-
Tal y como están las cosas me temo que como mucho sólo te podemos dar un mes
más de vida.
Cuando
el doctor reveló el diagnóstico el mundo de Marth se detuvo en seco. Hacía tres
años que combatía su enfermedad recibiendo tratamiento en aquel hospital, sin
embargo, parecía que todo había sido inútil. Finalmente su cuerpo no había
podido soportarlo más, y había decidido sucumbir poco a poco.
Marth
respiró profundamente.
- Lo
entiendo – dijo mientras contenía el temblor que recorría su espina dorsal.
-
Sentimos no poder hacer más.
Marth
negó con la cabeza.
-
No. Habéis hecho todo lo que habéis podido...
-
Como recomendación, es mejor que te quedes en este hospital hasta que llegue la
hora. Los últimos arrebatos de la enfermedad seguramente causen serios dolores
en tu cuerpo, por lo que, para evitar cualquier sufrimiento antes de tu muerte,
será mejor proceder a una administración de sedantes con el fin de que no haya
problemas. Si por el contrario no estás de acuerdo puedes decírnoslo.
-
No, tranquilo. No es como si tuviese una última voluntad o algo parecido...
El
doctor observaba con seriedad el estado del chico. Era bastante notable el
impacto que había sufrido al recibir una noticia de tal calibre.
-
Bueno, si no le importa, me marcho – declaró Marth mientras se levantaba de la
silla en la que se hallaba sentado.
-
Claro, chico. Ven a verme si tienes cualquier problema.
Tras
esto, Marth se dirigió hacia la puerta del despacho del doctor y la abrió para,
acto seguido, dejar aquel lugar.
- Lo
siento – al lado del chico caminaba una enfermera joven, de cabello castaño y
largo y ojos que expresaban amabilidad. Ella era la enfermera que lo había
estado cuidando durante el transcurso de aquellos tres años. Para Marth era una
persona de confianza y una gran amistad dentro de aquel hospital.
- No
hace falta que tú también te disculpes – pese a que todavía no conseguía
liberar su mente de todo aquello que le había dicho el doctor, el joven se
sentía un poco más relajado, casi como si se hubiese quitado un peso de encima
-. Creo que de alguna manera me lo veía venir.
-
¿Qué vas a hacer a partir de ahora? ¿No hay nada que quieras cumplir fuera de
este hospital?
-
Para ser sincero, no. No es que como si tuviese una familia que vaya a
esperarme de vuelta o algún lugar mágico que quisiese visitar. Creo que me
relajaré más si me quedo en este lugar.
La
enfermera desvió la mirada. No podía evitar sentirse melancólica al observar a
aquel chico.
-
Bueno, creo que iré a comer algo – declaró Marth.
-
¿Cómo es que tienes hambre en un momento así? – preguntó la enfermera un poco
confundida.
-
Bueno, quizás me sienta mejor después de ello – el joven sonrió con expresión
algo irónica.
Ella
suspiró.
- Si
necesitas algo no dudes en buscarme, ¿de acuerdo?
-
Claro.
Con
estás palabras, la chica tomó uno de los pasillos en los que se dividía el
cruce al que habían llegado y se perdió de vista al girar hacia la derecha.
Marth
continuaba su andadura por los pasillos del hospital de camino a la cafetería
del hospital. Pese a que generalmente se alimentaba de la comida que le traía
su enfermera, siempre le dejaban tomar algo en aquella cafetería. Para Marth
aquello era una bendición, teniendo en cuenta lo sosos que eran los platos que
le servían.
Situándose
frente a la barra, no tardó en ser atendido por un hombre ya entrado en los
cuarenta y con cara de aburrido. El chico llegaba a preguntarse en ocasiones si
los trabajadores de aquella cafetería odiaban con tanto ahínco sus quehaceres.
-
¿Qué es lo que quieres? – preguntó denotando cierto mal humor.
-
Ponme un café y media tostada con aceite.
El
hombre asintió y desapareció de la vista de Marth, quien decidió buscar una
mesa para sentarse.
No
tardó mucho en encontrar una mesa vacía donde decidió esperar por su comida. Al
lado de su mesa había otra en la que se sentaba una chica. Ésta se hallaba
escribiendo algo sobre lo que parecía un cuaderno. Por lo que pudo comprobar
Marth, parecía tratarse de alguien de su edad. Llevaba el pelo largo y negro
con una pequeña horquilla enganchada cerca del flequillo, sus ojos eran
pequeños y de color verde y su cuerpo parecía frágil, cubierto con un camisón
para protegerla del frío.
La
chica parecía ensimismada con su escritura, y sonreía alegremente sin darse
cuenta de que Marth la estaba observando.
Fue
entonces cuando pareció sentir los ojos del chico puestos en ella, girando la
cabeza hacia él.
-
Ah, lo siento, yo, sólo estaba... – intentó excusarse Marth, algo nervioso por
temor a que ella pudiese sentirse acosada o algo parecido.
La
chica parecía un poco extrañada por su repentino nerviosismo, y ladeó un poco
la cabeza algo confusa.
-
¿Qué ocurre? – preguntó inocentemente.
-
¿Eh? No, nada, nada – respondió él todavía nervioso.
Ella
rió.
-
Eres una persona curiosa.
-
B-bueno, puede que un poco...
-
¿Cómo te llamas?
-
Marth.
- Mi
nombre es Karen.
-
Encantado, Karen.
-Lo
mismo digo, Marth.
Durante
unos instantes los dos se mantuvieron en silencio. Ella continuaba con su
escritura mientras que el chico intentaba recuperarse del repentino ataque de
nervios que le había entrado.
-
¿Puedo preguntarte una cosa?
-
¿Eh? – la chica levantó la cabeza para dirigirse de nuevo a él.
-
¿Qué es lo que escribes?
Karen
volvió a mirar hacia su cuaderno. Parecía estar dudando de algo.
- Si
no quieres decírmelo no hace falta que lo hagas.
-
No, tranquilo, no me importa. Escribo todos mis recuerdos en este cuaderno.
-
¿Tus recuerdos?
-
Así es. Me gustaría dejar constancia de todo aquello que he vivido. Aunque, lo
cierto es que he pasado la mayor parte del tiempo encerrada en este hospital.
Por lo que una buena parte de ellos habla sobre mi estancia aquí – indicó Karen
mostrando una sonrisa en su rostro.
-
Entonces, ¿es una especie de diario?
-
Algo así.
- ¿Y
por qué lo escribes en este momento? Quiero decir, normalmente una persona escribe
en su diario a lo largo de su vida.
Ella
volvió a sonreírle.
-
Verás, la verdad es que no me queda mucho tiempo. Pensé que escribiendo mis
recuerdos en este cuaderno, una parte de mí misma podría permanecer aquí, y
sentir que aunque muera, mi vida continúa. No es como que haya tenido muchos
recuerdos felices, o que haya hecho cosas impresionantes a lo largo de mi vida,
pero me gustaría tener la sensación de que sigo adelante para poder volar más
allá de este hospital.
Marth
no tardó en darse cuenta de que aquella chica llevaba allí más tiempo que él,
probablemente muchísimo tiempo. Y no dejaba de admirarla por la voluntad que
mostraba. El querer mantenerse viva y luchar contra aquella muerte inevitable.
-
¿No has salido de este lugar?
Ella
negó.
-
Hace mucho que no voy más allá de los terrenos del hospital. En mi estado, eso
sería imposible...
Marth
se quedó un rato pensativo. Fue entonces cuando tomó una decisión.
-
Bien, entonces te mostraré aquellas cosas que quieras ver.
-
¿Qué? ¿A qué te refieres? – Karen parecía confusa por las palabras del joven.
- Si
tú no puedes moverte para alcanzar todas esas cosas que no has podido
experimentar, yo me encargaré de traerlas para ti.
-
Pero, ¿cómo?
- Tú
déjame a mí, yo me encargaré de ello.
Después
de aquella conversación el chico se dirigió al despacho del doctor para pedirle
que le dejara salir del hospital. Había decidido que tenía algo que hacer.
Durante
los siguientes días, el chico se encargó de traer una gran cantidad de cosas de
toda clase: libros, marionetas, dibujos, fotografías, etc. Cada día visitaba la
habitación de la chica y le contaba diversas historias, cada cual más
impresionante que la anterior. Había veces que se las ingeniaba para realizar
actuaciones para la chica o divertirla contándole chistes, e incluso tocando
música. Ella por su parte reía con sus chistes, disfrutaba con sus historias y
escuchaba la música que el traía o tocaba.
-
Dime, ¿por qué haces esto? – preguntó Karen uno de los días en los que Marth
vino a visitarla.
El
chico se mantuvo pensativo durante unos instantes. A decir verdad, cuando tomó
la decisión de hacer lo que hacía, se dejó guiar por su instinto. De alguno
forma, sintió que debía ayudarla, sintió que quería hacer que en ese cuaderno
pudiese escribir algo que pudiese ser recordado, pero no de cualquier manera.
Recuerdos felices, recuerdos que permitieran que ella se sintiese viva, más
allá de lo que cualquiera pudiese imaginar, y que si en algún instante alguien
llegaba a leer aquel cuaderno que siempre llevaba consigo, pudiese sonreír con
su historia.
Durante
todo ese tiempo que llevaba junto a ella se había dado cuenta de la belleza de
su sonrisa, de cómo escuchaba atentamente sus historias y de cómo, a su vez,
ella contaba las suyas propias. Se había dado cuenta de cómo lloraba por
aquellas cosas que le resultaban tristes y como se emocionaba al experimentar
pequeñas simplezas.
- No
sabría expresar exactamente por qué lo hago. Supongo que es algo diferente de
aquello por lo que en un principio lo decidí. Pero sí puedo decirte que me
gustaría que fueses feliz hasta el final...
La
mirada de Karen era tierna y tranquilizadora en ese instante.
- ¿Y
tú, Marth? ¿Eres feliz?
El
chico abrió mucho los ojos al darse cuenta del significado más allá de sus
palabras. Por supuesto que lo era. Era muy feliz. El hecho de por qué seguía
haciéndolo era que pasar el resto de sus días con ella lo hacían inmensamente
feliz. Sin darse cuenta, había comenzado a sentir algo por Karen, un
sentimiento muy profundo.
La
joven alargó la mano y agarró fuertemente la de Marth. Se podía distinguir el
ligero rubor en las mejillas de ella.
-
Para mí estos momentos han sido los recuerdos más increíbles de mi vida – dijo
Karen sin expresar ningún tipo de duda.
Entonces
Marth se acercó a su rostro y la rozó con sus labios, transformándose en un
eterno beso que pareció durar hasta finalizar el atardecer.
El
tiempo continuó su curso y finalmente llegó el momento en el que las
enfermedades de ambos comenzaron a mostrar sus efectos.
No
les quedaba mucho. Ambos sabían que sus días ya tocaban a su fin.
-
¿Puedo pedirte un favor? – preguntó Marth a la enfermera desde la camilla de su
habitación.
-
Por supuesto.
-
Quisiera estar a su lado.
Haciendo
caso al pedido del chico, decidieron poner las dos camillas una al lado de la
otra.
- He
terminado el cuaderno – dijo la chica enseñándoselo.
Él
se acercó como pudo y se situó a su lado.
-
Mira, aquí es cuando hiciste aquel chiste tan malo, ¿te acuerdas?
-
Sí, tú fuiste la única que se rió. Ni a la enfermera ni al doctor pareció
hacerles mucha gracia.
- Es
que era bastante penoso.
-
Pues bien que te reíste.
-
M-me pillaste en un mal momento.
Ambos
se miraron y estallaron en carcajadas tras esto.
-
Todos los momentos maravillosos que he vivido contigo están aquí.
-
Puedo decir que también son los míos – señaló Marth.
Finalmente
llegó el día. Ambos unieron sus manos mientras los médicos hacían su trabajo.
Parecía obra del destino. Los dos habían decidido dejar aquel mundo al mismo
tiempo, como presos de algún tipo de magia que lo permitiera. Y en medio de los
dos, el cuaderno en el se habían escrito los días que pasaron juntos en aquel
hospital.
-
Marth.
-
¿Sí?
-
Gracias por todo. Hasta hoy he seguido escribiendo página tras página ese
cuaderno. Quería ser recordada, sentirme viva. Pero realmente, el momento en el
que más viva me he sentido es estando a tu lado – Karen lloraba -. Me hubiese
gustado compartir más momentos contigo. Haber podido envejecer juntos y vivir
una gran vida donde forjar más recuerdos de los dos.
- Lo
sé.
- Te
quiero, Marth
- Y
yo a ti.
Sin
nada más que decir, sus ojos comenzaron a cerrarse...
-¡¿Qué
ha ocurrido?! ¡Es imposible!
Sorprendido,
el doctor discutía con sus enfermeros sobre lo acontecido. De alguna manera los
dos habían sobrevivido.
- Es
casi como un milagro. Seguramente la voluntad de vivir de ambos ha podido con
sus enfermedades.
-
Pero eso es...
-
Hay cosas que no lograremos entender doctor, creo que el amor que sentían el
uno por el otro, el saber que siempre se recordarían pasase lo que pasase y que
siempre estarían juntos, les dio esa voluntad para que ocurriese lo
inexplicable – dijo la enfermera.
-
Pero...
-
Doctor, ahora ellos tienen toda una vida por delante. Y esa es la mejor
conclusión que podríamos sacar...
Marth
y Karen se encontraban en las afueras del hospital, sentados sobre un pequeño
banco.
-
¿Qué te ocurre? – preguntó el chico.
-
Nada – contestó ella cerrando los ojos lentamente -. Es sólo que hacía mucho
que no salía del hospital.
La
chica sacó aquel cuaderno.
-
¿Crees que debería seguir escribiendo?
-
Por supuesto – respondió Marth -. Porque ahora podremos reunir muchísimos más
recuerdos felices. Tantos como desees. Y entonces llegará el momento en el que
nuestras vidas serán inolvidables.
Ella
sonrió y apoyó la cabeza en el hombro del joven. Acto seguido abrió el cuaderno
por donde se había quedado la última vez y escribió en él las siguientes
palabras:
“Hoy
comienza nuestra nueva vida...”
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