lunes, 18 de abril de 2022

Capítulo 52: Claude

-Como supongo que ya sabréis –comenzó Michael-, Remiel y yo hemos decidido relevar a Thyra de sus tareas como asistente de la gobernadora. Después de lo ocurrido en Nápoles, nos ha quedado claro que no es apta para esa tarea y que sus habilidades estarán a mejor disposición en otros lugares.

-No estoy de acuerdo –replicó Hana, aguantándose las ganas de levantarse y gritárselo al oído-. Todo lo que tuvo que ver con mi secuestro fue idea mía. De hecho, gracias a ella no sufrí ningún daño, por lo que cumplió su tarea perfectamente.

-Si hubiese cumplido su tarea perfectamente, tal y como dices, no te habría permitido hacer algo tan peligroso.

-¡¿Acaso no forma parte de sus labores asistirme en todo momento?! –exclamó la demonio, cuyo tono de voz empezó a subir conforme iba disminuyendo su paciencia- Además, lo que yo haga es de mi propia incumbencia.

-“En todo momento” no equivale a lo que tú quieras. Un arcángel debe saber diferenciar cuándo alguien está equivocado y ponerse en contra si es necesario. Además, desde el momento en que te convertiste en alguien de importancia a nivel público, tú seguridad dejó de ser sólo incumbencia tuya.

-¡Ella confió en mí! ¡Algo de lo que vosotros no parecéis ser capaces!

-Lo siento, pero eres demasiado importante como para arriesgarnos.

-¡Sólo estás imponiendo tu opinión!

-Calmémonos un segundo, ¿de acuerdo? –intervino John, viendo que Hana estaba llegando al límite- Si me lo permitís, jamás he visto una unión como la de ellas dos. Desde que las conozco, no han dejado de lograr una hazaña tras otra. Gracias a su trabajo, tanto en Roma como en otras ciudades del imperio se ha abolido la esclavitud o está en proceso de hacerse, y si han llegado hasta aquí, ha sido porque lo han hecho juntas.

-Eso es irrelevante. Estoy seguro de que con Sariel también habrá grandes resultados.

-¡Pero si acabo de conocerle! –se quejó Hana.

-Estoy de acuerdo en que Sariel es más que apto para el puesto –declaró Thyra.

-¡Thyra! –exclamó la demonio, sorprendida por las palabras de su amiga.

-Aun así, creo que si existen alguien capacitado para comprobar si es el más apto, esa soy yo.

-¿Qué insinúas? –preguntó Michael.

-En su trabajo, deberá enfrentarse a muchos enemigos. Algunos de ellos, puede que muy poderosos. Siendo así, propongo un combate para comprobar su fuerza.

-No pienso aceptar un combate contra ti, Thyra –declaró Michael-. Todos sabemos que eres más poderosa que él. Eso no demostraría nada.

-Nunca he dicho que yo vaya a ser quien pelee. Ahora mismo estoy entrenando a Uriel para que me sustituya.

-¿Entonces quieres que sea Uriel? No lo entiendo. ¿Si gana, no significará que es ella la más apta?

-Ya lo entenderéis durante el combate.

 

Aquella sentencia hizo que, durante unos instantes, todos los allí reunidos se quedasen en silencio, mirándose los unos a los otros, como esperando a que alguno respondiese.

 

La propuesta de la arcángel había dejado a todos algo confusos, aumentando la tensión que ya de por sí había. Finalmente, fue Michael quien se atrevió a continuar.

-De acuerdo. Esta vez lo haremos a tu manera, pero esto no resuelve nada. Incluso en el hipotético caso en que Uriel ganase, seguirán sin haber motivos para devolverte a tu anterior misión. Lo entiendes, ¿verdad?

-Ya cambiarás de opinión –declaró Thyra.

-Como quieras –suspiró Michael

 

-¡¿Estás segura de esto, Thyra?! –preguntó Hana, una vez terminada la reunión- No tengo claro que Uriel esté de acuerdo con esto.

-Lo más importante es ganar tiempo –respondió la arcángel-. Ahora que están aquí, tengo la oportunidad de hablar a solas con Remiel. Estoy segura de que a él si podré convencerle para que termine con esta estupidez.

-¿Y si no es así?

-Entonces tan sólo me quedará demostrarle a Michael de lo que soy capaz.

 

Unas horas después de la reunión, Claude llegaba, tras una larga caminata, a una zona residencial situada cerca de las afueras de la ciudad.

 

Había estado siguiendo las pistas que le habían dado varios demonios a los que había preguntado por el rumor de que un ángel había sido el causante de todos los disturbios de los últimos días.

 

Pese a ser un área donde vivían humanos y demonios, parecía bastante tranquilo, con apenas tránsito en las calles y poco ruido. Nadie se había extrañado al verle allí, pese a lo que destacaba su traje y su condición de Pacificador.

 

Los civiles apenas hablaban entre ellos, como si no se conociesen o no tuviesen interés los unos por los otros. Un ambiente ideal para relajarse, pero al mismo tiempo, el escenario perfecto para pasar desapercibido.

-Si me dijesen que aquí se esconden fugitivos, me lo creería –dijo el líder de grupo mientras se acercaba a una pequeña pareja de humanos que atendían el jardín frente a su casa-. Disculpad –dijo el chico, llamando su atención-, me llamo Claude y soy guardia al servicio del castillo del emperador ¿Podría haceros unas preguntas?

 

La pareja se lo quedó mirando y luego hicieron lo mismo entre ellos antes de asentir.

-¿Podríais decirme si habéis visto algo extraño por aquí últimamente?

-¿Algo extraño? Yo no he visto nada –dijo el hombre, de mediana edad, poco pelo, barriga prominente y un denso bigote mal cuidado.

-Ni yo. ¿A qué te refieres con algo extraño? –preguntó la mujer, de pelo rubio, recogido en un moño; algunas arrugas en la frente y un pañuelo atado a la cabeza.

-Pues, por ejemplo, ¿algo como un ángel? –prosiguió el chico, quien ya se imaginó qué iban a contestar al ver la sorpresa en sus ojos, como si estuviesen hablando con un loco-. ¿Saben qué? No importa, seguiré buscando.

 

No obstante, el resultado fue similar preguntase a quien le preguntase, lo que, pese a reafirmar su teoría de que se trataba de un sitio con todas las papeletas de esconder algo, también le produjo cierta desesperanza.

 

Finalmente, se detuvo frente a un callejón entre dos viviendas ligeramente alejadas del resto. A priori, no parecía nada fuera de lo habitual, pero su experiencia le decía que ahí había algo con lo que debía tener cuidado.

 

Pese a todo, decidió internarse en él. No era muy largo, pero sí lo suficientemente estrecho para que cupiese una sola persona.

 

Cuando ya parecía que iba a salir, escuchó una voz.

-De momento, todo está saliendo según lo previsto. Thyra ha propuesto un combate entre Sariel y Uriel para decidir quién de los dos es más adecuado para el puesto. No es consciente de que nos ha proporcionado el momento perfecto para asesinarlos y hacer que parezca un accidente –la voz se detuvo unos segundos, como si estuviese esperando a que alguien le contestase, pero esa contestación nunca llegó. Aun así, continuó hablando como si lo hubiese hecho-. No te preocupes. Puede que lo intente, pero me encargaré personalmente de que siga adelante.

 

La conversación continuó un poco más, saliendo a la luz el nombre del otro interlocutor, el cual le sonaba haber leído en alguna parte.

 

Interesado en saber más, Claude decidió acercarse, pero justo cuando estaba a punto de ver su cara, sintió una presencia detrás de él, lo que le hizo girarse y sacar sus agujas para clavarlas en el cuello de un hombre que amenazaba con apuñalarlo, matándolo en el acto.

 

Al observarlo más detenidamente, se dio cuenta de que era uno de los ciudadanos con los que había hablado antes. Y no sólo eso, más de ellos le siguieron en fila por el callejón, dispuestos a lo mismo.

-¿Qué es esto? –se preguntó a sí mismo, esquivando al siguiente y saltando sobre sus hombros para escapar de allí caminando sobre los de los demás.

 

Una vez fuera del callejón se vio rodeado por más de ellos. No parecían ser todos, pero sí un grupo numeroso. Lo suficiente como para darle problemas si no quería hacerles daño.

 

La sensación que daban era de estar poseídos, cosa que no había notado antes. ¿Cuál podía ser el motivo que les había llevado a ese estado? ¿Tenía que ver con la persona a la que había escuchado hablar antes?

 

Sin tiempo para seguir pensando en ello, decidió que lo mejor sería noquear a los que pudiese y volver al castillo a informar sobre ello. Seguía teniendo curiosidad por descubrir la identidad de aquel individuo, pero ahora era más importante solicitar ayuda y, si podía, llevarse alguno de los civiles con él.

 

Así pues, tras esquivar varios intentos más de asesinato por parte de los ciudadanos, consiguió quitárselos de encima y abrirse paso hasta el camino que se dirigía al centro de la ciudad.

 

Sin embargo, se topó de frente contra la figura de un ángel, lo que le obligó a detenerse mientras continuaba vigilando a los ciudadanos que le perseguían.

-¿Quién eres? ¿Tú has hecho esto? –preguntó el joven, incapaz de reconocerlo, ya que el único ángel que había conocido en persona era Uriel, de quien podía asegurar que no se trataba.

 

Sin responderle, éste se limitó a apuntarle con su mano y desplegar un rayo de luz que por poco no atravesó su cráneo, continuando en línea recta, al ser esquivado por él, de manera que, en su trayectoria, impactó contra varios civiles.

-¡Mierda! –se quejó Claude, al ver el resultado. Aunque no tuvo tiempo de más, ya que un segundo rayo amenazaba con asesinarlo, provocando que tuviese que atravesar el cristal de una de las casas para ocultarse en su interior.

 

Allí, la situación se calmó, dándole unos minutos para pensar en su siguiente movimiento.

 

Si bien, no tenía muy claro qué hacer, pues aunque tenía armas con las que podía luchar contra demonios, no sabía si servirían de igual forma frente a los ángeles. Además, no tenía forma de comunicarse con otro Pacificador para que le echase una mano.

 

Qué ironía que su falta de confianza, aquello que tantas veces le había salvado cuando trabajaba solo, ahora fuese una de las principales causas de sus problemas. Si desde el principio hubiese pedido ayuda, aunque fuese a algún miembro de su grupo, seguramente no hubiese acabado en ese aprieto. Pero ya era demasiado tarde.

 

En cualquier caso, no planeaba rendirse. Iba a escapar fuese como fuese. Y para ello, lo mejor sería crear una distracción.

 

Así pues, lo primero que hizo fue dirigirse a otra de las ventanas, situada en un pequeño salón, con dos sofás de madera a pocos metros de ella y dispuestos uno frente a otro; y una mesa rectangular en el centro, que le sirvió como cobertura mientras ojeaba las afueras.

 

Desde allí, pudo observar a los ciudadanos volver a sus casas.

 

Parecía no querer involucrarlos, lo que le hizo pensar que haber matado a algunos de ellos pudiese haber sido un mero accidente. Eso explicaría también que no le hubiese atacado todavía, pues destruir aquella vivienda no le ayudaría si ese era su plan.

 

La confirmación de esto le llegó cuando lo observó deshacerse de los cadáveres. Desintegrándolos de manera que de ellos sólo quedaron cenizas, esparcidas con el viento.

 

Teniendo en cuenta aquel detalle, ya sabía lo que debía hacer.

 

No era lo más ético, pero la situación lo requería. Además, tampoco es que pudiese considerarse a sí mismo un buenazo.

 

Decidido, buscó otro lugar por el que salir que no fuese la entrada principal, encontrándose con otra puerta, justo al final del mismo pasillo que llevaba al salón, y por la que llegó hasta un pequeño patio-jardín vallado, del cual escapó saltando.

 

En ese momento, escuchó el sonido de la puerta de delante, lo que le hizo apresurarse en recorrer la distancia que le separaba de las siguientes casas, tratando de divisar si había alguien dentro.

 

Entonces dio con un niño humano jugando fuera con una pelota, que hacía rebotar contra la pared. Ajeno a lo que acababa de ocurrir, apenas se dio cuenta de su presencia, asustándose cuando lo llamó.

-Tranquilo. No tengas miedo –dijo Claude, levantando las manos, a lo que el pequeño respondió dando algunos pasos hacia atrás- Es peligroso estar aquí, ¿no deberías entrar en casa?

 

De repente, bajó la cabeza como si acabase de recordar algo triste, comprimiendo la pelota entre sus manecitas.

-No me digas que no sabes cómo volver –continuó, recibiendo confirmación por su parte.

 

Aquello era más difícil de lo que había pensado al principio. Si lo tomaba como rehén, podía usarlo para huir de aquella situación, pero ¿realmente era lo que debía hacer? Como mercenario no habría dudado de ello, pero precisamente se había metido en ese lío por seguir esa línea de pensamiento.

-¡Ugh! ¡Es igual! ¡No hay tiempo para eso! Ven conmigo. Yo te llevaré de vuelta –prometió, lo más amablemente que pudo, mientras le extendía su mano, lo que el niño aceptó tímidamente.

 

El sonido de unas alas le hizo actuar deprisa, cogiéndolo en brazos y empezando a correr justo antes de que un rayo de luz atravesase el suelo sobre el que sus pies habían estado instantes atrás.

 

Intentando despistarlo, volvió a introducirse en otro callejón que le llevase de vuelta a la calle principal, pero esta vez el ángel le cortó el paso, sin dejarle más solución que dar media vuelta, cosa que le expondría a un disparo seguro.

 

Viéndose entre la espada y la pared, lo único que se le ocurrió fue poner al pequeño entre él y su atacante, algo que le causó mayor dolor del que habría imaginado.

 

Otra vez lo estaba haciendo. Otra vez estaba pensando en sí mismo. Recurriendo al plan B para salvar su vida. Pero la realidad le propinó un golpe que no esperaba cuando el rayo de luz del ángel atravesó el cuerpo del niño así como su esternón, haciéndole caer al suelo de espaldas y tosiendo sangre.

 

Incapaz de levantarse, miró el rostro del chico, tendido a su lado, muerto pero con una maliciosa sonrisa dibujada. Y entonces, lo comprendió. Todo había sido una trampa. Su encuentro con él, sus dudas... todo entraba dentro del plan del enemigo.

 

Pero, lejos de sentirse traicionado, parte de él sintió alivio. Pues haber sido víctima de su plan significaba que, después de todo, sí había cambiado. Aunque fuese un poco.

 

Puede que haber pasado tiempo con sus compañeros de equipo le hubiese hecho empezar a ser alguien que pudiese cerrar los ojos por las noches. Vivir sin cubrirse las espaldas constantemente. O, al menos, eso quería creer.

 

Por desgracia, nunca lo sabría. Eso pensó mientras contaba los minutos que le quedaban, al mismo tiempo que escuchaba los pasos de su enemigo dirigiéndose hacia él. Probablemente, para eliminar pruebas.

 

De repente, algo incomodó al ángel, quien giró la cabeza hacia arriba, chasqueó la lengua y desapareció como por arte de magia, escuchándose un ligero batir de alas que se perdió rápidamente en la distancia.

 

Unos segundos después, alguien apareció junto a él, agachándose para comprobar su herida.

-He llegado tarde –dijo, lamentándose.

-No... –replicó Claude, con un hilo de voz- ...llegas justo a tiempo. Escúchame...

 

Tan sólo necesitaba un poco más de tiempo. El suficiente para contarle lo que había visto.

 

Esta vez se demostraría a sí mismo que ya no era el de antes. No volvería a equivocarse. Confiaría en aquella persona, aunque, debido a su visión borrosa, no supiese de quién se trataba.

 

-Oye, Claude –dijo Einar, de repente, estando todos reunidos en la habitación unos días antes de que partiesen hacia Nápoles-, he observado que nunca te vienes a entrenar, ¿es que tienes algo contra nosotros?

-¡Oye, Einar! –replicó Bera.

-¡¿Qué?! Sólo he preguntado lo que todos pensamos. No lo digo con mala intención, en serio, pero si hay algún problema, como grupo, creo que deberíamos hablarlo.

 

Tras escucharle atentamente, Claude lo ignoró y siguió con lo que estaba haciendo, que era reorganizar las agujas que utilizaba como arma.

 

Al ver su actitud, Einar se limitó a encogerse de hombros ante sus compañeros, dando a entender que él lo había intentado. Sin embargo, poco le duró esa reacción al escuchar hablar a su líder.

-No hay ningún problema con vosotros, si es a eso a lo que te refieres –respondió.

-¿Quieres decir que el problema eres tú? Eso no me deja mucho más tranquilo –continuó Einar.

-Estoy de acuerdo con él. Si hay algo en lo que podamos ayudarte, sólo tienes que decírnoslo –añadió Lys.

-Es un problema personal. Simplemente, no soy capaz de confiar en nada ni nadie.

-¡Ah! ¡¿Era eso?! Pensaba que era algo mucho peor.

-¡Einar! –repitió Bera.

-¿Qué quieres decir? –preguntó Claude, intrigado.

-Todos aquí hemos tenido ese mismo problema. Somos mercenarios al fin y al cabo. Hemos tenido que valernos por nosotros mismos, por lo que confiar en alguien siempre se nos ha hecho cuesta arriba. Pero aquí la forma de ver las cosas es distinta. Por eso se nos ha dispuesto en grupos. Porque la confianza es lo que nos permitirá sobrevivir. Y qué mejor afinidad que la nuestra, que siempre hemos sido desconfiados –dijo con tranquilidad.

 

Aquellas palabras sorprendieron a Claude, quien no esperaba una contestación así.

-Qué interesante... –dijo después de unos segundos, volviendo a sus tareas.

 

Al día siguiente, el chico se uniría a sus compañeros durante su entrenamiento. Tal vez porque, por una vez, quería comprobar si merecía la pena cambiar.

 

-Remiel, ¿estás ahí? –preguntó Thyra, delante de la habitación donde el arcángel iba a hospedarse hasta que llegase el día del enfrentamiento.

 

Poco después se escucharon unos pasos y la puerta se abrió, apareciendo Remiel, con la misma expresión calmada con la que se le solía ver.

-¿Ocurre algo, Thyra? –preguntó.

-Me gustaría hablar contigo un momento. Si no te importa.

-Adelante –respondió, haciéndose a un lado para permitirle pasar.

 

Instantes después, se encontraba sentada sobre una pequeña silla de madera, delante de un escritorio algo usado. Remiel hizo lo mismo, situándose delante de ella y cediéndole la palabra.

-¿De verdad estás de acuerdo con esto? –preguntó la joven, sin andarse con rodeos.

-¿Te refieres al enfrentamiento entre Sariel y Uriel?

-Me refiero a que se me haya destituido de mi puesto y quitado mis poderes.

-Entiendo cómo te sientes, Thyra. Y, francamente, yo tampoco estoy de acuerdo con que Michael haya usado la Marca de Seraphim, pero dadas las circunstancias, no le quedó más remedio.

-Entonces estás de su lado –comentó la arcángel, decepcionada.

-Confío en que lo que hace Michael es por el bien de todos.

-¡No! ¡No lo es! ¡Hana confía en mí! ¡Y si hemos llegado hasta aquí ha sido gracias a eso! ¡Remiel, por favor, tienes que hacer que cambie de opinión!

 

El arcángel suspiró ante su petición, meditando unos segundos su decisión antes de asentir.

-Hablaré con él. Quizás podamos llegar a un acuerdo, pero no puedo asegurarte nada.

-Gracias, Remiel. Sabía que tú entrarías en razón –se alegró Thyra, tras lo que se despidió y se marchó de la habitación bajo la atenta mirada de su compañero.

 

Mientras tanto, en otra habitación no muy alejada de allí, Uriel se encontraba delante de Michael. En sus brazos tenía el cadáver de Claude, y su expresión estaba llena de ira.

 

Por otro lado, el arcángel le daba la espalda e intentaba mantener la calma.

-¡Dime inmediatamente qué está pasando, Michael!

lunes, 14 de marzo de 2022

Capítulo 51: Rumores y disturbios

-¡¿Qué?! –exclamó Hana al enterarse de lo ocurrido con los arcángeles.

 

El grupo se encontraba en el estudio del papa, donde un sorprendido John les escuchaba atentamente con las manos unidas debajo de la barbilla.

-Me parece excesivo –opinó-. Hubiese entendido una llamada de atención, pero apartarte de ella...

-¡Y tanto que es excesivo! –se quejó la demonio- ¡Y pienso decírselo!

-Tranquilízate un poco, Hana –intervino de nuevo el papa-. Teniendo en cuenta lo sucedido, es probable que hablen conmigo antes de llevársela de vuelta. Al fin y al cabo, dudo que quieran hacer de esto un conflicto –explicó-. Una vez nos reunamos con ellos, intentaremos convencerles de que cambien de opinión, ¿de acuerdo?

 

Más relajada y conforme con su propuesta, la gobernadora asintió, dejándose caer de manera brusca sobre en uno de los pocos asientos que había aparte del que ocupaba John.

-El problema es que, mientras tanto, no podré protegerla –se lamentó Thyra, acariciándose el pecho, justo donde se encontraba la Marca de Seraphim.

-¿Y dices que la única forma de eliminarla es con el poder de Michael? –preguntó Reima.

-Hay otra forma, pero supondría matarle. Y por muy molesta que esté, no quiero llegar hasta ese punto.

-¡Yo lo haré! –se prestó Uriel.

-¿Tú qué harás? –se sorprendió Thyra.

-¡Protegerla, claro! ¡No soy tan poderosa como tú, pero también soy un ángel! –declaró con confianza.

-Uriel, no es precisamente un trabajo fácil.

-¡Entonces tendrás que enseñarme! –replicó ella, alegremente, ante la incredulidad de la arcángel.

-De todas formas, ¿no decían que iban a ponerte un sustituto? –señaló Reima.

-Sí, pero no creo que lo hagan hasta el día de la reunión. Al fin y al cabo tendrán que presentarlo –explicó Uriel.

-¿Y sabes quién será?

-Ni idea.

-No nos quedan muchas opciones hasta entonces, Thyra –sentenció John, mirando a la arcángel y encogiéndose de hombros, a la par que ella hacía algo similar con Uriel.

-De acuerdo. Me sustituirás hasta que todo vuelva a la normalidad, pero tendrás que hacer lo que te diga.

-¡Eso está hecho! –respondió su compañera, abrazándola.

-Bueno, pues, de momento, damos por finalizada la sesión. Que llevo rato queriendo irme a la cama –declaró John, pues se habían presentado en su estudio justo cuando se disponía a acostarse.

-Siento haberte molestado, John –se disculpó Thyra.

-No pasa nada. Entiendo que es una situación urgente.

 

De esa forma, cada uno volvió a sus respectivas habitaciones. En el caso de Uriel, puesto que no podía volver con los ángeles, se quedó a dormir en la misma que utilizaba Thyra.

-¡Ese idiota de Michael! –se quejó la arcángel, una vez en la habitación, mientras se desvestía para meterse en la cama- ¡Estaba buscando la excusa perfecta para humillarme!

-Desde que te ascendieron a arcángel ha sido muy duro contigo –comentó Uriel, buscando espacio que dejarle, ya que, al haber un solo colchón, por muy grande que éste fuese, tenían que caber las dos.

-¡Por que es un machista y un antiguo! –añadió la arcángel.

-Pero aun así, es extraño.

-¿El qué es extraño?

-Es cierto que es un imbécil, un machista y que es muy estricto contigo, pero siempre le he oído reconocer tu poder.

-¿Y qué me quieres decir con eso?

-No lo sé. Es que me da la sensación de que hay algo más.

-Ah... –suspiró Thyra, de espaldas a Uriel- Michael tiende a ser sincero aunque vaya en contra de sus propios deseos. Ése es el único motivo por el que es capaz de reconocer mi poder a pesar de no quererme como arcángel. Puede que sea su manera de hacer “justicia”, pero eso no significa que sea justo. ¿Sabes? De los arcángeles, Michael ha sido quien más me ha enseñado. Puede que por eso me cabree su actitud. Puede que esperase más de él.

-¿Crees que algún día os llevaréis bien?

-No. Pero quizás llegue el día en que le comprenda mejor. Eso dependerá de él mismo.

 

Como se había predicho, unos días después, le llegó un mensaje al papa. Escrito por el propio Michael, en él, le pedía una audiencia para tratar la situación de Thyra y presentar a quien acompañaría a Hana a partir de entonces.

 

Mientras tanto, la arcángel se llenaba de paciencia para enseñarle a Uriel a actuar como una diplomática, al mismo tiempo que debía ser capaz de proteger a la demonio de todo tipo de individuos peligrosos, muchas veces, sin llegar a matarlos.

 

Aunque el ángel era fuerte, su personalidad despistada la hacía cometer pequeños errores que, dependiendo de la situación, podían dar lugar al peor de los finales.

-Tomemos un descanso –dijo, finalmente, su maestra, a una derrotada Uriel, que, con la lengua fuera y cuerpo en tierra, asintió.

 

En esto que Reima se acercó a ellas con una cesta en la mano, al igual que lo hiciese Hana durante su última visita a la biblioteca.

-Os he traído un pequeño almuerzo.

-¡Oh! ¿Hana ha preparado algo? –preguntó Thyra.

-No. Esta vez he sido yo. Un producto de mi tierra. Espero que os guste.

 

Aunque se sintió extrañada y algo dubitativa, tenía tanta hambre y curiosidad que no pudo evitar apartar el pañuelo que cubría la comida, descubriéndose varias bolas de arroz bien ordenadas en montones.

-¿Qué son? –preguntó la arcángel, cogiendo una.

-Onigiris. Un poco diferentes de los que solía comer yo, pero he tenido que valerme de los ingredientes de aquí –explicó el chico, ofreciéndole también a Uriel.

 

Mirándolos de arriba abajo, Thyra les hincó el diente, iluminándosele los ojos.

-¡Mm! ¡Está muy bueno! ¡Y tienen relleno dentro! ¿Qué lleva?

-He intentado poner varios para que los probéis. Ése en concreto creo que lleva salmón.

-¡El mío creo que lleva atún! –exclamó Uriel, complacida.

-Me alegro de que os guste.

-No sabía que supieses cocinar –declaró la arcángel.

-No me considero un experto, pero me manejo bien. Aunque la mayoría de los platos que conozco son de donde vengo.

-¡Si están tan buenos como éste, por mi puedes prepararlos cuando quieras! –dijo Uriel, quien ya llevaba varios.

 

En ese momento, un soldado romano se acercó corriendo a ellos. Parecía alterado.

-¡Señorita Thyra! ¡Tenemos problemas!

-¡¿Qué ha pasado?! –preguntó.

-¡Un grupo de demonios acaba de agredir a humanos!

-¡¿Qué?!

 

Cuando llegaron al lugar de los hechos, encontraron a varias personas en el suelo recibiendo primeros auxilios y, cerca de ellos, un grupo de cuatro demonios arrodillados, con grilletes en las manos y soldados apuntándoles con sus armas.

 

También vieron a Julius y a Alex, quienes intentaban calmar a una muchedumbre que, enfurecida, apoyaba a un bando o al otro.

No fue hasta varios minutos después que consiguieron despejar la zona y los agresores fueron llevados a celdas provisionales, para posteriormente ser interrogados.

-Por lo que nos han contado –explicó Alex a los recién llegados-, los demonios han sido los que han empezado, insultándoles y acusándoles de haber matado a los suyos.

-¿Había alguna relación entre ellos? –preguntó Thyra.

-Ninguna. Ha sido indiscriminado –respondió Julius.

-¿Por qué tan de repente?

-Uno ha mencionado el ataque a Nápoles –añadió Alex.

-¿El ataque a Nápoles? Lo entendería si hubiese sido culpa de los humanos, pero... –conforme hablaba se dio cuenta de algo, lo que la hizo enmudecer y que su rostro mostrase una expresión de miedo.

-¿Thyra? –preguntó Uriel, preocupada.

-¿Se habrán enterado de que hubo humanos infiltrados entre los demonios? –continuó, temblorosa.

-¡¿Qué?! ¡Pero todavía no se ha había hecho público, ¿no?! –preguntó Reima.

-¡Reunid a todos los Pacificadores en el castillo! ¡Rápido! –ordenó Thyra.

 

Horas después, todos fueron citados en la misma sala donde estuvieron antes de decidir quiénes serían los líderes de grupo. Y al igual que aquella vez, también habían venido John, Hana y Thyra, con el añadido de Uriel, cumpliendo su papel de sustituta no oficial.

-¿Qué ha pasado? –preguntó Cain a Reima, intrigado.

-Entiendo que os estéis preguntando por qué estáis aquí, pero se trata de una emergencia –les interrumpió la arcángel-. Nos hemos enterado de que algunos humanos han sido atacados por demonios, pero lo más extraño es que a varios de ellos se les ha escuchado hablar sobre el ataque a Nápoles. Antes de interrogarles, me gustaría saber si alguno de vosotros ha oído algo extraño últimamente.

 

Los Pacificadores se miraron entre ellos. Algunos se encogieron de hombros y otros cuchichearon sobre el tema. Sólo unos pocos permanecieron en silencio para ver adónde llevaba aquella reunión.

 

Al final, uno de ellos levantó la mano. Se trataba de Claude, líder del tercer grupo, conocido por su corta edad y deje de arrogancia.

-Yo sí he oído algo. Entre los demonios se comenta el rumor de que tanto el líder de la organización que atacó Nápoles como algunos de sus miembros eran humanos.

-¿Has escuchado algo sobre el origen de ese rumor?

-Antes de seguir, hay algo que me gustaría preguntar.

-Adelante.

-¿Acaso al reunirnos aquí, se está poniendo a prueba nuestra lealtad? –preguntó Claude sin tapujos, despertando la sorpresa y tensión en el resto de sus compañeros, quienes miraron fijamente a una Thyra de rostro casi imperturbable, que sonrió levemente.

-Nos os voy a mentir. Lo primero que he pensado después de ver lo ocurrido ha sido en la posibilidad de que alguno de vosotros hubiese podido filtrar información. Lo mismo con el duque Marinus. Pero luego me he dado cuenta de que esa sospecha no tiene sentido, así que podéis estar tranquilos.

-Si es así, os lo agradezco –señaló Claude, con una sonrisa, antes de continuar-. En cuanto al origen, aquellos a los que les he preguntado me han dicho que se lo han oído decir a otro demonio.

-Entiendo –respondió Thyra, decepcionada.

-Siento que no haya sido la respuesta que buscaba.

-Es mejor que nada. Gracias.

 

-¿Qué opináis? –preguntó la arcángel, una vez hubo terminado la reunión. En ese momento, tan sólo quedaban en la sala Hana, John, Reima, Uriel y ella.

-Creo que ninguno de ellos lo ha hecho público. Ni siquiera por accidente –declaró Hana- Y, sinceramente, tampoco pienso que haya sido Marinus.

-¿Alguien de la organización? –preguntó John.

-No lo sé, pero seguro que, sea quien sea, se ha aliado con Darío –dijo Thyra.

-Hemos sido demasiado confiados al pensar que tardaría más tiempo en volver a actuar, y temo que estemos bailando en sus manos –añadió la demonio-. En cualquier caso, me encargaré personalmente de interrogar a los demonios. Puede que consiga algo más.

-Bien –asintió la arcángel, dando por terminada la charla y encaminándose todos a la salida. En esto que Reima se percató de que Uriel estaba distraída.

-¿Estás bien? –le preguntó.

-Mm... no sé cómo decirlo, pero tengo la sensación de que algunos de los Pacificadores esconden algo.

-¿Qué quieres decir?

-Desde que tengo memoria he sido capaz de distinguir perturbaciones en la emociones de los demás. No es un poder muy útil que digamos, ya que nunca sé que significan, pero sí que son negativas. Últimamente las he estado notando mucho en gente cercana a mí, como en el caso de tus compañeros o también en... –de repente calló, dudando de si acabar la frase.

-¿En quién? –preguntó Reima.

-En uno de los arcángeles.

 

Ese mismo día, Reima fue a ver a Alex, que se encontraba practicando con su arma en uno de los campos de entrenamiento, dentro de las murallas del castillo del emperador.

-No voy a enfrentarme a ti –dijo Alex nada más verle.

-¡No he venido a pedírtelo! Aunque, a este paso, ese día nunca llegará.

-¡Ja ja ja! –rió el hombre mientras se secaba el sudor de la cara- ¿Qué querías?

-¿Hablaste al final con Lori y Abel?

 

Al escuchar su pregunta, se detuvo en mitad de la práctica, mirando al suelo, pensativo.

-Tan sólo con Abel.

-¿Qué te dijo?

-Está muy preocupado por Lori. Dice que desde el ataque a Nápoles no ha vuelto a ser la misma.

-¿Pasó algo ese día?

-¿Dices aparte de un ataque terrorista que acabó con las vidas de humanos y demonios?

-Me has entendido perfectamente.

-Lo sé. Perdona –sonrió amargamente Alex-. Por lo que estuvo contándome, vio morir a una esclava delante de ella. A priori, debería haber sido algo a lo que estuviese acostumbrada. Por desgracia, gente como nosotros ha visto muchas muertes a lo largo de su vida. Pero aquella esclava, que se sacrificó por un humano, recibió como agradecimiento su desprecio. Supongo que aquella injusticia fue un duro golpe para ella.

-Entiendo. No puedo decir que no la comprenda.

-Yo tampoco. En este trabajo, estamos condenados a ver cosas así o incluso peores, pero precisamente por eso luchamos. No... por eso debemos seguir luchando –rectificó el líder de grupo mientras recomenzaba su entrenamiento.

 

Por otro lado, Claude se encontraba patrullando las calles de Roma. Desde lo sucedido en Nápoles, había tomado esa costumbre. Todo por culpa de aquel individuo vestido con túnica blanca que apareció ante él y su grupo, metiéndole la sensación en el cuerpo de que algo podía pasar en cualquier momento y que, si se descuidaba, no lo evitaría a tiempo.

 

Ansiedad y miedo. Detrás de su sonrisa siempre había mantenido escondidos esos sentimientos que afloraron el día en que su familia fue asesinada.

 

Perteneciente a la nobleza, nunca había tenido problemas para conseguir lo que quería. Tan sólo tenía que pedirlo y sus padres se lo comprarían. Pero fueron esos mismos padres quienes endeudaron sus territorios, dejando en la miseria a los que vivían allí y, como consecuencia, siendo asesinados durante un golpe de estado.

 

Pese a ser un niño, como hijo de los anteriores dueños, se vio obligado al exilio, aprendiendo a sobrevivir por sí mismo, comiendo lo que cogía en bosques y montañas, durmiendo a la intemperie o trabajando para mercaderes y otros nobles para ganar algo de dinero, labrándose así un nombre como soldado y mercenario. Pese a todo, no había conseguido volver a confiar en los demás, siempre con un plan B en mente, con una estrategia para que todo saliese según sus deseos. Pues, en el fondo, seguía preguntándose una y otra vez si podría haber evitado que sus padres se endeudaran, o si podría haber logrado que el golpe de estado, que llevaron a cabo ciudadanos y consejeros, nunca se hubiese producido.

 

Aquella situación le recordaba de nuevo que debía mantenerse alerta. Algo se estaba tramando y no podía permitir que fuese a más. De lo contrario, le esperaría el mismo final que sus padres.

 

Intentando desviar sus pensamientos, se fijó en una pareja de demonios hablando entre ellos a viva voz. Sin preocuparse mucho por quién les estuviese escuchando.

-¡¿Lo has oído?! ¡Dice que el ataque a Nápoles fue por culpa de los humanos! –dijo uno de ellos.

-¡¿Qué?! ¡Yo había oído que habían sido demonios!

-¡Es mentira! ¡Los humanos los engatusaron para que atacasen! ¡Incluso se hicieron pasar por ellos! ¡Es más, me han dicho que el líder de la organización también era humano!

-¡Y luego van y nos echan las culpas a nosotros!

-Disculpad –intervino Claude en la acalorada discusión, siempre empleando su característica sonrisa arrogante-, no he podido evitar oír vuestra conversación y me ha parecido de lo más interesante. Me gustaría saber quién os ha contado eso.

-¡¿Y por qué se lo íbamos a decir a un humano?! –se quejó el demonio.

-En realidad, yo también pienso que hubo algo raro en ese ataque –declaró el joven, llevándose una mano a la barbilla-. Y, sinceramente, si la culpa fue de los humanos, deberían ser juzgados por ello.

-¡¿Verdad que sí?! ¡Eh! ¡Este humano sí sabe de lo que habla!

-Por supuesto. Yo estoy de vuestro lado. Por eso precisamente me gustaría saber dónde lo habéis escuchado. Puede que así consigamos encontrar al verdadero culpable.

-Mm... –meditó un momento uno de los demonios, dudando de si debía decirlo o no- Lo cierto es que me lo ha contado mi vecino, el que vive justo al lado de mi casa –continuó, señalando la vivienda-. Pero... –de repente miró a su compañero, quien se encogió de hombros, como queriéndole decir que él no tenía nada que ver.

-¿Le pasa algo a tu vecino? –preguntó Claude, intentando llevar la conversación a algún lado.

-No. O eso creo. Es que cuando le pregunté quién se lo había dicho, me contestó que había sido un ángel.

-¡¿Un ángel?! –se sorprendió el chico.

-¿Verdad que no tiene sentido?

-No.... no lo tiene... –respondió Claude.

 

Y así, finalmente, llegó el día de la reunión con los arcángeles. Los asistentes por parte de ellos serían Michael, Remiel y quien, según su juicio, sería el nuevo guardián y asistente de Hana. Por el otro lado, asistirían la propia Hana, John y Thyra. Uriel había preferido quedarse al margen para evitar las miradas furiosas de sus superiores, mientras que Reima y el resto de Pacificadores, por mucho interés que tuviesen en estar presentes, lo tenían prohibido.

 

Aun así, pudieron hablar con las dos diplomáticas y el papa antes del evento.

-¿Has podido interrogar a los demonios? –preguntó Reima. Además de él, también estaban Tathya, Julius, Alex, Sarhin y Enam.

-Sí, pero me han dicho lo mismo que Claude.

-Pues la situación está empezando a complicarse. Durante estos días, se han dado dos ataques más de demonios a humanos –informó Julius.

-¡Maldito Michael! –se quejó Thyra-. ¡¿De verdad se piensa que este es el momento para discutir entre nosotros?!

-A todo esto. ¿Dónde está Uriel? –preguntó Alex.

-Como no quería atender a la reunión, ha decidido ayudar en la investigación sobre el origen de la filtración –contestó Thyra.

-Espero que por fin descubramos algo más –sentenció Reima.

 

Cuando hubo llegado la hora, los arcángeles se presentaron en la sala donde se llevaría a cabo la negociación. Una habitación amplia con una mesa redonda en el centro para que ambas partes estuviesen una frente a la otra. Para hacer menos llamativa su llegada, habían venido volando directamente hasta la puerta del castillo, donde los guardias, que ya habían sido avisados de su llegada, les dejaron pasar.

 

Dentro les recibieron el papa, Hana y Thyra, quienes, educadamente, les acompañaron hasta la habitación y les pidieron tomar asiento. Fue allí también donde la arcángel pudo saber quién sería su sustituto.

-Así que te han elegido a ti, Sariel –comentó a la par que se sentaba, recibiendo por respuesta un ligero asentimiento de cabeza.

 

Si bien era cierto que la mayoría de los ángeles se conocían entre ellos, él era uno con el que había tenido poco contacto.

Tenía el pelo oscuro, largo y desordenado, con un flequillo que casi tapaba sus ojos. Reservado y de mirada penetrante, hablaba poco, pero cuando lo hacía, solía ser muy formal. En ese sentido, Thyra sabía que Sariel llevaría a cabo su misión con seriedad, lo cual la tranquilizó. Pese a ello, no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.

-Ya estamos todos –dijo John-. Así pues, que dé comienzo la reunión.

lunes, 14 de febrero de 2022

Capítulo 50: Los arcángeles

Aquel día, Reima se levantó en la habitación que compartía con sus compañeros de equipo. Hacía pocos días desde que habían vuelto de Nápoles, después de que la ayuda procedente de Roma llegase y la situación se hubiese calmado un poco.

 

Se encontraba cansado, ya no sólo por el viaje, sino también por el tiempo que había pasado recogiendo bienes bajo los escombros de las casas quemadas, o transportando heridos en pleno tratamiento.

 

Debido a ello, los últimos días había dormido más de lo que solía, lo que le había pasado factura, al haber quedado esa misma mañana con Thyra para ir a la biblioteca a buscar información sobre Chronos. Así pues, se apresuró a vestirse y salir corriendo hacia allí.

 

Al entrar, se encontró una sala amplia de dos pisos y numerosos pasillos llenos de estanterías a cada lado, en las que había libros encuadernados de todos los colores.

 

Podías encontrar de todo, desde estudios relacionados con los demonios hasta recetas de cocina.

 

Le costó bastante encontrar a la arcángel, quien estaba sentada junto a una mesa, situada en una sección dedicada al estudio, al final de uno de los pasillos.

 

Al verla tan concentrada en la lectura de uno de los libros que había en la pila frente a ella, no pudo evitar maravillarse, quedándose de pie, admirándola, sin darse cuenta de que el tiempo pasaba y ella ya se había dado cuenta de su presencia.

-¿Se puede saber qué haces? –preguntó, sacándolo de su ensimismamiento.

-¡Ah! ¡Perdón!

-Llegas tarde –le recriminó, intentando no alzar la voz, pero haciendo notar su enfado.

-Lo siento. Últimamente he estado tan cansado que no he podido evitar quedarme dormido –se excusó, recibiendo una mirada fulminante mientras levantaba una ceja y tamborileaba ligeramente con los dedos sobre el libro.

-En fin, te lo perdonaré por esta vez, pero más te vale que no vuelvas a hacerme esperar.

 

Tal y como insinuaba ella, nada aseguraba que fuese a terminar en un sólo día. Aquella biblioteca era muy grande, y no tenían ninguna pista de quién era ese tal Chronos del que había hablado Darío.

 

Por eso, decidieron acortar la búsqueda a dos categorías donde consideraron que podía haber más información: historia y demonología.

-De momento, he encontrado unos diez libros de demonología y otros ocho de historia que nos pueden ayudar, aunque, sinceramente, no estoy muy segura de ello. Me da rabia tener tan pocas referencias –se quejó ella.

-En mi opinión, que hayas recopilado dieciocho libros en una mañana ya me parece impresionante.

-Halagarme no va a hacer que se me quite el enfado, ¿sabes?

-Creí que me habías perdonado –respondió el chico, a lo que Thyra replicó sacándole la lengua, un gesto infantil, aunque adorable, que demostraba la confianza que había ahora entre ellos. Y es que, desde el rescate de Hana, su trato con ella había dado un giro de 180 grados.

-Bueno, ¿a qué esperas para coger uno y ponerte a leer? –preguntó, aunque el espadachín lo interpretó más como una orden.

 

De esa forma, pasaron la mañana. Buscando entre aquellos libros algún indicio de Chronos. Y mientras las horas pasaban, llegó el mediodía, y con ello, la hora de comer.

-¡Hola! –dijo una voz, apareciendo a su lado, asustándoles e interrumpiendo su trabajo.

 

Se trataba de Hana, quien, alegre y sonriente, llevaba consigo una cesta de mimbre cubierta por un pañuelo de tela azul y rosada de diseño abstracto.

-¡¿Qué haces aquí?! –se quejó Thyra, todavía con una mano en el pecho, tratando de calmarse.

-He venido a traeros la comida –respondió la demonio, como si nada, acercándose a la mesa y dejando la cesta encima.

-¡No se puede comer aquí dentro! –continuó la arcángel, quien ya se había olvidado de su propia regla de no armar escándalo.

-¿Qué más da? Seguro que no se dan cuenta. Y si se dan, también les invitaremos.

-Estás como una cabra –sonrió Reima.

-¡Esto no es una broma!

-Relájate –le dijo Hana a su amiga-. No pasará nada. Tengo permiso. Además, seguro que tienes hambre.

-¡Yo no ten...! –justo a mitad de frase, se escuchó el rugir de estómagos de Reima y Thyra, obligando a ésta última a rendirse a la evidencia- Está bien, pero haz el favor de sentarte.

 

Tiempo después, los tres disfrutaban de unos bocadillos hechos por la demonio, así como una ensalada de frutas y verduras procedentes de algunas de las huertas romanas, obsequio de sus gentes a la gobernadora.

-¡Esto está buenísimo! –dijo Reima.

-¡Gracias! –agradeció la joven, terminando su parte-. ¿Y bien? ¿Habéis encontrado algo?

-Nada de nada –contestó la arcángel, limpiándose la boca con otro pañuelo-. Pensé que si se trataba de alguien que luchó contra los demonios durante la guerra, vendría algo en alguno de estos libros, pero no se le nombra en ninguna página. Ni una –remarcó.

-Bueno, todavía os queda mucho por mirar. Quizá acabéis encontrando algo –les animó Hana.

-Es posible, pero resulta extraño que no haya ni un sólo indicio. Quiero decir, ninguna de las personas a las que hemos preguntado han escuchado hablar de ese nombre –comentó Reima.

-Ni siquiera el papa –añadió la arcángel.

-¿Qué hay de los otros dos arcángeles? –preguntó Hana.

-Todavía no les he preguntado, aunque me reúno con ellos esta tarde. Parece que Michael quiere hablar conmigo sobre algo importante. Y quiere que Remiel también esté presente.

-¿Ha pasado algo? –volvió a preguntar la demonio, preocupada.

-No lo sé, pero seguramente tenga que ver con lo sucedido en Nápoles.

-¿Cómo te ha ido a ti? –preguntó Reima a Hana.

-Regular es la palabra –definió la demonio-. Que Marinus haya decidido abolir la esclavitud ha hecho que más ciudades estén interesadas en hablar con nosotros. Eso demuestra la influencia del duque. Por otro lado, en aquellas ciudades que ya estaban de acuerdo con la abolición, han empezado a surgir grupos de humanos en contra.

-¡¿Qué?! ¡Creía que en esas zonas ya se habían erradicado comportamientos así! –se sorprendió Thyra- ¡Después de ver los buenos resultados, me cuesta creer que todavía haya gente en contra!

-Tras lo ocurrido en Nápoles, los hay que tienen miedo a que ocurra lo mismo en sus hogares.

-Pero también había humanos entre ellos –replicó Reima.

-Sí. Pero, para bien o para mal, no es algo que se haya hecho público todavía.

-¿Por qué?

-Si se hiciese, probablemente los demonios actuarían de igual forma. Piénsalo. Humanos intentando endosarles un ataque terrorista a los demonios. Sin conocer todo el trasfondo, no es raro que empiecen a desconfiar. Tarde o temprano habrá que decirlo, pero será mejor hacerlo con cuidado.

-Entiendo... Es todo tan complicado –se entristeció Reima-. Tan sólo ha bastado un ataque así para generar la duda entre ellos.

-Eso sólo demuestra la poca confianza que todavía se tienen, y el trabajo que aún nos queda por hacer –indicó Hana-. Incluso cuando lo consigamos, deberemos seguir trabajando para mantener esa unión.

 

Después de comer, los tres continuaron buscando información en los libros que Thyra había elegido, aunque Hana no tardó en marcharse para seguir con su propio trabajo. A media tarde, Thyra decidió dar por concluida la sesión.

-Será mejor que lo dejemos por hoy. Además, dentro de poco va a empezar la reunión con los demás arcángeles y, siendo como es Michael, más me vale ser puntual –dijo la arcángel, cerrando con fuerza el libro que tenía entre sus manos.

-Pues si ese tal Michael es más estricto que tú, prefiero no imaginarme cómo será.

-¡¿Qué insinúas?!

-Nada. Ya me contarás mañana qué tal te ha ido –sentenció el espadachín, tras lo que ambos se levantaron de sus sillas y devolvieron los libros a sus estantes.

 

Más tarde, la arcángel voló hasta una llanura, separada de la parte urbana de la ciudad, donde existía un templo, lugar en el que había quedado con sus congéneres.

 

Se trataba de una torre de piedra situada sobre una de las pocas colinas que había allí. Una edificación de unos treinta metros de altura, a la que sólo tenían acceso los arcángeles, y algunos ángeles directamente seleccionados por ellos.

 

Al llegar frente a la pared, de un blanco casi puro, cerró los ojos y colocó la palma de su mano sobre ella. En ese momento, la superficie se iluminó, dando forma a un portón, por el que entró.

 

Dentro, observó una sala de cuyo suelo, adornado con diseños geométricos, se erigían unas diez columnas, principales sustentos de la estructura, formando un círculo alrededor de un joven ángel de cabello corto, ondulado y color castaño, con las alas desplegadas y los ojos cerrados. No había nada ni nadie más aparte de él, que reaccionó a la presencia de la arcángel mediante una reverencia.

-Bienvenida, Thyra –dijo el joven, con voz serena, vestido con un traje de color negro, en contraste con el propio templo.

-Hacía tiempo que no te veía, Jofiel. ¿Cómo va todo?

-Muy tranquilo... hasta hoy.

-No me digas que Michael está enfadado.

-No sé si enfadado sería la palabra. Decepcionado, puede.

-¿Sabes qué ha pasado?

-Me temo que no –contestó el ángel, negando con la cabeza- Y aunque me lo hubiesen dicho, no podría responder.

-Lo sé –contestó ella, molesta-. En fin, llévame con ellos.

-Como desees –dijo Jofiel, poniendo los brazos en cruz, con las palmas de sus manos mirando hacia arriba, y abriendo los ojos, que emitieron una luz muy parecida a la del portón al tomar forma, y que rodeó toda la sala hasta que ésta se hubo convertido en otra totalmente diferente.

-Por fin viene, Thyra –dijo otro ángel, sentado sobre una silla de madera, situada junto a una mesa grande del mismo material, y con adornos de alas en los vértices.

 

Su aspecto era el de un hombre por encima de los cuarenta, de pelo negro y largo, cara alargada, nariz ligeramente prominente y expresión poco amigable. Vestía una toga de color marrón y llevaba un brazalete dorado en su muñeca derecha.

-Yo también me alegro de verte, Michael –le respondió Thyra, con una sonrisa irónica, mientras caminaba hacia sus dos compañeros.

 

Al otro lado de la mesa estaba Remiel, quien ya participó junto con la arcángel en detener la revuelta de los demonios a la llegada de los Pacificadores. Un hombre de cabello color trigo, frente desnuda y arrugada, expresión tranquila y ojos rasgados que, al igual que Jofiel, solía mantener cerrados.

 

Si hubiese podido elegir con quién de ellos mantener una conversación, sin duda, habría elegido al segundo. Michael era demasiado estricto con las tradiciones y protocolos, y no era raro verle regañar a otros ángeles por cualquier pequeño fallo. Todos sabían que era el arcángel de mayor edad, y único superviviente de los que participaron en la guerra, a pesar de haber perdido parte de su memoria. Todos le respetaban, pero eso no le daba derecho a ser tan duro con los demás, e incluso ser la causa principal de uno de los mayores quebraderos de cabeza de Thyra.

 

Después de sentarse, la arcángel les miró. Ellos hicieron lo mismo entre sí, asintiendo.

-Iré al grano –empezó Michael- Hemos decidido relevarte de tu misión, por lo que nombraremos otro ángel que se encargue de acompañar a Hana –declaró Michael.

-¡¿Qué?! –exclamó Thyra, levantándose de la mesa.

-Siéntate, por favor.

-¡Será una broma! ¡¿A qué viene esto?! –respondió ella, haciendo caso omiso a la petición del arcángel.

-Tras lo sucedido en Nápoles. Nos ha quedado claro que no estás capacitada para protegerla.

-¡Pero si la rescaté!

-Después de que la secuestraran.

-¡Eso estaba planeado!

-Irrelevante –contestó Michael, manteniendo su postura pese a los argumentos de ella-. Si hubieses actuado como es debido, le habrías impedido ponerse en peligro.

-¡Excusas! ¡Esto no tiene nada que ver con Hana, ¿verdad?! –dijo, de repente, Thyra-¡La verdad es que sigues molesto porque haya un ángel femenino entre los tres arcángeles!

 

Tras escuchar su queja, Michael cerró los ojos y resopló. Luego de volver a abrirlos, la miró con severidad y contestó.

-No tiene nada que ver con eso, pero, ya que has sacado el tema, sí, sigo sin estar de acuerdo en que seas arcángel. Los ángeles femeninos no están capacitados para ello.

-¡Lo sabía! ¡Tú y tus estúpidas tradiciones discriminatorias!

-Thyra, muestra más respeto –intervino Remiel, con tono calmado.

-¡Cuando él me lo muestre a mí! ¡Mira, Michael, no pienso apartarme de Hana, y si quieres que lo haga, tendrás que obligarme! –respondió ella, disponiéndose a marcharse.

-Que así sea –sentenció Michael, justo cuando una jaula se precipitaba sobre Thyra, quien la esquivó en el último segundo e hizo aparecer su vara delante de ella, lanzándola de frente y a toda velocidad contra él, obligándole a apartarse para evitar salir despedido.

-¡Jofiel, sácame de aquí! –exclamó ella.

-Lo siento, Thyra.

-¡Maldita sea! –se quejó la arcángel, agarrando de nuevo su arma y logrando poner una barrera de luz poco antes de que un rayo fuese lanzado contra ella- ¡¿Tú también, Remiel?!

 

El autor del ataque continuó con una sucesiva de más rayos a la que se unió su compañero, debilitando la barrera de luz de Thyra y obligándola a arrojarla contra ellos, destruyendo la sala y haciendo que los otros dos tuviesen que poner sus propias barreras para defenderse.

 

Entonces, la arcángel desplegó sus alas y puso sus ojos en blanco, generándose un vendaval blanquecino a su alrededor que la elevó unos centímetros del suelo mientras su cabello era mecido suavemente. Tras esto, transformó su vara en una lanza luminiscente y se dispuso a arrojarla contra ellos, lo que hizo perder la calma a Remiel.

-¡Detente, Thyra! ¡Si haces eso destruirás toda la torre! –advirtió.

-¡Entonces decidle a Jofiel que me deje salir! –contraatacó ella, cada vez más dispuesta a cumplir sus amenazas.

-¡No me dejas más remedio! –dijo Michael, uniendo sus manos en posición de rezo y haciendo que alrededor de ella apareciesen seis muros transparentes que formaban un cubo.

-¡No serás capaz! –se sorprendió ella.

-¡Lo siento!

 

Apretando fuertemente entre ellas las palmas de sus manos, Michael comprimió el cubo, que atravesó el cuerpo de la arcángel y se concentró en su pecho, donde quedó tatuado.

 

En respuesta, Thyra cayó al suelo inconsciente. Al mismo tiempo, su lanza, alas y vendaval desaparecieron.

-Lo siento, Thyra –repitió Michael.

 

Tiempo después, despertó acostada encima de un colchón un colchón. En el interior de una habitación casi vacía y con paredes del mismo color y material que las de la torre.

 

No había puertas ni ventanas, pero eso no fue lo que más la preocupó.

 

Al recordar el combate contra sus congéneres, se apresuró a mirarse el pecho, descubriendo el cubo grabado en su piel, cerca del esternón. Entonces, temblorosa, se dejó caer de nuevo sobre la cama.

 

La Marca de Seraphim. Una técnica de sellado que sólo conocía Michael. E incluso a él le había costado muchísimos años aprenderla y perfeccionarla.

Mientras tuviese esa marca en su cuerpo, sería incapaz de utilizar cualquiera de sus propiedades como ángel, convirtiéndola en una existencia muy parecida al ser humano. El único capaz de quitársela era el propio Michael.

 

-¿No crees que te has pasado un poco? –preguntó Remiel.

-Haber usado esa técnica contra uno de mis congéneres me resulta tan poco gratificante como a ti, Remiel. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo puedo usarla contra un individuo y el Setten que requiere es inmenso. Me costará volver a recuperar el suficiente como para quitársela en caso de que recapacite –respondió Michael.

-Lo sé, pero aun así...

-Sabes tan bien como yo lo poderosa que puede llegar a ser. Y tan desesperada como estaba, dudo que no hubiese utilizado la Lanza de Kodesh contra nosotros. Sólo espero que no siga siendo tan cabezota. Nunca dije que no fuese necesaria, pero es demasiado joven para la tarea de proteger a alguien.

 

Mientras tanto, Thyra seguía en aquella habitación hecha para mantenerla presa. No sabía cuanto tiempo llevaba ahí. Días, horas, puede que tan sólo unos minutos.

 

Le hacía preguntarse si Hana y Reima se darían cuenta de su desaparición. Sobre todo Reima, con quien había quedado para seguir con la búsqueda de información sobre Chronos.

 

En ese momento, escuchó un ruido extraño que la hizo incorporarse, topándose con una luz en mitad de la sala, la cual fue haciéndose cada vez más y más grande hasta convertirse en una trampilla, por donde apareció la cabeza de una chica.

-¡Thyra! ¡Aaaah! –exclamó, dándose de cabeza contra el suelo al mismo tiempo que desaparecía la trampilla detrás de ella- Ugh...

-¡¿Estás bien, Uriel?! –se preocupó la arcángel, levantándose para socorrerla.

 

Poco después, Uriel se encontraba abrazándola fuertemente, llorando lágrimas de alegría.

 

Era otro ángel femenino a la que conocía desde hacía mucho y que siempre la había tratado con mucho respeto, cercano a la adoración. Tenía el pelo corto hasta el cuello y del color del atardecer, sus facciones eran delicadas y su rostro pálido como el de una muñeca de porcelana, dándole un aspecto algo infantil pese a su edad y altura. Eso, combinado con su personalidad despistada y patosa, le generaba cierta ternura, llegando a considerarla como una hermana pequeña.

 

Pese a todo, debido a lo ocupada que había estado con su misión, llevaba muchos años sin verla, aunque en términos de edad para los ángeles, no fuese tanto tiempo.

-¿Qué haces aquí? –preguntó Thyra, sorprendida de verla.

-¡He venido a sacarte de aquí! –respondió Uriel, sin soltarla.

-¡¿Qué dices?! ¡Si lo haces, Michael te castigará!

-¡Pero no es justo que te hayan encerrado! ¡Además, me da igual que me castiguen, yo siempre estaré de tu parte!

 

Viendo lo decidida que estaba, Thyra suspiró profundamente.

-¿Y cómo piensas hacerlo?

-Igual que como he entrado. Recuerda que también se les permite la entrada al templo a los ángeles elegidos por otros arcángeles.

-Pero ese privilegio debería habérsete quitado después de encarcelarme.

-¡Y no tardarán en hacerlo! ¡Por eso debemos darnos prisa, antes de que le den la orden a Jofiel! –explicó Uriel, abriendo una nueva vía de escape justo cuando otro ángel entraba en la sala.

-Lo siento, Uriel. Pero me han ordenado que... –empezó Jofiel, poco antes de ver a las dos atravesando la trampilla- ¡¿Qué...?!

-¡Lo siento, Jofiel! ¡Te lo compensaré! –se disculpó Uriel, terminado de atravesar el portal y cerrándolo antes de que pudiesen seguirlas.

-Ah... –suspiró el ángel- Ahora las cosas se pondrán peor.

 

Tiempo antes de lo ocurrido en el templo, Reima se había reunido con Hana en la biblioteca. Estaba preocupado porque Thyra no había aparecido en toda la mañana y quería saber si la demonio sabía algo sobre ella.

-Yo tampoco la he visto –contestó la joven, también preocupada- ¿Crees que pasó algo en la reunión de ayer?

-No tengo ni idea, pero teniendo en cuenta lo puntual que suele ser, dudo que no haya sido por algo importante.

-Será mejor que nos dividamos y preguntemos a más gente antes de sacar conclusiones. Puede que haya tenido que hacer otro recado.

-¿Sin avisarnos antes? No parece algo propio de ella.

-Lo sé, pero si tenemos que ir a hablar con el resto de arcángeles, me gustaría asegurarme antes.

-De acuerdo.

 

Así pues, ambos recorrieron toda la ciudad buscando gente que la pudiese haber visto. En esto que Reima se encontró con Cain, quien bebía una jarra de cerveza en una de las tabernas cercanas a los aposentos de los Pacificadores.

-¿Thyra? –preguntó, confuso- Ni idea. Deberías preguntarle a Alex o a Tathya. Como líderes de grupo, han tenido que ir al castillo para presentar informes por escrito de lo sucedido en Nápoles.

-Gracias –respondió Reima, quien, a toda prisa, corrió hacia allí, encontrándose a Tathya junto con Julius, bajando por el camino en dirección a la ciudad.

 

Debía señalar que, desde que habían vuelto de Nápoles, se les veía más unidos. Por lo que había escuchado, que hubiese humanos entre los terroristas, así como el testimonio de Zagan, el demonio al que derrotaron, y en el que afirmaba haber sido manipulado; cambiaron la mentalidad de Julius. Hasta ese momento, él siempre había creído que los humanos tenían razón al esclavizar a los demonios, ya que ellos fueron quienes empezaron la guerra, pero empezó a dudar si realmente debía ser así.

 

Fue por eso que decidió ayudar en la recogida de firmas que los ciudadanos hicieron para presentárselas a Marinus. Según él, quería intentar creer en ellos.

 

Este cambio había sido bien recibido por Tathya y Sarhin, sus compañeros, quienes empatizaban con los demonios debido a que en el pasado también habían sido esclavizados.

 

-¿Pasa algo, Reima? –preguntó Julius, extrañado, al verle correr hacia ellos.

-¡¿Habéis visto a Thyra?! –contestó con otra pregunta.

-No. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? – dijo con seriedad, esta vez, la líder del primer grupo.

-Llevamos un tiempo sin saber nada de ella. He venido por si alguno la había visto entrar o salir del castillo.

-He estado allí prácticamente toda la mañana, y puedo asegurarte que no. Pero, si quieres, podemos ayudarte a buscarla.

-Me haríais un gran favor. Gracias.

 

Finalmente, los tres pacificadores se reunieron con Hana en el interior del castillo después de haber estado un buen rato buscando. Hacía poco que se había hecho de noche.

-¿Qué hacéis vosotros aquí? –preguntó la gobernadora, sorprendida, refiriéndose a Julius y Tathya.

-Me han estado echando una mano –contestó Reima.

-Cuando nos dijo que Thyra había desaparecido, pensamos que, siendo más, acapararíamos más terreno –añadió Tathya-. De hecho, le hemos pedido ayuda a más pacificadores –comentó, poco antes de que apareciesen Sarhin y Enam, quienes negaron con la cabeza en señal de que tampoco habían encontrado a la arcángel.

-Visto lo visto, no me quedará más remedio que hablar con los arcángeles –decidió Hana.

 

En ese momento, una luz les cegó, formándose a partir de ella una trampilla desde donde salieron disparadas dos jóvenes, que acabaron por chocarse contra la pobre demonio.

-¡Tienes que aprender a dominar el aterrizaje, Uriel! –se quejó Thyra, levantándose tan pronto como pudo, para darse cuenta de que debajo de ella estaba su amiga- ¡¿Hana?! ¡¿Qué haces aquí?!

-¡Eso mismo debería preguntarte yo a ti!

-¿Dónde estamos? –preguntó la propia Uriel, percatándose de la mirada del resto de pacificadores- Uuuh... –nerviosa, corrió a esconderse detrás de la arcángel.

-No te preocupes. Son amigos míos –declaró ella-. En fin, por lo menos estamos en territorio conocido.

-¡¿Pero qué ha pasado?! –preguntó Hana.

-¡Ahora os cuento! ¡De momento, vayámonos de aquí!