sábado, 4 de enero de 2025

Capítulo 56: La forja de una Leyenda (Parte I)

 -¿Cuántos son? –preguntó Alex.

-Cuatro carros. Cada uno de ellos protegido por otros cuatro guardias.

-Eso hace un total de 16 enemigos.

-20, si cuentas también los conductores.

-¿Qué hay de su destreza en combate?

-Creo que salvo los cuatro que acompañan al primer carro, el resto tiene poca experiencia. Dudo que nos lleve mucho tiempo acabar con ellos. El problema está en los rehenes.

-Lo sé. Si no tenemos cuidado podrían acabar heridos o incluso muertos. ¿Y los demás?

-Ya están posicionados. Tathya, Julius, Sarhin y Enam les emboscarán desde cada uno de los lados. Nosotros dos evitaremos que escapen. Y Cain y Abel serán el cebo.

-Entonces sólo queda esperar –sentenció el líder del segundo grupo de los Pacificadores, habiendo escuchado el informe de Reima.

 

Escondidos entre los troncos de los árboles que rodeaban aquel sendero, vigilaban la llegada de su objetivo: unos comerciantes de demonios esclavos procedentes de Wessex, y que se dirigían a Mercia, ambos reinos situados en territorio anglosajón.

 

Hacía varios meses que llevaban realizando ese tipo de misiones allí de manera intermitente, gracias a los círculos de teletransporte que en su día utilizasen para viajar desde sus respectivos orígenes hasta Roma. Eso les permitía mantener el contacto con John, Thyra y Hana con relativa frecuencia (hecho que Reima agradecía), aunque se requiriese bastante tiempo para poder dibujarlos.

 

La situación con los demonios en aquella zona había evolucionado positivamente, pero el progreso iba lento, sobre todo debido a la existencia de una organización de mercaderes, a la cual pertenecía su objetivo, y que, pese a haber conseguido tumbarles más de un negocio, tenía unos líderes bastante escurridizos y unos súbditos lo suficientemente leales como para no haberles proporcionado ninguna información de sus paraderos.

 

Así pues, allí se encontraban una vez más, esperando que, esta vez sí, consiguiesen sonsacarles algo o, con suerte, capturar a alguno de los mandamases.

 

Tras ver pasar los carruajes cerca de ellos, le hicieron una señal a Enam, quien se encontraba algo más alejado, para que informase a los demás. Poco después, Cain y Abel comenzaban su particular teatrillo, apareciendo en mitad del camino, justo delante de la comitiva.

-¡Estoy harto de ti! ¡Llevas una hora diciendo que sabes por dónde vamos y todavía no he visto una maldita ciudad donde tomarme un buen trago! –se quejó el mayor, provocando que los caballos se detuviesen.

-Yo juraría que era por aquí. Puede que nos lo hayamos pasado.

-¡¿Que nos lo hemos pasado dices?! ¡Estamos en mitad del bosque! ¡¿Crees que soy tan estúpido que no puedo distinguir una ciudad de un árbol?!

-¡Eh! ¡Vosotros! ¡Apartaos de nuestro camino! ¡Llevamos una mercancía a Mercia y si no nos damos prisa nos lo descontarán del pago! –ordenó el conductor del primer carro.

-¡Oh! ¡Perdone! ¡¿Tengo cara de que me importe?! –continuó Cain, haciendo que los guardias que rodeaban el segundo avanzasen ligeramente hacia ellos, separándose así del tercero y el cuarto, lo que supuso la señal para que el resto de Pacificadores se pusiesen en marcha.

 

Primero, Sarhin y Enam se acercaron a quienes protegían el último transporte, eliminándolos rápidamente y sin hacer ruido. Cuando sus compañeros más cercanos se giraron a ver qué ocurría, Tathya y Julius los noquearon, dejando así a ocho de ellos fuera de combate. Los dos conductores de sendos carros cayeron segundos después, subiendo la cuenta a diez.

 

Al mismo tiempo, Alex y Reima se introdujeron en el interior de uno de ellos, llevándose el dedo a la boca para que los demonios no llamasen la atención de los demás soldados y empezar así a sacarlos uno por uno de allí.

 

-¡¿Quién os creéis que sois para decirme lo que tengo que hacer?! ¡¿Eh?! ¡¿Quién?! –exclamó Cain, mientras su hermano hacía un vago ademán de intentar calmarlo.

-¡Estoy cansado de tanto grito! ¡Acabad con ellos! –sentenció el conductor, provocando que los cuatro primeros guardias los atacasen.

-¡Por fin, algo de acción!- se alegró Cain, sacando su hacha de la espalda, tapada a duras penas por la capa que llevaba encima, y ondeándola hacia ellos, que tuvieron que apartarse para no acabar cortados en dos.

-¡¿Quiénes sois?! –preguntó uno, con expresión tensa.

-¡Vuestra peor pesadilla! –respondió el hermano mayor mientras Abel sacaba su martillo y lo lanzaba contra otro, dejándolo inconsciente de un golpe en la cabeza- ¡Buen lanzamiento!

-¡Gracias! ¡No sueles elogiarme! –se sorprendió Abel.

-¡No te acostumbres! –prosiguió Cain, deteniendo la espada de otro agresor.

 

Mientras los hermanos seguían manteniendo a raya a los guardias del primer carruaje, los del segundo se unían a ellos en la batalla, dejándolo totalmente desprotegido para que Tathya entrase y evacuase a los esclavos mientras Julius vigilaba fuera.

 

En ese momento, uno de los rehenes, una niña, gritó al ver a la pacificadora, quien no consiguió acallarla antes de que se enterasen los guardias.

-¡¿Qué ha sido eso?! –exclamó uno de los más cercanos, girándose justo para descubrir a varios demonios escapando de los últimos vehículos- ¡Maldita sea! ¡Es una trampa!

-¡Rápido! ¡Salid de aquí! –ordenó otro, haciendo que los conductores que quedaban, en su huida, casi atropellasen a Cain y a Abel.

-¡Se escapan! –avisó Julius- ¡Y Tathya sigue dentro!

-¡Mierda! –se quejó Alex- ¡Vale! ¡Vosotros tres quedaos con los demonios! ¡Reima y yo iremos tras ellos! –dijo, dirigiéndose a Sarhin, Enam y Julius.

-¡No! ¡Yo voy con vosotros!

-¡No, Julius! ¡Necesitaréis manos aquí!

-¡También vosotros! ¡No pienso dejar tirada a la capitana!

 

Conociéndolo lo suficiente como para saber que no daría su brazo a torcer, el líder del segundo grupo aceptó a regañadientes. Acto seguido, los tres montaron en uno de los carruajes restantes y marcharon detrás de los fugitivos, dejando a los demás a cargo de los guardias y los esclavos rescatados.

 

Mientras tanto, Tathya hacía lo que podía para tranquilizar a los demonios a la vez que trataba de mantener el equilibrio. Tarea difícil dada la velocidad a la que iban.

 

Desenvainando su espada, apuntó a la pared de madera que les separaba del conductor, sin embargo detuvo la hoja antes de atravesarla. Si lo asesinaba y éste hacía un mal movimiento, pondría en peligro la vida de los demás. Tenía que encontrar otra forma.

 

Con ese pensamiento, decidió dirigirse, esta vez, a la salida. Si llegaba hasta él por fuera y sin que se enterase, podría deshacerse de él y tomar las riendas. El problema estaba en cómo hacerlo, ya que no había muchos lugares donde agarrarse, y los pocos que veía no parecían muy seguros.

 

No obstante, decidió arriesgarse y saltó hacia una de las esquinas rectangulares del saliente superior externo del transporte, agarrándose firmemente a ella con una mano mientras con la otra seguía sujeta al borde interior de la entrada.

 

Tras esto, impulsó la misma hasta llegar al saliente lateral y tras asegurarse de que estaba bien asida, se atrevió a soltar la otra para agarrarse del mismo sitio.

 

Una vez allí, venía la parte difícil: moverse por dicho saliente hasta llegar a la zona del conductor. La otra opción que tenía era trepar hasta el techo y acecharle desde ahí, pero, teniendo en cuenta su forma semicircular, le pareció mucho más complicado.

 

Por desgracia, en mitad de su avance, un bache súbito la hizo soltarse, precipitándose al suelo de no ser porque reaccionó lo suficientemente rápido como para desenvainar de nuevo su arma y clavarla en la madera, quedando sus pies a escasa distancia de tierra.

 

Respirando profundamente, observó que otro carruaje se acercaba justo detrás, ganando distancia. Desde lejos, creyó distinguir las figuras de Reima, Alex y Julius hacinados en el asiento del conductor, lo que la hizo apresurarse en alcanzar su objetivo.

 

Así pues, volvió a impulsarse hasta el mismo saliente (dejando la espada atrás, por lo que no habría segunda oportunidad) y continuó hasta, esta vez sí, llegar a la meta.

 

Entonces, con un último esfuerzo, embistió al conductor con ambos pies por delante, lanzándolo fuera del vehículo y consiguió situarse a los mandos, reduciendo la velocidad hasta detenerse.

 

-¡¿Estás bien?! –le preguntó Julius, el único de los tres que se había detenido mientras los demás continuaban persiguiendo al que faltaba.

-Oh... ¿estabas preocupado por mí? –indagó Tathya, con una sonrisa maliciosa, a la vez que ayudaba a bajar a los demonios.

-¡Claro que sí! Quiero decir... Sabía que te las arreglarías sola, pero... no he podido evitarlo –respondió él, desviando la mirada, nervioso.

-Eres de lo que no hay –la chica se acercó y lo agarró suavemente de la barbilla-. Supongo que tendré que recompensarte por el esfuerzo -sentenció, atrayendo su cara para besarle. Entonces le soltó, dejándole medio en shock, y dio media vuelta para seguir con su trabajo- Cuando acabemos, te daré el resto de la recompensa.

-¿El resto? ¿Qué es el resto?

-¿Tú que crees? –contestó, guiñando un ojo y llevándose, provocativamente, un dedo al labio inferior.

 

-¡Le estamos ganando terreno! –indicó Reima.

-¡Es lo que tiene llevar menos peso! –declaró Alex, quien llevaba las riendas- Sólo espero que no le dé por deshacerse del suyo.

-¡Si te acercas un poco más podré saltar!

-¡Entendido!

 

De esa forma, y una vez a la distancia correcta, el espadachín logró entrar en el interior del vehículo, donde los esclavos trataban de protegerse de las turbulencias.

 

En ese momento, una de las ruedas quebró, dando lugar la inclinación del transporte. Ante el inminente volcado, Reima actuó rápidamente. Se acercó a los demonios y, concentrando Setten en su espada, creó una barrera alrededor de él. El choque lanzó por los aires a todos los presentes, incluido al conductor, que murió en el acto al golpearse la cabeza contra una roca. No ocurrió así con el joven japonés y el resto de rehenes, que resistieron el impacto gracias a su técnica, pese a quedar inactivada al tocar suelo.

 

Tras el desastre, Alex, que ya había detenido el otro carruaje, se acercó a ellos para comprobar que estaban bien, respirando aliviado al espadachín acostado boca arriba, con la mirada perdida por la rapidez de los acontecimientos.

-Buen trabajo –le felicitó.

-Díselo a Hana y Thyra. Si no llega a ser por lo que me enseñaron, estaríamos muertos –replicó.

 

Una vez todo solucionado, los cuatro pudieron volver con los demás, que ya habían conseguido reducir y amordazar a los guardias restantes. El siguiente paso sería llevar a Roma tanto a ellos como a los demonios, siendo los primeros interrogados y los segundos trasladados a diferentes zonas donde ya se hubiese abolido la esclavitud.

-¿Tienes ganas de volver? –preguntó Alex mientras se encaminaban hacia el área donde se había dibujado el círculo de teletransportación.

-Siempre –respondió Reima, acariciándose la cara.

-¿Has notado algo más a parte de eso?

-¿Te refieres a la quemadura? Sí. Últimamente tengo la sensación de que hay algo que no soy yo poseyéndome. Cómo si existiese otra persona dentro de mí.

-¿Es peligrosa?

-No. Creo que no. Pero mentiría si dijese que no tengo miedo. Aun así, no me arrepiento de estar vivo.

-Me alegra que pienses así.

-Ya hemos llegado –anunció Tathya, deteniéndose ante un claro en mitad del bosque donde les esperaban un grupo de hombres vestidos con túnica. Por el aspecto, pudieron identificarlos como seguidores de John.

 

Estos los saludaros respetuosamente y señalaron el círculo para que fuesen situándose sobre él.

 

Tanto los demonios como los guardias se mostraron asustados, pero, al menos en el caso de los esclavos, cualquier destino parecía mejor que el que les hubiese esperado tras ser vendidos.

 

Después de que todos hubiesen entrado, el séquito del papa hizo lo mismo, colocándose alrededor y recitando unas palabras que les fueron imposibles de identificar.

 

Al cabo de pocos segundos, el mundo empezó a perder forma, sumiéndose en un arco iris de luces y sombras que, tras unos instantes, se transformó en una sala vacía con paredes y suelos de piedra pertenecientes al castillo del emperador. Allí, los recibieron tres individuos: un hombre, una demonio y una ángel.

-Veo que habéis vuelto sanos y salvos –declaró el hombre, que se trataba del mismísimo John.

-No sólo eso. Hemos cumplido con otro rescate y quizás esta vez si podamos obtener información sobre esa organización –explicó Alex, señalando a rehenes.

-Son buenas noticias –respondió, dirigiéndose posteriormente a sus subordinados- Por favor, llevad a los demonios al comedor. Seguro que estarán hambrientos. Luego dejaremos que descansen antes de hablar con ellos sobre cómo proceder.

-Nosotros nos encargaremos de llevar a los guardias capturados a los calabozos –indicó el pacificador, apresurando al resto salvo Reima, a quien hizo un gesto con la cabeza para que se quedase, seguido de una sonrisa.

 

Finalmente, sólo quedaron el espadachín, el ángel y la demonio, quien no dudo en lanzarse contra joven y derribarlo de un abrazo.

-¡¿Hana?! –exclamó Thyra, tratando de controlar a su amiga, que no estaba dispuesta a separarse de él.

-¡¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez?! ¡¿Dos meses?! ¡Tengo que aprovechar todo lo que pueda antes de que vuelva a irse! –se quejó la demonio, aunque su rostro reflejaba diversión.

-¡Yo también le he echado de menos, pero esas no son maneras de saludar a alguien! –continuó, regañándola.

-No importa... –consiguió decir el chico con un hilo de voz- Yo también estaba deseando volver a veros...

 

Después de su reencuentro, los tres decidieron dar un paseo, durante el cual Reima les estuvo informando de los problemas y avances que habían tenido en su misión.

 

Asimismo, ellas dos también le contaron lo que habían estado haciendo durante esos dos meses.

 

En el caso de Hana, se había trasladado a territorio del Emirato de Córdoba para tratar de establecer relaciones diplomáticas y hablar sobre el papel de los demonios en su sociedad. Si la situación mejoraba con los anglosajones, tenía pensado acompañar a Reima en su próxima misión para discutir con sus gobernantes los siguientes pasos a seguir.

 

Por otro lado, Thyra, quien hubo pasado buena parte de su tiempo restaurando la sociedad de los ángeles, después de que ésta se viese en un descontrol por la traición de Remiel y la muerte de Michael, por fin había conseguido avanzar en su investigación sobre los instigadores de todo aquello.

-Según lo que he podido averiguar, se harían llamar apóstoles, y tendrían también relación con Darío –explicó Thyra.

-¡¿Apóstoles?! ¡¿Como los héroes que se enfrentaron a los demonios?! ¡¿Qué significa eso?! –preguntó Reima, confuso.

-A mí también me gustaría saberlo.

-¿Crees que podría tratarse de ellos? –intervino Hana.

-No lo sé, pero si así fuese, es posible que la historia que hemos conocido hasta ahora sobre la guerra entre humanos y demonios sea muy diferente a como viene en los libros. Lo que explicaría también por qué no hemos podido encontrar ninguna información de ese tal Chronos. En cualquier caso, seguiremos investigando –dijo la arcángel justo antes de llegar frente a una habitación cerrada en cuyo interior pudieron escuchar una voz femenina-. ¡No me digas que...! –se escandalizó, abriendo la puerta de golpe para ver a Uriel levantando en brazos a un bebé mientras le hacía carantoñas.

-¡Oh! ¡Hola, chicos, cuánto tiempo! –respondió el ángel femenino, alegremente.

-¡¿Uriel?! ¡¿Sabes el susto que me has dado?! ¡Pensaba que alguien quería secuestrar a los pequeños!

-¡Qué tonterías dices! ¡¿Para qué iba a querer secuestrarlos?! ¡Gugu! ¡Gaaa! –replicó, siguiendo con su juego.

-Veo que no has cambiado, Uriel.

-¡Reima! ¡¿Has venido a verlos?!

-Pues sí. Quería pasar algo de tiempo con ellos –declaró, a la vez que Uriel le entregaba al que tenía en brazos.

-Estoy segura de que la pequeña Serah estaba deseando estar con su papá.

-¡En cualquier caso, si querías venir, la próxima vez avisa!

-Vaaaale.

-¿Cómo está Ahren? –preguntó Hana.

-¡Ah! Ahí sentado –indicó Uriel, señalando al otro bebé, que los observaba desde su cuna, cruzado de brazos y en silencio- Es increíble lo maduro que es ya sin todavía saber hablar. Cuando he entrado, Serah se ha puesto a llorar, y ha sido él quien se ha encargado de tranquilizar a su hermana con uno de sus juguetes.

-Sí. No se parece en nada a su madre –dijo Thyra.

-Tú hija tampoco es que se parezca mucho a ti –se defendió Hana.

-¡¿Acaso quieres competir por ver quién se parece más a quién?!

-¡Cuando quieras!

-¿No deberías hacer algo? –preguntó Uriel a Reima, refiriéndose a la discusión que acababan de iniciar.

-No te preocupes, no es la primera vez que pasa –contestó él, tranquilamente.

-En cualquier caso, quien iba a decir que de vuestra relación iban a nacer un medio demonio y una medio ángel. Es de locos.

-Sí, ninguno de nosotros lo esperaba, pero supongo que acabó surgiendo.

-Bueno, siendo vosotros sé que crecerán como es debido. Y quién sabe, quizás algún día se conviertan en el símbolo de buena relación entre humanos y demonios.

-La verdad es que me gustaría que para ese entonces el mundo ya sea un lugar mejor. Pero supongo que es mucho pedir.

-No te preocupes. Estoy segura de que ese día llegará.

 

Tiempo después, en una posada no muy alejada del castillo, Cain y Abel bebían animadamente mientras recordaban la pelea que habían tenido contra los guardias.

-¡¿Has visto la cara que se les ha quedado cuando se han enterado de que les tomábamos el pelo?! –rió el mayor.

-Hemos hecho una gran actuación –indicó el pequeño.

-¡Y tanto! Eso sí, tendremos que aumentar el repertorio para la próxima vez. Dudo que nos vayan a creer si siempre hacemos lo mismo.

-Bueno, si el interrogatorio sale bien, quizás nos envíen a otro sitio. Así será más difícil que nos reconozcan.

-En eso tienes razón. Aunque no me fío. Si no han conseguido sonsacarles nada hasta ahora, dudo que lo logren esta vez.

-Espero que sí. Me gustaría visitar otro país.

-Hablando de visitas. ¿Sabes que ha vuelto el grupo tres?

-¿El que lideraba Claude?

-El mismo. Por lo que tengo entendido, Thyra decidió enviarlos a investigar algo. No he llegado a enterarme de qué exactamente, pero le oído decir a uno de ellos, ese tal Einar...

-Deberías aprenderte sus nombres...

-¡Como sea! ¡¿Qué más da?! El caso es que ha dicho que tenía que hablar con ella urgentemente.

-Tiene que ser importante entonces...

-Hola –saludó de repente una voz al lado de su mesa. Al girarse, ambos se toparon con Lori, quien los observaba de pie, sonriente-. Siento interrumpiros, pero quería saber si podía llevarme un momento a Abel para hablar con él. Será poco tiempo, lo prometo –continuó, dirigiéndose a Cain, quien tardó unos segundos en reconocerla debido al corte de pelo que se había hecho la joven.

-Sin problema. Aunque antes me gustaría comentar algo con él –respondió Cain.

-Por supuesto. Te espero fuera –le dijo, esta vez, a Abel.

-Por cierto, Lori –intervino Cain antes de que se marchase- ¿Todo bien?

-Sí, claro –respondió, un poco extrañada.

-Me alegro –añadió el hombre, levantando su jarra.

 

Una vez se hubo marchado, Abel miró a su hermano.

-Eso ha sido raro por tu parte.

-Lo sé. Tampoco esperaba que se presentase aquí de repente.

-Oye, creía que ya habíamos solucionado este tema...

-No, no. Relájate. No va por ahí –lo tranquilizó-. Mira, en realidad, quería disculparme por todo lo que pasó... ¡y hazme el favor de no poner esa cara que esta oportunidad no la vas a tener todos los días! –avisó, viendo una mezcla de sorpresa y alegría en la cara del pequeño- En ese momento creía que si pasabas demasiado tiempo con ella acabarías mal de la cabeza, pero últimamente la he visto mucho mejor de ánimo. Se nota que la has estado apoyando y diría que has hecho un buen trabajo. Al final, eres mi hermano y llevamos toda una vida juntos, así que... bueno... considera mis disculpas como una forma de zanjar esto de una vez por todas.

-Gracias. Aunque no lo creas, significa mucho –sentenció Abel.

-Bien. Anda, ve con ella –lo alentó Cain, dejando se fuese.

 

Una vez solo, se quedó unos segundos pensativo, mirando la puerta de la posada, con una sensación amarga en el pecho. Decidido a ignorarla, bebió lo que le quedaba en la jarra.

 

Por otro lado, Sarhin, Enam y Alex se estaban encargando del interrogatorio, el cual no avanzaba pese a haber presionado a la mayoría de los guardias capturados.

-Nada. Me temo que esta vez tampoco lo conseguiremos –comentó Alex, echando un vistazo rápido a la puerta que llevaba a las celdas de los presos.

-Quizás deberíamos usar medios de tortura más severos –opinó Sarhin.

-Para ello tendríamos que pedir permiso. Y la última vez que los probamos, tampoco funcionó. Empiezo a pensar que hay algún tipo de magia que les impide hablar.

-¿Y si fuese realmente así? –preguntó Enam.

-¿Lo dices en serio?

-¿Vives en un mundo de demonios y ángeles y me preguntas eso? –replicó el hombre.

-Touché. Aun así, ¿qué propones? ¿Llamar a Hana y Thyra?

-No será necesario.

 

Dicho esto, volvió a por uno de los prisioneros y lo llevó a otra sala vacía a excepción de una solitaria silla en el centro. Allí, lo sentó y ató ante la expectante mirada de Alex y Sarhin, quienes lo habían seguido durante todo el proceso.

 

Entonces se situó frente a él y lo observó fijamente, generándole incomodidad pese a intentar mantenerse desafiante. Sin embargo, cuando el líder del cuarto grupo lo cogió de la cabeza y cerró los ojos, aparentemente concentrado, cualquier actitud altiva se volvió inexistente.

 

Tras unos segundos, su mano empezó a emitir un extraño brillo, seguido del grito del guardia.

-¡Eh! –exclamó Alex, dando un paso hacia delante al ver su sufrimiento, siendo detenido por Sarhin.

-Espera...

 

Poco después, aquel brillo se fue reduciendo, así como el aparente dolor del recluso, que parpadeó varias veces, como si acabara de despertarse.

-Volvamos a intentarlo –declaró Enam-. ¿Quiénes son vuestros líderes y dónde se encuentran? Y ten en cuenta que lo que me respondas decidirá tu destino –le amenazó.

-De acuerdo. Os lo diré.

-¿Qué? –se extrañó Alex ante aquel repentino cambio de parecer.

-Hay cuatro líderes en la organización. Todos ellos mercaderes de gran poder y fortuna, pero, por lo que sé, la idea de dedicarse plenamente a la trata de esclavos no fue de ellos.

-Así que otra persona se lo propuso. ¿Otro comerciante?

-No. Es alguien de fuera del gremio. Un extranjero. Nadie sabe a qué se dedica.

-¿Sabes su nombre?

-Sí. Se llama Jared Ascitious.

-¿Eh? ¿Qué clase de nombre es ese? –cuestionó Alex, sin embargo se dio cuenta de que la expresión de Enam había cambiado.

 

De repente, con una furia impropia de él, agarró con ambas manos el cuello del guardia y lo estrechó entre ellas, dejándolo sin respiración. Tuvo que ser placado por sus dos compañeros para que lo soltara antes de matarlo, tras lo cual recuperó la compostura.

-¡¿Se puede saber que te pasa?! –se escandalizó el pacificador de pelo plateado.

-Lo siento.

-Sarhin, hazme el favor y llévalo a otra sala para comprobar cómo está. Si necesita atención médica, que lo revisen. Si no, devuélvelo a su celda.

 

Una vez a solas, Alex se acomodó en la silla donde anteriormente lo hubo hecho el preso. Se encontraba frente a frente con Enam, quien, de espaldas a la pared de la sala, y sentado en el suelo, tenía la mirada perdida.

-Cuéntamelo –le pidió.

-Hace una década, estuve casado con una demonio, Eisheth. Incluso tuvimos un hijo al que llamamos Vepar. Vivíamos alejados de la civilización, ocultos de comerciantes de esclavos y cazadores de demonios.

 

>>Yo me dedicaba a la ganadería y la agricultura. Un terreno pequeño, pero lo suficiente para los tres. Por otro lado, Eisheth era muy buena con las manos. Capaz de crear cualquier pieza de artesanía, fuese de hierro o madera, en poco tiempo. Recuerdo cómo, una vez se acumulaban, iba a la ciudad para venderlas, y pocas veces volvía con una o dos de ellas. Tal era su habilidad. Además, era increíblemente astuta e inteligente. Tenía el potencial de llegar más lejos de lo que nadie jamás hubiese deseado. Por supuesto, de no haber nacido demonio.

 

>>Aun así, nunca se quejó por ello. Todo lo contrario. Siempre hablaba de lo contenta que estaba de haber elegido estar conmigo y con nuestro hijo. Pero yo siempre pensé que merecía mucho más. Y, por desgracia, eso me hizo cometer un grave error.

 

>>Un día vino a visitarnos un demonio. O al menos, eso pensé al principio. Decía llamarse Jared Ascitious y parecía interesado en lo que Eis hacía. Nos habló de una ciudad donde humanos y demonios convivían en paz. Un sitio donde por fin podría hacerse un nombre con sus creaciones.

 

>>Ella no le creyó, pero yo no era tan inteligente. Y, de esa forma, la convencí para irnos con él.

 

>>Cuando me enteré de que habíamos caído en su trampa, ya era demasiado tarde. Una multitud de cazadores y mercaderes de esclavos nos emboscaron y, pese a que nos defendimos, nosotros dos fuimos capturados para ser vendidos, y nuestro hijo acabó siendo asesinado.

 

>>Jamás olvidaré su cara, rota por la muerte de Vepar. Y, aun así, no me culpó por ello. En su lugar dijo que, no importaba qué decisión hubiese tomado, me hubiese seguido hasta el fin del mundo.

 

>>Entonces, una noche, mientras todos dormíamos, ella consiguió quitarse las ataduras que le impedían utilizar su Setten, me maldijo y después se inmoló, llevándose a los demás por delante. Nunca supe por qué tomó esa decisión, y prefiero ni imaginármelo.

 

>>Cuando todo hubo terminado. Me incorporé y miré a mi alrededor. Tan sólo quedaba yo. Ileso. Como si acabase de llegar a ese sitio.

 

-¿Y ese Jared?

-Ya no viajaba con nosotros. Después de ser atrapados, su trabajo terminó.

-Comprendo. Y ahora también sé por qué pudiste enfrentarte a esos demonios en Nápoles utilizando únicamente instrumentos de cocina. Así que estás maldito.

-Sí. Me uní a los Pacificadores con la intención de saber más sobre ese Jared. Si es que esa así como se llama.

-¿Crees que no es su nombre real?

-No lo creo. Lo sé. De hecho... –Enam se interrumpió a sí mismo, como si no estuviese seguro de lo que iba a decir a continuación.

-Dilo. No importa.

-Es sólo una hipótesis, pero creo que podría estar relacionado con el líder de los que atacaron Nápoles.

-¿Te refieres a ese tal Darío?

-Sí. Incluso me atrevería a decir que son la misma persona...

 

-¡Señora Thyra! –exclamó uno de los súbditos de John, recorriendo el pasillo del castillo hasta arrodillarse frente a ella.

-¿Qué ocurre? –preguntó, algo exaltada y molesta por ver interrumpida su reunión familiar.

-¡Sé que pidió que no la molestasen, pero se trata de algo urgente! ¡Los Pacificadores enviados por usted han vuelto de su misión!

-De acuerdo. Voy para allá –indicó, con expresión seria.

-¿Quieres que te acompañemos? –dijo Reima, apoyado por Hana.

-No será necesario. Volveré dentro de poco –sentenció, marchándose detrás del acólito.

 

Una vez llegó a la sala donde la esperaban los cuatro guerreros, anteriormente liderados por Claude, éstos hicieron una reverencia, siendo Einar el primero en hablar.

-Señora Thyra, creemos saber dónde están ubicados los apóstoles. Se trata de un bosque situado a las afueras de la ciudad, en dirección sureste y a unos 12 kilómetros de aquí.

-Están más cerca de lo que pensaba –murmuró ella, llevándose una mano a la barbilla- Buen trabajo. Ahora, descansad. Me ocuparé de que avisen al resto de pacificadores para que nos reunamos todos mañana a primera hora. Entonces, partiremos a apresarlos. Cuanto antes lo hagamos, menos probabilidades habrá de que cambien de localización. ¿Podréis guiarnos hasta allí?

-¡Sin problema! –declaró Einar, firmemente.

 

Cuando Lori le dijo que había algo que quería enseñarle, Abel no pensó que lo llevaría a una zona residencial de las afueras.

 

Era un sitio tranquilo. Demasiado, de hecho. Algo que no pudo evitar ponerle un poco nervioso.

 

Sin embargo, en contraste con él, la joven parecía muy alegre. Como si llevase esperando ese momento desde hacía mucho tiempo.

 

Cuando llegaron, encontraron a dos hombres en la entrada.

-Menos mal. Por fin habéis venido. Sí, por fin. Estaba empezando a cansarme. Sí, cansarme –se quejó uno de ellos.

-¿Quiénes sois? –preguntó Abel, desconfiado y poniendo una mano sobre la empuñadura de su arma.

-¡No te preocupes, Abel! ¡Son amigos! –dijo Lori, animadamente.

-Claro, Abel –intervino el segundo de los dos, quien hablaba de manera más “normal”- No estamos aquí para hacerte daño. Tan sólo hemos venido a hacer justicia.

-¿Justicia?

-Así es. En esta ciudad se lleva cometiendo un gran pecado desde hace años. Todo por culpa de dos señoritas a quienes les dio por meter sus narices donde no las llaman. Pero hoy acabará todo.

-¿Qué quieres decir?

-Ya lo verás. ¡Ah! ¡Qué descortés por mi parte! ¡Todavía no nos hemos presentado! Perdona. Este tipo de aquí que habla de manera extraña se llama Matthew. Es un poco rarito, pero te acostumbrarás. En cuanto a mí... digamos que me han llamado de muchas formas pero, por ser una ocasión especial, te diré mi verdadero nombre. Soy Judas Iscariote. Encantado.

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