-Háblame
de la relación con tu padre –me preguntó la psicóloga.
-Mi
madre se marchó de casa, dejándonos solos a mi padre y a mí. Fue entonces
cuando él se dio a la bebida. Volvía a casa borracho, llorando y maldiciendo a
mi madre. Por suerte, rara vez se ponía violento, y cuando lo hacía, no la
tomaba conmigo, pero, a causa de ello, terminó perdiendo su empleo y
convirtiéndose en un inútil que cada vez se hundía más en su propia miseria.
Eso fue lo que llevó a que mi relación con él se complicase.
-Pero
ahora eso ha cambiado, ¿no?
Asentí.
-Hace
varios meses conocí a una chica. Su nombre es Alice. Es tímida pero muy
cariñosa y amable. Nuestra relación comenzó con una conversación de lo más
trivial, y poco a poco nos hicimos más cercanos hasta que, finalmente,
decidimos salir juntos. Ella me ayudó a dar el paso para arreglar mi relación
con mi padre, y, juntos, lo llevamos a alcohólicos anónimos, implicándonos
mucho en su recuperación.
-¿Y
cuál fue el resultado?
-Aunque
todavía no se ha recuperado del todo, ha mejorado mucho.
-Ya
veo –comentó mientras apuntaba algo en su libreta-. Dime entonces, Arthur, ¿por
qué crees que estás aquí?
-Alice
me lo recomendó. Me dijo que me ayudaría a acercarme más a mi padre y olvidar
mi odio hacia mi madre.
-Parece
una buena chica...
-La
mejor que hay y habrá jamás. Por eso la quiero tanto.
-¿Qué
tal si viene a la próxima sesión? Quizás pueda ayudarnos...
-Claro.
Se lo diré. Siendo ella no creo que tenga ningún problema.
-De
acuerdo. Por hoy hemos terminado.
-Vale,
gracias. Hasta luego.
Levantándome
de mi sitio, me encaminé hacia la puerta. Cuando salí, una chica de melena
larga y negra me sonrió.
-¿Qué
tal ha ido? –preguntó.
-Bien,
creo que puede funcionar.
-Por
supuesto que sí.
-¿Qué
te parece si tomamos algo? Tengo que pedirte una cosa.
-No
tengo mucha hambre pero te acompañaré de todos modos.
Dicho
esto, fuimos a una cafetería cercana, sentándonos en la mesa uno frente al
otro. Poco después, una de las camareras vino a atendernos.
-¿Qué
vas a tomar? –me preguntó.
-Tomaré
un café con leche y una ensaimada. ¿Tú vas a pedir algo, Alice?
La
camarera giró la vista hacia ella y, acto seguido, de nuevo hacia mí. Parecía
un poco nerviosa.
-No,
no quiero nada –rechazó Alice con un gesto de la mano.
-De
acuerdo. Entonces sólo eso.
Volviendo
de nuevo la vista hacia Alice, la camarera se retiró a paso acelerado.
-Me
pregunto que le ocurrirá –murmuré.
-¿Y
bien? ¿Qué es lo que querías decirme?
-Ah,
sí. La psicóloga me ha pedido que te lleve conmigo a la próxima sesión. ¿Qué te
parece?
Ella
me miró con cierta tristeza en sus ojos.
-Bien.
Iré encantada.
-¿Te
encuentras bien? –pregunté, preocupado.
-No,
es sólo que...no importa...déjalo...
-...
Ella
giró la cabeza para observar por la ventana que teníamos al lado. Aquel gesto
hizo que me sintiese intranquilo. Si había algo que la molestase, lo mejor era
que me lo dijese. Ella me había ayudado tanto a mí, ¿cómo no iba a querer
corresponder todo lo que me había dado de la misma forma? Sin embargo, no quise
forzarla. Si era algo de lo que quisiese hablarme, terminaría haciéndolo a su
propio ritmo. Aunque, es posible que ya tuviese una idea de qué se trataba.
-Últimamente,
mi padre pregunta mucho por cómo me van las cosas –dije, cambiando de tema-. Va
mostrando signos de preocuparse más por mí. Además, hace tiempo que no pronuncia
el nombre de mi madre y no llora por las noches.
-Eso
es una noticia genial. Estoy segura que dentro de poco tu padre volverá a como
era antes.
-Sí...yo
también lo creo... –con una sonrisa en los labios, yo también observé el
escenario que había al otro lado del cristal. Nada del otro mundo, una
carretera perteneciente a la calle principal de la ciudad en la que vivía.
Varias personas paseaban por la acera como si nada perturbase sus vidas, sin
importarles demasiado los problemas de aquellos que pasaban cerca- Cómo pasa el
tiempo, ¿verdad? –dije de repente- ¿Cuánto hace desde que nos conocimos? ¿Seis
meses?
-Seis
meses y cinco días.
-Lo
recuerdas a la perfección –me impresioné.
-Por
supuesto. Fue un momento muy importante para mí. Mi timidez no me permitía
hacer muchos amigos, por lo que, cuando Carol me pidió que la acompañase a ella
y a su novio en una cita doble con un chico que no conocía de nada, me asusté.
-Recuerdo
esa historia. Al principio rechazaste venir –Carol era la mejor amiga de Alice,
conociéndose desde pequeñas. En el colegio, la primera solía proteger a la
segunda, e incluso las primeras semanas después de que empezase a salir con
ella, me tuvo en su punto de mira, vigilando que no le hiciese nada malo. Lo pasé
mal intentando no hacer ningún movimiento que pudiese malinterpretarse.
-Sí...pero
Carol me insistió tanto que al final accedí. Y, la verdad, me alegro de que
fuese así –volviendo la vista hacia mí, sonrió de nuevo.
-Yo
también... –respondí mientras cogía su mano.
Después
de que trajesen mi pedido, estuvimos hablando durante un buen rato sobre todo
tipo de cosas, desde lugares a los que podríamos viajar, hasta cosas que
podríamos comprar. El tiempo con ella siempre pasaba rápido y, cada vez que se
acercaba el momento de irse cada uno por su lado, sentía una especie de miedo
dentro de mí...miedo a que el tiempo que pasásemos separados fuese demasiado
largo...
Cuando
entré a mi casa, escuché dos voces en el salón. La primera pertenecía a mi
padre, sin embargo, no esperaba a la segunda, que me hizo pararme en seco en
mitad de la habitación, con expresión mezcla de sorpresa y enfado. Se trataba
de mi madre.
-Arthur...
–dijo ella, sin saber bien cómo continuar.
-¿Qué
haces tú aquí? –pregunté, intentando mantener la compostura. La mujer que nos
había dejados tirados ahora se atrevía a presentarse delante de mí como si nada
hubiese sucedido. Es más, mi padre no parecía tener ningún inconveniente.
-Yo...
–intentó explicarse, no obstante, mi padre la interrumpió.
-Tu
madre está preocupada por ti, hijo.
-¡¿Preocupada?!
¡Todos mis problemas son por su culpa! ¡Ella fue quien te destrozó la vida y ha
provocado que ahora tengan que estar tratándote! ¡Ni siquiera sé cómo puedes
estar tan tranquilo en la misma habitación que ella!
-Arthur,
no pido que ni tu padre ni tú me perdonéis. Yo, por entonces, no era feliz, y tomé
la decisión más egoísta... Vine preparada para recibir palabras de odio por
vuestra parte, sin embargo, tu padre decidió que lo mejor era hablar las cosas
tranquilamente, por tu bien.
-¿Por
mi bien? ¡Por mi bien, lo que tendrías que hacer es largarte de aquí y no
volver jamás! –saliendo en estampida del salón, me dirigí hacia mi habitación,
cerrando de un portazo.
Ninguno
de los dos intentó hablar conmigo después de aquello. Supongo que pensaron que
lo mejor sería esperar a que se me pasara, pero ni en sueños iba a volver a
dirigirle la palabra a esa bruja.
A la
mañana siguiente, me levanté y me preparé para ir al instituto, procurando no
toparme con ninguno de mis padres. Por desgracia, justo cuando iba a salir mi
padre me detuvo, llamándome desde atrás.
-Arthur.
Respirando
hondo, me di la vuelta.
-¿Qué
quieres?
-Sé
que...no aceptas esta situación...pero yo estoy bien, de verdad. Ahora lo más
importante eres tú. Para tu madre, no dejas de ser su único hijo...y aunque
hizo lo que hizo...ella te quiere.
-...
-Sólo
quería que lo supieses...
Mantuve
la mirada sobre mi padre durante unos segundos más, antes de darle la espalda y
marcharme sin decir nada.
A
mitad de camino me encontré con Alice.
-Hola
–me saludó.
-...
-¿Ocurre
algo?
-Mi
madre ha vuelto a casa.
-¡¿Tu
madre?! ¡¿Por qué?!
-¡Y
yo qué sé! –grité, irritado. Al darme cuenta de que la había asustado, decidí
relajar mi tono de voz-. Lo siento. Es que no entiendo a qué viene todo esto.
Se largó sin ni siquiera despedirse, dejando a mi padre en ese estado, y ahora
vuelve como si nada y la única explicación que obtengo es que está preocupada
por mí. ¡¿Preocupada de qué?! No se ha preocupado por mí en todo este tiempo y
ahora, sin venir a cuento, quiere cuidar de mí. Como si la necesitase a estas
alturas. ¡Puedo cuidar bien de mí mismo!
-¿Tú
crees? –preguntó ella de repente, provocando una reacción de sorpresa por mi
parte-. Yo...creo que deberías hablar con ella, Arthur. Es posible que lo que
hiciese tu madre no estuviese bien pero quizás, si hablas con ella, entiendas
lo que la llevó a hacerlo. A veces, nos encerramos en nosotros mismos y somos
incapaces de ver más allá. Tienes que intentar abrirte a ella.
-Bah...
–ignorando sus palabras, continuamos nuestro camino sin volver a dirigirnos la
palabra.
Las
clases pasaron sin pena ni gloria y, al final de éstas, Jules se acercó a mi
mesa.
-Oye,
Arthur, ¿puedo hablar contigo un momento? –parecía serio.
-Sí,
claro... –respondí.
Jules
era amigo mío desde hacía tiempo, además del novio de Carol. Ellos dos fueron
quienes me invitaron a la cita doble en la que conocí a Alice. Desde entonces,
habíamos salido algunas veces los cuatro juntos.
Sin
embargo, por algún motivo que tenía que ver con Alice, Carol había dejado de
venir a clase. Ella no me lo había contado pero probablemente se habían
peleado, y debía de haber sido bastante fuerte como para que Carol estuviese
faltando.
A
Jules también se le veía muy afectado por el tema. No salía con Alice ni
conmigo con la excusa de que tenía que ir a ver a Carol. Y cuando le decía de
ir a visitarla, me contestaba que lo mejor era dejarlo estar, que sólo
empeoraría las cosas. Incluso, una vez, le pregunté directamente si sabía algo
sobre lo que había ocurrido entre ellas, y como resultado, salió corriendo, a
punto de echarse a llorar. No había sido capaz de volver a hablar de ese tema
con él.
Así
pues, después de que los demás alumnos hubiesen salido, nos quedamos solos en
clase.
-Seré
breve. Sé que me han dicho que no te diga nada al respecto pero...deberías
olvidarte de Alice.
-¡¿Qué?!
¡¿De qué me estás hablando?! ¡¿Es por lo de Carol?!
-¡N-no!
¡B-bueno, sí! ¡Tiene que ver pero...!
-¡Mira!
¡Sé que lo de su pelea te ha afectado! ¡Yo tampoco quiero que las cosas estén
así! ¡Pero decirme que me olvide de ella sólo porque estás del lado de tu novia
me parece meterte donde no te llaman!
-¡No
es eso! ¡Es sólo que...esa chica no te conviene! ¡Te acabará destrozando!
-¡¿De
qué vas?! –exclamé, levantándome de golpe- ¡Tú no eres quién para decidir con
quién estoy o dejo de estar! ¡Me has decepcionado! –cogiendo mi mochila, me
marché de allí a paso ligero.
-¡Espera!
¡Arthur!
Fuera
del instituto, como tantas otras veces, me esperaba Alice.
-¡Vamos!
–dije mientras cogía su mano.
-¿Huh?
¿Adónde vamos?
-¡A
casa de Carol! ¡Terminemos con esto de una vez por todas!
-¡¿Qué?!
¡Espera!
Tirando
de ella durante todo el camino, llegamos finalmente a su domicilio.
-Si
no recuerdo mal, era aquí –decidido, toqué al timbre.
-¿Estás
seguro de que esto es lo mejor? –preguntó Alice.
-Sólo
así podré entender qué está pasando...
Tras
un buen rato de espera, llegué a la conclusión de que nadie iba a contestar.
-¡Eh!
¡Carol! ¡Sé que estás en casa! ¡Deja de ignorarme!
Sin
embargo, no se escuchó nada.
-¡¿Se
puede saber qué os pasa a todos?! ¡Sal de una vez, joder! ¡Sólo quiero hablar!
Algunos
transeúntes me miraban con preocupación. Otros incluso se detuvieron,
preparándose para intervenir por si la cosa se ponía más tensa.
-Arthur...déjalo...
Cayendo
de rodillas al suelo, me percaté de las miradas de los demás pero me daba
igual. En lo único que pensaba era en que mi vida se estaba poniendo patas
arriba a cada instante que pasaba y no parecía poder hacer nada para detenerlo.
-¿Acaso
no quieres que las cosas se arreglen, Alice? –pregunté.
-Yo...no
puedo hacer nada... –contestó con voz melancólica.
Una
vez llegué a casa, cabizbajo y con la única idea de acostarme y aclararme las
ideas, me encontré con mi madre.
-Hola...
–dijo con timidez.
Yo
me encaminé hacia mi habitación en silencio, mostrándole indiferencia.
-Arthur,
por favor, hay algo que me gustaría contarte.
-¡No
quiero que me cuentes nada! –estallé de repente. Después de lo que había
ocurrido, de lo que menos tenía ganas era de escuchar sus tonterías- ¡Date
cuenta de una vez! ¡Te odio! –grité mientras entraba en mi habitación corriendo
y me lanzaba sobre la cama, golpeando fuertemente el colchón con el puño y
hundiendo mi cabeza en la almohada.
Al
cabo de un rato, escuché unos pasos acercarse a la puerta.
-Tranquilo,
no voy a entrar. Sólo quería decirte que tu padre y yo nos vamos a divorciar.
Supongo...que será una buena noticia para ti...
Ahora
que lo pensaba, pese a lo ocurrido, mis padres seguían legalmente casados.
-Tu
padre ha dicho que le gustaría que fuese un proceso tranquilo y he aceptado sus
condiciones. Aunque la única condición que ha puesto ha sido que vivas aquí
hasta que termines tus estudios. Dice que no hay problema en que venga a verte
cuando quiera o que vengas a verme tú si lo deseas...aunque, por lo que has
dicho, no creo que quieras –escuché como apoyaba la espalda sobre la puerta
cerrada y se sentaba sobre el suelo del pasillo- Quisiera contarte la razón por
la que me marché. Quizás no quieras escucharme pero creo que mereces saberlo.
No
era feliz con mi trabajo. No era lo que quería hacer. Siempre había querido
cantar y componer música, viajar por todo el mundo haciendo feliz a la gente
con mis canciones. Pero tenía una familia a la que quería muchísimo, así que
pensé que sería lo suficientemente fuerte como para soportar el renunciar a mis
sueños. Sin embargo, no fue así.
Un
día me reencontré con un viejo amigo y me hizo la propuesta de formar una
pequeña banda. El problema era que ello suponía tener que viajar a otro país,
así que al principio rechacé la oferta. No podía dejaros aquí.
No
obstante, aquello encendió una llama que creía ya apagada, y con ella, la
esperanza de poder cumplir mis sueños.
No
sabía qué hacer, y tampoco tenía mucho tiempo, ya que mi amigo no tardaría en
marcharse de nuevo al país del que había venido. Me encontraba entre la espada
y la pared.
Tu
padre dice que él tiene parte de culpa por no haberse dado cuenta de la situación
entonces, pero no se lo echo en cara. Más después de lo que hice.
Como
bien sabes, opté por la decisión más egoísta y me marché. Puede que pienses que
podría haberme divorciado de tu padre en ese momento pero, eso era algo de lo
que no era capaz. Además, creo que si lo hubieses hecho, las consecuencias
habrían sido peores para ti. Quizás te hubieses visto responsable del
divorcio...
No
dije nada al respecto, limitándome únicamente a escuchar su monólogo.
-En
ningún momento dejé de quereros a ti y a tu padre. Aun así, no te pido que me
perdones. Fui una mala madre que antepuso sus sueños a su amor...dicho así,
hasta suena contradictorio. Supongo que así son los sentimientos de las
personas...
Tras
esto, se mantuvo en silencio, probablemente con la esperanza de que le hablase.
Viendo que no había respuesta por mi parte, se levantó.
-Lo
siento, Arthur...
Poco
después de que el sonido de sus pasos se esfumase, me dispuse a cavilar sobre
sus palabras.
Nunca
se me había pasado por la cabeza que mi madre hubiese tenido ese tipo de
problemas. Había estado tanto tiempo encerrado en mis propios sentimientos que
no había sido capaz de comprender los de los demás. Aquello hacía que me
avergonzase de mí mismo.
No
por ello tenía intención de perdonarla pero ahora la veía de manera un poco
distinta.
“A
veces, nos encerramos en nosotros mismos y somos incapaces de ver más allá”,
recordé lo que me había dicho Alice.
-Supongo
que tenías razón, después de todo...
De
repente, sentí un pequeño deja vu, como si ya hubiese escuchado algo parecido a
esa frase antes de que la dijese aquella mañana. Sin embargo, decidí no darle
mucha importancia...
Así
pues, finalmente llegó el día en el que llevaría a Alice conmigo a ver a la
psicóloga.
Justo
cuando me disponía a salir por la puerta, vi a mi madre tomando el desayuno en
el salón, con aspecto decaído.
-Mamá...
–al oírme llamarla, por poco no se le cayó la taza que tenía entre sus manos-.
Cuando vuelva...me gustaría hablar contigo...
-C-claro...
–dijo con voz tenue, todavía sin creerse lo que estaba pasando.
Al
salir, me encontré con Alice, quien tenía dibujada una sonrisa en su rostro.
-¿Por
qué sonríes? –pregunté.
-Porque
puedo saber cuándo estás de mejor humor.
-Eres
de lo que no hay... –dije, devolviéndole el gesto.
-Adelante
–nos invitó la psicóloga.
Los
dos entramos en la sala y nos sentamos sobre un par de sillones que había
preparados delante de ella.
-Bien,
comencemos. Dime, Arthur, ¿has oído hablar de la técnica de la hipnosis?
-Sí...
-Pues,
si te parece bien, me gustaría usarla contigo.
Desplacé
la vista hacia Alice, frunciendo el ceño.
-¿Para
qué?
-Me
gustaría que recordases un momento de tu pasado.
-No
lo entiendo. ¿Qué pinta Alice en todo esto?
-Ella
es sumamente necesaria para esta operación, Arthur.
Al
escuchar sus palabras, sentí un poco de miedo. Por su parte, Alice parecía
tranquila.
-¿Y
qué es lo que quieres que recuerde?
-Si
te lo digo, entonces todo esto perderá el sentido...
-...
Me
quedé meditando durante unos segundos. Por alguna razón, sentía que algo no iba
bien pero, por otra parte, si de verdad aquello iba a mejorar la situación,
debía intentarlo.
-D-de
acuerdo...
Así
pues, la psicóloga me pidió que me acomodase y le cogiese la mano a Alice. Acto
seguido, también me pidió que no perdiese de vista su dedo índice.
-Cuando
cuente hasta tres sentirás que tu cuerpo se vuelve más y más pesado y que
tienes mucho sueño. Uno, dos y tres.
En
ese momento me sentí mareado. Los músculos de mi cuerpo no me respondían y era
incapaz de levantar los párpados. Pese a ello, seguía consciente.
-Te
encuentras en un día como hoy. Hace dos semanas. Es de noche y paseas junto con
Alice por la acera de la calle principal de la ciudad...
De
repente, el negro que veían mis ojos se vio sustituido por una calle transitada
por varias personas además de mí. Las luces iluminaban el escenario bajo una
noche de escasas estrellas.
A mi
lado, se encontraba Alice, entrelazada mi mano con la suya. Siempre la había
visto rodeada de un aura especial pero, en ese momento, no podía apartar la
mirada de ella, increíblemente maravillado por su sola presencia.
Fue
entonces cuando observé cómo su expresión cambiaba, volviéndose más seria.
-Oye,
Arthur.
-Dime.
-Creo
que deberías...intentar hablar con tu madre...
-Ya
te lo he dicho. No tengo ninguna intención de ir a visitarla. El que me haya
enterado de su paradero no cambia lo que hizo.
-Pero,
¿y si luego ya no tienes esa posibilidad? Si no la aprovechas puede que
termines arrepintiéndote. Y es posible que, al hablar con ella, entiendas mejor
por qué hizo lo que hizo. A veces, nos encerramos en nosotros mismos y no somos
capaces de ver más allá. Es escuchando a los demás cuando aprendemos a
comprenderlos...
-¡Ya
hemos hablado sobre esto! ¡Te he dicho que no quiero saber nada de ella!
–enfadándome de golpe, solté su mano.
-Entiendo
que estés enfadado con ella...
-¡Por
supuesto que lo estoy! ¡Nos dejó tirados! ¡Mi padre quedó destrozado por su
culpa!
-Es
tu madre, Arthur...
-¡Bah!
¡Olvídalo! –irritado como me encontraba, no me fijé en que el semáforo de la
carretera que íbamos a cruzar estaba en rojo, poniéndome en medio del trayecto
de un camión, el cual no pudo frenar a tiempo. Sin embargo, justo cuando iba a
atropellarme, sentí un fuerte empujón que me tiró al suelo, evitando que
sucediese. Cuando pude girarme para saber qué había ocurrido, el camión ya
había pasado, quedando únicamente un rastro de sangre sobre la carretera y los
gritos de la gente.
En
ese momento, fui despertado de la hipnosis. Lágrimas descendían sobre mis
mejillas y una sensación de agonía en mi pecho dificultaba mi respiración.
La
mano de Alice seguida cogida a la mía pero no podía sentirla. Al levantar la
vista hacia ella, mi mente se aclaró, como si una llave hubiese abierto las
puertas que la mantenían encerrada.
-Tú...moriste
ese día...
La
imagen, situada a mi lado, asintió.
-Al
parecer, debido al trauma que te causó su muerte, creaste una imagen de ella en
tu cabeza. Una que sólo tú podías ver... –explicó la psicóloga-. Probablemente,
haciendo que reaccionase de maneras que tu esperarías incluso ante nuevas
situaciones.
-Pero,
¿por qué...nadie me lo dijo...?
-Si
se hubiese hecho de golpe, tu estado podría haber empeorado. Así que dejamos que
continuases unos días en esa situación y decidimos contactar con tu madre.
Sabiendo que la relación de tus padres era un tema que te conectaba mucho a
Alice, pensamos que podía ayudar a prepararte para enfrentarte a la realidad.
Sorprendido,
no podía apartar los ojos de la persona a la que más quería.
-Yo...lo
siento...
-No
te sientas culpable, Arthur. Las cosas...siempre ocurren por una razón...
-¿Una
razón? ¿Qué razón podría tener tu muerte?
-Eso
es algo que debes encontrar tú mismo.
-No...no
quiero aceptar que te vayas...no quiero que me dejes...
-Es
inevitable, Arthur...pero tranquilo, jamás te dejaré...porque sé que, aunque ninguno
de los dos la conozcamos, mi razón de morir vivirá contigo. Por eso tienes que
continuar. Por los dos.
-¿Acaso
no estás siendo egoísta?
-Si
mi egoísmo sirve para ayudar a otras personas...quizás no esté tan mal serlo,
¿no crees?
-Alice...
–bajé la cabeza hasta tocar sus intangibles manos.
-Recuerda
esto...siempre te he querido...y siempre lo haré...
-Lo
sé...lo sé muy bien... –dije mientras su figura desaparecía por completo- Al
fin y al cabo...formas parte de mí... –incapaz de seguir hablando, rompí en un
ruidoso llanto, descargando todos los sentimientos que habían quedado
encerrados tras su muerte, y el cual no terminó hasta que mis lágrimas se
secaron...
Varias
semanas pasaron desde aquel día. Por entonces, el divorcio de mis padres ya se
había llevado a cabo. Una decisión acordada entre ambos, aunque mentiría al
decir que una parte de ellos no dudó al hacerlo. Aun así, los tres pensamos que
era lo mejor.
Por
mi parte, había decidido empezar desde cero la relación con mi madre, todavía
seguía yendo al psicólogo para superar por completo la muerte de Alice pero lo
llevaba bastante bien, y creo que, el hecho de intentar arreglar las cosas con
mi madre, era una muestra de ello.
No
tardé tampoco en descubrir que todo el problema de Carol se debía a una
depresión que cogió tras la muerte de su amiga. Tanto ella como Jules habían
sido avisados de mi estado, de manera que ninguno me contase sobre ello hasta
que no fuese el momento adecuado. Sin embargo, el estado de Carol hizo que
Jules no pudiese aguantar más, y estuviese a punto de decírmelo aquel
día...incluso así, sus dudas le jugaron una mala pasada.
Las
cosas seguían adelante, y ellos dos también iban volviendo poco a poco a la
normalidad, decidiendo acompañarme a ver la tumba de Alice cuando estuviese
preparado.
Así
pues, finalmente, los tres recorrimos las escaleras que llevaban al cementerio
situado a las afueras de la ciudad y, tras una pequeña caminata, nos situamos
frente a su lápida, lugar en el que deposité un ramo de flores.
-Siento
no haber podido venir antes, Alice. Todavía no soy lo bastante fuerte como para
llegar hasta la razón por la que moriste –dije mientras entrelazaba mis manos y
cerraba los ojos-. Pero, creo que poco a poco empiezo entender...que una parte
de mí no era feliz...y que, en ese momento, había una barrera que era incapaz
de cruzar... –me mantuve unos segundos en silencio, respirando hondo y aunando
fuerzas para poder mirar el nombre escrito en aquella losa de piedra- Gracias a
ti, pude romper esa barrera, pude liberarme a mí mismo...quizás hasta
entenderme mejor...por ello, me lleve a donde me lleve...gracias...por ser
alguien tan especial...por todo...
Tras
una pequeña despedida por parte de Carol y Jules, los tres nos dispusimos a
marcharnos de allí. En ese momento, tuve la sensación de que alguien me estaba
observando, y una voz resonó en mi cabeza como suave eco:
“Mi
razón de morir vivirá contigo”
Giré
la vista hacia atrás pero lo único que divisé fue la tumba de Alice.
-¿Vienes,
Arthur? –preguntó Jules.
-Sí
–respondí mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro-. Por supuesto que
sí...
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