En los territorios del norte, donde la Unión Imber dominaba,
un joven leía uno de los tantísimos libros dispuestos en la biblioteca situada
en el interior del recinto del gobernador.
Sus ojos se movían de palabra en palabra a una velocidad
asombrosa, pasando página segundos después de terminar la anterior. Sin
embargo, no era de extrañar, pues, pese a su juventud, ya había devorado la
mitad de ellos. Algunos, incluso leídos por tercera o cuarta vez.
Además, su objetivo era aprender todo lo que le fuese posible
a fin de conseguir algún día su objetivo: ser el gobernador de la unión.
Con ello en mente, últimamente, el joven Alder se había
aficionado a los libros de estrategia militar. De hecho, estaba tan inmerso en
uno de ellos que no notó la presencia de otro joven cuando éste entró en la
sala.
El recién llegado era de alta estatura, pelirrojo y
complexión delgada, aunque no por ello daba sensación de debilidad.
-¿Otra vez leyendo? Se te van a cansar los ojos si sólo haces
eso –dijo, observándole con curiosidad.
-En ese caso me pondré gafas –respondió Alder, sin apartar la
mirada del libro.
-Bueno, luego no te quejes si ocurre de verdad.
Dicho esto, se sentó frente a Alder, cruzó los brazos encima
de la mesa y puso su cabeza sobre éstos.
-Hay que reconocer que se está tranquilo aquí –comentó.
-Lo estaba, hasta que has aparecido –cerrando el libro, Alder
suspiró y posó su mirada sobre el joven pelirrojo-. ¿Querías algo, Yorus?
-El gobernador me ha pedido que te llame. Dice que quiere
verte.
-¿Te ha dicho por qué?
Yorus levantó la cabeza y la movió en señal de negación.
-Parecía importante, así que quizás quiera encomendarte
alguna tarea. Diría que te tiene en alta estima.
-Mm... me pregunto si realmente es así. Es cierto que he
estado ganando algunos puntos últimamente, pero no soy el único candidato y los
demás no son precisamente unos inútiles.
Así es como funcionaba el sistema de sucesión en la unión.
Aquellos que tenían como objetivo el gobierno, se presentaban como candidatos.
De entre ellos, uno sería elegido personalmente por el gobernador en funciones.
Sin embargo, todos tendrían que superar una serie de tareas que iban desde
exámenes hasta gestiones encomendadas por el propio gobernador. Aquellos que
fallasen un sólo examen o una sola gestión, serían eliminados al instante. No
había segundas oportunidades.
Era un proceso que duraba varios años, durante los cuales,
los candidatos tenían acceso casi completamente libre al recinto del gobernador
e incluso podían residir allí si así lo deseaban, aunque el gobernador siempre
iba acompañado de asesores, que actuaban de manera imparcial para evitar
trampas o favoritismos.
Cuanto mejores los resultados obtenidos en las tareas y
exámenes realizados, mayores posibilidades de ganarse la confianza del
gobernador y, por tanto, mayor número de tareas encomendadas.
En la actualidad, además de él, quedaban otros tres
candidatos. El resto, o habían fallado alguna de las pruebas o no habían podido
soportar la presión y el estrés que conllevaba.
Que él llevase cierta ventaja sobre los demás no quitaba que
un fallo lo tirase todo por la borda, y la diferencia de resultados entre él y
los demás era poca, por lo que no podía dormirse en los laureles y mucho menos
pensar que iba a recibir un trato de favor en cuanto a dificultad de la tarea.
-En fin, será mejor que me vaya –declaró Alder, con expresión
cansada y cierta preocupación-. Me pregunto que me pedirá esta vez.
-Seguro que lo superas, no le des muchas vueltas.
-Me gustaría ser tan despreocupado como tú, Yorus.
El chico de nombre Yorus, al que había conocido en el
interior del recinto, dónde residían ambos, podría decirse que ya tenía la vida
decidida, aunque ello no significaba que fuese fácil. En su caso, procedía de
una familia que se había encargado de salvaguardar la seguridad del gobernador
desde hacía más de 100 años.
Cada generación era entrenada duramente en el combate cuerpo
a cuerpo y el manejo de armas.
Alder había tenido la oportunidad de ver alguno de esos
entrenamientos, y daba gracias de no pertenecer a esa estirpe, de lo contrario,
dado su físico, no muy hecho al ejercicio, habría terminado en el hospital el
primer día.
Así pues, sin entretenerse más, el joven recorrió el conjunto
de pasillos que le llevaron a los aposentos del gobernador.
-¿Puedo entrar? –preguntó antes de abrir la puerta.
-Adelante, Alder. Te estaba esperando –contestó una voz grave
desde el otro lado.
Al pasar, el joven observó a un hombre que debía de superar
los 50 años; barba y pelo canos, algo regordete y expresión seria aunque no por
ello amenazante. De hecho, desprendía un aura de respeto y confianza.
Éste se hallaba sentado sobre un sillón tapizado con tela
azul marino y patas de madera maciza y barnizada. Cerca de él, y siguiendo una
línea diagonal, se podía observar otro sillón vacío y fabricado de la misma
manera, esperando a que Alder lo utilizase.
Al mismo tiempo, de pie, al lado del hombre, se encontraba
otro alto y musculoso, que portaba una curiosa arma compuesta por una vara
metálica en cuyos extremos se observaban sendos bloques del mismo material,
iguales a los utilizados en martillos de ataque. De hecho, el chico había
escuchado denominar a esa arma como “Doble martillo” o algo parecido.
En un lateral de la sala, también pudo ver a un hombre y una
mujer, de edad probablemente cercana a la del hombre cincuentón, vistiendo una
túnica de color marrón oscuro y una libreta y bolígrafo en sus manos. Se
trataba de los asesores del gobernador.
-Siéntate, Alder –dijo el que estaba sentado sobre el sillón,
que no era otro que el propio gobernador, mientras señalaba con un ademán de su
mano el sitio vacío.
El chico se limitó a asentir y caminó, sin prisa, hacia su
sitio.
-¿Para qué tarea me habéis llamado esta vez? –preguntó. Sin
bien era cierto que estaba bastante acostumbrado a tratar con el gobernador,
prefería mantener un trato mínimamente formal con él.
-Jeje, directo al grano por lo que veo –rió el hombre-. Los
“Spheres” han traído un nuevo cargamento de Radiar, pero, junto con dicho
cargamento, han conseguido nuevas armas. Gradios quiere negociar por ellas en
su representación, así que necesitaré que te encargues de gestionarlo.
-¿Han dicho de qué armas se trata?
-No han dado detalles. Dicen que prefieren reservárselos para
las negociaciones.
-Ya veo, quieren tener un as en la manga, ¿eh?
Tal y como lo veía Alder, había tenido suerte con esa tarea.
El joven tenía buena relación con el bajo mundo (aunque se debiese
principalmente a su amistad con cierta persona), por lo que lo tendría más
fácil a la hora de negociar. No obstante, últimamente se habían dado algunos
problemas. Al parecer, algunos “Spheres” e informantes se habían levantado en
contra de la relación entre el gobierno y la clandestinidad. Frases como “No
somos sus criados” o “Podríamos vender los cargamentos a mejor precio” actuaban
como eslóganes con la intención de ganar números a sus filas. Por suerte, sus
intentos de revolución habían sido ignorados por la mayoría. Pese a ello, no se
podía bajar la guardia, más teniendo en cuenta que no se conocía la identidad
del líder.
-Sé que las cosas están un poco tensas ahora mismo, por lo
que mandaré contigo a alguien para que te proteja. –dijo el gobernador.
-¿Puedo elegir yo? –preguntó Alder.
El hombre desvió la mirada hacia los asesores.
-Siempre y cuando no sea ninguno de sus principales
guardaespaldas, no hay problema –contestó la mujer.
-Ya has oído. Tienes una semana.
-¿Y a mí por qué me has traído? –preguntó Yorus mientras
seguía los pasos del candidato a gobernador por las calles del territorio de la
unión.
-Porque necesitaba un guardaespaldas, pregunté si podía
elegir y te elegí a ti. Eres hábil y de confianza, así que pensé que serías la
mejor opción para mí.
-Viniendo de ti, no estoy seguro si es un halago.
-No lo es, pero tampoco estoy siendo irónico.
Finalmente, llegaron hasta un callejón sin salida. Entonces,
Alder sacó una llave y la introdujo en una trampilla, levantándola poco después
y bajando unas escaleras.
Una vez abajo, apretó un interruptor, iluminándose una serie
de bombillas a lo largo de un pasadizo subterráneo.
Éste había sido anteriormente un túnel de alcantarillado, sin
embargo había sido remodelado debido a su constante uso por parte del bajo
mundo para llevar a cabo sus negocios.
Así pues, los dos caminaron en línea recta hasta que llegaron
frente a una puerta doble mecanizada. Para abrirla, Alder tuvo que introducir
de nuevo la llave en un panel adyacente. De esa forma, los dos bloques de
cemento que constituían la entrada, se hicieron a un lado, dejando paso a una
ancha cámara que servía de almacén.
Allí existían numerosos pasadizos anclados a las paredes que
servían de conexión con otros túneles. Una barandilla metálica impedía la
caída, y escaleras como las que habían utilizado para bajar desde el callejón
llevaban al centro, donde se acumulaba una gran cantidad de cajas. Por
supuesto, también había montacargas para el transporte de peso desde los
pasadizos hasta el área central.
Numerosos hombres y mujeres se encontraban trabajando allí en
el momento en que entraron. Tan ocupados como estaban, ni siquiera notaron la
presencia de los dos chicos mientras éstos se dirigían al área de abajo.
-Vaya, mira quién ha venido –dijo una voz detrás de ellos. Lo
que provocó un resoplido por parte de Alder.
Al girarse, apareció, caminando hacia ellos, una chica de su
misma edad con el pelo castaño y largo, mirada traviesa y brazos cruzados.
-Hola, Anna.
-¿Me echabas de menos, Alder?
-Algo así... –contestó vagamente- He venido a ver a tu padre.
¿Sabes dónde está?
-Ha salido un momento, pero no tardará en volver. Si no os
importa esperar...
-Bueno, no tengo muchas opciones ahora mismo, así que eso
haré. ¿Cómo van las cosas por aquí?
-Como puedes ver, hay bastante trabajo. Últimamente los
“Spheres” están teniendo bastante suerte con los cargamentos, y ya sabes que el
negocio de la información nunca descansa.
-¿Alguna noticia interesante? –preguntó el joven.
-Gratis, no.
-Oh, vamos. Nos conocemos desde pequeños, ¿de verdad no
puedes contarme nada?
-Nos dedicamos a esto, Alder. Si diésemos información gratis,
nuestro negocio se iría al traste.
-Ah... como quieras entonces... –dijo el candidato a
gobernador mientras se encogía de hombros.
-Bueno... ya que me lo suplicas haré una excepción.
-¿Cuándo me has oído suplicar?
-Por lo que me he enterado...
-Y me ha ignorado...
-...en el imperio ha vuelto a haber otro robo de Radiar.
-¡¿Otro?! –se sorprendió Alder-. ¿Se sabe quien ha sido?
-No. Dicen que iban enmascarados, por lo que no saben su
procedencia. Hay sospechas de que podrían ser soldados del propio imperio, ya
que, al día siguiente, desaparecieron varias personas de sus filas.
-Mm... podrían ser espías de otra potencia –comentó Yorus.
-¿Huh? ¿Quién es él? –preguntó de repente Anna, quien acababa
de darse cuenta de la presencia del guardaespaldas.
-Ah, este es mi guardaespaldas personal, Yorus. Creo que te
he hablado alguna vez de él.
-Ah, sí, el cabeza de chorlito –dijo la chica.
-¡¿Es así como me llamas a mis espaldas?! –se quejó el chico
pelirrojo.
-Para nada. Es algo que se acaba de inventar para ponernos a
uno en contra del otro –dijo Alder, calmadamente, como si ya estuviese
acostumbrado a ese tipo de artimañas por parte de su amiga.
-¡Eh! ¡¿A qué ha venido eso?! –esta vez, Yorus dirigió su
enfado a la chica.
-Me gusta manipular a los demás –Anna lamió levemente el dedo
índice de su mano derecha, como queriendo hacer énfasis en la maldad de sus
actos.
-Da miedo... –indicó el guardaespaldas, con la mirada fija en
Alder a la vez que la señalaba.
-No hace falta que me lo jures... –dijo Alder.
-¡Hombre, Alder! ¡Sabía que te enviarían a ti!
Una potente voz provocó que ambos se girasen, descubriendo a
un hombre de unos cuarenta, grande y de aspecto fuerte. Tenía el pelo largo,
desordenado y de color castaño, con alguna que otra cana. Una bandana cubría su
frente y una chaqueta vaquera, dejaba ver parte de su torso. Pese a su edad y
aspecto, el hombre desprendía cierta jovialidad, lo que también le daba carisma
a la hora de tratar con los demás.
-Me alegro de verte, Gradios –se sinceró el candidato a
gobernador, con una media sonrisa- Así que ya me esperabas, ¿eh?
-¡Por supuesto! –Gradios golpeó con fuerza la espalda del
joven para después agarrarle del hombro, acción que le salvó de caer al suelo-
¡Tratándose de nosotros, dudaba que el viejo Hammer enviase a cualquiera! ¡Él
sabe la buena relación que tienes con nosotros!
-Se supone que debe ser imparcial. Si me ha enviado a mí ha
sido porque, por ahora, soy el que va ganando.
-¡¿Estás seguro?! ¡Créeme, ese hombre sabe cómo engañar hasta
a sus propios asesores! ¡Jajajaja!
Gradios. Actual líder del bajo mundo y 5 años siéndolo. La
costumbre para elegir al líder era mediante la celebración de un torneo cada
dos años. Por lo general, cada uno de los candidatos debía enviar a uno o más
combatientes a luchar en su representación, siendo tres el máximo. No obstante,
puesto que dicha regla se había hecho pensando en que ninguno se atrevería a
luchar por sí mismo (teniendo en cuenta que estaba permitido matar a tu
oponente), se podría decir que no iba contra ella el que alguien participase en
su propia representación. Y ése era el caso de Gradios, quien había ganado los
dos torneos que llevaba con su propio puño. Quizás el único desde que dicho
torneo llevaba celebrándose.
Debido a esto, no era de extrañar que la espalda de Alder
sufriese cada vez que sentía el manotazo del líder. Su fuerza era algo a temer,
por lo que el joven podía estar contento de tenerlo como aliado.
-¡¿Y para cuándo la boda entre Anna y tú?! –preguntó
alegremente Gradios.
-No creo que llegue a celebrarse tal cosa... –declaró Alder
con una sonrisa irónica.
Anna, por su parte, se llevó una mano a la frente.
-Preferiría suicidarme antes que casarme con este imbécil.
-Oye, ¿no crees que eso es pasarse? –replicó Alder.
-¡Jajaja! ¡Vamos! ¡Con lo bien que os habéis llevado siempre!
¡De pequeños erais inseparables! ¡Se os veía jugando día sí, día también!
-Supongo que durante esos tiempos estábamos menos ocupados
–dijo Alder.
-¡Por cierto, ¿quién es este joven?! –preguntó al notar la
presencia de Yorus.
-Es Yorus. Mi guardaespaldas.
-¡Ah! ¡Debes de ser el hijo de Erus! ¡Hammer ha venido
algunas veces con él! ¡Pero, ¿para qué necesitas un guardaespaldas?!
-El gobernador lo ha considerado necesario dado el problema
de la revolución.
-¡¿Revolución?! ¡Eso está más que controlado! ¡Mientras yo
esté aquí no pasará nada! ¡Jajaja!
-Tengo más miedo de ti que de los revolucionarios... –murmuró
Alder mientras sentía como le costaba respirar por los constantes golpes de
Gradios-. En cualquier caso, ya que has vuelto, me gustaría que fuésemos al
grano. Ya sabes. Ver la mercancía y todo eso. El gobernador me dijo que habíais
conseguido armas.
-¡Sí! ¡Por supuesto! ¡Ven conmigo, te las enseñaré!
Dicho esto, el hombre les hizo una señal para que le
siguiesen. El cargamento en el que se encontraban las armas estaba un poco más
alejado de aquél situado en el centro del almacén, el cual Alder supuso que se
trataría del Radiar.
Cuando llegaron frente a las cajas, éstas se encontraban
abiertas, y el material dispuesto en varias filas de manera que pudiese
observarse mejor.
-¡Adelante! ¡Tómate el tiempo que necesites! –dijo Gradios.
Asintiendo, Alder dio un paso al frente y comenzó a repasar
una por una las armas.
Había de toda clase: de corta, media y larga distancia. Desde
que el Radiar existía, el tipo de arma no hacía la diferencia en un combate,
sino quién la manejase. Algunas de ellas parecían más desgastadas que otras.
-¿Dónde las obtuvisteis?
-¡Por lo que sé, fueron recogidos en territorio del imperio!
–dijo Gradios.
El chico se acercó para ver más de cerca una de ellas. Se
trataba de una alabarda que disponía de un extraño mecanismo sobre el que había
escrito una letra: Zx2.
Poco después se dio cuenta de que había otras que tenían un
mecanismo parecido. Algunas de ellas con las letras R o Zx3.
Tras haberlas analizado, el joven se dio la vuelta y se
dirigió a Gradios.
-Veo que algunas de las armas están oxidadas y desgastadas.
Probablemente se rompan a los pocos días de ser utilizadas por lo que dudo que
sean de interés para el gobierno. No obstante, algunas de ellas poseen
propulsión. Motores Z y R. Y entre ellas, las hay que se encuentran en muy buen
estado.
-¡Je, sabía que tenías buen ojo! ¡Algunos de los “Spheres” me
pedían que intentase colarte las que están en mal estado, pero ya me imaginaba
que, si te enviaban a ti, sería inútil! ¡Siendo así, ¿de cuánto estaríamos
hablando por las que tienen motores de propulsión?!
-Diría que unos 5 ámbares y una sala en el área 23.
Aunque en muchas poblaciones se utilizaba el trueque, quizás
considerado como sistema de comercio mundial, ya que el dinero había dejado de
tener valor como consecuencia del alargamiento de la guerra; en las áreas
principales de los territorios del norte también se había establecido un
sistema monetario. Dichas áreas se enumeraban según su distancia con respecto
al recinto del gobernador, siendo la 1 aquélla donde se encontraba éste.
El sistema monetario consistía en monedas de cobre. Cada 100
monedas de cobre podían ser sustituidas por un ámbar, una piedra brillante
tallada en el recinto del gobierno. Asimismo, 10 ámbares podían ser sustituidos
por un papel o billete.
-¡No compensa! ¡Ten en cuenta que luego tiene que haber una
repartición entre el resto de grupos! ¡Mi contraoferta es de 10 ámbares y 2
salas situadas entre el área 40 y el área 5!
-7 ámbares y la misma sala que te he ofrecido antes.
-¡8 y 2 salas!
-7 ámbares, 50 monedas de cobre y una sala. Con esto
considero que ya tendrías suficiente para repartir con los demás grupos. Si
subo más tendría que retirar la sala, y ya sabes lo que podría facilitar
vuestro negocio disponer de un establecimiento legal.
Gradios se cruzó de brazos y cerró los ojos. Por su
expresión, estaba claro que meditaba seriamente la propuesta del joven.
-Mm... De acuerdo ¡Supongo que es un trato justo! –declaró el
hombre, estrechando la mano de Alder mientras éste sonreía satisfecho.
-Bien. Firmaremos el “contrato” del acuerdo, informaré al
gobernador de la cantidad que os tiene que dar y te daré la llave de la sala.
-¡Je, así que ya sabías que terminaría aceptando una sola
sala, ¿eh?! –sonrió el líder del bajo mundo al observar cómo Alder sacaba el
susodicho objeto.
-Una simple casualidad –contestó el chico, devolviendo el
gesto.
Una vez cerradas las negociaciones, Gradios propuso
celebrarlo con una pequeña fiesta. Nada excesivo, bebida y algo de comer.
Aunque Alder sabía bien que, si se dejaba llevar, podía acabar haciendo cosas
de las que se arrepentiría más tarde.
-Toma, llévale esto al gobernador –le dijo a Yorus mientras le
entregaba el acuerdo firmado.
-¿Qué estás diciendo? Se supone que debo protegerte. No
pienso dejarte solo.
-El trato ya está cerrado. Mientras no tengan este papel,
incluso si se produce una revuelta no se impedirá la negociación.
-¡Ese no es el caso! ¡Si alguien va a por ti podría haber
problemas! –exclamó Yorus, intentando, pese a ello, que sólo Alder le
escuchase.
-Lo sé. Por eso tendrás que volver enseguida o el plan no
funcionará.
El joven pelirrojo frunció el ceño, sin entender bien a qué
se refería.
-Voy a hacer de cebo. Al quedarme aquí sin protección, me
haré la presa fácil para que me capturen y exponer así a los revolucionarios.
-¿Y qué te dice que picarán?
-Es una apuesta. Dadas las circunstancias, un candidato a
sucesión en el gobierno sin guardaespaldas y en mitad de una fiesta donde puede
emborracharse; es una oportunidad puesta en bandeja.
-Aun así...
-Tranquilo. No me harán nada. No les interesa matarme si
quieren negociar. Además, no eres al único al que le contaré esto.
Yorus le miró fijamente, con una mueca en la boca que
mostraba su disconformidad con aquella idea. No obstante, cogió el papel y la
llave de entrada y se dispuso a marcharse.
-Más te vale no morir –respondió.
-Así que dejas que tu amigo se marche –Anna se acercó a él.
Sujetaba un vaso con ambas manos, del que bebía pequeños sorbos
intermitentemente- ¿Qué estás tramando?
-Je. Sabía que no podría escondértelo.
-¿Bromeas? –se sorprendió la chica, aunque su tono pronto
tomó un rumbo más encaminado hacia la arrogancia- Que lo intentes siquiera ya
me parece una estupidez.
-Lo suponía –sentenció Alder, encogiéndose de hombros.
-Suena a suicidio, pero puede funcionar –dijo Anna una vez le
hubo contado lo que planeaba- ¿Se lo has contado a mi padre?
-Eso quería hasta que has aparecido tú.
-No me culpes por tu falta de previsión.
-Ya... –resopló el candidato a gobernador, encaminándose
hacia donde Gradios se encontraba conversando con otro hombre. Éste debía de
ser de la misma edad que él. También de aspecto fuerte, pero más reservado y
callado. Al contrario que el líder del bajo mundo, tenía el pelo corto y una
marca en el hombro que simbolizaba a su grupo de “Spheres”. Debía de sentirse
muy orgulloso de él.
-Hola, Ithrep –dijo Alder al situarse junto a ellos.
-¿Cómo estás, Alder? Gradios me estaba contando cómo han ido
las negociaciones. Sigo pensando que cede demasiado rápido –comentó sonriente a
lo que el otro respondió dándole una alegre palmada en la espalda.
A Ithrep también lo conocía desde hacía tiempo, aunque no
tanto como Gradios y Anna. Lo recordaba más hablador, pero hacía unos cuatro
años que lo había notado cambiado con respecto a cómo trataba con los demás
fuera de su grupo.
-Han sido unas negociaciones bastante llevaderas –comentó el
joven-. Espero que en el futuro sigan siendo así.
-¡Oh! ¡Este chico apunta maneras! ¡Ya confías en que serás el
gobernador! –gritó Gradios antes de tomar un largo sorbo de su jarra.
-Prácticamente se podría decir que ya lo soy –exageró el
candidato a gobernador, intentando hacerse oír entre la gente-. En cualquier
caso, Gradios, me gustaría hablar contigo a solas.
-¡Por supuesto, chico! ¡Disculpa, Ithrep!
-Sin problema...
-Mm... ¡No puedo creer lo loco que estás! ¡Por eso has
mandado de vuelta a Yorus! –exclamó el hombre después de que Alder le contase
el plan.
-Es sólo una medida temporal.
-¡Me gusta! ¡Te ayudaré en lo que necesites!
-Gracias. De hecho, me gustaría preguntarte algo... ¿has
notado últimamente algún comportamiento extraño en Ithrep?
-¡¿A qué te refieres con comportamiento extraño?!
-Te lo diré sin rodeos. Sospecho que está implicado en la
revolución. De hecho, pienso que podría ser el instigador de éstas.
-¡¿Ithrep?! ¡No! ¡Imposible! ¡Confío en él! ¡Es un buen tío!
¡Un buen compañero!
-Ya veo. Si tú lo dices te creeré –contestó Alder,
escondiendo su desconfianza- En fin, sólo era eso. Volvamos, o los demás se lo
acabarán todo.
La fiesta sucedió sin percances. Fueron muchos los que se
emborracharon, entre ellos, Gradios. De hecho, este último quizás el que más.
Por su parte, Alder fingió que le dolía la cabeza para
alejarse de allí, hacia un lugar en el que pudiese echarse a dormir la mona.
Aunque todo era una excusa para estar solo.
Entonces, notó la presencia de varias personas siguiéndole,
por lo que decidió detenerse.
-Si me queréis para algo, os ahorraré tiempo. Aquí me tenéis
–dijo extendiendo los brazos a modo de invitación.
Asomándose desde detrás de paredes y cajas de material
almacenado, aparecieron entre 4 y 5 hombres. Todos ellos iban con la cara
tapada de forma que no pudiese identificarlos, aunque por su actitud, podía
decir que algunos, probablemente más veteranos, desconfiaban de la disposición
por parte del candidato a gobernador.
-Me gusta que no opongas resistencia –dijo uno de ellos, el
más cercano.
-No quisiera terminar con golpes por todo el cuerpo
–respondió mientras los observaba de arriba abajo, inspeccionando más detalles
que pudiese revelar su procedencia, y encontrando en el proceso una marca,
igual que la que tenía Ithrep, en el hombro de uno de ellos.
De repente, una figura se lanzó contra el atacante que se
disponía a apresarle, sorprendiéndolo y placándolo contra el suelo. A éste le
siguieron otros, quienes no contaron con el efecto sorpresa del primero y
recibieron el contraataque de los hombres, enzarzándose en una pelea.
Alder, sorprendido por la repentina batalla que acababa de
empezar, se zafó y corrió a resguardarse en un lugar seguro.
-De nada –dijo una voz detrás de él.
Al darse la vuelta, se topó con Anna, quien le devolvió la
mirada, cruzada de brazos y con expresión de indiferencia.
-¿Has llamado a los de tu grupo para protegerme?
-Todavía no te he escuchado agradecérmelo.
-No deberías haberlo hecho. Si me hubiesen capturado, podrían
haberme llevado con su líder.
-Si cogemos aunque sea a uno de ellos, podremos torturarle
hasta sacarle esa información.
-Pero te arriesgas a peleas innecesarias como ésta.
-Eres demasiado ingenuo. Como si fuesen a llevarte ante el
líder sin asegurarse de que no abrieses la boca.
-Estaba todo pensado.
-Por supuesto...
El chico suspiró, viéndose incapaz de llegar a una
conclusión. En ese momento, una sombra apareció detrás de la chica.
-¡Cuidado! –exclamó él, cogiéndole la mano y arrastrándola
consigo antes de que unos fuertes brazos la capturasen. Acto seguido, los dos
jóvenes comenzaron a correr. Cuando quisieron darse cuenta, otro hombre además
del que acababa de aparecer, le pisaba los talones.
-¡Parece que había más escondidos! –obvió Alder, sin dejar de
agarrar la mano de Anna mientras corrían por el almacén.
Sin embargo, atento como estaba a sus perseguidores, no se
dio cuenta de que delante de él acababa de saltar un tercero, noqueándolo e
intentando hacer lo mismo con la chica, quien logró esquivarle y golpearle en
las partes bajas. Por desgracia, esto permitió a sus perseguidores acortar
distancias y atraparla.
Cuando Alder despertó, se encontraba en una sala casi a
oscuras, salvo por la luz que entraba por una rendija situada en la puerta.
Está estaba tapada por un cristal traslúcido que impedía ver bien el exterior,
pero que al menos le permitía visualizar el sitio en el que se encontraba: una
cámara exenta de muebles u otros materiales, con paredes y techo de piedra y
puerta de metal reforzado. En un tiempo anterior, quizás hubiese sido utilizada
como almacén de alimentos, ya que la temperatura dentro parecía la ideal para
aquellos que fuesen a consumirse en breve, no obstante, en ese momento servía
de jaula para él y la chica que tenía al lado.
-¿Cómo estás? –preguntó ella- Te han dado un buen golpe.
-Bien... –respondió él, un poco sorprendido por aquel
repentino interés por su salud. Supuso que incluso una chica como ella tenía
momentos en los que se preocupaba por su amigo de la infancia-. Lo siento. Ha
sido culpa mía. Debería haber previsto que esconderían refuerzos por si había
una pelea...
Ella se quedó en silencio. Tenía las piernas encogidas y
apoyaba la barbilla sobre las rodillas, rodeando éstas con ambos brazos. No
podía ver bien su expresión pero parecía, ¿molesta?
-No, no es culpa tuya. Es mía.
-¿Eh?
-Los que nos persiguieron durante la pelea eran parte de los
hombres que traje conmigo.
-¿De tu grupo?
La joven asintió.
-Esperaron a que bajase la guardia para capturarnos a ambos.
-Mm... esto puede complicar un poco las cosas. Si parte de
los revolucionarios están dentro de vuestro grupo, el resto podrían perder la
confianza en tu padre como líder –Alder se acarició el mentón, meditando sobre
ese hecho.
-Pareces bastante tranquilo.
-Je. Más bien, es algo a lo que tengo que acostumbrarme si
quiero ser gobernador.
-Mm...
-¿Ocurre algo?
-No, nada –contestó Anna secamente.
-Vamos. Te conozco desde que éramos niños. Sé de lo que eres
capaz, pero también que cuando hay problemas tiendes a darles demasiadas
vueltas...
La joven no contestó, por lo que Alder decidió no indagar,
levantándose para buscar alguna forma de salir de allí.
-Nuca te lo he preguntado antes pero... ¿por qué decidiste
hacerte candidato a gobernador?
Al oír aquella pregunta, el chico se detuvo en pie durante
unos instantes, mirándola de reojo, con una mano en la cintura, la otra en la
nuca y expresión seria.
-¿Recuerdas cuando nos conocimos? Por entonces no era
precisamente una persona agraciada. Los territorios del norte, por lo general,
han conseguido mantener una mejor estabilidad económica que la del resto de
potencias, pero aun así, no todo el mundo es capaz de adaptarse. De lo
contrario, no existiríais vosotros, ni se mantendría en secreto vuestra ayuda
del resto de ciudadanos.
El caso es que yo me encontraba un poco en medio de todo
ello. Sin ser capaz de adaptarme al funcionamiento de la ciudad ni tampoco de
realizar trabajos como los vuestros.
Intentando sobrevivir, terminé metiéndome en un lío, y ahí
fue cuando me salvaste. A saber si seguiría vivo de no haber sido por tu padre
y por ti –el joven rió irónicamente al recordar ese momento-. A partir de
entonces se formó mi relación con el bajo mundo, y me di cuenta de que había un
lugar mucho más oscuro de lo que había sido mi vida hasta entonces. Un lugar
donde para sobrevivir, se robaba, asesinaba y vendía al prójimo. Y pese a ello,
erais capaces de seguir adelante como si fuese lo normal. En ese momento pensé
que debía existir algo mejor. Un mundo en el que no fuese obligatorio ver
aquello como algo normal para seguir vivo. Me propuse acabar con la guerra y
mejorar este planeta.
-¿Quieres que nos quedemos sin trabajo? –preguntó ella.
Aunque sabía que lo preguntaba en broma, el tono con el que lo dijo le provocó
un pequeño escalofrío.
-No estoy diciendo eso. Simplemente, estoy seguro de que se
puede vivir sin necesidad de perjudicar a los demás. Tan sólo se necesita
cambiar la situación.
-¿Y cómo dirías que se puede hacer algo así?
-Probablemente, lo mejor sería unificar a las potencias bajo
un mismo estandarte. El problema es que hacerlo sin recurrir a la violencia es
una tarea muy complicada. Pero bueno, tengo tiempo para pensar en ello más
detenidamente. A todo esto, ¿por qué me haces esta pregunta?
En lugar de contestar, Anna desvió la mirada, todavía en la
misma posición en la que había estado al principio.
-Yo... no tengo tan claro que pueda ser una buena líder...
-¿Bromeas? Eres más decidida que yo, y tienes más capacidad
de liderazgo.
-Pero eso no significa que tome buenas decisiones. Ya has
visto lo que ha ocurrido –explicó mientras señalaba el interior de la sala con
uno de sus dedos índice.
-“Tomar buenas decisiones” no es algo que todos los líderes
puedan hacer. De hecho, en tu lugar probablemente me hubiese ocurrido lo mismo.
Lo que caracteriza a un líder, al menos en mi opinión, es saber tratar con las
consecuencias de sus propias decisiones, sean las que sean. Una vez apuestas,
puedes ganar o perder, lo que hagas después es lo que más importa. De todas
formas, no las tenía todas conmigo. Me refiero a sobre que quisieses ser líder
del bajo mundo.
-Yo también quiero ayudar a mi gente y cambiar las cosas.
-En ese caso, ¿qué te parece si hacemos una promesa?
-¿Una promesa? –preguntó Anna.
El chico se sentó frente a ella, cruzado de piernas y con la
mano tendida al frente, esperando ser correspondido.
-Un día yo seré el gobernador de la unión y tú la líder del
bajo mundo. Entonces, los dos trabajaremos juntos para que este mundo sea
mejor.
Ella observó la expresión de su amigo, quien sonreía con
confianza, así como la mano que éste le tendía.
-¿Crees que te dará la confianza suficiente para ser una gran
líder? –pregunto Alder.
-Sí –respondió ella, estrechando su mano-. Pero ni se te
ocurra incumplirla.
En ese momento, el candidato a gobernador se quedó sin
palabras. Una sincera sonrisa, bella como una flor en un día soleado, se dibujó
en el rostro de Anna, deslumbrándole tan fuertemente que no tuvo más remedio
que apartar la mirada para que no descubriese el rubor de sus mejillas,
agradeciendo que la oscuridad ayudase en ello. Aunque podría haber sido
delatado de todos modos por el fuerte latir de su corazón.
-¿Eh? –ella movió la cabeza, confusa, e intentando saber que
le ocurría a su amigo, quien carraspeó y se apartó, volviendo a sus
investigaciones.
-Bu-bueno, me pregunto cómo saldremos de aquí...
El ruido de gritos, fuera de aquella sala, le interrumpió. No
sabía quienes eran pero, según lo que se escuchaba, parecían estar siendo
atacados. Entonces, las voces cesaron y fueron sustituidas por un silencio
momentáneo, al que le siguieron pisadas en dirección a la puerta de su
habitación.
Alder se preparó para defenderse, aunque sabía que de poco
podía servir dada su nula experiencia en combate.
-¿Alder? –preguntó un joven al otro lado.
-¿Yorus?
-¡Menos mal que te he encontrado! ¡Pensaba que tendría que
preguntar en todas las puertas hasta dar contigo! –exclamó alegremente.
-¿Cómo has encontrado este sitio? –preguntó Alder.
-Gradios e Ithrep me hablaron sobre la posibilidad de que
estuvieseis aquí.
-¿Ithrep? –Alder se mostró confuso al escuchar el nombre de
quien creía haber instado la revuelta.
-Están buscando en otro sitio. Será mejor que nos reunamos
con ellos.
-Alguna idea para abrir la puerta.
-Apartaos. Yo me encargo –avisó Yorus, tras lo que Alder hizo
un gesto a Anna para situarse junto a la pared lateral a la entrada.
En ese momento, se escuchó un fuerte golpe y la puerta
metálica salió despedida hasta chocar contra la pared rocosa que había
enfrente. El joven pelirrojo asomó la cabeza y les indico con la mano que le siguiesen.
-¡Vamos!
Anna miró a Alder.
-¿Siempre ha sido así de bruto?
-Al menos desde que le conozco...
Por lo que pudo ver, continuaban en el subterráneo. En una
especie de mazmorra de corredores anchos y del mismo material que la sala de la
que acababan de escapar.
Más de aquellos hombres que los habían capturado les pisaban
los talones, encargándose Yorus de aquellos que venía por el frente, quienes
volaban cual confeti tras recibir el ataque del arma del guardaespaldas.
Notando como el camino subía ligeramente, llegaron hasta el
almacén donde habían sido capturados. Allí los esperaban Gradios e Ithrep,
quienes se encontraban frente a otro hombre que, acompañado de más, había
acorralado a ambos.
-No puedo creer que aceptes una situación como esta, Ithrep.
-Lo que sé es que está no es la manera de solucionar las
cosas, Brem.
Al escuchar ese nombre, Alder cayó en la cuenta de quién se
trataba. Era el segundo al mando en el grupo de “Spheres” que lideraba Ithrep.
Eso explicaba por qué algunos de sus perseguidores eran de dicho grupo. Además,
la situación confirmaba que aquello no tenía relación alguna con el último.
-Debes respetar las leyes del bajo mundo –continuó Ithrep.
-Es por respetar esas leyes que el gobierno hace lo que
quiere con nosotros. Lo que nos pagan por nuestros servicios no compensa la
vida que nos jugamos en nuestro trabajo. Y encima nos esconden del resto de
ciudadanos como si fuésemos una plaga –replicó Brem.
-Es cierto que nos mantienen en secreto, pero eso no es un
problema para nosotros, ni mucho menos. ¿O acaso crees que los ciudadanos nos
darían la bienvenida con los brazos abiertos si se enterasen? Probablemente
impedirían nuestro negocio con el gobierno. Se acabaría todo, Brem –explicó
Gradios.
-O podríamos hacer negocio con ellos. Es este mundo, en mitad
del caos de la guerra, el que nos ha dado nuestro método de subsistencia.
¿Acaso crees que los habitantes de la unión son diferentes al gobierno o a los
soldados? Ellos también querrán recurrir al Radiar y las armas. Se dejarán llevar
por la avaricia y la ambición.
-¡Tonterías! ¡¿Sabes lo peligrosas que son esas
suposiciones?! ¡¿Acaso serías capaz de destruir la estabilidad en los
territorios del norte sólo para ganar más dinero?! ¡¿Crees que eso no nos
pondría en peligro también a nosotros?!
Aquello se había convertido en una discusión por la mejor
manera de llevar los negocios en el bajo mundo. Y desde el punto de vista de
Alder, los ideales de Brem eran temibles. Si la situación seguía complicándose
demasiado no tendría más remedio que informar a Hammer, aunque eso significase
perder su posición.
Fue entonces cuando Anna dio un paso hacia delante, llamando
la atención de los líderes y Brem, quienes se sorprendieron al ver a los tres
jóvenes allí. Uno de ellos, Yorus, manteniendo a raya a sus perseguidores.
-Dices que el negocio mejoraría con el caos. Dime una cosa,
¿qué crees que haría la gente una vez obtuviese el Radiar y el poder que
proporcionar éste?
-¿Qué quieres decir? –preguntó Brem- Probablemente daría
lugar a más conflictos y, como consecuencia, a más venta de Radiar.
-¿En serio? ¿Crees que una vez obtenido el poder no
aprovecharían su superioridad para robar el resto del Radiar? Al fin y al cabo,
para ellos nos convertiríamos en una presa fácil incapaz de defendernos contra
ellos. Por no hablar de la discriminación y prejuicios que ya tienen contra
nosotros. Dime, ¿de verdad crees que el caos en la unión no nos perjudicaría?
-E-en ese caso, tan sólo tendríamos que hacer negocio con
otras potencias –propuso Brem.
-¿Con quién? ¿Con el imperio, quienes poseen la mayor
cantidad de Radiar y personas haciendo uso de él? Su forma de negociar es
incluso peor que la de la unión. ¿Entonces con quien? ¿Con la facción?
Probablemente al principio nos recibirían con los brazos abiertos, pero son
desconfiados y no disponen de muchos recursos. Lo que quiere decir que las
negociaciones serían difíciles y no podemos esperar ningún tipo de hospitalidad
como la que recibimos aquí, donde disponemos de cobijo, almacenes y
establecimientos –dijo Anna-. Es aquí donde nos ofrecen mayor libertad para
llevar nuestro negocio.
-¿Y cómo puedo fiarme de lo que dices? ¡Sólo eres una cría!
–replicó Brem.
-Puede. Pero también soy una informante, ¿recuerdas? Y me
entero de cosas que tú no. Además, si de verdad nuestro acuerdo con el gobierno
es tan malo como dices, ¿por qué se ha mantenido durante tanto tiempo? ¿No sólo
estás desafiando el liderazgo actual sino también todos los anteriores?
-...
Alder pudo ver cómo el hombre se había quedado sin saber qué
decir, pero también se imaginaba qué pasaría después. Al fin y al cabo, hay
personas que son extremadamente predecibles.
-¡No importa! ¡Haré las cosas a mi manera! ¡Me encargaré de
llevar al bajo mundo a la gloria que se merece! –exclamó Brem, dando la señal
para que sus compañeros atacasen.
Era de esperar que aquellas personas que hablaban de la
avaricia de los demás, fuesen los más cercanos a ella. “Cree el ladrón que
todos son de su misma condición”. Un dicho que definía bien aquella situación.
No importaban los argumentos racionales que les ofrecieses, terminarían
recurriendo a la violencia para salirse con la suya. No obstante, el discurso
de Anna no sólo había logrado consolidar la confianza en el sistema de los que
ya creían en él sino hacer dudar a los revolucionarios de si estaban haciendo
lo correcto. Y fue esto lo que permitió que Gradios, Ithrep y Yorus los
cogiesen con la guardia baja, reduciendo a buena parte de los oponentes. Por no
hablar de que el tiempo ganado con aquel discurso había servido para la llegada
de refuerzos.
Poco tiempo después, el grupo de revolucionarios, liderado
por Brem, cayó.
Días más tarde, se aprobó por mayoría que éste fuese
desterrado de los territorios del norte así como aquellos que le habían
apoyado. Todo se solucionó y las negociaciones pudieron continuar como hasta
entonces.
-Pensé que habías sido tú quien había instigado la revuelta.
Ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Lo siento –se disculpó Alder
ante Ithrep.
-Es cierto que no estoy de acuerdo con muchas cosas, pero no
sería capaz de utilizar la violencia para incumplir las reglas. En nuestra
sociedad existe una manera de decidir al líder, y si Gradios lo es actualmente
es porque sus ideales son más fuertes que los míos, nada más y nada menos –dijo
Ithrep con seriedad, a lo que Alder agachó la cabeza en señal de respeto, antes
de despedirse de él.
-¿Ya te marchas? –preguntó Gradios, acercándose a Alder y
Yorus quienes se dirigían a la salida.
-Ya he terminado de confirmar el transporte de la carga y me
he asegurado de que el pago os haya llegado. Por hoy no tengo nada más que
hacer –comentó el joven.
-¡Me alegro de que haya salido todo bien! ¡Esto sumará puntos
para tu candidatura, ¿no?!
-Sí, aunque le debo una a Anna. Si no hubiese sido por ella,
la situación podría haberse complicado y se habría necesitado la intervención
del gobernador. Aparte del caos que se habría formado, eso habría puesto fin a
mi carrera.
-¡Jajaja!
-No le habrás dicho nada al gobernador, ¿verdad?
-¡¿Qué fue mi hija quien te salvó el culo?! ¡Tranquilo, mis
labios están sellados! –rió el hombretón mientras le daba una palmada en la
espalda- ¡Aunque ya te lo dije! ¡Ese hombre es mucho más avispado de lo que
crees!
-Mm... –se quejó Alder, preocupado por su comentario.
-¡Buena suerte! ¡Y espero volver a verte!
-Lo mismo digo.
-¡Ah! ¡Lo olvidaba! –exclamó el líder del bajo mundo antes de
irse-. ¡Anna quería hablar contigo! ¡Creo que te está esperando en la entrada!
¡No la hagas esperar! ¡Jejejeje!
Tal y como le había dicho, la chica le esperaba allí, con los
brazos cruzados y expresión de indiferencia. Al verle, se incorporó
ligeramente.
-Antes de que digas nada... –interrumpió Alder- Quería darte
las gracias. Si no hubiese sido por ti... bueno... no sé lo que podría haber
llegado a suceder...
-No hay de qué. Aunque no he venido para restregarte mi éxito
en la cara... –respondió ella. Tal y como lo había dicho, daba la sensación de
que sí era su intención-. He venido para decirte que te prepares. Porque cuando
seas gobernador no voy a dejarte en paz hasta que no hagas caso de mis
peticiones. Y más te vale trabajar para que a los del bajo mundo no les falte
de nada.
-Ugh... –Alder realizó una mueca de desagrado-. Me alegra que
hayas recuperado la seguridad en ti misma, pero ¿no crees que necesitarás algo
más que eso? Al fin y al cabo, primero tienes que ganar el torneo por el
liderazgo.
-Oh... no te preocupes por ello. Estoy segura de que
encontraré a los más fuertes para que luchen por mí.
-¿Ah, sí?
-Sin duda...
El candidato a gobernador, sonrió.
-En ese caso, no te preocupes, estaré preparado –contestó
antes de marcharse.
-¡Eh, Alder! –la chica le devolvió la sonrisa- Cambiaremos el
mundo...
Años después, Alder, como gobernador de la unión, se
enfrentaba a una situación muy complicada. La aparición de aquella bestia y la
destrucción de los edificios justo sobre el subterráneo en el que se estaba
desarrollando el torneo para decidir al líder clandestino, habían dado lugar al
caos, descubriendo además que el bajo mundo tenía instalaciones en sus
territorios. Debido a ello, tendría que mover hilos para calmar y engañar a la
población, a fin de desviar la mirada de la relación entre la clandestinidad y
el gobierno. Además no tendría más remedio que tomar algunas represalias contra
los primeros.
Aun con este hecho, había algo más que lo tenía en vilo.
Motivo por el que había enviado a Yorus para que lo confirmase. Y ese algo era
la noticia de la muerte de todos los líderes clandestinos que había en la
actualidad. Si la noticia era cierta, significaba que ella también...
-¡Alder! –exclamó Yorus, irrumpiendo en la sala de golpe.
-¡¿Cómo está?!
Al ver la expresión de su guardaespaldas, el gobernador no
necesitó saber más. De repente, sintió como si el mundo se hubiese detenido.
Como si le hubiesen arrancado algo muy importante de sus entrañas. Podía
escuchar su propia respiración, acelerándose cada vez más. Sin embargo, una
parte de su mente le recordó que tenía que seguir adelante. Si no, no podría
solucionar la situación que ahora tenía entre manos. Si no, no podría
corresponder su fuerza y su voluntad. Prometieron cambiar el mundo, y si debía
seguir solo, lo haría. Por ella, por su gente.
-Hay algo más –continuó Yorus, aun sabiendo que el estado de
su amigo no era el mejor-. Una chica llamada Marie quiere hablar contigo. Se ha
presentado como voluntaria para ayudar con lo sucedido. He preguntado en el
bajo mundo y parece ser que es la persona que tiene todas las papeletas de
convertirse en la próxima líder del bajo mundo.
-¿La próxima líder?
-Así es. Al haber muerto el resto de líderes, el bajo mundo
necesitará cuanto antes a alguien para poner orden, por lo que se hará una
votación, en sustitución al tradicional torneo. Debido a su fuerza y el respeto
que tienen por ella, probablemente se convierta dentro de poco en la siguiente
líder. También me han informado de que era consejera de uno de los líderes y
participó como juez del torneo.
Alder frunció el ceño. Justo después de la muerte de los
líderes aparecía una chica a la que pretendían votar como a la próxima. Es más,
había venido expresamente para ofrecerse voluntaria en ayudar al gobernador.
De repente, a Alder se le dibujó una sonrisa. No porque se
sintiese contento de recibir ayuda, sino porque su instinto le pedía a gritos
que no se fiase de ella. Pues puede que fuese la clave de lo ocurrido en el
bajo mundo.
-¿Qué le digo?
-Dile que pase. Me gustaría conocerla –contestó el hombre.
“Llegaré al final de todo esto, Anna. Cumpliré nuestra
promesa.”, pensó antes de que Marie entrase por la puerta.