Cuando Reima despertó, vio que se
encontraba en un dormitorio, sobre la única cama que había.
No recordaba cómo había llegado
allí ni por qué. De hecho, sus últimos recuerdos eran de antes del combate
entre Uriel y Sariel en el campo de entrenamiento.
Confuso, intentó incorporarse, pero
de repente sintió su cuerpo pesado y un dolor agudo en su mejilla izquierda.
-¿Qué...? –murmuró mientras se
acariciaba ésta, teniendo una extraña sensación. Como si tocara algo rugoso.
Entonces, se dio cuenta de que a su
lado estaba Hana, sentada sobre una silla y con la cabeza apoyada sobre el
colchón, aparentemente dormida.
Quizás sus movimientos debieron
despertarla porque, a los pocos segundos, masculló una queja casi inaudible y
abrió lentamente los ojos, fijando la mirada en los suyos.
Sorprendida, saltó de la silla y se
lanzó contra él, abrazándolo.
-¡Reima! ¡Qué alegría que estés
despierto! –exclamó.
-Yo también me alegro, pero
¿podrías apartarte un poco? Me está costando respirar –replicó él, con voz
rasgada.
-¡Ah! ¡Lo siento!
Tras apartarse, el chico pudo, esta
vez sí, levantar la mitad superior de su cuerpo, hasta hallarse sentado. Se dio
cuenta de que llevaba puesto un pijama, probablemente para mayor comodidad.
-¿Qué ha pasado?
-Antes que nada, ¿hasta dónde recuerdas?
-Hasta antes del combate.
-Ya veo... –dijo ella, denotando
una expresión de tristeza que extrañó al espadachín- Es un poco largo de
explicar, pero allá voy. Resulta que Sariel estaba siendo controlado por
Remiel.
-¿El arcángel?
-Sí. Michael lo descubrió y también
reveló que era quien había estado detrás de los últimos acontecimientos. Es
decir, la desaparición... bueno, la muerte de Claude, el intento de asesinato a
Thyra y supongo que también los disturbios entre humanos y demonios.
-¡Espera un momento! –le pidió el
chico, levantado la mano y echándose la otra a la cabeza- ¡¿Claude está
muerto?! ¡¿Y trató de matar a Thyra?! –mientras decía esto, imágenes de
momentos relacionados con lo que le estaba contando aparecieron en su cabeza.
Como recuerdos al azar que no lograba entender- ¿Qué...? ¿Qué me ocurrió?
Aquella pregunta hizo enmudecer
durante unos instantes a Hana, que apartó ligeramente la mirada.
-Cuando se descubrió todo, Remiel
trató de asesinar él mismo a Thyra. Tú la ayudaste y, en mitad de todo eso, te
atravesó el pecho con una lanza de luz.
-¿Yo... morí?
-Lo habrías hecho, de no haber sido
por la maldición.
-¿Qué maldición?
-Verás. Los demonios y los ángeles
tenemos un poder que sólo puede ser utilizado una vez en la vida. Éste consiste
en transmitir nuestro Setten a otros seres vivos con el fin de otorgarle parte
de nuestra fuerza, algo por lo que acaban desarrollando poderes sobrenaturales
propios de nosotros –explicó ella-. Con el fin de evitar que murieras, yo...
utilicé ese poder...
-Entiendo. Pero, ¿por qué pareces
triste?
-Como ya te he dicho, a este poder
se le llama “maldición”. Usarlo en alguien siempre provoca efectos secundarios.
A veces incluso no llegan a saberse cuáles hasta tiempo después. En tu caso...
–dijo, señalando su cara. A lo que él respondió palpándose de nuevo la mejilla.
-Si es por esto, entonces no tienes
de qué preocuparte.
-¿Eh?
-Cuando vine aquí, ya hacia un
tiempo que había perdido mi propósito. No sabía qué hacer exactamente con mi
vida y acepté la misión de protegeros porque, en mi interior, una parte seguía
teniendo esperanza de encontrar el camino. Y lo hice. Estando aquí, sentí que
volvía a tener algo por lo que luchar. Alguien a quien proteger. Y deseé que
eso no se acabara. Así que gracias por permitirme vivir un poco más.
Ante aquella contestación, Hana no
supo qué decir. Las manos le temblaban y sentía la necesidad de llorar, pero no
lo hizo. Tan sólo se quedó allí sentada, observándolo conmovida.
-Dime, ¿qué pasó después? –preguntó
el chico, sacándola de su ensimismamiento.
-¡Ah, sí! Pues...
“Cuando Thyra regresó al campo de entrenamiento, fue recibida por el
resto. Entre ellos Alex, quien llevaba en brazos a un Reima inconsciente.
Tras
un rápido vistazo a Hana, quien asintió para confirmarle que seguía vivo,
respiró aliviada.
-¿Qué
ha ocurrido? –preguntó la demonio.
-He
tenido que matarle. No he podido salvarle.
-No
es culpa tuya.
-Había
llegado a un punto de no retorno. Su odio hacia los demonios era demasiado
fuerte. Si sólo me hubiese dado cuenta antes...
-¡Thyra!
¡No es culpa tuya! –repitió Hana, llamando su atención- Aunque lo hubieses
sabido, habrías sido incapaz de hacer que cambiase de opinión. Michael lo
sabía, por eso no pudo hacer nada antes.
-¡¿Y
por qué no me lo dijo?!
-Si
lo hubiese hecho, el plan habría fracasado... –declaró otra voz cerca de ellas.
Se trataba de Uriel, quien recibió ayuda de dos de los Pacificadores para poder
apoyar su espalda contra la pared. Tenía un ala rota y multitud de heridas por
todo el cuerpo. También le costaba respirar, aunque no parecía lo
suficientemente grave como para matarla.
-¿A
qué te refieres? –preguntó la arcángel, acercándose a ella para tratarla.
-Si
no te hubiese engañado, Remiel podría haber descubierto sus intenciones.
-Eso
quiere decir que no confiaba en mí...
-Te
equivocas. Confiaba mucho en ti. De lo contrario, no te habría delegado la
responsabilidad de acabar con Remiel –explicó Uriel-. Thyra, hay veces que para
llegar a un objetivo, se requieren sacrificios. Si hubiese intentado eliminar a
Remiel sin pruebas, podría haber sido utilizado en vuestra contra para acabar
con todo avance en las relaciones entre humanos y demonios. Y él sabía que,
siendo tú, habrías optado por una confrontación directa antes que arriesgarte a
perder más vidas como la de Claude.
Conocía
bien tu fuerza y tu honestidad. Por eso sabía que tu papel era otro.
Aquellas
palabras dejaron sin argumentos a la arcángel, quien agachó la cabeza, con una
mezcla de tristeza y agradecimiento en el gesto.
-Supongo
que tienes razón. Aunque tengo que admitir que, de todos de quienes hubiese
esperado oír eso, eres la última –bromeó, algo más animada.
-Incluso
yo tengo mis momentos –declaró Uriel-. Aunque es cierto que esto me lo dijo el
propio Michael –explicó-. ¿Recuerdas aquella noche en la que hablamos de él?
Ambas coincidimos en que su manera de ver las cosas era demasiado conservadora,
pero que quizás tampoco le conociésemos lo suficiente. Que puede que hubiese
algún motivo detrás.
-Sí,
lo recuerdo.
-No
pretendo justificarle, pero tal vez cargase con más responsabilidad de la que
imaginábamos –dijo Uriel.
-No
lo sé –contestó Thyra- Y en cualquier caso, ya nunca lo sabremos...”
-Después llevamos a los heridos
para que fuesen atendidos. Por suerte, no tuvimos que lamentar ninguna muerte
más, aunque Uriel y Sariel sufrieron bastantes daños y tardarán una temporada
en recuperarse del todo –continuó Hana.
-¿Cómo estáis vosotras? Es decir,
ahora que se ha descubierto quién estaba detrás de todo, habréis tenido que
explicárselo a la población.
-Sí... bueno, lo cierto que ya
hemos dado algunos discursos, aunque hemos tenido que esconder el hecho de que
quien estaba esparciendo esos rumores era un arcángel. El problema es que no
creo que todos nos hayan creído, y aunque es posible que, con el tiempo y los
testimonios de Uriel y Sariel, haya más gente que lo haga, costará mucho volver
al punto en el que estábamos. Lo cierto es que Remiel ha hecho bastante daño.
-No creo que debas preocuparte.
-¿Eh? –se extrañó la demonio,
mirándolo confusa.
-¿Cómo que “eh”? Entre las dos
habéis logrado que a día de hoy los demonios sean más libres de lo que lo han
sido en siglos. Hay zonas donde se ha abolido la esclavitud y otras que incluso
lo están considerando. Y sí, es cierto que todavía existen conflictos, pero
habéis conseguido que una ciudad como ésta sea referente de paz entre especies.
Lo que quiero decir es que
empezasteis de la nada y habéis llegado hasta aquí, ¿y tienes miedo de no ser
capaces de solucionar esto? –respondió Reima, convencido.
Durante unos segundos, se hizo el
silencio en la habitación, hasta que finalmente fue roto por la risa de Hana.
-¿De qué te ríes?
-¡No, de nada! ¡Estoy muy contenta!
¡En serio! ¡No sabes lo feliz que me hace oírte decir eso! –dijo ella,
mostrando tal sonrisa que el espadachín quedó totalmente absorto con su
belleza-. Lo cierto es que hay algo más que me gustaría confesarte.
-¡¿Qué?! ¡Ah! ¡Sí, claro! ¡Dime!
–contestó, volviendo en sí.
En ese momento, Thyra entró en la
habitación, provocando que ambos girasen la cabeza hacia ella.
Al verlos así, la arcángel no supo
cómo actuar. Por un lado sentía la necesidad de marcharse y por otro estaba
deseosa de saber cómo se encontraba Reima. Así pues, los tres se mantuvieron
allí quietos hasta que Hana decidió levantarse y dirigirse hacia la salida.
-Ya hablaremos después. Creo que
ahora es su turno –dijo, poco antes de salir y darle una palmada en la espalda
a su amiga, a quien guiñó un ojo ante su atónita mirada.
-No estoy seguro de entender acaba
de pasar –declaró Reima, una vez él y Thyra se hubieron quedado a solas.
-Si te soy sincera, yo tampoco
–respondió ella, sentándose en el mismo sitio donde antes lo hiciese la
demonio-. ¿Y bien, cómo estás?
-Mejor. Aunque todavía me cuesta
moverme –se sinceró él.
-Normal. Has estado a punto de
morir. Lo raro sería que estuvieses dando saltos.
-Hana me ha estado contando un poco
lo ocurrido después de perder el conocimiento. Parece que la situación no está
en su mejor momento.
-Y que lo digas. La población está
tensa. Ya no saben qué creer y qué no, aunque por lo menos los disturbios han
cesado. Por otro lado, entre los ángeles también está habiendo problemas.
Algunos temen que haya simpatizantes de Remiel y otros se preguntan quién
tomará el mando ahora que Michael ya no está.
-¿No le sustituirás tú?
-Eso sería lo lógico, pero hay más
de un motivo por el que tengo dudas de si hacerlo o no. El primero es que
necesitaré el apoyo de la mayoría para que se me permita; y el segundo es que,
si lo hago, ya no podré seguir ayudando a Hana como lo hacía antes. Al fin y al
cabo, tendré muchas más cosas de las que preocuparme.
-Je je...
-¿Te ríes de mí?
-No. Es que me resulta curioso lo
parecidas que podéis llegar a ser las dos. Precisamente, antes de venir tú,
ella también se sentía insegura sobre si podría resolver todo este embrollo.
-No le veo la gracia –respondió
Thyra, algo molesta.
-Lo es. Porque durante este tiempo
que he pasado con vosotras puedo decir que sabréis sobreponeros a lo que sea
que os venga.
-Por supuesto que lo haremos –respondió
ella, como si fuese algo obvio-. Es sólo que hasta nosotras tenemos momentos de
debilidad en los que necesitamos ayuda.
-En ese caso, pedidla. Si la
necesitáis, yo estaré ahí para dárosla. Sé que a vuestros ojos sólo seré un
simple humano, pero es gracias a ti y a Hana que he vuelto a sentir que todavía
me queda mucho por hacer. Así que cualquier cosa que necesitéis, pedídmela. Y
no sólo a mí, estoy seguro de que el resto de Pacificadores también hará todo
lo que esté en sus manos.
-¡Oh! ¡Me gusta cómo hablas! –se
sorprendió Thyra, esbozando una sonrisa-. Lo cierto es que quería darte las
gracias.
-¿Por qué?
-Porque fuiste capaz de hacer lo
que yo no. Si no hubiese sido por ti, es posible que se hubiesen perdido más
vidas.
-No sé de qué me estás hablando,
pero “no hay de qué”, supongo.
-Problemas de memoria, ¿eh? Quizás
sea debido a la maldición o a haber estado al borde de la muerte, pero bueno,
no importa. Ya lo irás recordando. En cualquier caso, quiero que tengas algo
presente. Hiciste lo correcto. Dadas las circunstancias, no se podía hacer otra
cosa. Y por el valor que tuviste al tomar la decisión, nadie te culpa por ello.
Al contrario, me alegro de que si hubo alguien que tuviese que hacerlo aparte
de mí, ése fueses tú.
Dicho esto, se acercó al joven y le
besó ligeramente en la frente.
Algo sorprendido y avergonzado,
Reima la miró, distinguiendo un tenue sonrojo en sus mejillas.
-Hay algo más que me gustaría
confesarte –continuó ella.
En ese instante, alguien irrumpió
de nuevo en la habitación, se trataba de un ángel femenino de aspecto algo
reservado y joven, piel clara, estatura por debajo de la media y pelo castaño
recogido en dos trenzas a ambos lados de la cabeza que se unían en un moño.
-¡Thyra, ha habido un proble...!
-¡Te he dicho que está ocupada!
–exclamó Hana, abrazada a ella, en un aparente intento de evitar que entrase.
De nuevo, la sala se quedó en
silencio, con todos los presentes mirándose los unos a los otros.
-¿Deja vu? –dijeron al unísono
Hana, Thyra y Reima.
-¡¿Qué quieres decir con que
Jegudiel está poniendo a los demás en mi contra?! –exclamó Thyra, sorprendida.
-Al parecer, es bastante reticente
a que sustituyas a Michael en el mando, así que está intentando convencer a los
demás para que no salgas elegida –explicó la recién llegada, cuyo nombre, según
pudo saber Reima, era Barachiel.
-¡Ah, imaginaba que pasaría esto!
Aunque no me lo esperaba de él. Siempre ha estado a favor de mi trabajo como
intermediaria. Y nunca me ha parecido alguien con las ideas conservadoras que
tenía Michael.
-Pues o mentía, o algo le ha hecho
cambiar de opinión.
-En fin, supongo que no me quedará
más remedio que organizar una reunión y tratar este tema cuanto antes.
-Diría que todavía hay una mayoría
que apoya tu candidatura, Thyra. Aun teniendo en cuenta los que están a favor
de él, veo difícil que no ganes.
-Puede que sí. Pero una victoria a
medias no es una victoria. Al menos no para mí. Además, si lo dejamos estar,
nada asegura que no cambien las tornas –meditó-. En cualquier caso, voy a
necesitar ayuda.
-Cuenta conmigo –dijo Barachiel,
haciendo una reverencia.
-¡Y conmigo! –se ofreció Hana.
La arcángel asintió y, acto
seguido, miró a Reima.
-Dijiste que si te necesitaba sólo
tenía que pedirlo, ¿no? –indicó, guiñándole un ojo.
-Cuenta también conmigo –declaró el
chico, sonriendo.
Pasaron varios días hasta que llegó
el de la reunión. Reima, más recuperado, aunque arrastrando todavía algunas
secuelas, no pudo evitar sentirse cohibido por la gran cantidad de ángeles que
había en la sala, pese a tener al lado de Thyra y Hana. La primera sentada en
la silla central de aquella mesa que, en su día, también sirviese para reunir a
los tres arcángeles; mientras que él y la demonio estaban de pie detrás de ella
y a sendos lados.
Sentados junto a la mesa pudo
distinguir a Barachiel, Uriel y Sariel, aunque los dos últimos habían dejado
claro que, al igual que Reima, de poco podrían servir más que de apoyo moral
para Thyra. Así pues, todos tenían la esperanza de que no hubiese
complicaciones.
-Gracias por asistir –declaró Thyra
con tono formal-. Como imagino que sabréis, os he reunido aquí con la intención
de discutir nuestro futuro como conjunto. Las muertes de Michael y Remiel han
supuesto un duro golpe para todos, y es de esperar que surjan desacuerdos sobre
quién se encargará de proponer y dirigir lo que aquí se vote. Así pues, ha
llegado a mis oídos que algunos de vosotros no os sentís conformes con mi
nombramiento, por lo que, como dirigente en funciones, me gustaría escuchar lo
que tengáis que objetar.
Como era de esperar, quién pidió la
palabra fue Jegudiel, a quien Reima percibió como alguien severo, aunque sin
llegar a imponer. Diría que de mirada honesta, por lo que costaba creer que
tuviese alguna intención oculta con todo aquello. No obstante, el chico sabía
bien que no debía fiarse de las primeras impresiones.
Tras echar una rápida mirada al
resto de sus compañeros, el ángel se levantó y, fijando sus ojos en los de
Thyra, comenzó a hablar.
-Antes de nada, me gustaría aclarar
que con esto no pretendo desprestigiarla, arcángel –declaró, continuando con
las formalidades-. Pero considero que alguien que no ha sido capaz de darse
cuenta de la traición de unos de sus congéneres, no merece estar en un puesto
de tal importancia. Y sí, sé que todos nosotros fuimos engañados por Remiel,
pero al ser una de los tres arcángeles y una de sus compañeros, se te suponía
una mayor responsabilidad en saber esto. Por mi parte, no estoy dispuesto a
dejar pasar este error tan fácilmente. Sobre todo teniendo en cuenta las
consecuencias que hemos sufrido.
El discurso de Jegudiel fue
contundente, hasta el punto en que Reima pudo observar cómo Thyra ponía un
brazo delante de Hana para evitar que esta le respondiese.
Después de unos segundos de
silencio, durante los cuales la arcángel pareció meditar su réplica, ésta
contestó.
-Lo cierto es que tienes razón,
Jegudiel –admitió, dando lugar a algunas caras de asombro y murmullos entre los
presentes-. Si hubiese hecho mejor mi trabajo como arcángel es posible que nada
de esto hubiese sucedido. E incluso yo misma he llegado a preguntarme si soy la
más indicada para el puesto. Sin embargo, he comprendido algo. Y es que no soy
perfecta. Nadie lo es. Y si queremos recomponernos de todo lo que hemos perdido
y que no vuelva a suceder, necesitamos apoyarnos los unos en los otros. Como
hizo Michael –explicó-. Cuando descubrí lo que hizo para destapar las mentiras
de Remiel, pensé que no había confiado en mí y por eso había decidido actuar
solo. Pero no fue así. Él supo que podría enfrentarme a él y evitar un daño aún
peor.
>>Así que sí, puede que no
sea la más “perfecta” de todos. Puede que no sea la mejor. Pero darme cuenta de
ello, me ha hecho crecer. Y todos vosotros, quienes me conocéis y sabéis de lo
que soy capaz, podéis estar seguros de que, esta vez, me encargaré de que
estemos unidos. De que seamos un equipo.
Habiendo terminado su discurso,
desvió la vista hacia Jegudiel, quien, sin decir nada más, se sentó.
Aunque fue casi imperceptible, el
espadachín creyó vislumbrar una sonrisa en su rostro. ¿Acaso era esa la
respuesta que había estado esperando? Puede que nunca llegase a saber la
verdad, lo que si sabría es que, días después, la arcángel saldría elegida por
unanimidad como la dirigente de los ángeles.
El mismo día en que se enteró de
aquella noticia, todos los Pacificadores se encontraban asistiendo a la
ceremonia del entierro de Claude.
Por lo que pudo saber, su cadáver
había sido mantenido por Uriel hasta la derrota de Remiel, a fin de que éste no
sospechase que ella y Michael se habían aliado, y entregándoselo posteriormente
al resto de su grupo para que pudiesen darle un final digno.
Aunque nadie la culpó, el ángel
pidió perdón múltiples veces por haberlo escondido.
Frente a su tumba, no hubo
lágrimas. Tampoco palabras. Si a lo personal se refería, sólo el grupo 3 que
lideraba lo conocía realmente. Para el resto, era un compañero más de batalla.
Pero precisamente por eso, las muestras de respeto hacia él se hicieron más que
evidentes.
Situado al lado de Alex, Reima pudo
observar que incluso Lori y Abel, a quienes apenas veía desde hacía semanas,
también habían venido. El aspecto de la primera era poco más que perturbador.
Su expresión vacía y sus ojeras no auguraban un buen estado mental, lo que le
hacía preguntarse si estar allí le haría algún bien.
Cain tampoco parecía el mismo. En
su caso por la discusión reciente que había tenido con su hermano, a quien,
durante el entierro, lanzaba miradas de preocupación. Y es que el mayor no veía
con buenos ojos que pasase demasiado tiempo con Lori, quizás temiendo que
acabase como ella. Sin embargo, Abel le repetía que ahora mismo lo que ella
necesitaba era alguien a su lado, y que de no ser así, a saber de lo que
hubiese sido capaz.
Lo cierto es que, desde el punto de
vista de Reima, no se consideraba quién para decirle lo que debía hacer. Ya
que, aunque había tenido sus propios problemas, no había podido estar ahí para
el resto del equipo. Si Abel podía traer de vuelta a Lori, entonces que así
fuese.
Y de esta forma el tiempo fue
pasando, sin ningún suceso relevante que evitase el normal devenir de las
cosas, hasta que llegó el día en que Reima tomó otra de las decisiones que
provocarían un gran cambio en su vida.
Era una mañana de verano y se
dirigía hacia el punto donde había quedado con Thyra y Hana. Según le habían
dicho, su idea era comer juntos disfrutando de las vistas de un lago que había
a las afueras de la ciudad, tal y como ya hiciesen otras veces en la
biblioteca.
Era la primera vez que iba a ese
sitio, por lo que tuvo que hacerse servir de un mapa para poder llegar,
debiendo atravesar un bosque del que le costó horrores salir, para por fin
llegar al claro donde se encontraba.
Fue entonces cuando cayó en la
cuenta de dónde estaba. Se trataba del lugar en que conoció a Hana y, antes de
ello, a la arcángel, de quien aún recordaba el golpe que lo había lanzado
contra el agua, con la gran suerte de no haberse roto ningún hueso tras el
impacto.
Allí pudo ver a las dos sentadas
junto a la orilla, siendo la demonio la primera en percatarse de él, y de
agitar su mano de un lado a otro para indicarle que viniese.
Una vez hubo recorrido los metros
que los separaban, se sentó en medio de las dos y empezaron a comer.
-¿Cómo está yendo todo con el resto
de los ángeles? –tras conversar sobre otras trivialidades, Reima decidió
hacerle aquella pregunta a Thyra.
-Pues depende de cómo se mire. Uno
de los primeros puntos que se decidió atajar fue investigar a todos aquellos
ángeles que pudiesen haber ayudado a Remiel. La mala noticia: que se
descubrieron a varios implicados y algunos de ellos desertaron una vez se
enteraron de que había muerto. La buena: que los que no lo han hecho han
decidido cambiar de bando y hacerse cargo de las consecuencias que sus actos
han provocado. Aunque no sé si con ello el resto de ángeles les perdonarán.
-¿Y tú? ¿Lo harás?
-No lo sé. Pero que se
responsabilicen de lo que han hecho me da esperanzas.
-¡Yo tengo una buena noticia para
los dos! –declaró Hana, llamando su atención- ¡He hablado con John y, al parecer
ha conseguido contactar con el actual rey de los anglosajones! ¡Esta podría ser
una oportunidad única para ayudar a los esclavos de esa zona!
-Me alegra oírlo, Hana –dijo Reima.
-Sólo espero que las relaciones
vayan mejor que con Nápoles.
-¡Eres una aguafiestas, Thyra!
-Tan sólo me remito a los hechos.
La comida continuó sin incidentes,
sin embargo empezó a notar que cada vez hablaban menos, hasta el punto de
establecerse un silencio incómodo entre los tres. De hecho, la arcángel había
decidido mirar fijamente al lago, como si no quisiera que la molestasen.
Sin saber lo que pasaba, el joven
intentó hablar con ella, pero fue interrumpido por la demonio, convirtiéndose
en la primera en romper el hielo.
-Verás, Reima. El caso es que no te
hemos llamado aquí solo para comer juntos. Hay algo más que nos gustaría
decirte, aunque no sabemos bien cómo hacerlo –le explicó-, pero sí te puedo
adelantar que no es algo malo –continuó, intentando tranquilizarle-. A ver cómo
te lo digo... cuando estuviste a punto de morir, sentí que había perdido una
parte de mí misma que desconocía. Y esa sensación fue... aterradora. Fue
entonces cuando supe que la admiración que había sentido hacia ti hasta ese
momento, en realidad era algo más. Que quería pasar mi tiempo contigo.
Aquella revelación cogió por
sorpresa a Reima, quien no supo bien qué responder. Trató de buscar ayuda en
Thyra, pero lejos de eso, la encontró de espaldas a él, ignorándole totalmente.
-Thyra –dijo Hana-. Habíamos
quedado en que lo haríamos juntas.
-A m-mí no se m-me da bien esto
–tartamudeó, en un tono muy fuera del habitual, haciendo suspirar a su amiga.
-Lo que ella quiere decir, a su
manera, es que también siente lo mismo.
-¡¿Qué estás dic...?! –quiso
interrumpir, encarándose a su amiga, para posteriormente darse de bruces con el
rostro del espadachín- ¡Ah! –exclamó, tapándose con sus manos la cara, más roja
de lo habitual.
Él, por su parte, trataba de
asimilar toda aquella información, ordenando las palabras que pensaba que eran
más adecuadas, y aquellas que le venían a la cabeza.
Con el objetivo de calmarse, cerró
los ojos un momento, manteniéndolas en la expectativa.
Jamás se habría imaginado una
situación así. No sólo una, sino las dos, se le habían declarado.
Lo primero que pensó fue preguntarse
qué era lo que habían visto en él. Quizás tuviese más confianza en sí mismo a
la hora de manejar una espada, pero en lo que se refería a las relaciones
personales, mucho menos las amorosas, se consideraba más bien un principiante.
Aun así, aquel era el menor de sus
problemas. Ahora debía hacer frente a sus propios sentimientos y, desde luego,
no era algo que pudiese hacer allí mismo y en tan poco tiempo. ¿O sí?
Lo cierto era que, si se paraba a
pensarlo, ellas también significaban mucho para él. Ya no sólo por la
admiración y respeto que sentía hacia ambas, sino también porque, desde que las
conociese, su vida había cobrado un nuevo sentido.
Sin pretenderlo, le habían dado una
motivación. Y pasar tiempo con las dos se había convertido en algo que esperaba
con ganas todos los días.
Si era así, ¿podía corresponderles?
-Yo... –dijo el chico, dubitativo,
mientras abría los ojos- Lo cierto es que no estoy muy seguro de qué es lo que
siento, pero sé que sois muy importantes para mí. Y, si os parece bien, me gustaría
descubrirlo juntos –sentenció.
Hana y Thyra se miraron algo
desconcertadas.
-¿Es eso un sí o un no? –preguntó
la arcángel.
-No lo sé –respondió la demonio,
sonriente-, pero a mí me basta –acto seguido abrazó a Reima. Un abrazo mucho
más cálido y afectuoso que cualquier otro-. Contamos contigo –le dijo, con un
tono de voz en el que se podía apreciar lo feliz que se sentía.
Aquella misma noche, una sombra
caminaba por la zona residencial que una vez hubo investigado Claude. Sin nadie
que la vigilase, se acercó al camino que conectaban aquellas casas con el
centro de Roma, sin embargo, al tratar de internarse en él, una fuerza le
obligó a dar la vuelta, viéndose incapaz de ir más allá.
-Así que todavía no puedo
atravesarla. Parece que ese inútil de Remiel sólo ha ayudado a que se abra la
primera puerta. Sí, parece que es lo único que ha conseguido. Bueno, sólo
espero que la persona de la que habló Judas pueda seguir haciendo su trabajo.
Sí, sólo espero eso –habiendo hecho las comprobaciones que necesitaba hacer,
decidió regresar- Paciencia, Matthew. Sí, paciencia.