Al salir de la choza, Kai les indicó a Kareth y Sarah que entrasen de nuevo. Mientras tanto, en su cabeza, permanecía grabado el nombre de Jared, pese a no entender bien por qué verle le ayudaría a saber más sobre sí mismo.
Tras volver con los demás, descubrió que habían desenterrado una caja metálica de color gris y diseño plano.
-¿Ahí dentro se encuentra el arma? –preguntó, a lo que Quattuor respondió abriéndola y enseñando una daga de empuñadura dorada situada sobre un trozo de tela bien doblado. Su hoja era más larga que el de una corriente, por lo que también podría tratarse de una espada pequeña, y en el interior del metal podía observarse un diminuto espacio, recorriéndolo de arriba abajo, por cuyo centro pasaba un fino hilo hecho de un material desconocido.
-¿Creéis que por “incompleto” se refería a que este hueco tendría que estar tapado? –preguntó Ivel.
-O eso, o relleno de algo –sugirió Miruru.
-En cualquier caso, si no está acabada, ¿qué podemos hacer con ella? –preguntó, esta vez, Kai.
-Podríamos dársela a Normand. Quizás él sepa qué hacer –propuso Quattuor.
-Aun siendo él, sin los diseños, no sé yo si será capaz.
-A primera vista, no parece que estén aquí –comentó Miruru- ¿Podrían estar debajo de la tela?
Cuando Quattuor levantó el trozo de tejido, encontraron una serie de documentos con dibujos e indicaciones grabados, relacionados con el objeto. Pese a lo arrugados que estaban, eran perfectamente legibles.
-¡Bingo! –se alegró Kai.
Dentro de la choza, Kareth y Sarah abandonaron la habitación donde descansaba Eigar. Ambos tenían expresiones tristes aunque, al mismo tiempo, se sentían contentos por lo que el hombre les acababa de revelar.
-Oye, Eigar –dijo el chico, girándose para mirarle-, ¿por qué no vienes con nosotros? Podríamos cargar contigo. No es ningún problema.
-No hace falta, chico. Yo ya he hecho lo que tenía que hacer, y me alegro de haber tenido la oportunidad de hacerlo. Si hay un sitio en el que quiero descansar, es éste. Idos y no miréis atrás. Vosotros sois quienes crearéis un nuevo futuro –respondió el hombre, con una sonrisa en los labios, tras lo que cerró sus ojos y se limitó a descansar. Al mismo tiempo, los dos hermanos se despidieron de él con un gesto de cabeza y se marcharon.
Una vez reunidos todos y después de un último vistazo al hogar de Eigar, el grupo, guiados por Ivel, se dirigió a la salida del oasis. Quattuor era el encargado de transportar los cristales que habían recolectado, mientras que Kai había sido el elegido para llevar la caja que contenía la daga y los documentos con sus diseños.
-¿Sigues teniendo el silbato que te dio tu maestro? –preguntó Miruru al nigromante.
-No. No podía llevármelo y dejar a mi maestro indefenso, pero no te preocupes, ahora que estamos todos juntos y tenemos a Ivel, el camino de vuelta será más fácil.
-Eso espero.
-Pareces preocupada, Ivel –señaló Kareth, caminando a su lado.
-¿Eh? ¡Ah! Lo siento. Es que, después de toda esa historia que ha contado... No sé, me siento fuera de lugar.
-Te entiendo. Pero créeme, es mejor así. Como líder de los nómadas, creo que tienes cosas más importantes para ti en las que pensar. Déjanos ese trabajo a nosotros.
-Supongo que tienes razón, aunque, teniendo en cuenta que Tribus también está metida en eso, no creo que esté tan desvinculada como pueda parecer.
-Con más motivo entonces. No creo que quieras acabar enfrentándote a ella.
Ante aquella respuesta, la nómada se quedó mirándolo fijamente. Si alguien la hubiese observado detenidamente, habría notado un leve brillo en sus ojos.
-Ése no es el único motivo que me vincula a eso, ¿sabes? –susurró para que el chico no le oyese.
El camino de vuelta acabó siendo más seguro que el de ida y, pese a que no se libraron de luchar contra algunas bestias, lograron mantenerse todos juntos.
Finalmente, salieron del oasis y llegaron a los yermos, donde encontraron una multitud de tiendas de campaña y personas a su alrededor. También divisaron seres con dos colas y cabeza de lobo, organizados en grupos, y que se mantenían cerca del campamento mientras devoraban trozos de carne cruda.
-¿Ese es...? –dijo Kareth, al ver un individuo con dos pares de alas a su espalda- ¡Jaryl! –exclamó, llamando la atención del chico, quien se giró hacia él y se sorprendió de encontrárselo.
-¡¿Kareth?! ¡Qué sorpresa! –contestó Jaryl, corriendo hacia el grupo y abrazando a su amigo- ¡Me alegra verte de vuelta a ti también, Ivel! ¡Pero, ¿por qué vienen contigo?! ¡¿Y quiénes son los demás?!
-Cálmate, Jaryl. Los encontré en el oasis. Y, después de algunos sucesos, he acabado guiándoles hasta aquí.
-Ya veo. ¡Pues esto hay que celebrarlo! ¡Tenéis que ponerme al día de todo lo que habéis estado haciendo! –exclamó el chico desplazando la mirada de un hermano a otro.
-Todo a su tiempo –lo detuvo Ivel-. De momento, reúne al resto, tengo que informarles de lo que he visto en el oasis.
-De acuerdo, jefa.
-Y no me llames así.
Finalmente, y tras esbozar una sonrisa burlona, el nómada se marchó a llamar al resto de sus congéneres.
Tiempo después, estaban todos reunidos alrededor de Ivel, quien les contó lo que había visto, omitiendo la parte relacionada con la choza de Eigar.
-...creo lo mejor será que busquemos otro sitio donde reabastecernos –sugirió la joven pelirroja.
-Pero quedan pocos recursos y puede que tardemos en encontrar otro oasis donde conseguirlos –comentó uno de los nómadas, provocando el murmullo del resto.
-Tienes razón, pero es demasiado peligroso. No sólo hay bestias, sino también plantas carnívoras. Si pudiésemos permanecer todo el tiempo a las afueras no habría problema, pero, por desgracia, el agua está en las zonas más profundas del oasis, y no quiero ponernos en peligro –explicó la chica ante la admiración de Kareth, que la consideraba una gran líder de quien tenía mucho que aprender- Lo que propongo es racionar nuestros recursos y seguir hacia el oeste. Normalmente, cerca de un oasis suele haber uno o dos más en un radio de 200 kilómetros. Con suerte, encontraremos alguno. Y, en caso de que no, iremos a uno de los pueblos situado a las afueras de los territorios de la facción. Si negociamos con ellos, quizás logremos reabastecernos.
-No estoy de acuerdo. Es arriesgado con los recursos que tenemos. Además, la situación de los pueblos no siempre es buena. Tendríamos suerte si encontrásemos uno lo suficientemente abastecido como para poder negociar –objetó otro de los nómadas
-Creo que es mucho más arriesgado entrar en ese oasis. Hasta mis amigos y yo lo hemos tenido difícil ahí dentro. No es para tomárselo a la ligera.
Pese a los argumentos de cada uno, la discusión continuó durante un buen rato sin que se llegase a un acuerdo.
-Visto que hay quienes están a favor y quienes están en contra, lo mejor será hacer una votación.
-¡Perdón! –intervino Kareth, levantando la mano y sorprendiendo al resto- Puede que me meta donde no me llaman, pero, ¿podría proponer yo algo?
-¿Kareth? –se extraño Ivel.
-¿Por qué no venís con nosotros? Formamos parte de los Rebeldes y nos asentamos en una villa a pocos días de aquí. Tenemos recursos suficientes para compartir, sobre todo desde que nos aliamos con la facción y la unión. Estoy seguro de que a su líder no le importará negociar con vosotros.
Sin saber qué responder, la guía de los nómadas se mantuvo en silencio unos segundos, desplazando la vista entre su gente y el chico.
-¿Estás seguro de que el líder de los Rebeldes aceptará? –preguntó.
-Os doy mi palabra –aseguró Kareth, la mirada fija en la joven pelirroja, quien asintió y volvió a dirigirse a los suyos.
-¡Votos a favor de la propuesta de Kareth!
La primera mano en levantarse fue la de Jaryl, en cuyo rostro podía verse reflejado el orgullo por su amigo. Poco después, y a su lado, otra mano, la cual pertenecía a Will, hizo lo mismo. Y así, poco a poco, más se unieron a ellos dos, incluyendo a la propia Ivel, dándole así la victoria.
-Muy bien. Partiremos mañana –sentenció Ivel, extendiendo su mano hacia Kareth- Esta vez serás tú quien nos guíe.
-Por supuesto –respondió él, estrechándola.
De noche, los recién llegados fueron invitados a una pequeña celebración en su honor. Sentados cerca de una hoguera, algunos del grupo de Kareth conversaban alegremente con los nómadas.
-Puede que te hayas precipitado –comentó Kai.
-Tienes razón, pero quería ayudarles –contestó Kareth.
-Lo sé. En fin, yo tampoco creo que Razer se lo tome mal. Además, he oído que son muy fuertes.
-¡Y que lo digas! ¡Sobre todo Ivel! ¡En lo que a fuerza y agilidad respecta, no tiene rival!
-Vaya, la tienes en un pedestal. ¿Debería contárselo a Nara? –bromeó Miruru, con una sonrisa maliciosa.
-¡Sólo es admiración! ¡No pienses mal! ¡Para mí no hay nadie mejor que Nara!
-Quizás tú lo tengas claro, pero ¿sabes lo que piensa Ivel? Puede que ella sienta algo por ti.
-¡¿Qué?! ¡Para nada! –replicó Kareth, negando con la cabeza.
-Ya, ya. Pues a mí, mi intuición me dice otra cosa.
-Déjalo tranquilo, Miruru –intervino Kai, intentando echarle una mano a su amigo.
-Jo, mira que sois aburridos...
Mientras tanto, cerca de allí, Sarah charlaba con Hina, quien, junto con otros niños, la llevaba de la mano.
-Esto es un golpe de aire fresco para todos –comentó Kareth, bebiendo de un vaso metálico-. Después de lo que nos contó Eigar, aquí sentados, es como si estuviésemos en otro mundo.
-Por cierto, ¿dónde está Quattuor? –preguntó Miruru.
-Ha ido al oasis junto con algunos nómadas. Quería recuperar el vehículo de Normand –explicó Kai- Como lo dejó en las afueras, no creo que les cueste mucho llegar hasta él.
-Siendo Quattuor, aunque lo hubiese dejado en lo más profundo del bosque, no pasaría nada –señaló Kareth, con una sonrisa irónica.
Tiempo después, en otra zona del campamento, Ivel se encontraba pensativa, observando a sus congéneres mientras bebía.
-Eh –la llamó Kareth, tocando su hombro poco antes de sentarse a su lado-, pareces distraída.
-Estoy pensando en qué haremos a partir de mañana –contestó ella.
-¡¿En serio?! Qué disciplinada. Deberías relajarte un poco. Al menos esta noche.
-Creía que eras tú quien decía que sólo tenía que preocuparme por los míos. Y aun así, vas y te entrometes en nuestras decisiones –le soltó ella.
-Supongo que, en parte, tienes razón.
-De todas formas, gracias. Nos has hecho un gran favor.
-¡¿Estás de broma?! ¡Soy yo quien debería daros las gracias! ¡Nos salvasteis a Sarah y a mí! ¡Por no hablar de lo que ha pasado en ese oasis! ¡Si no fuese por vosotros, no estaríamos aquí!
-Te olvidas de cuando mi padre os vendió a los “Geads”.
-¡Bah, cosas del pasado! –replicó el chico, haciéndola reír.
-¿Sabes? Me cuesta mucho confiar en los demás.
-Dímelo a mí. Recuerdo cuando me vigilabas como a un preso.
-Sí, pero al final decidí a confiar en ti. Y me alegro de haberlo hecho –confesó la nómada, levantando la mirada y acercándose a él con timidez.
-Oye, Kareth, yo... –comenzó a decir.
Justo entonces, se escucharon pisadas cerca de ellos, lo que les hizo alzar la guardia, sorprendidos.
-¡Hola, Kareth! –exclamó Argo, quien apareció con algo de comida y bebida en sus manos.
Desde su punto de vista, al nómada se le veía más deteriorado, como si la vejez le hubiese llegado antes de tiempo.
-¡Hacía tiempo que no nos veíamos, Argo!
-Han pasado algunas cosas desde entonces. Como puedes ver, he dejado de ser quien era –comentó mientras miraba a su hija-. Ahora hay alguien de mayor confianza en el cargo.
-Y que lo digas –rieron ambos, haciendo que Ivel se sonrojase.
-Oye, quería disculparme de nuevo por lo que pasó. Sé que por más que lo haga, no cambiará nada, pero aun así, tenía que decirlo.
-Como le he dicho antes a Ivel: son cosas del pasado. Estamos todos vivos, y eso es lo que cuenta –contestó el joven, con una sonrisa- ¡Ah, cierto! Ivel ¿qué ibas a decirme? –preguntó, recordando su conversación con ella antes de que les interrumpiesen.
-¡¿Eh?! ¡Ah! ¡Nada! ¡No era nada! –dijo la nómada, poniéndose nerviosa.
-¡¿Eh?! ¡Vamos, dímelo! ¡Ahora tengo curiosidad!
-¡Olvídalo! ¡No era nada, de verdad!
-Pues parecía importante...
-¡C-cállate!
-¡Kareth! –dijo, de repente, la voz de Jaryl, saliendo de la nada para coger al chico del brazo.
-¡Uah! ¡¿Qué ocurre?!
-¡Todavía no nos has contado nada de lo que has estado haciendo hasta hoy! –se quejó- ¡Vamos! ¡Ven! ¡Will también está esperando!
-¡Vale, pero no estires! –replicó Kareth, quien se vio forzado a marcharse con él.
Al verle irse, Ivel suspiró aliviada, poniendo una mano sobre su pecho para intentar calmarse.
-He venido en mal momento, ¿eh? –indicó Argo, entregándole a su hija la bebida y comida que había traído.
-¡¿Qué insinúas?! –preguntó ella.
-¡Ivel! –la llamó Jaryl, desde la distancia, haciéndole un gesto para que viniese con ellos.
Después de mirar a su padre, quien asintió, permitiéndola marcharse, corrió con los demás. El hombre, por su parte, se quedó observándola, sintiendo como si poco a poco se fuese alejando de él. Y aunque una parte de él se lamentó por ello, otra se sintió orgullosa.
-Ya he terminado –declaró Tribus mientras dejaba un bisturí sobre una bandeja metálica-. Menos mal que le hemos administrado Radiar. De lo contrario, habría sido imposible cortar tus tejidos –continuó, volviendo la vista hacia quien se encontraba acostado sobre la mesa de quirófano.
-Con esto, ya he completado el siguiente paso –dijo Detz, levantándose de allí y vistiéndose el torso para tapar así la multitud de vendas que lo rodeaban.
-Ten cuidado. Incluso con tu regeneración, te llevará unos minutos volver a la normalidad. Por cierto, ¿puedo preguntar para qué es lo que es eso? –preguntó ella, a lo que el hombre respondió con una sonrisa, alargando sus manos para acariciar sus mejillas.
-¿Confías en mí? –le dijo, con voz seductora, logrando que ella ladease tímidamente la cabeza y asintiese.
-Entonces no necesitas saber más –contestó Detz- Por cierto, necesito que vuelvas a Genese. Hay que ultimar los preparativos para el advenimiento de Gaia.
-¿Aunque no tengamos todo lo necesario?
-No te preocupes. Una vez se produzca la reunión entre las tres potencias, lo habremos conseguido todo.
Dicho aquello, Detz abandonó la sala, encontrándose con Unum, apostado en una pared cercana.
-¿Cómo va todo? –preguntó Detz.
-Listo –contestó el chico.
-Estupendo. Ya os avisaré cuando llegue la hora –dijo, tras lo cual también desapareció de su vista.
Momentos después, Tribus también salió del quirófano.
-Hay que ver. Hace contigo lo que quiere, ¿eh? –se burló Unum, esbozando una sonrisa.
-Cállate –contestó Tribus, haciendo pucheros-. No hay nada que pueda hacer.
-¡Ugh! Estas cosas me dan ganas de vomitar. Mejor me voy, antes de que me lo pegues.
-Eso sería imposible. Tú no tienes corazón.
-Lo sé. Por eso esta misión está hecha para mí –afirmó Unum, cuya expresión se volvió diabólica-. Me encargaré de que Kareth y sus estúpidos amiguitos conozcan la desesperación.
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