sábado, 18 de febrero de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 3

Sue despertó. Se encontraba en el interior de una celda. Al principio, se sintió un poco desorientada, pero poco a poco, fue recordando lo ocurrido.

Dadas las circunstancias, todo apuntaba a que habían decidido esperar hasta el momento ideal para mostrarles a los demás cómo se trata a quienes predican ideales de libertad. Supuso que la humillarían, torturaría y ejecutarían públicamente.

Lágrimas cayeron sobre sus mejillas. No podía evitar pensar en lo sucedido con el hombre de antes, quien, incapaz de enfrentarse a sus opresores, la había dejado sola.

“Supongo que este es el final. Quizás debería haberme rendido”, pensó, sintiéndose de repente muy cansada.

-¡Oye, tú! -mientras tanto, en los aposentos del líder, éste llamaba a uno de sus secuaces- Haz los preparativos para el castigo a la chica. Esos pueblerinos van a aprender de primera mano lo que significa enfrentarse a mí. Ah, y reserva un lugar especial para sus padres. Quiero que lo disfruten –ordenó con una sonrisa macabra mientras su súbdito asentía y se disponía a llevarlo a cabo.

(Varias horas antes)

-¡Señor! ¡He traído a la chica! –exclamó su súbdito, anteriormente humillado por Kai, mientras entraba triunfante por la puerta. Sólo que esta vez traía como trofeo a Sue.
-Oh, parece que no sois tan inútiles como pensaba –se burló el líder
-Suéltame... –logró decir la chica pese a que se encontraba mareada.
-¿Eh? Creía que la había noqueado. Tendré que volver a dormirla...
-¡Espera! –le detuvo el líder, levantándose de su sitio y acercándose a él.

La chica no estaba muy segura de lo que ocurría a su alrededor. Su visión estaba borrosa y las voces de sus captores se escuchaban ligeramente distorsionadas. Pese a ello, podía entender lo que decían.
-Así que tú eres la que les ha estado causando tantos problemas a mis súbditos, ¿eh? No pareces gran cosa, la verdad –dijo mientras la escudriñaba de arriba abajo-, pero he de reconocer que tienes valor. Lo pasaré en grande contigo. Sin embargo, antes me gustaría hacerte un par de  preguntas. Dime, ¿dónde está el chico que iba contigo?
Sus palabras sorprendieron a la joven. ¿Se refería a Kai?
-N-no lo sé...
-Sabes que no está bien mentirme, ¿verdad?
-No es mentira... no lo sé...
-Vaya... que decepción.

Sin previo aviso, el hombre golpeó la mejilla de Sue, tan fuerte que el súbdito que la llevaba a cuestas casi pierde el equilibrio.

La joven no sintió dolor, pero la sensación de mareo se volvió más fuerte y escuchó un fuerte pitido en sus oídos. Además, pudo observarse un hilo de sangre a partir de la comisura de sus labios.
-Lo siento,  no es la respuesta que esperaba oír –dijo el líder-. Aunque, por el momento, te perdonaré tu pequeña mentira. Ya buscaremos al otro más tarde. En cuanto a ti, nos servirás para demostrarle al pueblo lo que ocurre con los rebeldes –sentenció mientras se volvía a su sitio. De repente, cayó en la cuenta de algo, girándose en dirección a la chica- Casi lo olvido, tenía otra pregunta que hacerte. Dime, ¿te ha hecho caso alguien?

Debido al estado en el que se encontraba, no llegó a entender la pregunta pero, aunque lo hubiese hecho, tampoco habría contestado. Sólo se estaba burlando de ella por su incapacidad al no lograr convencer al pueblo de rebelarse

-Lo imaginaba. Por más que lo intentes no te servirá de nada. El poder lo es todo e este mundo, y ese poder se consigue mediante el miedo. Ellos tienen demasiado miedo como para rebelarse. Qué pena, ¿verdad? Los fuertes sobreviven y los débiles mueren. Así es la guerra –tras esto, realizó un gesto con la cabeza, en señal de que la llevasen a una celda.”

(En la actualidad)

- Así es chica –se dijo a sí mismo el líder, tras recordar lo ocurrido-. No queda esperanza para vosotros.

Mientras tanto, frente a la puerta del emplazamiento en el que se cobijaban el líder y sus secuaces, se hallaban los habitantes del pueblo. Un cierta distancia de ellos, todavía sin saber de su posición, había algunos de esos secuaces apostados cerca de la entrada, vigilándola.

Comandando el grupo de rebeldes se encontraba el padre de Sue.
-Bien, tenemos que pensar en alguna manera de entrar –dijo el hombre, quien, de vez en cuando, echaba un vistazo a los guardianes de la puerta, por cualquier movimiento sospechoso que pudiesen hacer.
-Si ni siquiera tenemos idea de donde está Sue –contestó uno de los pueblerinos.
-Tiene razón. Ni siquiera sabemos si ya la habrán...
-¡No te atrevas a decirlo! –amenazó el padre de la chica, a lo que todos callaron- Hay que conservar la esperanza. Quizás sólo la hayan encerrado. Una vez estemos dentro, la buscaremos.
-Pero, ¿cómo vamos a entrar?
-La única manera que se me ocurre es que nos dividamos en dos grupos, y mientras uno los distrae, el otro se ocupa de de buscarla.
Ante aquella propuesta, se hizo el silencio. Nadie se atrevía a corroborarla ni a rechazarla.
-Sé que es arriesgado –prosiguió el padre de Sue-, por lo que si no estáis seguros, encontraremos otra forma de...
-No, en realidad no creo haya una mejor opción –dijo el pueblerino que había echado a Sue de su casa-. Yo me encargaré de distraerlos.
-¿Estás seguro?
-Le debo una disculpa a esa chica. Es lo mínimo que puedo hacer por ella.

El padre de Sue se mantuvo unos instantes en silencio. Acto seguido, levantó la cabeza, mostrando una expresión decidida que ayudó a aumentar, aunque ligeramente, la moral del resto.
-Bien, intentémoslo entonces.

Serían aproximadamente cuatro los que vigilaban la entrada. Pocos, pero bien armados. Si intentaban un enfrentamiento directo, aunque lograsen vencer, seguramente significase el sacrificio de varios de ellos, por tanto, la mejor táctica se les ocurría era un ataque a distancia.

Teniendo en cuenta que no considerarían un intento de rebelión por su parte, había grandes probabilidades de que los subestimasen, persiguiendo todos al grupo de distracción, o al menos, la mayoría.

Sin embargo, ese grupo se enfrentaba a un riesgo mayor que el de ser perseguidos, y éste era la solicitud de refuerzos por parte del enemigo, ya que entonces la ventaja numérica de la que disponía se esfumaría. Aunque ello ayudaría al grupo encargado de buscar a Sue, más pequeño que el de distracción, que lo tendría más sencillo para infiltrarse en el interior.

Pese a ello, y si todo iba bien, el grupo de distracción tenía la oportunidad de salir ileso. Tan sólo tendrían que correr y buscar lugar en el que esconderse.

Así pues, comenzaron la operación, acercándose el primer grupo a una posición desde la que pudiesen ser vistos fácilmente por los guardas. Desde ahí, les lanzaron todas las piedras que habían recogido previamente, golpeándoles fuertemente con ellas.
-¡¿Pero qué...?! –se quejaron los vigías.
-¡Por allí! –señaló uno de ellos comenzando la carrera detrás de los pueblerinos, quienes no dudaron ni un momento en huir.
-¡Ineptos! ¡Que alguien se encargue de llamar a los tiradores! ¡Esto va a ser una cacería! –ordenó otro.

Mientras un tercero volvía al interior del emplazamiento, el resto acompañó al primero en la persecución
-Ahora sólo tenemos que esperar a que abran las puertas para que salgan los refuerzos. Entonces, entraremos –dijo el padre de Sue.

-¡Bien! –exclamó el líder del grupo de distracción mientras dirigía la retirada- ¡De momento, tenemos ventaja en número, así que aprovecharemos para dividirnos el trabajo! ¡Mientras algunos se encargan de mantenerlos a raya, el resto prepararemos trampas para resguardarnos de los refuerzos! –dicho esto se detuvo unos instantes en un lugar que consideró seguro-. ¡Vosotros, dirigíos a la izquierda! –indicó señalando a algunos de sus acompañantes- ¡Vosotros, a la derecha! ¡Los demás daremos un rodeo y volveremos al lugar de partida! ¡Prepararemos un contraataque! ¡Daos prisa! –sentenció mientras los demás se disponían a moverse.

Los tiradores, cargados con ballestas y armas de fuego, como si saliesen a cazar, dejaron el emplazamiento.
-Vamos –dijo el padre de Sue, escabulléndose por detrás de matorrales secos, hasta llegar a la entrada, donde sólo quedaba un guardia, quien se estaba encargando de cerrarla.
-¡Ahora!

Rápidamente, el hombre se lanzó contra de vigilante, quien, sorprendido, apenas logró detenerle, acabando en el suelo, forcejeando.
-¡Rápido, entrad! –gritó el padre de Sue, sujetando las muñecas de su adversario.
-¡Pero...! –replicó su mujer.
-¡Me las apañaré! ¡Vete, deprisa!
Con una mano en su pecho y mordiéndose el labio inferior, la mujer desvió la mirada y se introdujo en el emplazamiento junto al resto, cerrando la puerta tras de sí.

Antes de seguir adelante, comprobaron que no hubiese más guardias dentro. Por suerte, no vieron a nadie en las afueras de la construcción central, donde se encontraban los aposentos del líder así como de otros secuaces y las celdas. Lo que significaba que tenían vía libre.

Así pues, ya bajo techo, atravesaron un pasillo poco iluminado, lo que le daba cierto toque siniestro, hasta otra puerta, más pequeña.
-Suponiendo que la hayan apresado, lo más lógico sea pensar que las celdas estén bajo tierra. Así que tendremos que buscar escaleras. Vayamos con cuidado.

Todos asintieron, tragando saliva antes de dar el siguiente paso. Lo que encontraron fue una gran sala, en mejor estado que el pasillo que acababan de dejar, en cuyos extremos superiores se podían observar numerosos ventanales y tragaluces,  iluminando un suelo de piedra, cubierto por una aterciopelada alfombra color rojo. Encima de dicha alfombra, había algunas mesas de madera lisa y de gran tamaño. Probablemente, lugar donde comían los soldados.
-Parece que hemos ido a parar al comedor. Sigamos buscando –dijo la madre de Sue.

Inspeccionando aquella cámara, no observaron nada destacable, más allá de algunos adornos y objetos desenterrados por ellos mismos y que les recordaban el valor que se les daba. Aunque para eso habían venido, para cambiar las cosas.

Conforme siguieron mirando, cayeron en la cuenta de que ese lugar debía de tener bastantes años, incluso las lámparas que lo iluminaban por la noche, funcionaban mediante el encendido de velas. Al fin y al cabo, no se podía pedir más del lugar más rico de un pueblo tan pobre como el suyo.
-Nada. No hay ningunas escaleras –afirmó un hombre.
-¡Esperad! –exclamó la madre de Sue, agachada junto a una placa de metal con un mango hecho del mismo material. A primera vista, era difícil diferenciarla de la piedra que constituía el suelo.
-¿Qué es esto? –preguntó una chica.
-Parece una trampilla –afirmó otro hombre.

Uno de ellos decidió tirar del mango, aplicando toda la fuerza que le permitieron sus brazos. De esa forma, logró que una de las losas se elevase ligeramente, necesitando la ayuda del resto para poder abrir la trampilla en su totalidad.

-Está oscuro y no se puede ver el fondo, pero parece que hay unas escaleras que van hasta abajo –dijo el hombre que había tirado del mango.
-¡Deben de llevar hasta las celdas! –señaló la madre de Sue- ¡Vamos!

Tras bajar hasta lo más profundo, descubrieron un pasillo, iluminado tenuemente por lámparas parecidas a las que habían visto arriba. Al final de éste, había una puerta de metal.
-¿Estás bien? –preguntó una mujer al ver la dificultad con la que respiraba la madre de la chica. Para alguien como ella, de salud delicada, todo aquel esfuerzo le estaba pasando factura.
-Sí. Sigamos –contestó pese a la mirada de preocupación de su compañera.

Mientras tanto, Sue permanecía sentada en el suelo de su celda, con la cara hundida entre sus piernas, pensativa. Entonces, escuchó el ruido de choques, caídas y pasos.

Poco después, vio a su madre aparecer frente a ella, sus manos sobre los barrotes que las separaban.
-¡Sue!
-¡Mamá!
-¡Gracias a dios que estás viva!
-¡¿Cómo has llegado hasta aquí?!
-¡Todo el pueblo nos ha ayudado a salvarte!
-¡¿Qué?! –aquella afirmación la dejó perpleja.
-¡Ya te lo contaré todo cuando salgamos de aquí! ¡¿Cómo se abre esto?! –preguntó mirando los barrotes con notable nerviosismo.
-¡S-seguramente los soldados que me vigilaban llevan las llaves consigo! Por cierto, ¿donde están?
-Aquí –dijo un chico, arrastrando sus cuerpos inconscientes con la ayuda de otras tres personas. El efecto sorpresa y la diferencia en número debía de haberles dado ventaja frente a ellos.

Sacando las llaves de uno de los bolsillos de los guardas, el chico se acercó a la cerradura y, tras probar varias veces, acertó con la llave correcta, logrando abrirla.

Nada más salir, Sue abrazó a su madre, derramando lágrimas de miedo y alegría.
-Ya pasó todo, hija mía. ¡Deprisa! ¡Salgamos de aquí!

Por otro lado, las trampas puestas por el otro grupo parecían haber funcionado, lo que había provocado una gran confusión entre los guardias. Mientras algunos intentaban ayudar a sus compañeros a salir de los hoyos en los que habían caído, otros buscaban, iracundos, a los perpetradores.

Por el momento, habían conseguido despistarlos, y ahora estaban todos juntos de nuevo, ocultándose de sus perseguidores.
-Buen trabajo. El siguiente paso será dividirnos de nuevo. Esta vez que un grupo recoja armas para el contraataque. Mientras, otro irá con el grupo que se ha infiltrado dentro ayudarlo. ¡Vamos!

Al tiempo que ocurría esto, el grupo que había ido a rescatar a Sue conseguía cerrar la trampilla.

Fue entonces cuando el sonido de aplausos les hizo girarse.
-Vaya, vaya...

Frente a ellos se encontraba el líder, junto con un gran número de secuaces, ocupando la mayor parte del comedor. Cogido del cuello por uno de sus hombres, estaba el padre de Sue, con cardenales en varias áreas de su cuerpo y sangre goteando desde sus dedos.
-¡Papá! –exclamó la joven, siendo detenida por su madre antes de lanzarse corriendo hacia él.
-Oh, así que es tu padre. No esperaba menos de él. Se defendió con uñas y dientes –comentó el líder, desplazando la vista hacia el hombre- Es curioso lo persistentes que son algunos. Os lo repetiré las veces que haga falta, da igual cuánto lo intentéis, no conseguiréis quitarme el trono. En este pueblo, yo soy el poder, y las personas temen el poder. ¿No es así como funciona, chica? –dijo el hombre, sonriendo con malicia.

Sue recordó sus palabras antes de desmayarse en su celda.
-La gente no escuchará... –murmuró.
-¡No le hagas caso! –exclamó la voz de su padre- ¡Todos los del pueblo han venido a salvarte! ¡Están tan hartos como tú! ¡Tus palabras han sido escuchadas! ¡No importa cuantas veces nos golpeen! ¡Al final, venceremos! –tras esto, el hombre se calmó un poco y sonrió- Perdóname por no haberme dado cuenta yo también.

Sorprendida, y sintiendo cómo brotaban renovadas fuerzas de su interior, la joven se encaró al líder.
-¡No! ¡Esta vez vas a ser tú quien pierda! ¡Ya no tenemos más miedo!

Aquellas palabras produjeron un chasquido de lengua por parte del líder
–Vosotros mismos. Supongo que mataros será suficiente para hacer entrar en razón a los demás.

Al tiempo que decía esto, sus secuaces levantaron sus armas y les apuntaron con ellas.
-Vuestro juego termina aquí
-¡No! ¡Para! –gritó el padre de Sue.

Poco después, se escuchó el sonido de los disparos, sin embargo, Sue, quien había cerrado los ojos dispuesta a recibir el impacto, fue abriéndolos lentamente al darse cuenta de que seguía en pie. Tanto el líder como sus secuaces seguían en el mismo sitio, pero su expresión de sorpresa le reveló que algo no había ido bien.
-¡¿Qué ha sido eso?! ¡¿Por qué no estáis muertos?! ¡Disparad otra vez! ¡Vamos!

A la nueva orden, se produjo otra serie de disparos, pero, de nuevo, las balas se desviaron en mitad del trayecto golpeando las paredes de piedra.
-¡¿Qu-qué habéis hecho?! ¡¿Qué clase de magia estáis usando?! –preguntó el líder, quien dio un paso atrás, visiblemente asustado.
-Se trata de un espíritu –señaló una voz desde uno de los alféizares de las ventanas. Era Kai, quien aterrizó en el suelo y se situó junto a Sue. Su capa ondeó con sus movimientos.
-K-Kai. –se sorprendió ella.
-¡¿Quién eres tú?! –preguntó el líder, señalándolo con el dedo.

Sin mediar palabra, el joven se quitó la capa, dejándose ver, por primera vez, de cuerpo completo.

Vestía un chaleco de cuero marrón, dejando ver sus brazos y parte del torso, así como unos pantalones negros que llegaban hasta los tobillos, acabando en unas botas del mismo color que el chaleco. Cruzando su pecho en diagonal, se podía observar una cicatriz.
-Mi nombre es Kai, exmiembro de la escuela Yohei Gakko de manejo del poder espiritual. Lo que muchos llaman un nigromante.

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