-
¿Por qué...? – se preguntó aquel hombre mientras mataba uno tras otro los
soldados que venían a por él.
Ya
no distinguía amigos de enemigos. Tan sólo hombres disparándose entre ellos.
Aquello
es lo que simbolizaba una guerra, no había nada que hacer al respecto. Las
personas se mataban por un motivo que ellos mismos podrían incluso haber
olvidado, por un motivo tan ridículo, tan estúpido, que si se usara el sentido
común sería fácil darse cuenta de lo poco que servían todas esas muertes.
Continuando
su camino llegó hasta una pequeña casa con el fin de refugiarse de las balas
perdidas. Con un poco de suerte podría descansar aunque fuese un poco. Intentar
recuperarse lo suficiente como para seguir corriendo y corriendo hacia el
enemigo.
Aquel
hombre echó un vistazo a la munición que le quedaba.
Suspiró
profundamente al observar que ésta escaseaba. Seguramente, sí seguía batallando
un poco más no tardaría en quedarse sin balas y, por tanto, estaría a
disposición del enemigo.
Intentó
divisar el terreno para comprobar si había soldados enemigos fuera. Como era de
esperar, allí estaban, y para colmo de males, se estaban acercando hacia su
posición.
“Parece
que no me darán un respiro”, pensó. Fue entonces cuando, al darse la vuelta, se
topó con algo que no esperaba. Delante de él habían aparecido varias personas.
Civiles. Gente que se había visto envuelta en aquella guerra sin sentido y que,
sin esperanzas, probablemente esperaban una muerte horrible. Aquello era
demasiado cruel. Vestían harapos y lo miraban con miedo. Y no era por menos,
debido al arma que el hombre sujetaba con ambas manos. Por lo que pudo contar,
parecían ser unas cinco personas: un hombre adulto, una mujer y tres niños pequeños, uno de los
cuales ni siquiera había dado sus primeros pasos. ¿Era para esto para lo que lo
luchaban? ¿Para provocar el miedo y la desesperación en aquella gente? ¿Por qué
diablos estaba allí?
El
hombre dejó el arma en el suelo y levantó las manos. Su pretensión era la de
demostrarles que no se trataba de ningún enemigo, que no quería hacerles daño.
Pese a que entendían sus gestos, no se fiaban de él.
Apenado,
el hombre lo intentó otra vez, mostrando las mejores intenciones, pero aquella
familia no iba a dejarse convencer tan fácilmente.
Lo
entendía, lo entendía perfectamente, pero no podía dejarlos allí, tenía que
intentar al menos buscarles un escondite hasta que pasase la tormenta.
De
repente un soldado irrumpió en la casucha. Era un soldado enemigo.
Rápidamente,
el hombre cogió su arma y apuntó hacia su contrincante, quien hizo lo mismo.
Los dos estaban frente a frente mientras la familia observaba la escena. El más
pequeño de los niños lloraba.
-
Quizás deberíamos ir a otro lugar. Este no es sitio para...
-
¿Sientes pena por ellos? Esto es una guerra. Pena es algo que no puedes tener.
Los que pueden sobrevivir y tienen un arma seguirán adelante. El resto,
morirán.
-
... – así es como eran las cosas. Los más fuertes sobreviven y los más débiles
mueren. La ley de la jungla. No obstante, él no compartía la misma opinión que
su enemigo.
- Si
es así. El ser más rápido también es importante.
Dicho
esto disparó al soldado, atravesando su cráneo limpiamente. La madre de la
familia gritó.
- Si
os quedáis aquí no tardarán en venir más como él, ¿lo comprendéis?
Lentamente,
ambos padres asintieron.
-
Por favor, escondeos en algún lugar seguro y esperad hasta que todo haya
pasado.
- No
existe un lugar seguro aquí. No hay forma de que podamos escondernos de ellos –
explicó el padre.
Entonces
sólo quedaba una opción. Era la más complicada y ponía en riesgo la vida de
todos, pero al fin y al cabo con el simple hecho de estar allí ya se
encontraban en peligro.
-
Seguidme. Seguidme y no os separéis en ningún momento. Puede que entonces
logréis sobrevivir.
Tras
esto, el hombre volvió a divisar el terreno. Otros tres soldados venían a
comprobar que le había ocurrido al anterior.
El
hombre salió de su escondite y disparó en la cabeza a uno de ellos. Acto
seguido hizo un gesto a la familia para que lo siguiesen.
Cuando
ellos salieron, los otros dos soldados intentaron abrir fuego, sin embargo,
gracias a los disparos del hombre, estos tuvieron que refugiarse detrás de las
paredes de la misma casa que acababan de abandonar. Antes de perderse entre un
cúmulo de árboles, el hombre escuchó como el enemigo informaba de lo que
acababa de ocurrir. No tardarían en venir refuerzos.
Atravesando
el bosque, se encontraron con más soldados enemigos apostados en los troncos.
-
Maldita sea – una de las balas del enemigo había alcanzado su hombro derecho lo
que no le impidió realizar un disparo de vuelta, consiguiendo dar muerte al
objetivo.
De
nuevo, hizo señales a la familia para que continuaran avanzando agachados y
escondiéndose entre la maleza. Él corría tras ellos, cubriéndolos de los
soldados que aparecían a la vez que les indicaba el mejor camino para evitar un
mayor número de enemigos. Su hombro continuaba sangrando...
Ahora
se encontraban en campo abierto. Un nuevo número de tropas se acercaban hacia
ellos. Fue entonces cuando el hombre recurrió a la artillería pesada. Sacó la
última granada que le quedaba y le quitó la anilla. Posteriormente a esto la
lanzó contra las tropas de soldados, quienes tuvieron que apartarse lo más
lejos que pudieron del foco de la explosión para salvar su vida.
Con
ello habían conseguido ganar algo de tiempo, pero venían más, muchos más.
-
¡Corred! ¡Tanto como podáis!
Numerosas
balas llegaron desde detrás. El hombre respondía como podía. Siempre situado
detrás de la familia para cubrir sus espaldas.
Cada
vez era más complicado ya que sus protegidos corrían lo mejor que podían, no
obstante se hacían lentos y pesados para moverse en terreno de guerra.
Dos
balas alcanzaron de nuevo al soldado: una de ellas se incrustó en uno de los
gemelos, y a otra, en el costado. En ese momento distinguió el mar a varios
metros de distancia.
-
Corred, seguid hacia delante. Cuando lleguéis a la orilla encontraréis una
lancha con una persona esperando. Iba a ser mi método de retirada pero yo me
encargaré de entretenerlos.
-
¿Por qué...?
-
¡No hay tiempo para preguntas estúpidas! ¡Corred!
Quedándose
atrás mientras la familia seguía corriendo, el hombre finalmente se paró en
seco y dio media vuelta, encarándose con los soldados que venían hacia él.
Hecho esto comenzó a disparar, moviéndose pese a la gran cantidad de sangre que
iba perdiendo.
Sus
balas eliminaban a su adversario, uno tras otro, como habían hecho tantísimas
otras veces.
Su
cuerpo no aguantaba más y sus enemigos lo superaban en número, por lo que no
tardó en recibir más balazos. En el pecho, en las rodillas, tobillos,
estómago...y, pese a esto, seguía en pie, matando, impidiendo que los soldados
enemigos avanzaran más allá de su posición. Hasta que se quedó sin munición,
como él había previsto, y entonces cayó de rodillas, dejando que un grupo de
soldados lo rodeara y apuntara hacia su cabeza. Otro de ellos, de aspecto más
importante, se situó enfrente de él.
-
Así que tú eras quien había estado causando problemas a mis soldados. No me
extraña. Os habéis topado con uno de los mayores veteranos que existen...
“¿Por
qué?”
-
...ha estado en muchísimas guerras y matado a miles de personas...
“¿Por
qué motivo existen las guerras?”
-
...conoce miles de tácticas militares, y es bueno tanto en combate cuerpo a
cuerpo como en el manejo de armas..
“¿Por
qué motivo luchamos entre nosotros?”
-
...es una suerte que haya caído en nuestras manos, seguramente nos den una
buena recompensa por su cabeza...
“Llevo
tanto tiempo luchando que ya no lo sé...”
El
hombre ya no podía escuchar la voz de aquel soldado ni tampoco de los demás.
“...o
quizás en algún momento de mi vida...quise olvidarlo...”
Poco
a poco, su cuerpo le iba resultando cada vez más pesado.
“Sólo
espero que por una vez...ese motivo tan estúpido por el que he matado...haya
servido...”
Acostado
en el suelo, fue cerrando sus ojos lentamente mientras de estos surgían
lágrimas. Lo soldados se dispusieron a rematarlo.
- Lo
siento... – susurró el hombre con su último aliento de vida.
Entonces,
fue acribillado a balazos.
-
General.
-
¿Sí?
- He
visto una lancha salir de la orilla. ¿Cuáles son sus órdenes?
-
Derribadla...
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