martes, 8 de abril de 2025
Review: Lycoris Recoil (Anime)
Capítulo 57: La forja de una leyenda (Parte II)
-¿Estás bien? –le preguntó Julius a Tathya.
Desde una de las habitaciones del castillo, la joven observaba la ciudad por la única ventana que había. Acostado sobre la cama que ambos acababan de compartir, él se levantó y se le acercó.
-Tengo un mal presentimiento –dijo la pacificadora, de repente.
-¿A qué te refieres?
-No estoy segura, pero creo que Roma está en peligro.
-No entiendo nada, Lori –replicó Abel, confuso- ¿Desde cuándo?
-¿Te acuerdas de Nápoles? Después de que todo acabase y poco antes de que me encontrases, deambulaba por la ciudad, sintiéndome vacía y destruida por dentro. Lo que ocurrió con aquella esclava me hizo dudar de los humanos e incluso de mí misma. Fue entonces cuando Judas apareció ante mí y me propuso unirme a su causa. Al principio, no supe qué decir, pero, de repente, ese vacío empezó a convertirse en rabia. Sentí que de nuevo tenía un objetivo.
-¿Un objetivo?
-Dime, Abel, ¿acaso estás conforme con esta situación? Hay miles de demonios muriendo día tras día.
-Lo sé. Por eso hacemos lo que hacemos.
-¿Y cuánto crees que tardaremos en conseguirlo, Abel?
No supo que responder. Si bien era cierto que habían progresado durante el último año, aún quedaba trabajo por hacer tanto en éste como en otros países. Quizás necesitasen otros diez años hasta alcanzar logros más notables. ¿Cuántas vidas se perderían por el camino? Era algo en lo que prefería no pensar.
-¿Lo ves? Tú mismo te has dado cuenta –continuó Lori, situándose delante de él y cogiéndole de las manos-. La única forma de solucionar esto de una vez por todas, es mediante una guerra.
-¡¿Una guerra?! –exclamó sorprendido, dando un paso atrás y zafándose de la chica.
-¡Claro! ¡Una guerra entre humanos y demonios, supondrá una oportunidad rápida y única para que cambien las tornas!
-¡¿Te das cuenta de lo que dices?! ¡Las consecuencias serán terribles!
-¿Terribles para quién? El poder de los demonios es superior al de los humanos. Si se unen, serán capaces de destruirlos.
-¡¿Y crees que eso es lo mejor?! ¡No todos los humanos son malos, Lori! ¡Y de no ser por gente como ellos... –señaló a Matthew y a Judas- ...habríamos conseguido mucho más!
-Estás tan equivocado. Lo único que han hecho ellos ha sido dar un pequeño empujoncito a aquellos ya consumidos por el odio. Y no importa cuánto lo intentemos, Abel, ese odio nunca podrá ser eliminado.
-¡Te equivocas! ¡En Nápoles conseguimos cambiar la opinión del duque! ¡Incluso Julius, que antes tampoco confiaba en los demonios, ahora se esfuerza todo lo posible por ayudarles! ¡La gente puede cambiar a mejor!
-¿Y cuánto crees que durará eso? Yo también creía que todos podríamos cambiar para bien, pero me equivoqué. Al final, quien es de una manera siempre lo será. ¿Acaso piensas que todos los habitantes de Nápoles están contentos con el nuevo trato hacia los demonios? ¿O que los mercaderes de esclavos en territorio anglosajón no tenían esa intención desde el principio? Tarde o temprano todo lleva a lo mismo.
-¡Es posible, pero aun así una guerra es...!
-¡Si tienen que perderse vidas de todos modos, prefiero que los humanos también sufran!
Estaba claro que no iba a conseguir que cambiase de opinión. Si tan sólo se hubiese dado cuenta antes, quizás hubiese evitado que la manipulasen de esa forma. Pero puede que fuese demasiado tarde. Siendo así, ¿qué debía hacer?
-Dijiste que me ayudarías, ¿verdad, Abel? Que estarías a mi lado pasase lo que pasase.
Sí, así es. Eso había dicho. Pero eso había sido antes de conocer la profundidad de su locura. Y sin embargo, en su interior, todavía dudaba. Una parte de él quería ayudarla. Por que esa parte aún la amaba.
-De acuerdo. Os ayudaré –dijo, sin poder evitar bajar la mirada ante la sonrisa sincera de la joven, quien lo abrazó.
-Gracias, Abel. Significa mucho para mí.
-Si ya habéis terminado con vuestra charla. Me gustaría que no pusiésemos en marcha. Mi tiempo es muy valioso y estoy deseando provocar el caos –dijo Judas.
-Sí, esta noche va a ser magnífica. Magnífica, sin duda –sentenció Matthew.
Mientras tanto, Hana y Reima seguían en la habitación, esperando a que Thyra volviese. Habían conseguido dormir a Serah, manteniéndose Ahren a su lado, como vigilase que nadie la despertara.
-Espero que no se convierta en un hermano sobreprotector –declaró la demonio, quien los observaba sentada en una silla y con la barbilla apoyada sobre una mano.
-Seguro que lo hará bien. No te preocupes.
-Es que sólo de pensar la cantidad de tiempo que tendrán que pasar solos... hace que me sienta una mala madre.
-No deberías. Para empezar, tanto Thyra como yo compartimos esa responsabilidad y los tres sabemos de sobra que habrá veces en las estaremos largas temporadas sin verles. Pero, si hacemos esto es porque no queremos que pasen por lo que muchos otros. Un mundo sin discriminación racial donde puedan sentirse libres. Eso es lo que se merecen.
-Aun así, ¿crees que nos odiarán?
-No lo sé. Pero sí sé que, para la edad que tienen, son más maduros que yo –bromeó el espadachín, haciendo que Hana riera. Tras esto, se acercó a ella por detrás y rodeó su cuello con sus brazos-. Todo saldrá bien.
En ese momento, alguien tocó a la puerta, entrando poco después John.
-¿Interrumpo algo? –se disculpó el papa.
-No, tranquilo. Pasa –respondió la demonio.
-¿Cómo están? –preguntó, esta vez, Reima.
-La mayoría se han dormido. La fatiga acumulada y una sensación de seguridad parecen haberles hecho efecto.
-Me alegro. Lo necesitaban.
-Desde luego. No quiero ni pensar la de barbaridades que habrán visto y tenido que soportar –contestó el pontífice, sentándose frente a ellos.
-Hay algo que quería preguntarte, John –inquirió Hana-. Thyra nos ha contado que quienes están detrás de lo ocurrido con Nápoles y Remiel se hacen llamar apóstoles. ¿Qué opinas al respecto?
Al contrario de lo que había pensado, la cuestión no pilló por sorpresa a John, quien se limitó a cerrar los ojos, aparentemente meditando.
-La lógica me lleva a pensar que no puede tratarse de aquellos que lucharon contra los pecados durante la guerra. Pero bien es cierto que a veces la lógica pierde su propio sentido. En cualquier caso, su nombre ya nos indica su objetivo. Y es el de eliminar a los demonios.
-Teniendo en cuenta lo que han intentado hasta ahora, da la sensación de que buscan otra guerra –opinó Reima.
-Lo cual resulta confuso.
-¿A qué te refieres?
-Pues que si esos que se hacen llamar apóstoles están de parte de los humanos, los pondrían en desventaja al iniciar un conflicto contra los demonios, quienes son más poderosos. Además, ahora que los ángeles han sido reestructurados por Thyra, dudo que les presten ayuda. ¿Por qué entonces desearían una guerra? A no ser que... no, pero, eso significaría que...
-¿John? –se preocupó Hana, al ver la expresión de terror que se dibujó en su rostro.
-La única forma que tendrían de vencer a los demonios sería si utilizasen a los “Dying Walkers”.
-Pero, la Inquisición los tiene a buen recaudo, ¿no es así?
-De hecho, yo soy la única persona viva que tiene acceso al lugar donde se encuentran, pero... durante la guerra, Dios y los apóstoles también tenían poder sobre ellos –indicó mientras levantaba la cabeza para mirar fijamente a Reima y Hana-. Sin embargo, la lógica nos dice que ellos no siguen vivos, ¿verdad?
-A veces la lógica pierde su propio sentido –repitió Reima.
-Ya hemos llegado –dijo Judas, entrando en una gigantesca cámara situada en el subterráneo de la ciudad. En su interior, y tras iluminarla con una hilera de antorchas allí dispuestas, pudieron observar miles de figuras de aspecto humano, pelo blanco, trajeados y con sendos halos rodeando sus muñecas.
-¿Qué son? –preguntó Lori.
-Unos amigos que nos ayudarán en nuestro objetivo –contestó Judas, con una sonrisa maliciosa. Entonces se situó enfrente de la primera fila y, tras morderse el pulgar, dejó caer una gota de sangre que se desvaneció en el aire, haciendo surgir en mitad de la nada un sello de color rojizo que se volvió cada vez más brillante y grande hasta ocupar toda la sala.
Una vez desaparecido el sello, los humanoides comenzaron a moverse. Al principio, de forma aparatosa, como un animalillo recién nacido, pero poco a poco dichos movimientos se volvieron más firmes, como los de un soldado.
-Comienza la cacería.
Ya era tarde cuando Cain salió de la posada. La Luna llena iluminaba la ciudad, haciéndola fácilmente visible. Por ello, pese a estar ligeramente ebrio, no le costó divisar a lo lejos una multitud de individuos atravesando sus calles.
Lo primero que pensó fue que se trataba de una alucinación. Que quizás había bebido demasiado y eso le estaba jugando una mala pasada. Pero conforme los gritos fueron haciéndose más audibles, tuvo la certeza de que aquello era muy real. Y no sólo eso, también peligroso.
Así pues, decidió echar a correr hacia la muchedumbre, donde encontró a uno seres con forma humana asesinando a cualquier habitante que estuviera a su paso, forzando la entrada a sus casas si era necesario.
Sorprendido, se apresuró a ayudar a aquellos que intentaban huir, enarbolando el arma, que siempre llevaba consigo, contra aquellos seres. Sin embargo, aunque el primer golpe consiguió partir a uno de ellos por la mitad, el segundo fue detenido por otro, dando paso al ataque de un tercero que lo obligó a retroceder para no acabar fulminado.
Eran demasiados para enfrentarlos él solo. Además de más fuertes de lo que había previsto. Por tanto, decidió retirarse junto con los supervivientes para buscarles un refugio y pedir ayuda.
-¡¿Qué diablos está pasando?!
Posteriormente, noticias sobre el suceso llegaron al castillo del emperador, donde el grueso del ejército de soldados romanos, los inquisidores y todo aquel que pudiese empuñar un arma fueron reunidos en un punto a fin de recibir órdenes.
Por supuesto, los Pacificadores también estaban allí. Aunque, mientras los equipos de Tathya, Enam y el actualmente liderado por Einar estaban completos, Alex notó la falta de los hermanos y de Lori.
-¿Sabes dónde están? –le preguntó el hombre a Reima.
-Me dijeron que irían a una posada a celebrar que habían vuelto, pero no sé nada más.
-¡Mierda! Espero que no les hayan emboscado ahí dentro.
Mientras hablaban, vieron llegar a John, Hana y Thyra. Por lo que habían oído de la guardia del emperador, éste ya había sido llevado a un refugio para asegurar su integridad.
-¡De acuerdo! ¡Escuchadme todos! ¡Es posible que algunos os estéis preguntando por qué os hemos reunido aquí! –comenzó el general de los soldados romanos-. ¡Si bien es cierto que se desconoce la procedencia de los atacantes, estos ya han sido identificados como una multitud de humanos de pelo blanco y lo que se ha descrito como halos en las manos! ¡Tampoco conocemos hasta dónde llega su poder ni su número exacto, pero, por ahora, lo importante es centrarnos en defender a los supervivientes, así como este castillo, y contraatacar! ¡Por tanto, toda la infantería cargará directamente contra ellos mientras los inquisidores se encargan de asistir a los civiles y prestarles primeros auxilios! ¡Por otro lado, quiero que arqueros y artillería se preparen para disparar una vez se haya puesto a salvo a los ciudadanos!
-¡Sí, señor! –gritaron al unísono los militares.
-¡En cuanto a los Pacificadores...! –continuó Thyra, una vez el general le hubo cedido la palabra- ¡..., quiero que el grupo de Enam, así como Sarhin, Helder y Lianor; apoyen a la infantería, mientras el grupo de Einar ayuda a los inquisidores! ¡Alex, Reima, Tathya y Julius se quedarán en el área del castillo junto con la guardia imperial para proteger al emperador y a la artillería, a quienes yo misma me uniré! –declaró la arcángel- ¡También mandaré un mensaje a los ángeles para solicitar ayuda a aquellos que lo deseen, aunque para ello necesitaré más información sobre el enemigo!
-¡Creo que nosotros tenemos esa información, ¿no es así, John?! –intervino Hana, mirando al papa, quien, con clara preocupación en su rostro, asintió.
-¡Soldados, me temo que el mal al que nos enfrentamos es uno bastante temible! ¡Se llaman “Dying Walkers”, unas armas biomecánicas utilizadas durante la antigua guerra contra Satán y que la Inquisición lleva guardando desde hace milenios! ¡Estas armas sólo pueden activarse con la sangre de quien ha heredado el poder de Dios, quien en este caso sería yo! ¡Pero mucho me temo que alguien ha conseguido, de alguna forma, hacerlo sin necesidad de ella! –lamentó, ante los murmullos de los allí presentes- ¡Lo único que puedo deciros es que el poder de estos seres es equivalente al de los ángeles y demonios, por lo que tendréis que usar armas acordes contra ellos! ¡Sólo de esa manera lograréis provocar bajas en su ejército! ¡Llegado el momento, yo mismo me incorporaré a la batalla!
Tras aquel discurso, todos procedieron a cumplir sus tareas. Una vez a solas, Hana se acercó para hablar con John.
-¿Estás seguro de esto?
-¿Creías que un papa llega a ser quien es sin haber destacado en combate? –preguntó el hombre con una sonrisa- Si bien es cierto que estoy desentrenado, creo que podré ayudar a defender este sitio.
-Así que al final se ha cumplido lo que más temías –dijo Reima, reuniéndose con ellos.
-Por desgracia, así es.
-¿A qué os referís? –preguntó, esta vez, Thyra.
-¿Recuerdas que estuvimos meditando la posibilidad de que esos “apóstoles” fuesen los mismos que los de la guerra? Pues quizás sí lo sean.
-¿¡Pero cómo es posible?! –se extrañó la arcángel.
-No lo sé, mi querida Thyra. Pero sea como sea, y signifique lo que signifique, creo que es el peor resultado para todos nosotros.
-¡Por aquí! ¡Rápido! –ordenó Cain, gesticulando con los brazos para que los supervivientes se refugiasen tras las murallas interiores que rodeaban el castillo.
En ese instante, divisó al grupo de Einar, quienes transportaban a algunos heridos para que fuesen atendidos.
-¡Oye, Einar! –vociferó, sobresaltando a su compañero.
-¡¿Qué haces aquí?! ¡Alex y Reima te estaban buscando!
-¡¿Has visto a Abel?! –lo interrumpió.
-N-no. ¿No está contigo?
-¡Mierda! –replicó Cain, dando media vuelta y echando a correr por donde había venido.
-¡Eh, espera!
Haciendo caso omiso a los gritos del otro pacificador, se dirigió de frente hacia la marabunta de “Dying Walkers”, que ya estaban enfrentándose a los soldados. Allí, y tras lograr deshacerse de un par de ellos, se introdujo por un callejón que le permitiese rodearlos. Su objetivo ahora no era luchar, sino asegurarse de que su hermano siguiese vivo.
Fue tras unos minutos dando vueltas cuando llegó a una pequeña plaza, algo más descongestionada, donde vio a un par de soldados tratando de defender a varios civiles que huían de tres de aquellas armas biomecánicas. Sin mucho éxito, por desgracia, ya que fueron eliminados rápidamente.
Así pues, deduciendo que harían lo mismo con los supervivientes, interpuso su hacha entre el enemigo y ellos, ayudándoles a escapar.
-¡No tengo tiempo para esto! –se quejó, golpeando a uno en la cabeza para, acto seguido, agacharse y evitar el ataque de otro.
No sin dificultades, consiguió finalmente acabar con ellos, sin embargo una estocada por la espalda, que apunto estuvo de segarle la cabeza, le hizo alzar de nuevo la guardia.
-¿Lori? –se extrañó el hombre al darse de bruces con la chica, quien sostenía su característica alabarda- ¿Qué significa esto?
-Supongo que no me creerás si te digo que te había confundido con uno de ellos, ¿verdad? –respondió, encogiéndose de hombros, a lo que Cain se limitó a mirarla en silencio- Pues sí, he intentado matarte. Aunque quizás cambie de opinión si tú también decides unirte a nosotros.
-¿”También”?
A los pocos segundos apareció a Abel, quien había seguido a la chica hasta allí, quedándose atrás. Al percatarse de la situación, corrió hacia ella, visiblemente alterado.
-¡Baja el arma! ¡¿Por qué le has atacado?!
-Acaba de matar a tres de esas criaturas. Judas dijo que eran amigos, así que tengo que defenderlas.
-¡Abel, ¿me puedes decir de qué va todo esto?! –la paciencia de Cain había llegado al límite.
-¿Acaso no lo ves? Estamos ayudando a crear un mundo mejor para los demonios. Un mundo donde sean ellos quienes sometan a los humanos.
-¡Estás como una cabra!
-¡No! ¡Las locas son esas gobernantes que piensan que humanos y demonios llegarán a entenderse algún día!
-¡Claro! ¡Mucho mejor cargárselos a todos!
-¡Con esta ciudad bastará para que los demonios se den cuenta de que tienen que unirse para luchar!
-¡¿Así que lo que quieres es provocar una guerra?! ¡Genial! ¡¿Y por qué no los pones en fila frente a un acantilado?! ¡Así será más rápido!
-¡Los demonios son más poderosos que los humanos, ¿es que no te das cuenta?!
-¡¿Entonces por qué perdieron la última guerra?! –replicó el mayor de los hermanos, dejándola sin habla- ¡Oh! ¡Así que tu minúsculo cerebro no había pensado en eso, ¿eh?! ¡No habías caído en que nosotros mismos tenemos armas capaces de herirles y que pueden haberlas incluso más poderosas como... no sé, ¿tus amiguitos los trajeados?!
-¡A-aun así, ellos vencerán!
-¡¿”Ellos vencerán”?! ¡Me suena a excusa barata de una ignorante que intenta autoconvencerse de haber encontrado el camino fácil! ¡Pues déjame decirte una cosa: les has condenado!
-¡Cállate! –chilló Lori, atacándole de nuevo y chocando armas con él.
-¡Je, ¿ahora no puedes aceptar la verdad?! ¡Igual que no pudiste aceptar la muerte de esa demonio! ¡¿Qué esperabas?! ¡¿Que en el camino hacia la paz todo iba a ser rosas y arcoiris?!
-¡He dicho que te calles!
Los ataques de uno y otro se sucedieron sin que consiguiesen dar en el blanco. Si bien era cierto que Cain parecía llevar ventaja, no lograba encontrar ningún hueco en su defensa. Eso, o quizás había oto motivo. El hombre no pudo evitar mirar de reojo a su hermano pequeño, quien no sabía qué hacer. Para él, esa chica seguía siendo importante, por mucho que se hubiese unido al enemigo.
-¡Abel! ¡Recapacita! ¡Si la dejamos ir, quién sabe de lo que será capaz! ¡Ya es tarde para ella! –exclamó.
-¡No le hagas caso! ¡Sabes que esta es la única solución! ¡Si no lo hacemos, jamás podremos ser felices! –replicó Lori.
-¡Maldita sea! –se quejó Cain, empujándola de una patada para crear espacio entre los dos- ¡Abel, escúchame bien! ¡¿Te acuerdas de nuestros padres?! ¡Madre siempre creyó que padre cambiaría! ¡Que algún día dejaría la bebida, entraría en razón e iría por el camino correcto! ¡¿Y qué pasó?! –dijo mientras se defendía de un corte dirigido a su cabeza- ¡Que fue asesinada por ese bastardo! ¡Cuando la mente de alguien llega al límite, es imposible hacerle entrar en razón! ¡¿Es que no lo ves?!
Pese a sus palabras, pudo observar cómo su hermano seguía indeciso, presionado por la situación.
-Entiendo... –continuó Cain- No me odies por esto entonces –sentenció.
Así pues, con un rápido movimiento desvió la alabarda rival, continuando con un ataque vertical de su hacha que partió por la mitad cuchilla y asta de la misma, quitándosela de las manos debido a la fuerza del impacto.
De ese modo, Lori quedó tendida en el suelo, con expresión de terror, mientras se arrastraba hacia atrás para tratar de huir del pacificador, quien caminaba lentamente hacia ella, preparándose para el golpe de gracia.
Justo en ese momento, Abel se interpuso entre ambos, brazos extendidos y de cara a su hermano.
-¡Déjame pasar!
-¡No!
-¡No va a servir de nada!
-¡Me da igual!
-¡¿Es que eres tonto o qué?!
-¡Puede que sí! ¡Pero aun así quiero creer! –respondió- Puede que madre se equivocase. Pero si dejamos de tener fe en los demás, entonces nada cambiará. Nunca he sido muy listo, ni muy hábil, y sé que eso te enfadaba. Pero aun así cuidaste de mí. Me diste una oportunidad.
-Es diferente. Tú eres mi hermano.
-Y él era nuestro padre.
Cain bajó su arma. La expresión de su hermano era distinta a la que había visto tantas otras veces. Esta vez, era él quien había tomado las riendas.
-Eres igual que madre –dijo, suspirando.
-¿Tu crees?
-Sí, y me alegro de que...
A mitad de conversación, una espada se atravesó la espalda de Abel, perforando su corazón y alcanzando también el pecho de Cain.
Cuando el mayor levantó la vista, pudo observar a Lori detrás del chico. Entonces, se dio cuenta de su error.
Pensando que no había más armas que pudiese empuñar, no había caído en la cuenta de que todavía quedaban las utilizadas por los soldados caídos en el combate contra los “Dying Walkers”. Había bajado la guardia y eso le había costado muy caro.
-¡No me subestimes! –declaró Lori, cuya locura desencajó su rostro.
Furioso, Cain agarró la hoja de la espada con una mano y con la otra desplazó su hacha hacia el cuello de la joven, penetrando parte del mismo y asesinándola en el acto.
Un segundo después, tanto ella como su hermano cayeron a tierra, llevándose con ellos el filo del arma que, aunque no había profundizado mucho en su cuerpo, sí lo suficiente como para necesitar tratar la hemorragia.
Cansado, sus rodillas cedieron, acabando justo al lado de Abel, quien utilizó sus últimas fuerzas para mirarlo y sonreírle.
-Parece que tenías razón –murmuró, dejando salir lágrimas de sus ojos-. Sigo siendo un estúpido bobalicón.
-No, hermano. Es sólo que este mundo no está hecho para personas como tú.
-Si es así, espero que eso cambie algún día –dijo, apagándose su vida por completo.
-Sí. Yo también.
Mientras veía cómo su cuerpo dejaba de respirar, se dio cuenta de que unos diez “Dying Walkers” habían hecho acto de presencia en la plaza, dispuestos a acabar con él, por lo que, haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban, agarró de nuevo su hacha y se levantó, encarándose a ellos.
-¡No llegáis en buen momento! ¡Estoy bastante cabreado y me venís de fábula para desahogarme! ¡Espero que estéis preparados! –amenazó, poco antes de embestir contra ellos.
Una vez terminado el combate, los cadáveres de las biomáquinas decoraban el suelo, dejando una única figura en pie que caminó atropelladamente hasta otro de los cuerpos allí presentes. Por desgracia, su aspecto no era el de alguien victorioso.
Finalmente, se desplomó junto a dicho cuerpo y le cogió la mano, fría ya, después de los minutos que habían pasado.
-¿Recuerdas lo que me dijiste antes de venir a Roma? Que no te fiabas de este trabajo. Con esos círculos de teletransporte tan extraños. Que deberíamos haberlo rechazado y haber seguido con los de siempre. Pero no te hice caso. Me dejé llevar por el dinero. “Después de esto podremos retirarnos”, pensé, “Dejar esta vida. Quizás instalarnos en un pueblo tranquilo. Alejado de la batalla. Y allí, dedicarnos a otra cosa, como la agricultura o el comercio”. En el fondo creo que estaba algo cansado de todo esto. Aunque supongo que no era el único –conforme hablaba se iba notando cada vez más débil. Pese a ello, decidió continuar-. En ese pueblo, podríamos haber formado una familia de verdad. Con nuestras mujeres y nuestros críos. Haber sido unos buenos padres. No como él. Pero eso ya nunca se cumplirá.
>>Perdóname. No siempre fui el mejor hermano. Y si al final has acabado así, ha sido por mi culpa. No fui capaz de protegerte. Dices que te di una oportunidad, pero nunca correspondí la fe que depositaste en mí. Me seguiste a todas partes, haciendo caso de todas mis decisiones y mira a lo que nos ha llevado.
>>No sé si algún día oirás lo que voy a decirte pero, si es así, quiero que se te quede bien grabado: tú eres el bueno, y yo el malo. Yo fui quien te mató al traerte aquí. Así que no quiero que te culpes. Por favor, no lo hagas.
>>Y sólo una cosa más. Si nos encontrarnos en otra vida, espero que volvamos a ser una familia.
Al poco de acabar, cerró los ojos para no volver a abrirlos. Sin embargo, entre sus manos siguió fuertemente agarrada la de su hermano pequeño.
Por otro lado, Enam y Sarhin peleaban espalda con espalda contra los “Dying Walkers”.
Durante el fragor de la batalla, se habían separado del resto de pacificadores, aunque bien era cierto que no estaban solos, ya que parte de la infantería romana seguía luchando a su lado. En cualquier caso, la situación se había complicado. Si bien habían conseguido deshacerse de algunos de ellos, eran incapaces de atravesar el frente de sus fuerzas, lo que les impedía llegar hasta aquellos civiles que trataban de ponerse a salvo.
-¡¿Pero cuántos hay?! –se quejó un soldado raso, mientras se defendía de una de las biomáquinas.
-¡Retroceded! ¡Nos reagruparemos y atacaremos de nuevo! –ordenó Enam, tras ayudarle.
De repente, vio a una persona caminando entre los “Dying Walkers”. Al principio pensó que se trataba de un superviviente, pero la manera en que lo hacía era relajada, como si no les tuviese miedo. Es más, de hecho aparentaba estar disfrutando de todo aquello.
Una especie de malestar se apoderó de él conforme más se acercaba, despertándole recuerdos que preferiría no haber tenido. Entonces, se miraron, dibujándose una sonrisa en el rostro de esa persona y haciéndole entender el porqué de aquella sensación.
Era él. No había duda. Quizás no tuviese el mismo aspecto, pero reconocería aquella sonrisa hasta en el mismísimo infierno. La sonrisa de la persona que le destrozó la vida. La suya y la de su familia.
-¡Jareeeeed! –gritó, frenético, corriendo hacia él sin tener en cuenta al resto de enemigos que lo rodeaban.
-¡Enam, ¿qué haces?! –preguntó Sarhin, yendo tras él.
-¡Bastardo! –continuó el hombre, lanzándose encima de aquella persona, que se esfumó de entre sus brazos como si de una ilusión se tratase.
-¿Nos conocemos? –indagó una voz a su izquierda, haciéndole girarse para darse de bruces contra un “Dying Walker” que a punto estuvo de acabar con él. Por suerte, su compañero le atravesó la cabeza con su lanza, evitando el golpe fatal.
-¡¿Se puede saber qué te pasa?! –se quejó Sarhin cogiéndolo del brazo y sacándolo del campo enemigo.
-¡Era él!
-¡¿Quién?!
-¡Es quien mató a mi familia! ¡Es ese Jared! –respondió Enam, fuera de sí, buscándole por todos lados.
A algo de distancia, observó su figura introducirse por una calle que iba hacia el castillo del emperador, por lo que decidió seguirle.
-¡Espera! ¡Enam!
Volviendo a hacer caso omiso de las advertencias de Sarhin, continuó su camino hasta llegar a un callejón entre dos viviendas que acababa en un pequeño patio.
Extrañado, al no encontrar nada, decidió volver sobre sus pasos, pero la misma voz lo detuvo.
-No debería estar perdiendo el tiempo contigo. Tengo cosas más importantes que hacer. Pero lo cierto es que me encanta jugar al Pilla Pilla.
Mirase donde mirase, no había nadie, era como si le hablase a la cabeza, pero, al mismo tiempo, sabía que estaba ahí.
-¡Sal de tu escondite! ¡Cobarde!
-Qué borde. ¿No quieres disfrutar un poco más de la persecución?
-¡Lo que quiero es matarte por lo que me hiciste!
-¿Lo que te hice? Lo siento, pero creo que no me acuerdo. He hecho tantas cosas...
-¡Tú mataste a mi familia!
-Vaya. Qué mal. ¿Algún daño colateral?
-¡¿Colateral?! ¡Fuiste tú quien nos llevó con esos cazadores de demonios!
-¡Oh! Que tu familia eran demonios. Eso explica por qué hueles a maldito. Haber empezado por ahí. ¿Sabes? Pese a que soy un humano no me gustan mucho los de mi especie. Son todos tan idiotas que a veces me da ganas de vomitar. Es por eso que de vez en cuando me dedicaba a jugar con ellos. Engañarles. Traicionarles. Pero a mi jefe no le gustaba mucho esa idea. Por el contrario, con esos asquerosos demonios sí que me permitía hacer todo lo que quisiera.
-¿Sólo por diversión?
-¿Y qué es la vida sin eso? Para mí, todo era aburrido hasta que descubrí que, con un poco de allí y otro poco de allá, era capaz de manipular a los demás. Hacerles creer cualquier cosa. Y, francamente, nada más me importa. Ni los humanos, ni los ángeles, ni mucho menos los demonios.
-¡Estás enfermo!
-¿Tú crees? –justo a la vez que decía esto, apareció delante de él- Puede que lo esté –susurró.
-¡Aaaaaah! –exclamó Enam, golpeándole la cara con su puño derecho. No uno cualquiera, sino uno imbuido en el Setten que le había concedido su maldición. Capaz de partir un árbol por la mitad. Y no fue para menos, pues el crujido del cuello de su enemigo pudo escucharse alto y claro, dejándole fulminado en el suelo.
Con la respiración agitada, una sensación de nerviosismo y paz recorrió su ser. Cerró los ojos, dibujando en su mente a su mujer y a su hijo, quienes lo observaban desde lejos, inalcanzables, como siempre lo habían hecho es sus peores sueños.
-Ahora ya puedo ir con vosotros. Por fin os he vengado.
-Me temo que no –le interrumpió aquella voz, despertándole de su ensimismamiento y descubriéndole el horror de la cruda realidad. Pues, delante de él, yacido muerto, se hallaba Sarhin, quien le había seguido para ayudarle y había recibido el inesperado ataque de su compañero, del que no había podido defenderse.
Dejándose caer por el shock, Enam se miró las manos con las que lo había asesinado. Poco después, sintió la de su enemigo agarrarle de la cabeza mientras su cuello era rozado por el frío acero de una daga.
-Espero que te guste mi regalo en el más allá –declaró la figura-. Diles que te manda Judas.
Y así, con un corte en la aorta, la vida del hombre se apagó finalmente. Antes de morir, creyó ver de nuevo a su familia, de pie al inicio de aquel callejón, preguntándose si esta vez les alcanzaría.
-Ah. Qué bien me lo estoy pasando –indicó Judas mientras limpiaba el cuchillo-. Me pregunto si Matthew habrá llegado ya al castillo –fue lo último que dijo antes de marcharse.
sábado, 4 de enero de 2025
Capítulo 56: La forja de una Leyenda (Parte I)
-¿Cuántos son? –preguntó Alex.
-Cuatro carros. Cada uno de ellos protegido por otros cuatro guardias.
-Eso hace un total de 16 enemigos.
-20, si cuentas también los conductores.
-¿Qué hay de su destreza en combate?
-Creo que salvo los cuatro que acompañan al primer carro, el resto tiene poca experiencia. Dudo que nos lleve mucho tiempo acabar con ellos. El problema está en los rehenes.
-Lo sé. Si no tenemos cuidado podrían acabar heridos o incluso muertos. ¿Y los demás?
-Ya están posicionados. Tathya, Julius, Sarhin y Enam les emboscarán desde cada uno de los lados. Nosotros dos evitaremos que escapen. Y Cain y Abel serán el cebo.
-Entonces sólo queda esperar –sentenció el líder del segundo grupo de los Pacificadores, habiendo escuchado el informe de Reima.
Escondidos entre los troncos de los árboles que rodeaban aquel sendero, vigilaban la llegada de su objetivo: unos comerciantes de demonios esclavos procedentes de Wessex, y que se dirigían a Mercia, ambos reinos situados en territorio anglosajón.
Hacía varios meses que llevaban realizando ese tipo de misiones allí de manera intermitente, gracias a los círculos de teletransporte que en su día utilizasen para viajar desde sus respectivos orígenes hasta Roma. Eso les permitía mantener el contacto con John, Thyra y Hana con relativa frecuencia (hecho que Reima agradecía), aunque se requiriese bastante tiempo para poder dibujarlos.
La situación con los demonios en aquella zona había evolucionado positivamente, pero el progreso iba lento, sobre todo debido a la existencia de una organización de mercaderes, a la cual pertenecía su objetivo, y que, pese a haber conseguido tumbarles más de un negocio, tenía unos líderes bastante escurridizos y unos súbditos lo suficientemente leales como para no haberles proporcionado ninguna información de sus paraderos.
Así pues, allí se encontraban una vez más, esperando que, esta vez sí, consiguiesen sonsacarles algo o, con suerte, capturar a alguno de los mandamases.
Tras ver pasar los carruajes cerca de ellos, le hicieron una señal a Enam, quien se encontraba algo más alejado, para que informase a los demás. Poco después, Cain y Abel comenzaban su particular teatrillo, apareciendo en mitad del camino, justo delante de la comitiva.
-¡Estoy harto de ti! ¡Llevas una hora diciendo que sabes por dónde vamos y todavía no he visto una maldita ciudad donde tomarme un buen trago! –se quejó el mayor, provocando que los caballos se detuviesen.
-Yo juraría que era por aquí. Puede que nos lo hayamos pasado.
-¡¿Que nos lo hemos pasado dices?! ¡Estamos en mitad del bosque! ¡¿Crees que soy tan estúpido que no puedo distinguir una ciudad de un árbol?!
-¡Eh! ¡Vosotros! ¡Apartaos de nuestro camino! ¡Llevamos una mercancía a Mercia y si no nos damos prisa nos lo descontarán del pago! –ordenó el conductor del primer carro.
-¡Oh! ¡Perdone! ¡¿Tengo cara de que me importe?! –continuó Cain, haciendo que los guardias que rodeaban el segundo avanzasen ligeramente hacia ellos, separándose así del tercero y el cuarto, lo que supuso la señal para que el resto de Pacificadores se pusiesen en marcha.
Primero, Sarhin y Enam se acercaron a quienes protegían el último transporte, eliminándolos rápidamente y sin hacer ruido. Cuando sus compañeros más cercanos se giraron a ver qué ocurría, Tathya y Julius los noquearon, dejando así a ocho de ellos fuera de combate. Los dos conductores de sendos carros cayeron segundos después, subiendo la cuenta a diez.
Al mismo tiempo, Alex y Reima se introdujeron en el interior de uno de ellos, llevándose el dedo a la boca para que los demonios no llamasen la atención de los demás soldados y empezar así a sacarlos uno por uno de allí.
-¡¿Quién os creéis que sois para decirme lo que tengo que hacer?! ¡¿Eh?! ¡¿Quién?! –exclamó Cain, mientras su hermano hacía un vago ademán de intentar calmarlo.
-¡Estoy cansado de tanto grito! ¡Acabad con ellos! –sentenció el conductor, provocando que los cuatro primeros guardias los atacasen.
-¡Por fin, algo de acción!- se alegró Cain, sacando su hacha de la espalda, tapada a duras penas por la capa que llevaba encima, y ondeándola hacia ellos, que tuvieron que apartarse para no acabar cortados en dos.
-¡¿Quiénes sois?! –preguntó uno, con expresión tensa.
-¡Vuestra peor pesadilla! –respondió el hermano mayor mientras Abel sacaba su martillo y lo lanzaba contra otro, dejándolo inconsciente de un golpe en la cabeza- ¡Buen lanzamiento!
-¡Gracias! ¡No sueles elogiarme! –se sorprendió Abel.
-¡No te acostumbres! –prosiguió Cain, deteniendo la espada de otro agresor.
Mientras los hermanos seguían manteniendo a raya a los guardias del primer carruaje, los del segundo se unían a ellos en la batalla, dejándolo totalmente desprotegido para que Tathya entrase y evacuase a los esclavos mientras Julius vigilaba fuera.
En ese momento, uno de los rehenes, una niña, gritó al ver a la pacificadora, quien no consiguió acallarla antes de que se enterasen los guardias.
-¡¿Qué ha sido eso?! –exclamó uno de los más cercanos, girándose justo para descubrir a varios demonios escapando de los últimos vehículos- ¡Maldita sea! ¡Es una trampa!
-¡Rápido! ¡Salid de aquí! –ordenó otro, haciendo que los conductores que quedaban, en su huida, casi atropellasen a Cain y a Abel.
-¡Se escapan! –avisó Julius- ¡Y Tathya sigue dentro!
-¡Mierda! –se quejó Alex- ¡Vale! ¡Vosotros tres quedaos con los demonios! ¡Reima y yo iremos tras ellos! –dijo, dirigiéndose a Sarhin, Enam y Julius.
-¡No! ¡Yo voy con vosotros!
-¡No, Julius! ¡Necesitaréis manos aquí!
-¡También vosotros! ¡No pienso dejar tirada a la capitana!
Conociéndolo lo suficiente como para saber que no daría su brazo a torcer, el líder del segundo grupo aceptó a regañadientes. Acto seguido, los tres montaron en uno de los carruajes restantes y marcharon detrás de los fugitivos, dejando a los demás a cargo de los guardias y los esclavos rescatados.
Mientras tanto, Tathya hacía lo que podía para tranquilizar a los demonios a la vez que trataba de mantener el equilibrio. Tarea difícil dada la velocidad a la que iban.
Desenvainando su espada, apuntó a la pared de madera que les separaba del conductor, sin embargo detuvo la hoja antes de atravesarla. Si lo asesinaba y éste hacía un mal movimiento, pondría en peligro la vida de los demás. Tenía que encontrar otra forma.
Con ese pensamiento, decidió dirigirse, esta vez, a la salida. Si llegaba hasta él por fuera y sin que se enterase, podría deshacerse de él y tomar las riendas. El problema estaba en cómo hacerlo, ya que no había muchos lugares donde agarrarse, y los pocos que veía no parecían muy seguros.
No obstante, decidió arriesgarse y saltó hacia una de las esquinas rectangulares del saliente superior externo del transporte, agarrándose firmemente a ella con una mano mientras con la otra seguía sujeta al borde interior de la entrada.
Tras esto, impulsó la misma hasta llegar al saliente lateral y tras asegurarse de que estaba bien asida, se atrevió a soltar la otra para agarrarse del mismo sitio.
Una vez allí, venía la parte difícil: moverse por dicho saliente hasta llegar a la zona del conductor. La otra opción que tenía era trepar hasta el techo y acecharle desde ahí, pero, teniendo en cuenta su forma semicircular, le pareció mucho más complicado.
Por desgracia, en mitad de su avance, un bache súbito la hizo soltarse, precipitándose al suelo de no ser porque reaccionó lo suficientemente rápido como para desenvainar de nuevo su arma y clavarla en la madera, quedando sus pies a escasa distancia de tierra.
Respirando profundamente, observó que otro carruaje se acercaba justo detrás, ganando distancia. Desde lejos, creyó distinguir las figuras de Reima, Alex y Julius hacinados en el asiento del conductor, lo que la hizo apresurarse en alcanzar su objetivo.
Así pues, volvió a impulsarse hasta el mismo saliente (dejando la espada atrás, por lo que no habría segunda oportunidad) y continuó hasta, esta vez sí, llegar a la meta.
Entonces, con un último esfuerzo, embistió al conductor con ambos pies por delante, lanzándolo fuera del vehículo y consiguió situarse a los mandos, reduciendo la velocidad hasta detenerse.
-¡¿Estás bien?! –le preguntó Julius, el único de los tres que se había detenido mientras los demás continuaban persiguiendo al que faltaba.
-Oh... ¿estabas preocupado por mí? –indagó Tathya, con una sonrisa maliciosa, a la vez que ayudaba a bajar a los demonios.
-¡Claro que sí! Quiero decir... Sabía que te las arreglarías sola, pero... no he podido evitarlo –respondió él, desviando la mirada, nervioso.
-Eres de lo que no hay –la chica se acercó y lo agarró suavemente de la barbilla-. Supongo que tendré que recompensarte por el esfuerzo -sentenció, atrayendo su cara para besarle. Entonces le soltó, dejándole medio en shock, y dio media vuelta para seguir con su trabajo- Cuando acabemos, te daré el resto de la recompensa.
-¿El resto? ¿Qué es el resto?
-¿Tú que crees? –contestó, guiñando un ojo y llevándose, provocativamente, un dedo al labio inferior.
-¡Le estamos ganando terreno! –indicó Reima.
-¡Es lo que tiene llevar menos peso! –declaró Alex, quien llevaba las riendas- Sólo espero que no le dé por deshacerse del suyo.
-¡Si te acercas un poco más podré saltar!
-¡Entendido!
De esa forma, y una vez a la distancia correcta, el espadachín logró entrar en el interior del vehículo, donde los esclavos trataban de protegerse de las turbulencias.
En ese momento, una de las ruedas quebró, dando lugar la inclinación del transporte. Ante el inminente volcado, Reima actuó rápidamente. Se acercó a los demonios y, concentrando Setten en su espada, creó una barrera alrededor de él. El choque lanzó por los aires a todos los presentes, incluido al conductor, que murió en el acto al golpearse la cabeza contra una roca. No ocurrió así con el joven japonés y el resto de rehenes, que resistieron el impacto gracias a su técnica, pese a quedar inactivada al tocar suelo.
Tras el desastre, Alex, que ya había detenido el otro carruaje, se acercó a ellos para comprobar que estaban bien, respirando aliviado al espadachín acostado boca arriba, con la mirada perdida por la rapidez de los acontecimientos.
-Buen trabajo –le felicitó.
-Díselo a Hana y Thyra. Si no llega a ser por lo que me enseñaron, estaríamos muertos –replicó.
Una vez todo solucionado, los cuatro pudieron volver con los demás, que ya habían conseguido reducir y amordazar a los guardias restantes. El siguiente paso sería llevar a Roma tanto a ellos como a los demonios, siendo los primeros interrogados y los segundos trasladados a diferentes zonas donde ya se hubiese abolido la esclavitud.
-¿Tienes ganas de volver? –preguntó Alex mientras se encaminaban hacia el área donde se había dibujado el círculo de teletransportación.
-Siempre –respondió Reima, acariciándose la cara.
-¿Has notado algo más a parte de eso?
-¿Te refieres a la quemadura? Sí. Últimamente tengo la sensación de que hay algo que no soy yo poseyéndome. Cómo si existiese otra persona dentro de mí.
-¿Es peligrosa?
-No. Creo que no. Pero mentiría si dijese que no tengo miedo. Aun así, no me arrepiento de estar vivo.
-Me alegra que pienses así.
-Ya hemos llegado –anunció Tathya, deteniéndose ante un claro en mitad del bosque donde les esperaban un grupo de hombres vestidos con túnica. Por el aspecto, pudieron identificarlos como seguidores de John.
Estos los saludaros respetuosamente y señalaron el círculo para que fuesen situándose sobre él.
Tanto los demonios como los guardias se mostraron asustados, pero, al menos en el caso de los esclavos, cualquier destino parecía mejor que el que les hubiese esperado tras ser vendidos.
Después de que todos hubiesen entrado, el séquito del papa hizo lo mismo, colocándose alrededor y recitando unas palabras que les fueron imposibles de identificar.
Al cabo de pocos segundos, el mundo empezó a perder forma, sumiéndose en un arco iris de luces y sombras que, tras unos instantes, se transformó en una sala vacía con paredes y suelos de piedra pertenecientes al castillo del emperador. Allí, los recibieron tres individuos: un hombre, una demonio y una ángel.
-Veo que habéis vuelto sanos y salvos –declaró el hombre, que se trataba del mismísimo John.
-No sólo eso. Hemos cumplido con otro rescate y quizás esta vez si podamos obtener información sobre esa organización –explicó Alex, señalando a rehenes.
-Son buenas noticias –respondió, dirigiéndose posteriormente a sus subordinados- Por favor, llevad a los demonios al comedor. Seguro que estarán hambrientos. Luego dejaremos que descansen antes de hablar con ellos sobre cómo proceder.
-Nosotros nos encargaremos de llevar a los guardias capturados a los calabozos –indicó el pacificador, apresurando al resto salvo Reima, a quien hizo un gesto con la cabeza para que se quedase, seguido de una sonrisa.
Finalmente, sólo quedaron el espadachín, el ángel y la demonio, quien no dudo en lanzarse contra joven y derribarlo de un abrazo.
-¡¿Hana?! –exclamó Thyra, tratando de controlar a su amiga, que no estaba dispuesta a separarse de él.
-¡¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez?! ¡¿Dos meses?! ¡Tengo que aprovechar todo lo que pueda antes de que vuelva a irse! –se quejó la demonio, aunque su rostro reflejaba diversión.
-¡Yo también le he echado de menos, pero esas no son maneras de saludar a alguien! –continuó, regañándola.
-No importa... –consiguió decir el chico con un hilo de voz- Yo también estaba deseando volver a veros...
Después de su reencuentro, los tres decidieron dar un paseo, durante el cual Reima les estuvo informando de los problemas y avances que habían tenido en su misión.
Asimismo, ellas dos también le contaron lo que habían estado haciendo durante esos dos meses.
En el caso de Hana, se había trasladado a territorio del Emirato de Córdoba para tratar de establecer relaciones diplomáticas y hablar sobre el papel de los demonios en su sociedad. Si la situación mejoraba con los anglosajones, tenía pensado acompañar a Reima en su próxima misión para discutir con sus gobernantes los siguientes pasos a seguir.
Por otro lado, Thyra, quien hubo pasado buena parte de su tiempo restaurando la sociedad de los ángeles, después de que ésta se viese en un descontrol por la traición de Remiel y la muerte de Michael, por fin había conseguido avanzar en su investigación sobre los instigadores de todo aquello.
-Según lo que he podido averiguar, se harían llamar apóstoles, y tendrían también relación con Darío –explicó Thyra.
-¡¿Apóstoles?! ¡¿Como los héroes que se enfrentaron a los demonios?! ¡¿Qué significa eso?! –preguntó Reima, confuso.
-A mí también me gustaría saberlo.
-¿Crees que podría tratarse de ellos? –intervino Hana.
-No lo sé, pero si así fuese, es posible que la historia que hemos conocido hasta ahora sobre la guerra entre humanos y demonios sea muy diferente a como viene en los libros. Lo que explicaría también por qué no hemos podido encontrar ninguna información de ese tal Chronos. En cualquier caso, seguiremos investigando –dijo la arcángel justo antes de llegar frente a una habitación cerrada en cuyo interior pudieron escuchar una voz femenina-. ¡No me digas que...! –se escandalizó, abriendo la puerta de golpe para ver a Uriel levantando en brazos a un bebé mientras le hacía carantoñas.
-¡Oh! ¡Hola, chicos, cuánto tiempo! –respondió el ángel femenino, alegremente.
-¡¿Uriel?! ¡¿Sabes el susto que me has dado?! ¡Pensaba que alguien quería secuestrar a los pequeños!
-¡Qué tonterías dices! ¡¿Para qué iba a querer secuestrarlos?! ¡Gugu! ¡Gaaa! –replicó, siguiendo con su juego.
-Veo que no has cambiado, Uriel.
-¡Reima! ¡¿Has venido a verlos?!
-Pues sí. Quería pasar algo de tiempo con ellos –declaró, a la vez que Uriel le entregaba al que tenía en brazos.
-Estoy segura de que la pequeña Serah estaba deseando estar con su papá.
-¡En cualquier caso, si querías venir, la próxima vez avisa!
-Vaaaale.
-¿Cómo está Ahren? –preguntó Hana.
-¡Ah! Ahí sentado –indicó Uriel, señalando al otro bebé, que los observaba desde su cuna, cruzado de brazos y en silencio- Es increíble lo maduro que es ya sin todavía saber hablar. Cuando he entrado, Serah se ha puesto a llorar, y ha sido él quien se ha encargado de tranquilizar a su hermana con uno de sus juguetes.
-Sí. No se parece en nada a su madre –dijo Thyra.
-Tú hija tampoco es que se parezca mucho a ti –se defendió Hana.
-¡¿Acaso quieres competir por ver quién se parece más a quién?!
-¡Cuando quieras!
-¿No deberías hacer algo? –preguntó Uriel a Reima, refiriéndose a la discusión que acababan de iniciar.
-No te preocupes, no es la primera vez que pasa –contestó él, tranquilamente.
-En cualquier caso, quien iba a decir que de vuestra relación iban a nacer un medio demonio y una medio ángel. Es de locos.
-Sí, ninguno de nosotros lo esperaba, pero supongo que acabó surgiendo.
-Bueno, siendo vosotros sé que crecerán como es debido. Y quién sabe, quizás algún día se conviertan en el símbolo de buena relación entre humanos y demonios.
-La verdad es que me gustaría que para ese entonces el mundo ya sea un lugar mejor. Pero supongo que es mucho pedir.
-No te preocupes. Estoy segura de que ese día llegará.
Tiempo después, en una posada no muy alejada del castillo, Cain y Abel bebían animadamente mientras recordaban la pelea que habían tenido contra los guardias.
-¡¿Has visto la cara que se les ha quedado cuando se han enterado de que les tomábamos el pelo?! –rió el mayor.
-Hemos hecho una gran actuación –indicó el pequeño.
-¡Y tanto! Eso sí, tendremos que aumentar el repertorio para la próxima vez. Dudo que nos vayan a creer si siempre hacemos lo mismo.
-Bueno, si el interrogatorio sale bien, quizás nos envíen a otro sitio. Así será más difícil que nos reconozcan.
-En eso tienes razón. Aunque no me fío. Si no han conseguido sonsacarles nada hasta ahora, dudo que lo logren esta vez.
-Espero que sí. Me gustaría visitar otro país.
-Hablando de visitas. ¿Sabes que ha vuelto el grupo tres?
-¿El que lideraba Claude?
-El mismo. Por lo que tengo entendido, Thyra decidió enviarlos a investigar algo. No he llegado a enterarme de qué exactamente, pero le oído decir a uno de ellos, ese tal Einar...
-Deberías aprenderte sus nombres...
-¡Como sea! ¡¿Qué más da?! El caso es que ha dicho que tenía que hablar con ella urgentemente.
-Tiene que ser importante entonces...
-Hola –saludó de repente una voz al lado de su mesa. Al girarse, ambos se toparon con Lori, quien los observaba de pie, sonriente-. Siento interrumpiros, pero quería saber si podía llevarme un momento a Abel para hablar con él. Será poco tiempo, lo prometo –continuó, dirigiéndose a Cain, quien tardó unos segundos en reconocerla debido al corte de pelo que se había hecho la joven.
-Sin problema. Aunque antes me gustaría comentar algo con él –respondió Cain.
-Por supuesto. Te espero fuera –le dijo, esta vez, a Abel.
-Por cierto, Lori –intervino Cain antes de que se marchase- ¿Todo bien?
-Sí, claro –respondió, un poco extrañada.
-Me alegro –añadió el hombre, levantando su jarra.
Una vez se hubo marchado, Abel miró a su hermano.
-Eso ha sido raro por tu parte.
-Lo sé. Tampoco esperaba que se presentase aquí de repente.
-Oye, creía que ya habíamos solucionado este tema...
-No, no. Relájate. No va por ahí –lo tranquilizó-. Mira, en realidad, quería disculparme por todo lo que pasó... ¡y hazme el favor de no poner esa cara que esta oportunidad no la vas a tener todos los días! –avisó, viendo una mezcla de sorpresa y alegría en la cara del pequeño- En ese momento creía que si pasabas demasiado tiempo con ella acabarías mal de la cabeza, pero últimamente la he visto mucho mejor de ánimo. Se nota que la has estado apoyando y diría que has hecho un buen trabajo. Al final, eres mi hermano y llevamos toda una vida juntos, así que... bueno... considera mis disculpas como una forma de zanjar esto de una vez por todas.
-Gracias. Aunque no lo creas, significa mucho –sentenció Abel.
-Bien. Anda, ve con ella –lo alentó Cain, dejando se fuese.
Una vez solo, se quedó unos segundos pensativo, mirando la puerta de la posada, con una sensación amarga en el pecho. Decidido a ignorarla, bebió lo que le quedaba en la jarra.
Por otro lado, Sarhin, Enam y Alex se estaban encargando del interrogatorio, el cual no avanzaba pese a haber presionado a la mayoría de los guardias capturados.
-Nada. Me temo que esta vez tampoco lo conseguiremos –comentó Alex, echando un vistazo rápido a la puerta que llevaba a las celdas de los presos.
-Quizás deberíamos usar medios de tortura más severos –opinó Sarhin.
-Para ello tendríamos que pedir permiso. Y la última vez que los probamos, tampoco funcionó. Empiezo a pensar que hay algún tipo de magia que les impide hablar.
-¿Y si fuese realmente así? –preguntó Enam.
-¿Lo dices en serio?
-¿Vives en un mundo de demonios y ángeles y me preguntas eso? –replicó el hombre.
-Touché. Aun así, ¿qué propones? ¿Llamar a Hana y Thyra?
-No será necesario.
Dicho esto, volvió a por uno de los prisioneros y lo llevó a otra sala vacía a excepción de una solitaria silla en el centro. Allí, lo sentó y ató ante la expectante mirada de Alex y Sarhin, quienes lo habían seguido durante todo el proceso.
Entonces se situó frente a él y lo observó fijamente, generándole incomodidad pese a intentar mantenerse desafiante. Sin embargo, cuando el líder del cuarto grupo lo cogió de la cabeza y cerró los ojos, aparentemente concentrado, cualquier actitud altiva se volvió inexistente.
Tras unos segundos, su mano empezó a emitir un extraño brillo, seguido del grito del guardia.
-¡Eh! –exclamó Alex, dando un paso hacia delante al ver su sufrimiento, siendo detenido por Sarhin.
-Espera...
Poco después, aquel brillo se fue reduciendo, así como el aparente dolor del recluso, que parpadeó varias veces, como si acabara de despertarse.
-Volvamos a intentarlo –declaró Enam-. ¿Quiénes son vuestros líderes y dónde se encuentran? Y ten en cuenta que lo que me respondas decidirá tu destino –le amenazó.
-De acuerdo. Os lo diré.
-¿Qué? –se extrañó Alex ante aquel repentino cambio de parecer.
-Hay cuatro líderes en la organización. Todos ellos mercaderes de gran poder y fortuna, pero, por lo que sé, la idea de dedicarse plenamente a la trata de esclavos no fue de ellos.
-Así que otra persona se lo propuso. ¿Otro comerciante?
-No. Es alguien de fuera del gremio. Un extranjero. Nadie sabe a qué se dedica.
-¿Sabes su nombre?
-Sí. Se llama Jared Ascitious.
-¿Eh? ¿Qué clase de nombre es ese? –cuestionó Alex, sin embargo se dio cuenta de que la expresión de Enam había cambiado.
De repente, con una furia impropia de él, agarró con ambas manos el cuello del guardia y lo estrechó entre ellas, dejándolo sin respiración. Tuvo que ser placado por sus dos compañeros para que lo soltara antes de matarlo, tras lo cual recuperó la compostura.
-¡¿Se puede saber que te pasa?! –se escandalizó el pacificador de pelo plateado.
-Lo siento.
-Sarhin, hazme el favor y llévalo a otra sala para comprobar cómo está. Si necesita atención médica, que lo revisen. Si no, devuélvelo a su celda.
Una vez a solas, Alex se acomodó en la silla donde anteriormente lo hubo hecho el preso. Se encontraba frente a frente con Enam, quien, de espaldas a la pared de la sala, y sentado en el suelo, tenía la mirada perdida.
-Cuéntamelo –le pidió.
-Hace una década, estuve casado con una demonio, Eisheth. Incluso tuvimos un hijo al que llamamos Vepar. Vivíamos alejados de la civilización, ocultos de comerciantes de esclavos y cazadores de demonios.
>>Yo me dedicaba a la ganadería y la agricultura. Un terreno pequeño, pero lo suficiente para los tres. Por otro lado, Eisheth era muy buena con las manos. Capaz de crear cualquier pieza de artesanía, fuese de hierro o madera, en poco tiempo. Recuerdo cómo, una vez se acumulaban, iba a la ciudad para venderlas, y pocas veces volvía con una o dos de ellas. Tal era su habilidad. Además, era increíblemente astuta e inteligente. Tenía el potencial de llegar más lejos de lo que nadie jamás hubiese deseado. Por supuesto, de no haber nacido demonio.
>>Aun así, nunca se quejó por ello. Todo lo contrario. Siempre hablaba de lo contenta que estaba de haber elegido estar conmigo y con nuestro hijo. Pero yo siempre pensé que merecía mucho más. Y, por desgracia, eso me hizo cometer un grave error.
>>Un día vino a visitarnos un demonio. O al menos, eso pensé al principio. Decía llamarse Jared Ascitious y parecía interesado en lo que Eis hacía. Nos habló de una ciudad donde humanos y demonios convivían en paz. Un sitio donde por fin podría hacerse un nombre con sus creaciones.
>>Ella no le creyó, pero yo no era tan inteligente. Y, de esa forma, la convencí para irnos con él.
>>Cuando me enteré de que habíamos caído en su trampa, ya era demasiado tarde. Una multitud de cazadores y mercaderes de esclavos nos emboscaron y, pese a que nos defendimos, nosotros dos fuimos capturados para ser vendidos, y nuestro hijo acabó siendo asesinado.
>>Jamás olvidaré su cara, rota por la muerte de Vepar. Y, aun así, no me culpó por ello. En su lugar dijo que, no importaba qué decisión hubiese tomado, me hubiese seguido hasta el fin del mundo.
>>Entonces, una noche, mientras todos dormíamos, ella consiguió quitarse las ataduras que le impedían utilizar su Setten, me maldijo y después se inmoló, llevándose a los demás por delante. Nunca supe por qué tomó esa decisión, y prefiero ni imaginármelo.
>>Cuando todo hubo terminado. Me incorporé y miré a mi alrededor. Tan sólo quedaba yo. Ileso. Como si acabase de llegar a ese sitio.
-¿Y ese Jared?
-Ya no viajaba con nosotros. Después de ser atrapados, su trabajo terminó.
-Comprendo. Y ahora también sé por qué pudiste enfrentarte a esos demonios en Nápoles utilizando únicamente instrumentos de cocina. Así que estás maldito.
-Sí. Me uní a los Pacificadores con la intención de saber más sobre ese Jared. Si es que esa así como se llama.
-¿Crees que no es su nombre real?
-No lo creo. Lo sé. De hecho... –Enam se interrumpió a sí mismo, como si no estuviese seguro de lo que iba a decir a continuación.
-Dilo. No importa.
-Es sólo una hipótesis, pero creo que podría estar relacionado con el líder de los que atacaron Nápoles.
-¿Te refieres a ese tal Darío?
-Sí. Incluso me atrevería a decir que son la misma persona...
-¡Señora Thyra! –exclamó uno de los súbditos de John, recorriendo el pasillo del castillo hasta arrodillarse frente a ella.
-¿Qué ocurre? –preguntó, algo exaltada y molesta por ver interrumpida su reunión familiar.
-¡Sé que pidió que no la molestasen, pero se trata de algo urgente! ¡Los Pacificadores enviados por usted han vuelto de su misión!
-De acuerdo. Voy para allá –indicó, con expresión seria.
-¿Quieres que te acompañemos? –dijo Reima, apoyado por Hana.
-No será necesario. Volveré dentro de poco –sentenció, marchándose detrás del acólito.
Una vez llegó a la sala donde la esperaban los cuatro guerreros, anteriormente liderados por Claude, éstos hicieron una reverencia, siendo Einar el primero en hablar.
-Señora Thyra, creemos saber dónde están ubicados los apóstoles. Se trata de un bosque situado a las afueras de la ciudad, en dirección sureste y a unos 12 kilómetros de aquí.
-Están más cerca de lo que pensaba –murmuró ella, llevándose una mano a la barbilla- Buen trabajo. Ahora, descansad. Me ocuparé de que avisen al resto de pacificadores para que nos reunamos todos mañana a primera hora. Entonces, partiremos a apresarlos. Cuanto antes lo hagamos, menos probabilidades habrá de que cambien de localización. ¿Podréis guiarnos hasta allí?
-¡Sin problema! –declaró Einar, firmemente.
Cuando Lori le dijo que había algo que quería enseñarle, Abel no pensó que lo llevaría a una zona residencial de las afueras.
Era un sitio tranquilo. Demasiado, de hecho. Algo que no pudo evitar ponerle un poco nervioso.
Sin embargo, en contraste con él, la joven parecía muy alegre. Como si llevase esperando ese momento desde hacía mucho tiempo.
Cuando llegaron, encontraron a dos hombres en la entrada.
-Menos mal. Por fin habéis venido. Sí, por fin. Estaba empezando a cansarme. Sí, cansarme –se quejó uno de ellos.
-¿Quiénes sois? –preguntó Abel, desconfiado y poniendo una mano sobre la empuñadura de su arma.
-¡No te preocupes, Abel! ¡Son amigos! –dijo Lori, animadamente.
-Claro, Abel –intervino el segundo de los dos, quien hablaba de manera más “normal”- No estamos aquí para hacerte daño. Tan sólo hemos venido a hacer justicia.
-¿Justicia?
-Así es. En esta ciudad se lleva cometiendo un gran pecado desde hace años. Todo por culpa de dos señoritas a quienes les dio por meter sus narices donde no las llaman. Pero hoy acabará todo.
-¿Qué quieres decir?
-Ya lo verás. ¡Ah! ¡Qué descortés por mi parte! ¡Todavía no nos hemos presentado! Perdona. Este tipo de aquí que habla de manera extraña se llama Matthew. Es un poco rarito, pero te acostumbrarás. En cuanto a mí... digamos que me han llamado de muchas formas pero, por ser una ocasión especial, te diré mi verdadero nombre. Soy Judas Iscariote. Encantado.