sábado, 4 de octubre de 2025

Capítulo 59: La forja de una leyenda (Parte IV)

Cuando abrió los ojos, se descubrió a sí mismo acostado sobre una cama. La habitación le era desconocida, aunque el ambiente le generó cierta nostalgia.

 

Confuso, se incorporó, momento en el que le vinieron una gran cantidad de recuerdos, algunos de ellos borrosos y otros muy nítidos, que lo abrumaron, y por los que tuvo que volver a echarse para evitar que le estallase la cabeza.

 

Poco después, se escuchó una puerta abrirse, y unos pasos que caminaron hasta situarse a su lado, frente a una pequeña mesita, donde alguien depositó una bandeja con varios cuencos.

 

Al tratar de vislumbrar de quien se trataba, observó un vestido de criada llevado por una demonio de un sólo cuerno en su frente. Esas características hicieron que la reconociese pese al tiempo que llevaba sin verla.

-¿Luna...? –preguntó, con un tono de voz tan débil que se sorprendió a sí mismo.

 

Esto provocó que ella se girase, nerviosa, tras lo cual corrió hacia la puerta de nuevo y salió de la habitación para volver poco después con otra persona, o demonio, como pudo comprobar segundos más tarde.

-¿Cómo te encuentras, Reima? –quiso saber la recién llegada, que destacaba por su cabello multicolor.

-¿Levi...?

-Sí, soy yo.

-¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy aquí? – de nuevo, sintió una fuerte pinchazo en su cráneo.

-Paso a paso, Reima. Primero debes comer algo. Cuando hayas terminado, hablaremos largo y tendido. ¿De acuerdo?

Tras asentir, Levi le hizo una señal con la cabeza a Luna, quien lo ayudó a sentarse y empezó a darle con una cuchara el contenido de unos de los cuencos: una sopa caliente con la que poco a poco notó mejoría.

 

Algo más recuperado, se las quedó observando unos segundos, mientras la criada recogía y la anfitriona se acomodaba a su lado.

-¿Recuerdas algo de lo que ocurrió?

-No mucho. Sé que esas criaturas atacaron Roma... había un hombre... y él las... –al hablar de ello empezó a faltarle la respiración y un sudor frío le recorrió todo el cuerpo- ¡Hana! ¡Thyra! –gritó, tratando de levantarse, pero acabando de nuevo sobre la cama debido a la fuerza de la mano de Levi- ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Tengo que...! ¡Tengo que...!

-Lo siento, Reima.

-¡Pero yo...! ¡No pude hacer nada! –continuó mientras le brotaban lágrimas de los ojos- ¡No pude hacer nada! –repitió.

-Lo sé, querido –contestó mientras lo abrazaba-. Lo sé...

 

Una vez se hubo tranquilizado, la demonio le contó la situación actual. Por lo que le dijo, se había pasado un mes en una especie de coma. Al principio, le estuvieron cuidando en el castillo, pero debido al cambio de parecer del emperador, pensaron que estaría más tranquilo en otro sitio.

-¿Cambio de parecer?

-Por lo que me han contado. El emperador ha expulsado a los demonios de Roma, declarándoles la guerra. Lo peor de todo es que otras naciones donde ya se había abolido la esclavitud se han unido a su causa. El desencadenante fue precisamente esos humanoides que atacaron la ciudad. Piensan que si no hubiese sido por los demonios, no hubiese ocurrido tal cosa y, por miedo a algo similar, han decidido echarlos de sus dominios, y luego reunir un ejército para exterminarlos.

-¡Pero, eso es una estupidez!

-Así es. Desde el principio, el emperador no estaba de acuerdo con la idea de Hana, Thyra y John, de establecer la paz entre especies. Por lo que, sin ninguno de ellos tres que le pare los pies, se ha servido de ese pretexto para llevar a cabo sus deseos.

-¡¿Y cómo piensa hacerlo?! ¡Sin los “Dying Walkers”...! –en ese momento, la respuesta se le pasó por la cabeza.

-Sí, Reima. Ahora es el emperador, junto con el nuevo papa, quien los controla –le indicó ella, deduciendo lo que estaba pensando.

-¿Cómo es posible?

-Uriel y Sariel lograron reactivar las barreras que, durante años, los habían mantenido protegidos. No saben por qué, pero esto provocó que dejasen de moverse. Por desgracia, en lugar de destruirlos, el emperador quiso que los guardasen para reutilizarlos en su causa.

-Uriel y Sariel, ¿ellos están bien?

-Sí. De hecho, fue Uriel quien te trajo aquí y me contó todo.

-No sabía que la conocieses.

-Durante éste último año, gracias a Hana, he tenido la oportunidad de conocer a otros. Supongo que pensó que podría llevarme bien con ella. En cualquier caso, Uriel también me dejó un par de mensajes para ti. El primero: que tus hijos se encuentran a salvo, Barachiel los está cuidando; y el segundo: que tuviste muy buenos compañeros. De hecho, si no hubiese sido por la información que escribió uno de ellos, no hubiesen dado con las barreras.

-¿Mis compañeros? –pese a los esfuerzos que hizo el chico por recordar sus caras y nombres, por algún motivo no fue capaz. Así como tampoco pudo acordarse de la identidad de quien asesinó a Hana y Thyra.

-Por otro lado, parece que ellos también están teniendo problemas. Habiendo muerto la única arcángel que quedaba, se ha producido una fuerte desorganización entre los suyos. Algunos han comenzado a discutir quién debería ocupar el puesto de Thyra, otros se han unido a los demonios a fin de ayudarles contra los humanos, lo que ha llamado la atención del emperador, que también los ha puesto en su punto de mira. Y los pocos que están intentando poner orden, están abrumados por la situación.

-¡Joder! –se quejó Reima, golpeando el colchón- ¡¿No hay nada que pueda hacer?!

-Me temo que, por ahora, no. Acabas de despertar. Ni siquiera creo que puedas andar. De momento, lo mejor será que te centres en recuperarte.

 

Pese a las réplicas de Reima y sus constantes deseos de salir al exterior, Levi se mostró tajante en no permitírselo.

 

Así pues, decidió dedicarse plenamente a su rehabilitación, ejercitándose todos los días bajo la estricta mirada de Luna.

 

Por suerte o por desgracia, no estuvo completamente aislado, ya que, de vez en cuando, Uriel venía de visita.

 

La primera vez que se vieron tras el despertar del chico fue impactante para ambos. Ella por encontrárselo en pie, y él, por la desmejora que había sufrido. Aunque, teniendo en cuenta lo que le había contado Levi, era de esperar.

 

Ahí fue también cuando la vio llorar por la pérdida de Thyra. Le dijo que la echaba muchísimo de menos.

-Dime, ¿sabes quién lo hizo? –le preguntó el chico.

Ella lo miró, extrañada.

-¿Has perdido la memoria?

-No exactamente. Recuerdo cosas, como su aspecto; pero no su nombre, o por qué lo hizo. Es posible que me equivoque, pero antes de caer inconsciente, Thyra me maldijo. ¿Crees que podría tener relación?

-No lo sé. Toda maldición tiene efectos secundarios, pero no sabría si es por eso o por haber recibido dos. Al fin y al cabo, eres la primera persona que conozco a la que le haya pasado.

-Comprendo. Una cosa más, ¿qué ocurrió tras perder el conocimiento?

El ángel se mostró algo compungido al escuchar su pregunta.

-Si no quieres hablar de ello, lo entiendo –añadió Reima, al percatarse de su reacción.

-No. Está bien. Sariel y yo llegamos demasiado tarde. Cuando entramos en el castillo, el recibidor había sido prácticamente destruido. Todo lleno de sangre y escombros. No quisimos perder más tiempo y volamos hasta el pasillo central. Fue allí donde encontramos a uno de tus compañeros. No estoy segura de su nombre... creo que era Alex.

-Alex... –repitió el espadachín.

-Su cadáver yacía sentado, con la espalda apoyada en la pared y, escrito con sangre sobre la misma, podía leerse “Vencer criaturas activar barrera afueras”. Teniendo en cuenta el poco tiempo que habría tenido, no puedo culparle por ese mensaje tan difícil de descifrar. Por suerte, fui capaz de atar cabos después de lo ocurrido con Claude –explicó-. Antes, eso sí, dimos prioridad a vuestra seguridad, pero irrumpir allí tan sólo os encontramos a Thyra y a ti, y, para entonces, tú eras el único que seguía con vida.

-No es culpa vuestra, Uriel –aclaró Reima.

-Lo sé, pero, aun así, sabes tan bien como yo que las cosas podrían haber sido de otra manera.

 

Sobre la situación de los ángeles, le contó que también había resurgido un grupo dispuesto a unirse a los humanos para acabar con los demonios. Ahora que no había arcángel que controlase a los más radicales, éstos habían visto una nueva oportunidad para tomar las armas. También le informó de que, además de él, sólo había sobrevivido un grupo de pacificadores, aunque la mayoría ya se había marchado de Roma debido a la situación. Quedándose uno de ellos para enterrar al resto.

 

Tiempo después, y antes de que el joven pudiese acabar la rehabilitación, la guerra estalló. Unos días antes, Uriel volvió a aparecer, esta vez con Ahren y Serah, para resguardarlos de lo que estaba por venir. Esa fue la última vez que la vio.

 

Al encontrarse alejada del campo de batalla, la casa en la que vivían, se mantuvo fuera de peligro, pero, al mismo tiempo, apenas fueron capaces de conocer los resultados del conflicto.

 

No sería hasta que Reima se hubiese recuperado, cuando él y Levi se dirigieron a la ciudad.

 

Allí, la visión que tuvieron no fue muy esperanzadora. Debido a la destinación de recursos a la guerra, la comida y otras necesidades básicas no eran tan abundantes como antes, sobre todo para las clases más bajas. Sin embargo, ante la postura del emperador, pocos se atrevían a manifestar sus quejas en alto. Pese a todo, eran los humanos quienes parecían tener la ventaja en el conflicto, ya que las biomáquinas no consumían dichos recursos y el ejército estaba mucho más organizado que el de los demonios.

 

Al japonés le apenó aquel cambio de una ciudad donde había visto jugar a niños de todas las especies y razas, a otra donde sólo los humanos eran bien recibidos. Lo curioso era que había muchos habitantes disconformes con ello.

-¿Y bien? ¿Qué piensas hacer? –le preguntó Levi, quien hace un año hubiese sido incapaz de acompañarle sin ayuda de la criada.

-Iré a hablar con el emperador –declaró el chico.

-No te servirá de nada –criticó ella, a lo que hizo caso omiso y se encaminó raudo hacia el castillo, en cuya puerta, unos guardias le cerraron el paso.

-¡No puedes pasar!

-¡¿Pese a haber luchado a vuestro lado durante tanto tiempo, me negáis la entrada?!

-¡Son órdenes del emperador! ¡Ningún pacificador es bienvenido ya aquí! ¡Y puedes dar gracias a que no te llevemos a prisión! ¡Aunque, si pretendes insistir, no nos dejarás otro remedio!

-Chicos, dejadle pasar –ordenó una voz detrás de ellos.

 

Al mirar de quién se trataba, Reima recordó su primer viaje a Roma para unirse a los Pacificadores.

-Eres... ¿Dante?

-Veo que te acuerdas de mí –dijo el hombre, sonriéndole.

-Si te soy sincero, hasta yo me sorprendo. ¿Qué te ha pasado?

 

Su aspecto había cambiado desde la última vez. Le faltaba un brazo, su perfil de tipo duro se había suavizado y había perdido bastante peso y musculatura.

-En la batalla contra los “Dying Walkers” salí bastante malparado. A consecuencia de ello, me relegaron de mi puesto y acabé como líder de los guardas exteriores del castillo.

-Lo siento...

-¿Por qué? Estas cosas ocurren. Cuando que me alisté en el ejército, ya estaba preparado. Aunque las cosas han cambiado. –comentó, mientras Reima se introducía en el castillo ante la fría mirada de los guardas, y Levi se quedaba fuera, esperando- Esta guerra es un sinsentido –confesó mientras le guiaba hacia el recibidor. Allí, pudo observar que seguía en reconstrucción-. El emperador está tan obsesionado con ella que ni siquiera le presta atención a las reparaciones. Desgraciadamente, al único que escucha es al nuevo papa, un hombre que no muestra interés alguno por la paz.

-Por eso quiero hablar con ellos. Debo hacerles entrar en razón.

Al escucharle, Dante no pudo evitar reírse.

-No sé si considerarte un idealista o un necio. No has sido el único pacificador en intentarlo, y todo ha sido en vano.

-Me dijeron que hubo otro grupo que sobrevivió. Creía que la mayoría se habían marchado.

-Y lo hicieron. Justo después de mantener una audiencia con el emperador. Seguramente, lo que hablaron allí provocó que los expulsasen. Fuere como fuere, tan sólo queda uno. Un chico llamado Einar. Quería construir una tumba junto a la de Claude para el resto de pacificadores.

-¿Sabes dónde está ahora mismo?

-Puede que en el cementerio civil. Aunque es posible que también se haya ido.

-No importa. Me pasaré por allí de todas formas.

-¿Sigues decidido a intentarlo?

-Si de verdad piensa ignorarme. Que sea después de habérmelo buscado.

-No sé ni si te dejarán entrar.

-Entonces me abriré paso.

-Je. No has perdido las agallas. Haz lo que quieras, pero, por favor, no armes demasiado escándalo. No quisiera que me obligasen a intervenir.

-No te preocupes. Nadie saldrá herido. Lo prometo.

 

Y así, el chico se dirigió a su encuentro con el emperador. Por el camino, fue descubierto por varios guardias, a los que consiguió noquear sin demasiado esfuerzo. Y, tras librarse de los que custodiaban la sala del trono, irrumpió en la misma, llamando la atención de las dos persona que se hallaban en su interior.

-¡¿Cómo osas molestarme de esta forma?! –exclamó el emperador, escandalizado, a la vez que preocupado, ya que no quedaba en esa habitación un sólo soldado que lo protegiese.

-No busco hacerle daño, excelencia, pero me temo que ésta era la única opción que tenía para que me recibiese, ya que parece haber olvidado que, en su día, fui un pacificador.

-¡Sé quién eres, insensato! ¡Pero tú, y los pocos que quedan de tu calaña, ya no sois bienvenidos aquí!

-¿Así es como nos tratáis después de todo lo que hemos hecho?

-¡¿Todo lo que habéis hecho?! ¡Mirad cómo ha quedado mi castillo por no hacer bien vuestro trabajo!

-Pero usted sigue vivo, ¿no es así?

-¡Je, lástima que John y las otras dos no puedan decir lo mismo!

 

Cerrando el puño con fuerza hasta hincarse las uñas en la piel, Reima consiguió aguantarse las ganas de golpearlo. Entonces, respiró hondo y continuó.

-He venido aquí para que detenga esta guerra sin sentido.

-¡¿Sin sentido?! ¡Por culpa de los demonios casi morimos todos!

-Sabe bien que no fueron los demonios, sino los “Dying Walkers”. Y al utilizarlos está poniendo en peligro millones de vidas.

-¡Puede que sí, pero sólo las de esos cornudos traidores! ¡Estoy ayudando a mis ciudadanos!

-Pues ellos no parecen pensar igual que usted.

-¡¿Cómo dices?!

-Ha intentado siquiera escuchar sus voces. Incluso nobles están en contra de la expulsión de los demonios. Sólo que el miedo a posibles consecuencias les mantiene en silencio.

-¿Es... es eso cierto, Leo? –preguntó el emperador, girándose a la otra persona. Un chico joven de pelo castaño y corto, en forma de casco; facciones suaves y ojos claros, con los que observaba al espadachín. Vestía los mismos ropajes que en su día utilizase John pero debía ser más joven que éste, pues no había rastro ni presencia de vello facial.

-Para nada –contestó, con tono calmado-. He estado hablando con varios nobles e incluso comprobado el estado de los ciudadanos, y no he recibido ninguna queja. Debe de tratarse de alguna artimaña.

 

“Claro. Era de esperar.”, pensó Reima. La aversión hacia los demonios por parte del emperador era bien conocida por aquéllos cercanos a él, pero una mano controladora desde la facción más radical de la Inquisición, sin duda ponía la guinda en el pastel.

-¡Ja! ¡Así que querías engañarme! ¡Se acabó la conversación! ¡Lárgate de aquí o no me dejarás más remedio que usar a los “Dying Walkers” contigo!

-No se preocupe, excelencia. Ya me voy –sin mediar más palabra, el chico se marchó ante la atenta mirada de los dos mandatarios.

 

A la salida se encontró de nuevo con Dante, quien, al ver su expresión, resopló.

-Te lo dije –comentó, a lo que el espadachín no respondió, continuando hasta donde lo esperaba Levi.

 

Tras aquella visita, ambos se dirigieron al cementerio del que les había hablado Dante.

-Es curioso. Pensé que te sentirías más decepcionado después de hablar con él. Pero pareces más bien preocupado –indicó Levi durante el camino.

-Vosotros me avisasteis, y yo tampoco esperaba nada. Sin embargo, ahora sé que el problema no es sólo el emperador. Y eso complica mucho las cosas.

 

Una vez llegaron a su destino, lo encontraron casi completamente vacío. Por alguna razón, el silencio que había, así como el ambiente que lo rodeaba, tan distanciado de la realidad, lo llenaba de paz.

 

Por otro lado, puesto que no sabían donde estaban las tumbas que, supuestamente, había cavado Einar, se pasaron un buen rato andando entre lápidas y mausoleos de todo tipo.

 

Fue así como, finalmente, encontraron a una figura encapuchada, sentada frente a una serie de piedras bien colocadas, y que representaban a cada una de las personas allí enterradas. Rodeándolas, había un pequeño vallado de hierro, hecho a mano, y lo suficientemente alto como para separarlas del resto féretros. Asimismo, se podían observar los nombres de los difuntos, escritos con letra clara y visible, sobre cada una de dichas piedras.

 

Al darse cuenta de su presencia, la figura giró levemente la cabeza hacia ellos, sin embargo no tardó en ignorarles y seguir observando aquellas tumbas.

-¿Eres Einar? –preguntó Reima.

-¿”Eres”? Me pregunto que te ha pasado para que ya no puedas reconocerme.

-Más de lo que me gustaría –lamentó el espadachín-. Aunque, tal y como vas vestido, tampoco lo pones fácil.

-Supongo –respondió Einar-. Llegas tarde, Reima.

-Lo sé.

-¿Los recuerdas?

-Por desgracia, sólo a las dos que las presiden –confesó, señalando un par de lápidas ligeramente más alejadas de las demás y que, en cierta manera, destacaban sobre el resto, como dos generales dirigiendo un ejército-. Son las de Hana y Thyra, ¿verdad?

El otro asintió.

-Es una pena que no reconozcas las demás.

-Quisiera poder hacerlo, pero ahora mismo ni siquiera me acuerdo de sus caras.

-No eres el único. Pese a todo lo que hicimos. La guerra y el emperador nos han borrado en un suspiro. Por ese motivo decidí hacer esto. Quería un lugar que perdurase en el tiempo. Donde no fuesen olvidados.

-Gracias.

-No me las des –dijo mientras se levantaba-. Mi trabajo aquí ha terminado. Ya es hora de que yo también me vaya.

-¿Qué harás a partir de ahora?

-¿Quién sabe? Quisiera instalarme en un lugar tranquilo, lejos de la batalla. Estoy un poco cansado.

-Te entiendo. Si fuese tú, haría lo mismo.

-¿Eso significa que tienes otros planes?

-Lo cierto es que no lo sé. No sé qué debo hacer.

-Yo creo que sí lo sabes –contestó Einar, pasando por su lado-. Tan sólo necesitas valor para llevarlo a cabo.

 

Al darse la vuelta, lo vio encaminarse a la salida del cementerio, despidiéndose de él con un gesto de la mano. Tras esto, decidió acercarse a las tumbas de la demonio y la arcángel, las cuales acarició suavemente.

En ese momento, recordó su discusión con el emperador, la pequeña conversación que acababa de tener con Einar y las últimas palabras de Thyra: “Prométeme que defenderás a los demonios”. Como por arte de magia, una voz le habló en el interior de su cabeza.

-Tienes el poder para hacerlo. ¿Acaso tienes miedo de fracasar otra vez?

-No. No es eso. Tienes miedo de perderte a ti mismo –replicó una segunda voz.

-Si no lo haces, jamás podrás cumplir la promesa que le hiciste.

-Es la única forma. La única.

 

Tras despertar de aquel ensimismamiento, cerró durante unos segundos los ojos, tratando de ordenar sus pensamientos. Acto seguido, y mostrándose decidido, se acercó a Levi.

-Tengo que pedirte un favor.

-Dime.

-¿Crees que podrías entrenarme?

-¿Te refieres a...?

-Quiero sacar todo el potencial del poder que me dieron ellas.

La demonio pareció dudar al principio, pero el joven tenía claro su objetivo.

-No sé si seré la más indicada para hacerlo, dado que todavía no me he recuperado. Pero, haré lo que pueda.

-Gracias.

 

El tiempo pasó y la guerra escaló, llegando a un punto clave en el cual las principales fuerzas humanas se preparaban para enfrentarse contra las demoníacas en una contienda que podría determinar su final.

 

El lugar del conflicto era una llanura cercana a la frontera este de Florencia. Allí, Gian, dirigía el ejército por parte de los humanos en calidad de general.

Al contrario que Dante, había ascendido posiciones tras lo ocurrido con los “Dying Walkers” en Roma, ganándose la confianza del emperador y radicalizando su manera de ver a los demonios.

 

Al otro lado se encontraba Behemoth, quien, habiendo sido liberado de prisión, y tras la muerte de Hana, acabó cogiendo las riendas de los diferentes grupos de demonios, unificándolos y alentándolos a la lucha.

 

Ninguno de ellos tardó en dar la señal para que todos los combatientes se lanzaran al campo de batalla. Sin embargo, una luz atravesó el cielo, cayendo en mitad de la llanura y emitiendo una onda expansiva que afectó a las primeras filas de ambas partes, fulminando a algunos de ellos y asustando al resto, deteniendo así sus embestidas.

 

Una vez se hubo dispersado el polvo producido por el impacto, todos pudieron vislumbrar la figura de una persona. Ésta emitía una extraña energía que impedía acercársele, aunque lo que más preocupaba era su espada, a la que rodeaba una oscuridad que tiempo después daría lugar a su apodo.

-¡Parece que no es vuestro día de suerte! –exclamó, al parecer, haciendo uso de algún tipo de poder para hacerse oír en toda el área- ¡Os dejasteis llevar por el miedo para empezar esta guerra! ¡Bien, pues haremos que el miedo acabe con ella!

 

Tras decir esto, alzó la espada, en cuyo filo empezó a formarse una llama que se fue haciendo cada vez más grande, hasta el punto de iluminar todo el paisaje.

-¡Contaré hasta cinco! ¡Como no bajéis las armas, pienso incineraros a todos! ¡Y creedme, no estoy de broma! –amenazó, dejando que parte del fuego tocase la superficie y se extendiese hasta crear un círculo a su alrededor- ¡Cinco...!

 

Aquella fue considerada la rendición más rápida de la historia, la cual, poco después, culminaría con un tratado de paz en la que el propio Reima, conocido a partir de entonces como “Darkblade”, intervendría. De esa forma, se convirtió en la figura que mantendría vivo dicho tratado durante más de mil años, junto con otros que se le unirían a lo largo de ese periodo.

 

En el presente, Reima terminaba de contarle su historia a Akira, que le había estado escuchando atentamente mientras seguían a Lucifer, quien lideraba la expedición para intentar reunirse con los demás grupos.

-¿Y los apóstoles no volvieron a atacar desde entonces?

-Al menos no de manera abierta.

-Los apóstoles también sufrieron pérdidas durante la primera guerra, y su resurrección no se produce de manera inmediata. Por lo que, siendo pocos, y viendo que tanto Reima como, posteriormente, los pecados, se hacían más fuertes, es probable que se decidiesen por un perfil más bajo –intervino Luci.

-¿Y en algún momento recuperaste la memoria?

-Hubo algunos fragmentos que volvieron con el paso de los años, como la identidad de mis compañeros o el nombre de Matthew, aunque no sería hasta nuestro último combate que relacionaría a los apóstoles con los mismos que atacaron el castillo.

-¿Pese a recordar a Matthew?

-Así es. Digamos que me acordaba de él, pero no que fuese un apóstol.

-Entiendo. Tiene que haber sido duro...

-Lo ha sido. No te voy a mentir. No hay día en que no las eche de menos. Pero, ellas me encomendaron esta misión, y confiaron en mí para llevarla a cabo. Gracias a ello, he sido capaz de sobreponerme a todo y demostrarme a mí mismo que todavía puedo luchar –afirmó, con cierto tono melancólico-. En cualquier caso, no te preocupes. Que las cosas fuesen así para mí no significa que a ti te pase lo mismo.

-¡¿Qué quieres decir?! –exclamó un Akira sonrojado entre las risas del espadachín.

 

Más tarde, aquella noche, mientras descansaban, Reima tuvo un sueño. Uno de un pasado que pudo ser y no fue.

 

En él, pasaba el día con sus compañeros: bebía con Cain, Abel y Lori; hablaba con Tathya, Julius y Sarhin; incluso Claude, Enam y el resto de integrantes de sus grupos se paraban a saludarle y felicitarle por otra misión cumplida.

 

Al final del día, cumplía su deseado combate contra Alex, quedando empatados, algo de lo que ambos bromeaban, pero se sentían satisfechos.

 

Y después de todo eso, se reunía con Thyra y Hana para contárselo todo. Todo lo vivido durante esos 1000 años sin ellas dos. Cómo habían crecido sus hijos, las personas que había conocido, las batallas que había librado... y ellas lo escuchaban sin perderse detalle.

 

De vez en cuando, la demonio hacía algún comentario animado, mientras la arcángel intentaba poner orden.

 

Una escena mundana, como otra cualquiera. Y aunque sabía que era un sueño. Aunque sabía que terminaría. Disfrutó cada instante del mismo.