Multitud de personas se habían arremolinado alrededor de la calle principal, formando un pasillo.
En mitad de dicho pasillo, había un hombre de mediana estatura, pelo ligeramente canoso en la zona de las patillas y el resto de color negro, y que presentaba una cicatriz cruzando su ojo derecho. Tenía una expresión seria, para algunos, aterradora, y vestía una capa del mismo color que su pelo, impidiendo ver el resto del cuerpo.
“Así que ése es el gobernador de los territorios del norte”, pensó Kai mientras desplazaba lentamente la mirada para observar al resto de su séquito, centrando la mirada en otra persona, situada a la izquierda del soberano, que vestía de la misma forma, siendo la única diferencia que su capa le cubría la cabeza casi completamente, dificultándole el verle la cara desde el tejado en el que estaba.
A su derecha, había un hombre delgado, alto, pelirrojo y de aspecto afable y relajado. Vestía una camiseta de tirantes, poco ortodoxa en un evento de esa importancia, y unos pantalones largos. No obstante, lo más llamativo colgaba a su espalda. Algo que cualquiera hubiese juzgado a primera vista como un gran martillo de batalla y que, sin embargo, al fijarse en el otro extremo del arma, donde debiese estar el mango, hubiese descubierto otra cabeza de metal, exactamente igual a la del lado contrario. Aquello le hacía preguntarse cómo era capaz de cargar con todo ese peso.
El resto del séquito que iba tras el trío parecía gente más normal. Algunos tenían pinta de asesores políticos, otros de soldados... incluso los había que llevaban tambores con los que marcaban el ritmo al que caminaban, además de aquellos que llevaban banderas con el símbolo de la Unión Imber, el cual no solía verse a menudo. El propio Kai aseguraría que, durante el tiempo que estuvo con Miruru en los territorios del norte, no llegó a verlo en ninguna ocasión.
Éste consistía en un dibujo donde se podían observar gotas de agua, representando la lluvia, cayendo sobre tierras yermas y dos espadas cruzadas en diagonal.
Desde su perspectiva, si lo que pretendían con esa imagen era exaltar su lucha contra el estado de las tierras, se contradecían.
Pocos soldados para venir a territorio todavía enemigo. Pese a ello, Kai sabía bien cuál era una de las mayores fuentes de poder del norte. Algo que permanecía escondido en las sombras: el bajo mundo.
Ahí, mercenarios, asesinos, “Spheres”, ladrones, “Geads” ilegales que no compraban información, etc. eran los verdaderos enemigos a temer y quienes mantenían una estrecha relación con su gobierno.
Divagando sobre ello, pensó en Anna, preguntándose si habría llegado a coronarse como la líder. Si ese era el caso, no había que descartar que estuviese entre los asistentes, ocultando su estatus de alguna forma.
En cualquier caso, el chico no estaba allí sólo para observar, sino como partícipe del plan de los Rebeldes para infiltrarse en el recinto de gobierno, donde iba a tener lugar la reunión. Y, para ello, tendrían que provocar el caos mediante un grupo de revolucionarios.
Días antes, habían estado ayudando a su líder, Garth, a reunir más gente. Su intención era tomar como rehenes a ambos gobernadores para negociar una mejor situación para los habitantes de la facción. Pese a haber conseguido que un gran número de personas se uniese, puede que no fuesen suficientes para lograr el objetivo.
En ese momento, sus ojos se posaron sobre una de sus acompañantes, Miruru. La chica le devolvió la mirada, pero no tardó en apartarla, visiblemente molesta. En respuesta, Kai dejó escapar un suspiro mientras recordaba lo que ocurrido.
“-¿Qué quieres decir
con que es mejor que no lo hagamos? –preguntó Kai, confuso tras escuchar a su
compañera.
Ella bajó la cabeza,
algo nerviosa, mientras agarraba uno de sus brazos.
-Es peligroso. Esas
personas podrían morir. ¿De verdad crees que está bien aprovecharse de ellos?
-Miruru, entiendo lo
que quieres decir, pero es lo que ellos quieren. Nosotros no les estamos
obligando a hacerlo. Simplemente, nos viene bien para nuestro objetivo.
-Puede que tengas
razón, pero aun así Kai, esa chica sólo tiene a su padre. Si le pasase algo, se
quedaría completamente sola. Tiene que haber otra manera de poder entrar sin
arriesgar sus vidas.
-¿Qué sugieres?
-¿Y si nos encargamos
nosotros de causar la revuelta? Con nuestro poder seguro que lo conseguiremos.
-¿Has pensado en qué
pasará si fallamos? Es posible que tengamos más posibilidades de conseguirlo,
pero, si fallamos, el resultado será irreparable. Piénsalo. El líder de los
Rebeldes y los únicos que saben la verdad sobre el proyecto Gaia capturados, o
pero, asesinados. No habría nadie capaz de detenerles. Habiendo descendientes
cerca, tenemos que evitar que nos descubran y actuar en el momento oportuno.
-¡Entonces para
asegurar que sobrevivamos es mejor utilizarles a ellos!
-¡No los estamos
utilizando! ¡Ya te lo he dicho, lo hacen porque quieren!
-¡Entonces, ¿por qué no
les hemos contado la verdad?! ¡¿Por qué no les hemos dicho que queremos
aprovecharemos del caos para entrar allí y dejarlos a su suerte?!
-¡No les vamos a
abandonar! ¡Parte de nuestro grupo se quedará a ayudarles!
-¡Tú sabes bien que eso
no será suficiente! ¡Al final, les estamos abandonando!
-¡¿Y qué propones,
entonces?! ¡¿Acaso puedes darme tú una solución para que consigamos secuestrar
a los gobernadores y llegar a final feliz del que hablas?! ¡El futuro de la
humanidad está en juego! ¡Debemos hacer sacrificios!
Antes aquella
respuesta, Miruru se sorprendió. Por alguna razón, que fuese Kai quien lo
dijese le dolió mucho más que si hubiese sido otra persona.
-Esto no me lo esperaba
de ti. Creía que te preocupabas por los demás. Eso no es lo que ella habría
hecho en tú lugar –contestó la chica, tras lo que volvió a la habitación,
dejando al joven sin palabras.
Sabía bien a quién se
refería con “ella”, y estaba seguro de que habría hecho lo que fuese, incluso
si eso hubiese significado sacrificarse ella misma, para salvarlos a todos. De
hecho, ¿acaso no hizo lo mismo con él?
-Dime, ¿qué debería hacer entonces, May?”
Afligido por la situación, Kai intentó no pensar en ello y centrarse en su misión. Ya encontraría más tarde una forma de solucionarlo.
Por otro lado, los visitantes de la unión llegaron frente a la puerta hacia el recinto de gobierno, abierta de par en par, y donde había otro grupo esperándoles.
Éste estaba encabezado por el gobernador de la facción, vestido con su característica y gigantesca armadura de color negro. Desde los laterales casco, el cual impedía ver su rostro, sobresalían sendos cuernos, formando una especie de cáliz sobre su cabeza. La parte que cubría su cara consistía en una superficie convexa donde no se observaban agujeros para ver o respirar. Sus brazos, al igual que sus piernas, eran grandes y arqueados, con un pequeño pico sobresaliendo en la zona de los codos que se curvaba ligeramente hacia la mano. En cuanto al resto del cuerpo, ésta parecía ajustarse mejor a la anatomía de su usuario.
En cualquier caso, aquella armadura resultaba imponente a todo el que la mirase, pese al aspecto robótico que le daba al soberano.
A su lado se encontraba el chico de cabello extraño que había estado el otro día hablando con los soldados.
“Así que ese es Sextus”, pensó Kai al recordad las palabras de Quattuor.
“-Ése debe de ser Sextus –respondió Quattuor tras contarle lo que habían visto él y Kareth- Tal y como lo describís, no puede tratarse de otro. Será mejor que tengáis cuidado. Es un semidios capaz de crear espacios en los que todo lo que entra desaparece.”
Frunciendo el ceño, el joven continuó observando al resto de acompañantes: soldados al servicio del gobernador, a quien respetaban como líder y le eran sumamente fieles.
Desde allí, pudo ver la solemnidad de su postura y su excelsa coordinación. Uno de ellos enarbolaba la bandera con el símbolo de la facción, consistente en un cielo de noche con la luna llena en el centro. En la parte de abajo aparecía un risco en cuya cima se erigía la figura de un gran lobo.
Al darse cuenta de que la comitiva de norte se acercaba a la del oeste, Kai se giró hacia su otra acompañante, Sarah, quien le devolvió la mirada, asintiendo. Con este gesto, ambos entendieron cuál era el siguiente paso, siendo la chica quien dio media vuelta para avisar al resto del equipo.
Era el momento de prepararse. Una vez los gobernadores estuviesen enfrente el uno del otro, los revolucionarios, liderados por Garth y apoyados por Quattuor y Kareth, irían directamente a por ellos. Entonces, Sarah y Miruru los cubrirían desde la distancia mientras Razer y los demás incitaban a más gente a unirse a la revuelta, abriéndose hueco entre los demás para llegar hasta los gobernadores, haciéndose pasar por soldados ilusorios con la ayuda de Kai.
Todos estaban en posición, y los gobernadores cada vez más cerca.
En ese momento, ocurrió lo inesperado.
Haciendo uso de su poder para impulsarse, elevando el tejado bajo sus pies, Miruru saltó hasta situarse en mitad de ambos soberanos, como si pretendiese intermediar en su relación.
La sorpresa fue tan grande que ninguna de las tres partes supo reaccionar al instante, siendo Sarah y Kai los únicos en optar esconderse para evitar que se les relacionase con aquella situación.
“¡¿Qué está haciendo?!”, se preguntó el nigromante. Segundos después, todos los soldados y guardaespaldas de los gobernadores levantaron sus armas contra la recién llegada, quien levantó los brazos sin oponer resistencia. El encapuchado que se encontraba junto al líder de la unión avanzó hacia Miruru, siendo detenido por el dirigente con un gesto de su mano. Los demás, fuesen civiles o no, se mantuvieron expectantes.
-Eres valiente para presentarte así en un evento como éste. Dime, ¿quién eres? –preguntó el líder de la unión.
-Me llamo Miruru, y lo he hecho porque hay algo que tengo que deciros a los dos.
-¿Ah, sí? ¿De qué se trata?
-Es sobre esta guerra y sobre el hecho de que estáis siendo engañados.
-Qué interesante –dijo el hombre, arqueando las cejas por la sorpresa- ¿Y cómo sé que no te ha enviado el imperio?
-Si el imperio hubiese ido de frente, hubiese enviado a un ejército –respondió ella, con contundencia, haciendo sonreír al gobernador.
-No creo que debamos fiarnos de ella. Será que la matemos –dijo el encapuchado.
-Espera –dijo con calma el soberano-. Eres una chica interesante pero, ¿qué te hace pensar que te creeremos?
-Nada. Matadme si no confiáis en mí, no me resistiré, pero tendréis que enfrentaros a las consecuencias de no escucharme.
Examinándola de arriba abajo, como si estuviese buscando un arma escondida entre sus ropas, el gobernador de la Facción Nix se mantuvo en silencio, de brazos cruzados. Mientras tanto, sus súbditos seguían apuntando a la joven con sus rifles, esperando la orden de su líder.
Entonces, el soberano del norte asintió. Su mirada denotaba interés y, al mismo tiempo, cierto orgullo por la postura de la joven.
-Me gusta cómo hablas. Ya que has venido, no me importaría darte una oportunidad –declaró.
-¿Estás seguro? –preguntó, está vez, el hombre pelirrojo que estaba a su lado.
-Sí. Además, hace ya un tiempo que tengo algunas dudas. Quizás esta chica pueda ayudarme. Y si no me satisface su historia, ya sabes lo que hacer –continuó, a lo que su subordinado se limitó a asentir- En cualquier caso, esta decisión no sólo depende de mí –indicó mientras señalaba al gobernante de la facción- Éste es su territorio, y por respeto a nuestro acuerdo, no recae en mí la totalidad de esta decisión.
Tras esto, la chica se giró para mirar al otro grupo, sorprendiéndose al encontrarse de cara con aquella armadura.
-No me importa, pero será mejor que sigamos hablando dentro –respondió el hombre en su interior, realizando un gesto con la cabeza mediante el cual dos soldados se acercaron a ella y la cogieron de los brazos, amordazando sus manos y situándolas a su espalda.
-¡Ah! –exclamó ella, sobresaltándose.
-Supongo que entiendes que no puedo dejar que te muevas libremente. El que lo permita no significa que confíe en ti –sentenció, dando media vuelta y dirigiéndose a los edificios que tenía detrás. Los demás siguieron sus pasos hasta que los últimos de ellos cerraron las puertas, dejando a los civiles entre expresiones y murmullos de incredulidad.
-¡¿En qué estaba pensando esa chica?! –exclamó Quattuor una vez el equipo se hubo reunido de nuevo.
-¡No lo sé! ¡El otro día me dijo que no estaba de acuerdo con el plan, pero no pensé que llegaría tan lejos! –replicó Kai.
-¡Tendrías que habérnoslo dicho!
-¡¿Y qué habríais hecho?! ¡¿Amordazarla?!
-¡No habría estado mal!
-¡Te habría dado una paliza antes de hacerlo!
-¡¿Quieres ver quién le da una paliza a quién?!
Justo cuando parecía que ambos iban a enzarzarse en una pelea, fueron detenidos por Sarah, quien se interpuso entre ambos.
-¡Ya está bien! ¡Quattuor, la única responsable de sí misma es Miruru y nadie más! ¡Y aun así, sólo ha hecho lo que ha considerado mejor para todos!
-¡¿Lo mejor todos?! ¡Por su culpa el plan ya no sirve! ¡Ahora tendremos que empezar de cero y eso contando con que encontremos una estrategia que nos sirva!
-De todas formas, no creo que enfadarse sirva de nada –intervino Kareth-. Si la única opción que tenemos ahora es empezar de nuevo, debemos mantener la cabeza fría.
-Aah... –suspiró Quattuor tras unos segundos de reflexión, dejando escapar una mueca de desagrado. Tras esto, se alejó unos metros y apoyó su espalda sobre la pared de una casa cercana al recinto de gobierno.
-Lo que más debería preocuparnos ahora mismo es el estado de Miruru. No sabemos si la escucharán o incluso, aunque lo hagan, la dejarán vivir después de hacerlo –comentó Razer-. Les cuente lo que les cuente, no hay ninguna garantía de que la crean. De hecho, hay más probabilidades en su contra.
-Tienes razón, aunque hay algo que no acabo de entender –consideró Kai.
-¿El qué? –preguntó Kareth.
-Me refiero al gobernador de la unión. Después de escucharla, aceptó poner muchas pegas.
-Puede que simplemente le pareciese divertido. –señaló Razer.
-No. Parecía estar interesado de verdad, pero no tengo claro por qué.
-Bueno, ya lo averiguaremos luego. Tanto por el bien de nuestro objetivo como por el de Miruru, será mejor que nos demos prisa y pensemos otra manera de entrar –sentenció Kareth mientras observaba la verja que había delante de ellos.
-Quédate aquí hasta que te avisemos –dijo uno de los soldados mientras cerraba la puerta metálica que daba entrada a aquella habitación y se marchaba por donde había venido.
Miruru se quedó allí sola, en una pequeña cámara de aspecto cuidado y limpio. Las paredes tenían adornos dorados y eran de color rojo, había una cama junto a uno de los extremos y, al lado de ésta, un escritorio de madera.
Frente a ella, pudo ver un gran ventanal con una verja metálica antepuesta al cristal, dispuesta allí con el mismo objetivo que la puerta, mantenerla presa.
-Es un lugar bastante acogedor pese a tratarse de una prisión –murmuró. Aunque, desde su punto de vista, no sería muy difícil escapar de allí si utilizaba sus habilidades.
-Yo que tú me pensaría lo de escapar –dijo una voz detrás de ella, haciendo que se diese la vuelta. Allí estaba el encapuchado, detrás de los barrotes que constituían la puerta de metal. Ahora que escuchaba más de cerca su voz, tenía la sensación de que le sonaba de algo.
-No creas que no sé a qué has venido. Y si no te he matado antes es porque me traería problemas con el gobernador. Más te vale estarle agradecida. Pero una vez me asegure de que no cumplas lo que te propones, te mataré, Miruru.
-¿Qu-quién eres tú? –preguntó la joven, cuya sensación de haber conocido antes a esa persona iba aumentando, lo que no hacía más que ponerla en tensión.
Inconscientemente, apretó los puños mientras mantenía la mirada fija en el encapuchado, vigilando cualquier movimiento.
-¿No me reconoces? Ya veo. Quizás sí te acuerdes de lo que ocurrió en Yohei Gakko, o del secuestro durante el torneo –dijo el encapuchado, levantándose la tela que cubría su cabeza para dejar ver un cabello plateado y largo hasta la nuca.
En ese momento, Miruru se dio cuenta de por qué le sonaba aquella voz. Sus ojos quedaron abiertos por la sorpresa mientras un mal presentimiento recorría cada rincón de su cuerpo. Ya había visto una vez a la mujer que tenía delante. Tiempo atrás, durante el torneo clandestino, como juez del mismo.
-¿Marie? –preguntó, incrédula.
-Los hay que me conocen por ese nombre, pero en el proyecto Gaia se me conoce como Quinque.