Cuando
desperté, lo que vi a mi alrededor fue una habitación de paredes blancas. En
uno de los laterales, una gran ventana desde la que se podía observar el mar y
por donde entraba una ligera brisa que mecía suavemente las cortinas. A mi
izquierda, un aparato que medía mis constantes vitales y una bolsa llena de un
líquido que se introducía lentamente en mis venas.
Incluso
con mi mente en el estado en el que estaba, podía decir fácilmente que me
encontraba en un hospital, medio incorporado en una cama de sábanas del mismo
color que aquella habitación. Me sentía un poco cansado y, sin embargo, mi
cerebro ya trabajaba en una serie de preguntas sin contestar: ¿Quién era? ¿Cómo
había llegado hasta allí? ¿Por qué? No obstante, las dejé a un lado cuando la
puerta se abrió, dando paso a una chica de pelo largo, negro y liso, vestida
con un jersey gris claro y una falda del mismo color que su pelo y que le
llegaba hasta las rodillas. Presentaba un tono de piel ligeramente moreno y
unos ojos verde claro como la hierba iluminada por la mañana. Por su aspecto,
debía de tener veinte años como máximo.
Al
verme, sus ojos se abrieron como platos, corriendo en estampida por el pasillo
y pidiendo ayuda a algún médico cercano.
-¿Quién
será? –me pregunté a mí mismo con voz tenue.
Al
cabo de un par de minutos llegó junto con un médico y un enfermero. El primero
observó las constantes que marcaba el monitor que había a mi lado y le dijo
algo al enfermero, que asintió y se marchó de la habitación, cerrando la puerta
detrás de sí.
Yo
giré la vista hacia la chica. Sentada sobre una silla que acababa de coger,
parecía un poco nerviosa, esperando las palabras del doctor. Éste, por su
parte, cogió una pequeña linterna y se acercó a mí.
-Permíteme
–dijo mientras sujetaba el párpado de uno de mis ojos y me cegaba con la luz,
repitiendo el proceso en el otro-. De acuerdo –tras guardar el objeto en uno de
sus bolsillos, procedió a palpar mis piernas-. ¿Notas algo?
Yo
asentí.
-Muy
bien. Intenta levantar tus brazos.
Hice
como me ordenó, encontrándolos un poco pesados pero sin mayores problemas.
-Bien.
¿Te encuentras bien? ¿Sientes nauseas o dolor de cabeza? ¿Mareo?
-Sólo
un poco cansado –respondí honestamente.
-De
acuerdo. Ahora procederé a realizarte una serie de preguntas. ¿Estás de
acuerdo?
Asentí
de nuevo. Incluso si yo también tenía preguntas que hacer, supongo que no hacia
daño el esperar un poco.
-Dime,
¿cómo te llamas? –comenzó el médico mientras sacaba un cuaderno y un bolígrafo
y se disponía a escribir.
En
ese momento, sentí ganas de reírme. Me parecía curioso que me preguntasen algo
que yo mismo quería saber.
-No
lo sé.
-Ya
veo. ¿Te acuerdas de dónde vives o trabajas? ¿Sabes de algún familiar con el
que podamos contactar? ¿Alguna dirección?
-Esperaba
que alguien me lo dijese pero, por lo que veo, sabéis de mí lo mismo que yo.
-Amnesia...
-Doctor
Sanford...
-No
te preocupes, Lana. Es normal que pueda ocurrir en estos casos. En el mejor de
ellos, recuperará la memoria en un tiempo...
-¿De
cuánto tiempo estamos hablando? –quise saber, comenzando a sentirme un poco
molesto.
-¿Quién
sabe? Días, meses, años...es algo que no puedo definir. Te haremos algunas
pruebas más para asegurarnos y, si vemos que no hay problema, te daremos el
alta bajo la condición de que vengas periódicamente a revisión.
-Pero,
al menos, sabréis lo que me ocurrió, ¿verdad?
-Lo
único que te podemos decir es que esta chica te encontró tirado sobre la playa
y te trajo aquí. Te golpeaste la cabeza pero, milagrosamente, parece que,
además de la amnesia, no has tenido ninguna otra repercusión. Que hayamos visto
hasta ahora, claro está.
Miré
directamente a Lana, quien me devolvió la mirada con una débil sonrisa en su
rostro.
-Doctor...
–dijo, dirigiéndose de nuevo al médico- Yo...tengo que irme ahora pero, si no
tiene ningún lugar al que ir, me gustaría que se quedase en mi casa.
-¿Estás
segura de esto, Lana? No quisiera ser grosero pero, no le conoces de nada. Si
resulta ser un indeseable podrías estar en problemas.
-No
me importa. Me siento responsable al haberle encontrado y me gustaría
ayudarle...al menos, hasta que la policía encuentre a alguien relacionado con
él.
-¿La
policía? –pregunté extrañado.
-Sí.
Normalmente en estos casos contactamos con la policía para iniciar una búsqueda
de familiares o conocidos relacionados con el sujeto a partir de una foto. Al
fin y al cabo, te encontraron sin ningún medio de identificación, y puesto que
tú tampoco puedes dárnoslo, utilizarán una imagen tuya para buscarte en su base
de datos así como mirar en otros pueblos o ciudades cercanas. ¿Hay algún
problema con ello?
-No,
para nada –contesté rápidamente. Me daba la sensación de que ese médico tenía
una mala imagen de mí.
-En
cualquier caso, entre lo que tardemos nosotros y ellos probablemente se harán
las nueve. ¿Crees que podrás estar a esa hora?
-Claro
–contestó ella-. Normalmente termino de trabajar a las ocho así que...
-Muy
bien, pero te aviso de que tendrás que convencer a Miles. Y sabes bien que es
un cabezota.
-Je,
sí, lo sé. Nos vemos más tarde, entonces.
Dicho
esto, se marchó corriendo de la habitación, dejándome a solas con el médico.
Las
horas pasaron entre prueba y prueba, sin que los médicos observasen nada raro. Así
pues, me encontraba sentado en uno de los bancos del hospital, esperando a que
los policías, quienes ya me habían hecho la foto, terminasen su conversación
sobre los pasos a seguir en la búsqueda.
En
ese instante, Lana entró por la puerta principal. De nuevo, corriendo. Casi no
la había visto hacer otra cosa en todo el día. No es como que la hubiese visto
mucho.
-Lana...
–habló el que supuestamente era el inspector con el que tenía que tratar.
-Miles...
–respondió ella, jadeando.
-Ya
me ha contado el doctor sobre tus intenciones y debo decir que me niego
rotundamente. No conoces a este hombre. Vete a saber de lo que podría ser capaz
estando a solas con una joven como tú.
-Creo
que sé defenderme...bastante bien sola. Gracias –poco a poco iba recuperando el
aliento.
-Aun
así, nada nos asegura que vayas a estar bien. Tus padres no estarían de acuerdo
con esto.
-Mis
padres ni siquiera te habrían pedido permiso para llevárselo. Y si tienes tanto
miedo por lo que me pueda hacer, ¿por qué no mandas a alguno de tus hombres a
protegerme?
-¡¿Qué
estás diciendo?! ¡No podemos ocuparnos de todo si nos falta personal sólo
porque una chiquilla caprichosa se ha salido con la suya!
-No
es ningún capricho, Miles. ¿Dónde pensáis mantenerlo vosotros? ¿Acaso
pretendéis meterlo en comisaría hasta que encontréis algo? ¿Y si la situación
se alarga y no son días sino semanas?
-Pero...
-No
tiene recuerdos, Miles. Ni un lugar al que volver, ni familia que le busque. Sé
bien lo que es estar solo. Por eso, hasta que vuelva al sitio al que pertenece,
no puedo permitir que se sienta así. Deja que me quede con él.
El
inspector la miró con cara de enfado, atusándose continuamente el bigote. Tras
exhalar un profundo suspiro, puso los brazos en jarra y negó con la cabeza,
cabizbajo.
-Eres
igual que tu madre. No podía con ella y sigo sin poder contigo. Haz lo que
quieras.
-¡¿Has
oído eso?! ¡Nos vamos!
Sinceramente,
no sabía cómo sentirme. La mirada que me echó Miles era tan penetrante como la
de un padre que ve marchar a su hija con el primero que pasa. En cuanto a la
chica, su simpatía era acogedora y cálida, pero incluso yo me preguntaba si no
estaba depositando demasiada confianza en mí. A fin de cuentas, ni siquiera
sabía mi nombre, quizás cuando recuperase los recuerdos me convirtiese en algún
asesino o violador, vete tú a saber. Mi mente no terminaba de procesar lo que estaba
pasando y simplemente me dejaba llevar por la corriente, fiándome de quienes me
rodeaban. Para colmo, el cansancio no había desaparecido. De hecho había
aumentado. Quizás el dormir me ayudara a comprender un poco más aquella
situación.
Mientras
tanto, llegué junto con Lana a la que era su casa, una construcción de dos
plantas con un pequeño jardín que la rodeaba. Presentaba un estilo moderno, con
numerosas ventanas y paredes de colores blanco y marrón. Por dentro, lo primero
que vi fue un corto pasillo que llevaba a un amplio salón de aspecto
rectangular y con suelo de madera en cuya mitad izquierda había tres sofás
rodeando una mesa de cristal. Presidiendo esa zona, se encontraba un televisor
LED plateado.
En
la mitad derecha se observaba una única pero gran mesa del mismo material que
el suelo, cubierta con un mantel blanco en el que había dibujados productos
comestibles. Probablemente éste era un lugar en el que una familia se reunía
para hablar de los sucesos del día mientras veía las noticias, sin embargo, la
sensación que me daba era completamente diferente y, de algún modo, me sentía
identificado con ella. Una sensación de soledad.
-Ven.
Te enseñaré el resto de la casa –dijo Lana mientras dejaba sus cosas sobre el
mantel y se perdía en la oscuridad de otro pasillo situado al fondo.
Al
cabo de un par de minutos, ya me había mostrado el resto de la planta baja, por
lo que seguimos nuestro camino hacia la de arriba, donde se encontraban los
dormitorios, deteniéndonos frente a la primera puerta, en la que colgaba un cartel
con forma ovalada donde se leía en letras grandes: JEEN.
-¿Jeen?
–pregunté, extrañado.
-Oye,
ahora que lo pienso. Ya que no sabemos tu nombre, ¿qué te parece si te llamamos
así?
-Bueno...no
es que me importe...
-Entonces,
decidido.
Sin
esperar una verdadera contestación por mi parte, Lana me puso ese nombre,
añadiendo poco después que aquella sería mi habitación.
Cuando
entré, me dio la impresión de que su dueño era alguien bastante más joven. Un
escritorio con algunos libros de estudio encima, además de un ordenador de
sobremesa; una estantería con más libros, películas y discos de música; unos
altavoces junto a una guitarra eléctrica; objetos que debían de pertenecer a un
adolescente. No obstante, lo que más me llamó la atención fue el hecho de que
todo lo que había allí parecía haber estado en la misma posición durante
bastante tiempo.
-Si
necesitas algo... –continuó Lana, saliendo de la habitación- ...mi cuarto es de
enfrente.
-¿Y
las otras dos? -pregunté señalando a las restantes. No es como que fuese de mi
incumbencia saber sobre ellas pero no pude evitar sentir una ligera curiosidad.
Ella
sonrió tristemente, entornando los párpados, como si supiese que ese momento
iba a llegar tarde o temprano. Acto seguido, me hizo un gesto para que la
siguiese.
-Ése
era el dormitorio de mis padres –dijo señalando la habitación contraria a la
que se dirigían-. Y esta... –se interrumpió a sí misma, sacando una pequeña
llave de su bolsillo y abriendo la puerta.
Cuando
entré, observé dos velas encendidas sobre adornos de mármol blanco, posados a
su vez sobre un altar levemente iluminado por la luz de las llamas. Asimismo,
en el centro de ambas velas, había un marco con una foto de familia en su
interior. En ella, cuatro personas sonreían a la cámara.
Me
acerqué lentamente para observar la imagen. Un hombre, una mujer, un
adolescente y una joven pocos años más mayor que él, a la que reconocí como
Lana.
-¿Tu
familia? –pregunté.
-Sí...
-¿Qué
ocurrió? –se me escapó-. Perdona, si no quieres hablar de ello...
-No.
No pasa nada. Ya ha pasado un año desde entonces –hizo una pausa antes de
continuar-. Aquella noche llovía. Yo salía tarde del instituto debido a que
tenía actividades extraescolares y, después, mis padres y mi hermano me recogerían
para ir a cenar todos juntos. En la carretera que va desde aquí hasta mi
instituto hay una larga curva cerca de un precipicio, junto al mar. Debe ser
tomada a baja velocidad, mucho más en caso de que la carretera esté mojada.
Justo cuando mi familia conducía por ahí, un coche que iba más rápido de lo
permitido se salió del carril contrario, provocando que mi padre diese un
volantazo y ambos chocasen contra el quitamiedos, precipitándose hacia el agua.
Nadie sobrevivió.
-¿Encontraron
los vehículos?
-Unos
días más tarde, a raíz de los destrozos que se causaron en la carretera.
-Ya
veo. Lo siento mucho.
-La
muerte no siempre nos llega cuando deseamos. Independientemente de ello, no
podemos evitarla. Es por eso que siempre estoy convenciéndome a mí misma de que
no se podía hacer nada. Que ese era su momento.
Sin
saber bien por qué, me arrodillé ante el altar y me puse a rezar.
-¿Eres
creyente? –preguntó ella.
-No
lo sé...pero es lo único que puedo hacer por ellos...
-Je.
Pensamos parecido entonces... –sentenció mientras se arrodillaba a mi lado.
Aquella
noche tuve un extraño sueño. Aunque, más bien, se trataba de una pesadilla. En
ella, había una mujer en la camilla de un hospital. Yo estaba sentado a su lado
con ambas manos cogiendo una de las suyas, como si tuviese miedo de que se
alejase de mí. Ella miraba hacia otro lado, ausente, sin reconocer nada de lo
que la rodeaba. Entonces, algo me agarraba por detrás, separándome de ella, y
una sombra se le acercaba con una inyección. Yo gritaba que la dejasen en paz
pero era en vano. No podía deshacerme del agarre que me tenía preso. Justo
cuando le iban a poner la inyección, desperté.
Estaba
empapado en sudor, hasta el punto de tener frío, y sentía algo de ansiedad, lo
que impidió que me volviese a dormir. Así pues, decidí levantarme e ir al baño
a darme una ducha. Es posible que de aquella forma también consiguiese
despejarme y quitarme la mala sensación que me había dejado aquella visión.
Tras
bajar las escaleras, escuché un sonido. La casa estaba casi completamente en
silencio, por lo que era fácil distinguirlo.
-¿Sollozos?
–susurré mientras recorría el pasillo hasta llegar al salón donde encontré a
Lana leyendo un papel- ¿Pasa algo? –pregunté, esta vez con un tono de voz más
alto.
-¡Ah!
–ella se sorprendió, pasándose una de sus manos por los ojos mientras aquella
que mantenía sujeto el papel se escondía detrás de su espalda- No es nada...
-Ya...
–claramente no quería contármelo, por lo que decidí no profundizar más por el
momento.
-¿Quieres
comer algo?
-Primero
me daré una ducha pero sí, me encantaría.
-De
acuerdo. Te haré algo antes de irme. Será mejor que luego pases por comisaría.
A Miles le gustará saber que no ha ocurrido nada raro esta noche –dijo con una
sonrisa en su rostro, lo que contrastaba con sus ojos rojos.
-Claro...
De
esta forma, se encaminó hacia la cocina, pasando por mi lado, momento que
aproveché para observar de reojo el papel que sujetaba y en el que alcancé a
distinguir únicamente un dibujo en la cabecera, el cual parecía el logotipo de
una empresa.
Después
de ducharme fui al salón, donde Lana me había dejado el desayuno antes de irse.
Así que, tras comérmelo, fui directo a comisaría para ver si la situación sobre
mí había cambiado en algo.
-Hemos
enviado la foto a otras comisarías de otros pueblos y ciudades cercanas pero no
han encontrado nada sobre ti. Así que nuestro próximo paso será el de contactar
con los medios de comunicación para que publiquen tu foto y ver si alguien
contacta con nosotros. Aunque también es posible que, si alguien te está buscando,
ya les haya hecho saber algo. En cualquier caso, ¿estás de acuerdo? –explicó
Miles sentado frente a un escritorio de oficina mientras con una de su manos
manejaba el ratón de un ordenador y con la otra sujetaba una pequeña taza de
café.
-Sí.
-Sólo
para que lo sepas. Aunque no le haya pasado nada a Lana esta noche no significa
que me fíe de ti, ¿queda claro? Pobre de ti si llegases a ponerla en peligro.
-Me
hago una idea... Por cierto, ¿tienes un papel o algo donde dibujar?
-¿Eh?
Sí, claro...
-Gracias.
Tras
coger el folio, dibujé el logotipo que había visto en casa de Lana y se lo
enseñé a Miles.
-¿Sabes
de qué es?
-¿Eh?
Pues...si no recuerdo mal, es el logotipo de una empresa bancaria. ¿Por qué?
¿Es algo que tiene que ver con tu pasado? –preguntó mientras fruncía el ceño.
-No.
Lo vi en un papel que estaba leyendo Lana. Estaba...llorando mientras lo leía.
La
expresión del inspector se endureció.
-Por
lo que veo ella no te ha contado nada al respecto. Si es así, no seré yo quien
lo haga. Esto no es asunto tuyo –dijo mientras cogía el folio y lo arrugaba
para tirarlo a la papelera que tenía a sus pies-, así que mejor déjalo estar.
-Sé
que no es asunto mío pero...no me siento cómodo. Tengo la sensación de que he
de saber qué ocurre.
-Je.
Quizás antes de que perdieses la memoria eras un metomentodo. En cualquier
caso, yo no voy a decirte nada. Busca la información en otra parte.
-De
acuerdo. Entonces, ¿puedo irme?
-Claro.
Ya te avisaré si se sabe algo más.
Al
salir de la comisaría, me puse a pensar sobre lo que me había dicho.
-Una
empresa bancaria... ¿Es posible que tenga problemas de dinero?
Si
quería saber más no tenía más remedio que preguntarle a ella directamente, ya
que la única persona que se me ocurría, además de Miles, era el doctor, y
tampoco parecía depositar mucha confianza en mí.
-¡Jeen!
Inmerso
en mis pensamientos, no me di cuenta de que alguien me estaba llamando hasta
que esa persona me tocó el hombro.
-No
te has acostumbrado todavía al nombre, ¿eh? –comentó Lana, acompañada de otra
chica.
-Bueno,
me lo pusiste ayer así que...
-Cierto,
cierto. Oye, ahora íbamos a comer, ¿te apetece venirte con nosotras?
-Sí...no
es que tenga mucho que hacer en este momento.
Así
pues, los tres terminamos sentados en los bancos de un pequeño parque con un bocadillo
en la mano.
-No
te tendrías que haber molestado en comprármelo –dije, refiriéndome al mío.
-¿Y
cómo pensabas comer entonces? Se me ha olvidado dejarte algo en casa así que
podrías considerar esto como una manera de compensarlo –explicó Lana.
-Ya
me habría encargado yo de prepararme alguna cosa.
-¿Sabes
cocinar?
-Algo...
Ella
me miró sin estar muy convencida.
-Ah,
por cierto, te presento a Emily. Es una compañera de trabajo.
-Encantada.
-Lo
mismo digo.
Emily
debía de tener unos pocos años más que Lana, aunque era de altura y complexión
parecidas a las de ella. Tenía el pelo largo hasta los hombros y también un
tono de piel ligeramente moreno. Algo que quizás fuese común por el hecho de
estar en una zona junto al mar.
Estuvimos
hablando de varias cosas, la mayoría relacionadas con su trabajo, por lo que
realmente no intervine demasiado en la conversación. Al final, Lana se levantó
para ir al baño, proponiéndole a Emily volver al trabajo una vez terminase.
-Es
una buena chica –dijo Emily una vez nos quedamos solos- Es una pena lo de su
casa.
-¿Casa?
–hice la pregunta por acto reflejo pero mi cabeza comenzó a relacionarlo con la
información que había obtenido aquella mañana.
-¿No
te lo ha dicho? Vaya, pensaba que ya lo sabías pero parece que todavía no confía
lo suficiente en ti.
-En
ese caso, ¿me lo puedes contar tú?
Emily
negó con la cabeza.
-Será
mejor que lo haga ella si lo considera necesario. Creo que yo ya he metido
demasiado la pata –dijo, mostrándome una sonrisa irónica.
Así
pues, una vez Lana hubo vuelto, me despedí de ambas, quedándome sentado en el
banco mientras ordenaba un poco mis pensamientos. Pese a lo poco que tenía, ya
me había hecho una idea de lo que ocurría. Y si era lo que tenía en mente, entonces
la situación era complicada.
De
repente, comencé a sentirme un poco raro. Era como si me viese afectado por la
sensación de que ya había vivido algo parecido. Desde mi despertar en el
hospital, había tenido una doble moral con respecto a mis recuerdos. Lo primero
que se me pasó por la mente fue querer saber cosas sobre mí, pero poco después
tenía dudas sobre si realmente era lo mejor, si me arrepentiría de
recuperarlos. Más teniendo en cuenta la pesadilla de aquella noche. Así pues,
¿debía tener miedo de sentirme de esa forma o considerarlo como un paso más
para curarme?
No,
lo mejor por ahora era olvidarme de eso. Además, puede que tarde o temprano
terminase recordándolo todo. Así pues decidí centrarme en el problema de Lana y
hablarlo con ella.
-Estoy
cansadísima –dijo Lana cuando llegó a casa, sentándose sobre uno de los sofás
del salón.
-Toma
–ofreciéndole una bebida, me senté a su lado.
-Gracias.
Acomodándose
más sobre el respaldo, bebió algunos sorbos.
-Hay
algo que me gustaría preguntarte.
-Dime.
-Trabajas
a jornada completa, ¿verdad? ¿Por qué no elegiste un trabajo a jornada parcial?
Eres joven. Podrías continuar con tus estudios de esa forma.
-Por
dinero. En este trabajo me pagaban mucho más que otros a jornada parcial. Ahora
mismo necesito el dinero por lo que...no puedo entretenerme en mis estudios...
–mientras decía esto, jugueteaba con el vaso, pasando el dedo varias veces por
el borde. Se la notaba pensativa y diría que preocupada.
En
ese momento, respiré hondo y me preparé para entrar en un tema que quizás no
fuese muy agradable.
-¿Es
por lo de tu casa?
De
repente, el movimiento de sus dedos se detuvo y giró la cabeza levemente hacia
mí.
-¿Quién...te
lo ha dicho...?
-Lo
he descubierto yo mismo –técnicamente no era mentira, ya que había llegado a la
conclusión por mi cuenta a partir de la escasa información recibida-. El banco
va a quitarte la casa, ¿verdad?
Se
quedó callada durante unos segundos que se hicieron bastante tensos. Tras esto,
exhaló un fuerte suspiro.
-No
es como que mis padres la compraran sabiendo que no la podrían pagar. Ambos
trabajaban por lo que el dinero no era un problema. Además, ayudaban como
voluntarios a otras personas en peores condiciones. Tanto mi hermano como yo
nos sentíamos orgullosos de ellos. Incluso, pese a tener poco tiempo,
intentaban utilizar parte para estar con nosotros. Sin embargo, un día mi madre
se puso enferma. El doctor dijo que la causa podía haber sido el estrés. Al
estar tan ocupados, había veces que apenas podían dormir y eso terminó repercutiendo
en la salud de mi madre.
El
coste del tratamiento y el hecho de que mi madre tuviese que cambiar de trabajo
dieron lugar a dificultades económicas, por lo que comenzó a formarse una deuda
que poco a poco se hizo más grande. Por supuesto, por aquella época, mi hermano
y yo no sabíamos nada sobre esto. Prefirieron mantenernos al margen de todo
aquello.
Después
de que muriesen, con dieciocho años casi recién cumplidos, tuve que encargarme
de la deuda de mis padres. El banco me dio un plazo de un año para cubrirla
pero, pese a recibir ayuda de algunos habitantes de aquí, ha sido imposible
conseguirlo, y no quisiera que los demás tuviesen que sacrificarse por mi
situación.
-Estoy
seguro de que Miles, por ejemplo, estaría gustoso de...
-Miles
ya ha tenido suficiente. Debido a que fue el aval de mis padres a la hora de
comprar la casa, él mismo se ha visto envuelto en la deuda, por lo que también
está pasando sus dificultades.
-Entiendo...
-Hace
poco me mandaron una carta, avisándome de que me darían un mes más como mucho.
Si para entonces no logro cubrir la deuda, me quitarán la casa.
-Esta
casa, significa mucho para ti, ¿verdad?
Lana
repasó la habitación con la vista, con un toque de nostalgia en sus ojos.
-He
vivido en esta casa desde que nací...junto con mi familia. Es aquí donde
pertenecemos...nuestro hogar... –pequeñas lágrimas se deslizaron sobre sus
mejillas. La impotencia y la rabia de no poder hacer nada para evitar aquel
final eran demasiado duros para una joven como ella-. No puedo dejar que me lo
quiten...
Agachando
la cabeza y poniéndola entre sus brazos, Lana lloró. Su cuerpo temblaba
mientras sus manos se cerraban fuertemente. En ese momento no supe qué decir
para consolarla. Pero, a veces, las acciones pueden ser mejores que las
palabras.
Decidido,
la abracé. Si soy sincero, no estaba seguro de si iba a funcionar, pero puede
que con ello fuese capaz de liberar un poco de su carga. La desesperación de
alguien que se ve incapaz.
Al
principio, se sorprendió, momento en el que sentí cómo su cuerpo daba un
pequeño salto, sin embargo, poco a poco el llanto fue a más hasta que,
levantando la cabeza, se lanzó a mi hombro, desatando todo lo que tenía
guardado...desahogando su dolor. Es posible que aquello sólo la tranquilizase
durante una noche. Aun así, era lo mejor que podía hacer. Mañana sería otro
día, y entonces, pensaría en una solución...
Aquella
noche tuve otra pesadilla. En ella, volvía a ver a la misma mujer en la camilla
del hospital. Esta vez me decía algo pero era incapaz de escuchar sus palabras.
Yo intentaba gritar, sin embargo, no salía ningún sonido de mi garganta.
Entonces me envolvía una sensación de ahogo que se volvía más y más fuerte
conforme el escenario a mi alrededor se llenaba de agua, hundiéndome en lo más
profundo mientras me alejaba de ella. En el momento en el que no podía aguantar
más la respiración, me desperté.
De
nuevo, esa ansiedad. Algo en mi mente parecía avisarme de que si recuperaba mis
recuerdos sólo encontraría dolor, y el miedo y una extraña curiosidad me
inundaban.
Puesto
que no podía dormir, decidí ponerme a pensar en qué hacer con el problema de la
casa pero pasaron las horas y no tenía ningún plan que me pareciese mínimamente
coherente. Por ejemplo, una de las ideas era la de ir a una de las ciudades
cercanas y pedir dinero para la causa pero nada me aseguraba que accederían y
dudo mucho que me dejasen salir de aquí así por las buenas. Al fin y al cabo,
seguían sin saber quien era.
Dudando
sobre qué decisión tomar, salí a pasear a fin de relajarme.
Todavía
era temprano, el Sol asomaba lo suficiente como para emitir algo de luz sobre
las calles por las que andaba pero no veía a casi nadie aparte de mí.
Sintiendo
algo de frío, metí las manos en los bolsillos y dejé que los pies me llevasen
adonde quisiesen, llegando hasta una playa de arenas limpias y agua clara. Un
lugar tranquilo, más teniendo en cuenta la escasez de personas.
-¿No
dijeron que me habían encontrado en una playa? –me pregunté mientras me sentaba
sobre la arena y miraba hacia las nubes. A lo lejos todavía se podía observar
la forma de la Luna.
El
agua bañaba los pies de las dos o tres personas que había además de mí, quienes
la disfrutaban como si la fría brisa de la mañana no fuese con ellos. No
obstante, yo me sentía un poco temeroso de acercarme.
No
estaba seguro pero quizás tuviese que ver con la pesadilla que había tenido
antes.
-¿Qué
haces aquí? –preguntó de repente una voz a mi espalda.
Al
girarme me encontré con Lana, quien se sentó a mi lado.
-Me
apetecía relajarme un poco. ¿Y tú? Creía que todavía estabas durmiendo.
-Lo
cierto es que te he escuchado levantarte y he decidido seguirte. Perdona.
-No
te preocupes...probablemente sea yo quien debería disculparse por haberte
despertado.
Ella
rió.
-Lo
cierto es que...quería darte las gracias. Gracias a ti me siento mejor.
Aunque...las cosas sigan igual...por lo menos siento que me he quitado un peso
de encima. Creo que puedo continuar enfrentándome a esto hasta el final, sea
cual sea.
-No
creo que haya hecho nada que merezca reconocimiento pero...no hay de qué. Lo
cierto es que me gustaría ayudarte de alguna forma. Por desgracia, no se me
ocurre nada. Encima, no puedo salir de este lugar o acabaré en manos de la
policía.
-No
tienes por qué esforzarte.
-Pero
quiero hacerlo. Siento que debo hacerlo...
-¿Por
qué? –preguntó ella, mirándome directamente.
-No
estoy seguro. En parte creo que es...porque forma parte de mí mismo...pero, si
no lo hago...es como si no pudiese seguir adelante...
-¿Crees
que tiene que ver con tus recuerdos?
Asentí,
posando mis ojos sobre la arena.
-Entiendo
–dicho esto, Lana se puso en pie, forzándome a hacer lo mismo- ¡Vamos!
-¡¿Qué?!
–sorprendido, me las apañé para mantener el equilibrio.
-¡Si
de verdad quieres esforzarte, yo no puedo ser menos! ¡Hagámoslo lo mejor que
podamos! –exclamó, con una sonrisa en su rostro.
De
repente me sentí extrañamente impresionado. Anoche era una chica desesperada
por la situación en la que se encontraba, y ahora, alguien que había recobrado
la fe en sus posibilidades. Cualquiera podría decir que se recuperaba demasiado
rápido, no obstante, era algo que no me desagradaba en absoluto.
-Bien.
Hagámoslo. Juntos. –dije con voz firme y segura, dando el primer paso de vuelta
a casa.
Fue
entonces, cuando, sin previo aviso, mi vista se nubló y mis piernas me
fallaron, aterrizando de cabeza contra el suelo.
-¡Jeen!
¡Oye, Jeen! –escuché la voz de Lana, cada vez más distante, hasta que perdí el
conocimiento.
“Donde vivía, me conocían por ser un buen
médico. Uno que se implicaba mucho en la salud y la vida de sus pacientes hasta
el punto de que, para curarles de su enfermedad, llegaba a realizar acciones
poco éticas que violaban su intimidad. Era un médico de lo más entrometido. Un
metomentodo.
Pero a mí no me importaban sus quejas, ni
tampoco los avisos de mis superiores. Lo importante era que conseguía salvar
sus vidas y llevarles a un final feliz.
Por desgracia, este hecho repercutía en mi
vida personal. Me dedicaba tanto a mis pacientes que apenas pasaba tiempo con
mi mujer.
Muchas veces llegué a preguntarme por qué
seguía conmigo pese a la distancia que se había creado entre nosotros. No
obstante, en ningún momento se quejó. Siempre me despedía con una sonrisa cada
vez que me iba y me recibía con la misma expresión cada vez que volvía. Sin
importar el tiempo que pasase.
No merecía a alguien así. Alguien tan bueno
como para seguir queriéndome después de todo.
Un día, mi mujer cayó enferma y tuvo que ser
hospitalizada. Acepté el caso como su médico y empecé a investigar sobre su
enfermedad. Sin embargo, por más que lo intentaba, no lograba llegar a ninguna
solución.
Hablé con médicos de otros países, indagué en
los estudios más recientes...pero todo era inútil. Sólo podía ver cómo cada vez
era más incapaz de moverse mientras sufría de terribles dolores.
Al tiempo que se volvía más y más débil, me
di cuenta de cuánto la quería, de lo que significaba para mí. Y el
arrepentimiento y la desesperación se adueñaron de mi ser.
Qué ironía. Tratando de conocer a mis
pacientes para saber más sobre cómo tratarlos y no ser capaz de curar a quien
más debía conocer.
Con falta de sueño, tomando medicación, y al
borde de que me relegaran del caso por estar destruyéndome de esa forma; las
veces en las que la visitaba se convertían en un infierno. Ya no sólo por verla
en aquel estado, sino porque era capaz de seguir sonriendo, saludándome cada
vez que entraba y despidiéndome cada vez que me iba. Era como si nunca dejase
de luchar...como si pensase que todavía tenía posibilidades de sobrevivir...
Y entonces, sin poder aguantarlo más, decidí
acabar con todo.
Eutanasia. Muerte humanitaria. Prohibida
donde vivo pero una manera de acabar con la vida de alguien que esta sufriendo
de una enfermedad terminal como era la de ella.
Incluso si era ilegal, en ese momento lo
único que tenía en mente era terminar con aquella tortura que nos rodeaba a
ambos.
Aquel día entré en su habitación, siendo
recibido de nuevo por aquella sonrisa que hacía que mi pecho se encogiese. Me
acerqué a la vía que tenía puesta y me preparé para ponerle la inyección. Sin
embargo, en el último momento, me detuve.
No podía hacerlo. No podía dar el paso para
terminar con aquello. Pese a que la quería tanto, pese a que no podía soportar
verla así, pese a todo el arrepentimiento, toda aquella desesperación, todo su
sufrimiento...al final, no podía.
Entonces, no sé si por fruto de algún
milagro, o simple fuerza de voluntad, alargó su mano hacia mí. Lentamente,
temblorosa, forzando sus músculos a lo indecible dado el estadio de su
enfermedad.
Con fuerza casi imperceptible, me agarró de
la bata y sonrió de nuevo.
En ese momento lo entendí: se estaba
despidiendo de mí.
-¿Por qué? –pregunté a la vez que todo mi
dolor se transformaba en lágrimas que descendían sobre mis mejillas y mi voz se
rompía entre sollozos- ¿Por qué sigues sonriendo... en un momento como éste...?
Lo que me contestó entonces, fue algo que no
llegue a entender, pero si sabía cual era su deseo: morir en paz.
Y así, finalmente, inyecté aquella sustancia
en su cuerpo...
Ella, sin dejar de mostrarme aquella
sonrisa, fue cerrando los ojos poco a poco conforme su pulso y respiración se
iban deteniendo, hasta expirar su último aliento.
De repente, una enfermera entró en la
habitación, descubriendo lo que acababa de hacer y provocando que, por acto
reflejo, saliese corriendo de allí, perseguido por aquéllos que habían sido
alertados por los gritos de la chica.
Así pues, consiguiendo despistarles durante
unos minutos, llegué hasta un puente que se situaba sobre el río que cruzaba de
punta a punta la ciudad en la que vivía, conectando con el mar. La distancia
entre dicho puente y el agua era considerable, lo suficiente como para matarse
si alguien se caía, más teniendo en cuenta que el río no era muy profundo.
En ese instante pensé que, quizás, aquel era
el mejor final para alguien como yo. Una persona que había olvidado lo más
importante y que, además, no había sido lo suficientemente bueno como para
conservarlo, no merecía vivir.
Y así, sin pensármelo dos veces, me lancé,
esperando que, si había alguna manera de reunirme con ella después de la
muerte, esta vez, fuese capaz de atesorarla.
Pero la suerte, o más bien la desgracia, no
quiso darme el descanso eterno. Todavía vivo, aunque inconsciente, fui
arrastrado por el río hacia el mar, acabando finalmente en la playa. Despojado
en alguna parte del trayecto de la bata que me identificaba como médico y
habiendo perdido la memoria, Lana me encontró.”
Volví
a despertarme en una de las habitaciones del hospital. Tanto el doctor como
Lana se encontraban a mi lado. Ella con expresión de preocupación, relajándose
un poco al verme abrir los ojos.
-¡Jeen!
¡¿Estás bien?!
Desplacé
la vista hacia el doctor y otra vez hacia ella.
-Sí.
-¿Te
duele algo? –preguntó el doctor.
Negué
con la cabeza y suspiré profundamente.
-Yo...ya
me acuerdo...
-¿Qué?
–se sorprendió Lana.
-Lo
he recordado todo –afirmé-. Cuando me encontrasteis en el mar...había intentado
suicidarme...
-¿Suicidarte?
¿Pero por qué?
-Yo...maté
a mi mujer...
Ante
tal declaración, ambos se quedaron en silencio.
-Ella...estaba
sufriendo de una enfermedad terminal. No pude soportar más verla en ese
estado...así que yo...
-Le
inyectaste un fármaco para cesar su vida –sentenció el doctor.
Parece
que, sin necesidad de decírselo, había entendido a qué me refería.
-Así
es.
-Entiendo.
No indagaré más en ello pero supongo que sabes que la eutanasia en humanos es
ilegal. Al menos en este país.
-Lo
sé. No creo que la policía tarde mucho en encontrarme.
-Pero,
tú...lo hiciste porque la amabas, ¿verdad? –preguntó Lana.
-Yo...
–me detuve durante unos segundos-. Sí, así es.
-Entonces,
¿por qué tienes que ser detenido por ello?
-Las
cosas no son tan sencillas, Lana –dijo el doctor-. Tú deberías saberlo mejor
que nadie.
-No...me
parece justo...que tengas que pagar por algo a lo que fuiste obligado...
-No
importa, Lana. Tengo que aceptarlo...
-¿Por
qué?
-Porque
de esa forma...puedo seguir adelante...
Su
mirada era triste, y sabía que dijese lo que dijese, estaría en contra. Sin
embargo, desistió de convencerme.
-Dada
la situación, sabes que me veo obligado a llamar a la policía.
-¿Doctor?
–se sorprendió Lana.
-Sí,
lo sé. No obstante, antes de ello, quisiera hablar con otra persona. Es lo
único que te pido.
-Me
pones en un compromiso...
-Por
favor, juro que no pretendo huir. Ya lo intenté una vez...y no pienso volver a hacerlo...así
que...por favor...
El
doctor se mantuvo pensativo, con expresión seria. De hecho, parecía que fuese a
rechazarla pero, finalmente, accedió.
-De
acuerdo. No te entretengas. Cuando venga la policía no podré hacer la vista
gorda por más tiempo.
-Gracias.
Pasaron
varias horas hasta que una enfermera abrió la puerta de mi habitación,
indicando que tenía una visita. Posteriormente, dio paso a un hombre alto y
delgado, de pelo corto, bien peinado, y vestido con traje y corbata.
-Gracias
–le dijo a la enfermera mientras ésta se marchaba, dejándonos a solas.
Acto
seguido, se sentó en la silla que se sentaba a mi lado.
-Ah,
veo que estás bien, dentro de lo que cabe. Puesto que no se encontró tu cuerpo
después de que te lanzases al río, nadie sabía si estabas vivo o muerto. Me
alegra haberte encontrado antes que la policía.
-...Dave...yo...
-No
hace falta que digas nada –me interrumpió-. Sé por qué lo hiciste y no te
guardo rencor. Es más, te doy las gracias por ello.
Aquello
me pilló desprevenido. No esperaba que él, de todas las personas, fuese quien
me dijese aquellas palabras.
-No
eras el único que quería hacer lo que fuese por salvar a mi hermana. Y, al
igual que a ti, aquella situación también me estaba destrozando. Pero, al final,
fui incapaz de hacer nada por ella. Tú te atreviste a hacer aquello que para mí
fue imposible. Y creo que, de esa manera, la salvaste.
-Yo...no
merezco tu agradecimiento. Te llamé, pidiéndote que no avisaras a la policía
para, al menos, pedirte perdón antes de que me ajusticiasen.
-Te
culpas demasiado, ¿no crees?
-No
fui un buen marido. No le presté la atención que merecía. Quizás por ello fui
castigado con sufrir aquella tortura. Y, como un cobarde, fui incapaz de seguir
afrontándola, llegando incluso a intentar quitarme la vida.
-Hace
tiempo, le pregunté a mi hermana por qué seguía con alguien como tú, una
persona que se centraba más en su trabajo que en su propia familia. ¿Sabes lo
que me contestó? Que tú eras un héroe y que, por tanto, no podía evitar
compartirte. Pero que todo héroe necesita su apoyo. Por eso, ella estaría para
ti en todo momento, esperando a que regresases, para recibirte y para verte
marchar, siempre con una sonrisa que te diese fuerzas. Ella nunca hubiese
querido verte sufrir. Porque ella te quería más que a nada en este mundo.
Mis
manos comenzaron a temblar descontroladamente al tiempo que mi vista se volvía
borrosa por las lágrimas.
-Gracias...de
verdad...muchas gracias... –declaré desde lo más profundo de mi corazón.
-¿Y
bien? Si hay alguna cosa que pueda hacer por ti. Me gustaría al menos
devolverte el favor.
-Si
es posible...hay algo que me gustaría pedirte. Sé que es egoísta pero...
-Adelante
–dijo Dave.
-Hay
una chica que me ha estado cuidando estos días. Ha sido poco tiempo pero, pese
a no conocerme, no tuvo problema en ayudarme y darme asilo. Podría decir
incluso que me salvó la vida. Sin embargo, esa chica también se encuentra en un
momento muy difícil, así que me gustaría que la ayudases.
-¿Estás
seguro? ¿Es eso lo que deseas?
-Tú
has dicho que ella me veía como un héroe, ¿verdad? Un buen héroe tiene que
ayudar a los demás, pase lo que pase.
-Je,
esa sí es una buena determinación. De acuerdo, cumpliré con tu petición.
-Gracias,
Dave.
Tras
eso, la policía vino al hospital para llevarme con ellos. Miles junto con otro
de los policías me escoltaron hasta un coche patrulla que me llevaría de vuelta
a la ciudad a la que pertenecía, donde sería ajusticiado por mi crimen.
-Oye
–dijo Miles de repente mientras caminábamos.
-Qué...
–contesté.
-El
doctor me ha contado sobre...tu historia...
-Ya
veo...
-Cuando
termines tu condena...pásate por aquí si quieres...estoy seguro de que Lana
estará feliz de verte...
-Claro.
Eso haré... –dije, sonriendo levemente.
Cuando
llegamos frente al vehículo, allí se encontraba ella, esperando.
-¿Podéis
dejarnos a solas un momento?
Miles
la miró fijamente, se ajustó su gorra de policía y se separó de mí, haciéndole
una señal a su compañero para que me soltase.
-Tenéis
cinco minutos...
-Ese
hombre, Dave, me ha contado lo que le dijiste.
-Sé
que es repentino pero, me gustaría que aceptases su ayuda. Es el director del
hospital en el que trabajaba, por lo que tiene bastante influencia. Él sabrá qué
hacer con la deuda.
-Pero...tú...creía
que íbamos a hacer esto juntos...
-Lo
sé. Las promesas no siempre pueden cumplirse al igual que no todas las vidas
pueden salvarse. No obstante, te prometo que cuando cumpla mi condena, volveré
aquí para estar contigo. Tengo el permiso de Miles al fin y al cabo.
-Espero
que no se le olvide para entonces –rió ella, tras lo cual me abrazó-. No te
atrevas a incumplir esta promesa.
-No
lo haré...
Metiéndome
en la parte de atrás del coche, miré una última vez el rostro de Lana, quien me
devolvió la mirada acompañada de una sonrisa.
-Volveremos
a vernos –dijo ella.
En
ese momento, tuve un sentimiento de nostalgia...el recuerdo de aquella última
despedida de mi mujer, así como sus últimas palabras.
“-Porque más allá de una despedida...siempre
habrá un nuevo encuentro...por eso...no tengo miedo...ya que estoy segura...de
que podrás seguir adelante...”
No hay comentarios:
Publicar un comentario