domingo, 17 de abril de 2016

Herencia de un pequeño héroe



Querido lector:

Te hablo a ti. A ti que estás leyendo este texto y que, al contrario que los demás, quieres cambiar las cosas y hacer de éste un mundo diferente. Probablemente conozcas bien mi nombre, pues soy considerado uno de los peores villanos de la historia de este planeta. Quizás no te importe lo que quiero contarte, o prefieras no saber nada de mí, pero me gustaría que al menos leyeses el porqué de mis acciones. Por qué me convertí en alguien al que nadie quiere recordar...

Puede que por el mismo motivo que tú, un día acabé harto de ver tantas injusticias esparcidas por el mundo. Acabé harto de guerras, violaciones, homicidios, fratricidios, genocidios, pandemias, suicidios, corrupciones...de masacres sin sentido. Por ese motivo, decidí que tenía que cambiar las cosas. ¿Cómo? Si pretendía ser honesto, honrado, buena persona, alguien con conciencia...sin duda sería desechado. Así pues, sólo me quedaba una cosa: convertirme en lo mismo que ellos. En lo mismo que aquellos que dominaban este mundo.

¿Cómo lo conseguí? No fue fácil. Lo primero que decidí hacer fue estudiar derecho. Creía que si tenía que empezar por un punto, sería por ganarme la confianza de los más poderosos. No era precisamente la carrera que me hubiese gustado estudiar pero era algo que debía hacer para dar el primero de muchos pasos. Aunque, no podía ser cualquier abogado, tenía que ser el más destacado de todos. El mejor.

Durante mis años de carrera me convertí en el número uno en todo lo posible. Pasaba la mayor parte de las horas estudiando, dejando atrás amigos, relaciones sentimentales e incluso familia. Recuerdo que intentaron llevarme a un psicólogo ya que me aislaba del resto, rechazando casi cualquier contacto humano que no considerase de utilidad para mi objetivo, pues, pese a que ellos no lo sabían, sí que me codeaba con aquellos alumnos de familias más destacadas y que tenían contacto con políticos y empresarios de mi país.

Con el tiempo, me gradué siendo el mejor alumno de mi promoción, y no tardé en ser contratado para mi primer caso: la defensa del presidente de una mediana empresa que había sido acusado por desviación de fondos.
Ni qué decir que acabé ganando, usando a mi favor los huecos existentes en aquella legislación hecha por estafadores para timadores. Y, por supuesto, ese hecho no tardó en llamar la atención de altas esferas, quienes decidieron contratarme para salir airosos de sus respectivos “problemas”.

Pasaron unos años hasta que, gracias a algunas de las familias con las que había mantenido el contacto durante mis años universitarios, así como a mis alabanzas, propias de una persona trepa y rastrera, hacia aquellos que no merecían perdón; me llevaron a ser invitado a unirme a uno de los partidos políticos que, por aquel entonces, optaba al gobierno de mi país.

Sólo tenía que darles lo que se esperaba de mí. Hacerles los favores que necesitaban, fuesen cuales fuesen, y ganarme aún más su confianza. Y entonces fue cuando logré llegar junto a ellos a la presidencia, ganando las elecciones bajo promesas vacías al pueblo y regalos a los ricos, mentiras a los desfavorecidos y complicidad con nuestros “amigos”. Pero debía aguantar, tenía que hacerlo si quería llegar todavía más alto.

Aprovechando esta época, decidí documentarme sobre la administración y dirección de empresas. Aunque tenía sólidos conocimientos sobre el movimiento de la economía mi nivel no era el suficiente y tenía la certeza que no duraríamos mucho tiempo en el gobierno, pues la gente no tardaría en descubrir nuestras mentiras y en dar sus votos a otro farsante que lo hiciese mejor.

Unos “amigos” me echaron una mano. Me enseñaron todo lo que debía saber para actuar como directivo de una gran compañía. También, el hecho de que ni siquiera hacia falta una carrera para llevar tal cometido. Aunque esto no me sorprendió.

Y de esta forma, llegó lo que por todos era bien sabido. Perdimos las siguientes elecciones y fuimos destituidos como gobernantes. El pueblo llevaba meses pidiéndolo bajo manifestaciones e incluso actos vandálicos, siendo algunas veces comenzados por gente contratada por nuestro partido, o eso escuché decir. Al fin y al cabo, nunca estaba de más seguir engañando a ciudadanos más ignorantes para reservarnos algo de su apoyo, haciéndoles ver que otras personas estaban recurriendo a la violencia para conseguir sus propósitos.

Por la tele podía ver carteles pidiendo nuestra dimisión e incluso, los más radicales, nuestra muerte. No pude evitar sentir pesar ante aquellos que me querían fuera, algunos de ellos, seres queridos de mi infancia. Ese era el camino que había elegido.

Por supuesto, todos teníamos la espalda bien cubierta, de manera que, tras un deficiente mandato, seguiríamos ejerciendo una posición favorable para nuestra economía. Incluso yo mismo estaba bien situado junto a la directiva de una gran empresa con contactos internacionales.

Más tarde, llegaría una investigación por parte de la fiscalía del estado. Siempre me pregunté por qué no se hizo cuando estábamos en el gobierno, por qué esperaron a investigarnos cuando un nuevo gobierno estaría aprovechándose de nuevo de los ciudadanos. En cualquier caso, me preparé para hacer frente a lo que estaba por llegar.

Gracias a mis conocimientos, logré evitar gran parte de las turbiedades de las que se me acusaba, no obstante, fui condenado a cárcel por algunos delitos menores. Algo que me hizo observar más de cerca el mal funcionamiento de la ley.

De dos años que fui condenado, sólo hizo falta un mes para ser absuelto. Es más, ni siquiera tenía la sensación de que alguien que hubiese pasado más años allí, hubiese tenido el más mínimo arrepentimiento. Pero, ¿cómo iban a arrepentirse si en aquel lugar trataban a la gente como a reyes? ¿En una cárcel? No. ¿En aquella cárcel? Sí. Porque la cárcel a la que fui yo estaba hecha para gente con dinero, gente que se había ganado el respeto de “los que importaban”. Un lugar muy diferente de aquel en el que tenían que sobrevivir personas que, en ocasiones, sólo habían sido acusadas de robar algo para poder llevárselo a la boca.

Cuando volví, mi puesto de trabajo me recibió como si nada hubiese sucedido. Debido a que sólo había sido acusado de “minucias”, mi vida no se había visto prácticamente afectada. Sin embargo, fuera de allí, querido lector, sabía que la gente me estaría insultando y abucheando, porque tenían razón, y ese derecho.

Más tarde decidí casarme. Si te soy sincero ni siquiera la quería. No porque ella no fuese guapa, de hecho su belleza era envidiable incluso entre las mujeres de su edad; no por el hecho de que no fuese joven, ya que a su lado sólo era un vejestorio jugando a ser de nuevo un universitario; no porque no me tratase bien, ya que cuidaba de mí como si fuese un frágil jarrón que tuviese que ser limpiado a cada minuto. Querido lector, si no la quería era porque no podía amar a alguien que sabía que no me amaba a mí tampoco.

Si por algo me quería mi mujer era por mi estatus y mi dinero, por lo que era capaz de gastarme para complacerla pese a que ni siquiera podía sentir la alegría que puede sentir cualquier marido cuando le da a su mujer aquello que la hace feliz. Mi matrimonio era una farsa, pero ella quería lo que tenía, y yo, lo que me aportaba: mejorar mi apariencia de cara a los demás.

Poco a poco mi empresa subió escalafones tanto nacional como internacionalmente. Hizo falta el aplastar a otras más pequeñas y medianas para lograrlo, dejar a muchos en la calle y sumirlos en la más absoluta pobreza, sin embargo, sabía que me faltaba algo más, debía obtener una mayor influencia en los diversos países del mundo, y para ello sólo había dos formas que me ayudasen a llegar a tal fin.

La primera de ellas ya la llevaba poniendo en práctica desde hacía tiempo mediante la especulación en bolsa, comprando las acciones de otras empresas y vendiéndolas a un coste mayor pese a que dichas empresas se fuesen a pique; y la segunda fue la de absorber aquellas compañías que se dedicasen a la fabricación y venta de armas, ya que éste era un producto que, en un mundo lleno de guerras y homicidios, sería capaz de hacer dependientes a los demás.

El tiempo pasó. Muchos años se necesitaron para que la fase final de mi plan se cumpliese, e incluso si se compraban aquellas compañías, todavía se requería más tiempo para que los países depositasen toda su confianza en nosotros.

Te escribo, querido lector, desde mi cama, donde es lo único que puedo hacer. A día de hoy he conseguido que la mitad de este mundo dependa de mí para el uso de esas armas que tanto adora. Todavía queda camino por delante pero yo ya estoy demasiado cansado y por ello he de dejarle este papel a otra persona que, al igual que yo, no tenga miedo a quedarse solo en este mundo y ser el único que pretenda poner razón donde ya ha dejado de haberla.

Todavía guardo algunas fotos del pasado. De mi familia, de mis amigos, de ella, a la que siempre quise y con la que me hubiese gustado compartir el resto de mi vida. Fotos de recuerdos de aquellas cosas que tanto me hubiese gustado conservar para poder vivir una vida normal como la de cualquier otra persona, en lugar de que muchos deseen mi cabeza y más de una organización quiera desmantelar lo que he conseguido. Quizás, incluso tú seas parte de ellos.

A ti, querido lector, te hago herencia de todo lo que tengo, y para lo que espero estés dispuesto a sacrificar tu felicidad de forma que, un día, controles la decadencia y puedas cambiar el mundo.

No te aseguro que todo acabará cuando te conviertas en un adulto, o cuando llegues a viejo, o incluso cuando mueras. Puede que tengas que legar todo esto a alguien después de ti que continúe con la maldición hasta que algún día se cumpla nuestro deseo.

Querido lector, no tienes por qué creerme, pero al menos cree en ti mismo y en aquello de lo que eres capaz. Mi misión termina con la esperanza de que alguien la siga llevando a cabo.
Me alegra que, por lo menos en esta carta, y por una vez en muchísimo tiempo, pueda ser yo mismo y dejar de fingir.
Gracias por este momento. Por permitirme mi última voluntad. Gracias por leer mi carta hasta el final, querido lector.

Atentamente, un pequeño héroe.

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