sábado, 4 de enero de 2025

Capítulo 56: La forja de una Leyenda (Parte I)

 -¿Cuántos son? –preguntó Alex.

-Cuatro carros. Cada uno de ellos protegido por otros cuatro guardias.

-Eso hace un total de 16 enemigos.

-20, si cuentas también los conductores.

-¿Qué hay de su destreza en combate?

-Creo que salvo los cuatro que acompañan al primer carro, el resto tiene poca experiencia. Dudo que nos lleve mucho tiempo acabar con ellos. El problema está en los rehenes.

-Lo sé. Si no tenemos cuidado podrían acabar heridos o incluso muertos. ¿Y los demás?

-Ya están posicionados. Tathya, Julius, Sarhin y Enam les emboscarán desde cada uno de los lados. Nosotros dos evitaremos que escapen. Y Cain y Abel serán el cebo.

-Entonces sólo queda esperar –sentenció el líder del segundo grupo de los Pacificadores, habiendo escuchado el informe de Reima.

 

Escondidos entre los troncos de los árboles que rodeaban aquel sendero, vigilaban la llegada de su objetivo: unos comerciantes de demonios esclavos procedentes de Wessex, y que se dirigían a Mercia, ambos reinos situados en territorio anglosajón.

 

Hacía varios meses que llevaban realizando ese tipo de misiones allí de manera intermitente, gracias a los círculos de teletransporte que en su día utilizasen para viajar desde sus respectivos orígenes hasta Roma. Eso les permitía mantener el contacto con John, Thyra y Hana con relativa frecuencia (hecho que Reima agradecía), aunque se requiriese bastante tiempo para poder dibujarlos.

 

La situación con los demonios en aquella zona había evolucionado positivamente, pero el progreso iba lento, sobre todo debido a la existencia de una organización de mercaderes, a la cual pertenecía su objetivo, y que, pese a haber conseguido tumbarles más de un negocio, tenía unos líderes bastante escurridizos y unos súbditos lo suficientemente leales como para no haberles proporcionado ninguna información de sus paraderos.

 

Así pues, allí se encontraban una vez más, esperando que, esta vez sí, consiguiesen sonsacarles algo o, con suerte, capturar a alguno de los mandamases.

 

Tras ver pasar los carruajes cerca de ellos, le hicieron una señal a Enam, quien se encontraba algo más alejado, para que informase a los demás. Poco después, Cain y Abel comenzaban su particular teatrillo, apareciendo en mitad del camino, justo delante de la comitiva.

-¡Estoy harto de ti! ¡Llevas una hora diciendo que sabes por dónde vamos y todavía no he visto una maldita ciudad donde tomarme un buen trago! –se quejó el mayor, provocando que los caballos se detuviesen.

-Yo juraría que era por aquí. Puede que nos lo hayamos pasado.

-¡¿Que nos lo hemos pasado dices?! ¡Estamos en mitad del bosque! ¡¿Crees que soy tan estúpido que no puedo distinguir una ciudad de un árbol?!

-¡Eh! ¡Vosotros! ¡Apartaos de nuestro camino! ¡Llevamos una mercancía a Mercia y si no nos damos prisa nos lo descontarán del pago! –ordenó el conductor del primer carro.

-¡Oh! ¡Perdone! ¡¿Tengo cara de que me importe?! –continuó Cain, haciendo que los guardias que rodeaban el segundo avanzasen ligeramente hacia ellos, separándose así del tercero y el cuarto, lo que supuso la señal para que el resto de Pacificadores se pusiesen en marcha.

 

Primero, Sarhin y Enam se acercaron a quienes protegían el último transporte, eliminándolos rápidamente y sin hacer ruido. Cuando sus compañeros más cercanos se giraron a ver qué ocurría, Tathya y Julius los noquearon, dejando así a ocho de ellos fuera de combate. Los dos conductores de sendos carros cayeron segundos después, subiendo la cuenta a diez.

 

Al mismo tiempo, Alex y Reima se introdujeron en el interior de uno de ellos, llevándose el dedo a la boca para que los demonios no llamasen la atención de los demás soldados y empezar así a sacarlos uno por uno de allí.

 

-¡¿Quién os creéis que sois para decirme lo que tengo que hacer?! ¡¿Eh?! ¡¿Quién?! –exclamó Cain, mientras su hermano hacía un vago ademán de intentar calmarlo.

-¡Estoy cansado de tanto grito! ¡Acabad con ellos! –sentenció el conductor, provocando que los cuatro primeros guardias los atacasen.

-¡Por fin, algo de acción!- se alegró Cain, sacando su hacha de la espalda, tapada a duras penas por la capa que llevaba encima, y ondeándola hacia ellos, que tuvieron que apartarse para no acabar cortados en dos.

-¡¿Quiénes sois?! –preguntó uno, con expresión tensa.

-¡Vuestra peor pesadilla! –respondió el hermano mayor mientras Abel sacaba su martillo y lo lanzaba contra otro, dejándolo inconsciente de un golpe en la cabeza- ¡Buen lanzamiento!

-¡Gracias! ¡No sueles elogiarme! –se sorprendió Abel.

-¡No te acostumbres! –prosiguió Cain, deteniendo la espada de otro agresor.

 

Mientras los hermanos seguían manteniendo a raya a los guardias del primer carruaje, los del segundo se unían a ellos en la batalla, dejándolo totalmente desprotegido para que Tathya entrase y evacuase a los esclavos mientras Julius vigilaba fuera.

 

En ese momento, uno de los rehenes, una niña, gritó al ver a la pacificadora, quien no consiguió acallarla antes de que se enterasen los guardias.

-¡¿Qué ha sido eso?! –exclamó uno de los más cercanos, girándose justo para descubrir a varios demonios escapando de los últimos vehículos- ¡Maldita sea! ¡Es una trampa!

-¡Rápido! ¡Salid de aquí! –ordenó otro, haciendo que los conductores que quedaban, en su huida, casi atropellasen a Cain y a Abel.

-¡Se escapan! –avisó Julius- ¡Y Tathya sigue dentro!

-¡Mierda! –se quejó Alex- ¡Vale! ¡Vosotros tres quedaos con los demonios! ¡Reima y yo iremos tras ellos! –dijo, dirigiéndose a Sarhin, Enam y Julius.

-¡No! ¡Yo voy con vosotros!

-¡No, Julius! ¡Necesitaréis manos aquí!

-¡También vosotros! ¡No pienso dejar tirada a la capitana!

 

Conociéndolo lo suficiente como para saber que no daría su brazo a torcer, el líder del segundo grupo aceptó a regañadientes. Acto seguido, los tres montaron en uno de los carruajes restantes y marcharon detrás de los fugitivos, dejando a los demás a cargo de los guardias y los esclavos rescatados.

 

Mientras tanto, Tathya hacía lo que podía para tranquilizar a los demonios a la vez que trataba de mantener el equilibrio. Tarea difícil dada la velocidad a la que iban.

 

Desenvainando su espada, apuntó a la pared de madera que les separaba del conductor, sin embargo detuvo la hoja antes de atravesarla. Si lo asesinaba y éste hacía un mal movimiento, pondría en peligro la vida de los demás. Tenía que encontrar otra forma.

 

Con ese pensamiento, decidió dirigirse, esta vez, a la salida. Si llegaba hasta él por fuera y sin que se enterase, podría deshacerse de él y tomar las riendas. El problema estaba en cómo hacerlo, ya que no había muchos lugares donde agarrarse, y los pocos que veía no parecían muy seguros.

 

No obstante, decidió arriesgarse y saltó hacia una de las esquinas rectangulares del saliente superior externo del transporte, agarrándose firmemente a ella con una mano mientras con la otra seguía sujeta al borde interior de la entrada.

 

Tras esto, impulsó la misma hasta llegar al saliente lateral y tras asegurarse de que estaba bien asida, se atrevió a soltar la otra para agarrarse del mismo sitio.

 

Una vez allí, venía la parte difícil: moverse por dicho saliente hasta llegar a la zona del conductor. La otra opción que tenía era trepar hasta el techo y acecharle desde ahí, pero, teniendo en cuenta su forma semicircular, le pareció mucho más complicado.

 

Por desgracia, en mitad de su avance, un bache súbito la hizo soltarse, precipitándose al suelo de no ser porque reaccionó lo suficientemente rápido como para desenvainar de nuevo su arma y clavarla en la madera, quedando sus pies a escasa distancia de tierra.

 

Respirando profundamente, observó que otro carruaje se acercaba justo detrás, ganando distancia. Desde lejos, creyó distinguir las figuras de Reima, Alex y Julius hacinados en el asiento del conductor, lo que la hizo apresurarse en alcanzar su objetivo.

 

Así pues, volvió a impulsarse hasta el mismo saliente (dejando la espada atrás, por lo que no habría segunda oportunidad) y continuó hasta, esta vez sí, llegar a la meta.

 

Entonces, con un último esfuerzo, embistió al conductor con ambos pies por delante, lanzándolo fuera del vehículo y consiguió situarse a los mandos, reduciendo la velocidad hasta detenerse.

 

-¡¿Estás bien?! –le preguntó Julius, el único de los tres que se había detenido mientras los demás continuaban persiguiendo al que faltaba.

-Oh... ¿estabas preocupado por mí? –indagó Tathya, con una sonrisa maliciosa, a la vez que ayudaba a bajar a los demonios.

-¡Claro que sí! Quiero decir... Sabía que te las arreglarías sola, pero... no he podido evitarlo –respondió él, desviando la mirada, nervioso.

-Eres de lo que no hay –la chica se acercó y lo agarró suavemente de la barbilla-. Supongo que tendré que recompensarte por el esfuerzo -sentenció, atrayendo su cara para besarle. Entonces le soltó, dejándole medio en shock, y dio media vuelta para seguir con su trabajo- Cuando acabemos, te daré el resto de la recompensa.

-¿El resto? ¿Qué es el resto?

-¿Tú que crees? –contestó, guiñando un ojo y llevándose, provocativamente, un dedo al labio inferior.

 

-¡Le estamos ganando terreno! –indicó Reima.

-¡Es lo que tiene llevar menos peso! –declaró Alex, quien llevaba las riendas- Sólo espero que no le dé por deshacerse del suyo.

-¡Si te acercas un poco más podré saltar!

-¡Entendido!

 

De esa forma, y una vez a la distancia correcta, el espadachín logró entrar en el interior del vehículo, donde los esclavos trataban de protegerse de las turbulencias.

 

En ese momento, una de las ruedas quebró, dando lugar la inclinación del transporte. Ante el inminente volcado, Reima actuó rápidamente. Se acercó a los demonios y, concentrando Setten en su espada, creó una barrera alrededor de él. El choque lanzó por los aires a todos los presentes, incluido al conductor, que murió en el acto al golpearse la cabeza contra una roca. No ocurrió así con el joven japonés y el resto de rehenes, que resistieron el impacto gracias a su técnica, pese a quedar inactivada al tocar suelo.

 

Tras el desastre, Alex, que ya había detenido el otro carruaje, se acercó a ellos para comprobar que estaban bien, respirando aliviado al espadachín acostado boca arriba, con la mirada perdida por la rapidez de los acontecimientos.

-Buen trabajo –le felicitó.

-Díselo a Hana y Thyra. Si no llega a ser por lo que me enseñaron, estaríamos muertos –replicó.

 

Una vez todo solucionado, los cuatro pudieron volver con los demás, que ya habían conseguido reducir y amordazar a los guardias restantes. El siguiente paso sería llevar a Roma tanto a ellos como a los demonios, siendo los primeros interrogados y los segundos trasladados a diferentes zonas donde ya se hubiese abolido la esclavitud.

-¿Tienes ganas de volver? –preguntó Alex mientras se encaminaban hacia el área donde se había dibujado el círculo de teletransportación.

-Siempre –respondió Reima, acariciándose la cara.

-¿Has notado algo más a parte de eso?

-¿Te refieres a la quemadura? Sí. Últimamente tengo la sensación de que hay algo que no soy yo poseyéndome. Cómo si existiese otra persona dentro de mí.

-¿Es peligrosa?

-No. Creo que no. Pero mentiría si dijese que no tengo miedo. Aun así, no me arrepiento de estar vivo.

-Me alegra que pienses así.

-Ya hemos llegado –anunció Tathya, deteniéndose ante un claro en mitad del bosque donde les esperaban un grupo de hombres vestidos con túnica. Por el aspecto, pudieron identificarlos como seguidores de John.

 

Estos los saludaros respetuosamente y señalaron el círculo para que fuesen situándose sobre él.

 

Tanto los demonios como los guardias se mostraron asustados, pero, al menos en el caso de los esclavos, cualquier destino parecía mejor que el que les hubiese esperado tras ser vendidos.

 

Después de que todos hubiesen entrado, el séquito del papa hizo lo mismo, colocándose alrededor y recitando unas palabras que les fueron imposibles de identificar.

 

Al cabo de pocos segundos, el mundo empezó a perder forma, sumiéndose en un arco iris de luces y sombras que, tras unos instantes, se transformó en una sala vacía con paredes y suelos de piedra pertenecientes al castillo del emperador. Allí, los recibieron tres individuos: un hombre, una demonio y una ángel.

-Veo que habéis vuelto sanos y salvos –declaró el hombre, que se trataba del mismísimo John.

-No sólo eso. Hemos cumplido con otro rescate y quizás esta vez si podamos obtener información sobre esa organización –explicó Alex, señalando a rehenes.

-Son buenas noticias –respondió, dirigiéndose posteriormente a sus subordinados- Por favor, llevad a los demonios al comedor. Seguro que estarán hambrientos. Luego dejaremos que descansen antes de hablar con ellos sobre cómo proceder.

-Nosotros nos encargaremos de llevar a los guardias capturados a los calabozos –indicó el pacificador, apresurando al resto salvo Reima, a quien hizo un gesto con la cabeza para que se quedase, seguido de una sonrisa.

 

Finalmente, sólo quedaron el espadachín, el ángel y la demonio, quien no dudo en lanzarse contra joven y derribarlo de un abrazo.

-¡¿Hana?! –exclamó Thyra, tratando de controlar a su amiga, que no estaba dispuesta a separarse de él.

-¡¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez?! ¡¿Dos meses?! ¡Tengo que aprovechar todo lo que pueda antes de que vuelva a irse! –se quejó la demonio, aunque su rostro reflejaba diversión.

-¡Yo también le he echado de menos, pero esas no son maneras de saludar a alguien! –continuó, regañándola.

-No importa... –consiguió decir el chico con un hilo de voz- Yo también estaba deseando volver a veros...

 

Después de su reencuentro, los tres decidieron dar un paseo, durante el cual Reima les estuvo informando de los problemas y avances que habían tenido en su misión.

 

Asimismo, ellas dos también le contaron lo que habían estado haciendo durante esos dos meses.

 

En el caso de Hana, se había trasladado a territorio del Emirato de Córdoba para tratar de establecer relaciones diplomáticas y hablar sobre el papel de los demonios en su sociedad. Si la situación mejoraba con los anglosajones, tenía pensado acompañar a Reima en su próxima misión para discutir con sus gobernantes los siguientes pasos a seguir.

 

Por otro lado, Thyra, quien hubo pasado buena parte de su tiempo restaurando la sociedad de los ángeles, después de que ésta se viese en un descontrol por la traición de Remiel y la muerte de Michael, por fin había conseguido avanzar en su investigación sobre los instigadores de todo aquello.

-Según lo que he podido averiguar, se harían llamar apóstoles, y tendrían también relación con Darío –explicó Thyra.

-¡¿Apóstoles?! ¡¿Como los héroes que se enfrentaron a los demonios?! ¡¿Qué significa eso?! –preguntó Reima, confuso.

-A mí también me gustaría saberlo.

-¿Crees que podría tratarse de ellos? –intervino Hana.

-No lo sé, pero si así fuese, es posible que la historia que hemos conocido hasta ahora sobre la guerra entre humanos y demonios sea muy diferente a como viene en los libros. Lo que explicaría también por qué no hemos podido encontrar ninguna información de ese tal Chronos. En cualquier caso, seguiremos investigando –dijo la arcángel justo antes de llegar frente a una habitación cerrada en cuyo interior pudieron escuchar una voz femenina-. ¡No me digas que...! –se escandalizó, abriendo la puerta de golpe para ver a Uriel levantando en brazos a un bebé mientras le hacía carantoñas.

-¡Oh! ¡Hola, chicos, cuánto tiempo! –respondió el ángel femenino, alegremente.

-¡¿Uriel?! ¡¿Sabes el susto que me has dado?! ¡Pensaba que alguien quería secuestrar a los pequeños!

-¡Qué tonterías dices! ¡¿Para qué iba a querer secuestrarlos?! ¡Gugu! ¡Gaaa! –replicó, siguiendo con su juego.

-Veo que no has cambiado, Uriel.

-¡Reima! ¡¿Has venido a verlos?!

-Pues sí. Quería pasar algo de tiempo con ellos –declaró, a la vez que Uriel le entregaba al que tenía en brazos.

-Estoy segura de que la pequeña Serah estaba deseando estar con su papá.

-¡En cualquier caso, si querías venir, la próxima vez avisa!

-Vaaaale.

-¿Cómo está Ahren? –preguntó Hana.

-¡Ah! Ahí sentado –indicó Uriel, señalando al otro bebé, que los observaba desde su cuna, cruzado de brazos y en silencio- Es increíble lo maduro que es ya sin todavía saber hablar. Cuando he entrado, Serah se ha puesto a llorar, y ha sido él quien se ha encargado de tranquilizar a su hermana con uno de sus juguetes.

-Sí. No se parece en nada a su madre –dijo Thyra.

-Tú hija tampoco es que se parezca mucho a ti –se defendió Hana.

-¡¿Acaso quieres competir por ver quién se parece más a quién?!

-¡Cuando quieras!

-¿No deberías hacer algo? –preguntó Uriel a Reima, refiriéndose a la discusión que acababan de iniciar.

-No te preocupes, no es la primera vez que pasa –contestó él, tranquilamente.

-En cualquier caso, quien iba a decir que de vuestra relación iban a nacer un medio demonio y una medio ángel. Es de locos.

-Sí, ninguno de nosotros lo esperaba, pero supongo que acabó surgiendo.

-Bueno, siendo vosotros sé que crecerán como es debido. Y quién sabe, quizás algún día se conviertan en el símbolo de buena relación entre humanos y demonios.

-La verdad es que me gustaría que para ese entonces el mundo ya sea un lugar mejor. Pero supongo que es mucho pedir.

-No te preocupes. Estoy segura de que ese día llegará.

 

Tiempo después, en una posada no muy alejada del castillo, Cain y Abel bebían animadamente mientras recordaban la pelea que habían tenido contra los guardias.

-¡¿Has visto la cara que se les ha quedado cuando se han enterado de que les tomábamos el pelo?! –rió el mayor.

-Hemos hecho una gran actuación –indicó el pequeño.

-¡Y tanto! Eso sí, tendremos que aumentar el repertorio para la próxima vez. Dudo que nos vayan a creer si siempre hacemos lo mismo.

-Bueno, si el interrogatorio sale bien, quizás nos envíen a otro sitio. Así será más difícil que nos reconozcan.

-En eso tienes razón. Aunque no me fío. Si no han conseguido sonsacarles nada hasta ahora, dudo que lo logren esta vez.

-Espero que sí. Me gustaría visitar otro país.

-Hablando de visitas. ¿Sabes que ha vuelto el grupo tres?

-¿El que lideraba Claude?

-El mismo. Por lo que tengo entendido, Thyra decidió enviarlos a investigar algo. No he llegado a enterarme de qué exactamente, pero le oído decir a uno de ellos, ese tal Einar...

-Deberías aprenderte sus nombres...

-¡Como sea! ¡¿Qué más da?! El caso es que ha dicho que tenía que hablar con ella urgentemente.

-Tiene que ser importante entonces...

-Hola –saludó de repente una voz al lado de su mesa. Al girarse, ambos se toparon con Lori, quien los observaba de pie, sonriente-. Siento interrumpiros, pero quería saber si podía llevarme un momento a Abel para hablar con él. Será poco tiempo, lo prometo –continuó, dirigiéndose a Cain, quien tardó unos segundos en reconocerla debido al corte de pelo que se había hecho la joven.

-Sin problema. Aunque antes me gustaría comentar algo con él –respondió Cain.

-Por supuesto. Te espero fuera –le dijo, esta vez, a Abel.

-Por cierto, Lori –intervino Cain antes de que se marchase- ¿Todo bien?

-Sí, claro –respondió, un poco extrañada.

-Me alegro –añadió el hombre, levantando su jarra.

 

Una vez se hubo marchado, Abel miró a su hermano.

-Eso ha sido raro por tu parte.

-Lo sé. Tampoco esperaba que se presentase aquí de repente.

-Oye, creía que ya habíamos solucionado este tema...

-No, no. Relájate. No va por ahí –lo tranquilizó-. Mira, en realidad, quería disculparme por todo lo que pasó... ¡y hazme el favor de no poner esa cara que esta oportunidad no la vas a tener todos los días! –avisó, viendo una mezcla de sorpresa y alegría en la cara del pequeño- En ese momento creía que si pasabas demasiado tiempo con ella acabarías mal de la cabeza, pero últimamente la he visto mucho mejor de ánimo. Se nota que la has estado apoyando y diría que has hecho un buen trabajo. Al final, eres mi hermano y llevamos toda una vida juntos, así que... bueno... considera mis disculpas como una forma de zanjar esto de una vez por todas.

-Gracias. Aunque no lo creas, significa mucho –sentenció Abel.

-Bien. Anda, ve con ella –lo alentó Cain, dejando se fuese.

 

Una vez solo, se quedó unos segundos pensativo, mirando la puerta de la posada, con una sensación amarga en el pecho. Decidido a ignorarla, bebió lo que le quedaba en la jarra.

 

Por otro lado, Sarhin, Enam y Alex se estaban encargando del interrogatorio, el cual no avanzaba pese a haber presionado a la mayoría de los guardias capturados.

-Nada. Me temo que esta vez tampoco lo conseguiremos –comentó Alex, echando un vistazo rápido a la puerta que llevaba a las celdas de los presos.

-Quizás deberíamos usar medios de tortura más severos –opinó Sarhin.

-Para ello tendríamos que pedir permiso. Y la última vez que los probamos, tampoco funcionó. Empiezo a pensar que hay algún tipo de magia que les impide hablar.

-¿Y si fuese realmente así? –preguntó Enam.

-¿Lo dices en serio?

-¿Vives en un mundo de demonios y ángeles y me preguntas eso? –replicó el hombre.

-Touché. Aun así, ¿qué propones? ¿Llamar a Hana y Thyra?

-No será necesario.

 

Dicho esto, volvió a por uno de los prisioneros y lo llevó a otra sala vacía a excepción de una solitaria silla en el centro. Allí, lo sentó y ató ante la expectante mirada de Alex y Sarhin, quienes lo habían seguido durante todo el proceso.

 

Entonces se situó frente a él y lo observó fijamente, generándole incomodidad pese a intentar mantenerse desafiante. Sin embargo, cuando el líder del cuarto grupo lo cogió de la cabeza y cerró los ojos, aparentemente concentrado, cualquier actitud altiva se volvió inexistente.

 

Tras unos segundos, su mano empezó a emitir un extraño brillo, seguido del grito del guardia.

-¡Eh! –exclamó Alex, dando un paso hacia delante al ver su sufrimiento, siendo detenido por Sarhin.

-Espera...

 

Poco después, aquel brillo se fue reduciendo, así como el aparente dolor del recluso, que parpadeó varias veces, como si acabara de despertarse.

-Volvamos a intentarlo –declaró Enam-. ¿Quiénes son vuestros líderes y dónde se encuentran? Y ten en cuenta que lo que me respondas decidirá tu destino –le amenazó.

-De acuerdo. Os lo diré.

-¿Qué? –se extrañó Alex ante aquel repentino cambio de parecer.

-Hay cuatro líderes en la organización. Todos ellos mercaderes de gran poder y fortuna, pero, por lo que sé, la idea de dedicarse plenamente a la trata de esclavos no fue de ellos.

-Así que otra persona se lo propuso. ¿Otro comerciante?

-No. Es alguien de fuera del gremio. Un extranjero. Nadie sabe a qué se dedica.

-¿Sabes su nombre?

-Sí. Se llama Jared Ascitious.

-¿Eh? ¿Qué clase de nombre es ese? –cuestionó Alex, sin embargo se dio cuenta de que la expresión de Enam había cambiado.

 

De repente, con una furia impropia de él, agarró con ambas manos el cuello del guardia y lo estrechó entre ellas, dejándolo sin respiración. Tuvo que ser placado por sus dos compañeros para que lo soltara antes de matarlo, tras lo cual recuperó la compostura.

-¡¿Se puede saber que te pasa?! –se escandalizó el pacificador de pelo plateado.

-Lo siento.

-Sarhin, hazme el favor y llévalo a otra sala para comprobar cómo está. Si necesita atención médica, que lo revisen. Si no, devuélvelo a su celda.

 

Una vez a solas, Alex se acomodó en la silla donde anteriormente lo hubo hecho el preso. Se encontraba frente a frente con Enam, quien, de espaldas a la pared de la sala, y sentado en el suelo, tenía la mirada perdida.

-Cuéntamelo –le pidió.

-Hace una década, estuve casado con una demonio, Eisheth. Incluso tuvimos un hijo al que llamamos Vepar. Vivíamos alejados de la civilización, ocultos de comerciantes de esclavos y cazadores de demonios.

 

>>Yo me dedicaba a la ganadería y la agricultura. Un terreno pequeño, pero lo suficiente para los tres. Por otro lado, Eisheth era muy buena con las manos. Capaz de crear cualquier pieza de artesanía, fuese de hierro o madera, en poco tiempo. Recuerdo cómo, una vez se acumulaban, iba a la ciudad para venderlas, y pocas veces volvía con una o dos de ellas. Tal era su habilidad. Además, era increíblemente astuta e inteligente. Tenía el potencial de llegar más lejos de lo que nadie jamás hubiese deseado. Por supuesto, de no haber nacido demonio.

 

>>Aun así, nunca se quejó por ello. Todo lo contrario. Siempre hablaba de lo contenta que estaba de haber elegido estar conmigo y con nuestro hijo. Pero yo siempre pensé que merecía mucho más. Y, por desgracia, eso me hizo cometer un grave error.

 

>>Un día vino a visitarnos un demonio. O al menos, eso pensé al principio. Decía llamarse Jared Ascitious y parecía interesado en lo que Eis hacía. Nos habló de una ciudad donde humanos y demonios convivían en paz. Un sitio donde por fin podría hacerse un nombre con sus creaciones.

 

>>Ella no le creyó, pero yo no era tan inteligente. Y, de esa forma, la convencí para irnos con él.

 

>>Cuando me enteré de que habíamos caído en su trampa, ya era demasiado tarde. Una multitud de cazadores y mercaderes de esclavos nos emboscaron y, pese a que nos defendimos, nosotros dos fuimos capturados para ser vendidos, y nuestro hijo acabó siendo asesinado.

 

>>Jamás olvidaré su cara, rota por la muerte de Vepar. Y, aun así, no me culpó por ello. En su lugar dijo que, no importaba qué decisión hubiese tomado, me hubiese seguido hasta el fin del mundo.

 

>>Entonces, una noche, mientras todos dormíamos, ella consiguió quitarse las ataduras que le impedían utilizar su Setten, me maldijo y después se inmoló, llevándose a los demás por delante. Nunca supe por qué tomó esa decisión, y prefiero ni imaginármelo.

 

>>Cuando todo hubo terminado. Me incorporé y miré a mi alrededor. Tan sólo quedaba yo. Ileso. Como si acabase de llegar a ese sitio.

 

-¿Y ese Jared?

-Ya no viajaba con nosotros. Después de ser atrapados, su trabajo terminó.

-Comprendo. Y ahora también sé por qué pudiste enfrentarte a esos demonios en Nápoles utilizando únicamente instrumentos de cocina. Así que estás maldito.

-Sí. Me uní a los Pacificadores con la intención de saber más sobre ese Jared. Si es que esa así como se llama.

-¿Crees que no es su nombre real?

-No lo creo. Lo sé. De hecho... –Enam se interrumpió a sí mismo, como si no estuviese seguro de lo que iba a decir a continuación.

-Dilo. No importa.

-Es sólo una hipótesis, pero creo que podría estar relacionado con el líder de los que atacaron Nápoles.

-¿Te refieres a ese tal Darío?

-Sí. Incluso me atrevería a decir que son la misma persona...

 

-¡Señora Thyra! –exclamó uno de los súbditos de John, recorriendo el pasillo del castillo hasta arrodillarse frente a ella.

-¿Qué ocurre? –preguntó, algo exaltada y molesta por ver interrumpida su reunión familiar.

-¡Sé que pidió que no la molestasen, pero se trata de algo urgente! ¡Los Pacificadores enviados por usted han vuelto de su misión!

-De acuerdo. Voy para allá –indicó, con expresión seria.

-¿Quieres que te acompañemos? –dijo Reima, apoyado por Hana.

-No será necesario. Volveré dentro de poco –sentenció, marchándose detrás del acólito.

 

Una vez llegó a la sala donde la esperaban los cuatro guerreros, anteriormente liderados por Claude, éstos hicieron una reverencia, siendo Einar el primero en hablar.

-Señora Thyra, creemos saber dónde están ubicados los apóstoles. Se trata de un bosque situado a las afueras de la ciudad, en dirección sureste y a unos 12 kilómetros de aquí.

-Están más cerca de lo que pensaba –murmuró ella, llevándose una mano a la barbilla- Buen trabajo. Ahora, descansad. Me ocuparé de que avisen al resto de pacificadores para que nos reunamos todos mañana a primera hora. Entonces, partiremos a apresarlos. Cuanto antes lo hagamos, menos probabilidades habrá de que cambien de localización. ¿Podréis guiarnos hasta allí?

-¡Sin problema! –declaró Einar, firmemente.

 

Cuando Lori le dijo que había algo que quería enseñarle, Abel no pensó que lo llevaría a una zona residencial de las afueras.

 

Era un sitio tranquilo. Demasiado, de hecho. Algo que no pudo evitar ponerle un poco nervioso.

 

Sin embargo, en contraste con él, la joven parecía muy alegre. Como si llevase esperando ese momento desde hacía mucho tiempo.

 

Cuando llegaron, encontraron a dos hombres en la entrada.

-Menos mal. Por fin habéis venido. Sí, por fin. Estaba empezando a cansarme. Sí, cansarme –se quejó uno de ellos.

-¿Quiénes sois? –preguntó Abel, desconfiado y poniendo una mano sobre la empuñadura de su arma.

-¡No te preocupes, Abel! ¡Son amigos! –dijo Lori, animadamente.

-Claro, Abel –intervino el segundo de los dos, quien hablaba de manera más “normal”- No estamos aquí para hacerte daño. Tan sólo hemos venido a hacer justicia.

-¿Justicia?

-Así es. En esta ciudad se lleva cometiendo un gran pecado desde hace años. Todo por culpa de dos señoritas a quienes les dio por meter sus narices donde no las llaman. Pero hoy acabará todo.

-¿Qué quieres decir?

-Ya lo verás. ¡Ah! ¡Qué descortés por mi parte! ¡Todavía no nos hemos presentado! Perdona. Este tipo de aquí que habla de manera extraña se llama Matthew. Es un poco rarito, pero te acostumbrarás. En cuanto a mí... digamos que me han llamado de muchas formas pero, por ser una ocasión especial, te diré mi verdadero nombre. Soy Judas Iscariote. Encantado.

sábado, 12 de octubre de 2024

Villanos

Con la rabia reflejada en sus ojos, alargó su mano, de cuya palma surgió una fuente de luz que impactó sobre el pecho de su adversario, quien, como consecuencia, acabó de espaldas contra el suelo, levantando una nube de polvo y escombros que no la dejaron ver el resultado. Aunque supo inmediatamente que no había acabado.

 

En otras circunstancias, puede que no hubiesen tenido que luchar, pero el asesinato de su ser más querido había alimentado su deseo de venganza. Y es que, pese a haber una razón por la que había muerto, no era su razón. O, en todo caso, no se correspondía con sus sentimientos. Era confuso, pues una parte de sí misma lo entendía, pero otra era incapaz de ver lo correcto en aquella acción ¿Cómo iba a ser así, si en sus recuerdos no aparecía nada de lo que le habían contado? Sólo cariño, enseñanzas, calidez...

 

La encontró sin nada. Hambrienta, harapienta y con la mirada perdida. El fruto del abandono de unos padres no deseados.

Sentada sobre el suelo de aquel callejón, con olor a orín y heces, quizás esperaba la muerte, demasiado cansada para seguir caminando. Pero entonces apareció esa persona. Como un fantasma. Impasible. Llegó hasta ella, se agachó y le tendió su mano.

Al principio la observó, insegura, pero le quedaba poco que perder y, quién sabe, puede que acabase dándole el descanso eterno que tanto necesitaba.

No obstante, tan sólo fueron suficientes una sonrisa, un abrazo y una comida caliente para llorar de felicidad. Tan sólo un cuento y a alguien que la arropara por las noches para calmar sus miedos. Tan sólo esperanza para ver un mundo lleno de posibilidades.

 

Por desgracia, ese mundo era suyo y de nadie más. Por eso le quitaron lo más preciado que tenía, porque no entendían su mundo.

 

Mientras meditaba, el chico se impulsó hacia ella y, enarbolando su espada llameante, la atacó de nuevo, con más fuerza que antes. Aquello la cogió desprevenida, protegiéndose a tiempo de evitar un golpe letal. Pese a ello, no logró impedir que la barrera que la rodeaba quedase hecha añicos.

 

Durante unos instantes, se miraron, recordando las veces que se habían dicho lo equivocados que estaban, sin querer admitir que jamás llegarían a un acuerdo. Nadie estaría por encima de su ética para determinar quién tenía razón. Y es que nadie podía estarlo, porque no existía juez ni existiría. ¿O sí? ¿Quizás el que ganase de los dos? ¿Era así como funcionaba? ¿Y quién había creado ese sistema? ¿Acaso no eran los mismos que peleaban por obtener su propia justicia? Aquellos a los que su contrincante había decidido proteger eran los que, repitiendo las palabras del maestro titiritero que gobernaba sus vidas, se consideraban con derecho a tomar decisiones sobre las de los demás. Sin preguntarse el porqué.

 

El silencio duró poco tiempo, pues ambos reiniciaron la batalla haciendo chocar sus armas en un despliegue de colores que se entremezclaron como si fuesen uno sólo. Extrañamente tan cercanos y a la vez tan lejos. La oscuridad de la noche y la luz del día. Contrarios al nacer para mantener el orden en un caos que seguiría al acecho, en cada rincón de las mentes mortales, y que todos rechazarían una y otra vez, para darse cuenta de que, si lo hubiesen abrazado desde el principio, puede que hubiesen evitado su inminente extinción.

 

Finalmente, tras aquel forcejeo, penetraron el corazón el uno del otro, cayendo boca arriba sobre la superficie de la azotea donde había dado inicio el combate.

Había llegado su ansiado descanso eterno, vía de escape de un mundo bajo un control que esa persona deseaba destruir. Pero ellos sabían bien que no lo lograrían, porque es lo que los demás querían. Paradójicamente, aquello que amenazaba con hacerlos desaparecer era lo mismo que le proporcionaba seguridad y les ayudaba a ahuyentar el dolor.

 

Desde allí miró al cielo, de un azul oscuro, casi grisáceo, por las nubes que empezaban a taparlo. Y entonces los reconoció. Al maestro titiritero, que desde las sombras, le sonreía maliciosamente, extendiendo sus manos alrededor del planeta y dejando caer sus hilos sobre las cabezas de los seres humanos; y al prisionero, en su jaula, triste y solitario, pero esperando pacientemente su turno para causar el mayor daño y desesperación posibles.

Destrucción a costa de salvación. Salvación a costa de destrucción. Si tuviese que tomar esa decisión, ¿cuál sería la respuesta correcta? Quizás no la haya. Quizás nadie la sepa. Y mientras tanto, el infierno es lo único que nos queda. Eso pensó ella, mientras la luz de sus ojos se apagaba y recordaba la última vez que durmió plácidamente, al lado de esa persona, cogida de su mano y pensando, ilusionada, que el mundo estaba lleno de posibilidades.

Capítulo 55: Confesión

 Cuando Reima despertó, vio que se encontraba en un dormitorio, sobre la única cama que había.

 

No recordaba cómo había llegado allí ni por qué. De hecho, sus últimos recuerdos eran de antes del combate entre Uriel y Sariel en el campo de entrenamiento.

 

Confuso, intentó incorporarse, pero de repente sintió su cuerpo pesado y un dolor agudo en su mejilla izquierda.

-¿Qué...? –murmuró mientras se acariciaba ésta, teniendo una extraña sensación. Como si tocara algo rugoso.

 

Entonces, se dio cuenta de que a su lado estaba Hana, sentada sobre una silla y con la cabeza apoyada sobre el colchón, aparentemente dormida.

 

Quizás sus movimientos debieron despertarla porque, a los pocos segundos, masculló una queja casi inaudible y abrió lentamente los ojos, fijando la mirada en los suyos.

 

Sorprendida, saltó de la silla y se lanzó contra él, abrazándolo.

-¡Reima! ¡Qué alegría que estés despierto! –exclamó.

-Yo también me alegro, pero ¿podrías apartarte un poco? Me está costando respirar –replicó él, con voz rasgada.

-¡Ah! ¡Lo siento!

 

Tras apartarse, el chico pudo, esta vez sí, levantar la mitad superior de su cuerpo, hasta hallarse sentado. Se dio cuenta de que llevaba puesto un pijama, probablemente para mayor comodidad.

-¿Qué ha pasado?

-Antes que nada, ¿hasta dónde recuerdas?

-Hasta antes del combate.

-Ya veo... –dijo ella, denotando una expresión de tristeza que extrañó al espadachín- Es un poco largo de explicar, pero allá voy. Resulta que Sariel estaba siendo controlado por Remiel.

-¿El arcángel?

-Sí. Michael lo descubrió y también reveló que era quien había estado detrás de los últimos acontecimientos. Es decir, la desaparición... bueno, la muerte de Claude, el intento de asesinato a Thyra y supongo que también los disturbios entre humanos y demonios.

-¡Espera un momento! –le pidió el chico, levantado la mano y echándose la otra a la cabeza- ¡¿Claude está muerto?! ¡¿Y trató de matar a Thyra?! –mientras decía esto, imágenes de momentos relacionados con lo que le estaba contando aparecieron en su cabeza. Como recuerdos al azar que no lograba entender- ¿Qué...? ¿Qué me ocurrió?

 

Aquella pregunta hizo enmudecer durante unos instantes a Hana, que apartó ligeramente la mirada.

-Cuando se descubrió todo, Remiel trató de asesinar él mismo a Thyra. Tú la ayudaste y, en mitad de todo eso, te atravesó el pecho con una lanza de luz.

-¿Yo... morí?

-Lo habrías hecho, de no haber sido por la maldición.

-¿Qué maldición?

-Verás. Los demonios y los ángeles tenemos un poder que sólo puede ser utilizado una vez en la vida. Éste consiste en transmitir nuestro Setten a otros seres vivos con el fin de otorgarle parte de nuestra fuerza, algo por lo que acaban desarrollando poderes sobrenaturales propios de nosotros –explicó ella-. Con el fin de evitar que murieras, yo... utilicé ese poder...

-Entiendo. Pero, ¿por qué pareces triste?

-Como ya te he dicho, a este poder se le llama “maldición”. Usarlo en alguien siempre provoca efectos secundarios. A veces incluso no llegan a saberse cuáles hasta tiempo después. En tu caso... –dijo, señalando su cara. A lo que él respondió palpándose de nuevo la mejilla.

-Si es por esto, entonces no tienes de qué preocuparte.

-¿Eh?

-Cuando vine aquí, ya hacia un tiempo que había perdido mi propósito. No sabía qué hacer exactamente con mi vida y acepté la misión de protegeros porque, en mi interior, una parte seguía teniendo esperanza de encontrar el camino. Y lo hice. Estando aquí, sentí que volvía a tener algo por lo que luchar. Alguien a quien proteger. Y deseé que eso no se acabara. Así que gracias por permitirme vivir un poco más.

 

Ante aquella contestación, Hana no supo qué decir. Las manos le temblaban y sentía la necesidad de llorar, pero no lo hizo. Tan sólo se quedó allí sentada, observándolo conmovida.

-Dime, ¿qué pasó después? –preguntó el chico, sacándola de su ensimismamiento.

-¡Ah, sí! Pues...

 

Cuando Thyra regresó al campo de entrenamiento, fue recibida por el resto. Entre ellos Alex, quien llevaba en brazos a un Reima inconsciente.

 

Tras un rápido vistazo a Hana, quien asintió para confirmarle que seguía vivo, respiró aliviada.

-¿Qué ha ocurrido? –preguntó la demonio.

-He tenido que matarle. No he podido salvarle.

-No es culpa tuya.

-Había llegado a un punto de no retorno. Su odio hacia los demonios era demasiado fuerte. Si sólo me hubiese dado cuenta antes...

-¡Thyra! ¡No es culpa tuya! –repitió Hana, llamando su atención- Aunque lo hubieses sabido, habrías sido incapaz de hacer que cambiase de opinión. Michael lo sabía, por eso no pudo hacer nada antes.

-¡¿Y por qué no me lo dijo?!

-Si lo hubiese hecho, el plan habría fracasado... –declaró otra voz cerca de ellas. Se trataba de Uriel, quien recibió ayuda de dos de los Pacificadores para poder apoyar su espalda contra la pared. Tenía un ala rota y multitud de heridas por todo el cuerpo. También le costaba respirar, aunque no parecía lo suficientemente grave como para matarla.

-¿A qué te refieres? –preguntó la arcángel, acercándose a ella para tratarla.

-Si no te hubiese engañado, Remiel podría haber descubierto sus intenciones.

-Eso quiere decir que no confiaba en mí...

-Te equivocas. Confiaba mucho en ti. De lo contrario, no te habría delegado la responsabilidad de acabar con Remiel –explicó Uriel-. Thyra, hay veces que para llegar a un objetivo, se requieren sacrificios. Si hubiese intentado eliminar a Remiel sin pruebas, podría haber sido utilizado en vuestra contra para acabar con todo avance en las relaciones entre humanos y demonios. Y él sabía que, siendo tú, habrías optado por una confrontación directa antes que arriesgarte a perder más vidas como la de Claude.

Conocía bien tu fuerza y tu honestidad. Por eso sabía que tu papel era otro.

 

Aquellas palabras dejaron sin argumentos a la arcángel, quien agachó la cabeza, con una mezcla de tristeza y agradecimiento en el gesto.

-Supongo que tienes razón. Aunque tengo que admitir que, de todos de quienes hubiese esperado oír eso, eres la última –bromeó, algo más animada.

-Incluso yo tengo mis momentos –declaró Uriel-. Aunque es cierto que esto me lo dijo el propio Michael –explicó-. ¿Recuerdas aquella noche en la que hablamos de él? Ambas coincidimos en que su manera de ver las cosas era demasiado conservadora, pero que quizás tampoco le conociésemos lo suficiente. Que puede que hubiese algún motivo detrás.

-Sí, lo recuerdo.

-No pretendo justificarle, pero tal vez cargase con más responsabilidad de la que imaginábamos –dijo Uriel.

-No lo sé –contestó Thyra- Y en cualquier caso, ya nunca lo sabremos...

 

-Después llevamos a los heridos para que fuesen atendidos. Por suerte, no tuvimos que lamentar ninguna muerte más, aunque Uriel y Sariel sufrieron bastantes daños y tardarán una temporada en recuperarse del todo –continuó Hana.

-¿Cómo estáis vosotras? Es decir, ahora que se ha descubierto quién estaba detrás de todo, habréis tenido que explicárselo a la población.

-Sí... bueno, lo cierto que ya hemos dado algunos discursos, aunque hemos tenido que esconder el hecho de que quien estaba esparciendo esos rumores era un arcángel. El problema es que no creo que todos nos hayan creído, y aunque es posible que, con el tiempo y los testimonios de Uriel y Sariel, haya más gente que lo haga, costará mucho volver al punto en el que estábamos. Lo cierto es que Remiel ha hecho bastante daño.

-No creo que debas preocuparte.

-¿Eh? –se extrañó la demonio, mirándolo confusa.

-¿Cómo que “eh”? Entre las dos habéis logrado que a día de hoy los demonios sean más libres de lo que lo han sido en siglos. Hay zonas donde se ha abolido la esclavitud y otras que incluso lo están considerando. Y sí, es cierto que todavía existen conflictos, pero habéis conseguido que una ciudad como ésta sea referente de paz entre especies.

Lo que quiero decir es que empezasteis de la nada y habéis llegado hasta aquí, ¿y tienes miedo de no ser capaces de solucionar esto? –respondió Reima, convencido.

 

Durante unos segundos, se hizo el silencio en la habitación, hasta que finalmente fue roto por la risa de Hana.

-¿De qué te ríes?

-¡No, de nada! ¡Estoy muy contenta! ¡En serio! ¡No sabes lo feliz que me hace oírte decir eso! –dijo ella, mostrando tal sonrisa que el espadachín quedó totalmente absorto con su belleza-. Lo cierto es que hay algo más que me gustaría confesarte.

-¡¿Qué?! ¡Ah! ¡Sí, claro! ¡Dime! –contestó, volviendo en sí.

 

En ese momento, Thyra entró en la habitación, provocando que ambos girasen la cabeza hacia ella.

 

Al verlos así, la arcángel no supo cómo actuar. Por un lado sentía la necesidad de marcharse y por otro estaba deseosa de saber cómo se encontraba Reima. Así pues, los tres se mantuvieron allí quietos hasta que Hana decidió levantarse y dirigirse hacia la salida.

-Ya hablaremos después. Creo que ahora es su turno –dijo, poco antes de salir y darle una palmada en la espalda a su amiga, a quien guiñó un ojo ante su atónita mirada.

 

-No estoy seguro de entender acaba de pasar –declaró Reima, una vez él y Thyra se hubieron quedado a solas.

-Si te soy sincera, yo tampoco –respondió ella, sentándose en el mismo sitio donde antes lo hiciese la demonio-. ¿Y bien, cómo estás?

-Mejor. Aunque todavía me cuesta moverme –se sinceró él.

-Normal. Has estado a punto de morir. Lo raro sería que estuvieses dando saltos.

-Hana me ha estado contando un poco lo ocurrido después de perder el conocimiento. Parece que la situación no está en su mejor momento.

-Y que lo digas. La población está tensa. Ya no saben qué creer y qué no, aunque por lo menos los disturbios han cesado. Por otro lado, entre los ángeles también está habiendo problemas. Algunos temen que haya simpatizantes de Remiel y otros se preguntan quién tomará el mando ahora que Michael ya no está.

-¿No le sustituirás tú?

-Eso sería lo lógico, pero hay más de un motivo por el que tengo dudas de si hacerlo o no. El primero es que necesitaré el apoyo de la mayoría para que se me permita; y el segundo es que, si lo hago, ya no podré seguir ayudando a Hana como lo hacía antes. Al fin y al cabo, tendré muchas más cosas de las que preocuparme.

-Je je...

-¿Te ríes de mí?

-No. Es que me resulta curioso lo parecidas que podéis llegar a ser las dos. Precisamente, antes de venir tú, ella también se sentía insegura sobre si podría resolver todo este embrollo.

-No le veo la gracia –respondió Thyra, algo molesta.

-Lo es. Porque durante este tiempo que he pasado con vosotras puedo decir que sabréis sobreponeros a lo que sea que os venga.

-Por supuesto que lo haremos –respondió ella, como si fuese algo obvio-. Es sólo que hasta nosotras tenemos momentos de debilidad en los que necesitamos ayuda.

-En ese caso, pedidla. Si la necesitáis, yo estaré ahí para dárosla. Sé que a vuestros ojos sólo seré un simple humano, pero es gracias a ti y a Hana que he vuelto a sentir que todavía me queda mucho por hacer. Así que cualquier cosa que necesitéis, pedídmela. Y no sólo a mí, estoy seguro de que el resto de Pacificadores también hará todo lo que esté en sus manos.

-¡Oh! ¡Me gusta cómo hablas! –se sorprendió Thyra, esbozando una sonrisa-. Lo cierto es que quería darte las gracias.

-¿Por qué?

-Porque fuiste capaz de hacer lo que yo no. Si no hubiese sido por ti, es posible que se hubiesen perdido más vidas.

-No sé de qué me estás hablando, pero “no hay de qué”, supongo.

-Problemas de memoria, ¿eh? Quizás sea debido a la maldición o a haber estado al borde de la muerte, pero bueno, no importa. Ya lo irás recordando. En cualquier caso, quiero que tengas algo presente. Hiciste lo correcto. Dadas las circunstancias, no se podía hacer otra cosa. Y por el valor que tuviste al tomar la decisión, nadie te culpa por ello. Al contrario, me alegro de que si hubo alguien que tuviese que hacerlo aparte de mí, ése fueses tú.

 

Dicho esto, se acercó al joven y le besó ligeramente en la frente.

 

Algo sorprendido y avergonzado, Reima la miró, distinguiendo un tenue sonrojo en sus mejillas.

-Hay algo más que me gustaría confesarte –continuó ella.

 

En ese instante, alguien irrumpió de nuevo en la habitación, se trataba de un ángel femenino de aspecto algo reservado y joven, piel clara, estatura por debajo de la media y pelo castaño recogido en dos trenzas a ambos lados de la cabeza que se unían en un moño.

-¡Thyra, ha habido un proble...!

-¡Te he dicho que está ocupada! –exclamó Hana, abrazada a ella, en un aparente intento de evitar que entrase.

 

De nuevo, la sala se quedó en silencio, con todos los presentes mirándose los unos a los otros.

-¿Deja vu? –dijeron al unísono Hana, Thyra y Reima.

 

-¡¿Qué quieres decir con que Jegudiel está poniendo a los demás en mi contra?! –exclamó Thyra, sorprendida.

-Al parecer, es bastante reticente a que sustituyas a Michael en el mando, así que está intentando convencer a los demás para que no salgas elegida –explicó la recién llegada, cuyo nombre, según pudo saber Reima, era Barachiel.

-¡Ah, imaginaba que pasaría esto! Aunque no me lo esperaba de él. Siempre ha estado a favor de mi trabajo como intermediaria. Y nunca me ha parecido alguien con las ideas conservadoras que tenía Michael.

-Pues o mentía, o algo le ha hecho cambiar de opinión.

-En fin, supongo que no me quedará más remedio que organizar una reunión y tratar este tema cuanto antes.

-Diría que todavía hay una mayoría que apoya tu candidatura, Thyra. Aun teniendo en cuenta los que están a favor de él, veo difícil que no ganes.

-Puede que sí. Pero una victoria a medias no es una victoria. Al menos no para mí. Además, si lo dejamos estar, nada asegura que no cambien las tornas –meditó-. En cualquier caso, voy a necesitar ayuda.

-Cuenta conmigo –dijo Barachiel, haciendo una reverencia.

-¡Y conmigo! –se ofreció Hana.

 

La arcángel asintió y, acto seguido, miró a Reima.

-Dijiste que si te necesitaba sólo tenía que pedirlo, ¿no? –indicó, guiñándole un ojo.

-Cuenta también conmigo –declaró el chico, sonriendo.

 

Pasaron varios días hasta que llegó el de la reunión. Reima, más recuperado, aunque arrastrando todavía algunas secuelas, no pudo evitar sentirse cohibido por la gran cantidad de ángeles que había en la sala, pese a tener al lado de Thyra y Hana. La primera sentada en la silla central de aquella mesa que, en su día, también sirviese para reunir a los tres arcángeles; mientras que él y la demonio estaban de pie detrás de ella y a sendos lados.

 

Sentados junto a la mesa pudo distinguir a Barachiel, Uriel y Sariel, aunque los dos últimos habían dejado claro que, al igual que Reima, de poco podrían servir más que de apoyo moral para Thyra. Así pues, todos tenían la esperanza de que no hubiese complicaciones.

 

-Gracias por asistir –declaró Thyra con tono formal-. Como imagino que sabréis, os he reunido aquí con la intención de discutir nuestro futuro como conjunto. Las muertes de Michael y Remiel han supuesto un duro golpe para todos, y es de esperar que surjan desacuerdos sobre quién se encargará de proponer y dirigir lo que aquí se vote. Así pues, ha llegado a mis oídos que algunos de vosotros no os sentís conformes con mi nombramiento, por lo que, como dirigente en funciones, me gustaría escuchar lo que tengáis que objetar.

 

Como era de esperar, quién pidió la palabra fue Jegudiel, a quien Reima percibió como alguien severo, aunque sin llegar a imponer. Diría que de mirada honesta, por lo que costaba creer que tuviese alguna intención oculta con todo aquello. No obstante, el chico sabía bien que no debía fiarse de las primeras impresiones.

 

Tras echar una rápida mirada al resto de sus compañeros, el ángel se levantó y, fijando sus ojos en los de Thyra, comenzó a hablar.

-Antes de nada, me gustaría aclarar que con esto no pretendo desprestigiarla, arcángel –declaró, continuando con las formalidades-. Pero considero que alguien que no ha sido capaz de darse cuenta de la traición de unos de sus congéneres, no merece estar en un puesto de tal importancia. Y sí, sé que todos nosotros fuimos engañados por Remiel, pero al ser una de los tres arcángeles y una de sus compañeros, se te suponía una mayor responsabilidad en saber esto. Por mi parte, no estoy dispuesto a dejar pasar este error tan fácilmente. Sobre todo teniendo en cuenta las consecuencias que hemos sufrido.

 

El discurso de Jegudiel fue contundente, hasta el punto en que Reima pudo observar cómo Thyra ponía un brazo delante de Hana para evitar que esta le respondiese.

 

Después de unos segundos de silencio, durante los cuales la arcángel pareció meditar su réplica, ésta contestó.

-Lo cierto es que tienes razón, Jegudiel –admitió, dando lugar a algunas caras de asombro y murmullos entre los presentes-. Si hubiese hecho mejor mi trabajo como arcángel es posible que nada de esto hubiese sucedido. E incluso yo misma he llegado a preguntarme si soy la más indicada para el puesto. Sin embargo, he comprendido algo. Y es que no soy perfecta. Nadie lo es. Y si queremos recomponernos de todo lo que hemos perdido y que no vuelva a suceder, necesitamos apoyarnos los unos en los otros. Como hizo Michael –explicó-. Cuando descubrí lo que hizo para destapar las mentiras de Remiel, pensé que no había confiado en mí y por eso había decidido actuar solo. Pero no fue así. Él supo que podría enfrentarme a él y evitar un daño aún peor.

 

>>Así que sí, puede que no sea la más “perfecta” de todos. Puede que no sea la mejor. Pero darme cuenta de ello, me ha hecho crecer. Y todos vosotros, quienes me conocéis y sabéis de lo que soy capaz, podéis estar seguros de que, esta vez, me encargaré de que estemos unidos. De que seamos un equipo.

 

Habiendo terminado su discurso, desvió la vista hacia Jegudiel, quien, sin decir nada más, se sentó.

 

Aunque fue casi imperceptible, el espadachín creyó vislumbrar una sonrisa en su rostro. ¿Acaso era esa la respuesta que había estado esperando? Puede que nunca llegase a saber la verdad, lo que si sabría es que, días después, la arcángel saldría elegida por unanimidad como la dirigente de los ángeles.

 

El mismo día en que se enteró de aquella noticia, todos los Pacificadores se encontraban asistiendo a la ceremonia del entierro de Claude.

 

Por lo que pudo saber, su cadáver había sido mantenido por Uriel hasta la derrota de Remiel, a fin de que éste no sospechase que ella y Michael se habían aliado, y entregándoselo posteriormente al resto de su grupo para que pudiesen darle un final digno.

 

Aunque nadie la culpó, el ángel pidió perdón múltiples veces por haberlo escondido.

 

Frente a su tumba, no hubo lágrimas. Tampoco palabras. Si a lo personal se refería, sólo el grupo 3 que lideraba lo conocía realmente. Para el resto, era un compañero más de batalla. Pero precisamente por eso, las muestras de respeto hacia él se hicieron más que evidentes.

 

Situado al lado de Alex, Reima pudo observar que incluso Lori y Abel, a quienes apenas veía desde hacía semanas, también habían venido. El aspecto de la primera era poco más que perturbador. Su expresión vacía y sus ojeras no auguraban un buen estado mental, lo que le hacía preguntarse si estar allí le haría algún bien.

 

Cain tampoco parecía el mismo. En su caso por la discusión reciente que había tenido con su hermano, a quien, durante el entierro, lanzaba miradas de preocupación. Y es que el mayor no veía con buenos ojos que pasase demasiado tiempo con Lori, quizás temiendo que acabase como ella. Sin embargo, Abel le repetía que ahora mismo lo que ella necesitaba era alguien a su lado, y que de no ser así, a saber de lo que hubiese sido capaz.

 

Lo cierto es que, desde el punto de vista de Reima, no se consideraba quién para decirle lo que debía hacer. Ya que, aunque había tenido sus propios problemas, no había podido estar ahí para el resto del equipo. Si Abel podía traer de vuelta a Lori, entonces que así fuese.

 

Y de esta forma el tiempo fue pasando, sin ningún suceso relevante que evitase el normal devenir de las cosas, hasta que llegó el día en que Reima tomó otra de las decisiones que provocarían un gran cambio en su vida.

 

Era una mañana de verano y se dirigía hacia el punto donde había quedado con Thyra y Hana. Según le habían dicho, su idea era comer juntos disfrutando de las vistas de un lago que había a las afueras de la ciudad, tal y como ya hiciesen otras veces en la biblioteca.

 

Era la primera vez que iba a ese sitio, por lo que tuvo que hacerse servir de un mapa para poder llegar, debiendo atravesar un bosque del que le costó horrores salir, para por fin llegar al claro donde se encontraba.

 

Fue entonces cuando cayó en la cuenta de dónde estaba. Se trataba del lugar en que conoció a Hana y, antes de ello, a la arcángel, de quien aún recordaba el golpe que lo había lanzado contra el agua, con la gran suerte de no haberse roto ningún hueso tras el impacto.

 

Allí pudo ver a las dos sentadas junto a la orilla, siendo la demonio la primera en percatarse de él, y de agitar su mano de un lado a otro para indicarle que viniese.

 

Una vez hubo recorrido los metros que los separaban, se sentó en medio de las dos y empezaron a comer.

-¿Cómo está yendo todo con el resto de los ángeles? –tras conversar sobre otras trivialidades, Reima decidió hacerle aquella pregunta a Thyra.

-Pues depende de cómo se mire. Uno de los primeros puntos que se decidió atajar fue investigar a todos aquellos ángeles que pudiesen haber ayudado a Remiel. La mala noticia: que se descubrieron a varios implicados y algunos de ellos desertaron una vez se enteraron de que había muerto. La buena: que los que no lo han hecho han decidido cambiar de bando y hacerse cargo de las consecuencias que sus actos han provocado. Aunque no sé si con ello el resto de ángeles les perdonarán.

-¿Y tú? ¿Lo harás?

-No lo sé. Pero que se responsabilicen de lo que han hecho me da esperanzas.

-¡Yo tengo una buena noticia para los dos! –declaró Hana, llamando su atención- ¡He hablado con John y, al parecer ha conseguido contactar con el actual rey de los anglosajones! ¡Esta podría ser una oportunidad única para ayudar a los esclavos de esa zona!

-Me alegra oírlo, Hana –dijo Reima.

-Sólo espero que las relaciones vayan mejor que con Nápoles.

-¡Eres una aguafiestas, Thyra!

-Tan sólo me remito a los hechos.

 

La comida continuó sin incidentes, sin embargo empezó a notar que cada vez hablaban menos, hasta el punto de establecerse un silencio incómodo entre los tres. De hecho, la arcángel había decidido mirar fijamente al lago, como si no quisiera que la molestasen.

 

Sin saber lo que pasaba, el joven intentó hablar con ella, pero fue interrumpido por la demonio, convirtiéndose en la primera en romper el hielo.

-Verás, Reima. El caso es que no te hemos llamado aquí solo para comer juntos. Hay algo más que nos gustaría decirte, aunque no sabemos bien cómo hacerlo –le explicó-, pero sí te puedo adelantar que no es algo malo –continuó, intentando tranquilizarle-. A ver cómo te lo digo... cuando estuviste a punto de morir, sentí que había perdido una parte de mí misma que desconocía. Y esa sensación fue... aterradora. Fue entonces cuando supe que la admiración que había sentido hacia ti hasta ese momento, en realidad era algo más. Que quería pasar mi tiempo contigo.

 

Aquella revelación cogió por sorpresa a Reima, quien no supo bien qué responder. Trató de buscar ayuda en Thyra, pero lejos de eso, la encontró de espaldas a él, ignorándole totalmente.

-Thyra –dijo Hana-. Habíamos quedado en que lo haríamos juntas.

-A m-mí no se m-me da bien esto –tartamudeó, en un tono muy fuera del habitual, haciendo suspirar a su amiga.

-Lo que ella quiere decir, a su manera, es que también siente lo mismo.

-¡¿Qué estás dic...?! –quiso interrumpir, encarándose a su amiga, para posteriormente darse de bruces con el rostro del espadachín- ¡Ah! –exclamó, tapándose con sus manos la cara, más roja de lo habitual.

 

Él, por su parte, trataba de asimilar toda aquella información, ordenando las palabras que pensaba que eran más adecuadas, y aquellas que le venían a la cabeza.

 

Con el objetivo de calmarse, cerró los ojos un momento, manteniéndolas en la expectativa.

 

Jamás se habría imaginado una situación así. No sólo una, sino las dos, se le habían declarado.

 

Lo primero que pensó fue preguntarse qué era lo que habían visto en él. Quizás tuviese más confianza en sí mismo a la hora de manejar una espada, pero en lo que se refería a las relaciones personales, mucho menos las amorosas, se consideraba más bien un principiante.

 

Aun así, aquel era el menor de sus problemas. Ahora debía hacer frente a sus propios sentimientos y, desde luego, no era algo que pudiese hacer allí mismo y en tan poco tiempo. ¿O sí?

 

Lo cierto era que, si se paraba a pensarlo, ellas también significaban mucho para él. Ya no sólo por la admiración y respeto que sentía hacia ambas, sino también porque, desde que las conociese, su vida había cobrado un nuevo sentido.

 

Sin pretenderlo, le habían dado una motivación. Y pasar tiempo con las dos se había convertido en algo que esperaba con ganas todos los días.

 

Si era así, ¿podía corresponderles?

 

-Yo... –dijo el chico, dubitativo, mientras abría los ojos- Lo cierto es que no estoy muy seguro de qué es lo que siento, pero sé que sois muy importantes para mí. Y, si os parece bien, me gustaría descubrirlo juntos –sentenció.

 

Hana y Thyra se miraron algo desconcertadas.

-¿Es eso un sí o un no? –preguntó la arcángel.

-No lo sé –respondió la demonio, sonriente-, pero a mí me basta –acto seguido abrazó a Reima. Un abrazo mucho más cálido y afectuoso que cualquier otro-. Contamos contigo –le dijo, con un tono de voz en el que se podía apreciar lo feliz que se sentía.

 

Aquella misma noche, una sombra caminaba por la zona residencial que una vez hubo investigado Claude. Sin nadie que la vigilase, se acercó al camino que conectaban aquellas casas con el centro de Roma, sin embargo, al tratar de internarse en él, una fuerza le obligó a dar la vuelta, viéndose incapaz de ir más allá.

-Así que todavía no puedo atravesarla. Parece que ese inútil de Remiel sólo ha ayudado a que se abra la primera puerta. Sí, parece que es lo único que ha conseguido. Bueno, sólo espero que la persona de la que habló Judas pueda seguir haciendo su trabajo. Sí, sólo espero eso –habiendo hecho las comprobaciones que necesitaba hacer, decidió regresar- Paciencia, Matthew. Sí, paciencia.