Sorprendentemente, el interior de aquella cueva era más grande de lo que habían imaginado, permitiéndoles moverse sin ser vistos. Pese a todo, aquello era como un laberinto y, puesto que estaban en la base enemiga, la cantidad de demonios que había les impedía avanzar tanto como les hubiese gustado.
-¡Por aquí! –exclamó Reima, al ver a un par de demonios caminando por el mismo pasillo en el que estaban, introduciéndose, junto con Thyra, en un cuarto que hacía de almacén de suministros.
-¡Estoy harta de que tengamos que escondernos cada vez que aparece uno de ellos! –se quejó la arcángel.
-No hay más remedio. Recuerda que llamar su atención podría poner en peligro a Hana.
-Lo sé. De no ser así, estarían acabados.
-Veo que no te andas con tonterías, ¿eh? –dijo Reima, esbozando una sonrisa irónica, a lo que ella respondió con otra orgullosa- ¿Cómo os conocisteis?
-¿Hana y yo? Qué raro. Entiendo que yo no te lo haya contado, pero ¿ella tampoco?
-No que recuerde.
-No es que sea una historia muy interesante. Por entonces, ella ya era así. Siempre tratando de ayudar. Mediando en peleas entre especies. Predicando la necesidad de entendernos. No fueron pocas las veces que la rechazaron, insultaron e incluso pegaron.
-¿Han llegado a golpearla? –preguntó Reima.
-Sí. Y no pocas veces. Cuando llegó a gobernadora, por seguridad, le pusieron guardaespaldas. E incluso así, no siempre iba con ellos –contestó, ante la expresión amarga del espadachín-. Créeme. Ha sufrido mucho para llegar adonde está. Ha llorado, recibido palizas e incluso temido por su vida, pero nunca se ha rendido.
>>Recuerdo que era de noche. Estaba bastante irritada por... mis propios problemas... –dijo la arcángel, tras unos momentos de meditación, algo por lo que el joven frunció el ceño- ...así que decidí salir a despejarme. Al pasar por uno de los barrios comerciales, situado a las afueras de Roma, se cruzó delante de mí una demonio con una caja llena de pan en brazos. Era Hana.
-¿Pan? –preguntó Reima, quien no pudo evitar reír.
-Al principio, pensé que se trataba de una esclava. Por desgracia, en aquel entonces, en Roma eran más comunes. Pero no podía estar más equivocada. Más tarde, me enteraría de que había llegado a un acuerdo con el panadero por el que, si hacía todo el trabajo de una semana de su esclavo, en la mitad de días, se comprometería a reducir su horario de trabajo y le daría una habitación donde dormir.
-¡¿Qué?! ¡Pero eso es imposible! –se quejó el espadachín japonés.
-No para Hana. Quería demostrar que dándoles más beneficios a los demonios, éstos podían trabajar de manera más eficiente y, al mismo tiempo, mejorar su relación entre ellos. Evidentemente, aquel panadero no la creía, así que le puso una prueba que consideró imposible de superar. Lo que no esperaba era que Hana no iba a rendirse tan fácilmente –dijo Thyra, alegremente-. Aquella noche era la última. Tan sólo le quedaba un último cargamento. Pero, si lo conseguía, significaba que el panadero debía aceptar el acuerdo, así que, viendo que lo cerca que estaba, decidió hacer trampa.
-¿La boicoteó?
-Lo intentó. Cuando ya me iba, vi a cuatro humanos acercarse a ella con no muy buenas intenciones. La molestaban, insultaban y humillaban.
-Me parece raro que no hicieses nada.
-Quise hacerlo. El conflicto entre especies era algo que llevaba mucho tiempo molestándome. Pero recibí una mirada por parte de Hana pidiéndome que no interviniese. Lo peor fue que no se detuvieron ahí. Viendo que ella no reaccionaba, comenzaron a golpearla –continuó ella, a quien se la pudo ver cerrando ambas manos con fuerza, al recordar aquella escena-. Aun así, siguió sin dejarme intervenir, levantándose una y otra vez después de cada golpe.
-Sinceramente, yo ya les habría dado una paliza.
-Yo tampoco pude aguantarme –declaró Thyra, esbozando una sonrisa-. Cansada, decidí devolvérsela. Cual fue mi sorpresa al ver a Hana interponiéndose de nuevo, haciendo de escudo para esos desgraciados. Por suerte, lo que hizo los pilló tan desprevenidos que, por un momento, no supieron qué hacer. Y, al rato, se fueron.
>>Cuando le pregunté por qué lo había hecho, me contestó que la violencia sólo generaría más odio, así que debía evitarla todo lo que pudiese, aun poniendo en riesgo su vida.
-Suena a algo que diría ella.
-¿Verdad? Quedé impresionada por su fuerza de voluntad. Tenía aquello que yo no, y eso me pareció admirable. Aunque he de reconocer que también sentí cierta envidia. El caso es que a partir de ese momento, decidí dar yo también el paso. Y, desde entonces, hemos estado juntas.
-¡Je!
-¡¿De qué te ríes?! –replicó Thyra.
-Antes has dicho que no era una historia interesante, pero para mí sí lo es –respondió tajante el chico, a lo que ella respondió mirándolo sorprendida-. Ya debe de estar despejado. Démonos prisa –continuó, tras lo cual volvieron al pasillo del que habían venido.
Mientras tanto, Hana se encontraba frente a frente con Darío.
-¿Debo entender que tú eres su líder? –preguntó la demonio.
-¿Su líder? No. Yo sólo les he mostrado el camino. Han sido ellos quienes han decidido tomarlo.
-Si les has mostrado el camino, entonces eres su líder. Y uno bastante malo. No eludas tu responsabilidad –replicó ella.
-Creo que son los humanos quienes me han llevado a esto, ¿no le parece? ¿No cree que la responsabilidad es suya? Si me tratan con odio, sólo me queda responder con odio. ¿Acaso nunca ha utilizado la violencia?
-Jamás. Y, mientras pueda, no pienso hacerlo –declaró la joven, ligeramente sorprendida por el trato de usted.
-Por eso no ha conseguido nada –contraatacó Darío, quien comenzó a deambular alrededor de la demonio, como un padre dándole un sermón a su hija-. Admito que la paciencia es una virtud, pero ¿cuánto más habrá que esperar para que haya resultados? ¿Cuántos de los nuestros deberán seguir sufriendo hasta que consiga su objetivo? Los demonios no pueden esperar más. Están cansados de años y años de humillaciones y muertes. Necesitan que todo acabe.
-Entonces, con más razón este no es el camino. Si seguís adelante, os convertiréis en lo mismo que ellos. Jamás acabaréis con la cadena de odio. Seguiréis sufriendo. Lo que yo quiero, lo que haré, será acabar con ese odio. De esa forma, nadie, nunca más, tendrá que sufrir.
-Qué ingenua –dijo Darío, negando con la cabeza-. En fin. Estoy disfrutando mucho de esta conversación, pero no creo que lleguemos a ningún acuerdo, así que le diré lo que tengo pensado hacer. Lo que quiero que el mundo vea.
En ese momento, junto las manos, como si estuviese rezando, hecho que extrañó a Hana. Acto seguido, un aura de energía lo rodeó, aunque ésta sólo se mantuvo unos instantes antes de desaparecer.
-¿Qué acabas de hacer? –preguntó Hana, con más curiosidad que miedo.
-Ahora mismo estoy proyectando en las ciudades de Roma y Nápoles lo que está sucediendo aquí –respondió Darío, tranquilamente.
-¿Proyectándolo?
-¡Señor! ¡Tiene que venir a ver esto!
En Roma, uno de los sirvientes del papa entró en su estudio, sorprendiéndolo mientras leía.
-Tranquilo. Respira hondo y cuéntame qué ocurre –dijo éste, acompañando sus palabras con gestos de calma.
-¡Es la señorita Hana!
-¿Le ha pasado algo? –preguntó John, frunciendo el ceño.
-Será mejor que lo vea usted mismo –sentenció el sirviente.
Poco después, ambos salieron a uno de los numerosos balcones del castillo del emperador. Desde donde pudieron observar, como muchos otros habitantes de la ciudad, la imagen de Hana en lo que parecía una prisión de piedra. Frente a ella se encontraba un encapuchado vestido con una túnica blanca y, detrás de él, tres individuos más, de los cuales uno de ellos fue identificado como demonio.
-¿Qué significa esto? –se preguntó John, sin poder apartar la vista de aquella gigantesca proyección holográfica.
Al mismo tiempo, en Nápoles, la batalla había llegado a detenerse al aparecer la misma imagen en el cielo.
-¡Dios santo! –exclamó el duque Marinus I, ante aquel inusual suceso.
-¿Qué es lo que pretendes? –preguntó Hana.
-Egil –dijo Darío, secamente.
-¡Sí! –respondió el demonio, obediente.
-Quiero que la mates –ordenó, ante la atónita mirada de sus seguidores.
-Disculpe. ¿Me ha pedido que la mate?
-Así es –confirmó, acercándose al demonio.
-Pero... no lo entiendo. Creía que nuestra misión era convencerla de unirse a nosotros. Y, si se negaba, usarla de rehén.
-Y así era, pero ya has visto que es imposible convencerla y, por desgracia, nada nos asegura su utilidad como rehén.
-Pero... si un demonio la mata... ¿acaso no nos dejará eso como los malos frente al resto de demonios? –preguntó Egil.
-Egil, querido –dijo Darío, negando con la cabeza-. Después de lo que hemos hecho. De lo que hemos empezado. Ya nos hemos ganado la enemistad de los más ingenuos y fieles a sus creencias –continuó, señalando a Hana-. El siguiente paso, es demostrar nuestro poder, y hasta donde somos capaces de llegar. De esa forma, se unirán a nosotros en nuestra cruzada por la libertad.
-Lo entiendo, pero...
-Egil. ¿Acaso dudas de mí? –preguntó Darío, poniendo una mano sobre el hombro del demonio, quien sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo, haciéndole tragar saliva.
-No.
-Entonces, por favor, encárgate de ella –sentenció el encapuchado mientras se apartaba para dejar paso al esclavo.
-Creo que estamos cerca –aseguró Thyra al descubrir, al final de un largo pasillo, una puerta metálica cuya estructura no llegaba a cubrir del todo la entrada que protegía, debido a las deformaciones de la pared rocosa.
Como habían predicho, dicha puerta estaba vigilada por varios guardias.
-Ahora no podemos usar el mismo truco que al principio. ¿Qué propones? –preguntó la arcángel.
-En este caso, lo único que se me ocurre es que te hagas pasar por un rehén.
-¡¿Qué?! –replicó Thyra.
-Yo me vestiré como uno de ellos y te llevaré atada. Sólo necesitamos encontrar a un guardia al que quitarle la ropa. Luego, te cubriré las manos para que no sepan que no llevas grilletes.
-¡No van a tragárselo!
-Con que lo hagan el tiempo suficiente para que nos acerquemos a ellos, me conformo.
-¡Olvídalo! ¡Perderemos demasiado tiempo!
-¡Es nuestra única opción si no queremos llamar la atención!
-¡¿Quién anda ahí?! –les interrumpió, de repente, uno de los guardias, corriendo hacia donde se escondían, junto con parte de sus compañeros.
-¡Se acabó! ¡Es todo o nada! –señaló Thyra mientras se preparaba para luchar.
Mientras tanto, siguiendo las órdenes de Darío, Egil se acercó a Hana, quien levantó su mirada hasta alcanzar la del esclavo.
En ese momento, el demonio se dio cuenta de que en sus ojos no había pizca de rencor ni miedo. Si acaso, determinación y calma.
-Si de verdad es esto lo que quieres. Adelante –dijo ella, sin apartar la vista, mientras el demonio concentraba fuego en una de sus manos.
Con ese grillete en su cuello estaba totalmente indefensa. Era imposible que contraatacase. Aun así, ¿por qué sentía aquel malestar recorriendo su cuerpo?
Por su mente se cruzaron los recuerdos de su familia, sus padres y sus hermanos, siendo capturados por los humanos. Esos recuerdos se entremezclaron con otros de tiempos felices con ellos, así como de las palabras de Hana cuando la conoció.
Poco a poco, apuntó al rostro de ella, con una esfera ardiente ya formada.
-Dime, ¿cómo puedo dejar de odiar? –preguntó Egil, con voz temblorosa.
-Ya te lo dije. Me es imposible aliviar tu dolor. Me es imposible aliviar tu odio. Lo único que puedes hacer es evitar que otros odien igual que tú –contestó la joven- Egil, ¿quieres que los niños que nazcan a partir de ahora, sean demonios, ángeles o humanos; crezcan odiándose entre ellos por unos motivos que no son suyos?
Si la cadena de odio continuaba, las guerras de los padres serían heredadas por sus hijos. Aquellos que podrían haber sido amigos, se odiarían tan sólo por los problemas de sus antecesores. Egil lo entendía bien. Sabía que continuar con aquel conflicto no le devolvería a su familia. No cambiaría nada. Y, sobre todo, no le haría sentirse mejor.
Finalmente, tras segundos de estar frente a ella, la llama se apagó, y el demonio dejó caer los hombros en señal de rendición.
-No puedo hacerlo –dijo el esclavo, dirigiéndose a Darío-. Creo que debe de haber otra opción.
-Vaya. Una pena, Egil. Es una verdadera pena –respondió el encapuchado mientras levantaba un brazo y arrojaba una bola de luz, atravesando su pecho y empujándolo contra la pared de la celda.
-¡Egil! –exclamó Hana, yendo a socorrerle mientras Darío apuntaba hacia ella.
-No tendré más remedio que hacerlo yo mismo –sentenció, justo cuando, desde la entrada se escuchaba una explosión, haciendo saltar la puerta, y dando paso a un vendaval que chocó contra Darío y atravesó la montaña junto con él, llevándoselo al exterior.
Siguiendo a aquella fuerza invisible, apareció Reima, quien noqueó al resto de guardias que quedaban en pie y se acercó adonde se encontraba Hana, dispuesto a hacer lo mismo con Asher y Lainer. Pero, al contrario que sus compañeros, ellos dos levantaron las manos y no opusieron resistencia, permitiéndole pasar.
-¡Egil, por favor, sigue conmigo! ¡Vamos, respira! –dijo Hana, intentando detener la hemorragia en el pecho del joven.
Cuando Reima llegó a su lado, la demonio señaló su propio cuello, indicándole al espadachín que rompiese su grillete, permitiéndole utilizar sus poderes para ayudar al esclavo.
-Déjalo, Hana. Se acabó para mí –dijo Egil, quien ya no tenía fuerzas ni para moverse.
-¡No! ¡Todavía puedes luchar! –replicó ella, continuando, en vano, con el tratamiento.
-¿Sabes qué? Me alegro de no haber disparado. Tenías razón. El odio sólo conduce a más odio. Yo mismo soy un claro ejemplo –continuó, cada vez más pálido-. Prométeme una cosa... Si algún día encuentras a mis hermanos, por favor, no permitas que acaben como yo...
-¡Escúchame! ¡Vas a salir de aquí y se lo dirás tú mismo, ¿me oyes?! –exclamó Hana, desesperada.
-Es curioso... –dijo Egil- Ya no siento tanto odio...
Finalmente, su respiración se detuvo, dejando a la demonio con la cabeza apoyada en su pecho y sollozando con fuerza mientras lágrimas caían desde sus ojos.
Era la primera vez que Reima la veía así, sufriendo por la muerte de alguien a quien había conocido horas atrás. Le hizo creer que ella tenía la capacidad de cambiar el mundo.
Por otro lado, Thyra continuó volando hasta llegar a un bosque cercano, donde lanzó a Darío contra un árbol.
-¡Agh! –gritó, descubriéndose su rostro bajo la capucha.
-Así que eres humano –declaró la arcángel, al aterrizar frente a él y ver que no tenía cuernos.
-¡Ja ja ja ja! –rió el hombre, levantando las manos- Me has descubierto.
-¿Quién eres?
-¿Me perdonarás la vida si te lo digo? –preguntó Darío, con ironía.
-No, pero quizás te ahorre algo de dolor –indicó Thyra, quien, ahora que Hana estaba segura, podía desatar todo su poder.
-Me pregunto que hace un arcángel como tú ayudando a los demonios. ¿No crees que estarías mejor con nosotros?
-Antes muerta.
-Qué agresiva.
-¡Contéstame! –ordenó Thyra.
-Lo siento, pero esa es una información que no puedo darte. Aunque, a cambio, te daré un consejo. Ten cuidado con aquellos más cercanos a ti. Puede que sean ellos quienes te apuñalen por la espalda.
-¡¿De qué estás hablando?!
-Algún día, Chronos reinará en este mundo. Un mundo en el que sólo vivan esos estúpidos humanos.
-¿Chronos? –preguntó ella, confusa.
-Adiós, querida arcángel –dijo Darío antes de desvanecerse en el aire.
-¡¿Qué?! ¡¿Adónde ha ido?! –exclamó, sorprendida, Thyra, mirando a su alrededor sin encontrar ni rastro de él- ¡Maldita sea! –se enfadó, golpeando fuertemente el suelo con su vara.
Mientras tanto, en la ciudad de Nápoles, los demonios acababan de detener su ataque tras haber visto la muerte de Egil a manos de su líder. Esto permitió a los soldados de la ciudad diesen la vuelta al combate y capturasen a la mayoría, quedando únicamente algunos humanos que consiguieron escapar.
Pese a todo, las consecuencias de aquel asedio fueron devastadoras. No fueron pocos los humanos y demonios muertos, ni las casas sucumbidas al fuego.
Rápidamente, los heridos fueron llevados a un asentamiento para ser tratados. En mitad de la conmoción, no se hicieron distinciones, y todos, fuesen de la especie que fuesen, ayudaron o fueron ayudados en el proceso.
Por su parte, el duque no se hizo esperar y, pocos días después del suceso, convocó una reunión con Hana, Thyra y los Pacificadores.
Por suerte, no todas las noticias fueron malas, ya que al castillo llegó un mensaje desde Roma, indicando la llegada de refuerzos para ayudar a los heridos y planificar la reconstrucción de la ciudad.
Así pues, llegó el momento de la decisión del duque, y horas antes de que se produjese, Hana esperaba en su habitación, cabizbaja, al recordar la muerte de Egil.
En ese momento, llamaron a su puerta, y al no escuchar ninguna respuesta por su parte, Reima entró.
-¿Cómo estás? –preguntó, sin saber muy bien cómo empezar la conversación.
Silencio. Fue lo único que reinó en aquel cuarto, provocando cierta incomodidad en el joven, que anduvo sin rumbo fijo por allí hasta que se decidió por sentarse a su lado.
-No deberías culparte por lo que pasó. Fue él quien decidió ese camino –dijo.
-Si le hubiese convencido antes. Si hubiese hecho mejor las cosas desde el principio... –empezó la demonio.
-Eso no tiene ningún sentido –la interrumpió Reima-. Si nosotros hubiésemos llegado antes también podríamos haberlo evitado, pero no somos perfectos. No podemos serlo. Y, por tanto, no estás obligada a exigirte tanto a ti misma.
-Si no lo hubiese hecho, no podría haber llegado hasta aquí.
-No hablo de tus esfuerzos por detener el conflicto –dijo el chico, sorprendiéndola ligeramente-. Hablo de responsabilidad. Y eso no es algo que tengas que cargar tú sola. Está Thyra, el papa, los Pacificadores y... –se detuvo un momento antes de seguir, sintiéndose un poco avergonzado- ...yo. Yo estoy dispuesto a ayudarte con esa carga siempre que quieras. Así que, la próxima vez, confía más en mí –finalizó, recordando el momento en que se enteró de su plan de dejarse secuestrar.
Pensando que había dicho algo impropio de él, apenas se atrevió a mirarla, pero cuando lo hizo, se sorprendió al verla con los ojos clavados en él, como si hubiese descubierto algo que desconocía.
-Tienes razón –dijo, esbozando una bella sonrisa que lo dejó atónito-. Muchas gracias, Reima.
Al salir del cuarto, se asustó al encontrarse con Thyra, quien lo miró con cara de circunstancias.
-¿Has escuchado la conversación? –preguntó el joven.
-De principio a fin. Pensaba ir a hablar con ella, pero veo que te me has adelantado.
-¿Lo... siento? –se disculpó, sin saber si eso era lo que quería.
-No. Gracias por tu ayuda, Reima. Francamente, me has hecho verte con otros ojos.
-Me alegro... –respondió, todavía inseguro. Entonces recordó algo que llevaba tiempo queriendo preguntarle- ¿Qué pasó con ese tipo? ¿El tal Darío?
-Desapareció delante de mis ojos, el muy cobarde –se quejó el arcángel- Debía de tratarse de una ilusión o algo parecido. Dado la proyección que hizo, no me extrañaría que pudiese crear algo parecido consigo mismo.
-Entonces no pudiste descubrir nada –comentó, decepcionado.
-En realidad, dijo dos cosas interesantes. La primera, que tuviese cuidado con quienes tengo cerca. Aunque no sé si lo decía por todos o sólo por mí. Y la segunda es que mencionó a un tal Chronos.
-¿Chronos? ¿Quién es ese?
-Ni idea, pero puede que me entere de algo preguntando al resto de arcángeles o buscando en la biblioteca de la Inquisición.
-Me gustaría ayudarte, si te parece bien.
-¡Claro! –exclamó ella-. ¡Eres bienvenido!
-Por cierto, ¿se sabe algo de la decisión del duque?
-Nada, aunque teniendo en cuenta lo sucedido. Veo difícil que acepte nuestra propuesta. Tendremos que pensar en una forma de solucionarlo.
-Lo imaginaba...
Finalmente, llegó la hora de la reunión, a la que toados asistieron salvo Lori y Abel por parte de los Pacificadores.
-¿Dónde están? –preguntó Reima a Cain, quien había acabado lleno de vendajes tras su lucha contra Zagan.
-Ese imbécil se ha ido a buscar a Lori. Dice que desde la batalla la ve muy rara –contestó el hombre, dejando extrañado a Reima.
-Más tarde iré a hablar con ella –intervino Alex-. Es mi deber como líder de equipo.
Una vez hubo entrado el duque a la sala, todos callaron. Parecía bastante cansado, aunque no era de extrañar, teniendo en cuenta todo lo que había sucedido.
Por lo que había escuchado de los Pacificadores que se quedaron en el castillo, el duque Marinus I se enteró de que parte de los atacantes eran humanos, una de las bazas que pretendían usar Hana y Thyra para contraatacar su negativa a cooperar, pero que, pese a ello, seguía guardando rencor hacia los demonios.
Esa era la principal razón que les llevaba a pensar que volverían a Roma con las manos vacías.
-Gracias a todos por asistir –dijo el duque, nada más sentarse-. Como habréis supuesto, os he reunidos a todos para daros una respuesta. Así pues, esta es mi decisión. Como gobernador de la ciudad de Nápoles, yo, el duque Marinus I, apruebo la abolición de la esclavitud de demonios y solicito formar una alianza con Roma.
Aquella respuesta sorprendió a la mayoría. Otros, como Alex, por el contrario, no se inmutaron.
-Se me ocurre más de una razón por la que haya accedido –explicó Alex a Cain y Reima-. Para empezar, el estado de la ciudad. Pese a la solidaridad de Roma al enviar ayuda, no tienen una alianza formal con ellos. Forjarla, significaría una recuperación militar y económica mucho más rápida, además de poder defenderse frente a posibles invasores que quieran aprovecharse de la situación. Y por otro lado... –se interrumpió a sí mismo el líder del equipo mientras miraba a Hana, quien acababa de preguntar al duque por sus motivos.
-Cuando me enteré de que había humanos entre los demonios, pensé que habían sido obligados, pero dudé cuando vi a su líder matar a uno de sus súbditos. Entonces, ayer mismo, un grupo de ciudadanos pidió una audiencia conmigo. Al parecer, habían sobrevivido gracias a la ayuda de los esclavos. Algunos de ellos incluso se habían sacrificado para salvarles la vida. De hecho, me dijeron que, mientras hablaban, había demonios que hacían lo que podían por tratar a los heridos, aunque éstos fuesen los mismos humanos que los habían esclavizado. Se habían dado cuenta de su error. Y aunque no podían volver atrás, habían reunido votos de todos aquellos que opinaban igual, a favor de la abolición –declaró Marinus, cuya revelación dejó sin palabras-. Personalmente, siguen sin gustarme los demonios, pero, después de lo ocurrido, he pensado que quizás deba darles una oportunidad.
Tras su discurso, el duque se levantó de la mesa y se marchó. Su sirviente se disculpó ante los demás con un gesto de la cabeza y fue detrás de él.
-Se le veía resignado –comentó Cain.
-Supongo que habrá que darle tiempo –contestó Reima-. Lo importante es que lo hemos conseguido.
-Sí, pero me temo que tendremos más problemas a raíz de esto –añadió Alex.
-¿Qué quieres decir? –preguntó Reima.
Mientras tanto, en un bosque situado a las afueras de Roma, Darío era el último en llegar a un claro donde le esperaba otros dos individuos.
-Nadie te ha seguido, ¿verdad? –preguntó una de ellas.
-¿Por quién me tomas? –respondió el hombre, a quien se le notaba cansado.
-Por alguien que ha fracasado en su misión de matar a la gobernadora. Sí, me temo que has fracasado. Eso parece, sí –dijo la otra figura.
-¡Cállate, Matthew! –respondió Darío a otro hombre de pelo plateado y ojos del mismo color que lo observaba con una sonrisa siniestra- Además, no he fracasado tanto como pueda parecer. Después de enterarse de que el líder de los demonios era humano e intentó matar a la gobernadora, e incluso de que había humanos entre ellos, muchos tendrán dudas sobre la paz entre especies.
-Pero la única que lo sabe lo tuyo es Thyra. Y dudo que ella se precipite en difundirlo –dijo la figura situada al lado de Matthew.
-Ahí es donde entras tú, mi querido amigo. Además, ahora habrá una excusa para dejar a Thyra fuera de juego, y ya he conseguido a alguien que nos abra las puertas de Roma sin que sospechen.
-A ver si lo he entendido. Entonces, a partir de ahora, el plan será sembrar la duda en los demonios al difundir que eres humano, dejar fuera de todo esto a Thyra para que no se entrometa, y entrar en Roma para despertar a los “Dying Walkers” y así causar el caos, asesinando a Hana y al papa en el proceso –resumió el individuo desconocido.
-Y si es posible eliminar a Thyra también, mejor.
-Eso será más difícil.
-¿Y cuánto tendremos que esperar para eso? Sí, ¿cuánto? –preguntó Matthew.
-Teniendo en cuenta que voy a necesitar tiempo para recuperarme y que tendremos que encontrar el momento oportuno. Más de lo que te gustará saber. Pero no te preocupes, cuanto más tiempo tengamos, mejor se desarrollará el plan –sentenció Darío.
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