-Me
pregunto si falta mucho –dijo Cain, mirando por la ventana del carruaje que les
llevaba hacia el Ducado de Nápoles.
-Debe
de quedar al menos una hora para llegar. Relájate y disfruta de la vista
–sugirió Alex, apoyado en la pared mientras tallaba algo en un trozo de madera,
ayudado por su daga.
-Desde
que llegamos a Roma hemos estado bastante relajados. Me interesa un poco de
acción –respondió el mercenario, volviendo a su sitio.
-Tu
hermano, por el contrario, parece pensar diferente –señaló Reima, realizando
con la cabeza un gesto dirigido hacia Abel, quien roncaba y salivaba, con la
mejilla apoyada sobre una lona que cubría parte del equipaje.
-¡Despierta,
mendrugo! ¡Ya has dormido bastante! –exclamó Cain, golpeándole en la nuca.
-¡¿Eh?!
¡¿Qué pasa?! ¡¿Nos atacan?! –preguntó Abel, alterado.
-¡Si
nos hubiesen atacado te habría dejado tirado! ¡A ver si te cortaban esa cabeza
de chorlito que tienes!
Reima
suspiró, desviando la vista hacia Lori, quien mostraba una expresión de
preocupación.
-¿Va
todo bien? –preguntó el espadachín japonés.
-Sí...
es sólo que... Tú también has escuchado sobre el duque, ¿verdad? Dicen que no
es una persona de fiar. Me preocupan las intenciones que pueda tener.
Aunque
hacía poco que conocía a la chica, Reima podía decir que Lori era de los
guerreros que más se había concienciado con la libertad de los demonios. A
veces se la podía observar hablando con individuos de esa especie como si fuese
una más. Y de hecho, ya los había que habían cogido bastante confianza con
ella.
Por
ello, no era de extrañar que no se sintiese cómoda ante un líder cuyo
territorio seguía esclavizándolos. El propio Reima también tenía la guardia
alta, más después de lo que le había contado Levi.
-Intente
lo que intente, para eso estamos nosotros. Concentrémonos en nuestro trabajo y
todo saldrá bien –dijo Alex.
Finalmente,
llegaron a su objetivo. Nápoles era ligeramente diferente al lugar del que
habían partido. Si bien la estructura de las casas y calles era similar, se
podían vislumbrar diversos adornos sobre puertas y cornisas que daban una
sensación de mayor prosperidad y riqueza. Lo mismo ocurría con los ropajes de
sus habitantes, aparentemente cosidos con telas de aspecto suave y resistente.
Una
vez dentro de los muros del castillo, continuaron hasta llegar a un jardín con
un espacio pavimentado exclusivamente para vehículos.
-¡Ah!
Por fin puedo estirar las piernas. –dijo Cain, saliendo del carruaje,
levantando los brazos y crujiéndose los dedos.
En
total eran cinco los vehículos, cuatro en los que se repartían los distintos
grupos de los Pacificadores y uno en el que se encontraban Hana y Thyra.
Una
vez fuera, esperaron a que saliesen las dos líderes, quienes vestían de manera
más formal de cara a su reunión con el duque. En el caso de Thyra, su ropa no
distaba mucho de la que solía llevar normalmente, ya que era la protocolaria
para los arcángeles, sin embargo, a la espalda de su túnica, y del mismo azul
celeste, se hallaba cosido el dibujo de un par de alas de ángel.
Reima
no sabía mucho sobre su simbolismo, pero imaginó que sería una forma de
representación de los arcángeles.
Por
otro lado, Hana, llevaba un vestido rojo que llegaba hasta un poco por encima
de las espinillas. Aunque no era un rojo fuerte, la hacía contrastar con los
demás, aunque combinaba con el color de su pelo.
Además
de sus ropajes, Thyra también llevaba una pequeña tiara blanquecina con una
pequeña joya dorada en el centro.
Tras
juntarse todos, se acercó un hombre, junto con dos guardias, y saludaron,
posando una mano sobre sus pechos y agachando las cabezas.
-Es
un honor recibir su visita, Arcángel Thyra y Gobernadora Hana. Mi nombre es
Leonardo, sirviente y asesor del duque Marinus I. A su disposición.
Vestido
con una túnica violeta, adornada con bordes plateados y un casquete blanco
sobre su cabeza, aparentaba ser mayor, con pelo canoso y algunas arrugas en su
cara. De párpados y labios ligeramente caídos, resultaba difícil saber lo que
se le pasaba por la cabeza.
-Agradecemos
su recibimiento, Leonardo –contestó Thyra-. Nosotras también nos sentimos
honradas de que el duque haya accedido a vernos.
-Os
está esperando dentro. Por favor, síganme.
Asintiendo,
Leonardo les guió por el interior del castillo.
Los
pasillos por los que caminaron eran anchos y altos, casi laberínticos, con
grandes ventanales y numerosos cuadros con pinturas de la ciudad. Resultaban un
poco imponentes, al igual que la habitación en la que les esperaba Marinus I:
un gran comedor en cuyas paredes colgaban las banderas del ducado. En el centro
podía observarse una gran mesa alargada y con forma ovalada, presidida por un
hombre vestido con ropajes oscuros salvo por el cuello de lana blanca,
perteneciente a la capa que caía sobre su espalda. Presentaba bigote y perilla
negros. Iguales que su pelo, corto y bien peinado.
Sus
brazos estaban posados encima de la mesa y sonreía de manera arrogante.
-Sentaos,
por favor. Aunque antes me gustaría pediros algo –dijo al ver entrar a sus
invitados-. No veo con malos ojos que hayáis traído a vuestra guardia. Es lo
más seguro sin duda, pero no me siento cómodo con todos ellos en esta sala.
Creo que con unos pocos será suficiente, ¿no creéis?
Thyra
y Hana se miraron, tras lo que asintieron mutuamente.
-Por
supuesto, no hay inconveniente –respondió la arcángel, dirigiéndose
posteriormente a los Pacificadores-. El grupo uno y el grupo dos se quedarán
aquí. Que el tres y el cuatro se queden fuera y hagan guardia en la puerta
–ordenó.
Haciendo
caso a la arcángel, los grupos liderados por Alex y Tathya se sentaron en la
mesa junto con su dos protegidas. Una vez todos estuvieron en su sitio, el
duque dio comienzo a la reunión.
-Supongo
que sobran las presentaciones. Vosotras sabéis quién soy yo y yo sé quienes
sois vosotras. Así pues, comencemos con el asunto a tratar –tras una pequeña
pausa, durante la cual examinó a todos los presentes, Marinus I continuó-.
Desde hace años, en mi territorio, se ha tratado a los demonios como esclavos.
Jamás hemos dudado de que nuestro trato sea inmoral, pues seguimos las
enseñanzas de la Biblia, en la que se relata cómo ellos intentaron destruirnos.
Habiendo sido así, no veo por qué motivo nosotros tenemos que mostrar simpatía
hacia ellos. Es lo justo.
Reima
observó cómo sus guardas les observaban casi sin parpadear. Tensos, como si no
se fiasen de ellos.
-No
obstante –continuó Marinus I-, he visto que últimamente eso ha cambiado en Roma
y que tanto el papa como el emperador han accedido a acabar con la esclavitud y
comenzar un tratado de paz. Y todo ello por vuestra propuesta. Por tanto, es lógico
que eso haya llamado mi atención –sonrió el duque-. Dicho esto, estoy
dispuesto, en mi benevolencia y misericordia, a perdonar a los crueles y
despiadados demonios y retirar poco a poco la esclavitud de mis dominios. Pero
si lo hago, me gustaría saber qué podría obtener con ello. Pues no creo que el
emperador haya accedido sin darle algo a cambio, ¿me equivoco?
La
visión de Marinus I era simple: “Tengo derecho a esclavizarlos. Y si dejo de
hacerlo, quiero algo de igual valor”. Convencerle no iba a ser un atarea
sencilla, o al menos asó lo veía Reima.
-Sí
me permite, ¿qué trabajos suelen realizar los demonios esclavizados? –preguntó
Hana.
-De
todo un poco. Tareas del hogar, agricultura, ganadería, entretenimiento...
Actualmente no se desarrolla ningún conflicto, pero también han sido utilizados
como vanguardia en guerras.
-¿Y
cree que lo que hacen, no podrían hacerlo sin ser esclavos?
-Por
supuesto. Pero lo harían para ellos mismos, no para los humanos. Es más, al
verse libres, atacarían a los humanos.
-Es
decir, que piensa que los demonios no quieren relacionarse con los humanos y
que tan sólo buscan matarlos. Por lo que si fuesen libres, recuperarían sus
fuerzas y su ducado se vería en peligro.
-¿A
dónde quieres ir a parar? –Marinus I levantó la ceja, confuso.
-Lo
primero, decir que, si los demonios fuesen por naturaleza como dice, yo misma
habría atacado nada más atravesar la puerta...
-¡Jajaja!
–rió el duque, interrumpiendo a Hana-. No es por ofender, pero tengo esta sala
rodeada de mis mejores soldados. No crea que no voy preparado. Si intentases
algo, os reducirían en segundos.
-¿Usted
cree? –preguntó Hana, y chasqueó los dedos.
En
eses instante, se produjo el silencio en la sala. Fueron muchos los que miraron
a Hana, esperando algún suceso extraño. Fue entonces cuando se escucharon los
quejidos de los guardas dispuestos en aquella sala.
El
espadachín japonés, que había estado observándolos, fue de los primeros en
entender lo que ocurría. Y es que, al ver a la demonio chasquear los dedos, la
primera reacción de los soldados había sido la de llevar la mano hacia sus
armas y dar un paso adelante, encontrándose con el hecho de que moverse les
resultaba imposible. Una fuerza invisible los mantenía atados.
Al
darse cuenta, Marinus miró a derecha e izquierda, entre sorprendido y asustado.
Al igual que Leonardo, quien había estado durante toda la conversación en pie,
detrás del duque.
-¡¿Qué
es lo que has hecho?! –exclamó Marinus.
-Sólo
utilizar una pequeña parte de mi poder para inmovilizar a sus guardias. Como
ve, no me ha resultado muy difícil –dijo la demonio, relajada y sin bajar el
brazo con el que había chasqueado los dedos-. No obstante –instantes después,
volvió a realizar el mismo gesto, liberándolos -, no busco el conflicto, pese a
ser demonio –sentenció con un ligero tono sarcástico.
-¡Dime
por qué no debería echaros ahora mismo de mis dominios! –exclamó enfurecido el
duque.
-Me
ha preguntado qué podría obtener a cambio de unirse al tratado de paz, y yo le
acabo de demostrar el poder que tiene un demonio. Imagínese si dicho poder se
combinase con las herramientas que tiene actualmente el ser humano. La
respuesta es obvia: desarrollo. Con el poder de los demonios, las cosechas se
conseguirían mucho más rápido y el ganado estaría mucho más protegido. El
transporte sería mucho más fácil y podría llegar mucho más lejos, lo que
mejoraría el comercio. Por no hablar de lo sencilla que sería la construcción,
creándose casas más seguras, caminos más viables y un sinfín de instrumentos
que podrían facilitar su vida y la de sus ciudadanos. Y tan sólo estoy hablando
de lo que podría ser una pequeña parte... –Hana dibujaba pequeños círculos en
el aire con el dedo índice mientras hablaba, haciendo énfasis en sus
argumentos. Por su expresión al hablar, Reima podía notar la emoción y
convencimiento que ponía en sus palabras- Todo ello, sería posible si los
demonios recuperasen su fuerza y vitalidad. Algo que la esclavitud les ha
arrebatado. Si sigue como hasta ahora, con demonios debilitados y furiosos, no
sólo no habrá progreso, sino que seguirá acumulando más y más rencor, hasta que
lleguen a un punto en el que la posibilidad de entablar la paz no exista, y que
los demonios que actualmente son libres, os ataquen.
-Podremos
contra ellos –dijo el duque, con arrogancia.
-No
lo dudo. Pero a costa de cuantas vidas.
-...
-Usted
decide: progreso o decadencia.
La
demonio fue clara al “ofrecerle” una decisión al mandatario, quien no supo que
responder de inmediato. En vista de ello, Thyra optó por tomar la palabra.
-Le
pido que tenga en cuenta que al aceptar unirse al tratado de paz, no sólo se
une a los demonios, sino también a aquellas regiones que lo apoyan, así como a
aquellos ángeles que se encuentra de su lado. Bajo mi protección y la de otro
de los arcángeles, su ducado encontrará seguridad. Y mediante su relación con
Roma, encontrará aliados. Creo que gana más de lo que pierde, duque.
Al
rato, Hana y Thyra salieron de la sala junto con los grupos 1 y 2 de los
Pacificadores, uniéndose así a los que esperaban fuera. Marinus I, incapaz de
tomar una decisión, había pedido que se le diesen unos días para meditar su
respuesta, ofreciendo aposentos a sus invitados mientras tanto.
-Eso
ha sido arriesgado, ¿no crees? –le comentó Reima a la demonio.
-Lo
sé, pero, por experiencia, también sé que con este tipo de personas hay que ser
agresiva, de lo contrario serán ellos quienes dominen la conversación.
-¿Y
crees que ha funcionado? –continuó el joven.
-Habrá
que esperar –sentenció Thyra.
De
esta forma, tanto el ángel como la demonio, así como su guardia personal, se
dirigieron a sus respectivas habitaciones. Si bien era cierto que no se
esperaba la presencia de los Pacificadores, al tratarse de un gran castillo no
existía ningún problema con el número de camas. Eso sí, al contrario que en los
aposentos de Roma, la repartición no se haría por grupos, tocándole en la misma
habitación únicamente con Alex.
-Parece
que nos ha tocado en un dormitorio de dos camas –sonrió el capitán de escuadrón
mientras desataba el cinto donde descansaba su arma y lo dejaba encima de uno
de los lechos, sentándose él también.
-Así
podré aprovechar que estamos solos para pedirte algo que llevo queriendo desde
la primera vez que nos enfrentamos –declaró Reima.
-Una
revancha, ¿eh? Puede que otro día. No tengo muchas ganas ahora.
-Vamos,
mi hombro está recuperado. Seguro que podré darte un mejor combate que la
última vez.
Alex
lo miró con su ojo sano, todavía con una sonrisa en la cara.
-Lo
siento. Mejor en otra ocasión.
-De
acuerdo. Como quieras –el espadachín japonés se encogió de hombros y también se
sentó.
-En
vez de eso, podríamos aprovechar para conocernos mejor –propuso Alex.
-Me
parece bien. ¿Te importa si empiezo yo?
El
hombre de pelo plateado realizó un gesto con su mano, dejándole tomar la
iniciativa.
-¿Cómo
es que eres tan fuerte?
-¡Jaja!
Veo que estás más interesado en mi capacidad de combate que en mí mismo.
Aunque, realmente, una cosa tiene que ver un poco con la otra. Verás, yo nací
en una aldea guerrera, al norte de aquí. A los cinco años te daban un cuchillo
y te enseñaban a cazar pequeños animales y practicar combate contra miembros de
la misma tribu. Y a los diez, te incluían en las filas que enviaban a combatir
para conquistar otras aldeas. Así que, en parte podrías decir que llevo
entrenando mente y cuerpo desde muy pequeño.
-Diez
años. Y yo que pensaba que había empezado mi aprendizaje demasiado joven. ¿No
estoy seguro de que sea eficiente enviar niños a una batalla?
-No
había muchas opciones. Mi región es conocida por el frío y la nieve. Para
sobrevivir tienes que buscar alimento, y cuando ese alimento lo encuentras en
el territorio de otro, el más fuerte se queda con él. Así pues quien
conquistase al resto de aldeas optaría a un mayor territorio donde cazar.
-Ya
veo. Deduzco que si estás aquí todo salió bien.
-En
realidad, no. Fui el único superviviente de los que enviaron, perdiendo mi ojo
en el proceso –dijo, señalando su ojo derecho cubierto por el parche-. Pero
aquello no fue lo peor de todo. Otra aldea vecina aprovechó nuestra salida para
atacar a mi gente. Todos fueron masacrados, incluida mi familia. Así que,
herido y sin poder volver a mi hogar, puse rumbo hacia ninguna parte, sólo
pensando en sobrevivir. Y eso sí puedo decirte que, hasta la fecha, lo he
conseguido –rió ante un chiste que sólo comprendía él mismo-. Desde aquel día,
he conocido a muchas personas. A algunas las he asesinado, de otras he
aprendido técnicas y he pulido mis habilidades, y luego están aquéllas de las
que he aprendido a buscar otros objetivos en mi vida.
-Y
de esos objetivos, ¿cuál fue el que te llevó a estar aquí?
-Diría
que son varios, pero si he de poner uno por encima del resto, ese sería
“entender a los demonios”.
-¿Entenderlos?
-Así
es. Durante mi viaje, conocí a una familia de ellos. Eran diferentes a mí y,
sin embargo, su manera de actuar no. Igual de “humanos” que nosotros, se podría
decir. En ese momento pensé que debía conocerlos mejor, entender qué les hacía
diferentes. Por supuesto, hablo de algo más que de los rasgos físicos.
-¿Y
no pudiste hacerlo entonces?
-No.
Nos separamos tras ayudarles a huir de sus perseguidores. A día de hoy me
pregunto que habrá sido de ellos.
-Es
curioso. Para proceder de una aldea guerrera. Pareces bastante pacífico.
-Para
bien o para mal, la vida te enseña muchas cosas. Supongo que aquellos con los
que me crucé en mi camino cambiaron mi forma de pensar.
De
repente, Alex recordó algo.
-¿No
te pedí que me enseñases el movimiento de pies que utilizaste durante nuestro
combate?
-Ah...
Es cierto –el espadachín, concentrado como estaba en la historia de su
compañero, lo había olvidado. Ahora que se lo había recordado, quizás pudiese
tomar ventaja de ello- Entonces no podrás negarte a un combate contra mí.
-Cómo
te aprovechas. No te preocupes. Te aseguro que tendrás tu combate. –rió Alex-
Bueno, ahora es tu turno...
-Debió
de ser una persona muy sabia –concluyó el hombre al escuchar una versión
resumida de la historia de Reima.
-Lo
fue. A veces todavía me pregunto por qué decidió enseñarme.
-¿No
está claro? Porque vio futuro en ti.
-Futuro,
¿eh? –el joven se mostró dubitativo-. Hace varios días, alguien me dijo que
había perdido mi objetivo. Quizás el futuro no esté tan claro como lo veía él.
-El
futuro siempre puede ser cambiado, Reima. Fíjate en mí. Cuando era joven sólo
pensaba en sobrevivir, pero ahora es diferente. Intento aprender más de los que
me rodean.
-¿Es
por eso por lo que me has propuesto conocernos mejor?
-En
parte sí –declaró el hombre mientras se levantaba de la cama- Por otro lado,
necesito saber más sobre mi escuadrón si quiero liderarlo como es debido –dicho
esto, abrió la puerta de la habitación.
-¿Adónde
vas? –preguntó Reima.
-A
echar un vistazo por la zona. Además, me vendrá bien estirar las piernas.
Poco
tiempo pasó hasta que el chico decidiese hacer lo mismo. Se aburría allí solo y
tampoco le gustaba estar encerrado mucho tiempo en el mismo sitio.
En
un principio se le ocurrió visitar la habitación de Cain y Abel, pero no sabía
cual era, y prefería no arriesgarse a tocar en la equivocada.
Así
pues, caminó sin rumbo fijo por los extensos pasillos del castillo, buscando
alguna salida al exterior o al menos, algún balcón desde el que poder tomar un
poco el aire.
Fue
entonces cuando se encontró de frente con Hana, quien se detuvo de golpe al
darse cuenta de su presencia.
-¡Oh!
¡Reima! ¿Qué haces aquí? –preguntó, curiosa.
-Nada
en especial, tan sólo quería despejarme un poco. Me gustaría encontrar algún
sitio donde tomar el aire, pero tanto pasillo está logrando que me pierda.
-Sí,
te comprendo. Deberían poner indicaciones en castillos tan grandes como éste
–contestó.
Al
bajar la mirada, el joven se dio cuenta de que Hana llevaba un par de toallas
en los brazos.
-Ah,
¿esto? –preguntó ella siguiendo la dirección de sus ojos-. Estaba pensando en
tomarme un baño –de repente, pareció tener una idea- ¡Ya sé! ¡¿Y si te vienes
conmigo?! Seguro que un buen baño te despeja más –propuso, con expresión
maliciosa.
-No
estoy tan seguro de ello...
-Tranquilo,
era una broma. En fin, si buscas un balcón, sigue recto por este pasillo y gira
a la derecha. Cuando lleves unos pocos pasos, verás una entrada a la izquierda.
He pasado antes por ahí y he visto unas escaleras. Probablemente lleven al
exterior.
-Gracias.
-No
hay de qué.
Dicho
esto, continuó su camino hacia los baños.
-Ah...
–la interrumpió Reima-. Quería preguntarte si hablaste al final con Behemoth.
-Ah,
sí... –su cambio de expresión provocó una sensación de arrepentimiento en el
chico por haber sacado el tema-. Insistió en que todo había sido idea suya,
aunque, por la tensión de su cuerpo y la manera de reaccionar, me hace pensar
que mintió o, al menos, que no dijo toda la verdad.
-¿Quieres
decir que Levi tenía razón?
-Las
probabilidades de que alguien le haya influenciado y de que ese alguien vuelva
a actuar son bastante altas, sí. Debemos estar alerta.
-En
ese caso, me temo que no voy a poder dejar que vayas sola al baño.
Hana
se sobresaltó un poco, agarrando con fuerza las toallas.
-Ah...
ya te he dicho que era una broma.
-Tranquila.
Me quedaré fuera haciendo guardia.
-En
cualquier caso, te preocupas demasiado. –sonrió la demonio.
En
ese momento, se escuchó la voz de alguien, lo que provocó que Reima
desenvainase su espada y alzase su brazo izquierdo para proteger a Hana, quien
también se mantuvo en guardia.
-No
te separes de mí. Voy a ver de qué se trata –sugirió el espadachín.
-De
acuerdo.
Siguiendo
el sonido, que cada vez se iba discerniendo mejor, llegaron hasta las escaleras
de las que había hablado la demonio.
En
ese punto, Reima podía decir que el origen de la voz era un hombre discutiendo
sobre algo. Si lo hacía con alguien o consigo mismo estaba por ver, ya que no
escuchaba a nadie más.
Una
vez arriba, observaron una puerta abierta que daba a un balcón rectangular
cercado por una barandilla de piedra.
Sentada
sobre ella, se encontraba una chica, que reconocieron como Tathya, la líder del
primer grupo, quien mantenía los ojos cerrados mientras oía a un joven apuesto,
de pelo corto y claro, y ojos azules, además de alto, al que Reima conocía por
el nombre de Julius.
Junto
a los dos se encontraba también Sarhin. Ambos pertenecían al escuadrón de
Tathya.
-¡...es
por eso por lo que creo que no merecen la libertad! –sentenció Julius con
convicción.
Debido
a que había cogido la discusión a mitad, no podían asegurarlo, pero, dadas las
circunstancias, el tema de conversación debía de ser los demonios.
Probablemente, Julius opinase que los demonios no merecían ser libres por los
crímenes que habían cometido en el pasado.
-¿Quieres
decir entonces que incluso aquellos demonios que no han hecho nada, tampoco
merecen ser libres? –preguntó Sarhin, hablando por fin.
-Es
posible que no merezcan ser esclavos –prosiguió Julius, más calmado-, pero nada
asegura que no tomarán las armas y atacarán de nuevo a la humanidad si no los mantenemos
controlados.
-¿Qué
sugieres entonces? –preguntó su compañero, frunciendo el ceño y cruzando los
brazos.
-Que
se les mantenga en libertad controlada, con límites y bajo vigilancia.
-No
son animales, Julius.
-No
sería lo mismo. Vivirían como humanos pero con reglas más estrictas.
Sarhin
suspiró, negando con la cabeza.
-Sabía
que algunos de vosotros pensarían así –susurró Hana justo detrás de Reima, su
voz tan sólo audible para éste-. Que no todos apoyarían a los demonios tras
conocer su historia.
-Dime,
Julius –esta vez la que habló fue Tathya. Sarhin no era muy hablador, pero
alguna vez había tomado parte en alguna conversación de grupo o había mostrado
un mínimo interés por algo, al contrario de lo que pudiese aparentar por su
aire de seriedad. Sin embargo, oír a la líder del primer grupo hablar fue algo
inesperado para Reima, quien, desde que la conocía, apenas la había visto junto
a otras personas que no fuesen Sarhin, con quien, al parecer, tenía algo en
común-, ¿sabías que Sarhin y yo fuimos esclavos?
Este
hecho sorprendió al chico de ojos azules. Por su mirada, podía sentir su
respeto y admiración por ella.
-No...
-La
esclavitud no sólo significa no tener libertad, sino que ni tu propio cuerpo te
pertenece. Te roban la dignidad y la vida, y sienten cómo cada vez tienen más
poder sobre ti, exigiéndote más y más conforme van ganando confianza en sí
mismos –Tathya hizo un pequeño silencio, durante el cual abrió los ojos y los
fijó en su compañero-. ¿Y sabías también quiénes fueron aquellos que nos esclavizaron?
Los propios humanos. Nuestra propia especie. La libertad controlada de la que
hablas no durará –tras esto, desvió la mirada hacia la puerta-. ¡¿No opináis
igual?!
“Maldita
sea, debí haber predicho que alguien como ella nos descubriría”, pensó Reima
mientras Hana salía de su escondite ante la incredulidad de los presentes.
-¡Señorita
Hana! ¡No sabía que estaba aquí! –exclamó Julius, saludando con una reverencia,
una mano en el pecho y la otra junto a la cintura.
-Por
favor, Julius, incorpórate –dijo la gobernante, tras lo que él obedeció-.
Quiero que seas sincero, ¿de verdad piensas que los demonios no merecen la
libertad?
Al
principio, dudó en responder, pero la expresión de la demonio no indicaban
enfado o decepción, sino decisión y esperanza. Ello le impulsó a ser sincero.
-Así
es. No comprendo que, habiendo cometido tantos crímenes, se les dé otra
oportunidad.
-En
ese caso, yo te lo enseñaré. Tantas veces como necesites. Te mostraré por qué
merecen ser libres tanto como el resto de seres vivos.
Ante
su respuesta, Reima sonrió, admirando la fuerza de voluntad que ponía en sus
convicciones...
Mientras
tanto, Marinus I se hallaba sentado sobre un sillón de terciopelo marrón y
reposabrazos dorado, situado en el interior de sus aposentos. Con la mejilla
sobre una mano, pasaba las páginas de un libro con la otra sin realmente
leerlo, pues estaba distraído debido a la conversación mantenida aquella misma
mañana.
En
ese momento, se escucharon unos pequeños golpes en la puerta, seguido de un
“¿Puedo pasar, señor?”. Se trataba de Leonardo.
-Adelante
–respondió el duque.
El
sirviente vino con una bandeja plateada en sus manos, sobre ella, una copa con
un líquido rojo.
-Gracias,
Leonardo. Puedes retirarte.
-¿Le
preocupa algo, señor? ¿Se trata de la conversación de esta mañana con las dos
señoritas?
-¡¿Qué
diablos se han creído?! ¡Tratarme a mí de esa forma! –exclamó mientras
cerraba el libro con un golpe seco y
cogía la copa.
-Estoy
de acuerdo, señor. Por muy ciertos que hayan podido ser sus argumentos, dirían
que han sonado más como una amenaza que como una oferta.
-¡¿Verdad?!
Sin embargo, tampoco puedo ignorar las ventajas de las que ha hablado. Si
podemos acelerar el progreso de nuestras armas y herramientas, dispondremos de
una supremacía que nos diferenciará de otros reinos y ducados. Además, mejorará
nuestra relación con Roma. Por otro lado, no sé cómo reaccionará la gente al
liberar a los demonios, y tampoco me fío de lo que harán ellos.
-Si
me permite opinar, señor. Creo que vuestra gente lo entenderá siempre que le
expliquéis las ventajas que obtendrán. Lo más difícil será la cooperación de
los demonios que liberéis. Aunque, supongo que para ello podéis contar con la
ayuda de las señoritas y del papa.
-Mm...
En fin, ya pensaré en ello mañana. Gracias por tu consejo, Leonardo.
-Un
placer como siempre, señor –contestó el sirviente, quien realizó una reverencia
antes de marcharse.
En
el interior de un bosque situado a las afueras del castillo, al sur del mismo,
un grupo de demonios se había reunido.
-¿Habéis
conseguido obtener información sobre la conversación con el duque? –preguntó
uno de ellos. Todos llevaban una capa de color parecido al de los troncos de
los árboles, para así camuflarse mejor. Las capuchas de sus vestimentas
ocultaban los rasgos más visibles de su especie.
-No.
Lo siento. Si hubiese sido sólo la guardia de Nápoles podríamos habernos
infiltrado, pero esos “Pacificadores”, o como se llamen, son buenos.
-No pasa nada. Hubiese sido conveniente tener esa
información, pero dudo mucho que afecte al plan. Continuaremos tal y como lo
teníamos previsto. Nuestro objetivo: secuestrar a Hana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario