Cuando Kai y Miruru entraron en la choza, se encontraron con una gran habitación que ocupaba la mayor parte de ella. No supieron bien si se trataba de un estudio o un comedor, pues, en lo que a muebles respectaba, había un poco de todo: un pequeño armario ropero en el lado derecho; una mesa en el centro, junto a un par de viejas sillas de madera; y un escritorio al final, donde había dispuestas varias cajitas de distintos colores y con una gran cantidad de plantas en su interior.
Justo arriba del escritorio, había otro armario más pequeño colgado de la pared, el cual podía usarse como despensa o para guardar platos, tazas u otros utensilios; y, a su lado, la única ventana de aquel cuarto que daba al exterior.
-Está bastante limpia –declaró Miruru mientras pasaba un dedo por encima de la mesa del centro.
-Igual que cuando vivía aquí. Ni siquiera ha cambiado los muebles de sitio.
-¿Y dónde está él? –preguntó la chica, abriendo el armario ropero.
-¡Oye, no cotillees sus cosas!
-Lo siento. Me ha podido la curiosidad –se disculpó la chica, sonriendo a la vez que cerraba la puerta.
En ese momento, sintiendo un peligro acercarse, Miruru saltó hacia el centro de la sala, justo a tiempo para evitar una onda de choque que alcanzó el escritorio, haciendo trizas parte de éste.
-¡¿Quién anda ahí?! –preguntó una voz, entrando por otra puerta que llevaba a una habitación contigua.
Era un hombre de entre cuarenta y cincuenta años; pelo largo, negro y desaliñado; barba de varios días, mal afeitada; y expresión cansada. Agarraba con una mano una muleta mientras que extendía la otra hacia los intrusos.
-¡¿Qué queréis de... mí...?! –inquirió de nuevo hasta detenerse frente a los dos jóvenes, a quienes observó entrecerrando sus pequeños ojos, cambiándole la expresión- ¡¿Kai?! ¡¿Eres tú, Kai?! –dijo, dubitativo, mientras el chico ayudaba a levantarse a Miruru.
-Hacía tiempo que no te veía, maestro.
Sorprendido, el hombre esbozó una gran sonrisa, dándole un aspecto más afable.
-¡Has vuelto! ¡Qué bien te veo! –exclamó, caminando, no sin esfuerzo, hacia él y poniendo una mano sobre su hombro- ¡¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?! ¡¿Encontraste a quien buscabas?! –haciendo una pregunta tras otra, se fijó en Miruru- ¡¿Y quién es esta chica?!
-Tranquilo, todo a su debido tiempo. Si te contase todo por lo que ha pasado hasta hoy, estaría días hablando.
-¡Ja ja! Tienes razón. Poco a poco –dijo mientras daba media vuelta y volvía a la habitación de la que acababa de salir- ¡Pasad! ¡Pasad! ¡No os cortéis! ¡Estáis en vuestra casa!
-¿No va a hacer nada al respecto? –le susurró Miruru a Kai, señalando el escritorio roto.
-Ya nos ocuparemos más tarde –sentenció el joven.
-¡Ugh! –se quejó el hombre al sentarse de nuevo en su cama.
La habitación a la que habían entrado era su dormitorio. Bastante simple en diseño, más incluso que la primera habitación. Pues sólo había una cama y una pequeña mesita de noche, bastante rudimentaria.
Al igual que en la otra, también había una ventana. Aparentemente, las únicas fuentes de luz.
-¿Te encuentras bien, maestro? –preguntó Kai, preocupado por el quejido del hombre.
-Por desgracia, Kai, mi hora está cada vez más cerca. El Radiar ha hecho bastante mella en mí –contestó el hombre, mirando a su discípulo- No pongas esa cara. Ambos sabemos que este día llegaría. Mi cuerpo ya no me obedece como antes. ¡Pero bueno, no hablemos de cosas tristes! ¡Antes de nada, preséntame a la chica!
-Ah, ella es Miruru, mi...
-¡Tu novia! ¡Veo que no pierdes el tiempo, chico!
-Bueno, en nuestro caso, no he sido yo precisamente quién ha dado el primer paso –recalcó Kai.
-Siento haberte atacado, muchacha –se disculpó el hombre.
-No puedo culparte por querer proteger tu casa. Aunque me gustaría que la próxima vez preguntases primero antes de intentar matarme –replicó ella.
-Cuando llevas mucho tiempo, eso se hace complicado, pero lo tendré en cuenta. ¿Y bien? ¿Qué os trae por aquí? No me digas que has venido a visitarme.
-¿Bromeas? No lo pones fácil a la hora de recibir visitas. Aunque, lo cierto es que, en parte, no te equivocas. Hemos venido, principalmente, para recolectar unos cristales producidos por una especie de planta de este oasis –explicó Kai.
-Supongo que te refieres a la azraniela.
-Así es.
-Son un poco difíciles de tratar, así que recomiendo que tengáis cuidado –dijo, tras lo que se detuvo un momento, cavilando sobre algo-. De hecho, tengo algo que quizás os pueda servir de ayuda.
Acercando su mano a la mesita de noche, abrió un pequeño cajón de cuyo interior sacó un pequeño cilindro con dos orificios a cada extremo, uno de ellos más pequeño que el otro. Por su forma, recordaba a una flauta o instrumento similar.
-Tomad –dijo mientras se la entregaba a Kai-. Si sopláis por el pequeño de los dos, emitirá un silbido que calmará tanto a la fauna como a la flora de este oasis. Me ha sido muy útil, sobre todo ahora que estoy más limitado.
-Gracias –dijo el chico.
-¿Entonces? Has dicho que, en parte, sí habéis venido a verme
-Sí. Hay algo que necesitamos saber y es posible que nos puedas ayudar.
-¿De qué se trata?
-¿Conoces el proyecto Gaia?
De repente, el rostro del hombre se ensombreció, cambiando su tono de voz a uno más severo.
-¿Dónde has escuchado ese nombre?
-Digamos que he tenido mis rencillas con ellos. ¿Te suena el nombre de Quattuor?
-Sí. Sé quién es. No me digas que ha venido contigo.
-Sí, aparte de nosotros está él, y dos más. Un chico y una chica.
-¡¿Una chica de pelo azul y otro de pelo negro?! –preguntó el hombre, emocionado- ¡¿Bastante impulsivos?!
-Uh... –respondió Kai, sorprendido por su reacción- Bueno... no sé... ¿puede que sí?
Al recibir aquella contestación, su maestro comenzó a reírse a carcajadas, llegando a tener que sujetarse el vientre.
-¿Qué le pasa? –preguntó Miruru, a lo que Kai respondió encogiéndose de hombros.
-¡Es increíble! ¡El mundo es un pañuelo!
-Entonces, a ellos también les conoces.
-Sí. Aunque hacía tiempo que no sabía nada de ellos.
-¿Y bien? ¿Nos dirás lo que queremos saber? –preguntó el joven
-Traedlos aquí. Cuando estéis todos, os lo contaré todo –sentenció, secándose las lágrimas de los ojos.
-¡Parece que les hemos despistado! -dijo Ivel.
-¿Por qué hay tantos? –preguntó Karteh, sentándose a descansar junto a uno de los árboles.
-Deben de ser muy prolíficos. Será mejor que no nos detengamos mucho. Con más razón, si queremos encontrar esos cristales. ¡Sígueme! –indicó Ivel.
-Sí, señora.
Al cabo de un rato, llegaron a un lugar donde la vegetación cambiaba completamente, desapareciendo los árboles y quedando únicamente hierba y arbustos. Entre toda esa maraña, había una especie de plantas cuyo tallo era de color negro y en cuya parte más alta, había sujeto un cristal transparente, dándole parecido a una farola a pequeña escala.
-Son éstas, ¿no? –preguntó Ivel.
-Sí, igualitas que en el dibujo. Recuerdo que Sarah dijo algo de que ese cristal les servía para atraer animales.
-Entonces será mejor que lleves cuidado. Vigilaré tu espalda, por si acaso.
-Gracias –contestó el chico, levantando el pulgar.
Tras esto, avanzó con sigilo hasta una de ellas. No sabía exactamente cuantos cristales necesitaban, así que pensó en tres o cuatro para empezar. Por lo menos, hasta encontrase a los demás.
Alargando el brazo, y con cuidado de no tocar nada que no fuese el cristal, alcanzó la superficie del objeto y lo agarró, despegándolo de la planta sin que sucediese nada.
-No parece muy difícil –comentó, algo más confiado.
Así pues, hizo lo mismo con otras dos plantas, de nuevo, sin que surgiese ningún problema.
-Vas bien, ya sólo te queda una –indicó Ivel.
Asintiendo, se dirigió a la última, con la misma precaución que había tomado con las anteriores tres.
En ese momento, un enjambre de insectos, parecidos a libélulas, pero más grandes y alargados, y con mayor número de alas; apareció de entre unos arbustos cercanos y se lanzaron a por el cristal, pillando por sorpresa al joven, quien lo agarró con rapidez, dando lugar a que las raíces de la azraniela, se enganchasen a sus tobillos y muñecas.
-¡Kareth! –exclamó Ivel, disponiéndose a ayudarle.
Por su parte, él transformó sus brazos y piernas, y se liberó de sus ataduras. Aunque, por desgracia, eso no evitó que los insectos le acosasen, debido a que seguía teniendo los cristales en sus manos.
Por ese motivo, las demás azranielas también reaccionaron, obligando a cortar algunas raíces para poder llegar hasta su amigo.
-¡Justo cuando iba a terminar! –se quejó Kareth.
-¡Me temo que esas plantas no son nuestro único problema! –dijo Ivel, observando cómo el resto de la vegetación también alargaba sus tallos, hojas y raíces hacia ellos, atrapando a algunos insectos por el camino, a los que hundieron bajo tierra.
-¡Maldita sea! –dijo Kareth, transformándose por completo en un Eraser justo cuando se escuchaba un silbido a lo lejos.
-¡¿Qué es eso?! –preguntó la nómada, viendo cómo las raíces se detenían y volvían a su estado original.
-¡Deprisa! ¡Coged los cristales y salid! –exclamó un voz.
Haciéndole caso, ambos escaparon de allí, volviendo a introducirse entre la arboleda. Momentos después, dos personas se reunieron con ellos.
-¡Menos mal que hemos llegado a tiempo! –se alegró Kai.
-¡Kai! ¡Miruru! –se sorprendió Kareth al verles- ¿Habéis sido vosotros los del silbido?
-¡Sí! –contestó el nigromante, enseñando el instrumento cilíndrico que les había dado su maestro- ¡Luego os lo explico! ¡Larguémonos!
Después de un corto trayecto, llegaron hasta la choza.
Desde el exterior podía observarse una puerta de entrada a la que podía accederse mediante dos escalones, y una barandilla que limitaba un minúsculo porche son suelo hecho por tablas de madera sobre el que había apoyada una silla blanca de diseño ordinario.
-Bienvenidos a la humilde morada de mi maestro –dijo Kai, orgulloso.
-Si esperabais algo mejor, os comprendo –añadió Miruru, antes de fijarse en Ivel- Por cierto, ¿quién eres tú?
-Lo primero es lo primero –dijo Kareth, intentando poner un poco de orden- ¿Qué ocurrió cuando nos separamos?
-Pues, tras salir volando, ella y yo acabamos encima de uno de esos animales, el cual, al darse cuenta de que estábamos ahí, se desvió de la manada, sacudiéndose como un loco para echarnos. Cuando por fin lo consiguió, se marchó de allí, dejándonos solos en mitad del oasis –explicó Kai.
-Y supongo que entonces estuvisteis vagando por ahí hasta acabar en este sitio –sentenció Kareth, señalando la choza.
-Exacto. Como ya la había visto antes, no tardé en reconocerla. Y, una vez entramos, nos encontramos con mi maestro.
-Al verle, me sorprendí mucho. Siendo el maestro de Kai, esperaba a alguien más grande, fuerte y, no sé, ¿más guay? –dijo Miruru.
-Mi maestro ya no es lo que era. El Radiar ha afectado su cuerpo, y ahora apenas puede moverse. Tiene que llevar una muleta hecha por él mismo para poder caminar.
-¿Y cómo supiste dónde estábamos? –preguntó Kareth.
-Le conté por qué habíamos venido. Entonces nos dio esta especie de silbato y nos dijo cómo llegar hasta las azranielas.
-Pues qué suerte que llegaseis a tiempo.
-El resto, ya lo sabéis.
-Gracias por la ayuda –dijo el guerrero extendiendo su mano.
-No hay de qué –respondió Kai, chocándosela, tras lo que dirigió su mirada hacia Ivel.
-Ella es Ivel. Después de separarme de vosotros, la encontré en... bueno, eso no importa. El caso es que es una buena amiga tanto mía como de Sarah. Me ha echado una mano recolectando cristales y gracias a ella he conseguido algunos –dijo, señalando los que tenía bajo su brazo izquierdo.
-Encantado, Ivel. Yo soy Kai, y ella es Miruru –saludó Kai, señalando a la semidiosa, quien se adelantó unos pasos y extendió alegremente la mano, siendo ésta estrechada, con algo de desconfianza, por la nómada.
-¿Qué es eso? –preguntó de repente Miruru, asomándose por detrás de ella- ¿Un tercer brazo? –preguntó mientras alargaba su mano con intención de tocarla, ante la atenta mirada de su propietaria.
-¡Oh! ¡Genial! ¡Eres la primera persona que veo con una mutación!
-¿Tú también? –preguntó Ivel, con curiosidad, a lo que Miruru respondió moviendo su cola de un lado a otro.
-Aunque seguro que la tuya es más útil –replicó.
-En combate, sí, y... ¡¿Qué haces?! –se interrumpió a sí misma al sentir cómo la otra chica jugaba con los dedos de su tercera mano.
-Sólo estoy comprobando si se mueve. ¡Es una pasada!
-¡Miruru! ¡Déjala tranquila! –la riñó Kai, resoplando-. Discúlpala, cuando ve algo que llama la atención, no hay manera de pararla.
-N-no pasa nada. Sólo que me ha sorprendido un poco. –contestó Ivel.
-Cambiando de tema. ¿Sabéis algo de Quattuor y Sarah? –comentó Kareth.
-Me temo que no. Antes de nada, deberíamos buscarles –sugirió Kai.
En ese instante, se escuchó un ruido justo detrás de ellos, apareciendo de entre los árboles el cadáver de una de las serpientes contra las que se habían estado enfrentando al llegar.
Al caer al suelo, levantó tal cantidad de tierra que tuvieron que taparse los ojos para evitar quedarse ciegos. Una vez pudieron volver a ver, descubrieron a dos figuras caminando hacia ellos.
-Te dije que me la dejaras a mí –dijo la voz de una chica.
-Me apetecía hacer algo de ejercicio –contestó la de un hombre.
-Con eso no tendrías ni para empez... ¿eh? –se detuvo ella, al notar la presencia de los demás, quienes les miraron sorprendidos.
-Eres un bruto, Quattuor –dijo Kai, echándose una mano a la cabeza.
-¿Crees que bastará? –preguntó Kareth a Sarah enseñándole los cristales.
-No estoy segura, puede que sea mejor alguno más, por si acaso.
-Por lo menos, esta vez tenemos el silbato de nuestra parte –añadió Ivel.
-Gracias por tu ayuda, Ivel. Me alegro de verte –dijo Sarah.
-Si de verdad quieres agradecérmelo, tenéis que venir a ver a los demás. Hina se alegrará mucho –sonrió Ivel.
-¿Cómo está?
-Se esfuerza mucho por ayudar a los adultos, pese a lo pequeña que es. Dice que quiere llegar a ser tan fuerte como tú.
-¡Ja ja! ¡Me encantará volver a verla! –dijo mientras acariciaba el colgante que le regaló la niña.
-Siento interrumpir esta reunión tan emotiva, pero nos están esperando –interrumpió Quattuor, señalando la choza.
-Sí, sí –respondió Sarah.
-Por cierto, Quattuor, ¿que os pasó a vosotros después de separarnos? –preguntó Kareth.
-¡Ja! Será mejor que no hable o alguien me matará –dijo mientras miraba de reojo a Sarah, quien se sonrojó ligeramente.
Nada más entrar, los cuatro se fijaron en la parte rota de la mesa.
-¡¿Qué ha pasado aquí?! –preguntó la chica de pelo azul.
-Ni idea, pero me da miedo preguntar –dijo Kareth.
-¡Por aquí! –exclamó Miruru desde la habitación contigua, donde la encontraron junto con Kai y un hombre más mayor que los miraba sonriente.
-Él es mi maestro. Su nombre es Eigar.
-Puedes dejar de llamarme maestro, Kai. A estas alturas, es fácil que ya me hayas superado.
-Nosotros somos... –comenzó Kareth
-Ya sé quienes sois, chico, aunque no por vuestros nombres actuales –contestó, desviando su mirada hacia Quattuor-. Si estás con ellos, asumo que escapaste.
-Sí.
-Parece que Meriah no confió en ti en vano.
-Meriah. ¿Es así como se llamaba esa mujer? –preguntó el descendiente, a lo que Eigar respondió asintiendo- Así que ella esperaba que cambiase de bando.
Tras aquel pequeño intercambio de palabras, Eigar volvió a Sarah y Kareth.
-Es increíble lo que habéis crecido. Si vuestros padres os viesen, se sentirían orgullosos.
-¿Nuestros padres? –preguntaron ambos al unísono.
-Veo que todavía no lo sabéis –se extrañó el hombre al ver cómo se miraban sin entender a qué se refería- Sois hermanos.