-Tú eres... –Asari se mantuvo pensativa durante unos
instantes- ¡Ah! ¡Ya me acuerdo! ¡Eres aquel chico! ¡El que atacó el instituto,
junto con los “Dying Walkers”, la otra vez!
-Mi nombre es Simon. Me alegra que te acuerdes de
mí, aunque sea poco antes de tu muerte.
-Vaya. Qué seguro de ti mismo –rió la profesora-.
Así que tú también eres uno de los apóstoles. Eres bastante joven.
-El más joven, al menos, actualmente –declaró Simon,
mostrándose orgulloso.
-Una pena ver que chicos como tú se conviertan en
ovejas descarriadas.
-¡Silencio, pecadora! ¡No eres quién para hablar!
-¿Podríais dejar esta conversación o como queráis
llamarlo? –se quejó Ahren sacando sus armas- No hemos venido aquí para que
ninguno de los dos deis sermones.
-Qué violento, Onii-chan –comentó Serah.
-Calla... –respondió su hermano.
-De todas formas, ¿qué le pasa a ése? –preguntó la
joven, señalando al compañero de Simon, quien se había quedado durmiendo de
pie, apoyado en su remo, y roncando sonoramente.
-Thaddaeus, ¡¿cuántas veces te tengo que decir que
no debes dormirte de pie?! ¡Y menos en mitad de un combate! –exclamó Simon.
-Lo cierto es que el combate ni siquiera ha
empezado... –comentó Asari, frunciendo el ceño.
Tras un ronquido aún más profundo que los
anteriores, el hombre abrió los ojos poco a poco.
-¿Ya está lista la cena? –fue lo primero que dijo,
con un tono más grave del que aparentaba tener.
-¡No es hora de cenar! ¡Un día de éstos vas a acabar
con mi paciencia!
-Si no es hora de cenar, ¿por qué has traído
invitados? –preguntó señalando con un gesto de la cabeza a los demás.
-¡Son nuestros enemigos!
-¿Y por qué iban a venir enemigos a interrumpir
nuestra cena? Que sepas que no pienso compartir mi comida. Por cierto, ¿queda
vino?
-¡No hay vino! ¡No hay comida! ¡Hemos venido a
luchar contra los demonios! ¡Si tanto quieres comer, terminemos esto cuanto
antes!
-De alguna manera... le compadezco... -dijo Ahren
mientras, tanto él como las dos chicas a su lado, observaban a Thaddaeus
sacarse un moco de la nariz y llevárselo a la boca- Es asqueroso...
-De repente, siento un escalofrío... –indicó Serah.
-¡Si no le dais vosotros, le doy yo! –gritó de
repente Asari, apuntando con su rifle y disparando una bala de fuego con
rapidez hacia la cabeza del vagabundo. Sin embargo, éste cogió el remo y, con
un leve movimiento, desvió la bala hacia un lado, haciendo que penetrase una de
las paredes laterales, sorprendiendo así a la profesora.
-Los mosquitos vienen muy agresivos este año.
Deberías ponerte repelente, Simon –dijo el apóstol, sin señales de sentirse
alterado por lo sucedido.
-No son mosquitos de lo que estamos hablando...
–Simon parecía cada vez más cansado de intentar entablar conversación con él.
-Esto no me gusta... –murmuró Ahren, apuntando con
sus pistolas-. Será mejor que nos centremos en derrotar a Thaddaeus. Ese tipo,
es fuerte...
Asintiendo, las chicas también se pusieron en
guardia, dando Serah el siguiente paso de manera que, en décimas de segundo, ya
se hallaba a poca distancia de sus dos contrincantes. Entonces, desplazó su
mano derecha hacia atrás y, con la palma abierta, se dispuso a golpear a ambos.
Por su parte, Thaddaeus reaccionó apartando de un empujón a Simon y agachándose
justo en el momento en que una onda expansiva salía despedida en línea recta y
destruía una de las casas que tenía detrás.
Incorporándose, el apóstol observó el destrozo
mientras se rascaba la nuca y emitía un silbido de impresión.
-Las noticias no habían dicho nada de un tifón.
Mucho menos de uno con forma humana.
La chica intentó realizar otro golpe con la mano
contraria, moviéndola desde su cintura hacia la espalda de Thaddaeus, no
obstante, él, sin darse la vuelta, dirigió el extremo delgado del remo hacia su
muñeca, desviando el golpe hacia arriba. Acto seguido, giró el objeto y se
dispuso a golpear el costado de ella con el extremo más ancho, teniendo que
detener su ataque para desviar un gran número de balas procedentes de las
pistolas de Ahren.
-¡Asari! ¡Tú encárgate de Simon! ¡Nosotros iremos a
por el vagabundo!
-¡Entendido! –contestó la chica mientras cambiaba de
objetivo.
-Ya has oído, Simon. Esos dos prefieren charlar
conmigo. Creo que todavía conservo mi carisma.
-¡Cállate! ¡Más te vale que hagas bien tu trabajo!
–dijo el chico rubio, activando el mecanismo de su vara que hacía aparecer un
filo en uno de sus extremos, y lanzándose en carrera hacia la profesora.
-Me sorprende que hayas podido golpearme. –dijo
Serah dando unos pasos hacia atrás para crear distancia entre ella y
Thaddaeus-. No hay muchos que sean capaces de ello.
-Es cuestión de mentalidad, querida –respondió el
hombre metiéndose el dedo en el oído, haciendo una pelota con la cera sacada y
lanzándola al suelo-. ¡Oh! ¡Ahora sí que puedo oír bien! ¡Qué alivio!
-No sé si lo hace aposta o es así de verdad...
–comentó la chica, dejando caer los hombros.
Una serie de balas fueron lanzadas de nuevo contra
el apóstol, quien, ésta vez, las esquivó, demostrando unos reflejos fuera de lo
normal.
-¡Serah! –exclamó Ahren, a lo que la chica contestó
asintiendo con la cabeza.
Acto seguido, se lanzó de nuevo a por el vagabundo,
alzando su mano abierta a media altura, obligando al apóstol a saltar en el
aire ya que, poco después de ello, se produjo una distorsión en el espacio que
había estado ocupando. Entonces, Ahren apuntó con sus ocho pistolas y, como si
fuesen ametralladoras, disparó numerosas ráfagas de bolas de fuego que
estallaron nada más entrar en contacto con su adversario.
Pese a haber acertado en su objetivo, ninguno de los
hermanos apartó la mirada de la pantalla de humo que habían generado las
explosiones. Sin embargo, tanta precaución no pudo evitar que el remo saliese
despedido a gran velocidad de entre la humareda, impactando en el abdomen de
Serah. Al tiempo que la chica se retorcía de dolor, Thaddaeus siguió el mismo
camino que su arma, cogiéndola en el aire y realizando un golpe en diagonal
hacia el hombro de la joven.
Por suerte, ella logró reaccionar haciéndose a un
lado para esquivarlo, girando sobre sí misma y contraatacando con un golpe de
sus nudillos dirigidos a su mejilla, sin llegar a tomar contacto con su
objetivo.
-Descargas una inmensa cantidad de tu Setten
concentrándolo en un punto concreto. Sin duda, un golpe mortal si logra
alcanzar a la víctima –indicó el vagabundo, creando algo de distancia entre los
dos-. Y esos movimientos... deduzco que sabes artes marciales.
Justo al acabar la frase, una serie de brazos hechos
de fuego, procedentes de los cañones de las pistolas de Ahren, se abalanzaron
sobre él. Como respuesta, el apóstol hizo girar su remo a velocidad exorbitante,
como si se tratase de un ventilador, apagando sus llamas.
-Tus golpes, por el contrario, son más numerosos, y
tus armas te permiten una mayor versatilidad en cuanto a técnicas, pero son
débiles. En resumidas cuentas, una buena táctica de vanguardia y retaguardia. Y
por si fuera poco, la utilizáis bien gracias a vuestra buena coordinación. No
obstante, una vez conoces como funciona... –rápidamente, el hombre se situó
delante de Ahren, golpeando con su arma una de las muñecas del chico, que no pudo
evitar dejar caer cuatro de sus pistolas. Sin darle tiempo a recuperarse, hizo
desaparecer el remo y se posicionó detrás de él, atacando la parte de atrás de
su rodilla y logrando que perdiese el equilibrio. Posteriormente, desplazó el
brazo izquierdo por delante de su hombro mientras con el derecho rodeaba su
cuello, inmovilizándolo-...sabes qué hacer: atacar e inmovilizar a la
retaguardia y utilizarlo de rehén para acercarte a la vanguardia.
Aquel movimiento había desestabilizado fácilmente su
formación. Cualquier ataque de Serah podía matar a su hermano si no lo hacía
con suma precisión.
En ese momento, Ahren se preguntó si todos los
apóstoles estaban a ese nivel o si él era un caso especial. Al principio, no
había notado nada fuera de lo común. Pese a que, tanto su hermana como él, eran
bastante sensibles al Setten y Retten, ninguno de los dos había sentido un
poder descomunal en ese vagabundo. Sin embargo, nada más desviar el disparo de
Asari, su instinto le había dicho que no estaban ante alguien normal. ¿Acaso
había reducido su Retten a voluntad? Eso sólo tendría sentido si no hubiese
querido ser detectado pero, en mitad de un combate, ¿qué necesidad tendría de
hacerlo? ¿Quizás buscaba que le subestimasen? No. Ninguno de los dos lo había
hecho durante el tiempo que llevaban de combate.
-Déjame adivinar. Estás intentando conocer el
secreto de mi fuerza. Podrías invitarme a algo y te lo diría. La verdad es que
no es nada del otro mundo.
-Entonces, ¿me lo dirás?
-¿Así? ¿Gratis? ¿En serio no me vas a invitar a
nada?
-Quizás cuando te haya matado lo haga.
-¡Entonces no podré saborear nada! Por cierto, ¿has
probado las colas de lagartija? Son un manjar.
El chico prefirió no contestar a esa pregunta.
-En resumidas cuentas, que no me vas a invitar a
nada, ¿no? –continuó el apóstol- De acuerdo, te lo diré, pero porque sois mis
invitados. Que conste que soy un buen anfitrión. Aunque hay mosquitos y ahora
mismo refresca.
-¿Cómo es que alguien como tú sigue vivo?
-Bueno, como iba diciendo –dijo Thaddaeus, ignorando
al joven-, lo cierto es que soy el que tiene el Retten más bajo dentro de los
apóstoles. Si algo me caracteriza es que tengo mucha experiencia en combate.
-¡¿Qué?! –gritó Serah, quien también había estado
escuchándoles- ¡¿Sólo eso?!
-Sólo eso.
Eso no les daba ninguna información. Era como decir
que sabes cocinar porque has aprendido. Lo obvio. Pero, si lo que decía era
verdad, ¿cuanta experiencia habría acumulado en combate como para no haber
podido llegar a provocarle ni un rasguño?
-En cualquier caso, ¿qué piensas hacer, jovencita?
Un paso en falso y él morirá.
-¡Cálmate, Serah! ¡Si te verdad pretende utilizarme
como rehén no me matará!
Contrariando sus palabras, el hombre apretó el
cuello de Ahren, a quien, poco a poco, empezó a faltarle el aire. En un intento
de librarse, el joven intentó golpear con su brazo libre pero se encontraba en
una mala posición como para que su acción tuviese algún efecto.
-No soy tan amable.
-¡Onii-chan! –gritó Serah, impotente y desesperada
debido a su indecisión- ¡No! ¡Onii-chan!
Fue entonces cuando Thaddaeus observó al chico
gesticular con los labios. Si había leído bien, acababa de articular dos
palabras que le hicieron entender que algo iba mal: “Un... error...”.
En ese momento, apareció un círculo de luz alrededor
de Serah, acumulándose un gran poder en su interior al mismo tiempo que
pequeñas porciones de la superficie del suelo se levantaban lentamente en el
aire. Segundos después, alas de ángel surgieron de su espalda y una energía de
colores blanco y amarillo comenzó a concentrarse en su mano, con la que apuntó
al vagabundo.
-Esto no me gusta –dijo el apóstol, esbozando una
sonrisa irónica mientras aflojaba su agarre y liberaba a Ahren.
El joven, quien se sentía un poco mareado, estuvo a
punto de perder el equilibrio, pero sabía bien que no era momento para algo
así. Si no se daba prisa, todo quedaría reducido a cenizas.
Así pues, actuó con rapidez, lanzando sus pistolas
restantes al suelo y corriendo hacia su hermana. Al entrar en el círculo de
luz, éste le infligió heridas en varias partes de su cuerpo, sin embargo, no
detuvo su avance.
Al final, justo cuando ya había acumulado suficiente
energía para disparar, el chico la abrazó, logrando que reaccionase.
-Cálmate –dijo Ahren con tono suave-. Estoy bien. No
pasa nada. Todo va a salir bien. Estoy aquí, Serah.
La energía en su mano desapareció a la vez que lo
hicieron sus alas y el círculo de luz que la rodeaba. Una vez calmada la
situación, ambos hermanos quedaron abrazados durante un tiempo ante la seria
mirada de Thaddaeus, quien se agachó a recoger las pistolas.
-Gracias, Onii-chan. Ya estoy mejor.
-Ah... –suspiró Ahren, separándose de ella-
Prometiste que no volverías a descontrolarte en una situación desesperada.
Estoy seguro de que, si hubieses disparado, te habrías cargado la realidad
alternativa de Mammon. ¿Qué diría ese “tío” si te viese así?
-Se enfadaría conmigo por romper mi promesa. No se
lo cuentes, ¿vale?
-Tranquila. Sabía que no te sería tan fácil, y estoy
acostumbrado a ser quien te calme, aunque últimamente haya dejado ese papel
–sonrió.
Cuando se giró para encarar a Thaddaeus, se encontró
con sus pistolas siendo lanzadas hacia él, cogiéndolas por acto reflejo.
-¿Por qué me las devuelves? –preguntó Ahren, sin
entender el gesto.
-No lo sé. ¿”Soy honrado” te vale?
-Antes, cuando has visto el estado de Serah, has
aflojado el agarre y me has liberado. Desde un principio, no pretendías
matarnos, ¿verdad?
-Empezaba a hacer un poco de calor. No soy bueno con
las temperaturas altas, así que he dejado que corra el aire entre tú y yo, ya
sabes.
-Ésa es otra. Te haces el loco pero una vez entras
en combate, tu personalidad cambia. ¿Quién diablos eres?
Haciendo aparecer de nuevo el remo, el apóstol le
dio un par de giros y lo posó sobre su hombro.
-Si quieres saberlo, antes tendrás que vencerme...
Mientras tanto, más alejados, la lucha entre Asari y
Simon continuaba, con la primera manteniendo las distancias mientras disparaba
cada vez que veía oportunidad.
-¡¿Es que no sabes hacer otra cosa que huir?! –se
quejó Simon, esquivando los ataques de la profesora.
Aquella táctica le permitía conocer mejor los
movimientos de su contrincante. Era la manera más conveniente de luchar contra
un enemigo del que sabía bastante poco. Esa era una de las bases que le había
enseñado su maestro.
“Por lo que he podido observar, sus movimientos son
rápidos pero no parece muy experimentado en combate. Aun así, no debería
subestimarlo.”, pensó Asari a la vez que seguía retrocediendo, “Probaré a
atacarle por sorpresa”.
Con esto en mente, disparó al suelo, fundiéndose con
las llamas y teletransportándose detrás de su adversario. Posteriormente,
apuntó a su espalda y lanzó una bala de fuego que se dividió en varias,
golpeando diversas partes de su objetivo, que cayó al suelo, dejando de moverse.
Con su arma todavía en alto, inspeccionó el cuerpo de su enemigo, buscando
alguna señal de ataque, sin embargo no vio nada que supusiese un peligro.
-Será mejor que me asegure –dijo, disponiéndose a
realizar otro disparo para rematar a su oponente.
De repente, el filo de una lanza atravesó su vientre
por la espalda, provocando que la joven girase la cabeza hacia atrás,
encontrándose con Simon.
-¿Cómo...? –preguntó, dándose cuenta, acto seguido,
que el cuerpo del apóstol continuaba en el mismo lugar.
-Es complicado –respondió el joven, sacando la lanza
de la espalda de la profesora, que se desplomó sobre el hormigón, dejando un
charco de sangre debajo-, pero como bien dicen: un mago nunca revela sus
trucos.
Tras esto, el apóstol se encaminó hacia su otro
cuerpo, agachándose junto a él y tocándolo con una de sus manos. Inmediatamente
después, ambos se unieron formando un único individuo, el cual, tras unos
segundos, se levantó despacio, como si le doliesen los músculos del cuerpo.
-Ugh... ¿qué ha pasado? –fue lo primero que se le
escuchó decir ante la atónita mirada de Asari.
Una vez incorporado, se dio la vuelta para
encararla, extrañándose al principio por encontrarse a la chica herida. No
obstante, su expresión no tardó mucho en volverse más serena, dejando escapar
un suspiro.
-Ya veo. He perdido el conocimiento y ha vuelto a
salir.
La profesora intentó también ponerse en pie, pero la
sangre que había perdido la había debilitado considerablemente, consiguiendo
alzar solamente el torso.
-¿A quien... te refieres...?
Manteniéndose en silencio, Simon se limitó a caminar
hacia ella, lanza en mano.
-Alguien a quien no le tengo demasiado aprecio pero
que, por desgracia, es mejor que yo en combate.
No entendía nada. ¿Una persona clavada a él que
aparecía cuando perdía el conocimiento? ¿Se trataba de una proyección astral o
algo así?
-No me gusta ganar por estos métodos pero no pienso
desaprovechar esta oportunidad. Cumpliré mi misión y te mataré para dar un paso
más hacia el reinado de mi señor Chronos. Adiós.
El filo de su lanza se precipitó sobre Asari, a
quien, como una serie de diapositivas, se le pasaron por la mente recuerdos de
cuando todavía vivía su maestro. Los momentos más felices de su vida. Con todo
ello, lo que con más intensidad se le presentó fue una frase que le repetía
cada vez que se metía en problemas: “Conserva la vida que te he dado”...
“Había
empezado a llover. Una niña de entre once y doce años andaba atropelladamente
sobre una llanura, con ropa andrajosa y pelo estropeado. Llevaba días sin comer
nada y el agua que había bebido procedía de un charco sucio y lleno de
insectos, algo que le había dado igual debido a la sed que había acumulado. Se
sentía muy débil, apenas podía levantar sus huesudos brazos y sólo dar un paso
llevaba gran parte de su energía vital. Sus padres no le habían enseñado a
sobrevivir en mitad de la nada. En una ciudad habría podido robar algo para
comer pero allí sólo había hierba mojada y árboles sin frutos comestibles.
Incluso si ahora los encontrase, ni siquiera podría trepar para llegar hasta
ellos.
Finalmente, no
pudo más y cayó sobre el barro. No tenía fuerzas para llorar. Lo único que
deseaba era dormir pero sabía bien que si lo hacía, no volvería a despertar.
Pese a ello, sus párpados pesaban muchísimo y su cuerpo ya no le respondía.
“Quiero vivir”, pensó, tratando de darse valor, “Quiero vivir”, repitió una y
otra vez hasta que su mente se quedó en blanco y terminó cerrando los ojos,
durmiendo por última vez.
Todo era
oscuro, y no sentía nada. Justo como lo había imaginado. Pero hubo algo con lo
que no contaba en aquel lugar vacío. Una voz. Una voz que la llamaba.
No reconocía
esa voz pero era agradable. Quizás fuese Dios, que había venido a por ella.
Nunca había sido religiosa. No había tenido tiempo de pensar en ello a lo largo
de su corta vida pero si, como decían los mayores, existía, entonces debía de
ser su voz.
Queriendo
llegar hasta él, el sonido se hizo cada vez más y más fuerte hasta que, antes
de poder darse cuenta, la oscuridad fue sustituida por una luz muy brillante
que le hizo abrir los ojos.
De repente, ya
no estaba en ese lugar oscuro, sino frente a frente con un techo de madera.
Extrañada,
levantó la cabeza y miró a su alrededor, encontrándose con una pequeña
habitación con una mesita de noche artesanal hecha del mismo material que el
techo, y una cama sobre la que se hallaba acostada. Además, había varias velas
distribuidas por todo el cuarto, iluminándolo.
-¿Dónde
estoy...? –fue lo primero que alcanzó a decir, sorprendiéndose a sí misma con
su propia voz.
Quizás,
aquella fuese la casa de Dios o su habitación en el cielo. Nunca había
escuchado como era el cielo, así que no tenía ni idea de que esperar en él.
Puede que si salía por la puerta, encontrase a Dios esperándole para
enseñárselo.
Con esta idea
en mente, la chica se encaminó hacia ella y, justo cuando estaba a punto de
abrirla, alguien lo hizo desde el otro lado.
-¡Oh! Parece
que ya has despertado.
La voz que le
habló era la misma que había escuchado en la oscuridad. Iba encapuchado de arriba
abajo, viéndose únicamente unos dedos anormalmente largos y de color verde que
provocaron que la niña diese varios pasos hacia atrás.
-Tranquila. No
te asustes. Mi nombre es Baal, ¿cuál es el tuyo pequeña?
Dudó en
decírselo. No le sonaba de nada el nombre de Baal. Quizás fuese un amigo de
Dios pero tenía un aspecto muy extraño, y su madre siempre le había dicho que
no confiase en desconocidos.
-Mm... Supongo
que necesitas más tiempo... Volveré más tarde. ¿O prefieres que te enseñe la
casa? –propuso Baal, haciéndose a un lado para que pasase la pequeña.
Ella,
tímidamente aceptó, saliendo de la habitación pero manteniendo una distancia
prudente con el encapuchado.
Lo que vio
conforme fue avanzando no era diferente de una vivienda de madera antigua: una cocina
con una pila para fregar la vajilla, un horno de metal en cuyo interior se
acumulaban brillantes brasas y una mesa en el centro junto a la que se
encontraba una solitaria silla; además de un aseo en el que se utilizaba un
barreño para lavarse las manos, con una bañera de madera y un urinario donde
las deposiciones iban a parar a un profundo hoyo situado debajo de la
residencia. Ambas habitaciones, así como los pasillos, con ventanas en las
paredes. Cuando por éstas no entraba luz que iluminase el interior, se
encargaban de ello varias velas colgadas del techo o distribuidas por algunas
zonas de las habitaciones, algo muy conveniente en el dormitorio, teniendo en
cuenta que en éste no había ventanas.
-Siento que no
sea gran cosa. Siempre he vivido aquí solo así que... –se disculpó Baal
mientras observaba la expresión de la pequeña, a quien no parecía importarle lo
más mínimo.
-¿De dónde
sacas el agua para lavarte?
-¡Ah! ¡Cierto!
¡Ven conmigo! Te lo mostraré.
Dicho esto,
los dos se encaminaron hacia una puerta que llevaba al exterior. Al salir, les
recibió un pequeño jardín en el claro de un bosque. Flores y plantas de
distintos tipos y colores se organizaban en parcelas de tierra separadas por un
estrecho sendero, lo suficiente como para dejar pasar a una persona.
Al llegar a
cierto punto del sendero, Baal señaló a lo lejos con uno de sus largos dedos.
-¿Ves ese río
de allí?
Girando la
cabeza hacia el lugar indicado, la pequeña vislumbró entre los árboles una
corriente de agua que cruzaba el bosque. Debía de situarse a unos doscientos
metros de la casa.
-Observa –dijo
el encapuchado mientras juntaba sus manos y, pocos segundos después, las abría
para dejar ver una acumulación de agua flotando en el aire como por arte de
magia. Tras esto, se acercó a una de las parcelas con flores y dejó caer el
líquido lentamente.
-¡¿Cómo has
hecho eso?! –preguntó la niña, sorprendida.
-Puedo
teletransportar cualquier cosa siempre y cuando no supere un límite de tamaño y
peso, y no se encuentre a mucha distancia.
-¡¿Me puedes
enseñar?! –su rostro emanaba curiosidad por todos sus poros.
-Bu-bueno, no
será fácil... pero creo que podrás aprenderlo...
-¿Me lo
prometes?
-Sí, te
prometo que te enseñaré.
-¡Bien!
–exclamó ella, dando saltos de alegría. Sin embargo, una vez se dio cuenta de
algo, detuvo su euforia-. Dime, ¿estoy muerta?
-¡¿Qué?! ¡No!
–se extrañó Baal.
-Entonces,
¿esto no es el cielo?
-¿El cielo?
¡Ja! ¡Más quisiera el cielo!
La niña
inclinó la cabeza, confusa.
-Ejem...
Quiero decir que no, no es el cielo. Es cierto que cuando te encontré moriste
pero... bueno, como sea, te salvé y te traje hasta aquí... –dijo el encapuchado
sin saber qué palabras usar para que lo entendiese.
-Ya veo.
Entonces... estoy viva... –como si no terminara de creérselo, observó sus
huesudas manos y piernas, tocándose la cara varias veces para sentir el tacto
de sus dedos y mejillas. Posteriormente, alzó la cabeza hacia Baal y sonrió-.
Gracias por salvarme.
Él se quedó
unos instantes sin saber que contestar. Aquella sonrisa había sido algo inesperado
que le había desarmado por completo.
-N-no hay de
qué...
-Por cierto,
tengo hambre –cambió de tema la niña.
-¡S-sí! ¡Por
Satán, ¿cómo se me puede haber olvidado algo así?! ¡Vamos dentro, te prepararé
algo!
-¡Vale!
De repente,
ella le cogió la mano, algo que hizo que Baal no supiese cómo reaccionar.
-Me llamo Izumi, Asari Izumi."
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