Hacía
bastante tiempo que Eri no veía a Reima, por lo que, de por sí, encontrarse con
él había supuesto una sorpresa. Sin embargo, lo que más la había desconcertado
había sido otra cosa.
-¡¿Eres
su padre?! –preguntó la chica señalando a Serah y Ahren, quienes se habían
sentado al lado de Reima tras un cálido reencuentro en su casa.
-Así
es –respondió el profesor sin inmutarse mientras sus dos hijos asentían
satisfactoriamente.
-¡¿Cuándo?!
¡¿Por qué?! ¡¿Cómo?!
-Hace
muchos años, porque quise y, con respecto al cómo, supongo que ya te han
enseñado en qué consiste...
-¡Para!
¡Para! ¡Hasta ahí llego! –exclamó la súcubo, avergonzada, sabiendo a dónde
quería llegar-. Es sólo que...no me cabe en la cabeza...
-Tengo
más de mil años...supongo que no esperarías que durante todo ese tiempo no...
-¡Que
lo he cogido! –volvió a detenerlo.
-Como
sea, es una larga historia y ahora no es el momento para ello así que cambiemos
de tema.
La
joven no podía evitar tener curiosidad por aquel hecho. Reima siempre le había
parecido alguien misterioso, y ese dato suponía un añadido a todo lo que le
rodeaba. Además, si él era el padre, ¿quién era la madre de los dos?
-En
cualquier caso, te veo bien, Eri. Me han contado que has tenido algunas
problemillas por aquí pero veo que has sabido llevarlos bastante bien.
-Creo
que aún me queda mucho por mejorar. Mis amigos se han visto envueltos en todo
esto, algo que quería evitar, pero no he podido hacer nada. Tengo que
esforzarme más para ser capaz de protegerlos.
-Ese
es el espíritu. Hay ocasiones en las que no podemos impedir que algunas
desgracias sucedan, Eri. No somos omnipotentes. Pero el hecho de mejorar y de
apoyarnos en los demás nos hace evitar que vuelvan a ocurrir.
-Lo
sé...
-En
cualquier caso, ahora que estoy aquí, podré ejercer mi papel como profesor y
defender a mis alumnos como es debido.
-Más
te vale... –indicó Eri, medio sonriendo.
Después
de esto, Reima fue informado de lo sucedido hasta su llegada.
-Otro
de los apóstoles, sin ninguna duda... –comentó Reima- En cuanto a lo de los
“Dying Walkers” modificados...es un problema. No sabemos hasta que punto pueden
llegar ni cuantos de ellos tienen. Incluso si fracasaron en la basílica,
probablemente la cantidad sea bastante grande. ¿No ha habido ninguna novedad en
América por vuestra parte?
-Nada
relacionado con los “Dying Walkers” ni con los apóstoles –declaró Ahren.
-Es
por eso que hemos podido dejar la vigilancia en manos de otros y venir a Japón
a petición de Derain. Nos dijo que las cosas se estaban poniendo complicadas y
ya vemos que es cierto –explicó Serah-. Aunque no esperaba que tuviese que ver
con los héroes que derrotaron a los demonios.
-Me
temo que eso de héroes está por ver pero no sabremos toda la historia hasta que
no lleguen los pecados –dijo Reima mientras miraba a Lilith-. Tú debes de ser
la nieta de Satán.
La
chica asintió.
-Bien,
no te preocupes por nada, nos encargaremos de protegerte a ti también. Si
recuerdas algún dato o información que pueda ayudarnos dínoslo.
-Sobre
mi madre...
-Derain
se ha encargado de pedir que se busque información sobre ella. Al fin y al cabo
también es la hija de Satán, si nos enteramos de algo te lo diré.
En
ese momento el suelo empezó a temblar.
-¡¿Huh?!
¡¿Qu-qué está pasando?! –preguntó Lilith asustada.
-¡¿Un
terremoto?! –la siguió Agramón.
-Je,
ya ha llegado –dijo Reima.
De
repente todo se volvió oscuro para Eri, desapareciendo de su vista tanto sus
acompañantes como su casa.
-¡¿Qué
es esto?! ¡¿Qué ocurre?! ¡Hioni-sensei! ¡Lilith-chan! –asustada sintió cómo el
tacto del supuesto sofá en el que se encontraba sentada desaparecía, cayendo al
vacío- ¡Uaaah! –gritó, intentando sacar sus alas para evitar estamparse contra
el suelo (si es que había alguno en aquella inmensa negror que la rodeaba), sin
embargo no le dio tiempo a ello, ya que tomó contacto con él pocos metros más
abajo, extrañamente, sin dolor ni impacto alguno.
Poco
a poco, el mundo a su alrededor fue aclarándose hasta que tomó forma,
apareciendo de nuevo ante sus ojos el salón de su casa.
-¿Dónde
están los demás? –murmuró ella mientras observaba a su alrededor.
Todo
estaba en silencio, y pese a que ahora podía ver algo, la iluminación no era
muy buena precisamente.
Levantándose
del suelo, se encaminó a la entrada del salón, pretendiendo dirigirse hacia el
recibidor, sin embargo, a punto estuvo de caerse otra vez debido al shock que
le produjo ver que el pasillo se había alargado considerablemente, siendo
incapaz de distinguir nada al final de cada lado. Aquello se le estaba
empezando a parecer a una película de terror.
“Si
esto es un ataque enemigo ya podrían escoger un método más directo”, se quejó
Eri para sus adentros mientras formaba una bola de fuego en sus manos y se
disponía a buscar la salida de la casa.
Al
cabo de un rato, el escenario todavía no había cambiado, divisando el mismo
suelo y las mismas paredes conforme avanzaba. No obstante, finalmente encontró
un ligero cambio cuando aparecieron dos puertas, una a cada lado del pasillo.
Pese
a que al principio se mostró indecisa, la joven abrió la de la derecha y entró
en la estancia poniendo por delante la mano de la que emanaba la llama.
La
habitación que se mostró ante ella era enorme, propia de una mansión. Las
paredes estaban decoradas con estrellas, y había grandes ventanas en ellas,
enseñando el cielo nocturno.
-Mis
padres nunca me hablaron de esta habitación –declaró Eri con tono irónico.
-¿Te
gusta?
Una
repentina luz iluminó el sitio, cegando a la súcubo, quien se cubrió los ojos
hasta que éstos se hubieron acostumbrado, permitiéndole observar el resto del cuarto.
Junto
a las paredes del lado contrario a la puerta, había varios osos de peluche de
distintos tamaños y colores; pegadas a las de los lados, entre los espacios que
separaban unas ventanas de otras, varios armarios de madera con forma de
animal, haciéndole preguntarse a Eri cómo podría alguien guardar ropa en un
mueble con ese diseño; y en centro de la habitación, una cama rodeada de
numerosos juguetes de todo tipo. Sin embargo, lo que más le llamó la atención
fue la niña que se encontraba de rodillas encima de dicha cama, abrazando uno
de los osos de peluche.
-Esto,
¿perdona? –preguntó Eri, confusa por la presencia de aquella extraña en lo que
antes era su casa.
-Te
he preguntado si te gusta –repitió la pequeña cuyo largo pelo rubio caía por su
espalda y se extendía unos centímetros por la superficie del lecho. Su cuerpo
no sería mucho más alto que el de Mai, y sus ojos azul claro hacían
resplandecer un rostro bello e impoluto que sólo se veía afectado por su
expresión enfurruñada.
-Esto...s-sí,
claro...
-Mm...yo
creo que aún le faltan cosas por añadir pero supongo que por el momento está
bien... –comentó la niña desplazando la vista por toda la sala hasta terminar
posándola sobre la súcubo-. Tú debes de ser Eri.
-¿Có-cómo
sabes mi nombre? –últimamente todo el mundo la conocía pese a que no había
reciprocidad por su parte.
-¿Te
apetece jugar conmigo?
-Esto...verás,
estoy buscando a unos amigos y ando un poco mal de tiempo...
-No
pasa nada. Reima y los demás están bien.
-Tú,
¿cómo es que...?
-Vamos,
ven aquí, me gustaría conocerte mejor. Por eso te he separado del resto.
-C-claro...
–sin saber exactamente qué hacer, Eri decidió que por el momento le seguiría el
juego.
Así
pues, se acercó a la cama y se sentó junto a la pequeña.
-¿A
qué quieres jugar?
-Mm...
–la niña caviló durante un tiempo- ¿Qué te parece a “Adivina el demonio”?
-¿”Adivina
el demonio”? –no sólo nunca había escuchado hablar de ese juego sino que le
sonaba a total y absoluta invención.
En
ese momento, una baraja de cartas surgió de entre los juguetes y se movió por
el aire hasta quedar suspendida frente a Eri.
Ante
los ojos de la joven, las cartas comenzaron a barajarse, a veces dibujando
curiosas figuras en el aire mientras se movían de un lado a otro, juntándose y
volviéndose a separar hasta formar un mazo.
-El
juego es sencillo. Cada carta contiene el dibujo de una raza de demonio. Yo te
mostraré tres dibujos y te preguntaré cuál de ellos es tal raza, si aciertas el
correcto de entre los tres, ganas, si no, pierdes. No hay segundas oportunidades.
-Entiendo.
Y existe algún premio o alguna penalización en alguno de los dos casos.
-Veamos...
–la niña volvió a reflexionar, de nuevo se lo estaba inventando sobre la
marcha-. Si ganas, traeré a tus amigos a esta sala, si pierdes, te convertirás
en mi nuevo peluche principal en lugar de Kumoni –dijo refiriéndose al oso que
estaba abrazando.
“¿Acaba
de llamar Kumoni a su oso?”, pensó Eri.
-Espera,
¿qué quieres con que me convertiré en tu nuevo peluche?
-¿Necesitas
un dibujo también para esto? –preguntó la pequeña claramente irritada- Es muy
simple, te transformaré en un adorable osito que pasará a formar parte de mi
colección.
La
joven no daba crédito a lo que acababa de oír.
-Oye,
creo que lo mejor será dejarlo. No tengo intención de convertirme en un peluche
así que ya encontraré a mis amigos por mi cuenta.
-Me
temo que ya no hay vuelta atrás. Yo siempre consigo lo que quiero. Y si te he
ofrecido jugar conmigo estás obligada a jugar conmigo.
-¿No
destruye eso el concepto de oferta? –dijo Eri con expresión cansada.
-Como
sea, ahora eres mi compañera de juego, y vas a jugar te guste o no.
Dicho
esto, el cuerpo de Eri comenzó a moverse en contra de su voluntad.
-¡¿Qué
me estás haciendo?! –gritó la chica mientras era obligada a sentarse de
rodillas sobre la cama y a mirar a las cartas suspendidas en el aire frente a
ella.
-Te
realizaré tres preguntas. Y, por supuesto, tienes que acertarlas todas.
Comencemos. –indicó la niña.
Acto
seguido, tres cartas se separaron de la baraja y se mostraron frente a Eri.
-¿Cuál
de ellos es un Dantalion?
La
chica observó las cartas de izquierda a derecha.
En
la primera aparecía una mujer desnuda con alas, cola, cuernos y orejas
puntiagudas. Tenía una mirada seductora, con una de sus manos apoyada en la
barbilla mientras la otra se posaba en su vientre.
En
la segunda había un hombre sin cara a cuyos laterales flotaban dos rostros, uno
con rasgos femeninos y otro con rasgos masculinos; además de esto, el hombre
iba vestido con una túnica azul marino y llevaba consigo un libro.
Finalmente,
en la tercera se representaba la imagen de una mujer con cabeza de león,
extremidades inferiores de pájaro y alas.
Eri
no sabía qué contestar. Desde que descubrió que ella misma era una súcubo,
decidió leer más sobre otras razas pero no es como que hubiese profundizado
mucho en ello.
Así
pues, respiró hondo y se dispuso a indagar en los pocos conocimientos que tenía
sobre el tema.
“Si
no me equivoco la primera es una súcubo. ¿Es así como dibujan a mi raza?”,
pensó mientras manifestaba cierta preocupación, “la verdadera duda está en las
otras dos pero, si no recuerdo mal, los Dantalion están relacionados con la
enseñanza, por lo que el hecho de que el del centro tenga un libro en sus
manos...”.
No
estaba segura pero tampoco tenía muchas opciones.
-Se
te acaba el tiempo.
-¡¿Eh?!
¡No dijiste nada de que hubiese tiempo! ¡Por no decir que es muy poco!
-El
juego me lo he inventado yo, así que puedo cambiar las normas cuando quiera.
-Así
que reconoces que te lo has inventado... ¡Un momento! ¡¿No es eso injusto?!
-3...2...1...
-¡El
del centro! ¡Dantalion es el del centro!
La
sala se quedó en silencio durante unos instantes.
-Mm...has
acertado... –dijo la niña, apenada e hinchando las mejillas.
Eri
suspiró hondo, relajándose.
-Continuamos
con la segunda pregunta.
Al
instante, las tres cartas anteriores volvieron al mazo mientras otras tres las
sustituían.
-¿Cuál
de ellos es un Eligos? –preguntó la pequeña.
Eri
repitió el mismo proceso de antes, mirando de izquierda a derecha las cartas.
En
este caso, la primera tenía la ilustración de un hombre subido a caballo y
manejando una lanza.
En
la segunda se observaba a otro hombre subido a caballo, la diferencia se
encontraba en el color negro del animal además de su aspecto imponente.
En
cuanto a la tercera, en ésta se representaba a un soldado con una corona en su
cabeza, vestido de rojo y que montaba un caballo también de color rojo.
“¡¿Cómo
pretende que lo adivine siendo además tan parecidos?! ¡Incluso alguien que
supiese sobre razas de demonios lo tendría difícil!”, se quejó mentalmente Eri.
-Recuerda
que tienes poco tiempo.
La
súcubo intentó hacer memoria pero ninguna de las descripciones que recordaba
correspondía con las ilustraciones. Para colmo de males, el temor de terminar
convertida en un juguete de peluche nublaba su mente todavía más.
-Se
te acaba el tiempo.
“Tendré
que arriesgarme de nuevo”, se dijo a sí misma, sabiendo que las posibilidades
eran incluso menores que en la pregunta anterior, ya que no disponía de ninguna
pista.
-3...2...1...
-¡La
primera! –exclamó la chica en un impulso debido a la presión de su
contrincante.
De
nuevo, se hizo el silencio en la habitación. Eri mantenía los ojos cerrados,
esperando escuchar algún tipo de encantamiento que redujese su cuerpo a un mero
montón de esponjosidad achuchable. Sin embargo, no pasó nada, descubriendo, al
levantar los párpados, a la niña abrazando con fuerza a su oso, casi
aplastándolo, y visiblemente enfadada.
-Has...acertado...
–dijo con voz temblorosa.
Eri
respiró tranquila. Habiendo acertado dos, ya sólo le quedaba la última. Aunque,
conociendo a la pequeña, cualquiera podía fiarse de lo que preguntase ahora.
Fue
entonces cuando vislumbró una sonrisa maliciosa en la boca de su adversaria.
Las cartas fueron introducidas de nuevo en el mazo pero esta vez no hubo nuevas
que las sustituyesen.
-¡¿Otro
cambio de reglas?! –exclamó Eri.
-¿Quién
soy yo?
Ignorando
sus quejas, la niña formuló aquella pregunta, asegurándose de que la respuesta
era imposible incluso dejándosela a la suerte. Por el contrario, apenas unos
segundos después, Eri ya tenía la contestación.
-Mammon.
Por
tercera vez, el silencio se apoderó de ambas. La reacción de sorpresa de la
pequeña fue tal que el oso se le escapó de las manos, quedándose en una
posición horizontal sobre la superficie de la cama.
-Ah...
–un gritito casi inaudible escapó de ella, levantando su mano temblorosa en
dirección a Eri- ¿Cómo...lo...?
-¿Cómo
lo he sabido? –dijo la súcubo, finalizando la pregunta- Eres la viva imagen de
una niña caprichosa, rodeada de los juguetes que quieres, con una habitación
enorme con todos los muebles que desees tener y los peluches que necesites.
Pero lo que más me llamó la atención fue lo que dijiste antes: que siempre
consigues lo que quieres y que a la habitación aún le faltan cosas.
Básicamente, avaricia.
-...
–la niña no salía de su asombro ante las suposiciones de Eri, quien, con total
seguridad, había adivinado su nombre.
-Entonces,
tú, ¿eres uno de los pecados? –preguntó la chica de pelo rojizo, desconcertada.
De la
nada, aparecieron Reima y los demás en el interior de la habitación. Volviendo
a recoger a su oso de peluche y todavía con una mirada incrédula, Mammon había
cumplido su promesa en caso de perder en el juego, deshaciendo también su
control sobre Eri.
-¿Ya
te has divertido bastante, Mammon? –dijo Reima acercándose a la niña.
-N-no
esperaba esto...
-Sé
que te gustan los juegos pero no entiendo por qué precisamente ella. Es como si
quisieras probarla –apuntó Reima.
-Ugh...
–Mammon hundió la cara en el peluche.
-¿Qué
está pasando? –preguntó Eri cada vez más confusa.
Reima
se acercó y señaló a la pequeña.
-Eri,
te presento oficialmente a Mammon, el pecado de la avaricia...
No hay comentarios:
Publicar un comentario