sábado, 8 de agosto de 2015

The three global powers: Capítulo 17

Quinque despertó en una habitación desconocida. El techo estaba a bastante altura comparado con el de otros dormitorios y, al mirar a su alrededor, comprobó la ostentosidad de su diseño.

 

Desconcertada, se levantó de la cama en la que había estado durmiendo, llegando poco a poco a la conclusión de dónde podría encontrarse.

 

Lo último que recordaba era haber sido noqueada por Miruru y Kai, justo después de apretar el botón para avisar a Duobus en caso de emergencia.

-¡Ugh! –se quejó la joven, visiblemente molesta- ¿Y esto? –se preguntó a sí misma al darse cuenta de que alguien la había cambiado de ropa-. Bueno, que más da –sentenció, dirigiéndose hacia la puerta de salida.

 

Nada más poner un pie fuera, se topó con una cara conocida.

-¿Duobus? ¿Qué haces aquí? –preguntó Quinque, ligeramente sorprendida.

-Te estaba esperando. Sígueme –respondió su compañera, sin cambiar de expresión.

-¿Esperando?

-Sí. Me han dicho que te haga de guía.

-Tan obediente como siempre –respondió la chica de pelo plateado, frunciendo el ceño.

 

Tras esto, ambas recorrieron los pasillos del que, supuso, debía de tratarse de la mansión del emperador.

 

Estaba claro que éste no escatimaba en gastos en cuanto a su bienestar se refería. Al fin y al cabo, se consideraba a sí mismo una especie de dios. Y es que la verdad era que la miseria que había en el imperio no se diferenciaba mucho de la facción, sólo que se centraba exclusivamente en una parte de la población, la cual, no es que fuese pobre, era paupérrima.

 

Dentro de la sociedad del imperio se distinguían aquellos con poder y recursos, y aquellos que no tenían nada. Algunos, ni siquiera con lo que vestirse. Los últimos a veces eran utilizados como sirvientes de los primeros. Algo de lo que podían considerarse afortunados, ya que, para evitar una revolución, el emperador utilizaba al resto como sujetos para la experimentación con el Radiar. A ellos, además, se unían los civiles capturados durante sus escaramuzas en otras villas o ciudades tanto de los alrededores como de dentro de sus territorios.

 

Hasta ese nivel se extendía la sombra del imperio. El principal objetivo que los Rebeldes querían eliminar.

 

Mientras meditaba sobre ello, fue llevada a la sala del trono del emperador, donde las esperaban el resto de miembros del proyecto Gaia, incluido el propio soberano.

-Por fin has llegado, Quinque –dijo Detz, situándose frente a ella una vez se hubo detenido la joven. A su lado estaba Sextus.

-¿Y esto? –preguntó ella a su compañero, entre susurros.

-¿No te lo imaginas? –respondió Sextus, con expresión seria.

-No me andaré con rodeos. Os he reunido aquí para que me expliquéis el porqué de vuestra derrota –dijo Detz.

-Fue culpa de ese grupo. Se han vuelto más fuertes desde la última vez. Además, Quattuor está con ellos. –se defendió Quinque.

-Con él en su equipo, todo se hizo más difícil –añadió Sextus.

 -Quizás también tuvo que ver que Alder os descubriese –continuó Detz.

-¡¿Se lo has contado?! –se quejó Quinque a su compañero.

-Aunque lo hubiese ocultado, lo habría descubierto de todas formas.

-¿Qué tienes que decir a eso, Quinque? –interrumpió el científico.

-No esperaba que sospechase de mí. Fue un error por mi parte.

-Así es. Y tampoco me vale que uséis a Quattuor como excusa. Si hubieseis sabido mantener la situación bajo control, ni siquiera hubiesen entrado al recinto.

-¡Pero, Detz, pudieron seguir peleando incluso después de utilizar el Sonar! ¡Eso significa que también tenían algo que les protegía!

 

Tras darles la espalda, Detz se mantuvo en silencio unos instantes antes de susurrar.

-Meriah... hasta después de muerta sigues dándome problemas –entonces se encaró de nuevo a los descendientes- En cualquier caso, vuestro error podría haber supuesto nuestra derrota. Por suerte, ya hemos puesto en marcha algunas contramedidas. Y una de ellas es el hecho de que no saben que el mismísimo emperador está de nuestra parte.

-Por supuesto. Ardo en deseos de una batalla digna de mí –declaró el soberano, con una sonrisa arrogante.

-En cuanto a vosotros, no está en mi mano castigaros, ya que no es a mí a quien servís. Pero hay algo que sí puedo hacer –dijo Detz.

 

De repente, los cuerpos de Quinque y Sextus fueron atravesados por sendas espadas empuñadas por Tribus y Unum, situados justo detrás de ellos.

 

Sorprendidos, notaron algo saliendo de sus cuerpos, produciéndose una luz que cegó a todos los presentes.

 

Instantes después, las hojas de ambas espadas fueron extraídas de su interior, adheridas a sus extremos sendas esferas de color verde.

-Por si os lo estáis preguntando, estas espadas se llaman “Errantia”. De hecho, creo que ya os hablé de ellas. Transmiten ondas de energía que generan un efecto de resonancia en los fragmentos del Núcleo de Jade de vuestro organismo, reuniéndolos en la esfera que veis y permitiendo su extracción –explicó Detz mientras llevaba dos recipientes de vidrio sobre los que Unum y Tribus depositaron los núcleos-. Esta vez habéis tenido suerte, pero dudo que, a estas alturas, desconozcan medios para mataros. La destrucción de los núcleos es algo que no puedo permitir. Por tanto, creo que estarán más seguros en mis manos.

 

De rodillas sobre el suelo, Quinque y Sextus vieron como el científico se llevaba sus núcleos, habiendo dejado como único rastro de su extracción un corte en su ropa.

-Ya podéis retiraros –indicó Detz-. Cuando la tenga, os daré una “Errantia” a cada uno. Necesitamos tomar todas las medidas posibles para quitarle el núcleo a Quattuor.

-Entendido –contestaron ambos, tras unos instantes de duda, y levantándose con un ligero tambaleo.

 

En ese momento, se escuchó un mensaje emitido a partir del sistema de comunicación telefónica de la mansión.

-¡Excelencia! ¡Un grupo perteneciente a los Rebeldes ha iniciado un ataque contra una de nuestras bases en la “Distrito α”! ¡Nos están acorralando!  ¡¿Cuáles son sus órdenes?!

-Así que en la “Distrito α”. Eso está cerca de aquí, por lo que probablemente quieran mi cabeza. No deben de ser muy listos –respondió el emperador, con una sonrisita burlona.

-Duobus, encárgate tú –ordenó Detz.

-Sí. –respondió la chica, desapareciendo por uno de sus portales.

-¿Vas a dejar que se encargue ella sola? –preguntó el soberano.

-Así será más rápido. Dentro de los descendientes hay tres que han aprendido a manejar sus habilidades mejor que los demás. Dentro de los semidioses se encuentra Unum; en el grupo de los guerreros armados, Quattuor; y dentro de los nigromantes... Creo que será mejor que ella te lo demuestre.

 

Mientras tanto, los Rebeldes, divididos en varios grupos, se defendían de los soldados del imperio, abriéndose paso por terreno abierto hacia su base.

 

Los soldados, habiéndose visto sorprendidos por el ataque, veían mermadas sus filas, aguantando como podían hasta la llegada de refuerzos.

-¡Recordad! ¡Nuestra misión es la de llegar al almacén en la planta baja, en el área derecha! –explicó el líder de la operación a los capitanes de cada grupo una vez hubieron encontrado una zona segura en el interior de la base- ¡Mi equipo se dirigirá allí, quiero que los demás nos cubráis y bloqueéis los puntos de entrada, ¿entendido?!

-¡Entendido! –confirmaron los demás.

-¡La operación deberá hacerse antes de que lleguen refuerzos! ¡Moveos, deprisa!

 

Tras esto, el grupo capitaneado por el líder de la operación continuó su avance por los anchos pasillos de la planta baja. Éste estaba constituido por cinco soldados, incluyendo al líder: dos de ellos al frente, uno con un fusil de corto a medio alcance y el otro con uno de largo alcance; otra pareja en medio con el mismo armamento; y un último en la retaguardia, cubriendo al resto con un rifle de largo alcance.

 

Así pues, fueron reduciendo el número de soldados enemigos en su camino, acertando en sus puntos vitales con gran precisión y siguiendo un patrón de ataque similar: los que llevaban armas de largo alcance comenzaban la acometida, con aquellos que poseían armas de corto a medio alcance cubriendo a su pareja o distrayendo al enemigo, puesto que también disponían de mayor equipo de protección.

 

De esa forma, llegaron a la puerta del almacén, donde el líder puso una carga explosiva.

-¡Alejaos! –ordenó mientras todos corrían a cubrirse, activándola poco después.

 

Una vez se hubo asegurado de que la entrada había sido abierta, hizo una señal a sus hombres para indicar que lo siguiesen.

-¡Tened cuidado, no sabemos qué puede haber dentro! –dijo, dando el primer paso al interior del almacén.

 

Cuando se hubo disipado el humo de la explosión, observaron un gran número de cajas ocupando a lo largo y ancho de la sala.

-¡Deben de ser cargamentos de Radiar! ¡Pondremos explosivos por toda la cámara y la echaremos abajo! –indicó mientras sacaba su comunicador para informar al resto de equipos-. ¡Hemos llegado al almacén! ¡¿Cómo va todo en vuestra posición?!

-¡Agh! –se escuchó al otro lado.

-¡Socorro! –gritó otra voz- ¡No quiero morir! ¡Ugh!

-¡¿Chicos?! ¡¿Qué sucede?! –preguntó el líder de la operación.

 

Justo a su lado se escuchó otro grito, cayendo al suelo uno de su propio grupo, con un agujero, aparentemente de bala, entre ceja y ceja.

-¡¿Qué...?! –sin tiempo siquiera para sorprenderse, los demás sufrieron el mismo destino, cayendo al suelo, fulminados y sin dejar rastros de sangre.

 

Al mirar al origen de aquella masacre, el hombre descubrió la figura de una mujer observándolo con expresión de total y absoluta indiferencia. Flotando a su lado había dos rifles.

-¿Quién eres?

-Me llamo Duobus –contestó ella, eliminándolo en el acto.

 

Tras haberse eliminado a los Rebeldes, llegó una comunicación por parte de los soldados imperiales, confirmando su asesinato en un tiempo estimado de unos diez segundos. Todos con un agujero de bala en el mismo sitio.

-Es increíble –halagó el emperador-. Cada día me gusta más esa chica.

 

En otro lugar del mundo, concretamente en el interior de una choza situada en mitad de un extenso oasis, un hombre con apenas capacidad para moverse por sí mismo se encontraba mirando el cielo por la ventana de su habitación.

-Se avecina una tormenta –murmuró para sí mismo.

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