-Como supongo que ya sabréis –comenzó Michael-, Remiel y yo hemos decidido relevar a Thyra de sus tareas como asistente de la gobernadora. Después de lo ocurrido en Nápoles, nos ha quedado claro que no es apta para esa tarea y que sus habilidades estarán a mejor disposición en otros lugares.
-No estoy de acuerdo –replicó Hana, aguantándose las ganas de levantarse y gritárselo al oído-. Todo lo que tuvo que ver con mi secuestro fue idea mía. De hecho, gracias a ella no sufrí ningún daño, por lo que cumplió su tarea perfectamente.
-Si hubiese cumplido su tarea perfectamente, tal y como dices, no te habría permitido hacer algo tan peligroso.
-¡¿Acaso no forma parte de sus labores asistirme en todo momento?! –exclamó la demonio, cuyo tono de voz empezó a subir conforme iba disminuyendo su paciencia- Además, lo que yo haga es de mi propia incumbencia.
-“En todo momento” no equivale a lo que tú quieras. Un arcángel debe saber diferenciar cuándo alguien está equivocado y ponerse en contra si es necesario. Además, desde el momento en que te convertiste en alguien de importancia a nivel público, tú seguridad dejó de ser sólo incumbencia tuya.
-¡Ella confió en mí! ¡Algo de lo que vosotros no parecéis ser capaces!
-Lo siento, pero eres demasiado importante como para arriesgarnos.
-¡Sólo estás imponiendo tu opinión!
-Calmémonos un segundo, ¿de acuerdo? –intervino John, viendo que Hana estaba llegando al límite- Si me lo permitís, jamás he visto una unión como la de ellas dos. Desde que las conozco, no han dejado de lograr una hazaña tras otra. Gracias a su trabajo, tanto en Roma como en otras ciudades del imperio se ha abolido la esclavitud o está en proceso de hacerse, y si han llegado hasta aquí, ha sido porque lo han hecho juntas.
-Eso es irrelevante. Estoy seguro de que con Sariel también habrá grandes resultados.
-¡Pero si acabo de conocerle! –se quejó Hana.
-Estoy de acuerdo en que Sariel es más que apto para el puesto –declaró Thyra.
-¡Thyra! –exclamó la demonio, sorprendida por las palabras de su amiga.
-Aun así, creo que si existen alguien capacitado para comprobar si es el más apto, esa soy yo.
-¿Qué insinúas? –preguntó Michael.
-En su trabajo, deberá enfrentarse a muchos enemigos. Algunos de ellos, puede que muy poderosos. Siendo así, propongo un combate para comprobar su fuerza.
-No pienso aceptar un combate contra ti, Thyra –declaró Michael-. Todos sabemos que eres más poderosa que él. Eso no demostraría nada.
-Nunca he dicho que yo vaya a ser quien pelee. Ahora mismo estoy entrenando a Uriel para que me sustituya.
-¿Entonces quieres que sea Uriel? No lo entiendo. ¿Si gana, no significará que es ella la más apta?
-Ya lo entenderéis durante el combate.
Aquella sentencia hizo que, durante unos instantes, todos los allí reunidos se quedasen en silencio, mirándose los unos a los otros, como esperando a que alguno respondiese.
La propuesta de la arcángel había dejado a todos algo confusos, aumentando la tensión que ya de por sí había. Finalmente, fue Michael quien se atrevió a continuar.
-De acuerdo. Esta vez lo haremos a tu manera, pero esto no resuelve nada. Incluso en el hipotético caso en que Uriel ganase, seguirán sin haber motivos para devolverte a tu anterior misión. Lo entiendes, ¿verdad?
-Ya cambiarás de opinión –declaró Thyra.
-Como quieras –suspiró Michael
-¡¿Estás segura de esto, Thyra?! –preguntó Hana, una vez terminada la reunión- No tengo claro que Uriel esté de acuerdo con esto.
-Lo más importante es ganar tiempo –respondió la arcángel-. Ahora que están aquí, tengo la oportunidad de hablar a solas con Remiel. Estoy segura de que a él si podré convencerle para que termine con esta estupidez.
-¿Y si no es así?
-Entonces tan sólo me quedará demostrarle a Michael de lo que soy capaz.
Unas horas después de la reunión, Claude llegaba, tras una larga caminata, a una zona residencial situada cerca de las afueras de la ciudad.
Había estado siguiendo las pistas que le habían dado varios demonios a los que había preguntado por el rumor de que un ángel había sido el causante de todos los disturbios de los últimos días.
Pese a ser un área donde vivían humanos y demonios, parecía bastante tranquilo, con apenas tránsito en las calles y poco ruido. Nadie se había extrañado al verle allí, pese a lo que destacaba su traje y su condición de Pacificador.
Los civiles apenas hablaban entre ellos, como si no se conociesen o no tuviesen interés los unos por los otros. Un ambiente ideal para relajarse, pero al mismo tiempo, el escenario perfecto para pasar desapercibido.
-Si me dijesen que aquí se esconden fugitivos, me lo creería –dijo el líder de grupo mientras se acercaba a una pequeña pareja de humanos que atendían el jardín frente a su casa-. Disculpad –dijo el chico, llamando su atención-, me llamo Claude y soy guardia al servicio del castillo del emperador ¿Podría haceros unas preguntas?
La pareja se lo quedó mirando y luego hicieron lo mismo entre ellos antes de asentir.
-¿Podríais decirme si habéis visto algo extraño por aquí últimamente?
-¿Algo extraño? Yo no he visto nada –dijo el hombre, de mediana edad, poco pelo, barriga prominente y un denso bigote mal cuidado.
-Ni yo. ¿A qué te refieres con algo extraño? –preguntó la mujer, de pelo rubio, recogido en un moño; algunas arrugas en la frente y un pañuelo atado a la cabeza.
-Pues, por ejemplo, ¿algo como un ángel? –prosiguió el chico, quien ya se imaginó qué iban a contestar al ver la sorpresa en sus ojos, como si estuviesen hablando con un loco-. ¿Saben qué? No importa, seguiré buscando.
No obstante, el resultado fue similar preguntase a quien le preguntase, lo que, pese a reafirmar su teoría de que se trataba de un sitio con todas las papeletas de esconder algo, también le produjo cierta desesperanza.
Finalmente, se detuvo frente a un callejón entre dos viviendas ligeramente alejadas del resto. A priori, no parecía nada fuera de lo habitual, pero su experiencia le decía que ahí había algo con lo que debía tener cuidado.
Pese a todo, decidió internarse en él. No era muy largo, pero sí lo suficientemente estrecho para que cupiese una sola persona.
Cuando ya parecía que iba a salir, escuchó una voz.
-De momento, todo está saliendo según lo previsto. Thyra ha propuesto un combate entre Sariel y Uriel para decidir quién de los dos es más adecuado para el puesto. No es consciente de que nos ha proporcionado el momento perfecto para asesinarlos y hacer que parezca un accidente –la voz se detuvo unos segundos, como si estuviese esperando a que alguien le contestase, pero esa contestación nunca llegó. Aun así, continuó hablando como si lo hubiese hecho-. No te preocupes. Puede que lo intente, pero me encargaré personalmente de que siga adelante.
La conversación continuó un poco más, saliendo a la luz el nombre del otro interlocutor, el cual le sonaba haber leído en alguna parte.
Interesado en saber más, Claude decidió acercarse, pero justo cuando estaba a punto de ver su cara, sintió una presencia detrás de él, lo que le hizo girarse y sacar sus agujas para clavarlas en el cuello de un hombre que amenazaba con apuñalarlo, matándolo en el acto.
Al observarlo más detenidamente, se dio cuenta de que era uno de los ciudadanos con los que había hablado antes. Y no sólo eso, más de ellos le siguieron en fila por el callejón, dispuestos a lo mismo.
-¿Qué es esto? –se preguntó a sí mismo, esquivando al siguiente y saltando sobre sus hombros para escapar de allí caminando sobre los de los demás.
Una vez fuera del callejón se vio rodeado por más de ellos. No parecían ser todos, pero sí un grupo numeroso. Lo suficiente como para darle problemas si no quería hacerles daño.
La sensación que daban era de estar poseídos, cosa que no había notado antes. ¿Cuál podía ser el motivo que les había llevado a ese estado? ¿Tenía que ver con la persona a la que había escuchado hablar antes?
Sin tiempo para seguir pensando en ello, decidió que lo mejor sería noquear a los que pudiese y volver al castillo a informar sobre ello. Seguía teniendo curiosidad por descubrir la identidad de aquel individuo, pero ahora era más importante solicitar ayuda y, si podía, llevarse alguno de los civiles con él.
Así pues, tras esquivar varios intentos más de asesinato por parte de los ciudadanos, consiguió quitárselos de encima y abrirse paso hasta el camino que se dirigía al centro de la ciudad.
Sin embargo, se topó de frente contra la figura de un ángel, lo que le obligó a detenerse mientras continuaba vigilando a los ciudadanos que le perseguían.
-¿Quién eres? ¿Tú has hecho esto? –preguntó el joven, incapaz de reconocerlo, ya que el único ángel que había conocido en persona era Uriel, de quien podía asegurar que no se trataba.
Sin responderle, éste se limitó a apuntarle con su mano y desplegar un rayo de luz que por poco no atravesó su cráneo, continuando en línea recta, al ser esquivado por él, de manera que, en su trayectoria, impactó contra varios civiles.
-¡Mierda! –se quejó Claude, al ver el resultado. Aunque no tuvo tiempo de más, ya que un segundo rayo amenazaba con asesinarlo, provocando que tuviese que atravesar el cristal de una de las casas para ocultarse en su interior.
Allí, la situación se calmó, dándole unos minutos para pensar en su siguiente movimiento.
Si bien, no tenía muy claro qué hacer, pues aunque tenía armas con las que podía luchar contra demonios, no sabía si servirían de igual forma frente a los ángeles. Además, no tenía forma de comunicarse con otro Pacificador para que le echase una mano.
Qué ironía que su falta de confianza, aquello que tantas veces le había salvado cuando trabajaba solo, ahora fuese una de las principales causas de sus problemas. Si desde el principio hubiese pedido ayuda, aunque fuese a algún miembro de su grupo, seguramente no hubiese acabado en ese aprieto. Pero ya era demasiado tarde.
En cualquier caso, no planeaba rendirse. Iba a escapar fuese como fuese. Y para ello, lo mejor sería crear una distracción.
Así pues, lo primero que hizo fue dirigirse a otra de las ventanas, situada en un pequeño salón, con dos sofás de madera a pocos metros de ella y dispuestos uno frente a otro; y una mesa rectangular en el centro, que le sirvió como cobertura mientras ojeaba las afueras.
Desde allí, pudo observar a los ciudadanos volver a sus casas.
Parecía no querer involucrarlos, lo que le hizo pensar que haber matado a algunos de ellos pudiese haber sido un mero accidente. Eso explicaría también que no le hubiese atacado todavía, pues destruir aquella vivienda no le ayudaría si ese era su plan.
La confirmación de esto le llegó cuando lo observó deshacerse de los cadáveres. Desintegrándolos de manera que de ellos sólo quedaron cenizas, esparcidas con el viento.
Teniendo en cuenta aquel detalle, ya sabía lo que debía hacer.
No era lo más ético, pero la situación lo requería. Además, tampoco es que pudiese considerarse a sí mismo un buenazo.
Decidido, buscó otro lugar por el que salir que no fuese la entrada principal, encontrándose con otra puerta, justo al final del mismo pasillo que llevaba al salón, y por la que llegó hasta un pequeño patio-jardín vallado, del cual escapó saltando.
En ese momento, escuchó el sonido de la puerta de delante, lo que le hizo apresurarse en recorrer la distancia que le separaba de las siguientes casas, tratando de divisar si había alguien dentro.
Entonces dio con un niño humano jugando fuera con una pelota, que hacía rebotar contra la pared. Ajeno a lo que acababa de ocurrir, apenas se dio cuenta de su presencia, asustándose cuando lo llamó.
-Tranquilo. No tengas miedo –dijo Claude, levantando las manos, a lo que el pequeño respondió dando algunos pasos hacia atrás- Es peligroso estar aquí, ¿no deberías entrar en casa?
De repente, bajó la cabeza como si acabase de recordar algo triste, comprimiendo la pelota entre sus manecitas.
-No me digas que no sabes cómo volver –continuó, recibiendo confirmación por su parte.
Aquello era más difícil de lo que había pensado al principio. Si lo tomaba como rehén, podía usarlo para huir de aquella situación, pero ¿realmente era lo que debía hacer? Como mercenario no habría dudado de ello, pero precisamente se había metido en ese lío por seguir esa línea de pensamiento.
-¡Ugh! ¡Es igual! ¡No hay tiempo para eso! Ven conmigo. Yo te llevaré de vuelta –prometió, lo más amablemente que pudo, mientras le extendía su mano, lo que el niño aceptó tímidamente.
El sonido de unas alas le hizo actuar deprisa, cogiéndolo en brazos y empezando a correr justo antes de que un rayo de luz atravesase el suelo sobre el que sus pies habían estado instantes atrás.
Intentando despistarlo, volvió a introducirse en otro callejón que le llevase de vuelta a la calle principal, pero esta vez el ángel le cortó el paso, sin dejarle más solución que dar media vuelta, cosa que le expondría a un disparo seguro.
Viéndose entre la espada y la pared, lo único que se le ocurrió fue poner al pequeño entre él y su atacante, algo que le causó mayor dolor del que habría imaginado.
Otra vez lo estaba haciendo. Otra vez estaba pensando en sí mismo. Recurriendo al plan B para salvar su vida. Pero la realidad le propinó un golpe que no esperaba cuando el rayo de luz del ángel atravesó el cuerpo del niño así como su esternón, haciéndole caer al suelo de espaldas y tosiendo sangre.
Incapaz de levantarse, miró el rostro del chico, tendido a su lado, muerto pero con una maliciosa sonrisa dibujada. Y entonces, lo comprendió. Todo había sido una trampa. Su encuentro con él, sus dudas... todo entraba dentro del plan del enemigo.
Pero, lejos de sentirse traicionado, parte de él sintió alivio. Pues haber sido víctima de su plan significaba que, después de todo, sí había cambiado. Aunque fuese un poco.
Puede que haber pasado tiempo con sus compañeros de equipo le hubiese hecho empezar a ser alguien que pudiese cerrar los ojos por las noches. Vivir sin cubrirse las espaldas constantemente. O, al menos, eso quería creer.
Por desgracia, nunca lo sabría. Eso pensó mientras contaba los minutos que le quedaban, al mismo tiempo que escuchaba los pasos de su enemigo dirigiéndose hacia él. Probablemente, para eliminar pruebas.
De repente, algo incomodó al ángel, quien giró la cabeza hacia arriba, chasqueó la lengua y desapareció como por arte de magia, escuchándose un ligero batir de alas que se perdió rápidamente en la distancia.
Unos segundos después, alguien apareció junto a él, agachándose para comprobar su herida.
-He llegado tarde –dijo, lamentándose.
-No... –replicó Claude, con un hilo de voz- ...llegas justo a tiempo. Escúchame...
Tan sólo necesitaba un poco más de tiempo. El suficiente para contarle lo que había visto.
Esta vez se demostraría a sí mismo que ya no era el de antes. No volvería a equivocarse. Confiaría en aquella persona, aunque, debido a su visión borrosa, no supiese de quién se trataba.
“-Oye, Claude –dijo Einar, de repente, estando todos reunidos en la
habitación unos días antes de que partiesen hacia Nápoles-, he observado que
nunca te vienes a entrenar, ¿es que tienes algo contra nosotros?
-¡Oye,
Einar! –replicó Bera.
-¡¿Qué?!
Sólo he preguntado lo que todos pensamos. No lo digo con mala intención, en
serio, pero si hay algún problema, como grupo, creo que deberíamos hablarlo.
Tras
escucharle atentamente, Claude lo ignoró y siguió con lo que estaba haciendo,
que era reorganizar las agujas que utilizaba como arma.
Al
ver su actitud, Einar se limitó a encogerse de hombros ante sus compañeros,
dando a entender que él lo había intentado. Sin embargo, poco le duró esa
reacción al escuchar hablar a su líder.
-No
hay ningún problema con vosotros, si es a eso a lo que te refieres –respondió.
-¿Quieres
decir que el problema eres tú? Eso no me deja mucho más tranquilo –continuó
Einar.
-Estoy
de acuerdo con él. Si hay algo en lo que podamos ayudarte, sólo tienes que
decírnoslo –añadió Lys.
-Es
un problema personal. Simplemente, no soy capaz de confiar en nada ni nadie.
-¡Ah!
¡¿Era eso?! Pensaba que era algo mucho peor.
-¡Einar!
–repitió Bera.
-¿Qué
quieres decir? –preguntó Claude, intrigado.
-Todos
aquí hemos tenido ese mismo problema. Somos mercenarios al fin y al cabo. Hemos
tenido que valernos por nosotros mismos, por lo que confiar en alguien siempre
se nos ha hecho cuesta arriba. Pero aquí la forma de ver las cosas es distinta.
Por eso se nos ha dispuesto en grupos. Porque la confianza es lo que nos
permitirá sobrevivir. Y qué mejor afinidad que la nuestra, que siempre hemos
sido desconfiados –dijo con tranquilidad.
Aquellas
palabras sorprendieron a Claude, quien no esperaba una contestación así.
-Qué
interesante... –dijo después de unos segundos, volviendo a sus tareas.
Al día siguiente, el chico se uniría a sus compañeros durante su entrenamiento. Tal vez porque, por una vez, quería comprobar si merecía la pena cambiar.”
-Remiel, ¿estás ahí? –preguntó Thyra, delante de la habitación donde el arcángel iba a hospedarse hasta que llegase el día del enfrentamiento.
Poco después se escucharon unos pasos y la puerta se abrió, apareciendo Remiel, con la misma expresión calmada con la que se le solía ver.
-¿Ocurre algo, Thyra? –preguntó.
-Me gustaría hablar contigo un momento. Si no te importa.
-Adelante –respondió, haciéndose a un lado para permitirle pasar.
Instantes después, se encontraba sentada sobre una pequeña silla de madera, delante de un escritorio algo usado. Remiel hizo lo mismo, situándose delante de ella y cediéndole la palabra.
-¿De verdad estás de acuerdo con esto? –preguntó la joven, sin andarse con rodeos.
-¿Te refieres al enfrentamiento entre Sariel y Uriel?
-Me refiero a que se me haya destituido de mi puesto y quitado mis poderes.
-Entiendo cómo te sientes, Thyra. Y, francamente, yo tampoco estoy de acuerdo con que Michael haya usado la Marca de Seraphim, pero dadas las circunstancias, no le quedó más remedio.
-Entonces estás de su lado –comentó la arcángel, decepcionada.
-Confío en que lo que hace Michael es por el bien de todos.
-¡No! ¡No lo es! ¡Hana confía en mí! ¡Y si hemos llegado hasta aquí ha sido gracias a eso! ¡Remiel, por favor, tienes que hacer que cambie de opinión!
El arcángel suspiró ante su petición, meditando unos segundos su decisión antes de asentir.
-Hablaré con él. Quizás podamos llegar a un acuerdo, pero no puedo asegurarte nada.
-Gracias, Remiel. Sabía que tú entrarías en razón –se alegró Thyra, tras lo que se despidió y se marchó de la habitación bajo la atenta mirada de su compañero.
Mientras tanto, en otra habitación no muy alejada de allí, Uriel se encontraba delante de Michael. En sus brazos tenía el cadáver de Claude, y su expresión estaba llena de ira.
Por otro lado, el arcángel le daba la espalda e intentaba mantener la calma.
-¡Dime inmediatamente qué está pasando, Michael!
No hay comentarios:
Publicar un comentario