domingo, 13 de noviembre de 2016

Más allá de una despedida



Cuando desperté, lo que vi a mi alrededor fue una habitación de paredes blancas. En uno de los laterales, una gran ventana desde la que se podía observar el mar y por donde entraba una ligera brisa que mecía suavemente las cortinas. A mi izquierda, un aparato que medía mis constantes vitales y una bolsa llena de un líquido que se introducía lentamente en mis venas.

Incluso con mi mente en el estado en el que estaba, podía decir fácilmente que me encontraba en un hospital, medio incorporado en una cama de sábanas del mismo color que aquella habitación. Me sentía un poco cansado y, sin embargo, mi cerebro ya trabajaba en una serie de preguntas sin contestar: ¿Quién era? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Por qué? No obstante, las dejé a un lado cuando la puerta se abrió, dando paso a una chica de pelo largo, negro y liso, vestida con un jersey gris claro y una falda del mismo color que su pelo y que le llegaba hasta las rodillas. Presentaba un tono de piel ligeramente moreno y unos ojos verde claro como la hierba iluminada por la mañana. Por su aspecto, debía de tener veinte años como máximo.

Al verme, sus ojos se abrieron como platos, corriendo en estampida por el pasillo y pidiendo ayuda a algún médico cercano.
-¿Quién será? –me pregunté a mí mismo con voz tenue.

Al cabo de un par de minutos llegó junto con un médico y un enfermero. El primero observó las constantes que marcaba el monitor que había a mi lado y le dijo algo al enfermero, que asintió y se marchó de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí.

Yo giré la vista hacia la chica. Sentada sobre una silla que acababa de coger, parecía un poco nerviosa, esperando las palabras del doctor. Éste, por su parte, cogió una pequeña linterna y se acercó a mí.
-Permíteme –dijo mientras sujetaba el párpado de uno de mis ojos y me cegaba con la luz, repitiendo el proceso en el otro-. De acuerdo –tras guardar el objeto en uno de sus bolsillos, procedió a palpar mis piernas-. ¿Notas algo?
Yo asentí.
-Muy bien. Intenta levantar tus brazos.
Hice como me ordenó, encontrándolos un poco pesados pero sin mayores problemas.
-Bien. ¿Te encuentras bien? ¿Sientes nauseas o dolor de cabeza? ¿Mareo?
-Sólo un poco cansado –respondí honestamente.
-De acuerdo. Ahora procederé a realizarte una serie de preguntas. ¿Estás de acuerdo?
Asentí de nuevo. Incluso si yo también tenía preguntas que hacer, supongo que no hacia daño el esperar un poco.
-Dime, ¿cómo te llamas? –comenzó el médico mientras sacaba un cuaderno y un bolígrafo y se disponía a escribir.

En ese momento, sentí ganas de reírme. Me parecía curioso que me preguntasen algo que yo mismo quería saber.
-No lo sé.
-Ya veo. ¿Te acuerdas de dónde vives o trabajas? ¿Sabes de algún familiar con el que podamos contactar? ¿Alguna dirección?
-Esperaba que alguien me lo dijese pero, por lo que veo, sabéis de mí lo mismo que yo.
-Amnesia...
-Doctor Sanford...
-No te preocupes, Lana. Es normal que pueda ocurrir en estos casos. En el mejor de ellos, recuperará la memoria en un tiempo...
-¿De cuánto tiempo estamos hablando? –quise saber, comenzando a sentirme un poco molesto.
-¿Quién sabe? Días, meses, años...es algo que no puedo definir. Te haremos algunas pruebas más para asegurarnos y, si vemos que no hay problema, te daremos el alta bajo la condición de que vengas periódicamente a revisión.
-Pero, al menos, sabréis lo que me ocurrió, ¿verdad?
-Lo único que te podemos decir es que esta chica te encontró tirado sobre la playa y te trajo aquí. Te golpeaste la cabeza pero, milagrosamente, parece que, además de la amnesia, no has tenido ninguna otra repercusión. Que hayamos visto hasta ahora, claro está.

Miré directamente a Lana, quien me devolvió la mirada con una débil sonrisa en su rostro.
-Doctor... –dijo, dirigiéndose de nuevo al médico- Yo...tengo que irme ahora pero, si no tiene ningún lugar al que ir, me gustaría que se quedase en mi casa.
-¿Estás segura de esto, Lana? No quisiera ser grosero pero, no le conoces de nada. Si resulta ser un indeseable podrías estar en problemas.
-No me importa. Me siento responsable al haberle encontrado y me gustaría ayudarle...al menos, hasta que la policía encuentre a alguien relacionado con él.
-¿La policía? –pregunté extrañado.
-Sí. Normalmente en estos casos contactamos con la policía para iniciar una búsqueda de familiares o conocidos relacionados con el sujeto a partir de una foto. Al fin y al cabo, te encontraron sin ningún medio de identificación, y puesto que tú tampoco puedes dárnoslo, utilizarán una imagen tuya para buscarte en su base de datos así como mirar en otros pueblos o ciudades cercanas. ¿Hay algún problema con ello?
-No, para nada –contesté rápidamente. Me daba la sensación de que ese médico tenía una mala imagen de mí.
-En cualquier caso, entre lo que tardemos nosotros y ellos probablemente se harán las nueve. ¿Crees que podrás estar a esa hora?
-Claro –contestó ella-. Normalmente termino de trabajar a las ocho así que...
-Muy bien, pero te aviso de que tendrás que convencer a Miles. Y sabes bien que es un cabezota.
-Je, sí, lo sé. Nos vemos más tarde, entonces.
Dicho esto, se marchó corriendo de la habitación, dejándome a solas con el médico.

Las horas pasaron entre prueba y prueba, sin que los médicos observasen nada raro. Así pues, me encontraba sentado en uno de los bancos del hospital, esperando a que los policías, quienes ya me habían hecho la foto, terminasen su conversación sobre los pasos a seguir en la búsqueda.

En ese instante, Lana entró por la puerta principal. De nuevo, corriendo. Casi no la había visto hacer otra cosa en todo el día. No es como que la hubiese visto mucho.
-Lana... –habló el que supuestamente era el inspector con el que tenía que tratar.
-Miles... –respondió ella, jadeando.
-Ya me ha contado el doctor sobre tus intenciones y debo decir que me niego rotundamente. No conoces a este hombre. Vete a saber de lo que podría ser capaz estando a solas con una joven como tú.
-Creo que sé defenderme...bastante bien sola. Gracias –poco a poco iba recuperando el aliento.
-Aun así, nada nos asegura que vayas a estar bien. Tus padres no estarían de acuerdo con esto.
-Mis padres ni siquiera te habrían pedido permiso para llevárselo. Y si tienes tanto miedo por lo que me pueda hacer, ¿por qué no mandas a alguno de tus hombres a protegerme?
-¡¿Qué estás diciendo?! ¡No podemos ocuparnos de todo si nos falta personal sólo porque una chiquilla caprichosa se ha salido con la suya!
-No es ningún capricho, Miles. ¿Dónde pensáis mantenerlo vosotros? ¿Acaso pretendéis meterlo en comisaría hasta que encontréis algo? ¿Y si la situación se alarga y no son días sino semanas?
-Pero...
-No tiene recuerdos, Miles. Ni un lugar al que volver, ni familia que le busque. Sé bien lo que es estar solo. Por eso, hasta que vuelva al sitio al que pertenece, no puedo permitir que se sienta así. Deja que me quede con él.
El inspector la miró con cara de enfado, atusándose continuamente el bigote. Tras exhalar un profundo suspiro, puso los brazos en jarra y negó con la cabeza, cabizbajo.
-Eres igual que tu madre. No podía con ella y sigo sin poder contigo. Haz lo que quieras.
-¡¿Has oído eso?! ¡Nos vamos!

Sinceramente, no sabía cómo sentirme. La mirada que me echó Miles era tan penetrante como la de un padre que ve marchar a su hija con el primero que pasa. En cuanto a la chica, su simpatía era acogedora y cálida, pero incluso yo me preguntaba si no estaba depositando demasiada confianza en mí. A fin de cuentas, ni siquiera sabía mi nombre, quizás cuando recuperase los recuerdos me convirtiese en algún asesino o violador, vete tú a saber. Mi mente no terminaba de procesar lo que estaba pasando y simplemente me dejaba llevar por la corriente, fiándome de quienes me rodeaban. Para colmo, el cansancio no había desaparecido. De hecho había aumentado. Quizás el dormir me ayudara a comprender un poco más aquella situación.

Mientras tanto, llegué junto con Lana a la que era su casa, una construcción de dos plantas con un pequeño jardín que la rodeaba. Presentaba un estilo moderno, con numerosas ventanas y paredes de colores blanco y marrón. Por dentro, lo primero que vi fue un corto pasillo que llevaba a un amplio salón de aspecto rectangular y con suelo de madera en cuya mitad izquierda había tres sofás rodeando una mesa de cristal. Presidiendo esa zona, se encontraba un televisor LED plateado.

En la mitad derecha se observaba una única pero gran mesa del mismo material que el suelo, cubierta con un mantel blanco en el que había dibujados productos comestibles. Probablemente éste era un lugar en el que una familia se reunía para hablar de los sucesos del día mientras veía las noticias, sin embargo, la sensación que me daba era completamente diferente y, de algún modo, me sentía identificado con ella. Una sensación de soledad.
-Ven. Te enseñaré el resto de la casa –dijo Lana mientras dejaba sus cosas sobre el mantel y se perdía en la oscuridad de otro pasillo situado al fondo.

Al cabo de un par de minutos, ya me había mostrado el resto de la planta baja, por lo que seguimos nuestro camino hacia la de arriba, donde se encontraban los dormitorios, deteniéndonos frente a la primera puerta, en la que colgaba un cartel con forma ovalada donde se leía en letras grandes: JEEN.
-¿Jeen? –pregunté, extrañado.
-Oye, ahora que lo pienso. Ya que no sabemos tu nombre, ¿qué te parece si te llamamos así?
-Bueno...no es que me importe...
-Entonces, decidido.
Sin esperar una verdadera contestación por mi parte, Lana me puso ese nombre, añadiendo poco después que aquella sería mi habitación.

Cuando entré, me dio la impresión de que su dueño era alguien bastante más joven. Un escritorio con algunos libros de estudio encima, además de un ordenador de sobremesa; una estantería con más libros, películas y discos de música; unos altavoces junto a una guitarra eléctrica; objetos que debían de pertenecer a un adolescente. No obstante, lo que más me llamó la atención fue el hecho de que todo lo que había allí parecía haber estado en la misma posición durante bastante tiempo.
-Si necesitas algo... –continuó Lana, saliendo de la habitación- ...mi cuarto es de enfrente.
-¿Y las otras dos? -pregunté señalando a las restantes. No es como que fuese de mi incumbencia saber sobre ellas pero no pude evitar sentir una ligera curiosidad.

Ella sonrió tristemente, entornando los párpados, como si supiese que ese momento iba a llegar tarde o temprano. Acto seguido, me hizo un gesto para que la siguiese.
-Ése era el dormitorio de mis padres –dijo señalando la habitación contraria a la que se dirigían-. Y esta... –se interrumpió a sí misma, sacando una pequeña llave de su bolsillo y abriendo la puerta.

Cuando entré, observé dos velas encendidas sobre adornos de mármol blanco, posados a su vez sobre un altar levemente iluminado por la luz de las llamas. Asimismo, en el centro de ambas velas, había un marco con una foto de familia en su interior. En ella, cuatro personas sonreían a la cámara.

Me acerqué lentamente para observar la imagen. Un hombre, una mujer, un adolescente y una joven pocos años más mayor que él, a la que reconocí como Lana.
-¿Tu familia? –pregunté.
-Sí...
-¿Qué ocurrió? –se me escapó-. Perdona, si no quieres hablar de ello...
-No. No pasa nada. Ya ha pasado un año desde entonces –hizo una pausa antes de continuar-. Aquella noche llovía. Yo salía tarde del instituto debido a que tenía actividades extraescolares y, después, mis padres y mi hermano me recogerían para ir a cenar todos juntos. En la carretera que va desde aquí hasta mi instituto hay una larga curva cerca de un precipicio, junto al mar. Debe ser tomada a baja velocidad, mucho más en caso de que la carretera esté mojada. Justo cuando mi familia conducía por ahí, un coche que iba más rápido de lo permitido se salió del carril contrario, provocando que mi padre diese un volantazo y ambos chocasen contra el quitamiedos, precipitándose hacia el agua. Nadie sobrevivió.
-¿Encontraron los vehículos?
-Unos días más tarde, a raíz de los destrozos que se causaron en la carretera.
-Ya veo. Lo siento mucho.
-La muerte no siempre nos llega cuando deseamos. Independientemente de ello, no podemos evitarla. Es por eso que siempre estoy convenciéndome a mí misma de que no se podía hacer nada. Que ese era su momento.

Sin saber bien por qué, me arrodillé ante el altar y me puse a rezar.
-¿Eres creyente? –preguntó ella.
-No lo sé...pero es lo único que puedo hacer por ellos...
-Je. Pensamos parecido entonces... –sentenció mientras se arrodillaba a mi lado.

Aquella noche tuve un extraño sueño. Aunque, más bien, se trataba de una pesadilla. En ella, había una mujer en la camilla de un hospital. Yo estaba sentado a su lado con ambas manos cogiendo una de las suyas, como si tuviese miedo de que se alejase de mí. Ella miraba hacia otro lado, ausente, sin reconocer nada de lo que la rodeaba. Entonces, algo me agarraba por detrás, separándome de ella, y una sombra se le acercaba con una inyección. Yo gritaba que la dejasen en paz pero era en vano. No podía deshacerme del agarre que me tenía preso. Justo cuando le iban a poner la inyección, desperté.

Estaba empapado en sudor, hasta el punto de tener frío, y sentía algo de ansiedad, lo que impidió que me volviese a dormir. Así pues, decidí levantarme e ir al baño a darme una ducha. Es posible que de aquella forma también consiguiese despejarme y quitarme la mala sensación que me había dejado aquella visión.

Tras bajar las escaleras, escuché un sonido. La casa estaba casi completamente en silencio, por lo que era fácil distinguirlo.
-¿Sollozos? –susurré mientras recorría el pasillo hasta llegar al salón donde encontré a Lana leyendo un papel- ¿Pasa algo? –pregunté, esta vez con un tono de voz más alto.
-¡Ah! –ella se sorprendió, pasándose una de sus manos por los ojos mientras aquella que mantenía sujeto el papel se escondía detrás de su espalda- No es nada...
-Ya... –claramente no quería contármelo, por lo que decidí no profundizar más por el momento.
-¿Quieres comer algo?
-Primero me daré una ducha pero sí, me encantaría.
-De acuerdo. Te haré algo antes de irme. Será mejor que luego pases por comisaría. A Miles le gustará saber que no ha ocurrido nada raro esta noche –dijo con una sonrisa en su rostro, lo que contrastaba con sus ojos rojos.
-Claro...

De esta forma, se encaminó hacia la cocina, pasando por mi lado, momento que aproveché para observar de reojo el papel que sujetaba y en el que alcancé a distinguir únicamente un dibujo en la cabecera, el cual parecía el logotipo de una empresa.

Después de ducharme fui al salón, donde Lana me había dejado el desayuno antes de irse. Así que, tras comérmelo, fui directo a comisaría para ver si la situación sobre mí había cambiado en algo.

-Hemos enviado la foto a otras comisarías de otros pueblos y ciudades cercanas pero no han encontrado nada sobre ti. Así que nuestro próximo paso será el de contactar con los medios de comunicación para que publiquen tu foto y ver si alguien contacta con nosotros. Aunque también es posible que, si alguien te está buscando, ya les haya hecho saber algo. En cualquier caso, ¿estás de acuerdo? –explicó Miles sentado frente a un escritorio de oficina mientras con una de su manos manejaba el ratón de un ordenador y con la otra sujetaba una pequeña taza de café.
-Sí.
-Sólo para que lo sepas. Aunque no le haya pasado nada a Lana esta noche no significa que me fíe de ti, ¿queda claro? Pobre de ti si llegases a ponerla en peligro.
-Me hago una idea... Por cierto, ¿tienes un papel o algo donde dibujar?
-¿Eh? Sí, claro...
-Gracias.

Tras coger el folio, dibujé el logotipo que había visto en casa de Lana y se lo enseñé a Miles.
-¿Sabes de qué es?
-¿Eh? Pues...si no recuerdo mal, es el logotipo de una empresa bancaria. ¿Por qué? ¿Es algo que tiene que ver con tu pasado? –preguntó mientras fruncía el ceño.
-No. Lo vi en un papel que estaba leyendo Lana. Estaba...llorando mientras lo leía.
La expresión del inspector se endureció.
-Por lo que veo ella no te ha contado nada al respecto. Si es así, no seré yo quien lo haga. Esto no es asunto tuyo –dijo mientras cogía el folio y lo arrugaba para tirarlo a la papelera que tenía a sus pies-, así que mejor déjalo estar.
-Sé que no es asunto mío pero...no me siento cómodo. Tengo la sensación de que he de saber qué ocurre.
-Je. Quizás antes de que perdieses la memoria eras un metomentodo. En cualquier caso, yo no voy a decirte nada. Busca la información en otra parte.
-De acuerdo. Entonces, ¿puedo irme?
-Claro. Ya te avisaré si se sabe algo más.

Al salir de la comisaría, me puse a pensar sobre lo que me había dicho.
-Una empresa bancaria... ¿Es posible que tenga problemas de dinero?

Si quería saber más no tenía más remedio que preguntarle a ella directamente, ya que la única persona que se me ocurría, además de Miles, era el doctor, y tampoco parecía depositar mucha confianza en mí.

-¡Jeen!
Inmerso en mis pensamientos, no me di cuenta de que alguien me estaba llamando hasta que esa persona me tocó el hombro.
-No te has acostumbrado todavía al nombre, ¿eh? –comentó Lana, acompañada de otra chica.
-Bueno, me lo pusiste ayer así que...
-Cierto, cierto. Oye, ahora íbamos a comer, ¿te apetece venirte con nosotras?
-Sí...no es que tenga mucho que hacer en este momento.

Así pues, los tres terminamos sentados en los bancos de un pequeño parque con un bocadillo en la mano.
-No te tendrías que haber molestado en comprármelo –dije, refiriéndome al mío.
-¿Y cómo pensabas comer entonces? Se me ha olvidado dejarte algo en casa así que podrías considerar esto como una manera de compensarlo –explicó Lana.
-Ya me habría encargado yo de prepararme alguna cosa.
-¿Sabes cocinar?
-Algo...
Ella me miró sin estar muy convencida.
-Ah, por cierto, te presento a Emily. Es una compañera de trabajo.
-Encantada.
-Lo mismo digo.
Emily debía de tener unos pocos años más que Lana, aunque era de altura y complexión parecidas a las de ella. Tenía el pelo largo hasta los hombros y también un tono de piel ligeramente moreno. Algo que quizás fuese común por el hecho de estar en una zona junto al mar.

Estuvimos hablando de varias cosas, la mayoría relacionadas con su trabajo, por lo que realmente no intervine demasiado en la conversación. Al final, Lana se levantó para ir al baño, proponiéndole a Emily volver al trabajo una vez terminase.
-Es una buena chica –dijo Emily una vez nos quedamos solos- Es una pena lo de su casa.
-¿Casa? –hice la pregunta por acto reflejo pero mi cabeza comenzó a relacionarlo con la información que había obtenido aquella mañana.
-¿No te lo ha dicho? Vaya, pensaba que ya lo sabías pero parece que todavía no confía lo suficiente en ti.
-En ese caso, ¿me lo puedes contar tú?
Emily negó con la cabeza.
-Será mejor que lo haga ella si lo considera necesario. Creo que yo ya he metido demasiado la pata –dijo, mostrándome una sonrisa irónica.

Así pues, una vez Lana hubo vuelto, me despedí de ambas, quedándome sentado en el banco mientras ordenaba un poco mis pensamientos. Pese a lo poco que tenía, ya me había hecho una idea de lo que ocurría. Y si era lo que tenía en mente, entonces la situación era complicada.

De repente, comencé a sentirme un poco raro. Era como si me viese afectado por la sensación de que ya había vivido algo parecido. Desde mi despertar en el hospital, había tenido una doble moral con respecto a mis recuerdos. Lo primero que se me pasó por la mente fue querer saber cosas sobre mí, pero poco después tenía dudas sobre si realmente era lo mejor, si me arrepentiría de recuperarlos. Más teniendo en cuenta la pesadilla de aquella noche. Así pues, ¿debía tener miedo de sentirme de esa forma o considerarlo como un paso más para curarme?

No, lo mejor por ahora era olvidarme de eso. Además, puede que tarde o temprano terminase recordándolo todo. Así pues decidí centrarme en el problema de Lana y hablarlo con ella.

-Estoy cansadísima –dijo Lana cuando llegó a casa, sentándose sobre uno de los sofás del salón.
-Toma –ofreciéndole una bebida, me senté a su lado.
-Gracias.
Acomodándose más sobre el respaldo, bebió algunos sorbos.
-Hay algo que me gustaría preguntarte.
-Dime.
-Trabajas a jornada completa, ¿verdad? ¿Por qué no elegiste un trabajo a jornada parcial? Eres joven. Podrías continuar con tus estudios de esa forma.
-Por dinero. En este trabajo me pagaban mucho más que otros a jornada parcial. Ahora mismo necesito el dinero por lo que...no puedo entretenerme en mis estudios... –mientras decía esto, jugueteaba con el vaso, pasando el dedo varias veces por el borde. Se la notaba pensativa y diría que preocupada.

En ese momento, respiré hondo y me preparé para entrar en un tema que quizás no fuese muy agradable.
-¿Es por lo de tu casa?
De repente, el movimiento de sus dedos se detuvo y giró la cabeza levemente hacia mí.
-¿Quién...te lo ha dicho...?
-Lo he descubierto yo mismo –técnicamente no era mentira, ya que había llegado a la conclusión por mi cuenta a partir de la escasa información recibida-. El banco va a quitarte la casa, ¿verdad?
Se quedó callada durante unos segundos que se hicieron bastante tensos. Tras esto, exhaló un fuerte suspiro.
-No es como que mis padres la compraran sabiendo que no la podrían pagar. Ambos trabajaban por lo que el dinero no era un problema. Además, ayudaban como voluntarios a otras personas en peores condiciones. Tanto mi hermano como yo nos sentíamos orgullosos de ellos. Incluso, pese a tener poco tiempo, intentaban utilizar parte para estar con nosotros. Sin embargo, un día mi madre se puso enferma. El doctor dijo que la causa podía haber sido el estrés. Al estar tan ocupados, había veces que apenas podían dormir y eso terminó repercutiendo en la salud de mi madre.
El coste del tratamiento y el hecho de que mi madre tuviese que cambiar de trabajo dieron lugar a dificultades económicas, por lo que comenzó a formarse una deuda que poco a poco se hizo más grande. Por supuesto, por aquella época, mi hermano y yo no sabíamos nada sobre esto. Prefirieron mantenernos al margen de todo aquello.
Después de que muriesen, con dieciocho años casi recién cumplidos, tuve que encargarme de la deuda de mis padres. El banco me dio un plazo de un año para cubrirla pero, pese a recibir ayuda de algunos habitantes de aquí, ha sido imposible conseguirlo, y no quisiera que los demás tuviesen que sacrificarse por mi situación.
-Estoy seguro de que Miles, por ejemplo, estaría gustoso de...
-Miles ya ha tenido suficiente. Debido a que fue el aval de mis padres a la hora de comprar la casa, él mismo se ha visto envuelto en la deuda, por lo que también está pasando sus dificultades.
-Entiendo...
-Hace poco me mandaron una carta, avisándome de que me darían un mes más como mucho. Si para entonces no logro cubrir la deuda, me quitarán la casa.
-Esta casa, significa mucho para ti, ¿verdad?
Lana repasó la habitación con la vista, con un toque de nostalgia en sus ojos.
-He vivido en esta casa desde que nací...junto con mi familia. Es aquí donde pertenecemos...nuestro hogar... –pequeñas lágrimas se deslizaron sobre sus mejillas. La impotencia y la rabia de no poder hacer nada para evitar aquel final eran demasiado duros para una joven como ella-. No puedo dejar que me lo quiten...

Agachando la cabeza y poniéndola entre sus brazos, Lana lloró. Su cuerpo temblaba mientras sus manos se cerraban fuertemente. En ese momento no supe qué decir para consolarla. Pero, a veces, las acciones pueden ser mejores que las palabras.

Decidido, la abracé. Si soy sincero, no estaba seguro de si iba a funcionar, pero puede que con ello fuese capaz de liberar un poco de su carga. La desesperación de alguien que se ve incapaz.

Al principio, se sorprendió, momento en el que sentí cómo su cuerpo daba un pequeño salto, sin embargo, poco a poco el llanto fue a más hasta que, levantando la cabeza, se lanzó a mi hombro, desatando todo lo que tenía guardado...desahogando su dolor. Es posible que aquello sólo la tranquilizase durante una noche. Aun así, era lo mejor que podía hacer. Mañana sería otro día, y entonces, pensaría en una solución...

Aquella noche tuve otra pesadilla. En ella, volvía a ver a la misma mujer en la camilla del hospital. Esta vez me decía algo pero era incapaz de escuchar sus palabras. Yo intentaba gritar, sin embargo, no salía ningún sonido de mi garganta. Entonces me envolvía una sensación de ahogo que se volvía más y más fuerte conforme el escenario a mi alrededor se llenaba de agua, hundiéndome en lo más profundo mientras me alejaba de ella. En el momento en el que no podía aguantar más la respiración, me desperté.

De nuevo, esa ansiedad. Algo en mi mente parecía avisarme de que si recuperaba mis recuerdos sólo encontraría dolor, y el miedo y una extraña curiosidad me inundaban.

Puesto que no podía dormir, decidí ponerme a pensar en qué hacer con el problema de la casa pero pasaron las horas y no tenía ningún plan que me pareciese mínimamente coherente. Por ejemplo, una de las ideas era la de ir a una de las ciudades cercanas y pedir dinero para la causa pero nada me aseguraba que accederían y dudo mucho que me dejasen salir de aquí así por las buenas. Al fin y al cabo, seguían sin saber quien era.

Dudando sobre qué decisión tomar, salí a pasear a fin de relajarme.

Todavía era temprano, el Sol asomaba lo suficiente como para emitir algo de luz sobre las calles por las que andaba pero no veía a casi nadie aparte de mí.

Sintiendo algo de frío, metí las manos en los bolsillos y dejé que los pies me llevasen adonde quisiesen, llegando hasta una playa de arenas limpias y agua clara. Un lugar tranquilo, más teniendo en cuenta la escasez de personas.
-¿No dijeron que me habían encontrado en una playa? –me pregunté mientras me sentaba sobre la arena y miraba hacia las nubes. A lo lejos todavía se podía observar la forma de la Luna.

El agua bañaba los pies de las dos o tres personas que había además de mí, quienes la disfrutaban como si la fría brisa de la mañana no fuese con ellos. No obstante, yo me sentía un poco temeroso de acercarme.
No estaba seguro pero quizás tuviese que ver con la pesadilla que había tenido antes.
-¿Qué haces aquí? –preguntó de repente una voz a mi espalda.

Al girarme me encontré con Lana, quien se sentó a mi lado.
-Me apetecía relajarme un poco. ¿Y tú? Creía que todavía estabas durmiendo.
-Lo cierto es que te he escuchado levantarte y he decidido seguirte. Perdona.
-No te preocupes...probablemente sea yo quien debería disculparse por haberte despertado.
Ella rió.
-Lo cierto es que...quería darte las gracias. Gracias a ti me siento mejor. Aunque...las cosas sigan igual...por lo menos siento que me he quitado un peso de encima. Creo que puedo continuar enfrentándome a esto hasta el final, sea cual sea.
-No creo que haya hecho nada que merezca reconocimiento pero...no hay de qué. Lo cierto es que me gustaría ayudarte de alguna forma. Por desgracia, no se me ocurre nada. Encima, no puedo salir de este lugar o acabaré en manos de la policía.
-No tienes por qué esforzarte.
-Pero quiero hacerlo. Siento que debo hacerlo...
-¿Por qué? –preguntó ella, mirándome directamente.
-No estoy seguro. En parte creo que es...porque forma parte de mí mismo...pero, si no lo hago...es como si no pudiese seguir adelante...
-¿Crees que tiene que ver con tus recuerdos?
Asentí, posando mis ojos sobre la arena.
-Entiendo –dicho esto, Lana se puso en pie, forzándome a hacer lo mismo- ¡Vamos!
-¡¿Qué?! –sorprendido, me las apañé para mantener el equilibrio.
-¡Si de verdad quieres esforzarte, yo no puedo ser menos! ¡Hagámoslo lo mejor que podamos! –exclamó, con una sonrisa en su rostro.

De repente me sentí extrañamente impresionado. Anoche era una chica desesperada por la situación en la que se encontraba, y ahora, alguien que había recobrado la fe en sus posibilidades. Cualquiera podría decir que se recuperaba demasiado rápido, no obstante, era algo que no me desagradaba en absoluto.
-Bien. Hagámoslo. Juntos. –dije con voz firme y segura, dando el primer paso de vuelta a casa.

Fue entonces, cuando, sin previo aviso, mi vista se nubló y mis piernas me fallaron, aterrizando de cabeza contra el suelo.
-¡Jeen! ¡Oye, Jeen! –escuché la voz de Lana, cada vez más distante, hasta que perdí el conocimiento.

Donde vivía, me conocían por ser un buen médico. Uno que se implicaba mucho en la salud y la vida de sus pacientes hasta el punto de que, para curarles de su enfermedad, llegaba a realizar acciones poco éticas que violaban su intimidad. Era un médico de lo más entrometido. Un metomentodo.

Pero a mí no me importaban sus quejas, ni tampoco los avisos de mis superiores. Lo importante era que conseguía salvar sus vidas y llevarles a un final feliz.

Por desgracia, este hecho repercutía en mi vida personal. Me dedicaba tanto a mis pacientes que apenas pasaba tiempo con mi mujer.

Muchas veces llegué a preguntarme por qué seguía conmigo pese a la distancia que se había creado entre nosotros. No obstante, en ningún momento se quejó. Siempre me despedía con una sonrisa cada vez que me iba y me recibía con la misma expresión cada vez que volvía. Sin importar el tiempo que pasase.

No merecía a alguien así. Alguien tan bueno como para seguir queriéndome después de todo.

Un día, mi mujer cayó enferma y tuvo que ser hospitalizada. Acepté el caso como su médico y empecé a investigar sobre su enfermedad. Sin embargo, por más que lo intentaba, no lograba llegar a ninguna solución.

Hablé con médicos de otros países, indagué en los estudios más recientes...pero todo era inútil. Sólo podía ver cómo cada vez era más incapaz de moverse mientras sufría de terribles dolores.

Al tiempo que se volvía más y más débil, me di cuenta de cuánto la quería, de lo que significaba para mí. Y el arrepentimiento y la desesperación se adueñaron de mi ser.

Qué ironía. Tratando de conocer a mis pacientes para saber más sobre cómo tratarlos y no ser capaz de curar a quien más debía conocer.

Con falta de sueño, tomando medicación, y al borde de que me relegaran del caso por estar destruyéndome de esa forma; las veces en las que la visitaba se convertían en un infierno. Ya no sólo por verla en aquel estado, sino porque era capaz de seguir sonriendo, saludándome cada vez que entraba y despidiéndome cada vez que me iba. Era como si nunca dejase de luchar...como si pensase que todavía tenía posibilidades de sobrevivir...

Y entonces, sin poder aguantarlo más, decidí acabar con todo.

Eutanasia. Muerte humanitaria. Prohibida donde vivo pero una manera de acabar con la vida de alguien que esta sufriendo de una enfermedad terminal como era la de ella.

Incluso si era ilegal, en ese momento lo único que tenía en mente era terminar con aquella tortura que nos rodeaba a ambos.

Aquel día entré en su habitación, siendo recibido de nuevo por aquella sonrisa que hacía que mi pecho se encogiese. Me acerqué a la vía que tenía puesta y me preparé para ponerle la inyección. Sin embargo, en el último momento, me detuve.

No podía hacerlo. No podía dar el paso para terminar con aquello. Pese a que la quería tanto, pese a que no podía soportar verla así, pese a todo el arrepentimiento, toda aquella desesperación, todo su sufrimiento...al final, no podía.

Entonces, no sé si por fruto de algún milagro, o simple fuerza de voluntad, alargó su mano hacia mí. Lentamente, temblorosa, forzando sus músculos a lo indecible dado el estadio de su enfermedad.

Con fuerza casi imperceptible, me agarró de la bata y sonrió de nuevo.

En ese momento lo entendí: se estaba despidiendo de mí.

-¿Por qué? –pregunté a la vez que todo mi dolor se transformaba en lágrimas que descendían sobre mis mejillas y mi voz se rompía entre sollozos- ¿Por qué sigues sonriendo... en un momento como éste...?

Lo que me contestó entonces, fue algo que no llegue a entender, pero si sabía cual era su deseo: morir en paz.

Y así, finalmente, inyecté aquella sustancia en su cuerpo...

Ella, sin dejar de mostrarme aquella sonrisa, fue cerrando los ojos poco a poco conforme su pulso y respiración se iban deteniendo, hasta expirar su último aliento.

De repente, una enfermera entró en la habitación, descubriendo lo que acababa de hacer y provocando que, por acto reflejo, saliese corriendo de allí, perseguido por aquéllos que habían sido alertados por los gritos de la chica.

Así pues, consiguiendo despistarles durante unos minutos, llegué hasta un puente que se situaba sobre el río que cruzaba de punta a punta la ciudad en la que vivía, conectando con el mar. La distancia entre dicho puente y el agua era considerable, lo suficiente como para matarse si alguien se caía, más teniendo en cuenta que el río no era muy profundo.

En ese instante pensé que, quizás, aquel era el mejor final para alguien como yo. Una persona que había olvidado lo más importante y que, además, no había sido lo suficientemente bueno como para conservarlo, no merecía vivir.

Y así, sin pensármelo dos veces, me lancé, esperando que, si había alguna manera de reunirme con ella después de la muerte, esta vez, fuese capaz de atesorarla.

Pero la suerte, o más bien la desgracia, no quiso darme el descanso eterno. Todavía vivo, aunque inconsciente, fui arrastrado por el río hacia el mar, acabando finalmente en la playa. Despojado en alguna parte del trayecto de la bata que me identificaba como médico y habiendo perdido la memoria, Lana me encontró.

Volví a despertarme en una de las habitaciones del hospital. Tanto el doctor como Lana se encontraban a mi lado. Ella con expresión de preocupación, relajándose un poco al verme abrir los ojos.
-¡Jeen! ¡¿Estás bien?!
Desplacé la vista hacia el doctor y otra vez hacia ella.
-Sí.
-¿Te duele algo? –preguntó el doctor.
Negué con la cabeza y suspiré profundamente.
-Yo...ya me acuerdo...
-¿Qué? –se sorprendió Lana.
-Lo he recordado todo –afirmé-. Cuando me encontrasteis en el mar...había intentado suicidarme...
-¿Suicidarte? ¿Pero por qué?
-Yo...maté a mi mujer...
Ante tal declaración, ambos se quedaron en silencio.
-Ella...estaba sufriendo de una enfermedad terminal. No pude soportar más verla en ese estado...así que yo...
-Le inyectaste un fármaco para cesar su vida –sentenció el doctor.
Parece que, sin necesidad de decírselo, había entendido a qué me refería.
-Así es.
-Entiendo. No indagaré más en ello pero supongo que sabes que la eutanasia en humanos es ilegal. Al menos en este país.
-Lo sé. No creo que la policía tarde mucho en encontrarme.
-Pero, tú...lo hiciste porque la amabas, ¿verdad? –preguntó Lana.
-Yo... –me detuve durante unos segundos-. Sí, así es.
-Entonces, ¿por qué tienes que ser detenido por ello?
-Las cosas no son tan sencillas, Lana –dijo el doctor-. Tú deberías saberlo mejor que nadie.
-No...me parece justo...que tengas que pagar por algo a lo que fuiste obligado...
-No importa, Lana. Tengo que aceptarlo...
-¿Por qué?
-Porque de esa forma...puedo seguir adelante...

Su mirada era triste, y sabía que dijese lo que dijese, estaría en contra. Sin embargo, desistió de convencerme.
-Dada la situación, sabes que me veo obligado a llamar a la policía.
-¿Doctor? –se sorprendió Lana.
-Sí, lo sé. No obstante, antes de ello, quisiera hablar con otra persona. Es lo único que te pido.
-Me pones en un compromiso...
-Por favor, juro que no pretendo huir. Ya lo intenté una vez...y no pienso volver a hacerlo...así que...por favor...
El doctor se mantuvo pensativo, con expresión seria. De hecho, parecía que fuese a rechazarla pero, finalmente, accedió.
-De acuerdo. No te entretengas. Cuando venga la policía no podré hacer la vista gorda por más tiempo.
-Gracias.

Pasaron varias horas hasta que una enfermera abrió la puerta de mi habitación, indicando que tenía una visita. Posteriormente, dio paso a un hombre alto y delgado, de pelo corto, bien peinado, y vestido con traje y corbata.
-Gracias –le dijo a la enfermera mientras ésta se marchaba, dejándonos a solas.
Acto seguido, se sentó en la silla que se sentaba a mi lado.
-Ah, veo que estás bien, dentro de lo que cabe. Puesto que no se encontró tu cuerpo después de que te lanzases al río, nadie sabía si estabas vivo o muerto. Me alegra haberte encontrado antes que la policía.
-...Dave...yo...
-No hace falta que digas nada –me interrumpió-. Sé por qué lo hiciste y no te guardo rencor. Es más, te doy las gracias por ello.
Aquello me pilló desprevenido. No esperaba que él, de todas las personas, fuese quien me dijese aquellas palabras.
-No eras el único que quería hacer lo que fuese por salvar a mi hermana. Y, al igual que a ti, aquella situación también me estaba destrozando. Pero, al final, fui incapaz de hacer nada por ella. Tú te atreviste a hacer aquello que para mí fue imposible. Y creo que, de esa manera, la salvaste.
-Yo...no merezco tu agradecimiento. Te llamé, pidiéndote que no avisaras a la policía para, al menos, pedirte perdón antes de que me ajusticiasen.
-Te culpas demasiado, ¿no crees?
-No fui un buen marido. No le presté la atención que merecía. Quizás por ello fui castigado con sufrir aquella tortura. Y, como un cobarde, fui incapaz de seguir afrontándola, llegando incluso a intentar quitarme la vida.
-Hace tiempo, le pregunté a mi hermana por qué seguía con alguien como tú, una persona que se centraba más en su trabajo que en su propia familia. ¿Sabes lo que me contestó? Que tú eras un héroe y que, por tanto, no podía evitar compartirte. Pero que todo héroe necesita su apoyo. Por eso, ella estaría para ti en todo momento, esperando a que regresases, para recibirte y para verte marchar, siempre con una sonrisa que te diese fuerzas. Ella nunca hubiese querido verte sufrir. Porque ella te quería más que a nada en este mundo.

Mis manos comenzaron a temblar descontroladamente al tiempo que mi vista se volvía borrosa por las lágrimas.
-Gracias...de verdad...muchas gracias... –declaré desde lo más profundo de mi corazón.

-¿Y bien? Si hay alguna cosa que pueda hacer por ti. Me gustaría al menos devolverte el favor.
-Si es posible...hay algo que me gustaría pedirte. Sé que es egoísta pero...
-Adelante –dijo Dave.
-Hay una chica que me ha estado cuidando estos días. Ha sido poco tiempo pero, pese a no conocerme, no tuvo problema en ayudarme y darme asilo. Podría decir incluso que me salvó la vida. Sin embargo, esa chica también se encuentra en un momento muy difícil, así que me gustaría que la ayudases.
-¿Estás seguro? ¿Es eso lo que deseas?
-Tú has dicho que ella me veía como un héroe, ¿verdad? Un buen héroe tiene que ayudar a los demás, pase lo que pase.
-Je, esa sí es una buena determinación. De acuerdo, cumpliré con tu petición.
-Gracias, Dave.

Tras eso, la policía vino al hospital para llevarme con ellos. Miles junto con otro de los policías me escoltaron hasta un coche patrulla que me llevaría de vuelta a la ciudad a la que pertenecía, donde sería ajusticiado por mi crimen.
-Oye –dijo Miles de repente mientras caminábamos.
-Qué... –contesté.
-El doctor me ha contado sobre...tu historia...
-Ya veo...
-Cuando termines tu condena...pásate por aquí si quieres...estoy seguro de que Lana estará feliz de verte...
-Claro. Eso haré... –dije, sonriendo levemente.

Cuando llegamos frente al vehículo, allí se encontraba ella, esperando.
-¿Podéis dejarnos a solas un momento?
Miles la miró fijamente, se ajustó su gorra de policía y se separó de mí, haciéndole una señal a su compañero para que me soltase.
-Tenéis cinco minutos...

-Ese hombre, Dave, me ha contado lo que le dijiste.
-Sé que es repentino pero, me gustaría que aceptases su ayuda. Es el director del hospital en el que trabajaba, por lo que tiene bastante influencia. Él sabrá qué hacer con la deuda.
-Pero...tú...creía que íbamos a hacer esto juntos...
-Lo sé. Las promesas no siempre pueden cumplirse al igual que no todas las vidas pueden salvarse. No obstante, te prometo que cuando cumpla mi condena, volveré aquí para estar contigo. Tengo el permiso de Miles al fin y al cabo.
-Espero que no se le olvide para entonces –rió ella, tras lo cual me abrazó-. No te atrevas a incumplir esta promesa.
-No lo haré...

Metiéndome en la parte de atrás del coche, miré una última vez el rostro de Lana, quien me devolvió la mirada acompañada de una sonrisa.
-Volveremos a vernos –dijo ella.

En ese momento, tuve un sentimiento de nostalgia...el recuerdo de aquella última despedida de mi mujer, así como sus últimas palabras.

-Porque más allá de una despedida...siempre habrá un nuevo encuentro...por eso...no tengo miedo...ya que estoy segura...de que podrás seguir adelante...

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