Estudiantes de Yohei Gakko del manejo del medio. También
llamados semidioses.
Nacidos del efecto del Radiar, su capacidad cerebral había
sido llevada más allá de lo normal, incluso para lo esperado en un usuario de
dicho elemento. Eran pocos los casos, pero, debido a su poder, se había
considerado necesario establecer una única Yohei Gakko para ellos.
Dentro del grupo de los semidioses, existían diversos
factores que los caracterizaban: uno de ellos era la adquisición de un gran
poder, capaz de controlar el medio ambiente. Acercándose así al poder de una
deidad, y motivo por el que se les había dado ese nombre. Otro de ellos era que
su esperanza de vida se vía reducida más allá de lo que dictaba el estándar en los otros usuarios, llegando a
situarse en unos quince años de media.
El control de sus poderes resultaba muy complejo, pudiendo
perderse estabilidad mental y destruir todo a su paso. Además, si se abusaba de
su habilidad, podían incluso morir.
No era difícil preguntarse por qué, pese a estos efectos
secundarios, mucha gente se arriesgaba a someterse a las inyecciones de Radiar,
pero tal era la determinación de los que lo hacían. Quinientos años en guerra
habían sido demasiados para muchas generaciones y linajes, que buscaban acabar
con ella sin importar las consecuencias.
Delante de Kai se encontraba una de ellos. Una semidiosa.
-¿Fue destruida? –repitió Kai, en forma de pregunta, a lo que
la chica asintió.
-No sé bien qué pasó. Aquel día me descontrolé y destruí
algunas instalaciones. No era lo habitual, pero podían darse casos así. Motivo
por el que nos tenían bastante controlados. Aquel día fue la primera vez para
mí, así que me puse un poco nerviosa.
Al día siguiente, me hicieron un escáner cerebral. Querían
comprobar si todo iba bien. Fue entonces cuando pasó. Fuera del edificio en el
que me examinaban, se escuchó un fuerte ruido, como si algo muy grande se
estuviese cayendo. Rayos, fuego... cuando salimos nos encontramos con un
verdadero caos. Y ahí estaban ellos. Parecían demonios, fuera de sí, todos mis
compañeros habían perdido el control. Todos y cada uno de ellos.
Intenté ayudar a que se calmaran, pero no sirvió de nada. No
podía hacer nada por ellos. No pude hacer nada.
Entonces, uno de los trabajadores me cogió de la mano y echó
a correr. Lo conocía. Había hablado muchas veces con él. Era sociable,
simpático y siempre llevaba a su lado un lobo como mascota. Un poco extraño,
¿no?
Me dijo que me llevaría a un lugar seguro. Yo no dejaba de
gritarle que no podía abandonarles, qué sería de él y del resto de científicos.
Pero no me hizo caso. Dijo que ya habían tomado una decisión, que me ayudaría a
escapar.
Me empujó a una de las naves de evacuación y a su lobo
conmigo. Me aseguró que él cuidaría de mí. Que no me dejaría sola. Y,
sonriente, se despidió.
Lo último que recuerdo es mi hogar envuelto en llamas y, a
las afueras de allí, la figura de una mujer.
-¿Una mujer? –preguntó Kai.
-Sí.
-¿Recuerdas cómo era?
La chica negó con la cabeza.
-Ahora entiendo por qué has acabado aquí. Siento lo ocurrido
–dijo el joven.
-No importa...
Tras esto, se mantuvo pensativo unos instantes.
-Oye –dijo, dirigiéndose de nuevo a Miruru, quien levantó la
cabeza en señal de respuesta- ¿Quieres acompañarme?
-¿C-cómo?
-Me sabría mal dejarte aquí sola. La soledad es una carga muy
pesada –dijo con expresión triste, mientras bajaba la mirada- ¿Qué me dices?
Al principio, Miruru no supo qué responder. Kai pensó que era
comprensible, al fin y al cabo acababan de conocerse.
-Lo cierto es que me gustaría, pero ¿de verdad no te molesta?
Ya sabes, no soy una persona normal
-Bueno, yo tampoco.
-¿Eh?
-¡Ah! No lo sabías. Soy exmiembro de Yohei Gakko. Un
nigromante. Creía que te habías dado cuenta al saber que eres una semidiosa.
-Oh... –fue la única expresión que llegó a pronunciar.
-Por lo que veo, no lo aparento –afirmó el joven, con una
sonrisa irónica.
En respuesta, ella rió.
-¿Qué te hace tanta gracia?
-Nada. No es nada –comentó-. Gracias. Creo que aceptaré tu
oferta.
Dicho esto, se subió detrás de él.
-Por cierto, ¿qué es esto? –preguntó señalando la moto-.
Nunca lo había visto antes.
-¡Pues recomiendo que te agarres con fuerza! –exclamó
mientras la arrancaba.
-¡Ah! –gritó la chica, a punto de caerse.
De esa forma, ambos emprendieron camino hacia su siguiente
destino.
En otro lugar, una chica caminaba alegremente por los oscuros
pasillos de un subterráneo, dando saltitos mientras tatareaba una canción.
Al final, llegó a la sala en la que Detz estaba trabajando.
-¡Hola! –saludó.
El hombre situado frente a ella ni se inmutó, aunque debido a
la escasez de luz, tampoco pudo discernirlo bien.
-¿Qué ocurre? –preguntó, finalmente, aquel individuo.
-¡¿Por qué eres tan frío?! Deberías relajarte de vez en
cuando. Vas a acabar estresado –aconsejó ella, hinchando los mofletes como un
niño pequeño.
-Quizás en otro momento –fue su respuesta.
La joven suspiró, negando con la cabeza.
-No importa. Traigo noticias.
-¿De qué se trata?
-Unum ha convencido al resto de miembros de “Comhairle” de
que Yohei Gakko entre en guerra abierta, dejando de lado la vía diplomática. Ha
sido nombrado jefe de la operación, como habíamos previsto, por lo que se
encargará de organizar las tropas de estudiantes.
-Bien.
-No creo que tarde en informar de esto al resto del planeta.
Con ello, conseguiremos que un nuevo bando se una a la Guerra Eterna.
-Todo va según lo planeado –dijo Detz- Ahora que ha sido
completamente aceptado en “Comhairle”, tenemos el dominio absoluto sobre las
escuelas. ¿Qué tal va Duobus en el Imperio Salve?
-Parece que su influencia sigue creciendo.
-Bien, que cada cual continúe con su plan asignado. Tú
encárgate de vigilar el proceso de transformación de la chica y de que él no
salga de su celda.
-Esa celda es demasiado fuerte incluso para alguien como él
–dijo ella, encogiéndose de hombros.
-Puede, pero no debemos subestimarlo.
-Sí, sí, yo me encargo.
-Bien. Puedes retirarte –le dijo mientras ella se disponía a
marcharse.
-¡Ah! Una cosa más.
-¿Qué?
-Buen trabajo.
Aquellas palabras produjeron un rubor en sus mejillas,
logrando que, durante unos instantes, se quedase bloqueada.
-¡No digas eso tan de repente! –exclamó, mostrando irritación
pese a que, en el fondo, se sentía eufórica.
Finalmente, abandonó la sala, dejando a Detz con sus
ocupaciones.
Recorriendo de nuevo aquellos pasillos, Tribus se situó
frente a una celda. Ésta, al contrario que otras, estaba fortificada con
barrotes de un material muy duro. Casi imposible de romper. No sólo eso,
disponía de una segunda valla, pegada a la primera, y de la misma dureza, que
ocupaba buena parte de los espacios que dejaba ésta.
-¿Tienes hambre? – preguntó Tribus, despreocupadamente.
Al fondo de la celda se escuchó una voz ronca.
-Un poco. Aunque el servicio no es gran cosa.
-No te quejes. Es lo que hay –por alguna razón, la voz de
ella sonaba algo melancólica.
-Supongo que sí –respondió aquella voz.
Por su parte, Kai y Miruru continuaban su viaje, atravesando
los yermos, cuando, de repente, divisaron algo en el horizonte. Se trataba de
grandes edificaciones, aparentemente, en buen estado.
-Mm...
-¿Ocurre algo, Kai? –preguntó la semidiosa, agarrada
fuertemente a su cintura. Después de su primer contacto con la moto, no se
había soltado ni para rascarse.
-Creo que estamos llegando a los territorios del norte
–explicó Kai.
-¿Territorios del norte? ¿Qué quieres decir?
-Pues que estamos en territorio de una de las tres grandes
potencias. En concreto, la Unión Imber.
Tal y como se observaba, existía una gran diferencia de
riqueza con los pueblos de los yermos, disponiendo de mayores recursos que
éstos.
-¿Nos dejarán pasar? –preguntó Miruru.
-Técnicamente, las fronteras son bastante exigentes a la hora
de dejar entrar a extranjeros. Pero no te preocupes, creo que podremos pasar
sin problemas.
Dicho esto, continuaron hasta que llegar al puesto
fronterizo, donde varios guardias detuvieron la moto.
Detrás de ellos, pudieron discernir una gran fortificación
que se extendía más allá de donde alcanzaba la vista, probablemente, rodeando
todo el territorio.
-¿Quiénes sois? –preguntó, sin miramientos, uno de los guardias.
-Mi nombre es Kai, y ella es Miruru. Venimos de parte de
“Comhairle”, somos mensajeros.
-¿Lleváis alguna identificación que lo demuestre?
-Claro, un momento –Kai hizo como que buscaba algo en la
bolsa de sus provisiones. Entonces, murmuró- Cuarto espíritu: Lein –al
instante, aparecieron ante él dos pequeñas tarjetas.
-Aquí están –dijo, girándose para encarar al guardia. Al ver
las tarjetas, tanto este último como Miruru se mostraron sorprendidos.
Probablemente, el hombre no le había creído al decir que iban con “Comhairle”.
Dubitativo, cogió las tarjetas y las inspeccionó.
-Pa-parecen de verdad. De acuerdo, podéis pasar. ¡Abrid las
puertas! –exclamó a sus compañeros.
Así pues, se abrió el portón de la entrada, permitiéndoles el
paso.
-Gracias –dijo Kai, con una sonrisa. A lo que el guardia se
limitó a asentir, dando un paso atrás para dejarles espacio.
-¿Qué es los que has hecho? –preguntó Miruru, una vez lo
suficientemente alejados.
-He invocado a Lein, el espíritu de la ilusión, quien ha
recreado dos identificaciones. Aunque, por desgracia, esas ilusiones tienen un
límite de tiempo.
-¿Espíritu? –se extraño la chica.
-Sí.
-¡Guau! ¡Eso es genial!
-Para mí es algo común.
-Oooh... –se impresionó la chica, respondiéndole él con una
sonrisa.
-En fin, bienvenida a los territorios del norte.
Ante ellos había carreteras, grandes edificios e incluso
lugares de ocio. Cosas que no podrías encontrar en una ciudad pobre.
-Me recuerda a Yohei Gakko –comentó Miruru.
-Bueno, no se puede decir que Yohei Gakko ande falta de
recursos.
-¿Has estado ya aquí antes?
-Llevo años recorriendo el mundo. Durante ese tiempo he
visitado muchos lugares. Aun así, estos territorios son muy grandes, por lo que
es difícil visitar todas y cada una de sus zonas. En cualquier caso, no te preocupes,
la estructura de la ciudad es parecida a todos sitios, así que será fácil
encontrar un sitio donde dormir.
-¡Bien! Pero, ¿tienes dinero?
-No.
-¡¿Entonces con qué piensas pagar?!
-Supongo que podríamos trabajar a cambio de una habitación.
Ya sabes, un trueque. Al fin y al cabo son algo común en este mundo. Y que en
esta zona se utilice dinero no significa que no acepten un trueque.
Viendo la confianza que tenía el joven, Miruru suspiró.
-Tendrías que avisar de estas cosas antes.
-Vamos, nos seas quisquillosa.
-Me pregunto como puedes considerarme quisquillosa teniendo
en cuenta que he estado viviendo una semana entre escombros.
Mientras tanto, en aquella ciudad, un tendero limpiaba su
pequeño local. Hacía tiempo que apenas vendía algo, por lo que sus beneficios
estaban descendiendo vertiginosamente. Actualmente, los grandes comercios
destacaban mucho más, ya fuese por lo que vendían como por sus campañas
publicitarias.
Tristemente, se disponía a cerrar por hoy cuando el ruido de
un motor se detuvo detrás de él.
Al girarse, observó a un chico y una chica de aspecto poco
común, a lo que se sumaba su vehículo.
Hablando entre ellos, ella señaló su tienda, dándole
indicaciones a su acompañante.
“¿Qu-qué quieren? ¿Vienen a llevarse la tienda? ¡Por encima
de mi cadáver!”, pensó el hombre mientras agarraba con fuerza su escoba,
esperando con nerviosismo a que se acercasen.
-Disculpe –dijo el chico.
-¡¿Qué es lo que queréis?! –debido a lo tenso que estaba, no
pudo esconder su malestar.
-¡Ah! -se sobresaltó Kai, quien no se esperaba aquella
reacción- Verá, estamos buscando un lugar donde hospedarnos, pero no tenemos
dinero, así que nos preguntábamos si nos prestaría una habitación donde dormir
a cambio de trabajar para usted.
Al escuchar su propuesta, el hombre, quien se había preparado
para golpearles en la cabeza con el palo de madera de su escoba, se quedó sin
habla, perdiendo toda la tensión que se había acumulado en sus músculos.
-Quizás no te haya escuchado -indicó Miruru, quien dio un
paso adelante y movió su mano frente a la cara del tendero.
-¡Disculpe! ¡¿Me oye bien?! –gritó el nigromante.
Finalmente, despertó de su trance, aclarándose la garganta.
-E-esperad un momento a que me aclare. A ver si lo he
entendido bien. No os conozco de nada, no requiero empleados y ni siquiera sé
cuáles son vuestras intenciones. ¡¿Cómo sois capaces de pedirme algo así?! –estalló el tendero, aunque no
parecía cabreado sino, más bien, exageradamente sorprendido.
En repuesta, ambos se encogieron de hombros, provocando la
risa del hombre.
-Increíble, es de las cosas más surrealistas que me han
pasado –dijo mientras sujetaba su vientre.
Una vez se hubo tranquilizado, continuó.
-Siento deciros que a esta tienda no le queda mucho. Así que
no voy a poder daros trabajo.
-¿Va a quebrar? –preguntó Miruru, con expresión triste.
-Todavía no, pero me temo que dentro de poco tendré que
hacerlo.
-¿Qué es lo que vende? -preguntó Kai, de manera casual.
-De todo un poco. Comida, telas, utensilios... eso sí, todo
materias primas o artesanales.
-¿Y cómo es que no vende?
-Porque la mayoría de mis clientes se los han llevado los
grandes comercios. Ya sabes, precios más baratos, mayor cantidad de productos,
más publicidad....
-¿Me permite ver sus productos?
-Claro. Todavía no he cerrado.
Así pues, el nigromante inspeccionó el puesto, toqueteando
distintas telas y metales y probando la comida expuesta.
-Mm... son de buena calidad.
-Lo sé. Son muy difíciles de encontrar estos días.
-Debe de tener un buen proveedor.
-En realidad, ese proveedor soy yo mismo.
-¿Usted?
-Sí. Yo mismo salgo a buscar nuevo material para la tienda.
-Ya veo.
-En cualquier caso ya no va a hacer falta –dijo el hombre,
con expresión melancólica.
-¿Qué le parece si le ayudamos a atraer clientes? –propuso
Miruru, provocando que los dos se girasen hacia ella- ¿Qué? Él necesita
clientes y nosotros donde dormir. Si le ayudamos, no habrá problema en que nos
quedemos, ¿verdad?
-Bueno, supongo que sí, pero ¿cómo piensas hacerlo?
-Podríamos hacer una actuación.
-¿Acaso sois artistas ambulantes o algo así? –preguntó el
tendero, frunciendo el ceño.
-No exactamente, pero tenemos habilidades que pueden
ayudarnos.
Dicho esto, Miruru realizó un ligero movimiento hacia arriba
con su mano derecha, levantando algunas de las cajas, en las que se encontraba
parte del producto, en el aire. Acto seguido, cruzó los brazos, dibujando una
X, de manera que, como por arte de magia, parte de la comida que había en su
interior, fuese cortada por la mitad, volviendo a su sitio posteriormente.
-¿Cómo has hecho eso? –preguntó el hombre.
-Podemos hacer más cosas, si quieres –comentó la joven,
orgullosa, dejándole sin palabras.
-¿Cómo os llamáis?
-Mi nombre es Kai.
-Yo soy Miruru.
-Kai, Miruru, mi nombre es Roland. Hablemos de negocios.