientras se secaba las lágrimas con sus muñecas.
-Aún así todavía hay solución.
-¿Eh? –se sorprendió Sue al escucharle, levantando la vista hacia él.
-Si logras convencer al resto de que luche, deberías de poder echar a ese líder de aquí. Entonces podréis centraros en buscar alimento y agua sólo para vosotros.
-P-pero, ellos...
-No. Si tú misma te pones peros, no conseguirás nada. Debes demostrarles el valor de luchar todos juntos. Yo te ayudaré.
-¿T-tú?
Él asintió.
-¿Qu-quien eres?
-Mi nombre es Kai -entonces se quitó la capucha, dejando ver el rostro de un apuesto joven de unos veinticinco años- ¿Y el tuyo?
-Yo me llamo Sue.
-Sue, ¿qué edad tienes?
-Catorce.
-Suficiente para levantar las armas y enfrentarse a ellos. Hagamos realidad tus deseos, Sue.

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