Cuando
Reima abrió los ojos, se encontró con el techo de piedra de la habitación que
compartía con el resto de sus compañeros. Hacía cuatro días desde que se
enfrentaron para decidir al líder de grupo. Tras ello, les explicaron que los
componentes de cada uno de ellos descansarían en la misma habitación, de esa
manera, estrecharían sus lazos. Aunque el chico pensaba que también sería
debido a que era imposible que hubiese dormitorios individuales para veinte
personas.
Fuere
como fuere, el caso es que allí se encontraba, sentado sobre su cama, con el
torso desnudo y unos pantalones de tela gris que sujetaba con un cinturón
marrón, ya que le venía ancho de cintura y piernas, sobrepasando por unos
centímetros de longitud sus tobillos.
Tras
un ligero bostezo, observó la habitación más detenidamente, haciendo tiempo
para que su cuerpo fuese despertando. Además de la cama en la que descansaba,
había dos literas. En una de ellas dormían Cain y Abel, mientras que en la
otra, Álex y Lori, aunque el primero parecía haber salido. Y eso que Reima se
consideraba madrugador.
Ese
hombre había llamado su atención desde que le venció en la arena. Las
habilidades que le mostró entonces superaban de largo las suyas. Por desgracia,
no había tenido la oportunidad de pedirle otro enfrentamiento, ahora que tenía
el hombro recuperado.
Por
otro lado, también había que decir que, por el poco contacto que había tenido
con él en esos cuatro días, se trataba de un tipo bastante amable. Pues era
capaz de dejarle al espadachín la cama individual, supuestamente reservada para
el líder del grupo, poniendo como excusa que le gustaban más las literas,
cuando sabía bien que lo había hecho a fin de que su hombro se recuperase
mejor.
Una
vez en pie, el chico se puso su uniforme de trabajo y, sin hacer ruido, salió
del dormitorio. Mientras bajaba las escaleras que llevaban a la puerta
principal de sus aposentos, recordó la primera misión que se le había
encomendado a la guardia. Al parecer, Hana y Thyra tenían la intención de
viajar hacia el Ducado de Nápoles, donde todavía se permitía la esclavitud de
los demonios. El duque Marinus I, estaba interesado en unirse a la iniciativa
de paz, y quería saber qué ventajas se obtendrían a cambio de ello. Además de
ofrecerle información al duque, la demonio y el ángel femenino tenían pensado
empezar a concienciar a las gentes de Nápoles. Para todo ello, evidentemente,
necesitarían estar acompañadas de los Pacificadores.
Reima
no se había terminado de hacer al nombre, no como que le pareciese mal, pero le
sonaba un poco extraño. Con todo ello, el uniforme era bastante cómodo, de
color blanco, con adornos azules en hombros y cintura, y con un diseño parecido
a la ropa que siempre había llevado. Esto último a petición suya.
Colgada
de un cinto, se encontraba su espada. Recogida por el General Dante, una vez se
hubo controlado el ataque de los demonios, y llevada a su habitación
posteriormente. Cuando fue a darle las gracias, el hombre le aconsejó que
cuidase bien de ella, pues parecía ser un objeto importante.
El
chico no supo qué contestar. Si bien el arma había pertenecido a su maestro, no
es como si sintiese un apego especial a ella. Se sentía seguro blandiéndola,
pero pensaba que era simplemente por el tiempo que llevaba haciéndolo.
Así
pues, salió al exterior, donde fue recibido por un camino de piedra que
continuaba hacia el frente, rodeado de verde hierba hasta que, medio kilómetro
más adelante, se introducía en la ciudad, llenándose el escenario de humanos
recorriendo las calles y casas de estructura parecida.
Por
lo general, Reima no solía interactuar mucho con ellos, pese a que el hechizo,
o lo que fuese aquello que Thyra les lanzó el primer día, era de larga
duración, y le permitía entender su idioma sin ninguna dificultad. No obstante,
disfrutaba más paseando a su ritmo y sin interrupciones. De esa forma, incluso
podía mantenerse alerta en caso de que ocurriese algún incidente.
El
joven reparó en varias mujeres, hablando animadamente entre ellas mientras
llevaban un cesto con ropa sujeto con ambas manos. Entre ellas también las
había cuyo aspecto revelaba su descendencia demoníaca, aunque su número era
menor comparado al de mujeres humanas.
Por
lo que podía ver, se estaban integrando bastante bien. Nadie habría dicho que
había problemas de discriminación. Supuso que lo que le habían dicho sobre el
progreso de la relación entre humanos y demonios era verdad.
Pese
a ello, notó algo diferente al toparse con un grupo de adolescentes. Debían de
ser unos cinco, sin embargo había uno de ellos que no tocaba la pelota con la
que jugaban. En un principio pensó que quizás no estaba jugando o que
simplemente no le habían visto, pero el joven miraba impacientemente el objeto
rodante e incluso levantaba la mano para pedir que se la pasaran.
Fue
entonces cuando se fijó en la cola que sobresalía de su espalda. Se trataba de
otro demonio.
Esta
situación continuó durante un rato hasta que el joven demonio pareció rendirse
y, cabizbajo, se dispuso a marcharse.
Pensando
que, incluso si se trataba de una pequeña disputa entre amigos, alguien debía
intervenir, Reima se dispuso a dar el primer paso. No obstante alguien se le
adelantó, dando un pequeño golpe con los dedos sobre el hombro del demonio para
llamar su atención y haciéndole un gesto con la cabeza para que le siguiese.
Entonces,
de un salto, consiguió robarle la pelota al grupo mientras estaba en el aire.
-¡Mía!
–exclamó Hana, casi resbalándose en el aterrizaje, pero logrando mantener el
equilibrio. Entonces, se dio la vuelta para encararse a los cinco jóvenes, quienes
la miraban estupefactos- ¡¿A que no sois capaces de quitármela?! –les retó de
repente.
Tras
mirarse, los jóvenes sonrieron con complicidad y corrieron detrás de ella,
quien ya les llevaba unos segundos de ventaja.
Al
principio, el demonio se quedó en el sitio, sin saber bien qué hacer.
-¡Tú
también! ¡Intenta quitármela! –gritó Hana, mientras evitaba por los pelos que
lo hiciese uno de los otros.
Todavía
no muy convencido, se unió a los demás, pero, conforme pasaron los minutos,
Reima percibió una sonrisa en su rostro. Se estaba divirtiendo.
-¡Jajaja!
¡Sois malísimos! –se burló Hana.
-¡Agh!
¡Es más rápida de lo que pensaba! –dijo uno de los chico, deteniéndose para
recuperar el aliento. Los demás hicieron lo mismo.
-Si
seguimos así no creo que lo consigamos –dijo otro.
-Yo...
–empezó a decir el demonio, tímidamente- Yo tengo una idea...
Los
chicos le miraron con el ceño fruncido, como preguntándose qué hacía allí. Sin
embargo, tras pensarlo un rato, todos asintieron.
-¿De
qué se trata?
-¡Me
estoy aburriendo! –exclamó Hana, jugueteando con la pelota entre sus manos- ¡Si
seguís así voy a terminar llevándomela a casa!
En
ese momento, observó a los niños yendo hacia ella. Dos por un lado y dos por
otro, rodeándola.
-¡Je!
Así que os habéis decantado por otra táctica.
Pero,
¿qué había pasado con el quinto?
Desde
ambos flancos, los jóvenes se lanzaron a por la demonio, quien les esquivó con
facilidad. Creyendo haberse salido con la suya, no se percató de que el demonio
se había situado detrás de ella, placándola contra el suelo. Tras esto, los
demás le ayudaron a sujetarla y quitarle la pelota.
-¡Sí!
¡Lo hemos conseguido! –exclamó el grupo, levantando los brazos en señal de
victoria. El demonio, un poco más alejado, sonrió, contento por haber podido
ayudar.
Entonces
uno de los del grupo se acercó a él, seguido de los demás, y le tendió la mano.
-¡Buen
trabajo!
El
demonio observó la mano del chico con
sorpresa, para, poco después chocársela.
Después
de esto, los cinco se fueron para seguir jugando, sólo que esta vez, el demonio
sí que recibía la pelota, quizás incluso más veces que nadie.
Por
su parte, Reima se situó al lado de Hana, quien seguía tendida en el suelo, con
el pelo desordenado y expresión de cansancio.
-Buen
trabajo a ti también –dijo el espadachín.
-¡Jeje!
–contestó ella, haciendo una señal de victoria, gesto que provocó una sensación
agradable en el joven japonés.
Sentados
sobre la hierba, observaron el juego de los chicos.
-Como
has visto, incluso aquí, donde las relaciones entre humanos y demonios han
mejorado, puedes encontrarte casos así –comentó Hana, abrazando sus piernas-
Son pequeños detalles que, a veces,
pasan desapercibidos, y nos recuerdan que aún nos queda mucho por hacer.
Reima,
la observó de reojo. Contrariando la expresión que había mostrado antes, ahora
estaba más seria, dando lugar a una escena algo melancólica al mecerse su pelo
por el viento.
-Mi
maestro siempre decía “Cuando se trata de convencer a los demás, no existe el
camino rápido”. Es normal que pasen estas cosas.
-Aun
así, me gustaría creer que algún día desaparecerá la discriminación hacia los
demonios. Si nos proponemos un objetivo más grande, será más sencillo llegar al
máximo de gente posible, ¿no crees?
-Supongo...que
tienes razón... –respondió Reima, mientras la demonio se levantaba-. Viendo
vuestros esfuerzos, creo que podréis conseguirlo.
-Gracias.
Tras
esto, echó a andar.
-Ven
conmigo. Hay alguien a quien quiero presentarte.
-¿Otra
eminencia como el Papa? –preguntó el espadachín, medio en broma.
-No
exactamente, aunque también es amiga.
Intrigado,
la siguió.
Estuvieron
caminando por las calles de la ciudad durante una media hora hasta que llegaron
a una pequeña casa, algo apartada de las demás. Las paredes blancas reflejaban
la luz del Sol, cegándolos ligeramente, y un jardín con dos grandes árboles a
cada lado los recibió en la entrada, que consistía en un arco de piedra.
Una
vez en el jardín, del interior de la casa salió una mujer, por sus ropas, una
criada. Dos pequeñas y puntiagudas orejas que sobresalían de entre su pelo y un
cuerno recto sobre la frente, que se alzaba varios centímetros, delataban su
procedencia. Situándose frente a ellos, hizo una reverencia.
-No
hace falta que seas tan formal conmigo, Luna –dijo Hana.
-Es
una persona importante, y como tal, así es como debo tratarla –insistió la
criada-. ¿Puedo preguntar quién es el joven? No acostumbra a traer humanos
aquí.
-¡Ah!
Se llama Reima, es uno de los miembros de mi guardia.
-Mm...
–la demonio, que iba vestida con delantal blanco, una camiseta negra y una
falda del mismo color que llegaba hasta los tobillos, miró de arriba abajo al
japonés, dibujándosele una sonrisa pícara-. ¿Seguro que sólo es tu guardián?
-¡Vamos,
Luna! ¡No seas así! –contestó Hana, quitándole importancia, aunque al chico le
pareció ver algo de rubor en sus mejillas-. ¿Qué tal está? –preguntó.
-Bien.
Aunque sigue sin recordar mucho sobre su pasado, ha empezado a controlar mejor
sus poderes.
-Me
alegra oírlo. ¿Podemos verla? Me gustaría presentársela a Reima.
-Claro,
estará encantada de recibirte –realizando otra reverencia, la criada les dio la
espalda, dirigiéndoles hacia la puerta de la casa.
Una
vez dentro, Reima comprobó que el interior no era nada ostentoso pese a lo que
uno podría pensar, dado la presencia de una criada. Eso sí, los frutos de su
trabajo podían verse en el orden y la limpieza que gobernaban las habitaciones.
De
esta forma, llegaron a una densa puerta de madera que Luna golpeó levemente un
par de veces.
-Ha
venido la señorita Hana, junto a su joven guardián. Dice que no es su novio,
pero yo creo que miente.
-¡Luna!
–esta vez, Hana se alteró más que la anterior, mostrándole una sonrisa irónica
a Reima, quien la miró sorprendido.
-Luna,
no te metas con nuestros invitados.
-Sí,
señora. A partir de ahora sólo me meteré con usted.
-Eso
me gusta más. ¡No, espera! ¡Eso tampoco está bien! –exclamó la voz femenina al
otro lado de la puerta, provocando la risa contenida de Luna-. Ejem...en
cualquier caso, podéis pasar.
Al
abrir la puerta se encontraron con una chica de pelo largo y de varios colores,
algo que le daba cierta excentricidad. Sentada sobre su cama, vestía un pijama
blanco y llevaba un libro abierto sobre sus piernas.
-Hola,
Hana, ¿cómo estás? –preguntó.
-Muy
bien –respondió la aludida mientras la abrazaba cariñosamente-, ¿y tú?
-No
me puedo quejar.
-¡Oh!
Por supuesto que puede... –le susurró Luna a Reima.
-¡Te
he oído!
-¡Vaya,
que tonta de mí! –dijo con marcado sarcasmo.
-Ah...
–tras un largo suspiro, la mujer de pelo multicolor desvió la mirada hacia el
espadachín- ¿Y tú eres...?
-¡Ah,
sí! ¡Perdona! –se disculpó Hana- Él es Reima. Como ha dicho Luna, es uno de mis
guardias.
-Encantado
–dijo el chico, bajando la cabeza en señal de respeto.
-No
hace falta que seas tan formal conmigo. No es como que sea alguien rica o
importante. Encantada yo también, Reima. Mi nombre es Leviathan. Puedes
llamarme Levi para abreviar.
-Así
lo haré –aunque no dijo nada en ese momento, Reima recordaba haber leído o
escuchado sobre ese nombre en alguna parte. No obstante, no le dio más
importancia.
-Me
ha dicho Luna que sigues sin recuperar tus recuerdos.
-Sí.
Por ahora, lo mismo de siempre. Sueños en los que me enfrento a un ser
monstruoso junto con otros de mi especie. Por alguna razón, termino sintiéndome
nostálgica y triste a la vez. Últimamente también he tenido otro en el que
mueren dos personas. Sus caras están borrosas pero siento un profundo dolor
cada vez que pasa.
-Hay
veces que despierta gritando y tengo que entrar en su habitación para calmarla
–añadió Luna, su tono era más serio comparado con el de antes.
-Debe
de ser muy duro –dijo Hana, apenada-. Si puedo hacer algo para ayudarte...
-Tranquila.
Es algo a lo que debo enfrentarme yo sola. Además, tengo a Luna. Ella siempre
está a mi lado. A veces temo por su salud.
-Yo
también. Un día va a matarme –declaró la criada, cruzándose de brazos.
-Más
importante –continuó Levi- Tienes que contarme cómo van las cosas con vuestro
plan.
-¡Ah,
sí! Eh, ¿podemos sentarnos en algún sitio? –preguntó Hana.
-Claro.
Luna, ¿podrías traer dos sillas y algo de comer para nuestros invitados?
-Como
gustéis, señora.
-Yo
te ayudo –se ofreció Reima.
-No,
no. De eso nada –interrumpió la criada- Eres nuestro invitado, así que quédate
quietecito y espera a que yo traiga las cosas.
Y,
acto seguido, salió de la habitación, escuchándose sus pasos alejarse por el
pasillo.
-El
duque Marinus I, ¿eh? –dijo Levi- Durante mi viaje hacia aquí escuché sobe él.
Dicen que se trata de una persona caprichosa y egocéntrica. Tened cuidado.
-Lo
tendré en cuenta –respondió Hana.
-Aunque,
probablemente, deberías tener más cuidado con el caso de los demonios que
atacaron a tu guardia.
-¿Te
refieres a Behemoth?
-¿Has
hablado con él?
-No
sé ni si quiero hacerlo –contestó Hana, resoplando.
-Quizás
le esté dando demasiadas vueltas pero...no creo que la idea de atacar a tu
guardia fuese cosa suya.
-¿Quiere
decir que alguien les instigó a hacerlo? –interrumpió Reima.
-Puedo
creerme que Behemoth haga algo así por su cuenta, ¿qué te hace pensar que no es
así? –preguntó Hana.
-Sólo
me estoy basando en una intuición, pero tengo la sensación de que ya he visto
algo parecido antes. Unos manipulando a otros para hacer las cosas a su
conveniencia, aprovechándose de sus sentimientos... –la expresión de Levi se
volvió triste durante un momento-. Por eso creo que deberías hablar con él.
Siendo tú, quizás puedas sonsacarle información que los soldados no.
-Mm...
–la joven demonio volvió a mostrar rechazo hacia la idea, sin embargo, y tras
pensarlo detenidamente, asintió-. Aunque no estoy segura de que vaya a
funcionar...
-Podría
ir con su novio –propuso Luna, repartiendo una taza con algo para beber a cada
uno de los presentes-. La ira tiende a sacar aquello que guardamos en lo más
profundo de nosotros. Ya sabe a lo que me refiero...
-¡¿Huh?!
¡Espera! ¡¿Estás insinuando que Behemoth siente algo por mí?! –se sorprendió
Hana, quien ya había aprendido a ignorar el que tratase de emparejarla con
Reima.
-¡Claro
que sí! Me extraña que no se haya dado cuenta antes –continuó Luna.
-Pensaba
que únicamente se trataba de un sentimiento de admiración.
-A
veces van de la mano.
-No
sé, no sé.
-Usted
decide, yo sólo le estoy aconsejando.
-Tus
consejos dan miedo, Luna –dejó caer Levi.
-Aguafiestas...
–murmuró la criada.
-¡Ugh!
¡Cállate! –se quejó Levi.
La
conversación continuó sin mayores contratiempos, desviándose a otros temas.
Finalmente, Hana la dio por terminada y decidió que ya era hora que ella y el
espadachín se marchasen.
-Si
voy a tener que hablar con Behemoth, antes tendré que mentalizarme bien.
-¿Hasta
que punto le odia? –preguntó Luna, frunciendo el ceño.
-No
es que le odie, pero es un pesado, hasta el punto de considerarse un acosador.
Siguiendo
a la gobernanta, el joven japonés se levantó de su silla y se dispuso a salir
del dormitorio.
-Espera,
Reima –le detuvo Levi-. ¿Te importa si hablo un momento a solas contigo?
El
chico se giró hacia Hana.
-No
tienes por qué pedirme permiso –rió la demonio-. Te espero fuera.
Asintiendo,
volvió a sentarse mientras Luna y Hana cerraban la puerta tras de sí.
-¿De
qué quiere hablar, Levi?
-Tutéame,
hazme el favor. Me siento rara si no lo haces –dijo afablemente la demonio-.
¿Puedo hacerte una pregunta algo personal?
-Sí...
supongo.
-¿Por
qué decidiste unirte a Los Pacificadores? Contéstame con sinceridad.
Aquella
pregunta le pilló desprevenido, cuestionándose también por qué querría ella
saber algo así. No obstante, decidió meditar la contestación, llevándole varios
segundos el hacerlo.
-La
verdad es que... no lo sé –dijo Reima, sintiendo de repente que hasta ese momento
no lo había pensado en serio-. Creo que simplemente pensé que tenía que...
hacer algo. Y cuando me lo ofrecieron, acepté. Quisiera pensar que fue porque
quería ayudar o incluso por el dinero pero, la verdad es que no lo sé.
-Me
lo imaginaba –extrañado, se fijó en que Levi ya esperaba una respuesta así-.
Dime, ¿había alguien en tu vida a quien estuvieses muy apegado? Alguien a quien
respetases más que a ti mismo.
-Mi
maestro...
-Pero
él murió, ¿no es así?
Reima
se limitó a asentir.
-No
es de extrañar entonces que no comprendas por qué elegiste venir aquí. Has
perdido tu objetivo, y ahora simplemente vas dando tumbos por la vida buscando
algo por lo que vivir o por lo que morir.
-¿Por
qué me dices esto? –preguntó, sintiéndose algo molesto.
-Porque
tienes la misma mirada que yo cuando perdí mis recuerdos. No saber quién eres
es como perder de vista tu objetivo, ¿sabes? Caminas buscando algo que no
conoces, sin estar segura de si algún día lo encontrarás, hasta que llegas a un
punto en el que incluso prefieres la muerte a vivir de esa manera. Lo que
quiero decirte con esto, es que no sigas por esa senda o acabarás muerto. En mi
caso, tuve suerte. Encontré un objetivo y, lo más importante, alguien que sigue
ayudándome en mi camino para conseguirlo.
-¿Te
refieres a Luna?
-A
esa chica la salvé cuando todavía era una niña. Sólo fue un acto de caridad.
Nada importante desde mi punto de vista. Sin embargo, para ella significó todo.
Hasta el punto de que hoy en día todavía sigue cuidando de mí. Sin pedir nada a
cambio, sólo porque así lo desea. Es realmente increíble –dijo, sonriendo con
ternura, como recordando una gran experiencia-. No te rindas, Reima. No busques
morir en el campo de batalla, porque algún día encontrarás algo por lo que
quieras vivir. No te dejes morir. Ese es el consejo que quería darte.
Intentó
decir algo en contestación, pero le fallaron las palabras. Por ello, únicamente
asintió y se marchó.
Una
vez en el jardín, Hana y él se dispusieron a despedirse de Luna. Reima se quedó
durante un momento plantado, mirando fijamente a la criada.
-¿Huh?
¿Qué te pasa? –preguntó ella- No me digas que ya te has cansado de Hana y ahora
quieres ir a por mí.
No
contestó. Se mantuvo en silencio, ante el desconcierto de la mirada de las dos.
-¿Crees
que sois felices? –de repente, Reima rompió el silencio, dirigiéndose a Luna.
-¿Quiénes?
-Tú
y Levi.
En
un principio la demonio se dispuso a hacer una broma sobre ello pero, al ver la
expresión seria del joven, decidió dejarlo para otro día.
-No
sabría decirte. Para mí, la felicidad es algo muy complejo. Pero estamos bien.
Por ahora, eso me basta.
De
vuelta, Hana observó al chico japonés con preocupación.
-¿De
qué habéis estado hablando Levi y tú? Si hay algo que te preocupe con respecto
a lo que te haya dicho, puedes contármelo.
-No...es
sólo que, me he dado cuenta de que aún hay muchas cosas que no comprendo. Mi
maestro era lo único que tenía. Mis conocimientos, mi vida, todo giraba en
torno a él. Pero, cuando murió... y cuando vengué su muerte... lo único en lo
que pensé fue en seguir blandiendo la espada. Creí que así volvería a sentir
algo...
-Si
necesitas a alguien que te muestre el camino, cuenta conmigo. Haré todo lo que
esté en mi mano para ayudarte.
-Gracias,
Hana.
La
voz tan sincera con la que pronunció aquellas palabras pillaron desprevenida a
la demonio, quien desvió la mirada.
-N-no
hay de qué... –respondió apuradamente, con una mano en el pecho y la cara
sonrojada.
-¿De
qué han estado hablando? –preguntó Luna a Levi- Ese chico me ha hecho una
pregunta muy rara.
-¿Qué
opinas de él, Luna?
-Mm.
Parece una buena persona, pero me da la sensación de que se siente un poco...
¿perdido sería la palabra?
Levi
cerró el libro y se levantó de la cama.
-¿Eh?
–se extrañó la criada, al verla sonreír.
-Tengo la impresión de que, tarde o temprano, eso
cambiará...