Cuando Kareth despertó, se encontró bajo techo desconocido.
-Ugh... –se quejó al intentar moverse, pues sintió su cuerpo muy pesado. No recordaba lo que había sucedido, sólo el momento en que una voz le habló. A partir de ese instante, su mente se nubló.
Tras varios intentos, por fin pudo incorporar la mitad superior de su cuerpo y ver dónde estaba. El sitio no parecía en muy buen estado aunque, quitando los boquetes y grietas en las paredes, estaba bastante limpio, literalmente, ya que, aparte de la cama donde dormía, y otra igual a su lado, no había más muebles.
Lo que más le llamó la atención fue la persona que dormía en la otra cama, aunque, debido a que seguía atontado, tardó en reaccionar
Se trataba de Nara, quien descansaba plácidamente con una tela cubriéndola hasta el pecho, protegiéndola del frío.
Aquello le dejó sorprendido e hizo que, casi de manera inconsciente, levantase su mano para comprobar si no se trataba de una ilusión. Pero, cuando su piel entró en contacto con la de ella, no pudo evitar sonreír. No sólo estaba viva, estaba junto a él.
Ella pareció sentir su tacto ya que, tras arrugar levemente la cara, abrió sus ojos y le miró. Al igual que él, no reconoció de manera inmediata, sin embargo, una vez le hubo reconocido, sus ojos se abrieron de par en par, hasta casi salirse de sus órbitas.
-¿Có-cómo...? –preguntó, con un hilo de voz, mientras derramaba lágrimas de felicidad, sobre el cojín donde reposaba su cabeza.
-Quiero pensar que se nos ha dado una segunda oportunidad –respondió él, con ojos igual de llorosos.
Entonces, como si un repentino impulso les hubiese obligado a hacerlo, ambos se abrazaron con fuerza, sin importar lo doloridos y cansados que estuviesen, deseando que ese instante no acabase nunca.
-¿Te encuentras mejor? –preguntó Kareth, una vez más calmados.
-Sí –a su lado, Nara secaba sus lágrimas con las muñecas. Sus ojos, completamente rojos. Tras la alegría inicial, Kareth comenzó a sentirse consternado al pensar en lo que le habrían hecho y, sin pretenderlo, desplazó la mirada hacia la esmeralda en su frente, cosa de lo que ella se dio cuenta, girando la cabeza hacia el lado contrario e intentando ocultarla, avergonzada, con uno se sus brazos.
-¿Te duele? –preguntó Kareth.
Ella no contestó inmediatamente, y durante unos segundos se mantuvo cabizbaja, incapaz de hacerle frente.
-No –dijo, secamente, mientras movía la cabeza de un lado a otro-. Aunque no puedo decir lo mismo de cuando me la pusieron. Entonces, creía que la cabeza me iba a estallar. Como si me hubiesen taladrado el cráneo. Y sin embargo, ahora ni siquiera la siento.
Al escucharla, Kareth se quedó en silencio. La imagen de ella, gritando por el dolor, le produjo una sensación de ira que tuvo que reprimir con fuerza, para no acabar golpeando la pared.
-No parezco normal, ¿no crees? –dijo Nara, haciéndole ver lo acomplejada que le hacía sentir aquella joya.
Había pasado de ser una chica completamente normal a ser utilizada como experimento. Y como consecuencia, su pelo era más corto y su cuerpo más delgado, consumido y pálido de lo que recordaba. No hacía falta pensar mucho para darse cuenta de lo débil que la había dejado todo ese proceso.
-No me importa. Para mí, sigues siendo la misma –respondió Kareth, con seriedad.
-¿Eh?
-Cuando te vi a través de ese cristal, sin importar cuánto tiempo había pasado, o que tuvieses esa esmeralda en tu frente. Supe que eras tú. Para mí, sólo importa quién eres, no cómo eres. Y cambies lo que cambies, no dejarás de ser la persona de la que me enamoré –continuó el chico, consiguiendo que ella levantase la cabeza y le mirase a los ojos- Me alegro tanto de que estés bien. Tenía miedo de que también te hubiese perdido a ti. Como pasó con Remi y... –en ese instante, se detuvo, recordando al que había sido el tío de ella.
-No pasa nada, Kar. Puedes decirlo. Ya me he hecho a la idea –dijo ella, con un tono de voz melancólico- Yo también me alegro de que estés bien y de estar a tu lado –continuó mientras lo abrazaba de nuevo.
-¿Estáis despiertos? –dijo la voz de Sarah, asomando la cabeza por la única puerta de entrada.
-¡S-Sarah! –gritó Nara, levantándose rápidamente de la cama y corriendo hacia su amiga para, a mitad de camino, resbalar y caerse al suelo, golpeándose la cabeza ante la atónita mirada de la peliazul- ¡Ugh!
Aquel gesto, que ambos recordaban de ella, les hizo suspirar aliviados. Definitivamente, la chica estaba de vuelta con ellos.
-Aquí –dijo Sarah mientras ayudaba a su amiga a sentarse de nuevo- Mira que correr así. Ya tienes una edad, ¿sabes?
-L-lo siento –respondió Nara, acariciándose la frente, haciendo sonreír a la otra joven, quien la abrazó tiernamente.
-Me alegra tenerte de vuelta –dijo Sarah.
-Y yo de estarlo –respondió Nara, devolviéndole el gesto.
-Dime, Sarah, ¿qué ocurrió después de que perdiese el conocimiento? –interrumpió Kareth.
-Creo que todos tenemos muchas preguntas. Y, para ello, he traído a una persona que puede ayudarnos. ¡Quattuor! –llamó la chica de pelo azul, tras lo que un hombre, cruzado de brazos, entró en el cuarto y, sin decir nada, fue hacia un lado de la habitación y apoyó su espalda sobre una de las paredes.
Kareth lo recordaba de haberlo visto junto a Sarah cuando irrumpieron en aquella gran sala.
-Nos gustaría que contases lo que sepas sobre el proyecto Gaia –pidió Sarah.
-Esto nos llevará un buen rato, pero, ya que prometí hacerlo si me sacabas de aquella celda, haré lo que pueda –respondió el hombre mientras la peliazul hacía sitio entre sus dos amigos para sentarse.
-Imagino que, a estas alturas, ya sabréis quién es Gaia y su relación con todo esto. A ti te lo he contado yo –explicó refiriéndose a Sarah-, y supongo que, en tu caso, ha sido Detz –añadió, refiriéndose a Kareth.
-Yo también escuché sobre ello durante el tiempo que estuve prisionera. Algo sobre una deidad que creó este mundo –dijo Nara.
-Algo así. Aunque más concretamente, el núcleo del mismo. Un ser vivo con el poder de un dios –aclaró Quattuor, callándose durante unos segundos, antes de proseguir- En fin, lo que os voy a contar se remonta a cuando entré en el proyecto Gaia. Por entonces, acababa de despertar como Descendiente de Gaia, convirtiéndome así en el primero en hacerlo. Me sentía confuso y perdido. Una voz desconocida me estaba pidiendo ayuda y, poco a poco, iba convenciéndome de ello. Recuerdo que sentí miedo de perderme a mí mismo, pero era como si esa voz me estuviese lavando el cerebro para dedicarme a su causa. Y, cuando quise darme cuenta, sólo podía pensar en ella.
>>Poco después de despertar, alguien vino a buscarme. Una mujer. Ella me guió hasta ese subterráneo. Su base de operaciones.
-¿Quién era esa mujer? –preguntó Sarah.
-Lo cierto es que nunca le pregunté su nombre, ni tampoco profundicé en su vida. Sé que cuando Detz empezó todo, convenció a otras personas para unirse al proyecto Gaia. Esas personas no eran descendientes, lo ayudaban por propia voluntad, aunque puede que no compartiesen el mismo objetivo –comentó Quattuor, creando confusión en los demás- El caso es que, entre ellos, estaba aquella mujer y otros tres hombres, además de Detz. La mayor parte del tiempo, yo hacía de chico de los recados para todos ellos. Pasaba mucho tiempo fuera, llevando a cabo todo tipo de misiones. Por ello, nunca llegué a conocerles en profundidad, ni siquiera a Detz. Lo poco que puedo decir de ellos es que uno era usuario de Radiar, otro un miembro importante de “Comhairle”, y en cuanto al otro hombre restante y esa mujer, eran una pareja de científicos.
>>Durante el poco tiempo que pasaba en la base, esa mujer era la que más conversaba conmigo. Me preguntaba cómo estaba, cómo me había ido en las misiones... Actuaba como una madre que, por alguna razón, se preocupaba por mí. Y, pese a que al principio me resultaba extraño, En ese momento pensaba “¿Por qué hace eso?” pero al final me terminé acostumbrando.
-¿Qué clase de misiones te pedían? –preguntó, esta vez, Kareth.
-Básicamente, alimentar la guerra.
-¿Alimentar la guerra?
-Sí. Como ya sabréis, uno de los tres factores requeridos por Gaia es el choque de fuerzas entre usuarios del Radiar. Durante estos quinientos años de guerra ha habido tres treguas, y si, por algún motivo, se consiguiese la paz, ese factor sería imposible de cumplir.
-Entonces lo que buscan es influenciar a que las tres potencias hagan una batalla a gran escala para desplegar toda la energía posible a partir del Radiar.
-Exacto.
-Pero, ¿por qué no se hizo antes?
-Primero porque no era el único factor necesario para conseguirlo, y segundo, porque el poder de las tres potencias no era suficiente para ese objetivo. Necesitaban una cuarta fuerza que reuniese el poder del Radiar y también participase en la guerra. Ahí es donde entró en juego Yohei Gakko.
-¡¿Yohei Gakko?! –exclamaron los tres jóvenes al unísono.
-Pensadlo. Tienen a un miembro importante de “Comhairle” entre ellos, por lo que también tienen influencia sobre las tres escuelas.
-Pero “Comhairle” no permitiría algo así. Ellos quieren acabar con la guerra, por eso enviaban a los alumnos a infiltrarse y acabar con los planes de las tres potencias. De esa forma, evitaban meterse en una guerra abierta –replicó Kareth.
-Eso no quiere decir que no puedan ser manipulados para cambiar sus objetivos. E incluso así, cada una de las potencias podría pensar en los miembros de Yohei Gakko como espías de las demás.
-Pero... –intentó contradecir el chico, por segunda vez.
-Además, la última vez que tuve acceso a algo de información sobre el proyecto Gaia, Unum se había infiltrado en “Comhairle”. Si ha conseguido llegar al poder, ten claro que habrá cumplido su objetivo.
-Ese tipo, Detz, me dijo que Yami también formó parte del proyecto Gaia. ¡No puede ser! ¡Él era ese miembro de “Comhairle”! ¡Se rebeló contra Detz y por eso Unum lo mató y tomó su lugar! –dijo Sarah.
-Todo encaja –añadió Kareth.
-Pero hay una cosa que no entiendo –continuó Sarah- Recuerdo que Detz dijo que mi ejecución les habría dado la respuesta de si tenía el núcleo dentro de mí. Supongo que se refería al Núcleo de Jade. Sin embargo, dijo que Kareth había superado sus expectativas, y no parecía muy disgustado por ello.
-Imagino que era porque me consideraban adecuado para formar parte del proyecto. Al fin y al cabo, recuerda que Unum dijo que me había estado poniendo a prueba –aclaró Kareth.
-Pero, ¿a qué se refería cuando dijo eso de mí? –preguntó Sarah.
-No estoy seguro de si lo que voy a contar ahora contestará a tu pregunta, pero creo que tiene que ver con ello –explicó Quattuor-. Al cabo de un tiempo haciendo misiones, encontraron a la siguiente descendiente: Duobus. Ella es una chica fría, calculadora, apática y sigue las órdenes estrictamente. Una experta cumplidora con su deber, y muy peligrosa en combate. Actualmente, debe de estar asesorando al líder del imperio, y comiéndole la cabeza para continuar con la guerra.
>>En cualquier caso, a partir de entonces decidieron cambiar mi papel. Yo pasé a ocuparme de buscar al resto de descendientes y Duobus me sustituyó en mi trabajo anterior. Por otro lado, los demás miembros del proyecto Gaia siguieron con sus respectivos quehaceres. La última vez que hablé con esa mujer, antes de marcharme a mi misión, me dijo que estaba construyendo un aparato junto a su pareja. Algo muy especial que sería útil en el futuro.
>>Desde ese día, apenas tuve contacto con ella. Mi búsqueda me hizo estar fuera más tiempo que mi anterior trabajo, y el poco tiempo que pasaba en la base, no la veía por ningún lado.
>>De esa forma, encontré a Tribus, probablemente con la que más me relacioné, a Quinque y a Sextus.
>>Fue entonces cuando ocurrió lo que cambiaría el curso del proyecto Gaia...
“Quattuor acababa de
llegar de uno de sus viajes. Junto a él se encontraba un chico más joven que
él, con parte del pelo de punta y la otra parte cubriéndole el ojo; complexión
delgada, apariencia enclenque, estatura media y expresión entre indiferente y
aburrida.
-Aquí es –indicó Quattuor-.
Te llevaré ante Detz.
Asintiendo, el chico lo
siguió hasta un laboratorio.
-Oh, Quattuor. Has
vuelto.
Allí los recibió un
hombre vestido con bata blanca y gafas, quien se encontraba revisando una serie
de documentos mientras, de vez en cuando, observaba en un microscopio muestras
de tejido de cerebros humanos.
-He traído a otro, Detz
–respondió Quattuor, secamente.
-¿Es él? –preguntó
Detz, refiriéndose al joven que le acompañaba, y que observaba su alrededor con
desinterés.
-Sí.
-Bien. Acompáñalo a su
cuarto. Mañana le explicaré cuál será su tarea a partir de ahora.
Así pues, ambos se
marcharon del laboratorio, separándose poco después, tras quedarse el chico en
su habitación.
Había sido un largo
viaje para Quattuor, y en ese momento lo único que le apetecía era dormir y
olvidarse de sus tareas aunque fuese por unas horas. Por lo menos, hasta que
Detz le dijese dónde despertaría el siguiente descendiente, pues, aunque no se
sabía cómo, el científico tenía la capacidad de predecirlo.
Cerca de su habitación,
escuchó el sonido de pequeños pasos correteando. Curiosamente, éste se detenía
cuando dejaba de caminar y se reiniciaba al volver a hacerlo.
-¡¿Quién anda ahí?!
–preguntó, mirando a su alrededor, sin recibir contestación- ¡Si eres tú,
Tribus, hoy no estoy para juegos! ¡Esto cansado y no me apetece!
Pese a ser respondido
de nuevo con el silencio, consiguió discernir una pequeña mano sujeta al borde
de la esquina por la que había que girar para llegar a su cuarto. Un mal
intento de escondite.
-Oye, ¿de verdad crees
que no nos descubrirá? –preguntó la voz de una niña.
-¡Soy experto en el
escondite! ¡Seguro de que no nos encuentra! –respondió, esta vez, la voz de un
niño.
-¡Os encontré! -exclamó
Quattuor, asomando la cabeza, y encontrando delante de él, un niño y una niña
de la misma edad, que se quedaron petrificados al verle.
-¡¿Qué hacen unos niños
aquí?! –preguntó el hombre, levantando una ceja.
-E-e-es que... n-nos
dijeron que podíamos jugar fuera un rato –se excusó tímidamente el niño.
-Eso no contesta a mi
pregunta –indicó Quattuor mientras observaba cómo la niña, cuyo pelo era de
color azul, se escondía detrás del pequeño.
-¡Quattuor! –gritó una
voz, varios metros delante de él, haciéndole levantar la vista para encontrarse
con una mujer corriendo hacia ellos.
Una vez les hubo
alcanzado, la vio apoyarse en la pared para recuperar el aliento.
-¡Lo siento si te han
molestado! ¡Les dije que jugaran fuera un rato! ¡Hasta que terminase de
trabajar! –le explicó ella, con una mano en el pecho y respiración agitada.
-Así que esto es cosa
tuya. No te preocupes. No es que me hayan molestado. De todas formas, ¿qué
hacen aquí? ¿Un experimento de los vuestros? –preguntó Quattuor.
-¡¿Qué?! ¡No! ¡Por
supuesto que no! –replicó la mujer mientras ponían los brazos formando X, a
modo de negativa. Gesto que dejó perplejo al hombre- Según otra de las
predicciones de Detz, uno de estos niños será otro de los Descendientes de
Gaia. El problema es que no sabemos cuando ocurrirá ni quien de los dos será.
Es la primera vez que ocurre algo así en sus predicciones.
Sin entender de qué
hablaban, los pequeños desplazar la mirada de uno a otro.
-En fin, si son cosas
vuestras, todo aclarado –respondió Quattuor, mostrando desinterés.
-Si es así, ¿podrían
quedar un rato contigo? –solicitó ella, juntando las manos como si estuviese
rezando.
-¡¿Qué?! ¡Será una
broma!
-¡Por favor, ahora
mismo estoy trabajando y no puedo encargarme de ellos!
-¡Oye, no he hecho de
niñera en mi vida! ¡¿Qué te hace pensar que haré un buen trabajo?!
-¡Confío en ti!
-¡¿Qué?!
-¡Por favor!
Ante sus súplicas, el
hombre adoptó una postura tensa, lo que fue agravándose conforme su rostro se
acercó al de él.
-¡De acuerdo! ¡Vale!
¡Pero sólo por esta vez! –cedió, finalmente.
-¡Gracias! –exclamó,
abrazándolo.
-¡Qu-quita! –la apartó
él.
-¡Bien, niños, por el
momento os quedaréis con el tío Quattuor! ¡Haced caso a lo que os diga, ¿vale?!
Pese a que ambos
asintieron, no se mostraron muy convencidos de ello.
“¿El tío Quattuor?”,
pensó el hombre, tras lo que dejó escapar un profundo suspiro, diciendo adiós a
sus horas de descanso.
-Por cierto, Quattuor,
¿puedo pedirte otro favor? –añadió la mujer.
-¡Eh! ¡He dicho que
sólo me los quedaré por esta vez...!
-Si algo me pasase...
–lo interrumpió ella, esta vez, poniendo un tono de voz serio- Si, por
cualquier cosa, yo no pudiese cuidar de ellos, quiero que les protejas.
-¿De qué hablas? –se
extrañó el hombre, percatándose de que ella acababa de desviar la mirada.
-Nada. Olvídalo. Tengo
que irme. Será poco tiempo, te lo aseguro –sentenció, marchándose por donde
había venido.
Sin saber qué decir, Quattuor optó por desentenderse y centrarse en el problema que tenía en ese momento”.
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