-¡Ah, por fin un rato para relajarse! –dijo Unum, dejándose caer encima de un cómodo sillón en la habitación que habían preparado para él.
-Pareces un viejo –replicó Duobus, con un tono de voz monótono.
-¡No digas eso! Si tendremos más o menos la misma edad.
-Eso no es excusa.
-En fin, lo que tú digas –dijo el hombre, dando por zanjado el tema.
-¿Qué opinas sobre ellos? –preguntó Duobus.
-¿Hablas de esos Erasers? Son criaturas interesantes, feroces... cuesta imaginar cómo las domarán. Por otro lado, me producen una sensación extraña, parecida a la que me produce Detz –respondió Unum ante la mirada impasible de su compañera- En cualquier caso, tengo curiosidad por ver de lo que son capaces o lo que ese loco les pueda ordenar.
De repente, se escuchó un aviso en su comunicador, sobresaltándolo ligeramente. Entonces, introdujo su mano en el bolsillo de su chaqueta y, tras coger el aparato, se lo acercó al oído.
-¿Sí? –preguntó.
-¡Unum! ¡Cuánto tiempo!
-¿Tribus? ¿Por qué me llamas?
-¡Oye, ¿por qué siempre eres tan desagradable conmigo?!
-Que sí. Que lo que tú digas. Ve al grano.
-¡Aburrido! Sólo llamaba para decirte de que Detz va hacia allí.
-¿Detz? –se extrañó Unum, frunciendo el ceño- ¿Para qué? –a su lado, Duobus ladeó la cabeza, también confusa ante aquella noticia.
-Bueno, en realidad todavía no se ha puesto en marcha. El caso es que ha conseguido hacer un par de copias de la “Errantia”. Ya sabes, esa espada que saca los núcleos de sus portadores. Y quiere dároslas.
-Pensaba que para eso te enviaría a ti antes que venir él mismo.
-Parece que esta interesado en llevar las riendas del imperio.
-Ah... ya veo... –contestó Unum, dejando escapar un suspiro-. Bueno, tampoco es que me importe. Probablemente también quiera echarles un ojo a esos monstruos.
-¿Monstruos?
-Sí. Cuando tengas la oportunidad deberías venir a verlos.
-Todavía no puedo. Debo seguir vigilando este sitio hasta que Detz diga lo contrario.
-Así que vas a estar encerrada una buena temporada, ¿eh?
-Sí... eso creo... –dijo ella, detectándose en su voz cierta melancolía.
-¿Te sientes mal por ello?
-¿Eh? Puede. Supongo que les había cogido cariño a esos nómadas.
-Son humanos, Tribus. No lo olvides. Escoria que existe para nuestro beneficio. Sólo sirven para traer desastre y por ello deben ser eliminados. No hay que tener piedad.
-Lo sé. Pero aunque sea una descendiente, parte de mí sigue siendo humana. ¿No te ocurre a ti lo mismo, Unum?
En ese momento, la imagen de una chica cruzó fugazmente la mente de Unum.
-Para nada –contestó- De todas formas, gracias por la información. Volveremos a vernos.
-¡Okay! –dijo Tribus antes de cortar la comunicación.
-Por aquí –dijo Razer, haciendo de guía en los conductos de alcantarillado.
Llevaban varios días viajando entre óxido y oscuridad, por no hablar del olor que todavía desprendía aquella zona, alimentándose de las provisiones que llevaban consigo. Pese a ello, nadie se había quejado y se habían limitado a seguirle.
-Debemos de estar cerca –continuó Razer.
-Me pregunto cómo se las arreglarían los primeros rebeldes que descubrieron este sitio –comentó Miruru.
-Probablemente estén muertos –dijo Quattuor.
-¡Quattuor! ¡No digas algo así delante de Razer! –replicó Sarah.
-No te preocupes. No me molesta. Aunque he de decirte que nuestros exploradores siguen vivitos y coleando, sólo que con algunos años de más y en otros territorios.
-¿Cuántos grupos tenéis distribuidos? –preguntó Kareth.
-Los suficientes para cubrir todo el terreno que podamos, y así disponer de una buena red de información y recursos. Por suerte o por desgracia, cada vez hay más gente que quiere unirse a nuestra causa, e incluso así, seguimos necesitando más.
-La gente ha dejado de tener miedo a enfrentarse a la guerra –dijo Kareth.
-A estas alturas, hay personas que no tiene mucho o nada que perder. Así que, antes que morir en vano, prefieren arriesgarse sus vidas para salvar las de otros.
-Suena a lo que era Yohei Gakko antes.
-Sobre eso no puedo opinar. Por otro lado, si consiguiésemos la ayuda de Normand, nuestras fuerzas y esperanzas aumentarían.
-¿Qué clase de hombre es ese tal Normand? –preguntó esta vez Nara, a lo que Razer no respondió inmediatamente, deteniéndose frente a una escalera que subía a la superficie.
-Es probable que ya hayas escuchado hablar de él –dijo mientras se agarraba a una de las barras de metal que constituía los escalones-. Considerado un genio en el campo de la ingeniería armamentística, ha diseñado armas para las tres potencias así como para otros grupos independientes.
-¡Ah! –exclamaron Sarah y Kareth de repente, sobresaltando a todos excepto a Quattuor.
-¡Por eso me sonaba tanto! ¡Fue él quien diseñó las armas que se usan en Yohei Gakko! –exclamó Kareth,
-¡Fue quien inventó los motores de propulsión! –añadió Sarah.
-Así es –continuó el líder de los Rebeldes-. Los motores Z, R y K que utilizan la presión del aire para mejorar la potencia de ataque, siendo K el más potente y Z el más débil. Aunque, eso no equivale a que las que posean el K sean más fuertes, puesto que los motores más débiles resultan más fáciles de manejar.
-Pero siendo alguien tan solicitado, ¿cómo lo haréis para que os ayude? –preguntó Nara.
-Hace algún tiempo dejó de diseñar armas y desapareció. Por lo que nos dijo Quattuor, estaba buscando conocimientos sobre tecnología militar. El caso es que esta desaparición probablemente haya causado un gran revuelo entre los altos mandos de las tres potencias y otros grupos, por lo que lo estarán buscando. Corre el rumor de que sus verdaderas intenciones son las de acabar con la guerra creando un arma de destrucción masiva –explicó Razer.
-¡¿Es que ha perdido la cabeza?! –dijo Kareth.
-O eso, o su conciencia no ha podido soportar el peso de lo que han hecho sus propias armas.
-No sé yo si un tipo así es la mejor opción para pedirle ayuda –declaró Kai.
-Puede ser, pero necesitamos poder si queremos acabar con esto de una vez por todas. Y, si es verdad que él también quiere que todo termine, nos ayudará.
Habiendo llegado al final de las escaleras mientras hablaban, Razer hizo fuerza con una de sus manos para separar la tapa metálica que los separaba de la superficie, de forma que algunos rayos de luz se introdujeron por las rendijas, cegando a la mayoría.
-Ya hemos llegado.
Momentos después, todos habían salido de las alcantarillas, apareciendo en la parte de atrás de una pequeña casa. Tras cerrar la entrada, el grupo echó un vistazo a su alrededor.
-¿Y tus espías? –preguntó Quattuor, dirigiéndose a Razer.
-Seguidme –contestó éste.
Obedeciendo al joven, el grupo continuó por una serie de callejones, desde donde pudieron observar mejor los alrededores.
Las casas eran más pequeñas que en el norte. Apenas había edificios altos, y los pocos que se veían tenían mejor aspecto que las viviendas, que parecían a punto de derrumbarse.
Encontraron un bullicio de gente al llegar a la calle principal, cuyos suelos eran de piedra, al contrario que el cemento que cubría el territorio de la unión. Esto recreaba una época mucho más antigua, aunque la ropa de sus habitantes, más contemporánea, no se adaptaba a ese tiempo. Aun así, uno no podía evitar pensar en la escasez de recursos invertidos en aquella ciudad.
-¿Qué son esos edificios? –preguntó Miruru.
-¿No te lo imaginas? –respondió Quattuor, con tono irónico- Allí es donde desarrollan su tecnología militar y, por tanto, a lo que se le da mayor prioridad. Si tuviese que poner en porcentajes a qué se dedican los fondos del estado, la población se llevaría un 25% de los recursos, mientras que el resto iría al desarrollo de armas y soldados. Al menos, así era antes. Ahora puede que haya mejorado un poco, pero dudo que el porcentaje que se lleva la población supere el 35%. Mirad –continuó mientras señalaba con la cabeza a un niño desmayarse en mitad de la calle. Tuvo que pasar un tiempo hasta que una mujer, apurada, se acercase a él y lo cogiese en brazos, llevándoselo al interior de una de las casas; ya que una gran mayoría decidió ignorarlo, pasando a su lado sin apenas percatarse de su existencia.
-Es horrible. A ese niño podían vérsele hasta los huesos de las costillas –dijo Miruru, visiblemente afligida.
-Ha tenido suerte de que esa mujer lo haya recogido. En otro lugar, probablemente alguien haya muerto de esa misma forma –explicó Quattuor.
-¿Y por qué nadie hace nada?
-Miedo, egoísmo... Mientras unos estén bien, preferirán no compartir con otros. E incluso si intentan luchar por ellos, serán reprimidos por los soldados de la facción. Ya os lo dije, gastaron, y siguen gastando, muchos recursos en el desarrollo de tecnología militar. La población lo ha acabado pagando cuando han empezado a escasear. Es cierto que, al verse en esta situación, el gobernador decidió hacer también uso de esa tecnología para obtener recursos, pero el sistema no es del todo práctico y hay mucha gente que sigue sin poder acceder a comida, agua u otras necesidades. Los territorios mantienen cierta estabilidad, pero no se llega a un buen nivel de bienestar. Y para colmo, si alguien se pasa de la raya en sus ideales revolucionaros, es detenido por los fieles al gobernador.
-Y pese a ello, nosotros queremos provocar una revuelta –ironizó Sarah.
-No tenemos más remedio. Aun así, intentaremos que no muera nadie en el proceso –sentenció Razer.
Finalmente, Razer giró hacia la derecha, introduciéndose en otra calle, situada entre dos pequeñas casas con grietas en las paredes. Allí, continuó hasta llegar a una bifurcación y, girando de nuevo a la derecha, les llevó hasta una plaza vacía, cercada por un gran número de viviendas sin apenas espacio entre ellas. La única entrada y salida de aquel lugar era por donde habían venido.
Deteniéndose frente a una de las casas, y tras asegurarse de que nadie los veía, el líder de los Rebeldes golpeó la puerta siguiendo una secuencia.
Momentos más tarde ésta se abrió, primero dejando un pequeño resquicio y, más tarde, una abertura lo suficiente ancha como para que pasasen todos.
Ya en el interior, se encendieron varias velas, vislumbrando así una habitación mediana con varias sillas mal distribuidas y un par de mesas pequeñas y circulares. En uno de los laterales había un armario en otra época marrón oscuro, pues la pintura se había deteriorado y parte de su estructura estaba roída, además de faltarle una de las patas, problema solventado gracias a un montón de papeles que hacían de tope. Las velas que iluminaban la habitación se hallaban encima del armario y sobre ambas mesas, dejando también ver un pasillo que parecía llevar a un par de habitaciones situadas más al fondo.
La persona que les había abierto se sentó en una de las sillas y esperó a que los demás hiciesen lo mismo.
Se trataba de un hombre de entre treinta y cuarenta años, con una cicatriz en el ojo izquierdo, pelo corto de color negro, delgado y cuyo brazo derecho estaba cubierto por un guante de tela que llegaba hasta el antebrazo.
-¿Qué tal va todo, Sdren? –preguntó Razer, siendo el segundo en sentarse.
-No ha habido mucho cambio desde la última información que os dimos. Los soldados siguen con los preparativos para recibir al gobernador de la unión y su séquito. La gente está cuchicheando sobre ello.
-¿Qué dicen?
-Quejas y miedo hacia un nuevo ataque contra el imperio. Los hay que no se fían de esta alianza, pero todos callan en cuanto los soldados se acercan.
-Justo como decías, Quattuor. No parecen estar muy contentos con la noticia –señaló Razer.
-Sí, pero, por lo que veo, tendremos que forzar la situación si queremos que se produzca una revuelta –respondió Quattuor.
-En realidad, creo que hemos encontrado algo a nuestro favor –intervino Sdren.
-¿Qué es? –preguntó Quattuor.
-Hay un hombre que está intentando unir a los ciudadanos para irrumpir en el recinto de gobierno el día de la reunión y tomar a los mandatarios como rehenes.
-Tiene que estar loco. La seguridad ese día será muy alta –se sorprendió Razer.
-Depende de en qué momento –aclaró Quattuor-. Es un plan muy arriesgado, pero no imposible. Eso sí, más le vale disponer de mucho apoyo.
-En cualquier caso, era lo que buscábamos ¿no? –indicó Kareth.
-Y supongo que nuestra tarea consistirá en apoyarle –añadió Sarah.
-Por el momento ya ha reunido apoyo, pero dudo que sea suficiente. La población tiene bastante miedo a las consecuencias –dijo Sdren.
-Ya veo. En ese caso, conseguir más gente será lo primordial ¿Qué hay de los demás? –preguntó Razer, refiriéndose al resto de espías rebeldes.
-Siguen vigilando a los soldados y los alrededores del recinto de gobierno.
-De acuerdo. Que continúen por el momento. Mientras tanto, guíame adonde está ese hombre. Hablaré con él. En cuanto a los demás, creo que sería conveniente que os dividáis en equipos de dos, para llamar menos la atención, y hagáis un reconocimiento de la zona. Procurad no ser vistos al volver. Si nos descubren, se acabó.
-¿Cómo conseguisteis este sitio? –se interesó Sarah.
-En su tiempo estuvo habitado. Pero al abandonarse y no reclamarlo nadie, lo tomamos como nuestro sin que nadie se enterase –contestó Sdren.
-¿Sabéis qué le ocurrió al dueño?
-Quizás mejor no saberlo.
Una vez hechas las parejas, Nara y Miruru, a quienes les había tocado juntas, decidieron dar un paseo por la zona comercial, alejándose así del área residencial por la que habían pasado antes.
-Esto me trae recuerdos del norte –dijo Miruru.
-¿Qué pasó allí? –preguntó Nara.
-Kai y yo ayudamos a un comerciante a cambio de quedarnos en su casa. Atraíamos a los clientes haciendo actuaciones –contó la chica, sin poder evitar sonreír al recordar esos momentos.
-Mm... ¿qué clase de relación tenéis Kai y tú?
-¡¿Eh?! ¡S-somos amigos! ¡Camaradas! –respondió con nerviosismo.
-¿En serio? Habría jurado que sentías algo por él.
-¡¿Yo?! ¡Para nada! ¡Es verdad que si no hubiese sido por él seguiría sola en aquellas ruinas, o que habría muerto cuando nos secuestraron durante el torneo, o...! –conforme más hablaba, más roja se iba poniendo, cavándose su propia tumba- ¡Pero no siento nada por él, te lo aseguro!
Aunque le dijese eso, Miruru sabía lo que había rondado por su cabeza últimamente. La cantidad de veces que se había sentido rara cuando estaba con él. Como si quisiese pasar más tiempo a su lado. Se sentía confusa y a la vez asustada. A sus quince años de edad no había experimentado nada parecido, y no entendía bien el concepto del amor.
-¿Estás bien, Miruru?
-¡S-sí! ¡E-estoy bien! –respondió rápidamente, saliendo de su ensimismamiento.
“Le estoy dando demasiadas vueltas”, pensó mientras golpeaba las mejillas para despejarse.
De repente, se escuchó el ruido de algo chocando contra el suelo. Cuando ambas miraron, encontraron el cuerpo de una joven con los ojos cerrados y respiración acelerada. Estaba muy pálida y apenas tenía fuerzas.
-¡Eh! ¡¿Qué ocurre?! –preguntó Miruru, quien, instintivamente, fue a socorrerla, cogiéndola de los hombros y zarandeándola ligeramente para obtener alguna reacción de ella.
-¡Creo que se ha mareado! –explicó Nara- ¡Puede que no haya comido en días! –añadió al recordar la situación en la que vivían muchos habitantes de allí.
-¡Tenemos que hacer algo! –exclamó Miruru, levantándose para llamar la atención del resto de transeúntes- ¡¿Podéis ayudarnos, por favor?! ¡¿Hay alguien que tenga algo de comida o agua?! –dijo, sin obtener ninguna respuesta, pues la gente las trataba como si no existiesen.
Al ver esa respuesta, la joven se acercó a uno de los establecimientos cercanos.
-¡Por favor, ¿tiene algo de comer?! ¡O por lo menos díganos un lugar donde podamos llevarla!
Por desgracia, el vendedor, sorprendido, dio un paso atrás y miró a otro lado, ignorándola descaradamente.
-¡Esto es increíble! –se quejó, acercándose de nuevo a joven enferma y subiéndola a su espalda- ¡Si no tenéis lo que hay que tener, lo haré yo misma! –gritó enfurecida, mientras Nara se acercaba por detrás y la ayudaba a sujetarla.
-Te recuerdo que no eres la única que quiere ayudarla –dijo.
-¡Gracias! –respondió la semidiosa- ¡Llevémosla al escondite, rápido!
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