-¡¿Qué?! –exclamó Hana al enterarse de lo ocurrido con los arcángeles.
El grupo se encontraba en el estudio del papa, donde un sorprendido John les escuchaba atentamente con las manos unidas debajo de la barbilla.
-Me parece excesivo –opinó-. Hubiese entendido una llamada de atención, pero apartarte de ella...
-¡Y tanto que es excesivo! –se quejó la demonio- ¡Y pienso decírselo!
-Tranquilízate un poco, Hana –intervino de nuevo el papa-. Teniendo en cuenta lo sucedido, es probable que hablen conmigo antes de llevársela de vuelta. Al fin y al cabo, dudo que quieran hacer de esto un conflicto –explicó-. Una vez nos reunamos con ellos, intentaremos convencerles de que cambien de opinión, ¿de acuerdo?
Más relajada y conforme con su propuesta, la gobernadora asintió, dejándose caer de manera brusca sobre en uno de los pocos asientos que había aparte del que ocupaba John.
-El problema es que, mientras tanto, no podré protegerla –se lamentó Thyra, acariciándose el pecho, justo donde se encontraba la Marca de Seraphim.
-¿Y dices que la única forma de eliminarla es con el poder de Michael? –preguntó Reima.
-Hay otra forma, pero supondría matarle. Y por muy molesta que esté, no quiero llegar hasta ese punto.
-¡Yo lo haré! –se prestó Uriel.
-¿Tú qué harás? –se sorprendió Thyra.
-¡Protegerla, claro! ¡No soy tan poderosa como tú, pero también soy un ángel! –declaró con confianza.
-Uriel, no es precisamente un trabajo fácil.
-¡Entonces tendrás que enseñarme! –replicó ella, alegremente, ante la incredulidad de la arcángel.
-De todas formas, ¿no decían que iban a ponerte un sustituto? –señaló Reima.
-Sí, pero no creo que lo hagan hasta el día de la reunión. Al fin y al cabo tendrán que presentarlo –explicó Uriel.
-¿Y sabes quién será?
-Ni idea.
-No nos quedan muchas opciones hasta entonces, Thyra –sentenció John, mirando a la arcángel y encogiéndose de hombros, a la par que ella hacía algo similar con Uriel.
-De acuerdo. Me sustituirás hasta que todo vuelva a la normalidad, pero tendrás que hacer lo que te diga.
-¡Eso está hecho! –respondió su compañera, abrazándola.
-Bueno, pues, de momento, damos por finalizada la sesión. Que llevo rato queriendo irme a la cama –declaró John, pues se habían presentado en su estudio justo cuando se disponía a acostarse.
-Siento haberte molestado, John –se disculpó Thyra.
-No pasa nada. Entiendo que es una situación urgente.
De esa forma, cada uno volvió a sus respectivas habitaciones. En el caso de Uriel, puesto que no podía volver con los ángeles, se quedó a dormir en la misma que utilizaba Thyra.
-¡Ese idiota de Michael! –se quejó la arcángel, una vez en la habitación, mientras se desvestía para meterse en la cama- ¡Estaba buscando la excusa perfecta para humillarme!
-Desde que te ascendieron a arcángel ha sido muy duro contigo –comentó Uriel, buscando espacio que dejarle, ya que, al haber un solo colchón, por muy grande que éste fuese, tenían que caber las dos.
-¡Por que es un machista y un antiguo! –añadió la arcángel.
-Pero aun así, es extraño.
-¿El qué es extraño?
-Es cierto que es un imbécil, un machista y que es muy estricto contigo, pero siempre le he oído reconocer tu poder.
-¿Y qué me quieres decir con eso?
-No lo sé. Es que me da la sensación de que hay algo más.
-Ah... –suspiró Thyra, de espaldas a Uriel- Michael tiende a ser sincero aunque vaya en contra de sus propios deseos. Ése es el único motivo por el que es capaz de reconocer mi poder a pesar de no quererme como arcángel. Puede que sea su manera de hacer “justicia”, pero eso no significa que sea justo. ¿Sabes? De los arcángeles, Michael ha sido quien más me ha enseñado. Puede que por eso me cabree su actitud. Puede que esperase más de él.
-¿Crees que algún día os llevaréis bien?
-No. Pero quizás llegue el día en que le comprenda mejor. Eso dependerá de él mismo.
Como se había predicho, unos días después, le llegó un mensaje al papa. Escrito por el propio Michael, en él, le pedía una audiencia para tratar la situación de Thyra y presentar a quien acompañaría a Hana a partir de entonces.
Mientras tanto, la arcángel se llenaba de paciencia para enseñarle a Uriel a actuar como una diplomática, al mismo tiempo que debía ser capaz de proteger a la demonio de todo tipo de individuos peligrosos, muchas veces, sin llegar a matarlos.
Aunque el ángel era fuerte, su personalidad despistada la hacía cometer pequeños errores que, dependiendo de la situación, podían dar lugar al peor de los finales.
-Tomemos un descanso –dijo, finalmente, su maestra, a una derrotada Uriel, que, con la lengua fuera y cuerpo en tierra, asintió.
En esto que Reima se acercó a ellas con una cesta en la mano, al igual que lo hiciese Hana durante su última visita a la biblioteca.
-Os he traído un pequeño almuerzo.
-¡Oh! ¿Hana ha preparado algo? –preguntó Thyra.
-No. Esta vez he sido yo. Un producto de mi tierra. Espero que os guste.
Aunque se sintió extrañada y algo dubitativa, tenía tanta hambre y curiosidad que no pudo evitar apartar el pañuelo que cubría la comida, descubriéndose varias bolas de arroz bien ordenadas en montones.
-¿Qué son? –preguntó la arcángel, cogiendo una.
-Onigiris. Un poco diferentes de los que solía comer yo, pero he tenido que valerme de los ingredientes de aquí –explicó el chico, ofreciéndole también a Uriel.
Mirándolos de arriba abajo, Thyra les hincó el diente, iluminándosele los ojos.
-¡Mm! ¡Está muy bueno! ¡Y tienen relleno dentro! ¿Qué lleva?
-He intentado poner varios para que los probéis. Ése en concreto creo que lleva salmón.
-¡El mío creo que lleva atún! –exclamó Uriel, complacida.
-Me alegro de que os guste.
-No sabía que supieses cocinar –declaró la arcángel.
-No me considero un experto, pero me manejo bien. Aunque la mayoría de los platos que conozco son de donde vengo.
-¡Si están tan buenos como éste, por mi puedes prepararlos cuando quieras! –dijo Uriel, quien ya llevaba varios.
En ese momento, un soldado romano se acercó corriendo a ellos. Parecía alterado.
-¡Señorita Thyra! ¡Tenemos problemas!
-¡¿Qué ha pasado?! –preguntó.
-¡Un grupo de demonios acaba de agredir a humanos!
-¡¿Qué?!
Cuando llegaron al lugar de los hechos, encontraron a varias personas en el suelo recibiendo primeros auxilios y, cerca de ellos, un grupo de cuatro demonios arrodillados, con grilletes en las manos y soldados apuntándoles con sus armas.
También vieron a Julius y a Alex, quienes intentaban calmar a una muchedumbre que, enfurecida, apoyaba a un bando o al otro.
No fue hasta varios minutos después que consiguieron despejar la zona y los agresores fueron llevados a celdas provisionales, para posteriormente ser interrogados.
-Por lo que nos han contado –explicó Alex a los recién llegados-, los demonios han sido los que han empezado, insultándoles y acusándoles de haber matado a los suyos.
-¿Había alguna relación entre ellos? –preguntó Thyra.
-Ninguna. Ha sido indiscriminado –respondió Julius.
-¿Por qué tan de repente?
-Uno ha mencionado el ataque a Nápoles –añadió Alex.
-¿El ataque a Nápoles? Lo entendería si hubiese sido culpa de los humanos, pero... –conforme hablaba se dio cuenta de algo, lo que la hizo enmudecer y que su rostro mostrase una expresión de miedo.
-¿Thyra? –preguntó Uriel, preocupada.
-¿Se habrán enterado de que hubo humanos infiltrados entre los demonios? –continuó, temblorosa.
-¡¿Qué?! ¡Pero todavía no se ha había hecho público, ¿no?! –preguntó Reima.
-¡Reunid a todos los Pacificadores en el castillo! ¡Rápido! –ordenó Thyra.
Horas después, todos fueron citados en la misma sala donde estuvieron antes de decidir quiénes serían los líderes de grupo. Y al igual que aquella vez, también habían venido John, Hana y Thyra, con el añadido de Uriel, cumpliendo su papel de sustituta no oficial.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Cain a Reima, intrigado.
-Entiendo que os estéis preguntando por qué estáis aquí, pero se trata de una emergencia –les interrumpió la arcángel-. Nos hemos enterado de que algunos humanos han sido atacados por demonios, pero lo más extraño es que a varios de ellos se les ha escuchado hablar sobre el ataque a Nápoles. Antes de interrogarles, me gustaría saber si alguno de vosotros ha oído algo extraño últimamente.
Los Pacificadores se miraron entre ellos. Algunos se encogieron de hombros y otros cuchichearon sobre el tema. Sólo unos pocos permanecieron en silencio para ver adónde llevaba aquella reunión.
Al final, uno de ellos levantó la mano. Se trataba de Claude, líder del tercer grupo, conocido por su corta edad y deje de arrogancia.
-Yo sí he oído algo. Entre los demonios se comenta el rumor de que tanto el líder de la organización que atacó Nápoles como algunos de sus miembros eran humanos.
-¿Has escuchado algo sobre el origen de ese rumor?
-Antes de seguir, hay algo que me gustaría preguntar.
-Adelante.
-¿Acaso al reunirnos aquí, se está poniendo a prueba nuestra lealtad? –preguntó Claude sin tapujos, despertando la sorpresa y tensión en el resto de sus compañeros, quienes miraron fijamente a una Thyra de rostro casi imperturbable, que sonrió levemente.
-Nos os voy a mentir. Lo primero que he pensado después de ver lo ocurrido ha sido en la posibilidad de que alguno de vosotros hubiese podido filtrar información. Lo mismo con el duque Marinus. Pero luego me he dado cuenta de que esa sospecha no tiene sentido, así que podéis estar tranquilos.
-Si es así, os lo agradezco –señaló Claude, con una sonrisa, antes de continuar-. En cuanto al origen, aquellos a los que les he preguntado me han dicho que se lo han oído decir a otro demonio.
-Entiendo –respondió Thyra, decepcionada.
-Siento que no haya sido la respuesta que buscaba.
-Es mejor que nada. Gracias.
-¿Qué opináis? –preguntó la arcángel, una vez hubo terminado la reunión. En ese momento, tan sólo quedaban en la sala Hana, John, Reima, Uriel y ella.
-Creo que ninguno de ellos lo ha hecho público. Ni siquiera por accidente –declaró Hana- Y, sinceramente, tampoco pienso que haya sido Marinus.
-¿Alguien de la organización? –preguntó John.
-No lo sé, pero seguro que, sea quien sea, se ha aliado con Darío –dijo Thyra.
-Hemos sido demasiado confiados al pensar que tardaría más tiempo en volver a actuar, y temo que estemos bailando en sus manos –añadió la demonio-. En cualquier caso, me encargaré personalmente de interrogar a los demonios. Puede que consiga algo más.
-Bien –asintió la arcángel, dando por terminada la charla y encaminándose todos a la salida. En esto que Reima se percató de que Uriel estaba distraída.
-¿Estás bien? –le preguntó.
-Mm... no sé cómo decirlo, pero tengo la sensación de que algunos de los Pacificadores esconden algo.
-¿Qué quieres decir?
-Desde que tengo memoria he sido capaz de distinguir perturbaciones en la emociones de los demás. No es un poder muy útil que digamos, ya que nunca sé que significan, pero sí que son negativas. Últimamente las he estado notando mucho en gente cercana a mí, como en el caso de tus compañeros o también en... –de repente calló, dudando de si acabar la frase.
-¿En quién? –preguntó Reima.
-En uno de los arcángeles.
Ese mismo día, Reima fue a ver a Alex, que se encontraba practicando con su arma en uno de los campos de entrenamiento, dentro de las murallas del castillo del emperador.
-No voy a enfrentarme a ti –dijo Alex nada más verle.
-¡No he venido a pedírtelo! Aunque, a este paso, ese día nunca llegará.
-¡Ja ja ja! –rió el hombre mientras se secaba el sudor de la cara- ¿Qué querías?
-¿Hablaste al final con Lori y Abel?
Al escuchar su pregunta, se detuvo en mitad de la práctica, mirando al suelo, pensativo.
-Tan sólo con Abel.
-¿Qué te dijo?
-Está muy preocupado por Lori. Dice que desde el ataque a Nápoles no ha vuelto a ser la misma.
-¿Pasó algo ese día?
-¿Dices aparte de un ataque terrorista que acabó con las vidas de humanos y demonios?
-Me has entendido perfectamente.
-Lo sé. Perdona –sonrió amargamente Alex-. Por lo que estuvo contándome, vio morir a una esclava delante de ella. A priori, debería haber sido algo a lo que estuviese acostumbrada. Por desgracia, gente como nosotros ha visto muchas muertes a lo largo de su vida. Pero aquella esclava, que se sacrificó por un humano, recibió como agradecimiento su desprecio. Supongo que aquella injusticia fue un duro golpe para ella.
-Entiendo. No puedo decir que no la comprenda.
-Yo tampoco. En este trabajo, estamos condenados a ver cosas así o incluso peores, pero precisamente por eso luchamos. No... por eso debemos seguir luchando –rectificó el líder de grupo mientras recomenzaba su entrenamiento.
Por otro lado, Claude se encontraba patrullando las calles de Roma. Desde lo sucedido en Nápoles, había tomado esa costumbre. Todo por culpa de aquel individuo vestido con túnica blanca que apareció ante él y su grupo, metiéndole la sensación en el cuerpo de que algo podía pasar en cualquier momento y que, si se descuidaba, no lo evitaría a tiempo.
Ansiedad y miedo. Detrás de su sonrisa siempre había mantenido escondidos esos sentimientos que afloraron el día en que su familia fue asesinada.
Perteneciente a la nobleza, nunca había tenido problemas para conseguir lo que quería. Tan sólo tenía que pedirlo y sus padres se lo comprarían. Pero fueron esos mismos padres quienes endeudaron sus territorios, dejando en la miseria a los que vivían allí y, como consecuencia, siendo asesinados durante un golpe de estado.
Pese a ser un niño, como hijo de los anteriores dueños, se vio obligado al exilio, aprendiendo a sobrevivir por sí mismo, comiendo lo que cogía en bosques y montañas, durmiendo a la intemperie o trabajando para mercaderes y otros nobles para ganar algo de dinero, labrándose así un nombre como soldado y mercenario. Pese a todo, no había conseguido volver a confiar en los demás, siempre con un plan B en mente, con una estrategia para que todo saliese según sus deseos. Pues, en el fondo, seguía preguntándose una y otra vez si podría haber evitado que sus padres se endeudaran, o si podría haber logrado que el golpe de estado, que llevaron a cabo ciudadanos y consejeros, nunca se hubiese producido.
Aquella situación le recordaba de nuevo que debía mantenerse alerta. Algo se estaba tramando y no podía permitir que fuese a más. De lo contrario, le esperaría el mismo final que sus padres.
Intentando desviar sus pensamientos, se fijó en una pareja de demonios hablando entre ellos a viva voz. Sin preocuparse mucho por quién les estuviese escuchando.
-¡¿Lo has oído?! ¡Dice que el ataque a Nápoles fue por culpa de los humanos! –dijo uno de ellos.
-¡¿Qué?! ¡Yo había oído que habían sido demonios!
-¡Es mentira! ¡Los humanos los engatusaron para que atacasen! ¡Incluso se hicieron pasar por ellos! ¡Es más, me han dicho que el líder de la organización también era humano!
-¡Y luego van y nos echan las culpas a nosotros!
-Disculpad –intervino Claude en la acalorada discusión, siempre empleando su característica sonrisa arrogante-, no he podido evitar oír vuestra conversación y me ha parecido de lo más interesante. Me gustaría saber quién os ha contado eso.
-¡¿Y por qué se lo íbamos a decir a un humano?! –se quejó el demonio.
-En realidad, yo también pienso que hubo algo raro en ese ataque –declaró el joven, llevándose una mano a la barbilla-. Y, sinceramente, si la culpa fue de los humanos, deberían ser juzgados por ello.
-¡¿Verdad que sí?! ¡Eh! ¡Este humano sí sabe de lo que habla!
-Por supuesto. Yo estoy de vuestro lado. Por eso precisamente me gustaría saber dónde lo habéis escuchado. Puede que así consigamos encontrar al verdadero culpable.
-Mm... –meditó un momento uno de los demonios, dudando de si debía decirlo o no- Lo cierto es que me lo ha contado mi vecino, el que vive justo al lado de mi casa –continuó, señalando la vivienda-. Pero... –de repente miró a su compañero, quien se encogió de hombros, como queriéndole decir que él no tenía nada que ver.
-¿Le pasa algo a tu vecino? –preguntó Claude, intentando llevar la conversación a algún lado.
-No. O eso creo. Es que cuando le pregunté quién se lo había dicho, me contestó que había sido un ángel.
-¡¿Un ángel?! –se sorprendió el chico.
-¿Verdad que no tiene sentido?
-No.... no lo tiene... –respondió Claude.
Y así, finalmente, llegó el día de la reunión con los arcángeles. Los asistentes por parte de ellos serían Michael, Remiel y quien, según su juicio, sería el nuevo guardián y asistente de Hana. Por el otro lado, asistirían la propia Hana, John y Thyra. Uriel había preferido quedarse al margen para evitar las miradas furiosas de sus superiores, mientras que Reima y el resto de Pacificadores, por mucho interés que tuviesen en estar presentes, lo tenían prohibido.
Aun así, pudieron hablar con las dos diplomáticas y el papa antes del evento.
-¿Has podido interrogar a los demonios? –preguntó Reima. Además de él, también estaban Tathya, Julius, Alex, Sarhin y Enam.
-Sí, pero me han dicho lo mismo que Claude.
-Pues la situación está empezando a complicarse. Durante estos días, se han dado dos ataques más de demonios a humanos –informó Julius.
-¡Maldito Michael! –se quejó Thyra-. ¡¿De verdad se piensa que este es el momento para discutir entre nosotros?!
-A todo esto. ¿Dónde está Uriel? –preguntó Alex.
-Como no quería atender a la reunión, ha decidido ayudar en la investigación sobre el origen de la filtración –contestó Thyra.
-Espero que por fin descubramos algo más –sentenció Reima.
Cuando hubo llegado la hora, los arcángeles se presentaron en la sala donde se llevaría a cabo la negociación. Una habitación amplia con una mesa redonda en el centro para que ambas partes estuviesen una frente a la otra. Para hacer menos llamativa su llegada, habían venido volando directamente hasta la puerta del castillo, donde los guardias, que ya habían sido avisados de su llegada, les dejaron pasar.
Dentro les recibieron el papa, Hana y Thyra, quienes, educadamente, les acompañaron hasta la habitación y les pidieron tomar asiento. Fue allí también donde la arcángel pudo saber quién sería su sustituto.
-Así que te han elegido a ti, Sariel –comentó a la par que se sentaba, recibiendo por respuesta un ligero asentimiento de cabeza.
Si bien era cierto que la mayoría de los ángeles se conocían entre ellos, él era uno con el que había tenido poco contacto.
Tenía el pelo oscuro, largo y desordenado, con un flequillo que casi tapaba sus ojos. Reservado y de mirada penetrante, hablaba poco, pero cuando lo hacía, solía ser muy formal. En ese sentido, Thyra sabía que Sariel llevaría a cabo su misión con seriedad, lo cual la tranquilizó. Pese a ello, no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
-Ya estamos todos –dijo John-. Así pues, que dé comienzo la reunión.
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