sábado, 4 de octubre de 2025

Capítulo 59: La forja de una leyenda (Parte IV)

Cuando abrió los ojos, se descubrió a sí mismo acostado sobre una cama. La habitación le era desconocida, aunque el ambiente le generó cierta nostalgia.

 

Confuso, se incorporó, momento en el que le vinieron una gran cantidad de recuerdos, algunos de ellos borrosos y otros muy nítidos, que lo abrumaron, y por los que tuvo que volver a echarse para evitar que le estallase la cabeza.

 

Poco después, se escuchó una puerta abrirse, y unos pasos que caminaron hasta situarse a su lado, frente a una pequeña mesita, donde alguien depositó una bandeja con varios cuencos.

 

Al tratar de vislumbrar de quien se trataba, observó un vestido de criada llevado por una demonio de un sólo cuerno en su frente. Esas características hicieron que la reconociese pese al tiempo que llevaba sin verla.

-¿Luna...? –preguntó, con un tono de voz tan débil que se sorprendió a sí mismo.

 

Esto provocó que ella se girase, nerviosa, tras lo cual corrió hacia la puerta de nuevo y salió de la habitación para volver poco después con otra persona, o demonio, como pudo comprobar segundos más tarde.

-¿Cómo te encuentras, Reima? –quiso saber la recién llegada, que destacaba por su cabello multicolor.

-¿Levi...?

-Sí, soy yo.

-¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy aquí? – de nuevo, sintió una fuerte pinchazo en su cráneo.

-Paso a paso, Reima. Primero debes comer algo. Cuando hayas terminado, hablaremos largo y tendido. ¿De acuerdo?

Tras asentir, Levi le hizo una señal con la cabeza a Luna, quien lo ayudó a sentarse y empezó a darle con una cuchara el contenido de unos de los cuencos: una sopa caliente con la que poco a poco notó mejoría.

 

Algo más recuperado, se las quedó observando unos segundos, mientras la criada recogía y la anfitriona se acomodaba a su lado.

-¿Recuerdas algo de lo que ocurrió?

-No mucho. Sé que esas criaturas atacaron Roma... había un hombre... y él las... –al hablar de ello empezó a faltarle la respiración y un sudor frío le recorrió todo el cuerpo- ¡Hana! ¡Thyra! –gritó, tratando de levantarse, pero acabando de nuevo sobre la cama debido a la fuerza de la mano de Levi- ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Tengo que...! ¡Tengo que...!

-Lo siento, Reima.

-¡Pero yo...! ¡No pude hacer nada! –continuó mientras le brotaban lágrimas de los ojos- ¡No pude hacer nada! –repitió.

-Lo sé, querido –contestó mientras lo abrazaba-. Lo sé...

 

Una vez se hubo tranquilizado, la demonio le contó la situación actual. Por lo que le dijo, se había pasado un mes en una especie de coma. Al principio, le estuvieron cuidando en el castillo, pero debido al cambio de parecer del emperador, pensaron que estaría más tranquilo en otro sitio.

-¿Cambio de parecer?

-Por lo que me han contado. El emperador ha expulsado a los demonios de Roma, declarándoles la guerra. Lo peor de todo es que otras naciones donde ya se había abolido la esclavitud se han unido a su causa. El desencadenante fue precisamente esos humanoides que atacaron la ciudad. Piensan que si no hubiese sido por los demonios, no hubiese ocurrido tal cosa y, por miedo a algo similar, han decidido echarlos de sus dominios, y luego reunir un ejército para exterminarlos.

-¡Pero, eso es una estupidez!

-Así es. Desde el principio, el emperador no estaba de acuerdo con la idea de Hana, Thyra y John, de establecer la paz entre especies. Por lo que, sin ninguno de ellos tres que le pare los pies, se ha servido de ese pretexto para llevar a cabo sus deseos.

-¡¿Y cómo piensa hacerlo?! ¡Sin los “Dying Walkers”...! –en ese momento, la respuesta se le pasó por la cabeza.

-Sí, Reima. Ahora es el emperador, junto con el nuevo papa, quien los controla –le indicó ella, deduciendo lo que estaba pensando.

-¿Cómo es posible?

-Uriel y Sariel lograron reactivar las barreras que, durante años, los habían mantenido protegidos. No saben por qué, pero esto provocó que dejasen de moverse. Por desgracia, en lugar de destruirlos, el emperador quiso que los guardasen para reutilizarlos en su causa.

-Uriel y Sariel, ¿ellos están bien?

-Sí. De hecho, fue Uriel quien te trajo aquí y me contó todo.

-No sabía que la conocieses.

-Durante éste último año, gracias a Hana, he tenido la oportunidad de conocer a otros. Supongo que pensó que podría llevarme bien con ella. En cualquier caso, Uriel también me dejó un par de mensajes para ti. El primero: que tus hijos se encuentran a salvo, Barachiel los está cuidando; y el segundo: que tuviste muy buenos compañeros. De hecho, si no hubiese sido por la información que escribió uno de ellos, no hubiesen dado con las barreras.

-¿Mis compañeros? –pese a los esfuerzos que hizo el chico por recordar sus caras y nombres, por algún motivo no fue capaz. Así como tampoco pudo acordarse de la identidad de quien asesinó a Hana y Thyra.

-Por otro lado, parece que ellos también están teniendo problemas. Habiendo muerto la única arcángel que quedaba, se ha producido una fuerte desorganización entre los suyos. Algunos han comenzado a discutir quién debería ocupar el puesto de Thyra, otros se han unido a los demonios a fin de ayudarles contra los humanos, lo que ha llamado la atención del emperador, que también los ha puesto en su punto de mira. Y los pocos que están intentando poner orden, están abrumados por la situación.

-¡Joder! –se quejó Reima, golpeando el colchón- ¡¿No hay nada que pueda hacer?!

-Me temo que, por ahora, no. Acabas de despertar. Ni siquiera creo que puedas andar. De momento, lo mejor será que te centres en recuperarte.

 

Pese a las réplicas de Reima y sus constantes deseos de salir al exterior, Levi se mostró tajante en no permitírselo.

 

Así pues, decidió dedicarse plenamente a su rehabilitación, ejercitándose todos los días bajo la estricta mirada de Luna.

 

Por suerte o por desgracia, no estuvo completamente aislado, ya que, de vez en cuando, Uriel venía de visita.

 

La primera vez que se vieron tras el despertar del chico fue impactante para ambos. Ella por encontrárselo en pie, y él, por la desmejora que había sufrido. Aunque, teniendo en cuenta lo que le había contado Levi, era de esperar.

 

Ahí fue también cuando la vio llorar por la pérdida de Thyra. Le dijo que la echaba muchísimo de menos.

-Dime, ¿sabes quién lo hizo? –le preguntó el chico.

Ella lo miró, extrañada.

-¿Has perdido la memoria?

-No exactamente. Recuerdo cosas, como su aspecto; pero no su nombre, o por qué lo hizo. Es posible que me equivoque, pero antes de caer inconsciente, Thyra me maldijo. ¿Crees que podría tener relación?

-No lo sé. Toda maldición tiene efectos secundarios, pero no sabría si es por eso o por haber recibido dos. Al fin y al cabo, eres la primera persona que conozco a la que le haya pasado.

-Comprendo. Una cosa más, ¿qué ocurrió tras perder el conocimiento?

El ángel se mostró algo compungido al escuchar su pregunta.

-Si no quieres hablar de ello, lo entiendo –añadió Reima, al percatarse de su reacción.

-No. Está bien. Sariel y yo llegamos demasiado tarde. Cuando entramos en el castillo, el recibidor había sido prácticamente destruido. Todo lleno de sangre y escombros. No quisimos perder más tiempo y volamos hasta el pasillo central. Fue allí donde encontramos a uno de tus compañeros. No estoy segura de su nombre... creo que era Alex.

-Alex... –repitió el espadachín.

-Su cadáver yacía sentado, con la espalda apoyada en la pared y, escrito con sangre sobre la misma, podía leerse “Vencer criaturas activar barrera afueras”. Teniendo en cuenta el poco tiempo que habría tenido, no puedo culparle por ese mensaje tan difícil de descifrar. Por suerte, fui capaz de atar cabos después de lo ocurrido con Claude –explicó-. Antes, eso sí, dimos prioridad a vuestra seguridad, pero irrumpir allí tan sólo os encontramos a Thyra y a ti, y, para entonces, tú eras el único que seguía con vida.

-No es culpa vuestra, Uriel –aclaró Reima.

-Lo sé, pero, aun así, sabes tan bien como yo que las cosas podrían haber sido de otra manera.

 

Sobre la situación de los ángeles, le contó que también había resurgido un grupo dispuesto a unirse a los humanos para acabar con los demonios. Ahora que no había arcángel que controlase a los más radicales, éstos habían visto una nueva oportunidad para tomar las armas. También le informó de que, además de él, sólo había sobrevivido un grupo de pacificadores, aunque la mayoría ya se había marchado de Roma debido a la situación. Quedándose uno de ellos para enterrar al resto.

 

Tiempo después, y antes de que el joven pudiese acabar la rehabilitación, la guerra estalló. Unos días antes, Uriel volvió a aparecer, esta vez con Ahren y Serah, para resguardarlos de lo que estaba por venir. Esa fue la última vez que la vio.

 

Al encontrarse alejada del campo de batalla, la casa en la que vivían, se mantuvo fuera de peligro, pero, al mismo tiempo, apenas fueron capaces de conocer los resultados del conflicto.

 

No sería hasta que Reima se hubiese recuperado, cuando él y Levi se dirigieron a la ciudad.

 

Allí, la visión que tuvieron no fue muy esperanzadora. Debido a la destinación de recursos a la guerra, la comida y otras necesidades básicas no eran tan abundantes como antes, sobre todo para las clases más bajas. Sin embargo, ante la postura del emperador, pocos se atrevían a manifestar sus quejas en alto. Pese a todo, eran los humanos quienes parecían tener la ventaja en el conflicto, ya que las biomáquinas no consumían dichos recursos y el ejército estaba mucho más organizado que el de los demonios.

 

Al japonés le apenó aquel cambio de una ciudad donde había visto jugar a niños de todas las especies y razas, a otra donde sólo los humanos eran bien recibidos. Lo curioso era que había muchos habitantes disconformes con ello.

-¿Y bien? ¿Qué piensas hacer? –le preguntó Levi, quien hace un año hubiese sido incapaz de acompañarle sin ayuda de la criada.

-Iré a hablar con el emperador –declaró el chico.

-No te servirá de nada –criticó ella, a lo que hizo caso omiso y se encaminó raudo hacia el castillo, en cuya puerta, unos guardias le cerraron el paso.

-¡No puedes pasar!

-¡¿Pese a haber luchado a vuestro lado durante tanto tiempo, me negáis la entrada?!

-¡Son órdenes del emperador! ¡Ningún pacificador es bienvenido ya aquí! ¡Y puedes dar gracias a que no te llevemos a prisión! ¡Aunque, si pretendes insistir, no nos dejarás otro remedio!

-Chicos, dejadle pasar –ordenó una voz detrás de ellos.

 

Al mirar de quién se trataba, Reima recordó su primer viaje a Roma para unirse a los Pacificadores.

-Eres... ¿Dante?

-Veo que te acuerdas de mí –dijo el hombre, sonriéndole.

-Si te soy sincero, hasta yo me sorprendo. ¿Qué te ha pasado?

 

Su aspecto había cambiado desde la última vez. Le faltaba un brazo, su perfil de tipo duro se había suavizado y había perdido bastante peso y musculatura.

-En la batalla contra los “Dying Walkers” salí bastante malparado. A consecuencia de ello, me relegaron de mi puesto y acabé como líder de los guardas exteriores del castillo.

-Lo siento...

-¿Por qué? Estas cosas ocurren. Cuando que me alisté en el ejército, ya estaba preparado. Aunque las cosas han cambiado. –comentó, mientras Reima se introducía en el castillo ante la fría mirada de los guardas, y Levi se quedaba fuera, esperando- Esta guerra es un sinsentido –confesó mientras le guiaba hacia el recibidor. Allí, pudo observar que seguía en reconstrucción-. El emperador está tan obsesionado con ella que ni siquiera le presta atención a las reparaciones. Desgraciadamente, al único que escucha es al nuevo papa, un hombre que no muestra interés alguno por la paz.

-Por eso quiero hablar con ellos. Debo hacerles entrar en razón.

Al escucharle, Dante no pudo evitar reírse.

-No sé si considerarte un idealista o un necio. No has sido el único pacificador en intentarlo, y todo ha sido en vano.

-Me dijeron que hubo otro grupo que sobrevivió. Creía que la mayoría se habían marchado.

-Y lo hicieron. Justo después de mantener una audiencia con el emperador. Seguramente, lo que hablaron allí provocó que los expulsasen. Fuere como fuere, tan sólo queda uno. Un chico llamado Einar. Quería construir una tumba junto a la de Claude para el resto de pacificadores.

-¿Sabes dónde está ahora mismo?

-Puede que en el cementerio civil. Aunque es posible que también se haya ido.

-No importa. Me pasaré por allí de todas formas.

-¿Sigues decidido a intentarlo?

-Si de verdad piensa ignorarme. Que sea después de habérmelo buscado.

-No sé ni si te dejarán entrar.

-Entonces me abriré paso.

-Je. No has perdido las agallas. Haz lo que quieras, pero, por favor, no armes demasiado escándalo. No quisiera que me obligasen a intervenir.

-No te preocupes. Nadie saldrá herido. Lo prometo.

 

Y así, el chico se dirigió a su encuentro con el emperador. Por el camino, fue descubierto por varios guardias, a los que consiguió noquear sin demasiado esfuerzo. Y, tras librarse de los que custodiaban la sala del trono, irrumpió en la misma, llamando la atención de las dos persona que se hallaban en su interior.

-¡¿Cómo osas molestarme de esta forma?! –exclamó el emperador, escandalizado, a la vez que preocupado, ya que no quedaba en esa habitación un sólo soldado que lo protegiese.

-No busco hacerle daño, excelencia, pero me temo que ésta era la única opción que tenía para que me recibiese, ya que parece haber olvidado que, en su día, fui un pacificador.

-¡Sé quién eres, insensato! ¡Pero tú, y los pocos que quedan de tu calaña, ya no sois bienvenidos aquí!

-¿Así es como nos tratáis después de todo lo que hemos hecho?

-¡¿Todo lo que habéis hecho?! ¡Mirad cómo ha quedado mi castillo por no hacer bien vuestro trabajo!

-Pero usted sigue vivo, ¿no es así?

-¡Je, lástima que John y las otras dos no puedan decir lo mismo!

 

Cerrando el puño con fuerza hasta hincarse las uñas en la piel, Reima consiguió aguantarse las ganas de golpearlo. Entonces, respiró hondo y continuó.

-He venido aquí para que detenga esta guerra sin sentido.

-¡¿Sin sentido?! ¡Por culpa de los demonios casi morimos todos!

-Sabe bien que no fueron los demonios, sino los “Dying Walkers”. Y al utilizarlos está poniendo en peligro millones de vidas.

-¡Puede que sí, pero sólo las de esos cornudos traidores! ¡Estoy ayudando a mis ciudadanos!

-Pues ellos no parecen pensar igual que usted.

-¡¿Cómo dices?!

-Ha intentado siquiera escuchar sus voces. Incluso nobles están en contra de la expulsión de los demonios. Sólo que el miedo a posibles consecuencias les mantiene en silencio.

-¿Es... es eso cierto, Leo? –preguntó el emperador, girándose a la otra persona. Un chico joven de pelo castaño y corto, en forma de casco; facciones suaves y ojos claros, con los que observaba al espadachín. Vestía los mismos ropajes que en su día utilizase John pero debía ser más joven que éste, pues no había rastro ni presencia de vello facial.

-Para nada –contestó, con tono calmado-. He estado hablando con varios nobles e incluso comprobado el estado de los ciudadanos, y no he recibido ninguna queja. Debe de tratarse de alguna artimaña.

 

“Claro. Era de esperar.”, pensó Reima. La aversión hacia los demonios por parte del emperador era bien conocida por aquéllos cercanos a él, pero una mano controladora desde la facción más radical de la Inquisición, sin duda ponía la guinda en el pastel.

-¡Ja! ¡Así que querías engañarme! ¡Se acabó la conversación! ¡Lárgate de aquí o no me dejarás más remedio que usar a los “Dying Walkers” contigo!

-No se preocupe, excelencia. Ya me voy –sin mediar más palabra, el chico se marchó ante la atenta mirada de los dos mandatarios.

 

A la salida se encontró de nuevo con Dante, quien, al ver su expresión, resopló.

-Te lo dije –comentó, a lo que el espadachín no respondió, continuando hasta donde lo esperaba Levi.

 

Tras aquella visita, ambos se dirigieron al cementerio del que les había hablado Dante.

-Es curioso. Pensé que te sentirías más decepcionado después de hablar con él. Pero pareces más bien preocupado –indicó Levi durante el camino.

-Vosotros me avisasteis, y yo tampoco esperaba nada. Sin embargo, ahora sé que el problema no es sólo el emperador. Y eso complica mucho las cosas.

 

Una vez llegaron a su destino, lo encontraron casi completamente vacío. Por alguna razón, el silencio que había, así como el ambiente que lo rodeaba, tan distanciado de la realidad, lo llenaba de paz.

 

Por otro lado, puesto que no sabían donde estaban las tumbas que, supuestamente, había cavado Einar, se pasaron un buen rato andando entre lápidas y mausoleos de todo tipo.

 

Fue así como, finalmente, encontraron a una figura encapuchada, sentada frente a una serie de piedras bien colocadas, y que representaban a cada una de las personas allí enterradas. Rodeándolas, había un pequeño vallado de hierro, hecho a mano, y lo suficientemente alto como para separarlas del resto féretros. Asimismo, se podían observar los nombres de los difuntos, escritos con letra clara y visible, sobre cada una de dichas piedras.

 

Al darse cuenta de su presencia, la figura giró levemente la cabeza hacia ellos, sin embargo no tardó en ignorarles y seguir observando aquellas tumbas.

-¿Eres Einar? –preguntó Reima.

-¿”Eres”? Me pregunto que te ha pasado para que ya no puedas reconocerme.

-Más de lo que me gustaría –lamentó el espadachín-. Aunque, tal y como vas vestido, tampoco lo pones fácil.

-Supongo –respondió Einar-. Llegas tarde, Reima.

-Lo sé.

-¿Los recuerdas?

-Por desgracia, sólo a las dos que las presiden –confesó, señalando un par de lápidas ligeramente más alejadas de las demás y que, en cierta manera, destacaban sobre el resto, como dos generales dirigiendo un ejército-. Son las de Hana y Thyra, ¿verdad?

El otro asintió.

-Es una pena que no reconozcas las demás.

-Quisiera poder hacerlo, pero ahora mismo ni siquiera me acuerdo de sus caras.

-No eres el único. Pese a todo lo que hicimos. La guerra y el emperador nos han borrado en un suspiro. Por ese motivo decidí hacer esto. Quería un lugar que perdurase en el tiempo. Donde no fuesen olvidados.

-Gracias.

-No me las des –dijo mientras se levantaba-. Mi trabajo aquí ha terminado. Ya es hora de que yo también me vaya.

-¿Qué harás a partir de ahora?

-¿Quién sabe? Quisiera instalarme en un lugar tranquilo, lejos de la batalla. Estoy un poco cansado.

-Te entiendo. Si fuese tú, haría lo mismo.

-¿Eso significa que tienes otros planes?

-Lo cierto es que no lo sé. No sé qué debo hacer.

-Yo creo que sí lo sabes –contestó Einar, pasando por su lado-. Tan sólo necesitas valor para llevarlo a cabo.

 

Al darse la vuelta, lo vio encaminarse a la salida del cementerio, despidiéndose de él con un gesto de la mano. Tras esto, decidió acercarse a las tumbas de la demonio y la arcángel, las cuales acarició suavemente.

En ese momento, recordó su discusión con el emperador, la pequeña conversación que acababa de tener con Einar y las últimas palabras de Thyra: “Prométeme que defenderás a los demonios”. Como por arte de magia, una voz le habló en el interior de su cabeza.

-Tienes el poder para hacerlo. ¿Acaso tienes miedo de fracasar otra vez?

-No. No es eso. Tienes miedo de perderte a ti mismo –replicó una segunda voz.

-Si no lo haces, jamás podrás cumplir la promesa que le hiciste.

-Es la única forma. La única.

 

Tras despertar de aquel ensimismamiento, cerró durante unos segundos los ojos, tratando de ordenar sus pensamientos. Acto seguido, y mostrándose decidido, se acercó a Levi.

-Tengo que pedirte un favor.

-Dime.

-¿Crees que podrías entrenarme?

-¿Te refieres a...?

-Quiero sacar todo el potencial del poder que me dieron ellas.

La demonio pareció dudar al principio, pero el joven tenía claro su objetivo.

-No sé si seré la más indicada para hacerlo, dado que todavía no me he recuperado. Pero, haré lo que pueda.

-Gracias.

 

El tiempo pasó y la guerra escaló, llegando a un punto clave en el cual las principales fuerzas humanas se preparaban para enfrentarse contra las demoníacas en una contienda que podría determinar su final.

 

El lugar del conflicto era una llanura cercana a la frontera este de Florencia. Allí, Gian, dirigía el ejército por parte de los humanos en calidad de general.

Al contrario que Dante, había ascendido posiciones tras lo ocurrido con los “Dying Walkers” en Roma, ganándose la confianza del emperador y radicalizando su manera de ver a los demonios.

 

Al otro lado se encontraba Behemoth, quien, habiendo sido liberado de prisión, y tras la muerte de Hana, acabó cogiendo las riendas de los diferentes grupos de demonios, unificándolos y alentándolos a la lucha.

 

Ninguno de ellos tardó en dar la señal para que todos los combatientes se lanzaran al campo de batalla. Sin embargo, una luz atravesó el cielo, cayendo en mitad de la llanura y emitiendo una onda expansiva que afectó a las primeras filas de ambas partes, fulminando a algunos de ellos y asustando al resto, deteniendo así sus embestidas.

 

Una vez se hubo dispersado el polvo producido por el impacto, todos pudieron vislumbrar la figura de una persona. Ésta emitía una extraña energía que impedía acercársele, aunque lo que más preocupaba era su espada, a la que rodeaba una oscuridad que tiempo después daría lugar a su apodo.

-¡Parece que no es vuestro día de suerte! –exclamó, al parecer, haciendo uso de algún tipo de poder para hacerse oír en toda el área- ¡Os dejasteis llevar por el miedo para empezar esta guerra! ¡Bien, pues haremos que el miedo acabe con ella!

 

Tras decir esto, alzó la espada, en cuyo filo empezó a formarse una llama que se fue haciendo cada vez más grande, hasta el punto de iluminar todo el paisaje.

-¡Contaré hasta cinco! ¡Como no bajéis las armas, pienso incineraros a todos! ¡Y creedme, no estoy de broma! –amenazó, dejando que parte del fuego tocase la superficie y se extendiese hasta crear un círculo a su alrededor- ¡Cinco...!

 

Aquella fue considerada la rendición más rápida de la historia, la cual, poco después, culminaría con un tratado de paz en la que el propio Reima, conocido a partir de entonces como “Darkblade”, intervendría. De esa forma, se convirtió en la figura que mantendría vivo dicho tratado durante más de mil años, junto con otros que se le unirían a lo largo de ese periodo.

 

En el presente, Reima terminaba de contarle su historia a Akira, que le había estado escuchando atentamente mientras seguían a Lucifer, quien lideraba la expedición para intentar reunirse con los demás grupos.

-¿Y los apóstoles no volvieron a atacar desde entonces?

-Al menos no de manera abierta.

-Los apóstoles también sufrieron pérdidas durante la primera guerra, y su resurrección no se produce de manera inmediata. Por lo que, siendo pocos, y viendo que tanto Reima como, posteriormente, los pecados, se hacían más fuertes, es probable que se decidiesen por un perfil más bajo –intervino Luci.

-¿Y en algún momento recuperaste la memoria?

-Hubo algunos fragmentos que volvieron con el paso de los años, como la identidad de mis compañeros o el nombre de Matthew, aunque no sería hasta nuestro último combate que relacionaría a los apóstoles con los mismos que atacaron el castillo.

-¿Pese a recordar a Matthew?

-Así es. Digamos que me acordaba de él, pero no que fuese un apóstol.

-Entiendo. Tiene que haber sido duro...

-Lo ha sido. No te voy a mentir. No hay día en que no las eche de menos. Pero, ellas me encomendaron esta misión, y confiaron en mí para llevarla a cabo. Gracias a ello, he sido capaz de sobreponerme a todo y demostrarme a mí mismo que todavía puedo luchar –afirmó, con cierto tono melancólico-. En cualquier caso, no te preocupes. Que las cosas fuesen así para mí no significa que a ti te pase lo mismo.

-¡¿Qué quieres decir?! –exclamó un Akira sonrojado entre las risas del espadachín.

 

Más tarde, aquella noche, mientras descansaban, Reima tuvo un sueño. Uno de un pasado que pudo ser y no fue.

 

En él, pasaba el día con sus compañeros: bebía con Cain, Abel y Lori; hablaba con Tathya, Julius y Sarhin; incluso Claude, Enam y el resto de integrantes de sus grupos se paraban a saludarle y felicitarle por otra misión cumplida.

 

Al final del día, cumplía su deseado combate contra Alex, quedando empatados, algo de lo que ambos bromeaban, pero se sentían satisfechos.

 

Y después de todo eso, se reunía con Thyra y Hana para contárselo todo. Todo lo vivido durante esos 1000 años sin ellas dos. Cómo habían crecido sus hijos, las personas que había conocido, las batallas que había librado... y ellas lo escuchaban sin perderse detalle.

 

De vez en cuando, la demonio hacía algún comentario animado, mientras la arcángel intentaba poner orden.

 

Una escena mundana, como otra cualquiera. Y aunque sabía que era un sueño. Aunque sabía que terminaría. Disfrutó cada instante del mismo.

sábado, 9 de agosto de 2025

Capítulo 58: La forja de una leyenda (Parte III)

 -¿Seguro que deberíamos estar aquí? –preguntó Julius, quien escuchaba con preocupación las voces que gritaban fuera del castillo.

-Alguien debe proteger este lugar. Y teniendo en cuenta el número de enemigos y su fuerza, dudo que la guardia imperial se baste por sí sola. Sin ofender... –explicó Alex, dirigiéndose a dos miembros de dicha guardia que, situados a cada lado de la puerta de entrada, se limitaron a no contestar.

-Lo entiendo, pero no puedo evitar sentirme inútil.

-Las órdenes son órdenes –intervino Tathya.

-Estoy de acuerdo –afirmó Reima, a quien todos observaron mientras éste bajaba las escaleras que llevaban al recibidor-. Además, somos la última línea de defensa, y eso también es importante. De hecho, siendo Thyra y Hana su objetivo, puede que el más importante.

-¿Cómo sabes que van a por ellas?

-Porque son los mismos que instigaron lo ocurrido en Nápoles. También quienes pactaron con Remiel. En ambos casos, se buscaba asesinar a una de ellas, es lógico pensar que esta vez quieran lo mismo.

-¿Pero por qué ahora? Es decir, ha pasado tiempo desde lo de Remiel...

-A eso no te sé responder con certeza. Puede que no pudiesen y éste haya sido su último recurso.

-A todo esto, ¿cómo está Hana? Vienes de hablar con ella, ¿no? –se interesó Alex.

-Se ha quedado con John y los pequeños.

-Sigo sin creerme que John pueda pelear –bromeó Tathya.

-A mí también me cuesta imaginármelo, pero... –contestó Reima, encogiéndose de hombros.

 

Hubo unos minutos de silencio incómodo. Pese a aquella charla distendida y su intento por ser optimistas, lo cierto era que la situación era un caos.

-Sé que no estaréis de acuerdo, pero no puedo evitar pensar que esta será nuestra última batalla –indicó Julius.

-Estoy de acuerdo –dijo Tathya.

-¿En lo de la última batalla?

-En que es mejor que te ahorres esa absurdez y te centres en salir vivo de ésta –replicó, dándole una palmadita en la espalda.

-Ya decía yo –sonrió el chico- Es que, aunque no sea la persona más indicada para decirlo, por los problemas que os di en el pasado y eso; quería agradeceros haber podido luchar a vuestro lado. Para mí ha sido un honor teneros como compañeros.

 

Tras terminar su confesión, todos lo miraron como si no hubiese nadie más en toda la sala, hasta que finalmente estallaron en carcajadas.

-¡Eh! ¡Hablo en serio! –se defendió Julius, avergonzado.

-¡Es que no nos lo esperábamos! –se explicó Tathya, secándose las lágrimas.

-¡Vale, vale! ¡Pues lo siento! –se quejó, ligeramente ofendido.

-No. Creo que lo necesitábamos –indicó Alex-. Todo esto... ha sido muy repentino. Lo cierto es que no sabemos cómo acabará, pero, gracias a ti, me siento con más fuerzas para enfrentarme a ello.

-Coincido –añadió Reima-. Y no eres el único. Para mí también ha sido un honor. Aunque, no hagamos que termine aquí.

-Sí. Aún queda mucho por hacer –afirmó Tathya, acariciando el hombro de Julius.

 

En ese momento, se escuchó a alguien llamando a la puerta, con un sonido tan fuerte que hasta llegó a sobreponerse al ruido de la batalla.

 

Ninguno se sorprendió, ni siquiera los guardias, quienes agarraron sus armas mientras se alejaban poco a poco del portón.

 

Entonces, con un golpe seco, las dos mitades que constituían la entrada saltaron por los aires, obligando a los pacificadores a hacerse a un lado para evitar ser aplastados.

 

Al principio, no distinguieron nada al otro lado, pero, segundos después, la figura de un hombre de cabello plateado, ataviado con una túnica, hizo acto de presencia.

 

Caminaba lentamente, mirando a su alrededor con una extravagante curiosidad. Ni siquiera reparó en el resto de personas que había en el recibidor. Tampoco cuando los guardias se abalanzaron sobre él. Aunque no hizo falta, pues, en un instante, los redujo a charcos de sangre, aplastados por una misteriosa fuerza.

-Qué groseros. Sí, son unos groseros. Unos groseros, sin duda –musitó, generando gran incomodidad en el resto-. Oh, así que sois vosotros los que nos habéis estado retrasando. Sois vosotros, sí. Sí, seguro que sois vosotros. No parecéis gran cosa. No sois gran cosa. Sois poca cosa.

-¿Está bien? –preguntó Tathya, quien sintió un ligero escalofrío.

-Será mejor que corráis –dijo Alex, desplazándose hacia un lado justo antes de que el suelo que habían estado pisando quedase hecho añicos.

 

Por suerte, los demás reaccionaron a su aviso, salvándose por los pelos de acabar como los guardias.

-¡¿Que ha sido eso?! –exclamó Julius, asustado ante aquel extraño poder.

-¡No lo sé, pero será mejor que estéis atentos a cualquiera de sus movimientos!

-¡Oh! ¡Sois más hábiles de lo que pensaba! ¡Más hábiles, sí! ¡Tenéis habilidad! ¡La tenéis! –alzando las manos, hizo que parte de la estructura de la escalera fuese arrancada de cuajo, siendo lanzada contra Tathya y Julius, quienes, pese a esquivarla, quedaron aislados de los demás.

-¡Mierda! ¡Tathya! ¡Julius! –gritó Reima, intentando alcanzarles pero siendo agarrado por Alex, que lo salvó de acabar bajo más escombros.

 

Al otro lado, la pareja de pacificadores se había quedado a solas con aquel individuo, sin saber bien si atacarle o esperar a que él tomase la iniciativa.

-¡¿Quién eres?! –le inquirió Julius.

-Por favor, permitid que me presente. Soy Mathew, un hombre de riqueza y buen gusto –rió su enemigo, girando sobre sí mismo antes de levantar levemente los costados de su túnica, a modo de reverencia.

-Está como una cabra –declaró Tathya.

-Como una cabra... ¿Quién sabe? Sí, ¿quien sabe? Puede que alguien lo sepa. Lo que sí sé es como acabaréis vosotros. Sí, lo sé. Amigos de los demonios. Vuestra muerte se acerca. Sí, se acerca. Pero, si me decís donde están aquellas que busco, vuestra muerte será rápida y sin dolor.

-¡¿Por qué quieres matarlas?!

-¡Qué pregunta más obvia! ¡Qué obvio, sí! ¡Todo aquel que intente ir en contra de los deseos de nuestro señor merece la muerte! ¡La muerte, sí!

-¿Vuestro señor?

-¡¿Es que hay que explicároslo todo?! ¡¿Acaso no sabéis quién es Chronos?! ¡Por supuesto que no, ¿por qué habríais de saberlo?! –dijo mientras aquella fuerza misteriosa se precipitaba de nuevo sobre sus cabezas, teniendo cada vez menos espacio para esquivarla.

-Tenemos que buscar la forma de acercarnos a él –propuso Julius-. Encárgate de distraerle, intentaré sorprenderle desde otro ángulo.

-¿Estás seguro?

-¿Te preocupas por mí? –sonrió él.

-¿Te burlas de mí? Sabes que ese es mi trabajo –se la devolvió Tathya. Sin embargo, se pudo notar un cambio en su tono, ligeramente quebrado-. Sí, no quiero que te pase nada.

-Lo sé. Por eso pienso volver.

-Más te vale.

 

Tras esto, la chica se corrió hasta situarse en el lado derecho de Mathew, desde donde, haciendo uso de la increíble fuerza de sus piernas, pateó uno de los escombros, dirigiéndolo como una bala hacia él.

Esto obligó al hombre a defenderse, desviando su atención de su otro contrincante, el cual se acercó por detrás, arma en alto, dispuesto a propinarle un potente tajo vertical con intención de matarlo.

-¡Sí! –se alegró ella, al ver que su estrategia había surtido efecto.

 

O eso creyeron, pues el pacificador sintió cómo un gran peso caía sobre él, impidiéndole cualquier movimiento.

-¡¿Qué?! –se extrañó, pues estaba seguro de haber atacado desde su punto ciego.

-¿De verdad pensabais que no lo vería venir? Tan sólo estaba jugando con vosotros. Un juego, sí. Un gran juego. Un suculento juego –indicó mientras se giraba hacia él- ¡Siempre es más divertido matar cuando tus presas se confían, ¿eh? ¿eh? ¿eeeeeh?! –una sonrisa sádica se dibujó en su rostro.

-¡No! –Tathya se lanzó contra Matthew, espada en mano, pero no tardó en acabar igual que su compañero.

-¡Oh! ¡Pero que bonito! ¡Es muy bonito! ¡Qué pareja tan encantadora! ¡Sí, de lo más encantadora! ¡¿Sabéis qué?! ¡Os daré una oportunidad! ¡Enfrentaos entre vosotros, y al que gane, le perdonaré la vida!

-¡Muérete! –respondió Tathya.

-¡Respuesta incorrecta! –replicó, aumentando el peso sobre Julius hasta dejarlo boca abajo sobre el suelo. Sus gritos de dolor se hicieron eco por todo el recibidor al sentir cómo sus huesos iban siendo aplastados poco a poco.

-¡No! ¡Por favor! ¡Déjalo en paz! ¡Si tienes que matar a alguien, mátame a mí!

-No me apetece –se negó, haciendo más presión sobre él.

-Ta... thya... –consiguió articular, mientras ella lo miraba entre lágrimas, poco antes de quedar reducido a un amasijo de sangre y vísceras.

-¡No! –chilló, desesperada e impotente.

-¡Oh! ¡Cállate! –se quejó Mathew, aplicando la misma fuerza sobre la pacificadora y fulminándola al instante, entre salpicaduras de un rojo intenso.

 

Y así, se hizo el silencio, adornando una imagen siniestra en la que del apóstol era el único protagonista.

-Ahora, me pregunto dónde estarán esas dos –murmuró, elevándose en el aire para alcanzar el piso de arriba, donde, justo al aterrizar, detuvo, sin esfuerzo, el vuelo de una daga dirigida a su cabeza-. Parece que las malas hierbas crecen allá donde piso. Qué impertinentes son. Sí, muy impertinentes.

 

El artífice de ese ataque, Alex, apareció entre él y la entrada, en forma de arco, que llevaba al pasillo principal. A su lado estaba Reima, que agarraba con fuerza su arma, sin quitarle ojo a Mathew.

-¿Dónde están Julius y Tathya? –preguntó el líder del segundo grupo, intentando divisar los cuerpos de sus compañeros.

-Los he hecho puré. ¿O debería decir caldo? –contestó, señalando la sangre que manchaba su túnica.

 

Aquella respuesta provocó una mueca de desagrado en el rostro de ambos, sin embargo, tuvieron la suficiente frialdad para no dejarse llevar por ella.

 

Por otro lado, se sentían culpables por haber llegado tarde a ayudar a sus compañeros.

-Reima. Escúchame bien. Ve al cuarto donde están John y Hana y sácalos del castillo.

-¡¿Pero qué dices?! –el joven espadachín no dio crédito a sus palabras- ¡¿Y qué pasa contigo?!

-Los dos sabemos que nos enfrentamos a alguien que nos supera. Si uno de nosotros consigue ganar algo de tiempo para que el otro los ponga a salvo, entonces habremos cumplido con nuestra misión.

-¡Pero si le atacamos a la vez, quizás venzamos!

-¡Reima! –le interrumpió el hombre, alzando la voz como nunca lo había hecho hasta ese momento- ¡No podemos ganar! ¡No tal y como somos ahora mismo! ¡Quizás Thyra tenga el poder suficiente para enfrentarse a él, pero si nos quedamos aquí, entonces no habrá nadie que le informe de la situación, ¿lo entiendes?!

 

Sin saber qué más argumentar, Reima dudó unos segundos durante los cuales el apóstol se limitó a mirar hacia abajo y mover los labios en una especie de trance, sin prestar atención a la conversación.

 

-De acuerdo –concluyó, a regañadientes-. Pero más te vale sobrevivir.

-Haré lo que pueda –sentenció su compañero, con sinceridad.

-¡Todavía tenemos un combate pendiente, ¿recuerdas?! –se escuchó al joven japonés poco antes de desaparecer al fondo del pasillo.

-Sí, lo sé –rió Alex.

-¿Habéis terminado ya con vuestra cháchara? Eso espero. Sí, eso espero. Me estaba cansando de esperar. Esperar es muy pesado.

-¿En serio? Yo te he visto la mar de entretenido con tus rezos o lo que quiera que fuese eso.

-¿Te burlas de mí?

-No, por favor, continúa. Cualquier pérdida de tiempo me vendrá bien.

 

En ese instante, parte de los muchos escombros dispersos por la sala, comenzó a flotar cuales globos, concentrándose en un mismo punto hasta formar una masa de piedra fragmentada.

-Así que ese es tu poder. Controlar la gravedad. Dime, ¿todos tenéis la misma habilidad o depende del apóstol?

-¿Quieres saberlo? ¿De verdad quieres saberlo? ¿O estás buscando otra vez distraerme?

-Un poco de todo. Aunque, eso no es lo que más me intriga. Habéis tardado mucho en llevar a cabo vuestro plan. ¿Acaso teníais miedo de algo?

-¡¿Miedo?! ¡Si esos estúpidos ángeles no hubiesen creado barreras alrededor de los “Dying Walkers” tras terminar la guerra, nada de esto habría pasado! ¡Nada de esto, sí! ¡Nada!

-Barreras. Así que era eso. ¿Pero cómo es posible? Con vuestro poder hubiese sido sencillo deshacerlas, ¿verdad?

-Esas barreras se hicieron específicamente contra nosotros. Varios ángeles se reunieron. Lo hicieron. Rodearon a los “Dying Walkers”. A la mayoría de ellos. E hicieron que perdiésemos nuestro ejército ¡Lo perdimos! Si no llega a ser por eso, los hubiésemos extinguido. Lo hubiésemos conseguido. ¡Malditos y asquerosos pecados!

-Pero, igualmente, las habéis destruido. Ya no hay forma de que las rehagan.

-Para ello tendrían que reactivar los sellos de las afueras. A las afueras, sí. Pero no hay manera que los ángeles lo sepan. No la hay.

-A las afueras...

Alex recordó la historia que Uriel había contado sobre la muerte de Claude. Si no recordaba mal, se encontraba en una zona de las afueras de Roma cuando Remiel lo asesinó. ¿Y si eso era lo que el arcángel no quería que encontrase?

 

Sin querer, una sonrisa se dibujó en sus labios.

-Estamos perdidos –ironizó, en parte, jactándose de la estupidez del apóstol, que todavía no se había dado cuenta de su error. Tan sólo le quedaba encontrar una manera de decírselo a los ángeles.

-Se te acabó el tiempo, traidor humano –le espetó Mathew-. No me vas a hacer perder más tiempo. Nada más. Llegó tu hora de morir. Sí, tu hora.

-Eso ya lo veremos –replicó el hombre, adoptando una posición de combate.

“Lo siento, Reima. Pero me temo que lo nuestro se quedará pendiente”, lamentó, poco antes de lanzarse al ataque.

 

Por otro lado, el espadachín japonés llegó a la sala donde se encontraban Hana y el papa, además de Serah y Ahren. Estos dos últimos, ajenos a todo lo que sucedía fuera.

 

Se trataba de una habitación con forma hexagonal, en cuyo centro había una mesa redonda de madera con un cáliz encima, el cual debía de ocupar un cuarto de la misma. En una de las paredes se podía observar una hilera de cristaleras desde las que se veía parte de la ciudad, así como de las llanuras y bosques circundantes. Aunque, en ese momento, habiendo caído la noche, lo único que se vislumbraba era el fuego cruzado entre aliados y enemigos.

-¡Julius y Tathya han muerto, y Alex está intentando ganar tiempo! –explicó Reima, sin rodeos, pese a los otros dos ya habían supuesto que su llegada no venía con buenas noticias- ¡Tenéis que iros de aquí cuanto antes!

-¡Hana! –continuó el papa, tras girarse hacia ella- ¡Coge a los pequeños y sal por esa puerta! –ordenó, señalando una situada en la parte opuesta a la entrada que acababa de usar el pacificador- ¡Si sigues recto por el pasillo encontrarás dos caminos! ¡Continúa por el de la derecha hasta llegar a una pared de piedra! ¡Al empujar el primer ladrillo del centro, empezando por abajo, se abrirá una trampilla que lleva a las afueras! ¡Es el mismo camino que ha tomado el emperador para ir al refugio!

-¡Pero, ¿y qué pasa contigo John?!

-¡Yo me quedaré aquí junto Reima y ayudaré a retenerlo!

-¡¿Qué?! ¡No pienso ser la única que escape!

-¡Siento decirte esto siendo mi vida la que está en juego... –discutió John- ...pero, si yo muero, siempre se podrá encontrar a otro sucesor! ¡Pero si pasa lo mismo con una de vosotras, todo lo que hemos conseguido se perderá! ¡Y eso es algo que no podemos permitir! –declaró, dejando atónita a una demonio que, ante la presión de aquella situación, no tuvo más remedio que obedecer y marcharse con los pequeños.

-¿Estás seguro de esto? –preguntó Reima.

-Parte de esto también es culpa mía. Si hubiese aumentado la seguridad frente a la cámara de los “Dying Walkers”, puede que no hubiesen entrado.

-Siendo honesto, dudo que hubiese servido de algo –indicó el espadachín, mirándole fijamente-. Esa gente no es normal.

 

Nada más terminar la frase, se escucharon pasos más allá de la puerta principal, poco antes de que, con un golpe seco, ésta volase por los aires, aterrizando cerca de la mesa central.

Y allí, delante de ellos, Mathew hizo acto de presencia, aunque esta vez parecía bastante molesto.

-¡Me estoy cansando de todo este jueguecito! ¡Estoy cansado! ¡Cansado, sí!

-¡Pues entonces lárgate! ¡Nosotros también estamos cansados de ti! –le respondió el joven japonés.

-¡Oh! ¡Así que estabas aquí! ¡El único que queda de los cuatros guardianes idiotas! ¡El último que queda! –contestó, alzando los brazos, ante lo que el chico mostró una mueca de desagrado, cerrando los ojos como muestra de pesar por la muerte de Alex- ¿¡Y quién más!? ¡Ah, si es el actual papa! ¡La eminencia de la Inquisición en persona! ¡Y el peor de la historia! ¡Sí, de toda la historia!

-Si ser un buen pontífice consiste en convertirme en alguien como tú, entonces prefiero quedarme como estoy.

-Palabras de un necio. Y como necio, ¡morirás!

 

Saltando sobre John, Reima logró evitar que acabasen aplastados por la fuerza de la gravedad, destruyendo parte del suelo en su lugar.

-¡Decidme donde está la demonio! –gritó el apóstol mientras encadenaba ataque tras ataque, apenas dejándoles espacio por el que moverse.

 

En esas que John apoyó un pie sobre la pared contra la que habían sido acorralados.

-¡¿Qué piensas hacer?! –se preocupó Reima.

-¡Ya te lo dije! ¡Un papa no llega a ser nombrado así como así! –afirmó, impulsándose como una bala hasta acabar haciendo contacto con el estómago de Mathew, quien salió despedido por el pasillo de donde había venido- ¡Así aprenderás a no subestimarme!

-Estoy impresionado –admitió el espadachín, acercándose a él.

-Gracias, pero me temo que esto aún no ha terminado.

-¡Estúpidos! –se escuchó al fondo del corredor- ¡¿Queríais cabrearme?! ¡Pues lo habéis conseguido! ¡Sí, me habéis enfadado!

 

Acto seguido, el apóstol apareció de nuevo frente a ellos, embistiéndoles de manera similar a como lo había hecho John antes. Con la diferencia de que, una vez hubieron acabado de rodar por el suelo, lo atrajo hacia sí con el poder de la gravedad, golpeándoles una y otra vez para evitar que contraatacasen. Sin embargo, finalmente Reima consiguió interponer su espada, haciendo que tuviese que esquivarle y que el papa aprovechase esto para retomar el equilibrio en el combate.

 

Los siguientes minutos consistieron en continuos intercambios de ataques, sin descanso, entre los tres. El objetivo de Reima y John era impedir que Mathew usase sus poderes, ya que era la única manera de luchar en las mismas condiciones.

 

Por desgracia para ellos, no era la primera vez que su adversario se enfrentaba a esa clase de dificultades, por lo que, con un rápido movimiento, se elevó en el aire.

 

Entonces, desde ahí, hizo que la superficie bajo los pies del papa se rompiese, dando lugar a una pequeña plataforma que voló hasta estamparlo contra el techo.

-¡John! –gritó Reima, apoyándose en la mesa del centro para tratar de llegar hasta él, pero encontrándose con el poder del apóstol, que lo mandó de vuelta al suelo.

-¡Se acabó, papa de pacotilla! ¡Sí, se acabó para ti! –sentenció, levantando otra parte del concreto, esta vez más grande, y enviándolo contra el pontífice que, incapaz de hacer nada, fue aplastado por éste.

-¡No!

 

Impotente, el espadachín no pudo más que quedarse mirando mientras otro de sus amigos moría a manos de ese loco, quien, lentamente y tras aterrizar, caminó hasta situarse junto a él.

-Nos hemos quedado solos. Que silencio. Sí. Y solitario.

-¡Agh! –se quejó el chico cuando su mano fue pisada para que soltase la espada a la que seguía aferrándose.

-Y ahora que nos hemos quedado solos. Dime donde está la demonio. Sí, dímelo

-¡Nunca te lo diré! ¡Ugh! –al mismo tiempo, sintió una fuerte presión sobre el resto de sus extremidades.

-Muy bien. Haremos lo siguiente entonces. Sí, lo haremos. Iré quebrando uno a uno todos los huesos de tus pies, luego haré lo mismo con tus manos, luego tus piernas, y así hasta que me digas donde está. Sí, hasta que me lo digas.

-Je je je...

-¿De qué te ríes? –se sorprendió Mathew.

-¡Eres tan sumamente cruel y egocéntrico que jamás comprenderás que una persona sea capaz de proteger a otra aun a costa de su vida! ¡A ver si lo entiendes, imbécil! ¡Nunca te lo diré!

 

Ante aquellas palabras, se dibujó una mueca de desagrado en el rostro del apóstol

-Como quieras.

 

Cuando todo parecía perdido, Reima observó a Matthew saltar hacia atrás para esquivar un rayo de luz dirigido a su cabeza. Al girarse, descubrió a Hana y Thyra justo frente a la salida que la primera había usado antes.

-¡¿Qué haces aquí?! ¡Te dijimos que te fueras!

-¡Lo siento, pero huir no va conmigo! ¡Y quizás yo no sea rival para ellos, pero conozco a alguien que sí! –dijo, sonriente, mientra miraba a Thyra.

-¡¿Estás bien, Reima?! –preguntó la arcángel, preocupada.

-Yo sí, pero John... –indicó, desviando la vista.

-¡Qué suerte! ¡Una gran suerte, sí! –les interrumpió el apóstol, con expresión alegre y alzando los brazos en una alabanza- ¡Sí, mi señor siempre me acaba recompensando, y esta vez me ha traído a esa demonio! ¡Y no sólo eso, también a la arcángel!

-¿Llamas a eso suerte? –ironizó Thyra, disponiéndose a disparar de nuevo.

-¡Eh! ¡No tan rápido! –exclamó Mathew, levantando una mano y haciendo que el cuerpo de Reima se desplazase hasta quedarse justo enfrente de él- No querrás darle al chico. Diría que es alguien muy importante para vosotras, ¿verdad? Muy importante, sí.

-¡Cobarde! –se quejó Thyra.

-¡Oh, vamos! Hasta yo sé que tendría problemas contra un arcángel. Graves problemas. Pero, así, se giran las tonas. De momento, ¿qué os parece si hacemos un trato? Sí, un buen trato.

-¿Qué clase de trato?

-La vida del chico por la de la demonio.

-¡Ni lo sueñes! –contestaron Thyra y Reima al unísono.

-¡Oh! ¡Qué loable! ¡Qué amor tan profundo el vuestro! ¿O puede que no lo suficiente? –contestó mientras partía uno de los dedos del espadachín, quien chillo de dolor- ¡Primer aviso!

 

Ninguna de las dos sabía qué hacer. De hecho, tomasen la decisión que tomasen, estaban seguras de que el apóstol no cumpliría su palabra y mataría a Reima de todas formas. Por tanto, eso sólo les dejaba una opción.

-¡Hazlo! –le ordenó Reima a Thyra- ¡Mátame! ¡Vamos, hazlo!

-¡Tú, cállate! –replicó Mathew, partiendo otro de sus dedos.

-¡Por favor...! –continuó pese al intenso dolor que sentía en su mano.

-¡No! ¡No eres tú quien va a morir, Reima! –intervino una voz, situada detrás de ellos.

 

En ese momento, el joven, quien hasta entonces había estado flotando en el aire, cayó al suelo de repente. Al mirar atrás, observó la figura de John agarrando a Mathew de todas sus extremidades, para impedir que este se moviese.

-¡Thyra! ¡La Lanza de Kodesh!

-¡¿Qué dices?! ¡Si la utilizó, destruiré toda la sala!

-¡Yo me encargo de darte la señal!

-¡Pero...!

-¡Es lo único que lo hará desaparecer!

-¡Maldito papa de pacotilla! –gritó Mathew, intentando deshacerse de él al impulsarse contra una pared cercana. No obstante, debido a la inmovilización a la que estaba sujeto, sus movimientos resultaron demasiado erráticos, impidiéndole conseguir su objetivo.

 

Mientras tanto, Hana se acercó a Reima para así alejar al chico de allí, puesto que éste, fruto del dolor y el cansancio, apenas podía ya moverse.

 

Fue entonces cuando, haciéndose valer de su fuerza y del poder de gravedad del apóstol, John consiguió que ambos saliesen despedidos contra una de las cristaleras de la sala, rompiéndola en pedazos y precipitándose al vacío.

-¡Ahora! –ordenó John, haciendo que la arcángel invocase la lanza, que arrojó inmediatamente.

 

Lo que sucedió después, fue como una escena a cámara lenta ante los ojos de Reima. Al poco de salir por la ventana, Mathew consiguió liberar uno de sus brazos para, posteriormente, usar su habilidad para atraer hacia sí tanto a la demonio como al propio pacificador. Sin embargo, Hana lo empujó en el último segundo, sacándolo fuera de su campo de acción y evitando que corriese su mismo destino.

 

Mientras la veía alejarse, alargó su mano en un vano intento por evitarlo, pero ya era demasiado tarde. Pese a todo, su expresión permaneció con la misma sonrisa que cuando la conoció, buscando transmitir esperanza incluso antes de su final. En sus labios leyó una frase, y aunque el ruido no le permitió escucharla, entendió qué dijo: te quiero.

 

Y así, la lanza impactó sobre ellos tres, produciendo tal explosión de luz, que el resto de cristaleras también se rompieron, arrastrando con su onda expansiva la mesa, el cáliz central y al propio Reima, que rodó hasta golpearse contra la pared opuesta.

 

Una vez se hubo desvanecido aquel brillo, tan sólo dos figuras quedaron en pie. Una de ellas, haciendo lo posible por mantenerse levantada y llegar hasta la otra: una arcángel que, de rodillas sobre el suelo, se encontraba en estado de shock por lo que acababa de ocurrir. Las manos le temblaban, los oídos le pitaban y era incapaz de sentir nada a su alrededor, como si de repente hubiese perdido el tacto.

 

Pasaron varios minutos hasta que ambos consiguiesen reunirse, y para entonces, lo único que se pudo escuchar salir de la boca de ella fue “¿Qué es lo que he hecho?”.

-Thyra... –intentó decir, pero ni siquiera le escuchaba.

 

Fue al sacudir suavemente su hombro, cuando pareció volver a la normalidad, pero la situación no mejoró, ya que, tras un rápido contacto de ojos, se echó a llorar, desconsolada, a lo que él respondió abrazándola.

-¡Lo siento! –se disculpó.

-No es culpa tuya. No es culpa tuya –repitió él entre lágrimas.

 

Si alguien debía sentirse culpable, era él. Su debilidad había necesitado de su ayuda, y su incapacidad no había evitado que se fuese. Era él quien había incumplido su promesa de protegerla. Una vez más, había vuelto a fallar. Aun así, debía continuar. Todavía había cosas por hacer.

-¿Dónde están los niños? –preguntó el joven japonés.

-Están en una habitación, al final del pasillo –logró murmurar la arcángel- Puse una barrera sobre ellos para que estuviesen seguros.

-Bien. Vayamos a por ellos. Luego pensaremos qué hacer.

Ella asintió. Incapaz de decir nada más.

 

Pero, como si el destino no quisiese que las desgracias terminasen, un filo atravesó el pecho de Thyra. Se trataba de la espada de Reima. Un arma con la que también se podía matar demonios y, por supuesto, ángeles.

 

En otras circunstancias, alguien como Thyra jamás habría sufrido una herida letal como esa. No obstante, el haber perdido a Hana había nublado sus sentidos y eliminado sus defensas, dejándola a merced de...

-¡Lo he conseguido! ¡Parece que esa demonio y ese papa de pacotilla al final hicieron un buen trabajo como escudo! ¡Ahora todos están muertos! ¡Los he matado, señor! ¡Sí, los he matado! ¡Ja ja ja!

 

Ahí estaba Mathew. Vivo. Con un brazo y una pierna rotas. Heridas que lo habían dejado para el arrastre, pero su poder y su obsesión todavía intactos.

 

Como un fuego ardiendo dentro de él, la ira se apoderó de todo su ser. Ya no le importaba nada. Tan sólo destrozar a ese malnacido que le había arrebatado todo lo que le importaba.

 

Así pues, y aprovechando que el apóstol estaba inmerso en su victoria, cogió el arma, que había caído al suelo tras separarse del cuerpo de Thyra, y la blandió hacia él, logrando un corte horizontal justo en mitad de sus ojos.

 

El grito del hombre fue como miel para sus oídos, pero no le bastaba. Necesitaba más. Quería que sufriese todavía más.

Por desgracia, otra persona apareció.

-Nos vamos, Mathew. Los ángeles han llegado –dijo Judas, cogiendo a su compañero y despareciendo de allí antes de que Reima realizase un segundo corte, que impactó contra el suelo.

 

Pasaron unos segundos hasta que volviese en sí. En parte, gracias a una mano que lo agarró del tobillo. Era la arcángel.

 

Agitado. Se agachó rápidamente y la cogió entre sus brazos.

-¡No, no, no, no, no, no! –repitió múltiples veces mientras trataba de parar la hemorragia. A lo que ella respondió poniendo una mano sobre su mejilla y negando con la cabeza.

-Déjalo. Ya no hay nada que hacer.

-¡No digas eso! ¡Tiene que haber algo! ¡Eres una arcángel, seguro que existe algún poder con el que te puedas curar!

-No si es un órgano vital, Reima.

-Pero...

-Escúchame bien. Queda poco tiempo. ¿Recuerdas lo que hizo Hana cuando estuviste a punto de morir la última vez?

-¿Te refieres a la maldición?

-Eso es.

-¿Qué pasa con eso?

-No es común que los ángeles lo hagan, pero quisiera que tú también fueses maldecido por mí. Aunque dicho así, suene mal... –rió, aunque esto le provocase una tos con sangre. Probablemente el filo también hubiese alcanzado sus pulmones.

-Pero, ¿por qué?

-Ahora que ni Hana ni yo vamos a estar. Esos demonios necesitarán a alguien que los proteja. Alguien que cuide de ellos y haga que algún día nuestro sueño... el sueño de todos... se cumpla.

-Pero, yo... no valgo para esto. No he sido capaz de protegeros. Mucho menos al resto de demonios.

-Te equivocas, Reima. Vales mucho más de lo que crees. Y algún día, estoy segura de que también podrás demostrártelo a ti mismo. Ese día salvarás a miles de demonios. Y lograrás cambiar el mundo.

-No puedo...

-Claro que puedes. Tú mismo nos lo dijiste. Sabrás sobreponerte a lo que sea.

 

Dicho esto, acercó sus labios a los de él y lo besó. Fue un beso largo, salado por las lágrimas entremezcladas, pero, sobre todo, amargo. Muy amargo.

-Siento que nuestro último beso haya sido así –declaró ella, al separarse-. Prométeme que les ayudarás. Prométeme que defenderás a los demonios.

-Lo haré. Te lo prometo.

 

Y, como si todo el cansancio que había estado soportando le afectase de golpe, los ojos de Reima se fueron cerrando. Poco a poco. Hasta que el último suspiro de Thyra hubo llegado. Sólo entonces, se permitió caer inconsciente.