sábado, 11 de febrero de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 2

-Señor, acaba de llegar uno de los nuestros con nuevas del pueblo.

Desde su trono, uno de aspecto bastante pobre comparado con su ambición, un hombre de gran musculatura y con una cicatriz que cruzaba de arriba abajo su ojo izquierdo observó con desgana a quien acababa de irrumpir en sus aposentos.
-Dile que pase –contestó secamente.

Su secuaz realizó una patosa reverencia, propia de una comedia, y dejó pasar a su compañero.
-¡Señor!
-Habla. ¿Qué ha ocurrido? –inquirió, sin andarse con rodeos.
-Verá, es que... ha-hay un hombre y una niña, señor, en el pueblo... se han encarado contra mí...
-¿Y? Los habrás matado, supongo. ¿O acaso los has traído aquí para que lo torture?
-Ve-verá, señor. En realidad, el hombre m-me ha quitado el arma y m-me ha amenazado con ella –dijo el secuaz, con voz temblorosa.

Durante unos instantes, toda la sala se quedó en silencio, generando un ambiente bastante tenso.
-¡¡Eres un inútil!! –exclamó de repente el líder. El soldado cayó al suelo de culo, asustado- ¡No sabríais ni matar a perro herido!
-¡L-l-lo siento, señor!
-¡Menos disculpas! ¡La próxima vez que vengas a decirme algo así, te corto el cuello! ¡¿Queda claro?!
-¡S-sí, señor!
-¡Lárgate de mi vista!

Casi sin esperar a que terminase de dar la orden, el secuaz salió de la sala.
-¡Tú! –exclamó el líder, señalando al compañero del que acababa de huir.
-¿S-sí, señor? –respondió éste, poniéndose firme.
-Envía un grupo para allá. Alguien que se enfrenta a los míos también se enfrenta a mí. Y eso no lo puedo permitir.

Sentado sobre su caja, Kai se dedicó a observó a Sue mientras descansaba sobre sus propias manos. Tras su conversación, se había quedado dormida, probablemente debido al cansancio acumulado por el trabajo.
-Parece que tendré que quedarme en este pueblo más tiempo de lo que quería. Espero que me perdones, May.

Una figura fantasmal apareció frente a él. Era la figura de una chica de cabellos largos y ondulados, y ojos tiernos y amables. Al igual que un fantasma, su piel era pálida, translúcida, y sus piernas, difíciles de distinguir a simple vista.

Desde su posición, sonreía, aceptando las disculpas de Kai, quien le devolvió el gesto.

A la mañana siguiente, Sue estiró los brazos al levantarse. Aunque se sentía menos cansada, le dolía un poco la espalda, ya que no había dormido en un lugar precisamente cómodo. Por otro lado, en su hogar tampoco disponía de colchón así que estaba acostumbrada.

Al mirar a su alrededor, descubrió que Kai se había marchado, por lo que decidió salir de aquel refugio y dirigirse a su casa.

Nada había cambiado. Como cualquier otro día, los pueblerinos seguían trabajando la tierra, preocupados por cosechar comida y encontrar algo de valor.

Al poner un pie en casa, alguien la abrazó con fuerza, casi lanzándola contra el suelo.
-¡Sue! ¡Menos mal que has vuelto! –exclamó su madre, apretándola con fuerza contra sí- ¡Escuché que habías tenido problemas con un soldado! –al despegarse de ella, descubrió que había estado llorando.
-Es cierto, pero no te preocupes, un chico llamado Kai me salvó –dijo Sue, intentando quitarle leña al asunto.
-¡¿Qué no me preocupes?! –la mujer levantó la voz y, con expresión de ira, la cogió de uno de sus mofletes y estiró con fuerza pese a los gritos de dolor de su hija- ¡¿Tú sabes lo mal que lo he pasado?! ¡No sabía dónde estabas! ¡Y no volvías a casa! ¡Estaba preocupadísima por si te podía haber pasado algo! ¡No vuelvas a hacerme esto, por favor!

Acto seguido, volvió a abrazarla, dejando a su hija con la mejilla roja y un sentimiento de culpa que se reflejó en su rostro
-Lo siento. Todo está bien. Ya estoy de vuelta –intentó tranquilizarla mientras acariciaba suavemente su pelo.

-¿Qué has querido decir antes con que un chico te ayudó? –una vez más calmadas, madre e hija se sentaron sobre dos rudimentarias sillas y conversaron sobre lo ocurrido.
-Sí, un chico llamado Kai. Cuando me vio en peligro se enfrentó a ese soldado y lo humilló delante de todo el pueblo. La verdad es que fue muy guay –contó Sue, alegremente.
-Ahora que lo pienso, es cierto que la gente del pueblo habló sobre un hombre encapuchado. ¿Es él de quien hablas? –preguntó la mujer, asintiendo su hija en respuesta.
-Entonces tendré que ir a agradecérselo. ¿Dónde vive?
-Si esperas un minuto, iré a buscarlo. No se dónde habrá ido, pero no creo que esté muy lejos.
-¡Espera! –trató de detenerla su madre.
-¡Vuelvo enseguida! –contestó ella, haciendo caso omiso.
-¡Sue! –antes de que pudiese levantarse, ya se había marchado- ¡Esta chica me va a volver loca!

A paso ligero, la joven recorrió los senderos que atravesaban el pueblo, buscando entre los demás la figura de Kai.

“¿Dónde se habrá metido?”, pensó mientras movía su cabeza de un lado a otro.

Fue en ese momento cuando descubrió, situado a pocos metros delante de ella, un grupo de soldados que, sin ningún miramiento, caminaban por el pueblo deteniéndose a hablar con algunos de los pueblerinos, quienes negaban contundentemente, llevándose algún golpe o amenaza como recompensa. Parecían estar siendo interrogados.

“Probablemente, el líder ya se haya enterado de lo ocurrido ayer. Tendré que esconderme”, pensó mientras se disponía a dar media vuelta.
-¡Vaya, vaya! ¡Pero mira a quién tenemos aquí!
Cortándole la retirada, apareció el hombre al que Kai había humillado el día anterior.
-¿Sabes lo mal que lo he pasado por tu culpa? –continuó mientras se acercaba lentamente a ella, con intención de cogerla- ¡Vas a pagarlo muy caro! ¡Ven aquí!

Acto seguido, se abalanzó sobre ella, quien consiguió zafarse y comenzó a correr hacia un lugar seguro.

Por suerte para ella, conocía bastante bien el pueblo, por lo que no tardó en despistar a su perseguidor, quien había avisado a sus compañeros y ahora corrían todos detrás de ella. Aun así, su insistencia no le permitía descansar. Un paso en falso y acabaría en sus manos.
-Si no encuentro rápido un refugio, me atraparán –se dijo a sí misma, sin parar de correr.

En ese momento, divisó una choza donde cobijarse. Al entrar, descubrió a una pareja y a sus dos hijos, quienes se asustaron al verla entrar tan apurada.
-¡¿Sue?! ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué ocurre?! –preguntó la mujer. Debido a bajo número de habitantes, era normal conocerse entre todos. Era uno de los motivos por los que no se aseguraban las entradas. El otro era la escasez de algo de valor en su interior.
-¡Por favor, necesito que me ayudéis! ¡Me persiguen los secuaces del líder! –pidió Sue.
-¡¿Qué?!
-¡Dejad que me esconda aquí hasta que se vayan!
-¡N-no podemos hacer eso! ¡Si nos relacionan contigo, también irán a por nosotros!
-¡Por favor!
-¡Lo siento! ¡Márchate! ¡Deprisa! –exclamó el hombre.

Ante aquella respuesta, la chica no supo qué hacer, permaneciendo inmóvil.
-¡Si no te vas por las buenas tendré que echarte por las malas! ¡Márchate! ¡No quiero hacerte daño!

Finalmente, reaccionó y salió de allí, encontrándose poco después rodeada por sus perseguidores.

No había nada que hacer. Tan sólo maldecir la cobardía de su pueblo.
-¿Acaso pensabas que podías escapar de nosotros? –se burló el hombre de antes, intentando agarrarla de nuevo.

Pese a sus esfuerzos, esta vez él fue más rápido, logrando atraparla de la cintura antes de que escapase.
-¡No, no! Otra vez no.
-¡Suéltame! –gritó la chica, revolviéndose sin éxito, pese a golpear fuertemente los costados de su captor.
-¡Oh, cállate! –exclamó él, dejándola inconsciente mediante un golpe seco en su cuello.

Mientras tanto, a una distancia prudencial, Kai observaba la situación.
-Ya la han capturado. Bien, ahora llega el momento de ver de lo que es capaz este pueblo.

-¡¿Habéis dejado que se la lleven?! –gritó el padre de Sue a la pareja en cuya casa se había refugiado la joven.
-¡No teníamos opción! ¡Si no, habrían destruido nuestra casa! –se defendió el marido.
-¡¿Qué habrían destruido tu casa?! ¡¿De verdad crees que lo habría permitido?! ¡¿De verdad crees que no te habría ayudado a construir una nueva?! ¡Incluso habría dado la vida por tus hijos si hubiese sido necesario! –continuó enfurecido el padre de Sue, zarandeando al hombre, a quien tenía cogido de sus roídas vestimentas.
-¡Eso es mentira!
-¡¿Mentira?! ¡Por supuesto! ¡¿Cómo no iba a ser mentira si es lo que habríais hechos todos?! –esta vez se dirigió al resto de pueblerino que observaban la discusión. Algunos con curiosidad y otros confusos por no saber que bando apoyar, pero en cualquiera de los casos, procurando no meterse- ¡¿Es que no os dais cuenta?! –continuó, liberando al hombre de su agarre- ¡Si no somos capaces de enfrentarnos a ellos, sufriremos bajo su yugo para toda la eternidad!
-¡¿Y qué sugieres que hagamos?! –se quejó uno de los pueblerinos.
-¡Ellos van armados y nosotros no tenemos nada! ¡Nada! –le apoyó otro. Aunque ambos dieron un paso atrás en cuanto el padre de Sue se les encaró.
-¡Nos tenemos a nosotros! ¡Somos más que ellos! ¡Si confiamos los unos en los otros, con el valor suficiente, conseguiremos derrotarlos!
-¡Es más fácil decirlo que hacerlo! ¡¿Te das cuenta de que podemos morir?!
-¡¿Entonces vais a dejar que una adolescente muera para salvaros vosotros?!

Ante aquella pregunta, todos se quedaron en silencio.
-Sois decepcionantes –dijo una voz situada detrás de ellos.

Al girarse, descubrieron la figura de un joven encapuchado, apoyado sobre la pared de una de las chozas.
-¡¿Quién eres?! –preguntó el padre de Sue, desconcertado.
-Digamos que... un conocido de tu hija.
-¡Un momento! ¡Ya me acuerdo! ¡Llegó al pueblo hace unos días buscando a alguien! –exclamó de repente uno de los pueblerinos.
-Así es. Aunque ahora mismo eso da igual. Además, quien busco no está aquí.
-Entonces, ¡¿por qué sigues aquí?!
-Al principio, mi único motivo recoger algunas provisiones antes de marcharme. Sin embargo, parece que me he topado con algunos problemillas.

Al no obtener respuesta por su parte, Kai se les acercó.
-¡Esto no tiene nada que ver contigo! –dijo otro de los pueblerinos.
-Lo sé. Sé que quizás sea el menos indicado para hablar pero, francamente, me cuesta soportar ver lo cobardes que sois.
-¡Oye!
-¡No te lo tengas tan creído!
-Por favor, esa niña tiene diez veces más valor que todos vosotros juntos –se burló Kai- ¿Sabéis? Ella me dijo que intentó convenceros de luchar. Varias veces. Convenceros de rebelaros contra esa persona a la que llamáis “líder”. Me pregunto, ¿cómo es posible que esa chica sea capaz de algo así y vosotros, adultos, no tengáis valor ni siquiera para salvarla? –el desdén en las palabras del chico hizo aumentar la rabia en el interior de ellos, pero ninguno se atrevió a llevarle la contraria- En cuanto a ti –Kai señaló al padre de la chica– Tú eres su padre, ¿verdad?

Sorprendido porque de repente se refiriese a él, éste asintió.
-Ella me contó que tú le mostraste esos ideales. Pero te rendiste.
Sin saber qué decir, el hombre se limitó a observar a Kai. Sabía que tenía razón. Que, al final, aunque culpase a los demás, era tan culpable como ellos.
-Te diré una cosa: rendirse no es una opción, pues sólo significa quedarse estancado en un punto en el que no existe futuro. Un camino que no lleva a nada. Seguir intentándolo pese a que no haya esperanza. Creer en uno mismo. Ahora es el momento de demostrar que no hay que rendirse. Tú y todos. Decidme, ¿no lucháis porque tenéis miedo a morir? ¿Acaso no veis que si no hacéis nada moriréis igualmente? De hecho será incluso peor. Porque ni siquiera habréis aprovechado la oportunidad defenderos. Sabéis de sobra que la comida y el agua escasean, que apenas quedan recursos y, aun así, en vez de usarlos para alimentar a vuestras familias, dais de comer a un dictador. ¿Dónde veis vida en ello?

Poco a poco, se fue escuchando un murmullo entre los pueblerinos.
-Pensad en si de verdad merece la pena actuar como lo estáis haciendo. Es evidente que esa niña tiene razón, y deberíais aprender de ella.

Una vez hubo terminado de hablar, el padre de Sue dio un paso adelante.
-Por mi parte, todo queda dicho. Yo voy a salvar a mi hija. Me da igual tanto si me acompañáis como si no. No pienso vivir más esta mentira, mucho menos dejar que ella pague por nuestra culpa. Chico...
-Kai. Mi nombre es Kai –interrumpió el joven al ver que el hombre se dirigía a él.
-Kai. Gracias por recordarme quien fui –dijo antes de marcharse. Unos metros más adelante, le esperaba su mujer- Es mejor que no me sigas. En tu estado, deberías descansar.
-También es mi hija. No voy a echarme atrás.

Sabiendo que dijese lo que dijese, no la iba a hacer cambiar de opinión, se limitó a asentir y continuar con su camino.
-¡Esperad! – una voz los detuvo. Se trataba del hombre que había echado a Sue de su casa-. Dejad que vaya con vosotros. Yo... si le pasase algo. No voy a poder quitármelo de la cabeza. Sé que suena egoísta, pero...
-Haz lo que quieras –contestó secamente el padre.

Poco después, el número de personas que decidió hacer lo mismo fue en aumento, hasta que, poco a poco, todo el pueblo recorría el sendero que les llevaba a los aposentos del líder.

-Dale pescado a alguien y tendrá alimento por un día, dale una caña y lo tendrá por muchos años. Los pueblerinos necesitaban aprender eso, y ahora les ha llegado la hora de cambiar –sonriendo, Kai también se marchó.

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