sábado, 12 de octubre de 2024

Villanos

Con la rabia reflejada en sus ojos, alargó su mano, de cuya palma surgió una fuente de luz que impactó sobre el pecho de su adversario, quien, como consecuencia, acabó de espaldas contra el suelo, levantando una nube de polvo y escombros que no la dejaron ver el resultado. Aunque supo inmediatamente que no había acabado.

 

En otras circunstancias, puede que no hubiesen tenido que luchar, pero el asesinato de su ser más querido había alimentado su deseo de venganza. Y es que, pese a haber una razón por la que había muerto, no era su razón. O, en todo caso, no se correspondía con sus sentimientos. Era confuso, pues una parte de sí misma lo entendía, pero otra era incapaz de ver lo correcto en aquella acción ¿Cómo iba a ser así, si en sus recuerdos no aparecía nada de lo que le habían contado? Sólo cariño, enseñanzas, calidez...

 

La encontró sin nada. Hambrienta, harapienta y con la mirada perdida. El fruto del abandono de unos padres no deseados.

Sentada sobre el suelo de aquel callejón, con olor a orín y heces, quizás esperaba la muerte, demasiado cansada para seguir caminando. Pero entonces apareció esa persona. Como un fantasma. Impasible. Llegó hasta ella, se agachó y le tendió su mano.

Al principio la observó, insegura, pero le quedaba poco que perder y, quién sabe, puede que acabase dándole el descanso eterno que tanto necesitaba.

No obstante, tan sólo fueron suficientes una sonrisa, un abrazo y una comida caliente para llorar de felicidad. Tan sólo un cuento y a alguien que la arropara por las noches para calmar sus miedos. Tan sólo esperanza para ver un mundo lleno de posibilidades.

 

Por desgracia, ese mundo era suyo y de nadie más. Por eso le quitaron lo más preciado que tenía, porque no entendían su mundo.

 

Mientras meditaba, el chico se impulsó hacia ella y, enarbolando su espada llameante, la atacó de nuevo, con más fuerza que antes. Aquello la cogió desprevenida, protegiéndose a tiempo de evitar un golpe letal. Pese a ello, no logró impedir que la barrera que la rodeaba quedase hecha añicos.

 

Durante unos instantes, se miraron, recordando las veces que se habían dicho lo equivocados que estaban, sin querer admitir que jamás llegarían a un acuerdo. Nadie estaría por encima de su ética para determinar quién tenía razón. Y es que nadie podía estarlo, porque no existía juez ni existiría. ¿O sí? ¿Quizás el que ganase de los dos? ¿Era así como funcionaba? ¿Y quién había creado ese sistema? ¿Acaso no eran los mismos que peleaban por obtener su propia justicia? Aquellos a los que su contrincante había decidido proteger eran los que, repitiendo las palabras del maestro titiritero que gobernaba sus vidas, se consideraban con derecho a tomar decisiones sobre las de los demás. Sin preguntarse el porqué.

 

El silencio duró poco tiempo, pues ambos reiniciaron la batalla haciendo chocar sus armas en un despliegue de colores que se entremezclaron como si fuesen uno sólo. Extrañamente tan cercanos y a la vez tan lejos. La oscuridad de la noche y la luz del día. Contrarios al nacer para mantener el orden en un caos que seguiría al acecho, en cada rincón de las mentes mortales, y que todos rechazarían una y otra vez, para darse cuenta de que, si lo hubiesen abrazado desde el principio, puede que hubiesen evitado su inminente extinción.

 

Finalmente, tras aquel forcejeo, penetraron el corazón el uno del otro, cayendo boca arriba sobre la superficie de la azotea donde había dado inicio el combate.

Había llegado su ansiado descanso eterno, vía de escape de un mundo bajo un control que esa persona deseaba destruir. Pero ellos sabían bien que no lo lograrían, porque es lo que los demás querían. Paradójicamente, aquello que amenazaba con hacerlos desaparecer era lo mismo que le proporcionaba seguridad y les ayudaba a ahuyentar el dolor.

 

Desde allí miró al cielo, de un azul oscuro, casi grisáceo, por las nubes que empezaban a taparlo. Y entonces los reconoció. Al maestro titiritero, que desde las sombras, le sonreía maliciosamente, extendiendo sus manos alrededor del planeta y dejando caer sus hilos sobre las cabezas de los seres humanos; y al prisionero, en su jaula, triste y solitario, pero esperando pacientemente su turno para causar el mayor daño y desesperación posibles.

Destrucción a costa de salvación. Salvación a costa de destrucción. Si tuviese que tomar esa decisión, ¿cuál sería la respuesta correcta? Quizás no la haya. Quizás nadie la sepa. Y mientras tanto, el infierno es lo único que nos queda. Eso pensó ella, mientras la luz de sus ojos se apagaba y recordaba la última vez que durmió plácidamente, al lado de esa persona, cogida de su mano y pensando, ilusionada, que el mundo estaba lleno de posibilidades.

Capítulo 55: Confesión

 Cuando Reima despertó, vio que se encontraba en un dormitorio, sobre la única cama que había.

 

No recordaba cómo había llegado allí ni por qué. De hecho, sus últimos recuerdos eran de antes del combate entre Uriel y Sariel en el campo de entrenamiento.

 

Confuso, intentó incorporarse, pero de repente sintió su cuerpo pesado y un dolor agudo en su mejilla izquierda.

-¿Qué...? –murmuró mientras se acariciaba ésta, teniendo una extraña sensación. Como si tocara algo rugoso.

 

Entonces, se dio cuenta de que a su lado estaba Hana, sentada sobre una silla y con la cabeza apoyada sobre el colchón, aparentemente dormida.

 

Quizás sus movimientos debieron despertarla porque, a los pocos segundos, masculló una queja casi inaudible y abrió lentamente los ojos, fijando la mirada en los suyos.

 

Sorprendida, saltó de la silla y se lanzó contra él, abrazándolo.

-¡Reima! ¡Qué alegría que estés despierto! –exclamó.

-Yo también me alegro, pero ¿podrías apartarte un poco? Me está costando respirar –replicó él, con voz rasgada.

-¡Ah! ¡Lo siento!

 

Tras apartarse, el chico pudo, esta vez sí, levantar la mitad superior de su cuerpo, hasta hallarse sentado. Se dio cuenta de que llevaba puesto un pijama, probablemente para mayor comodidad.

-¿Qué ha pasado?

-Antes que nada, ¿hasta dónde recuerdas?

-Hasta antes del combate.

-Ya veo... –dijo ella, denotando una expresión de tristeza que extrañó al espadachín- Es un poco largo de explicar, pero allá voy. Resulta que Sariel estaba siendo controlado por Remiel.

-¿El arcángel?

-Sí. Michael lo descubrió y también reveló que era quien había estado detrás de los últimos acontecimientos. Es decir, la desaparición... bueno, la muerte de Claude, el intento de asesinato a Thyra y supongo que también los disturbios entre humanos y demonios.

-¡Espera un momento! –le pidió el chico, levantado la mano y echándose la otra a la cabeza- ¡¿Claude está muerto?! ¡¿Y trató de matar a Thyra?! –mientras decía esto, imágenes de momentos relacionados con lo que le estaba contando aparecieron en su cabeza. Como recuerdos al azar que no lograba entender- ¿Qué...? ¿Qué me ocurrió?

 

Aquella pregunta hizo enmudecer durante unos instantes a Hana, que apartó ligeramente la mirada.

-Cuando se descubrió todo, Remiel trató de asesinar él mismo a Thyra. Tú la ayudaste y, en mitad de todo eso, te atravesó el pecho con una lanza de luz.

-¿Yo... morí?

-Lo habrías hecho, de no haber sido por la maldición.

-¿Qué maldición?

-Verás. Los demonios y los ángeles tenemos un poder que sólo puede ser utilizado una vez en la vida. Éste consiste en transmitir nuestro Setten a otros seres vivos con el fin de otorgarle parte de nuestra fuerza, algo por lo que acaban desarrollando poderes sobrenaturales propios de nosotros –explicó ella-. Con el fin de evitar que murieras, yo... utilicé ese poder...

-Entiendo. Pero, ¿por qué pareces triste?

-Como ya te he dicho, a este poder se le llama “maldición”. Usarlo en alguien siempre provoca efectos secundarios. A veces incluso no llegan a saberse cuáles hasta tiempo después. En tu caso... –dijo, señalando su cara. A lo que él respondió palpándose de nuevo la mejilla.

-Si es por esto, entonces no tienes de qué preocuparte.

-¿Eh?

-Cuando vine aquí, ya hacia un tiempo que había perdido mi propósito. No sabía qué hacer exactamente con mi vida y acepté la misión de protegeros porque, en mi interior, una parte seguía teniendo esperanza de encontrar el camino. Y lo hice. Estando aquí, sentí que volvía a tener algo por lo que luchar. Alguien a quien proteger. Y deseé que eso no se acabara. Así que gracias por permitirme vivir un poco más.

 

Ante aquella contestación, Hana no supo qué decir. Las manos le temblaban y sentía la necesidad de llorar, pero no lo hizo. Tan sólo se quedó allí sentada, observándolo conmovida.

-Dime, ¿qué pasó después? –preguntó el chico, sacándola de su ensimismamiento.

-¡Ah, sí! Pues...

 

Cuando Thyra regresó al campo de entrenamiento, fue recibida por el resto. Entre ellos Alex, quien llevaba en brazos a un Reima inconsciente.

 

Tras un rápido vistazo a Hana, quien asintió para confirmarle que seguía vivo, respiró aliviada.

-¿Qué ha ocurrido? –preguntó la demonio.

-He tenido que matarle. No he podido salvarle.

-No es culpa tuya.

-Había llegado a un punto de no retorno. Su odio hacia los demonios era demasiado fuerte. Si sólo me hubiese dado cuenta antes...

-¡Thyra! ¡No es culpa tuya! –repitió Hana, llamando su atención- Aunque lo hubieses sabido, habrías sido incapaz de hacer que cambiase de opinión. Michael lo sabía, por eso no pudo hacer nada antes.

-¡¿Y por qué no me lo dijo?!

-Si lo hubiese hecho, el plan habría fracasado... –declaró otra voz cerca de ellas. Se trataba de Uriel, quien recibió ayuda de dos de los Pacificadores para poder apoyar su espalda contra la pared. Tenía un ala rota y multitud de heridas por todo el cuerpo. También le costaba respirar, aunque no parecía lo suficientemente grave como para matarla.

-¿A qué te refieres? –preguntó la arcángel, acercándose a ella para tratarla.

-Si no te hubiese engañado, Remiel podría haber descubierto sus intenciones.

-Eso quiere decir que no confiaba en mí...

-Te equivocas. Confiaba mucho en ti. De lo contrario, no te habría delegado la responsabilidad de acabar con Remiel –explicó Uriel-. Thyra, hay veces que para llegar a un objetivo, se requieren sacrificios. Si hubiese intentado eliminar a Remiel sin pruebas, podría haber sido utilizado en vuestra contra para acabar con todo avance en las relaciones entre humanos y demonios. Y él sabía que, siendo tú, habrías optado por una confrontación directa antes que arriesgarte a perder más vidas como la de Claude.

Conocía bien tu fuerza y tu honestidad. Por eso sabía que tu papel era otro.

 

Aquellas palabras dejaron sin argumentos a la arcángel, quien agachó la cabeza, con una mezcla de tristeza y agradecimiento en el gesto.

-Supongo que tienes razón. Aunque tengo que admitir que, de todos de quienes hubiese esperado oír eso, eres la última –bromeó, algo más animada.

-Incluso yo tengo mis momentos –declaró Uriel-. Aunque es cierto que esto me lo dijo el propio Michael –explicó-. ¿Recuerdas aquella noche en la que hablamos de él? Ambas coincidimos en que su manera de ver las cosas era demasiado conservadora, pero que quizás tampoco le conociésemos lo suficiente. Que puede que hubiese algún motivo detrás.

-Sí, lo recuerdo.

-No pretendo justificarle, pero tal vez cargase con más responsabilidad de la que imaginábamos –dijo Uriel.

-No lo sé –contestó Thyra- Y en cualquier caso, ya nunca lo sabremos...

 

-Después llevamos a los heridos para que fuesen atendidos. Por suerte, no tuvimos que lamentar ninguna muerte más, aunque Uriel y Sariel sufrieron bastantes daños y tardarán una temporada en recuperarse del todo –continuó Hana.

-¿Cómo estáis vosotras? Es decir, ahora que se ha descubierto quién estaba detrás de todo, habréis tenido que explicárselo a la población.

-Sí... bueno, lo cierto que ya hemos dado algunos discursos, aunque hemos tenido que esconder el hecho de que quien estaba esparciendo esos rumores era un arcángel. El problema es que no creo que todos nos hayan creído, y aunque es posible que, con el tiempo y los testimonios de Uriel y Sariel, haya más gente que lo haga, costará mucho volver al punto en el que estábamos. Lo cierto es que Remiel ha hecho bastante daño.

-No creo que debas preocuparte.

-¿Eh? –se extrañó la demonio, mirándolo confusa.

-¿Cómo que “eh”? Entre las dos habéis logrado que a día de hoy los demonios sean más libres de lo que lo han sido en siglos. Hay zonas donde se ha abolido la esclavitud y otras que incluso lo están considerando. Y sí, es cierto que todavía existen conflictos, pero habéis conseguido que una ciudad como ésta sea referente de paz entre especies.

Lo que quiero decir es que empezasteis de la nada y habéis llegado hasta aquí, ¿y tienes miedo de no ser capaces de solucionar esto? –respondió Reima, convencido.

 

Durante unos segundos, se hizo el silencio en la habitación, hasta que finalmente fue roto por la risa de Hana.

-¿De qué te ríes?

-¡No, de nada! ¡Estoy muy contenta! ¡En serio! ¡No sabes lo feliz que me hace oírte decir eso! –dijo ella, mostrando tal sonrisa que el espadachín quedó totalmente absorto con su belleza-. Lo cierto es que hay algo más que me gustaría confesarte.

-¡¿Qué?! ¡Ah! ¡Sí, claro! ¡Dime! –contestó, volviendo en sí.

 

En ese momento, Thyra entró en la habitación, provocando que ambos girasen la cabeza hacia ella.

 

Al verlos así, la arcángel no supo cómo actuar. Por un lado sentía la necesidad de marcharse y por otro estaba deseosa de saber cómo se encontraba Reima. Así pues, los tres se mantuvieron allí quietos hasta que Hana decidió levantarse y dirigirse hacia la salida.

-Ya hablaremos después. Creo que ahora es su turno –dijo, poco antes de salir y darle una palmada en la espalda a su amiga, a quien guiñó un ojo ante su atónita mirada.

 

-No estoy seguro de entender acaba de pasar –declaró Reima, una vez él y Thyra se hubieron quedado a solas.

-Si te soy sincera, yo tampoco –respondió ella, sentándose en el mismo sitio donde antes lo hiciese la demonio-. ¿Y bien, cómo estás?

-Mejor. Aunque todavía me cuesta moverme –se sinceró él.

-Normal. Has estado a punto de morir. Lo raro sería que estuvieses dando saltos.

-Hana me ha estado contando un poco lo ocurrido después de perder el conocimiento. Parece que la situación no está en su mejor momento.

-Y que lo digas. La población está tensa. Ya no saben qué creer y qué no, aunque por lo menos los disturbios han cesado. Por otro lado, entre los ángeles también está habiendo problemas. Algunos temen que haya simpatizantes de Remiel y otros se preguntan quién tomará el mando ahora que Michael ya no está.

-¿No le sustituirás tú?

-Eso sería lo lógico, pero hay más de un motivo por el que tengo dudas de si hacerlo o no. El primero es que necesitaré el apoyo de la mayoría para que se me permita; y el segundo es que, si lo hago, ya no podré seguir ayudando a Hana como lo hacía antes. Al fin y al cabo, tendré muchas más cosas de las que preocuparme.

-Je je...

-¿Te ríes de mí?

-No. Es que me resulta curioso lo parecidas que podéis llegar a ser las dos. Precisamente, antes de venir tú, ella también se sentía insegura sobre si podría resolver todo este embrollo.

-No le veo la gracia –respondió Thyra, algo molesta.

-Lo es. Porque durante este tiempo que he pasado con vosotras puedo decir que sabréis sobreponeros a lo que sea que os venga.

-Por supuesto que lo haremos –respondió ella, como si fuese algo obvio-. Es sólo que hasta nosotras tenemos momentos de debilidad en los que necesitamos ayuda.

-En ese caso, pedidla. Si la necesitáis, yo estaré ahí para dárosla. Sé que a vuestros ojos sólo seré un simple humano, pero es gracias a ti y a Hana que he vuelto a sentir que todavía me queda mucho por hacer. Así que cualquier cosa que necesitéis, pedídmela. Y no sólo a mí, estoy seguro de que el resto de Pacificadores también hará todo lo que esté en sus manos.

-¡Oh! ¡Me gusta cómo hablas! –se sorprendió Thyra, esbozando una sonrisa-. Lo cierto es que quería darte las gracias.

-¿Por qué?

-Porque fuiste capaz de hacer lo que yo no. Si no hubiese sido por ti, es posible que se hubiesen perdido más vidas.

-No sé de qué me estás hablando, pero “no hay de qué”, supongo.

-Problemas de memoria, ¿eh? Quizás sea debido a la maldición o a haber estado al borde de la muerte, pero bueno, no importa. Ya lo irás recordando. En cualquier caso, quiero que tengas algo presente. Hiciste lo correcto. Dadas las circunstancias, no se podía hacer otra cosa. Y por el valor que tuviste al tomar la decisión, nadie te culpa por ello. Al contrario, me alegro de que si hubo alguien que tuviese que hacerlo aparte de mí, ése fueses tú.

 

Dicho esto, se acercó al joven y le besó ligeramente en la frente.

 

Algo sorprendido y avergonzado, Reima la miró, distinguiendo un tenue sonrojo en sus mejillas.

-Hay algo más que me gustaría confesarte –continuó ella.

 

En ese instante, alguien irrumpió de nuevo en la habitación, se trataba de un ángel femenino de aspecto algo reservado y joven, piel clara, estatura por debajo de la media y pelo castaño recogido en dos trenzas a ambos lados de la cabeza que se unían en un moño.

-¡Thyra, ha habido un proble...!

-¡Te he dicho que está ocupada! –exclamó Hana, abrazada a ella, en un aparente intento de evitar que entrase.

 

De nuevo, la sala se quedó en silencio, con todos los presentes mirándose los unos a los otros.

-¿Deja vu? –dijeron al unísono Hana, Thyra y Reima.

 

-¡¿Qué quieres decir con que Jegudiel está poniendo a los demás en mi contra?! –exclamó Thyra, sorprendida.

-Al parecer, es bastante reticente a que sustituyas a Michael en el mando, así que está intentando convencer a los demás para que no salgas elegida –explicó la recién llegada, cuyo nombre, según pudo saber Reima, era Barachiel.

-¡Ah, imaginaba que pasaría esto! Aunque no me lo esperaba de él. Siempre ha estado a favor de mi trabajo como intermediaria. Y nunca me ha parecido alguien con las ideas conservadoras que tenía Michael.

-Pues o mentía, o algo le ha hecho cambiar de opinión.

-En fin, supongo que no me quedará más remedio que organizar una reunión y tratar este tema cuanto antes.

-Diría que todavía hay una mayoría que apoya tu candidatura, Thyra. Aun teniendo en cuenta los que están a favor de él, veo difícil que no ganes.

-Puede que sí. Pero una victoria a medias no es una victoria. Al menos no para mí. Además, si lo dejamos estar, nada asegura que no cambien las tornas –meditó-. En cualquier caso, voy a necesitar ayuda.

-Cuenta conmigo –dijo Barachiel, haciendo una reverencia.

-¡Y conmigo! –se ofreció Hana.

 

La arcángel asintió y, acto seguido, miró a Reima.

-Dijiste que si te necesitaba sólo tenía que pedirlo, ¿no? –indicó, guiñándole un ojo.

-Cuenta también conmigo –declaró el chico, sonriendo.

 

Pasaron varios días hasta que llegó el de la reunión. Reima, más recuperado, aunque arrastrando todavía algunas secuelas, no pudo evitar sentirse cohibido por la gran cantidad de ángeles que había en la sala, pese a tener al lado de Thyra y Hana. La primera sentada en la silla central de aquella mesa que, en su día, también sirviese para reunir a los tres arcángeles; mientras que él y la demonio estaban de pie detrás de ella y a sendos lados.

 

Sentados junto a la mesa pudo distinguir a Barachiel, Uriel y Sariel, aunque los dos últimos habían dejado claro que, al igual que Reima, de poco podrían servir más que de apoyo moral para Thyra. Así pues, todos tenían la esperanza de que no hubiese complicaciones.

 

-Gracias por asistir –declaró Thyra con tono formal-. Como imagino que sabréis, os he reunido aquí con la intención de discutir nuestro futuro como conjunto. Las muertes de Michael y Remiel han supuesto un duro golpe para todos, y es de esperar que surjan desacuerdos sobre quién se encargará de proponer y dirigir lo que aquí se vote. Así pues, ha llegado a mis oídos que algunos de vosotros no os sentís conformes con mi nombramiento, por lo que, como dirigente en funciones, me gustaría escuchar lo que tengáis que objetar.

 

Como era de esperar, quién pidió la palabra fue Jegudiel, a quien Reima percibió como alguien severo, aunque sin llegar a imponer. Diría que de mirada honesta, por lo que costaba creer que tuviese alguna intención oculta con todo aquello. No obstante, el chico sabía bien que no debía fiarse de las primeras impresiones.

 

Tras echar una rápida mirada al resto de sus compañeros, el ángel se levantó y, fijando sus ojos en los de Thyra, comenzó a hablar.

-Antes de nada, me gustaría aclarar que con esto no pretendo desprestigiarla, arcángel –declaró, continuando con las formalidades-. Pero considero que alguien que no ha sido capaz de darse cuenta de la traición de unos de sus congéneres, no merece estar en un puesto de tal importancia. Y sí, sé que todos nosotros fuimos engañados por Remiel, pero al ser una de los tres arcángeles y una de sus compañeros, se te suponía una mayor responsabilidad en saber esto. Por mi parte, no estoy dispuesto a dejar pasar este error tan fácilmente. Sobre todo teniendo en cuenta las consecuencias que hemos sufrido.

 

El discurso de Jegudiel fue contundente, hasta el punto en que Reima pudo observar cómo Thyra ponía un brazo delante de Hana para evitar que esta le respondiese.

 

Después de unos segundos de silencio, durante los cuales la arcángel pareció meditar su réplica, ésta contestó.

-Lo cierto es que tienes razón, Jegudiel –admitió, dando lugar a algunas caras de asombro y murmullos entre los presentes-. Si hubiese hecho mejor mi trabajo como arcángel es posible que nada de esto hubiese sucedido. E incluso yo misma he llegado a preguntarme si soy la más indicada para el puesto. Sin embargo, he comprendido algo. Y es que no soy perfecta. Nadie lo es. Y si queremos recomponernos de todo lo que hemos perdido y que no vuelva a suceder, necesitamos apoyarnos los unos en los otros. Como hizo Michael –explicó-. Cuando descubrí lo que hizo para destapar las mentiras de Remiel, pensé que no había confiado en mí y por eso había decidido actuar solo. Pero no fue así. Él supo que podría enfrentarme a él y evitar un daño aún peor.

 

>>Así que sí, puede que no sea la más “perfecta” de todos. Puede que no sea la mejor. Pero darme cuenta de ello, me ha hecho crecer. Y todos vosotros, quienes me conocéis y sabéis de lo que soy capaz, podéis estar seguros de que, esta vez, me encargaré de que estemos unidos. De que seamos un equipo.

 

Habiendo terminado su discurso, desvió la vista hacia Jegudiel, quien, sin decir nada más, se sentó.

 

Aunque fue casi imperceptible, el espadachín creyó vislumbrar una sonrisa en su rostro. ¿Acaso era esa la respuesta que había estado esperando? Puede que nunca llegase a saber la verdad, lo que si sabría es que, días después, la arcángel saldría elegida por unanimidad como la dirigente de los ángeles.

 

El mismo día en que se enteró de aquella noticia, todos los Pacificadores se encontraban asistiendo a la ceremonia del entierro de Claude.

 

Por lo que pudo saber, su cadáver había sido mantenido por Uriel hasta la derrota de Remiel, a fin de que éste no sospechase que ella y Michael se habían aliado, y entregándoselo posteriormente al resto de su grupo para que pudiesen darle un final digno.

 

Aunque nadie la culpó, el ángel pidió perdón múltiples veces por haberlo escondido.

 

Frente a su tumba, no hubo lágrimas. Tampoco palabras. Si a lo personal se refería, sólo el grupo 3 que lideraba lo conocía realmente. Para el resto, era un compañero más de batalla. Pero precisamente por eso, las muestras de respeto hacia él se hicieron más que evidentes.

 

Situado al lado de Alex, Reima pudo observar que incluso Lori y Abel, a quienes apenas veía desde hacía semanas, también habían venido. El aspecto de la primera era poco más que perturbador. Su expresión vacía y sus ojeras no auguraban un buen estado mental, lo que le hacía preguntarse si estar allí le haría algún bien.

 

Cain tampoco parecía el mismo. En su caso por la discusión reciente que había tenido con su hermano, a quien, durante el entierro, lanzaba miradas de preocupación. Y es que el mayor no veía con buenos ojos que pasase demasiado tiempo con Lori, quizás temiendo que acabase como ella. Sin embargo, Abel le repetía que ahora mismo lo que ella necesitaba era alguien a su lado, y que de no ser así, a saber de lo que hubiese sido capaz.

 

Lo cierto es que, desde el punto de vista de Reima, no se consideraba quién para decirle lo que debía hacer. Ya que, aunque había tenido sus propios problemas, no había podido estar ahí para el resto del equipo. Si Abel podía traer de vuelta a Lori, entonces que así fuese.

 

Y de esta forma el tiempo fue pasando, sin ningún suceso relevante que evitase el normal devenir de las cosas, hasta que llegó el día en que Reima tomó otra de las decisiones que provocarían un gran cambio en su vida.

 

Era una mañana de verano y se dirigía hacia el punto donde había quedado con Thyra y Hana. Según le habían dicho, su idea era comer juntos disfrutando de las vistas de un lago que había a las afueras de la ciudad, tal y como ya hiciesen otras veces en la biblioteca.

 

Era la primera vez que iba a ese sitio, por lo que tuvo que hacerse servir de un mapa para poder llegar, debiendo atravesar un bosque del que le costó horrores salir, para por fin llegar al claro donde se encontraba.

 

Fue entonces cuando cayó en la cuenta de dónde estaba. Se trataba del lugar en que conoció a Hana y, antes de ello, a la arcángel, de quien aún recordaba el golpe que lo había lanzado contra el agua, con la gran suerte de no haberse roto ningún hueso tras el impacto.

 

Allí pudo ver a las dos sentadas junto a la orilla, siendo la demonio la primera en percatarse de él, y de agitar su mano de un lado a otro para indicarle que viniese.

 

Una vez hubo recorrido los metros que los separaban, se sentó en medio de las dos y empezaron a comer.

-¿Cómo está yendo todo con el resto de los ángeles? –tras conversar sobre otras trivialidades, Reima decidió hacerle aquella pregunta a Thyra.

-Pues depende de cómo se mire. Uno de los primeros puntos que se decidió atajar fue investigar a todos aquellos ángeles que pudiesen haber ayudado a Remiel. La mala noticia: que se descubrieron a varios implicados y algunos de ellos desertaron una vez se enteraron de que había muerto. La buena: que los que no lo han hecho han decidido cambiar de bando y hacerse cargo de las consecuencias que sus actos han provocado. Aunque no sé si con ello el resto de ángeles les perdonarán.

-¿Y tú? ¿Lo harás?

-No lo sé. Pero que se responsabilicen de lo que han hecho me da esperanzas.

-¡Yo tengo una buena noticia para los dos! –declaró Hana, llamando su atención- ¡He hablado con John y, al parecer ha conseguido contactar con el actual rey de los anglosajones! ¡Esta podría ser una oportunidad única para ayudar a los esclavos de esa zona!

-Me alegra oírlo, Hana –dijo Reima.

-Sólo espero que las relaciones vayan mejor que con Nápoles.

-¡Eres una aguafiestas, Thyra!

-Tan sólo me remito a los hechos.

 

La comida continuó sin incidentes, sin embargo empezó a notar que cada vez hablaban menos, hasta el punto de establecerse un silencio incómodo entre los tres. De hecho, la arcángel había decidido mirar fijamente al lago, como si no quisiera que la molestasen.

 

Sin saber lo que pasaba, el joven intentó hablar con ella, pero fue interrumpido por la demonio, convirtiéndose en la primera en romper el hielo.

-Verás, Reima. El caso es que no te hemos llamado aquí solo para comer juntos. Hay algo más que nos gustaría decirte, aunque no sabemos bien cómo hacerlo –le explicó-, pero sí te puedo adelantar que no es algo malo –continuó, intentando tranquilizarle-. A ver cómo te lo digo... cuando estuviste a punto de morir, sentí que había perdido una parte de mí misma que desconocía. Y esa sensación fue... aterradora. Fue entonces cuando supe que la admiración que había sentido hacia ti hasta ese momento, en realidad era algo más. Que quería pasar mi tiempo contigo.

 

Aquella revelación cogió por sorpresa a Reima, quien no supo bien qué responder. Trató de buscar ayuda en Thyra, pero lejos de eso, la encontró de espaldas a él, ignorándole totalmente.

-Thyra –dijo Hana-. Habíamos quedado en que lo haríamos juntas.

-A m-mí no se m-me da bien esto –tartamudeó, en un tono muy fuera del habitual, haciendo suspirar a su amiga.

-Lo que ella quiere decir, a su manera, es que también siente lo mismo.

-¡¿Qué estás dic...?! –quiso interrumpir, encarándose a su amiga, para posteriormente darse de bruces con el rostro del espadachín- ¡Ah! –exclamó, tapándose con sus manos la cara, más roja de lo habitual.

 

Él, por su parte, trataba de asimilar toda aquella información, ordenando las palabras que pensaba que eran más adecuadas, y aquellas que le venían a la cabeza.

 

Con el objetivo de calmarse, cerró los ojos un momento, manteniéndolas en la expectativa.

 

Jamás se habría imaginado una situación así. No sólo una, sino las dos, se le habían declarado.

 

Lo primero que pensó fue preguntarse qué era lo que habían visto en él. Quizás tuviese más confianza en sí mismo a la hora de manejar una espada, pero en lo que se refería a las relaciones personales, mucho menos las amorosas, se consideraba más bien un principiante.

 

Aun así, aquel era el menor de sus problemas. Ahora debía hacer frente a sus propios sentimientos y, desde luego, no era algo que pudiese hacer allí mismo y en tan poco tiempo. ¿O sí?

 

Lo cierto era que, si se paraba a pensarlo, ellas también significaban mucho para él. Ya no sólo por la admiración y respeto que sentía hacia ambas, sino también porque, desde que las conociese, su vida había cobrado un nuevo sentido.

 

Sin pretenderlo, le habían dado una motivación. Y pasar tiempo con las dos se había convertido en algo que esperaba con ganas todos los días.

 

Si era así, ¿podía corresponderles?

 

-Yo... –dijo el chico, dubitativo, mientras abría los ojos- Lo cierto es que no estoy muy seguro de qué es lo que siento, pero sé que sois muy importantes para mí. Y, si os parece bien, me gustaría descubrirlo juntos –sentenció.

 

Hana y Thyra se miraron algo desconcertadas.

-¿Es eso un sí o un no? –preguntó la arcángel.

-No lo sé –respondió la demonio, sonriente-, pero a mí me basta –acto seguido abrazó a Reima. Un abrazo mucho más cálido y afectuoso que cualquier otro-. Contamos contigo –le dijo, con un tono de voz en el que se podía apreciar lo feliz que se sentía.

 

Aquella misma noche, una sombra caminaba por la zona residencial que una vez hubo investigado Claude. Sin nadie que la vigilase, se acercó al camino que conectaban aquellas casas con el centro de Roma, sin embargo, al tratar de internarse en él, una fuerza le obligó a dar la vuelta, viéndose incapaz de ir más allá.

-Así que todavía no puedo atravesarla. Parece que ese inútil de Remiel sólo ha ayudado a que se abra la primera puerta. Sí, parece que es lo único que ha conseguido. Bueno, sólo espero que la persona de la que habló Judas pueda seguir haciendo su trabajo. Sí, sólo espero eso –habiendo hecho las comprobaciones que necesitaba hacer, decidió regresar- Paciencia, Matthew. Sí, paciencia.

martes, 7 de noviembre de 2023

Capítulo 54: Remiel

-¿Qué significa esto, Michael? –preguntó Remiel, con el puñal de luz todavía clavado en el costado.

-Esa pregunta la debería hacer yo, Remiel. ¿Qué es lo que le has hecho a Sariel?

 

Sorprendido, el aludido observó a su alrededor, donde el pánico se había transformado en confusión y expectación, con todos los presentes devolviéndole la mirada.

-¿Qué está pasando? –dijo Thyra, su mano todavía agarrada por la de Reima.

 

-No sé de qué me estás hablando. ¡Y espero que tengas una buena base para acusarme de lo que sea por lo que lo estás haciendo! ¡De lo contrario será considerado alta traición!

-Entiendo. Así que prefieres seguir jugando a ese juego –contestó el arcángel, visiblemente decepcionado-. Si es así, entonces expondré cómo sé que mataste a Claude, que le lavaste el cerebro a Sariel y que planeabas utilizarle para matar a Thyra.

 

Aquella confesión provocó los murmullos de algunos de los Pacificadores.

-¡¿Que él mató a Claude?! –repitieron, mirándose los unos a los otros.

Reima hizo lo mismo con Thyra, ya que la notó temblar, presa del nerviosismo y la ansiedad al conocer las declaraciones del arcángel.

-Mis sospechas empezaron hace tiempo. Antes incluso de que creasen a los Pacificadores. Por entonces actuabas de forma extraña. Te marchabas poniendo excusas no todo lo razonables que deberían haber sido si planeabas engañarme. Diría que me subestimaste, viejo amigo –aquel comentario provocó una mueca de desagrado en Remiel que no pasó por alto, pero decidió ignorarla para proseguir con su discurso- Por desgracia, no tenía ninguna prueba, así que me limité observarte. Fue entonces cuando llegó el segundo hecho que hizo aumentar mis sospechas. Y es que comenzases a cuestionar las acciones de Thyra.

-¿Qué esta...? –la arcángel no pudo acabar la frase. Siempre había pensado que la acción de relevarla de sus funciones había sido idea de Michael.

-Me pareció muy extraño, pues siempre la habías apoyado frente a mí, pero, de nuevo, no tenía nada para culparte. Además, si lo hubiese hecho en ese momento, habría vuelto la situación en contra de mí. Así que tomé una difícil decisión: seguirte el juego hasta que llegase el momento en que pudiese revelar tus intenciones. Sin embargo, para que ese momento llegase tuvo que morir ese chico –continuó Michael, refiriéndose a Claude-. Fue Uriel la que lo encontró, justo antes de fallecer, pero a tiempo de que le dijese quién había sido su asesino. Exacto. Tú, Remiel.

-Eso es absurdo. Ese chico ni siquiera me conocía. Ni yo a él.

-Por supuesto que no te conocía. Pero Uriel sí. Bastó con describirte para que ella supiese de quién hablaba.

-Pudo haberme inculpado adrede.

-¿Por qué motivo? Tú lo has dicho, ¿no? No te conocía.

 

Sin duda, aquello era difícil de justificar. Decir que Claude lo había planeado carecía de sentido, teniendo en cuenta que no había habido ningún contacto entre ellos, algo que el propio arcángel acababa de confirmar.

-Je. Ya sé lo que está pasando aquí –replicó Remiel, revolviéndose de Michael para obligarle a deshacer el puñal de luz- ¡En realidad tú y Uriel habíais planeado esto desde el principio! ¡Los dos os habéis compinchado para eliminar a Thyra y echarme la culpa a mí! –exclamó ante los demás, con un tono mucho menos calmado del que le había caracterizado hasta entonces.

-Ya veo –contestó Michael, cerrando los ojos y profirió un suspiro lleno de paciencia. Era como si, pese a todo, esperase a que Remiel se disculpase o admitiese su crimen antes de llegar más lejos, pero, en ese punto de la conversación, no le quedaba más remedio que jugar su última carta-. Lo cierto es que, si lo hubiese revelado esta información antes de este día, me habría sido difícil responder. Sin embargo, gracias a la actuación de Uriel tengo las pruebas suficientes para demostrar que no soy yo.

 

Desconcertado, el otro arcángel miró a su alrededor. Quizás esperase a que alguien saliese en su defensa. En ello, sus ojos se posaron sobre los de Thyra, pero en ellos ya no divisó la confianza que otras veces le había depositado. En su lugar había tristeza y decepción.

 

-Gracias al combate de hoy he comprendido qué técnica has usado para controlar a Sariel: el Ojo del Querubín. Una técnica muy compleja que sólo podría ser realizada por un arcángel. Sin embargo requiere de tres condiciones: la primera es que quien la realice debe ser más poderoso que a quien controle, la segunda es que debe haber permanecido cerca de su víctima durante al menos doce horas previas a su uso y la tercera es que si mientras la está utilizando recibe un dolor agudo, la técnica será interrumpida. Según los escritos antiguos, esta técnica les fue prohibida a los arcángeles justo después de la guerra.

-Si esa técnica, como tú dices, sólo puede ser utilizada por un arcángel, entonces nada impide que la hayas utilizado tú –le recriminó Remiel, sonriendo levemente.

-Claro, viejo amigo –afirmó Michael-. Pero eso sería si Thyra y yo estuviésemos en plenas facultades.

 

De repente, a Thyra le dio un pequeño vuelco el corazón, pues acababa de entender a qué se refería. Ella todavía conservaba la Marca de Seraphim grabada en su pecho, desprendiéndola de toda característica que se le atribuyese a un ángel. Y la situación de Michael no era mucho mejor. Haber utilizado esa técnica contra ella le debía de haber requerido mucho Setten, dejándolo al mismo nivel que un ángel. Y dudaba que hubiese pasado el tiempo suficiente como para haberlo recuperado.

 

Así pues, eso sólo dejaba una posibilidad...

-Exacto, Remiel –continuó Michael, observando como la expresión de su compañero también cambiaba al comprender la situación-. El único arcángel con la capacidad suficiente para utilizar esa técnica actualmente eres tú.

 

Aquellas últimas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre Remiel, quien desvió la vista hacia un Sariel que se la devolvió llena de ira. Por desgracia para él, el resto también parecía haber entendido quién había sido el culpable de todo.

-¿Y bien, Remiel? ¿Tienes algo que decir? –preguntó Michael, con seriedad.

-Supongo que no me queda otro opción –respondió él, mirándole fijamente a los ojos.

 

Entonces, se lanzó volando hacia Thyra. Su velocidad fue tal que atravesó el campo de un extremo a otro sin que a nadie le diese tiempo a actuar. O al menos a casi nadie, pues Uriel consiguió interponerse a tiempo entre la mano de Remiel y el cuello de su amiga, impidiendo un golpe fatal, y desviando su trayectoria hacia el cielo

 

Sariel y Michael reaccionaron justo después, dirigiéndose el primero a ayudar a su Uriel mientras el segundo se desplazaba hasta llegar donde Thyra.

-¡¿Estás bien?! –le preguntó el arcángel, aunque al ver su cara no le hizo falta escuchar su respuesta- ¡Escúchame, Thyra! ¡No tenemos mucho tiempo! ¡Uriel y Sariel no aguantarán mucho contra él y menos después de su combate! ¡Necesitamos devolverte tu poder para que puedas derrotarle!

-¡Pero, ¿cómo...?! –logró articular ella, todavía en shock- ¡¿T-tienes el poder para hacerlo?!

-Me temo que todavía no.

-¡¿Entonces cómo pretendes que...?!

 

A mitad de pregunta, se dio cuenta de lo que pretendía. Sólo había dos formas de deshacer la Marca de Seraphim. La primera era que quien la hubiese puesto la deshiciese. La segunda, que éste muriese.

-¡No! ¡No puedes estar hablando en serio! –declaró la joven, negando con la cabeza.

-¡No hay otra opción, Thyra!

-¡No pienso dejarte morir!

-¡No tenemos tiempo!

-¡No! ¡No! ¡No!

-¡Escúchame! –la detuvo Michael, cogiéndola de los hombros y zarandeándola-. ¡Remiel es un arcángel! ¡Uno de los seres más poderosos que existen actualmente en este mundo! ¡Y los únicos que podrían detenerle somos tú y yo! ¡Pero ahora mismo nos tiene donde él quiere, y si nos mata a ambos, dispondrá de total libertad para cumplir sus ambiciones! ¡Fui yo quien decidió seguirle el juego para que al menos uno de los dos sobreviviese, y debo cargar con las consecuencias! ¡¿Lo entiendes?!

-Yo...

-¡Es lo único que podemos hacer, Thyra! ¡Si tengo que morir para que uno de los dos viva, entonces que así sea! –sentenció él, separándose y mirándola con firmeza mientras generaba un puñal de luz y se apuntaba al cuello- Prométeme que le vencerás.

 

El arcángel femenino asintió, impotente, y apretó con fuerza la mano de Reima, que había estado agarrando durante todo ese tiempo. Lágrimas caían sobre sus mejillas.

-Bien –fue lo único que dijo Michael antes de proceder a cortarse la aorta.

 

Sin embargo, una mano detuvo al arcángel.

-¡¿De verdad creías que te iba a dejar?! –gritó Remiel, empujando a su excompañero e inmovilizándolo contra la pared con una especie de grilletes de luz- ¡Mejor estate quieto hasta que llegue tu turno! –continuó, dirigiéndose posteriormente a Thyra.

 

Al momento, Reima y Alex se pusieron delante de ella, enarbolando sus armas y atacándole de frente. No obstante, sus esfuerzos fueron en vano, pues el arcángel les detuvo sin apenas esfuerzo golpeándoles en el estómago, casi dejándoles sin aire, y lanzándoles hacia atrás para quitárselos de encima.

 

Segundos después, agarró a Thyra del cuello y la elevó en el aire.

-Fíjate. La niña prodigio aquí presente, a mi merced.

-¡¿Qué has hecho con Uriel y Sariel?! –preguntó ella, incapaz de soltarse de su agarre por mucho que lo intentase.

-Tranquila. Por ahora sólo están “durmiendo”. Me encargaré de ellos una vez haya acabado contigo.

- ¡¿Por qué...?! –logró decir pese a que empezaba a notar la falta de aire.

-¿De qué serviría decírtelo si vas a morir igualmente? –contestó Remiel.

 

Al mismo tiempo, Reima hacía un esfuerzo sobrehumano para ponerse en pie e intentar no vomitar por el impacto que había recibido. Agarrando a duras penas su espada, la utilizó como apoyo para lograr su objetivo.

 

Durante un instante, su mirada y la de Michael se cruzaron. Fueron unos segundos, pero el joven comprendió lo que le pedía. Entonces, alzó su arma y se preparó para asestarle un golpe mortal, no sin antes mirar de reojo a Thyra.

-Lo siento... –murmuró, dibujando una estela horizontal que sesgó la cabeza del arcángel.

 

Como si de alguna forma lo hubiese intuido, Remiel se dio la vuelta justo cuando la cabeza del arcángel tocaba el suelo.

-¡No! –exclamó, lanzando a Thyra contra tierra y formando una lanza de luz en su mano con la que atravesó el pecho de Reima.

-¡Reima! –gritaron tanto la arcángel como Hana, quien acababa de llegar allí acompañada del resto de Pacificadores.

-¡Malditas moscas! ¡Apartaos de mi camino! –continuó Remiel, arrojando más de esas lanzas contra ellos, lo que provocó que tuviesen que agacharse para esquivarlas.

 

Entre aquel caos, Thyra notó cómo su pecho ardía y, al mirar hacia abajo, descubrió que la marca había desaparecido. Sin pensárselo dos veces, desplegó sus recién recuperadas alas y acometió contra Remiel, llevándoselo lejos del campo de entrenamiento, hacia una llanura a las afueras de la ciudad, contra la que chocaron los dos.

 

Mientras tanto, Hana se acercó al cuerpo inerte de Reima. Tenía una herida mortal en el pecho y no respiraba.

-¡No! ¡Por favor, no! –exclamó.

-No puede ser... –dijo Julius a su lado.

 

Alex, que también acababa incorporarse, se encontró con aquella escena, lo que le hizo golpear el suelo con el puño, maldiciéndose por no haber podido hacer nada por él.

-¡Joder! –gritó, quedándose sentado con las piernas cruzadas mientras se agarraba el pelo, visiblemente enfadado.

 

La demonio no se lo podía creer. Desesperada, intentó en vano reanimarlo, pero si quedaba algo de vida en el cuerpo del espadachín, ésta no tardaría en esfumarse. Así pues, sin saber qué más hacer, dejó caer su frente sobre el pecho del joven, sollozando desconsolada a la vez que recordaba el tiempo que habían pasado juntos y, en concreto, la vez en que trató de animarla tras lo ocurrido en Nápoles.

 

“No es algo que tengas que cargar tú sola... confía más en mí...”. Aquella frase, pese a su simpleza, había logrado, en parte, liberar la maraña de sentimientos que la consumían por entonces.

 

“Quiero que me des ese tiempo para confiar en ti. Quiero estar contigo”, fue lo que pensó al ver su rostro. Y pese a sorprenderse a sí misma al hacerlo, sabía que desde ese momento, o quizás incluso antes, una sensación nunca antes experimentada había estado creciendo dentro de ella. Y creía entender adonde se dirigía.

 

Fue ahí cuando entendió lo que debía hacer.

 

Era la primera vez en su vida que intentaba algo así, por lo que no sabía cuál sería el resultado. De hecho, la metodología utilizada para ello sólo la conocía porque había sido traspasada durante generaciones entre familias de ángeles y demonios, incluido el hecho de que sólo podía realizarse una vez en la vida.

 

Así pues, se acercó a Reima y puso sus manos sobre la frente del joven. Entonces, empezó a canalizar su Setten hacia él, sintiendo como su mente se sumergía dentro de la suya.

 

Al abrir los ojos, descubrió un campo lleno de arroz ante un atardecer. Un paisaje rural bello que la dejó sin habla. Sin embargo, también la inundó una sensación de soledad.

 

Al caminar por uno de los senderos que rodeaban los cultivos, descubrió una gran casa de madera al final de éste, y allí, junto a la puerta, un niño frente a un hombre adulto, el cual acariciaba la mejilla del pequeño mientras éste le sonreía, feliz. Sin embargo, segundos más tarde, ambos se desvanecieron en el aire.

-¿Qué haces aquí? –preguntó una voz distorsionada justo detrás de ella, haciendo que se girase para descubrir de nuevo al niño, pero esta vez con una katana en su mano y bañado en sangre.

-¿Eres Reima?

-¿A qué has venido? –volvió a preguntar.

-A sacarte de aquí.

-Será mejor que no lo hagas.

-¿Por qué?

-Porque este es mi lugar. Un lugar donde no volveré a fracasar.

-¿Crees que has fracasado?

-No pude protegerle. No pude salvarle. Alguien como yo no sirve para manejar una espada por el bien de los demás.

-¡Te equivocas! ¡¿Sabes a cuantas personas has salvado hasta ahora?! ¡Yo he sido una de ellas!

-¿Entonces por qué no consigo llenar este vacío? ¿Por qué siento que todo se derrumbará a mi alrededor sin que pueda hacer nada por evitarlo?

-Eso es porque no eres capaz de aceptarte a ti mismo. Y hasta que no lo hagas, seguirás sintiéndote vacío.

-¿Y qué puedo hacer?

-No lo sé. Esa respuesta la tendrás que encontrar tú mismo, como todos nosotros. Pero hay algo que sí sé, y es que para mí no eres un inútil ni un fracasado. Eres alguien increíble. Eres amable, capaz de ayudar a quien sea y luchar por aquello que crees correcto ¡Eres un héroe, Reima! –exclamó Hana mientras se acercaba a él, quien durante la conversación había crecido hasta adoptar su estatura actual- Y si tú no lo crees, entonces yo estaré ahí para recordártelo.

-Al final, tú también te marcharás.

-Nunca. Siempre estaré a tu lado. Sea de la manera que sea. Siempre estaré contigo.

-¿Lo prometes?

-Lo prometo –contestó mientras alcanzaba a tocar el cuerpo del joven.

 

En ese instante, sintió que volvía a la realidad. De nuevo, ante el cuerpo inerte de Reima, mientras todos la miraban si entender lo que estaba haciendo.

 

Así pues, se acercó al rostro del chico. Sabía cuál era el siguiente paso y, precisamente por eso, no pudo evitar sentirse algo avergonzada. Más teniendo en cuenta el público que la rodeaba. No obstante, aquello era un pequeño precio a pagar por devolverle la vida.

 

De esa manera, y finalmente, lo besó. Un beso que la hizo sentirse extrañamente cálida, notando como una pequeña corriente le recorría el cuerpo y de alguna forma la confortaba. Era una sensación algo extraña, pero le resultó agradable.

 

Al separarse de él, y ante la atónita mirada de los demás, observó cómo la herida del espadachín se regeneraba como por arte de magia, volviendo a respirar casi al instante. Por desgracia, también pudieron ver cómo aparecía una quemadura recorriendo su mejilla izquierda. Un efecto secundario producido por la maldición que la demonio acababa de aplicar sobre él.

 

Mientras tanto, en la llanura sobre la que habían aterrizado Thyra y Remiel, ambos se levantaron y se miraron fijamente, como dos guerreros que están a punto de batirse en duelo.

-¡Se acabó, Remiel! ¡Ríndete!

-¡Esto no se acabará hasta que uno de los dos haya muerto!

-¡No puedes ganarme!

-¡Porque tú lo digas! –respondió él, arrojándole varias lanzas de luz que fueron esquivadas por la arcángel, quien, a su vez, concentró varios puntos de Setten detrás de ella, desde los cuales surgieron rayos blancos que se dirigieron hacia Remiel como láseres.

 

Alzando el vuelo, éste los esquivó casi todos, no sin esfuerzo, desviando los que sí le alcanzaron mediante un movimiento de su mano, rodeada de un aura etérea. Por desgracia para él, no pudo evitar que esto le causara algunas quemaduras.

 

Profiriendo un chasquido de lengua con el que mostró su desagrado, juntó ambas palmas en posición de rezo, haciendo aparecer cuatro brazos gigantes y translúcidos desde su espalda, a partir de cuyos dedos se concentró una gran cantidad de Setten que salió disparado en forma de rayos de energía lumínica.

 

El poder de aquellos fue tal, que al esquivar uno, Thyra vio cómo se producía un gran cráter en la hierba que cubría la llanura, obligándola a seguir moviéndose entre las trayectorias de sus siguientes ataques y que continuaron impactando sobre tierra con la consecuente modificación del terreno.

-¡¿Por qué haces esto?! ¡¿Acaso no ves que estás atacando a los de tu propia especie?!

-¡No lo estaría haciendo si Michael y tú no fueseis tan necios!

 

Aquella respuesta la descolocó, contraatacando pese a ello, esta vez cuerpo a cuerpo.

-¡Esa escoria a la que defendéis, también mató a los nuestros! ¡¿Y ahora pretendéis que todo el daño que hicieron quede en el olvido?!

-¡No podemos dejar que lo que sucedió hace tantos años persista a día de hoy, Remiel! ¡De lo contrario, nunca seremos capaces de avanzar!

-¡Aceptando a los demonios entre nosotros será cuando dejemos de avanzar, ¿es que no lo ves?! ¡La gente no cambia, Thyra, y una vez recuperen su poder, volverán a buscar la supremacía como especie! ¡Por eso me uní a ellos!

-¡¿Ellos?!

-¡Ellos sí tienen las ideas claras! ¡Extinguir a los demonios de la faz del planeta y crear un dominio únicamente de ángeles y humanos! ¡Sólo entonces nuestra especie tendrá futuro!

-¡¿Estás loco?! ¡No sé cómo te has podido dejar manipular de esa forma!

-¡¿Y tú qué sabrás, nadie de tu familia murió por culpa de esos demonios?!

-¡¿Qué?!

-¡Mi abuelo murió a manos de uno durante la guerra! ¡Desde ese momento el rencor de mi familia hacia ellos no ha hecho más que crecer! ¡Y ese odio ha sido relegado en mí para destruirlos de una vez por todas!

 

Tras un rápido intercambio de golpes, volvieron a separarse, quedándose como al principio del combate.

-Ya veo. Supongo que entonces no hay salvación para ti –declaró Thyra, apenada.

-¡Je! ¡Así que te has decidido a matarme! ¡Adelante! ¡Inténtalo si te atreves!

 

Fue en ese instante cuando la arcángel hizo aparecer su vara delante de ella, transformándola en una lanza luminiscente con la que apuntó a Remiel.

-¡Eso es...! –se sorprendió el arcángel.

-Deberías haberlo supuesto, Remiel. La lanza de Kodesh sólo puede ser utilizada por un arcángel que considere su causa justa. Un arma capaz de exterminar todo aquello que toca –explicó-. Me preguntaba por qué, tras dejarnos a Michael y a mí tan debilitados, decidiste usar a Sariel en lugar de acabar tú mismo con nosotros. Era por miedo. Tenías miedo de que algún día nuestras muertes se volviesen en tu contra.

-Cállate

-Por eso no podías utilizar la lanza. Por eso tampoco puedes ahora. Y también por eso, morirás.

-¡Cállate! –gritó Remiel, lanzándose de frente e impulsivamente hacia ella.

-Adiós, Remiel –dijo, arrojándole el arma, que por mucho que su adversario intentó evadir, impactó sobre su objetivo.

-¡Aaaaagh! –chilló mientras ésta lo desintegraba, no dejando ni una célula de él una vez hubo terminado.

 

Solitaria en el campo de batalla, la joven aterrizó sobre uno de los cráteres que había dejado aquel combate. Tuvo que sujetarse una de sus manos debido a los temblores que la sacudían.

 

Estaba nerviosa, ansiosa, confusa, dolorida, triste... una amalgama de sentimientos sin vía de escape por la que salir. Tuvo que respirar hondo para controlarse. Sin embargo, hubo una palabra que se le quedó grabada a fuego en la mente: Ellos.