-¿Seguro que deberíamos estar aquí? –preguntó Julius, quien escuchaba con preocupación las voces que gritaban fuera del castillo.
-Alguien debe proteger este lugar. Y teniendo en cuenta el número de enemigos y su fuerza, dudo que la guardia imperial se baste por sí sola. Sin ofender... –explicó Alex, dirigiéndose a dos miembros de dicha guardia que, situados a cada lado de la puerta de entrada, se limitaron a no contestar.
-Lo entiendo, pero no puedo evitar sentirme inútil.
-Las órdenes son órdenes –intervino Tathya.
-Estoy de acuerdo –afirmó Reima, a quien todos observaron mientras éste bajaba las escaleras que llevaban al recibidor-. Además, somos la última línea de defensa, y eso también es importante. De hecho, siendo Thyra y Hana su objetivo, puede que el más importante.
-¿Cómo sabes que van a por ellas?
-Porque son los mismos que instigaron lo ocurrido en Nápoles. También quienes pactaron con Remiel. En ambos casos, se buscaba asesinar a una de ellas, es lógico pensar que esta vez quieran lo mismo.
-¿Pero por qué ahora? Es decir, ha pasado tiempo desde lo de Remiel...
-A eso no te sé responder con certeza. Puede que no pudiesen y éste haya sido su último recurso.
-A todo esto, ¿cómo está Hana? Vienes de hablar con ella, ¿no? –se interesó Alex.
-Se ha quedado con John y los pequeños.
-Sigo sin creerme que John pueda pelear –bromeó Tathya.
-A mí también me cuesta imaginármelo, pero... –contestó Reima, encogiéndose de hombros.
Hubo unos minutos de silencio incómodo. Pese a aquella charla distendida y su intento por ser optimistas, lo cierto era que la situación era un caos.
-Sé que no estaréis de acuerdo, pero no puedo evitar pensar que esta será nuestra última batalla –indicó Julius.
-Estoy de acuerdo –dijo Tathya.
-¿En lo de la última batalla?
-En que es mejor que te ahorres esa absurdez y te centres en salir vivo de ésta –replicó, dándole una palmadita en la espalda.
-Ya decía yo –sonrió el chico- Es que, aunque no sea la persona más indicada para decirlo, por los problemas que os di en el pasado y eso; quería agradeceros haber podido luchar a vuestro lado. Para mí ha sido un honor teneros como compañeros.
Tras terminar su confesión, todos lo miraron como si no hubiese nadie más en toda la sala, hasta que finalmente estallaron en carcajadas.
-¡Eh! ¡Hablo en serio! –se defendió Julius, avergonzado.
-¡Es que no nos lo esperábamos! –se explicó Tathya, secándose las lágrimas.
-¡Vale, vale! ¡Pues lo siento! –se quejó, ligeramente ofendido.
-No. Creo que lo necesitábamos –indicó Alex-. Todo esto... ha sido muy repentino. Lo cierto es que no sabemos cómo acabará, pero, gracias a ti, me siento con más fuerzas para enfrentarme a ello.
-Coincido –añadió Reima-. Y no eres el único. Para mí también ha sido un honor. Aunque, no hagamos que termine aquí.
-Sí. Aún queda mucho por hacer –afirmó Tathya, acariciando el hombro de Julius.
En ese momento, se escuchó a alguien llamando a la puerta, con un sonido tan fuerte que hasta llegó a sobreponerse al ruido de la batalla.
Ninguno se sorprendió, ni siquiera los guardias, quienes agarraron sus armas mientras se alejaban poco a poco del portón.
Entonces, con un golpe seco, las dos mitades que constituían la entrada saltaron por los aires, obligando a los pacificadores a hacerse a un lado para evitar ser aplastados.
Al principio, no distinguieron nada al otro lado, pero, segundos después, la figura de un hombre de cabello plateado, ataviado con una túnica, hizo acto de presencia.
Caminaba lentamente, mirando a su alrededor con una extravagante curiosidad. Ni siquiera reparó en el resto de personas que había en el recibidor. Tampoco cuando los guardias se abalanzaron sobre él. Aunque no hizo falta, pues, en un instante, los redujo a charcos de sangre, aplastados por una misteriosa fuerza.
-Qué groseros. Sí, son unos groseros. Unos groseros, sin duda –musitó, generando gran incomodidad en el resto-. Oh, así que sois vosotros los que nos habéis estado retrasando. Sois vosotros, sí. Sí, seguro que sois vosotros. No parecéis gran cosa. No sois gran cosa. Sois poca cosa.
-¿Está bien? –preguntó Tathya, quien sintió un ligero escalofrío.
-Será mejor que corráis –dijo Alex, desplazándose hacia un lado justo antes de que el suelo que habían estado pisando quedase hecho añicos.
Por suerte, los demás reaccionaron a su aviso, salvándose por los pelos de acabar como los guardias.
-¡¿Que ha sido eso?! –exclamó Julius, asustado ante aquel extraño poder.
-¡No lo sé, pero será mejor que estéis atentos a cualquiera de sus movimientos!
-¡Oh! ¡Sois más hábiles de lo que pensaba! ¡Más hábiles, sí! ¡Tenéis habilidad! ¡La tenéis! –alzando las manos, hizo que parte de la estructura de la escalera fuese arrancada de cuajo, siendo lanzada contra Tathya y Julius, quienes, pese a esquivarla, quedaron aislados de los demás.
-¡Mierda! ¡Tathya! ¡Julius! –gritó Reima, intentando alcanzarles pero siendo agarrado por Alex, que lo salvó de acabar bajo más escombros.
Al otro lado, la pareja de pacificadores se había quedado a solas con aquel individuo, sin saber bien si atacarle o esperar a que él tomase la iniciativa.
-¡¿Quién eres?! –le inquirió Julius.
-Por favor, permitid que me presente. Soy Mathew, un hombre de riqueza y buen gusto –rió su enemigo, girando sobre sí mismo antes de levantar levemente los costados de su túnica, a modo de reverencia.
-Está como una cabra –declaró Tathya.
-Como una cabra... ¿Quién sabe? Sí, ¿quien sabe? Puede que alguien lo sepa. Lo que sí sé es como acabaréis vosotros. Sí, lo sé. Amigos de los demonios. Vuestra muerte se acerca. Sí, se acerca. Pero, si me decís donde están aquellas que busco, vuestra muerte será rápida y sin dolor.
-¡¿Por qué quieres matarlas?!
-¡Qué pregunta más obvia! ¡Qué obvio, sí! ¡Todo aquel que intente ir en contra de los deseos de nuestro señor merece la muerte! ¡La muerte, sí!
-¿Vuestro señor?
-¡¿Es que hay que explicároslo todo?! ¡¿Acaso no sabéis quién es Chronos?! ¡Por supuesto que no, ¿por qué habríais de saberlo?! –dijo mientras aquella fuerza misteriosa se precipitaba de nuevo sobre sus cabezas, teniendo cada vez menos espacio para esquivarla.
-Tenemos que buscar la forma de acercarnos a él –propuso Julius-. Encárgate de distraerle, intentaré sorprenderle desde otro ángulo.
-¿Estás seguro?
-¿Te preocupas por mí? –sonrió él.
-¿Te burlas de mí? Sabes que ese es mi trabajo –se la devolvió Tathya. Sin embargo, se pudo notar un cambio en su tono, ligeramente quebrado-. Sí, no quiero que te pase nada.
-Lo sé. Por eso pienso volver.
-Más te vale.
Tras esto, la chica se corrió hasta situarse en el lado derecho de Mathew, desde donde, haciendo uso de la increíble fuerza de sus piernas, pateó uno de los escombros, dirigiéndolo como una bala hacia él.
Esto obligó al hombre a defenderse, desviando su atención de su otro contrincante, el cual se acercó por detrás, arma en alto, dispuesto a propinarle un potente tajo vertical con intención de matarlo.
-¡Sí! –se alegró ella, al ver que su estrategia había surtido efecto.
O eso creyeron, pues el pacificador sintió cómo un gran peso caía sobre él, impidiéndole cualquier movimiento.
-¡¿Qué?! –se extrañó, pues estaba seguro de haber atacado desde su punto ciego.
-¿De verdad pensabais que no lo vería venir? Tan sólo estaba jugando con vosotros. Un juego, sí. Un gran juego. Un suculento juego –indicó mientras se giraba hacia él- ¡Siempre es más divertido matar cuando tus presas se confían, ¿eh? ¿eh? ¿eeeeeh?! –una sonrisa sádica se dibujó en su rostro.
-¡No! –Tathya se lanzó contra Matthew, espada en mano, pero no tardó en acabar igual que su compañero.
-¡Oh! ¡Pero que bonito! ¡Es muy bonito! ¡Qué pareja tan encantadora! ¡Sí, de lo más encantadora! ¡¿Sabéis qué?! ¡Os daré una oportunidad! ¡Enfrentaos entre vosotros, y al que gane, le perdonaré la vida!
-¡Muérete! –respondió Tathya.
-¡Respuesta incorrecta! –replicó, aumentando el peso sobre Julius hasta dejarlo boca abajo sobre el suelo. Sus gritos de dolor se hicieron eco por todo el recibidor al sentir cómo sus huesos iban siendo aplastados poco a poco.
-¡No! ¡Por favor! ¡Déjalo en paz! ¡Si tienes que matar a alguien, mátame a mí!
-No me apetece –se negó, haciendo más presión sobre él.
-Ta... thya... –consiguió articular, mientras ella lo miraba entre lágrimas, poco antes de quedar reducido a un amasijo de sangre y vísceras.
-¡No! –chilló, desesperada e impotente.
-¡Oh! ¡Cállate! –se quejó Mathew, aplicando la misma fuerza sobre la pacificadora y fulminándola al instante, entre salpicaduras de un rojo intenso.
Y así, se hizo el silencio, adornando una imagen siniestra en la que del apóstol era el único protagonista.
-Ahora, me pregunto dónde estarán esas dos –murmuró, elevándose en el aire para alcanzar el piso de arriba, donde, justo al aterrizar, detuvo, sin esfuerzo, el vuelo de una daga dirigida a su cabeza-. Parece que las malas hierbas crecen allá donde piso. Qué impertinentes son. Sí, muy impertinentes.
El artífice de ese ataque, Alex, apareció entre él y la entrada, en forma de arco, que llevaba al pasillo principal. A su lado estaba Reima, que agarraba con fuerza su arma, sin quitarle ojo a Mathew.
-¿Dónde están Julius y Tathya? –preguntó el líder del segundo grupo, intentando divisar los cuerpos de sus compañeros.
-Los he hecho puré. ¿O debería decir caldo? –contestó, señalando la sangre que manchaba su túnica.
Aquella respuesta provocó una mueca de desagrado en el rostro de ambos, sin embargo, tuvieron la suficiente frialdad para no dejarse llevar por ella.
Por otro lado, se sentían culpables por haber llegado tarde a ayudar a sus compañeros.
-Reima. Escúchame bien. Ve al cuarto donde están John y Hana y sácalos del castillo.
-¡¿Pero qué dices?! –el joven espadachín no dio crédito a sus palabras- ¡¿Y qué pasa contigo?!
-Los dos sabemos que nos enfrentamos a alguien que nos supera. Si uno de nosotros consigue ganar algo de tiempo para que el otro los ponga a salvo, entonces habremos cumplido con nuestra misión.
-¡Pero si le atacamos a la vez, quizás venzamos!
-¡Reima! –le interrumpió el hombre, alzando la voz como nunca lo había hecho hasta ese momento- ¡No podemos ganar! ¡No tal y como somos ahora mismo! ¡Quizás Thyra tenga el poder suficiente para enfrentarse a él, pero si nos quedamos aquí, entonces no habrá nadie que le informe de la situación, ¿lo entiendes?!
Sin saber qué más argumentar, Reima dudó unos segundos durante los cuales el apóstol se limitó a mirar hacia abajo y mover los labios en una especie de trance, sin prestar atención a la conversación.
-De acuerdo –concluyó, a regañadientes-. Pero más te vale sobrevivir.
-Haré lo que pueda –sentenció su compañero, con sinceridad.
-¡Todavía tenemos un combate pendiente, ¿recuerdas?! –se escuchó al joven japonés poco antes de desaparecer al fondo del pasillo.
-Sí, lo sé –rió Alex.
-¿Habéis terminado ya con vuestra cháchara? Eso espero. Sí, eso espero. Me estaba cansando de esperar. Esperar es muy pesado.
-¿En serio? Yo te he visto la mar de entretenido con tus rezos o lo que quiera que fuese eso.
-¿Te burlas de mí?
-No, por favor, continúa. Cualquier pérdida de tiempo me vendrá bien.
En ese instante, parte de los muchos escombros dispersos por la sala, comenzó a flotar cuales globos, concentrándose en un mismo punto hasta formar una masa de piedra fragmentada.
-Así que ese es tu poder. Controlar la gravedad. Dime, ¿todos tenéis la misma habilidad o depende del apóstol?
-¿Quieres saberlo? ¿De verdad quieres saberlo? ¿O estás buscando otra vez distraerme?
-Un poco de todo. Aunque, eso no es lo que más me intriga. Habéis tardado mucho en llevar a cabo vuestro plan. ¿Acaso teníais miedo de algo?
-¡¿Miedo?! ¡Si esos estúpidos ángeles no hubiesen creado barreras alrededor de los “Dying Walkers” tras terminar la guerra, nada de esto habría pasado! ¡Nada de esto, sí! ¡Nada!
-Barreras. Así que era eso. ¿Pero cómo es posible? Con vuestro poder hubiese sido sencillo deshacerlas, ¿verdad?
-Esas barreras se hicieron específicamente contra nosotros. Varios ángeles se reunieron. Lo hicieron. Rodearon a los “Dying Walkers”. A la mayoría de ellos. E hicieron que perdiésemos nuestro ejército ¡Lo perdimos! Si no llega a ser por eso, los hubiésemos extinguido. Lo hubiésemos conseguido. ¡Malditos y asquerosos pecados!
-Pero, igualmente, las habéis destruido. Ya no hay forma de que las rehagan.
-Para ello tendrían que reactivar los sellos de las afueras. A las afueras, sí. Pero no hay manera que los ángeles lo sepan. No la hay.
-A las afueras...
Alex recordó la historia que Uriel había contado sobre la muerte de Claude. Si no recordaba mal, se encontraba en una zona de las afueras de Roma cuando Remiel lo asesinó. ¿Y si eso era lo que el arcángel no quería que encontrase?
Sin querer, una sonrisa se dibujó en sus labios.
-Estamos perdidos –ironizó, en parte, jactándose de la estupidez del apóstol, que todavía no se había dado cuenta de su error. Tan sólo le quedaba encontrar una manera de decírselo a los ángeles.
-Se te acabó el tiempo, traidor humano –le espetó Mathew-. No me vas a hacer perder más tiempo. Nada más. Llegó tu hora de morir. Sí, tu hora.
-Eso ya lo veremos –replicó el hombre, adoptando una posición de combate.
“Lo siento, Reima. Pero me temo que lo nuestro se quedará pendiente”, lamentó, poco antes de lanzarse al ataque.
Por otro lado, el espadachín japonés llegó a la sala donde se encontraban Hana y el papa, además de Serah y Ahren. Estos dos últimos, ajenos a todo lo que sucedía fuera.
Se trataba de una habitación con forma hexagonal, en cuyo centro había una mesa redonda de madera con un cáliz encima, el cual debía de ocupar un cuarto de la misma. En una de las paredes se podía observar una hilera de cristaleras desde las que se veía parte de la ciudad, así como de las llanuras y bosques circundantes. Aunque, en ese momento, habiendo caído la noche, lo único que se vislumbraba era el fuego cruzado entre aliados y enemigos.
-¡Julius y Tathya han muerto, y Alex está intentando ganar tiempo! –explicó Reima, sin rodeos, pese a los otros dos ya habían supuesto que su llegada no venía con buenas noticias- ¡Tenéis que iros de aquí cuanto antes!
-¡Hana! –continuó el papa, tras girarse hacia ella- ¡Coge a los pequeños y sal por esa puerta! –ordenó, señalando una situada en la parte opuesta a la entrada que acababa de usar el pacificador- ¡Si sigues recto por el pasillo encontrarás dos caminos! ¡Continúa por el de la derecha hasta llegar a una pared de piedra! ¡Al empujar el primer ladrillo del centro, empezando por abajo, se abrirá una trampilla que lleva a las afueras! ¡Es el mismo camino que ha tomado el emperador para ir al refugio!
-¡Pero, ¿y qué pasa contigo John?!
-¡Yo me quedaré aquí junto Reima y ayudaré a retenerlo!
-¡¿Qué?! ¡No pienso ser la única que escape!
-¡Siento decirte esto siendo mi vida la que está en juego... –discutió John- ...pero, si yo muero, siempre se podrá encontrar a otro sucesor! ¡Pero si pasa lo mismo con una de vosotras, todo lo que hemos conseguido se perderá! ¡Y eso es algo que no podemos permitir! –declaró, dejando atónita a una demonio que, ante la presión de aquella situación, no tuvo más remedio que obedecer y marcharse con los pequeños.
-¿Estás seguro de esto? –preguntó Reima.
-Parte de esto también es culpa mía. Si hubiese aumentado la seguridad frente a la cámara de los “Dying Walkers”, puede que no hubiesen entrado.
-Siendo honesto, dudo que hubiese servido de algo –indicó el espadachín, mirándole fijamente-. Esa gente no es normal.
Nada más terminar la frase, se escucharon pasos más allá de la puerta principal, poco antes de que, con un golpe seco, ésta volase por los aires, aterrizando cerca de la mesa central.
Y allí, delante de ellos, Mathew hizo acto de presencia, aunque esta vez parecía bastante molesto.
-¡Me estoy cansando de todo este jueguecito! ¡Estoy cansado! ¡Cansado, sí!
-¡Pues entonces lárgate! ¡Nosotros también estamos cansados de ti! –le respondió el joven japonés.
-¡Oh! ¡Así que estabas aquí! ¡El único que queda de los cuatros guardianes idiotas! ¡El último que queda! –contestó, alzando los brazos, ante lo que el chico mostró una mueca de desagrado, cerrando los ojos como muestra de pesar por la muerte de Alex- ¿¡Y quién más!? ¡Ah, si es el actual papa! ¡La eminencia de la Inquisición en persona! ¡Y el peor de la historia! ¡Sí, de toda la historia!
-Si ser un buen pontífice consiste en convertirme en alguien como tú, entonces prefiero quedarme como estoy.
-Palabras de un necio. Y como necio, ¡morirás!
Saltando sobre John, Reima logró evitar que acabasen aplastados por la fuerza de la gravedad, destruyendo parte del suelo en su lugar.
-¡Decidme donde está la demonio! –gritó el apóstol mientras encadenaba ataque tras ataque, apenas dejándoles espacio por el que moverse.
En esas que John apoyó un pie sobre la pared contra la que habían sido acorralados.
-¡¿Qué piensas hacer?! –se preocupó Reima.
-¡Ya te lo dije! ¡Un papa no llega a ser nombrado así como así! –afirmó, impulsándose como una bala hasta acabar haciendo contacto con el estómago de Mathew, quien salió despedido por el pasillo de donde había venido- ¡Así aprenderás a no subestimarme!
-Estoy impresionado –admitió el espadachín, acercándose a él.
-Gracias, pero me temo que esto aún no ha terminado.
-¡Estúpidos! –se escuchó al fondo del corredor- ¡¿Queríais cabrearme?! ¡Pues lo habéis conseguido! ¡Sí, me habéis enfadado!
Acto seguido, el apóstol apareció de nuevo frente a ellos, embistiéndoles de manera similar a como lo había hecho John antes. Con la diferencia de que, una vez hubieron acabado de rodar por el suelo, lo atrajo hacia sí con el poder de la gravedad, golpeándoles una y otra vez para evitar que contraatacasen. Sin embargo, finalmente Reima consiguió interponer su espada, haciendo que tuviese que esquivarle y que el papa aprovechase esto para retomar el equilibrio en el combate.
Los siguientes minutos consistieron en continuos intercambios de ataques, sin descanso, entre los tres. El objetivo de Reima y John era impedir que Mathew usase sus poderes, ya que era la única manera de luchar en las mismas condiciones.
Por desgracia para ellos, no era la primera vez que su adversario se enfrentaba a esa clase de dificultades, por lo que, con un rápido movimiento, se elevó en el aire.
Entonces, desde ahí, hizo que la superficie bajo los pies del papa se rompiese, dando lugar a una pequeña plataforma que voló hasta estamparlo contra el techo.
-¡John! –gritó Reima, apoyándose en la mesa del centro para tratar de llegar hasta él, pero encontrándose con el poder del apóstol, que lo mandó de vuelta al suelo.
-¡Se acabó, papa de pacotilla! ¡Sí, se acabó para ti! –sentenció, levantando otra parte del concreto, esta vez más grande, y enviándolo contra el pontífice que, incapaz de hacer nada, fue aplastado por éste.
-¡No!
Impotente, el espadachín no pudo más que quedarse mirando mientras otro de sus amigos moría a manos de ese loco, quien, lentamente y tras aterrizar, caminó hasta situarse junto a él.
-Nos hemos quedado solos. Que silencio. Sí. Y solitario.
-¡Agh! –se quejó el chico cuando su mano fue pisada para que soltase la espada a la que seguía aferrándose.
-Y ahora que nos hemos quedado solos. Dime donde está la demonio. Sí, dímelo
-¡Nunca te lo diré! ¡Ugh! –al mismo tiempo, sintió una fuerte presión sobre el resto de sus extremidades.
-Muy bien. Haremos lo siguiente entonces. Sí, lo haremos. Iré quebrando uno a uno todos los huesos de tus pies, luego haré lo mismo con tus manos, luego tus piernas, y así hasta que me digas donde está. Sí, hasta que me lo digas.
-Je je je...
-¿De qué te ríes? –se sorprendió Mathew.
-¡Eres tan sumamente cruel y egocéntrico que jamás comprenderás que una persona sea capaz de proteger a otra aun a costa de su vida! ¡A ver si lo entiendes, imbécil! ¡Nunca te lo diré!
Ante aquellas palabras, se dibujó una mueca de desagrado en el rostro del apóstol
-Como quieras.
Cuando todo parecía perdido, Reima observó a Matthew saltar hacia atrás para esquivar un rayo de luz dirigido a su cabeza. Al girarse, descubrió a Hana y Thyra justo frente a la salida que la primera había usado antes.
-¡¿Qué haces aquí?! ¡Te dijimos que te fueras!
-¡Lo siento, pero huir no va conmigo! ¡Y quizás yo no sea rival para ellos, pero conozco a alguien que sí! –dijo, sonriente, mientra miraba a Thyra.
-¡¿Estás bien, Reima?! –preguntó la arcángel, preocupada.
-Yo sí, pero John... –indicó, desviando la vista.
-¡Qué suerte! ¡Una gran suerte, sí! –les interrumpió el apóstol, con expresión alegre y alzando los brazos en una alabanza- ¡Sí, mi señor siempre me acaba recompensando, y esta vez me ha traído a esa demonio! ¡Y no sólo eso, también a la arcángel!
-¿Llamas a eso suerte? –ironizó Thyra, disponiéndose a disparar de nuevo.
-¡Eh! ¡No tan rápido! –exclamó Mathew, levantando una mano y haciendo que el cuerpo de Reima se desplazase hasta quedarse justo enfrente de él- No querrás darle al chico. Diría que es alguien muy importante para vosotras, ¿verdad? Muy importante, sí.
-¡Cobarde! –se quejó Thyra.
-¡Oh, vamos! Hasta yo sé que tendría problemas contra un arcángel. Graves problemas. Pero, así, se giran las tonas. De momento, ¿qué os parece si hacemos un trato? Sí, un buen trato.
-¿Qué clase de trato?
-La vida del chico por la de la demonio.
-¡Ni lo sueñes! –contestaron Thyra y Reima al unísono.
-¡Oh! ¡Qué loable! ¡Qué amor tan profundo el vuestro! ¿O puede que no lo suficiente? –contestó mientras partía uno de los dedos del espadachín, quien chillo de dolor- ¡Primer aviso!
Ninguna de las dos sabía qué hacer. De hecho, tomasen la decisión que tomasen, estaban seguras de que el apóstol no cumpliría su palabra y mataría a Reima de todas formas. Por tanto, eso sólo les dejaba una opción.
-¡Hazlo! –le ordenó Reima a Thyra- ¡Mátame! ¡Vamos, hazlo!
-¡Tú, cállate! –replicó Mathew, partiendo otro de sus dedos.
-¡Por favor...! –continuó pese al intenso dolor que sentía en su mano.
-¡No! ¡No eres tú quien va a morir, Reima! –intervino una voz, situada detrás de ellos.
En ese momento, el joven, quien hasta entonces había estado flotando en el aire, cayó al suelo de repente. Al mirar atrás, observó la figura de John agarrando a Mathew de todas sus extremidades, para impedir que este se moviese.
-¡Thyra! ¡La Lanza de Kodesh!
-¡¿Qué dices?! ¡Si la utilizó, destruiré toda la sala!
-¡Yo me encargo de darte la señal!
-¡Pero...!
-¡Es lo único que lo hará desaparecer!
-¡Maldito papa de pacotilla! –gritó Mathew, intentando deshacerse de él al impulsarse contra una pared cercana. No obstante, debido a la inmovilización a la que estaba sujeto, sus movimientos resultaron demasiado erráticos, impidiéndole conseguir su objetivo.
Mientras tanto, Hana se acercó a Reima para así alejar al chico de allí, puesto que éste, fruto del dolor y el cansancio, apenas podía ya moverse.
Fue entonces cuando, haciéndose valer de su fuerza y del poder de gravedad del apóstol, John consiguió que ambos saliesen despedidos contra una de las cristaleras de la sala, rompiéndola en pedazos y precipitándose al vacío.
-¡Ahora! –ordenó John, haciendo que la arcángel invocase la lanza, que arrojó inmediatamente.
Lo que sucedió después, fue como una escena a cámara lenta ante los ojos de Reima. Al poco de salir por la ventana, Mathew consiguió liberar uno de sus brazos para, posteriormente, usar su habilidad para atraer hacia sí tanto a la demonio como al propio pacificador. Sin embargo, Hana lo empujó en el último segundo, sacándolo fuera de su campo de acción y evitando que corriese su mismo destino.
Mientras la veía alejarse, alargó su mano en un vano intento por evitarlo, pero ya era demasiado tarde. Pese a todo, su expresión permaneció con la misma sonrisa que cuando la conoció, buscando transmitir esperanza incluso antes de su final. En sus labios leyó una frase, y aunque el ruido no le permitió escucharla, entendió qué dijo: te quiero.
Y así, la lanza impactó sobre ellos tres, produciendo tal explosión de luz, que el resto de cristaleras también se rompieron, arrastrando con su onda expansiva la mesa, el cáliz central y al propio Reima, que rodó hasta golpearse contra la pared opuesta.
Una vez se hubo desvanecido aquel brillo, tan sólo dos figuras quedaron en pie. Una de ellas, haciendo lo posible por mantenerse levantada y llegar hasta la otra: una arcángel que, de rodillas sobre el suelo, se encontraba en estado de shock por lo que acababa de ocurrir. Las manos le temblaban, los oídos le pitaban y era incapaz de sentir nada a su alrededor, como si de repente hubiese perdido el tacto.
Pasaron varios minutos hasta que ambos consiguiesen reunirse, y para entonces, lo único que se pudo escuchar salir de la boca de ella fue “¿Qué es lo que he hecho?”.
-Thyra... –intentó decir, pero ni siquiera le escuchaba.
Fue al sacudir suavemente su hombro, cuando pareció volver a la normalidad, pero la situación no mejoró, ya que, tras un rápido contacto de ojos, se echó a llorar, desconsolada, a lo que él respondió abrazándola.
-¡Lo siento! –se disculpó.
-No es culpa tuya. No es culpa tuya –repitió él entre lágrimas.
Si alguien debía sentirse culpable, era él. Su debilidad había necesitado de su ayuda, y su incapacidad no había evitado que se fuese. Era él quien había incumplido su promesa de protegerla. Una vez más, había vuelto a fallar. Aun así, debía continuar. Todavía había cosas por hacer.
-¿Dónde están los niños? –preguntó el joven japonés.
-Están en una habitación, al final del pasillo –logró murmurar la arcángel- Puse una barrera sobre ellos para que estuviesen seguros.
-Bien. Vayamos a por ellos. Luego pensaremos qué hacer.
Ella asintió. Incapaz de decir nada más.
Pero, como si el destino no quisiese que las desgracias terminasen, un filo atravesó el pecho de Thyra. Se trataba de la espada de Reima. Un arma con la que también se podía matar demonios y, por supuesto, ángeles.
En otras circunstancias, alguien como Thyra jamás habría sufrido una herida letal como esa. No obstante, el haber perdido a Hana había nublado sus sentidos y eliminado sus defensas, dejándola a merced de...
-¡Lo he conseguido! ¡Parece que esa demonio y ese papa de pacotilla al final hicieron un buen trabajo como escudo! ¡Ahora todos están muertos! ¡Los he matado, señor! ¡Sí, los he matado! ¡Ja ja ja!
Ahí estaba Mathew. Vivo. Con un brazo y una pierna rotas. Heridas que lo habían dejado para el arrastre, pero su poder y su obsesión todavía intactos.
Como un fuego ardiendo dentro de él, la ira se apoderó de todo su ser. Ya no le importaba nada. Tan sólo destrozar a ese malnacido que le había arrebatado todo lo que le importaba.
Así pues, y aprovechando que el apóstol estaba inmerso en su victoria, cogió el arma, que había caído al suelo tras separarse del cuerpo de Thyra, y la blandió hacia él, logrando un corte horizontal justo en mitad de sus ojos.
El grito del hombre fue como miel para sus oídos, pero no le bastaba. Necesitaba más. Quería que sufriese todavía más.
Por desgracia, otra persona apareció.
-Nos vamos, Mathew. Los ángeles han llegado –dijo Judas, cogiendo a su compañero y despareciendo de allí antes de que Reima realizase un segundo corte, que impactó contra el suelo.
Pasaron unos segundos hasta que volviese en sí. En parte, gracias a una mano que lo agarró del tobillo. Era la arcángel.
Agitado. Se agachó rápidamente y la cogió entre sus brazos.
-¡No, no, no, no, no, no! –repitió múltiples veces mientras trataba de parar la hemorragia. A lo que ella respondió poniendo una mano sobre su mejilla y negando con la cabeza.
-Déjalo. Ya no hay nada que hacer.
-¡No digas eso! ¡Tiene que haber algo! ¡Eres una arcángel, seguro que existe algún poder con el que te puedas curar!
-No si es un órgano vital, Reima.
-Pero...
-Escúchame bien. Queda poco tiempo. ¿Recuerdas lo que hizo Hana cuando estuviste a punto de morir la última vez?
-¿Te refieres a la maldición?
-Eso es.
-¿Qué pasa con eso?
-No es común que los ángeles lo hagan, pero quisiera que tú también fueses maldecido por mí. Aunque dicho así, suene mal... –rió, aunque esto le provocase una tos con sangre. Probablemente el filo también hubiese alcanzado sus pulmones.
-Pero, ¿por qué?
-Ahora que ni Hana ni yo vamos a estar. Esos demonios necesitarán a alguien que los proteja. Alguien que cuide de ellos y haga que algún día nuestro sueño... el sueño de todos... se cumpla.
-Pero, yo... no valgo para esto. No he sido capaz de protegeros. Mucho menos al resto de demonios.
-Te equivocas, Reima. Vales mucho más de lo que crees. Y algún día, estoy segura de que también podrás demostrártelo a ti mismo. Ese día salvarás a miles de demonios. Y lograrás cambiar el mundo.
-No puedo...
-Claro que puedes. Tú mismo nos lo dijiste. Sabrás sobreponerte a lo que sea.
Dicho esto, acercó sus labios a los de él y lo besó. Fue un beso largo, salado por las lágrimas entremezcladas, pero, sobre todo, amargo. Muy amargo.
-Siento que nuestro último beso haya sido así –declaró ella, al separarse-. Prométeme que les ayudarás. Prométeme que defenderás a los demonios.
-Lo haré. Te lo prometo.
Y, como si todo el cansancio que había estado soportando le afectase de golpe, los ojos de Reima se fueron cerrando. Poco a poco. Hasta que el último suspiro de Thyra hubo llegado. Sólo entonces, se permitió caer inconsciente.