-¡Reima! ¡Por aquí!
Tras atravesar a uno de los “Dying Walkers” con la
hoja de su espada, el chico corrió hacia la puerta y cerró antes de que más de
ellos lo alcanzasen.
Más tranquilos y seguros, Reima golpeó en la nuca al
hombre que tenía al lado.
-¡Ay! Oye, eso no era necesario...
-¡Si me hubieses dejado usar todo mi poder esto se
habría acabado en cuestión de segundos!
-Sí, y entonces la basílica también se destruiría en
cuestión de segundos. ¿Tú sabes la conmoción mediática que causaría?
-Tonterías.
Vestido con una túnica blanca, el hombre que lo
acompañaba resopló mientras negaba con la cabeza.
-Como sea, ¿cómo hemos podido llegar a esto...?
“Hacía varios
días que Reima había llegado a Italia con la intención de saber qué relación
tenía la Inquisición con la aparición de los “Dying Walkers” en Japón, sin
embargo, una vez hubo llegado a la plaza que rodeaba la basílica se encontró
con un cúmulo de personas en ella observando el emplazamiento y cuchicheando
entre ellos.
-¿Qué ocurre?
–preguntó amablemente.
-¿No lo sabes,
joven? –le contestó una anciana de pelo canoso y mirada algo opaca- Hace unos
días que el nuevo papa entró en la basílica pero todavía no se ha sabido nada
de él. Algunos piensan que quizás le haya ocurrido algo pero hay obispos
apostados en la puerta que no dejan entrar ni siquiera a la policía...estoy
preocupada por el estado de ese chico...
El papa al que
se referían, Reima lo conocía bien. Había sido elegido joven y desde entonces
había desarrollado bien su cargo, tomando una actitud carismática y cercana a
los demás. Por otra parte había que señalar que de puertas para dentro era uno
de las personas más vagas que había conocido, por lo que no pudo evitar esbozar
una sonrisa irónica al pensar que todo aquel barullo podría haberse formado por
simple pereza de ver a sus seguidores. Aunque, también era cierto que, si así
fuese, no habría entrado en la basílica y hubiese preferido quedarse en sus
aposentos.
El profesor
movió la cabeza de un lado a otro intentando olvidarse de ello y, después de
dar las gracias a la anciana, se dirigió a la puerta donde policías y obispos
estaban discutiendo.
-No creo que
los mandase mantener a raya a los civiles y a la policía sólo para poder
echarse una siesta, ¿no? Algo serio debe de estar pasando... –murmuró para sí
mismo a la vez que se acercaba a uno de los obispos más alejados de la
situación- ¡Oye! –llamando su atención, éste lo reconoció y se acercó a él.
-¿Qué haces
aquí?
-Tenía que
hacer una investigación relacionada con los “Dying Walkers” pero cuando intenté
hablar con Ettore para avisarle de lo ocurrido no me contestó...
-Probablemente
por entonces ya había ocurrido...
-¿A qué te
refieres?
-Un grupo de
“Dying Walkers”, por influencia de alguien que desconocemos, han perdido el
control y han comenzado a atacarnos. El papa y el resto de obispos están
intentando controlar la situación para que no salgan de la basílica. No podemos
dejar que nadie se vea envuelto.
-Ya
veo...bien, entonces déjame pasar, veré si puedo ayudarle.
-B-bien...acompáñame,
te llevaré dentro.
-No pensará
mal la policía de esto.
-Creo que nos
vendrá bien. El que no entre ni salga nadie del recinto es lo que les lleva a
pensar que algo malo puede estar ocurriendo. Quizás de esta manera les ayudemos
a pensar que simplemente se trata de algún evento realizado por el propio papa.
Tras entrar,
los dos se dirigieron hacia el centro de la construcción, donde se encontraba
la tumba de uno de los héroes que lucharon contra los demonios: Saint Peter.
Sin pensárselo
dos veces, el obispo se acercó a la tumba y la empujó levemente hacia delante
hasta que sonó el “clic” de un mecanismo entrando en funcionamiento y,
posterior a esto, el giro de varios ejes hasta dar lugar a que el sepulcro se
inclinase hacia el lado contrario, dejando ver una entrada con escaleras que
bajaban.
-Mira que no
es la primera vez que vengo pero no recuerdo haber visto nunca esta entrada.
-Procuramos
mantenerla lo más en secreto posible de manera que sólo lo conozcan aquellos
que pertenecen o han pertenecido a este lugar.
-...
Observando el
fondo negro al que llevaban las escaleras, Reima comenzó a internarse en el
subterráneo.
-Suerte.
-Claro...gracias...
–comentó escuchando cómo los ejes volvían a girar hasta que la tumba regresó a
su lugar de origen, envolviendo todo en oscuridad.
Tras un buen
rato bajando escaleras, el chico por fin llegó a un punto en el que la luz
volvía a iluminar el ambiente. Habiéndose acostumbrado de nuevo la vista,
divisó un largo pasillo con paredes, techo y suelo de piedra que continuaba hacia
delante hasta llegar a una puerta de bronce de mediano tamaño.
Siguiendo las
luces que llevaban hasta dicha puerta, la abrió, topándose con una sala de
considerable altura y forma circular que presentaba cuatro pilares a los
extremos de la misma, los cuales sujetaban el techo, todo de color perla.
Otros tres
pasillos se extendían a derecha, izquierda y justo enfrente de él.
-Supongo que
he de elegir uno...es en estos momentos cuando preferiría que él estuviese
aquí...como haya que luchar voy a tener problemas...espero que no falte mucho
para que anochezca.
Dicho esto
decidió ir por el corredor que tenía delante, avanzando cuidadosamente.
Por el momento
no había visto ni escuchado ni un alma desde que había entrado en la basílica,
si exceptuaba a aquel obispo, claro. Esto le hacía permanecer alerta ante
cualquier cosa.
-Éstas deben
de ser las grutas de la basílica. Me pregunto si es en este lugar donde tienen
a los “Dying Walkers” –se dijo mientras recorría los pedregosos suelos de la
estructura. En las paredes se podían observar algunos trabajos artísticos,
posiblemente pertenecientes a internos de la Inquisición. Quizás regalos para
el papa u ofrendas para el dios que veneraban.
De esta forma,
podía divisar cuadros, monumentos...incluso la arquitectura dejaba entrever el
arte de épocas pasadas.
Le llamaban la
atención especialmente aquellos retratos en los que se reflejaba la guerra
entre demonios y humanos. Fue entonces cuando su mirada se posó en uno en el
que aparecían tres personas situadas frente a una multitud. Dos de ellas
parecían estar firmando una especie de pergamino mientras la otra observaba
apaciblemente dicha acción. Sus párpados se abrieron al ver aquella escena y,
sin darse cuenta, comenzó a andar hacia ese cuadro mientras alzaba inconscientemente
su mano. Su mirada parecía anhelar algo que
estaba en ese retrato.
El sonido de
algo rompiéndose lo despertó de su ensimismamiento, haciéndole girar la cabeza
hacia el fondo del corredor. Echándole un último vistazo al trabajo comenzó a
correr hasta llegar a otra puerta. Al abrirla se encontró con una batalla
campal.
Varios “Dying
Walkers” se enfrentaban a un grupo de obispos, quienes, pese a hacerles frente
lo mejor que podían eran reducidos poco a poco y obligados a replegarse.
A Reima no le
resultaba extraño todo aquello. Habiendo confiado en la fuerza de los “Dying
Walkers” durante tanto tiempo, existían pocas personas en la Inquisición que
fuesen capaces de hacer frente a sus propias creaciones. ¿Por qué no harían un
mecanismo de emergencia por si se daban este tipo de situaciones? Al fin y al
cabo eran biomáquinas, ¿no? Si los vivos podían llegar a volverse locos nada
les aseguraba que los robots no hiciesen lo mismo. O quizás era la parte viva
de los “Dying Walkers” lo que impedía esto.
Mientras
cavilaba, el espadachín observó cómo más de aquellos trajeados de pelo blanco
aparecían por un gran arco situado a la izquierda de la cámara, el cual daba a
otro pasillo.
-Tal y como
estoy ahora no puedo hacer nada... –maldiciéndose, escuchó el sonido de algo
rompiendo el aire. En ese momento apareció volando la figura de un hombre, la
cual chocó contra una de las paredes de las grutas para posteriormente caer al
suelo entre polvo y escombros.
Anonadado, el
profesor esperó a que se disipara la polvareda para ver de quién se trataba.
Instantes después apareció el rostro de Ettore, quien se acariciaba la cabeza
por el dolor del golpe.
-¡Hah! –al
apodado “Darkblade” se le escapó un pequeño grito.
-¡Oh, Reima!
–exclamó el papa al percatarse de su presencia- Cuánto tiempo.
-¡¿Cómo que
cuánto tiempo?!
-Esto...ahora
mismo estoy un poco ocupado. Hablamos luego.
Ignorándolo,
el máximo mandatario de la Inquisición se lanzó a por algunos “Dying Walkers”
que se disponían a atacar a otros obispos, golpeándoles con sus puños, o quizás
sería más correcto decir con sus guantes de metal.
Con un peso
mayor del que se podría esperar en un principio, aquellos guantes, denominados
Assamone, eran el arma principal de Ettore, los cuales, utilizados por las
manos adecuadas, eran capaces de reducir fácilmente a un demonio.
Así pues, no
tardó en acabar con otro par de adversarios propinándoles sendos puñetazos en
el estómago, provocando que salieran despedidos y chocasen contra el resto como
si de bolos se tratasen.
-Parece que lo
llevas bien... –dijo Reima.
-El problema
más grande no son estos tipos sino...
De repente,
dos águilas de mediano tamaño entraron en la sala a partir del pasillo desde el
que había aparecido el papa, sobrevolando la sala para acto seguido caer en picado
y lanzar por los aires a los obispos.
-...ése....
-¿De dónde
diablos han salido esos bichos?
-A mí también
me gustaría saberlo.
Aprovechando
la oportunidad, el líder de la Inquisición se lanzó contra uno de los animales,
agarrándose a sus patas. Como respuesta, éste emitió un gruñido y aumentó la
velocidad de vuelo con el fin de quitárselo de encima.
Por su parte,
Reima dejó abierta la puerta por la que había accedido a ese lugar y comenzó a
refugiar heridos y rezagados, intentando alejarlos de los “Dying Walkers” y
aquellas misteriosas águilas.
En ese momento
comenzó a sentir un dolor intenso por todo el cuerpo. Su semblante cambió y se
dibujó una pequeña sonrisa. Aquello no era la primera vez que le ocurría. De
hecho hacía años que estaba acostumbrado. Y el hecho de que aquello estuviese
pasando era una muy buena señal, sobre todo dada la situación. Era la señal de
que su otra mitad aparecería.
Una quemadura
surgió en la mejilla izquierda, extendiéndose hasta su frente, y una espada
brotó justo delante de él, la cual cogió y utilizó para cortar por la mitad a
uno de aquellos individuos trajeados.
-¡Ahora es mi
turno!
Dicho esto,
perforó el suelo con la hoja del arma y numerosos remolinos de fuego salieron
del suelo, quemando selectivamente a los “Dying Walkers”.
Mientras
tanto, Ettore consiguió golpear el tórax del águila cayendo y chocándose ambos
contra el suelo. Al levantarse, animal y hombre se encararon el uno al otro, y,
unos instantes después, el primero tomaba la iniciativa volando con las garras
al frente, ataque que fue evadido por el otro, quien, mediante un salto,
consiguió acercarse a su adversario y asestarle un nuevo golpe en el mismo
sitio que antes.
Las patas del
águila se doblaron, siendo afectada por el fuerte impacto producido por el
papa, sin embargo no se dio por vencida, utilizando sus alas para revolverse y
evitar un segundo ataque de su contrincante, quien tuvo que cubrirse con los
brazos. Este momento fue aprovechado por la aparición del segundo águila,
embistiéndole y lanzándolo de nuevo, no obstante, la continuación del ataque
fue detenido por otro remolino de fuego esporádico que impidió su paso, dando
lugar a la llegada de Reima.
-Ya estás
aquí.
-Sí...a veces
odio lo que tarda en hacerse oscuro ahí fuera, en serio...
-Bueno...
–comentó Ettore mientras se levantaba- Lo importante no es lo que se tarde,
sino que se llegue a tiempo.
Por su parte,
los obispos restantes habían aprovechado la reducción en número de las
biomáquinas para refugiarse detrás de la puerta y tratar con urgencia a los
miembros en peor estado.
-Esto pinta
bastante mal. Os han ganado mucho terreno.
-Esas águilas
no son normales, y no me refiero sólo a su tamaño.
-¡Oh, venga!
¡No te quejes tanto! Lo que pasa es que eres un debilucho. O eso, o te produce
demasiada pereza pelear en serio.
-O lo dos...
-¿Hablas en
serio?
-Era broma,
pero no te confíes, Reima. Me huelo algo mucho peor que estos bichos.
-¡Y haces bien
en tener ese presentimiento!
Una voz resonó
por toda la sala. Acto seguido, las águilas se alejaron de ellos y volaron
hasta situarse cerca del gran arco, por donde apareció la figura de un hombre
de aspecto joven y rasgos femeninos, de pelo negro y largo hasta la cintura, y
llevando un libro consigo.
-¿Quién
diablos eres tú, maldito andrógino? –preguntó el profesor con voz molesta.
-Vaya humos...
–rió el chico-. A estas alturas no creo que haga falta ocultar mi nombre. Soy
John.
-...
-...
El ambiente se
quedó totalmente enmudecido.
-¿Tú conoces a
alguien que se llame así?
-Ni idea.
¿Alguien con quien salí de copas?
-Oye...eso no
debería decirlo un papa... –comentó Reima al escuchar la respuesta de Ettore.
-Entonces,
¿alguien con quien saliste tú?
-No me tomes
por los de tu especie, pedazo de inútil. Yo estoy mucho más evolucionado.
-Ejem...
–llamando la atención de los dos, John carraspeó a la vez que parecía estar
conteniendo una creciente ira-. Quizás no me he expresado con la claridad que
debía. Soy John, uno de los héroes que luchó contra los demonios en el pasado.
-...
-...
-A mí me sigue
sin sonar –declaró Ettore mirando a Reima.
-Maldita sea,
ahora es cuando desearía que se hiciese de día. Seguro que el otro sabría dar
la respuesta adecuada.
-Eso me
recuerda, ¿cómo llevas lo del cambio de personalidad?
-Difícil pero
ya sabes, son muchos años.
-Tiene que ser
complicado tener otra identidad además de la tuya.
-En realidad
la mía se perdió hace mucho tiempo, ahora sólo tengo estas dos...
-¡Queréis
dejar de ignorarme, malditos imbéciles! ¡Voy a mataros y a reducir vuestro
esqueleto a meras cenizas que luego serán devoradas por mis águilas, engendros
del averno!
Respirando
como si acabase de correr la maratón de su vida, John tardó unos segundos en
recuperar la compostura, entretanto, los otros dos parecían sorprendidos por la
pérdida de calma que acababa de tener.
-Ejem...lo
siento, ha sido un lapsus.
-Como sea,
Jason –dijo Ettore.
-¡Es John!
-Eso... ¿qué
haces aquí y para qué quieres robar a los “Dying Walkers”?
-Je...
¿robarlos? Estos pequeños siempre han sido nuestros. No los estamos robando
simplemente queremos que vuelvan a su función original y que obedezcan las
órdenes de su amo original. Tú, líder de la Inquisición, que te has rebajado a
continuar la paz con esos seres llamados demonios, ya no mereces la posición de
mandar sobre estas creaciones. Tú y tus súbditos también seréis aniquilados.
Una nueva guerra...comenzará...
-¿Una guerra?
¿Provocada por quién?
-Por aquel que
reinará en el mundo humano y sobre ellos. La exterminación de los demonios y
todo aquel que se alíe con ellos ha de cumplirse...
-Ooh...ahora
sí te has expresado con claridad. Lástima que no me guste cómo lo haces...
-Puede que
tenga que usar otros métodos que sean más de tú agrado...
Detrás de él
comenzó a salir otro gran número de biomáquinas trajeadas, las cuales se
lanzaron a atacar a los dos compañeros.
-¡Tú por la
derecha y yo por la izquierda! –exclamó Reima mientras cortaba a un par de sus
adversarios por la mitad.
-Menudo
desperdicio de maquinaria y recursos –se quejó el papa a la vez que destruía a
otro par.
Pese a que los
“Dying Walkers” seguían saliendo, a ninguno de los dos parecía suponerle un
problema encargarse de ellos. Los problemas empezaron cuando las águilas
volvieron a iniciar su ataque.
-Maldita
sea...
Fue entonces
cuando fueron alcanzadas por una lluvia de flechas y disparos. Al mirar hacia
atrás, descubrieron a los seguidores de Ettore, quienes cargados con armas de
todo tipo y habiendo aprovechado el tiempo dado por ellos dos, se lanzaron a la
batalla para cubrirlos.
-Tienes buenos
súbditos.
-Lo sé.
Por el
contrario, esto no molestó a John, quien alzó uno de sus brazos mientras el
otro seguía agarrando su libro.
-Toda
esperanza es vana. Los “Dying Walkers” vendrán conmigo, y vosotros pereceréis.
Un cáliz de un
par de metros de longitud se erigió en mitad del aire, surgiendo como un
fantasma.
-Las almas más
débiles serán las primeras en caer.
De repente los
obispos comenzaron a caer al suelo mientras sus espíritus salían del interior
de sus cuerpos y se reunían en el interior de aquel cáliz. Una por una, sus
vidas iban apagándose de manera casi instantánea.
-¿Qué diablos
es eso?
-Se está
llevando su vida. Dándoselas en sacrificio a Dios.
-Mierda. Como
si lo fuese a permitir.
Encendiendo
una llama en su espada, ésta comenzó a hacerse más y más grande.
-¡No, Reima!
¡Detente! –gritó Ettore–. Si haces eso destruirás la basílica entera y
moriremos todos.
-¡¿Y qué
sugieres?!
-Retirémonos
por el momento.
-No puedes
estar hablando en serio.
-Esa técnica
sólo está afectando a los más débiles y sólo a los que se encuentran dentro de
esta sala. Llevemos a los que quedan fuera de aquí antes de que sea aún peor.
-Chst...
Molesto, el
espadachín decidió hacerle caso, ayudando a los obispos a escapar...”
-Llevamos un buen rato en que lo único que hemos
hecho ha sido huir.
-Mira cómo están, Reima –dijo el papa señalando a
sus seguidores, de los cuales no quedaban muchos-. Casi no pueden luchar, y ese
tipo, John...es muy poderoso...probablemente esté a tu nivel.
-¿Sabes quien es? Parecías conocer muy bien la
técnica del cáliz...
-Fue al ver eso cuando llegué a la conclusión. Uno
de los héroes que luchó contra los demonios: los Doce Apóstoles. Mi mente no
quería creerlo porque supuestamente murieron hace mucho tiempo pero...
-No lo entiendo. Se supone que en aquella época los humanos
lucharon contra los demonios para defenderse de su ataque. Quiero
decir...porque ahora ser ellos quienes empiecen una guerra...
-No lo sé. Probablemente hay algo que se nos
escapa...
-En cualquier caso, ¿cómo funciona ese cáliz?
-No estoy seguro pero, creo que en él puede entrar
lo que desee.
-Pero si es así, ¿por qué no nos ha introducido a
nosotros directamente? De esa forma ya habría ganado.
-Es posible que haya una serie de reglas. Ya sabes,
como el poder de tus maldiciones...
-Ya veo...me temo que entonces sólo nos queda hacer
una cosa.
Ettore sabía bien a lo que se refería Reima, y era
algo en lo que no podía estar de acuerdo. Sin embargo, si quería salvar a los
súbditos que quedaban y desbaratar los planes de John sólo podía recurrir a esa
solución.
-Bien, hazlo...yo le entretendré...
-De acuerdo, sólo necesitaré un par de minutos...
Saliendo de su escondite, se encontraron con más
biomáquinas. A estas alturas probablemente ocupaban gran parte del subterráneo
ya que se había hecho con todos aquellos que la Inquisición había guardado.
Avanzando hacia el frente, se iban deshaciendo de
los que se aparecían ante ellos, sin siquiera darles tiempo a reaccionar. La
espada de Reima danzaba una y otra vez cortando en pedazos a los trajeados a la
vez que el papa destruía sus cuerpos. Por detrás, los obispos los cubrían como
mejor sabían utilizando una serie de armas que el profesor todavía se
preguntaba de dónde diablos las habrían sacado.
Finalmente se detuvieron cerca de la sala en la que
se encontraba la puerta que llevaba a la superficie. Allí les esperaba el
apóstol junto con otro gran grupo de su recién controlado ejército.
-Cuando haga la señal corred hacia la salida y
escapad –dijo el espadachín a los obispos- Ahora todo queda en tus manos –esta vez
se dirigió a Ettore, quien asintió antes de encaminarse hacia su oponente.
-Así que has venido solo –indicó John al observar al
papa frente a él.
-Es a mí a quien querías, ¿verdad? Si es así me
gustaría defender mi vida en un combate justo.
-¿Un combate justo? ¿Acaso crees que tienes alguna
posibilidad de ganar? Qué interesante...
El hombre se acercó hasta situarse a pocos metros
del líder de la Inquisición, mirándolo con sonrisa triunfal.
-Sin embargo, ¿cómo sé que esto no se trata de
alguna jugarreta para engañarme?
-Soy el líder de la Inquisición, no puedo permitirme
poner en peligro la vida de mis súbditos intentando tenderte una trampa.
-Ooh, esa es una de las cosas que precisamente te
han llevado a la decadencia. Compadecerte de la vida de aquellos que no son
útiles.
-Ni tú ni yo somos quienes decidimos quien o qué
merece vivir. Lo mismo ocurre con los demonios.
-Que palabras tan bellas, pero no olvides que
hablamos de seres que van en contra de la humanidad y el dios que la
representa.
-Es posible que a veces los humanos y hasta nuestro
dios tengan que aprender algunas cosas.
-¡Blasfemia! ¡¿Cómo te atreves?!
De repente comenzó a escucharse un sonido parecido
al del metal cuando es golpeado, resonando con el eco en todo el subterráneo.
-¿Qué es eso? –preguntó John mirando hacia todas
partes.
En ese momento los obispos hicieron su entrada en la
sala, dirigiéndose a la mayor velocidad que le permitían sus piernas en
dirección a la puerta que llevaba a las escaleras hacia la superficie.
-¡¿Qué es lo que estáis haciendo?! ¡Cogedlos!
Gritando a su ejército, el apóstol cayó en la cuenta
de que todos se habían detenido.
-¿Por qué no se mueven? –intentando desplazarse él
en lugar de las biomáquinas, notó una presión en su cuerpo que lo mantuvo en el
sitio. Ettore lo tenía agarrado y no parecía dispuesto a dejarle ir.
Al volver la vista al frente divisó la figura de
Reima, un poco más alejada de lo que había estado la del papa. Tenía una
postura erguida y mantenía su espada a medio envainar. El eco seguía resonando
en el ambiente.
-Creía que no ibas a poner la vida de tus súbditos
en peligro –declaró el apóstol intentando escabullirse sin éxito ante el
fortísimo agarre de su oponente.
-Sí, pero también es cierto que tú me dijiste que no
servía para liderar la Inquisición. Supongo que ahora los obispos estarán
cabreados conmigo...
-¡Bastardo!
-Sé acabó para ti...
Ettore hundió los pies en la piedra aumentando aún
más la fuerza de su agarre. Al mismo tiempo, Reima envainó su espada,
terminando con el ruido metálico.
Instantes después las paredes de las grutas
comenzaron a presentar una fina línea de la que empezaron a surgir grietas. De
forma parecida, el cuerpo de los “Dying Walkers” fue separándose poco a poco
por la mitad.
-No puede ser... –se sorprendió John.
Reima corrió hacia la puerta de salida y escapó de
allí mientras Ettore seguía impidiendo el movimiento de su adversario. La
estructura de la construcción estaba destruyéndose poco a poco.
-Sólo él sería capaz de cortar un edificio entero
como si nada –sonrió Ettore.
-¡Pero si continúas así, tú también morirás!
-Es un pequeño precio a pagar por llevarte conmigo a
la tumba.
-¡Maldito seas!
Quejándose y forcejeando en vano, el hombre no pudo
más que ver cómo techo y paredes se agrietaban y hundían...
Fuera de la basílica, los seguidores, la policía y
los obispos de la superficie corrían para tratar de evitar que la construcción
les cayese encima. A su vez, Reima y el resto de obispos conseguían ponerse a
salvo por los pelos.
Al cabo de un rato, el hundimiento de la zona
subterránea había dado lugar a múltiples escombros que antes había sido uno de
los edificios más simbólicos del mundo. Sin duda, aquello daría de qué hablar
en las noticias.
El espadachín miró a su alrededor. Se mostraba algo
nervioso, esperando ver algo o a alguien que todavía no había aparecido.
Instantes después una mano tocó su hombro. Se trataba de Ettore.
-Creía que no salía de ésta. No me puedo creer que
haya tenido que usar la bendición para algo así. Como no haya servido para
nada, te mataré.
La bendición. Se trataba de un amuleto pasado de un
papa a otro y que se decía que contenía el mismísimo poder de Dios. Pudiendo
ser usado una única vez en cada herencia, podía salvar la vida de aquella
persona que lo tuviese fuese la situación que fuese.
-Me alegro de verte en forma.
-Ahórrate los sarcasmos, ¿quieres? –se quejó
Ettore-. No eres tú a quien le tocará encarar a la prensa...
-No. Mi misión es otra ahora mismo.
-¿Qué piensas hacer?
-He de llamar a los pecados capitales. Esto cada vez
se está poniendo peor y probablemente ellos sepan de qué se trata –dicho esto
sacó el móvil y empezó a marcar un número- Hemos de evitar una nueva guerra...
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